ALFREDO DRAXL POR EL INODORO

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Alfredo Draxl y yo nos conocemos desde los albores del Sodalicio. Fue con ocasión de su cumpleaños de 1978 celebrado en la casona donde vivía en el barrio de San Antonio (Miraflores) que tuve una conversación en solitario con Virgilio Levaggi en el automóvil de éste, donde me hizo preguntas íntimas a las cuales yo respondí a veces con la verdad, a veces con medias verdades. Sin embargo, eso me hizo colocarlo dentro de la lista de diez personas que más habían influido sobre mí en la autobiografía que escribí por encargo de Jaime Baertl. Yo tenía entonces tan sólo quince años de edad, y ya contaba con un consejero espiritual que averiguaba todo sobre mi vida sin que mis padres estuvieran informados al respecto.

En diciembre de 1981 Alfredo Draxl, Eduardo Field y yo fuimos admitidos en la recientemente fundada comunidad sodálite Nuestra Señora del Pilar (Barranco), adonde ya se habían mudado Levaggi, José Ambrozic, Emilio Garreaud, Alberto Gazzo, Alejandro Bermúdez y José Antonio Eguren como superior de la comunidad.

Allí comenzó el maltrato al que Draxl se acostumbraría muy pronto. El primer día, durante la cena, Alfredo —quien había estado leyendo el Ejercicio de perfección y virtudes cristianas de Alonso Rodríguez, un jesuita del siglo XVI— comentó lo recios que eran los jesuitas de antaño. «Recios, ¿no?», le replicó Gazzo, nuestro formador. «Para que veas lo que es ser recio, tú y Eduardo van a comer ahora en el piso». Draxl, quien buscaba ganar puntos en la valoración de sus superiores sodálites, obedeció sin rechistar y puso cara de estar contento con el castigo. No así Eduardo, quien puso cara de maldecir a Draxl por el comentario que había hecho y en virtud del cual él recibía un castigo gratuitamente.

Un día sabado —día de limpieza— en que yo estaba limpiando uno de los dos baños de la planta alta de la casa mientras Draxl limpiaba el otro, escuché un sonido de vidrios rotos e inmediatamente unos pasos presurosos viniendo hacia donde yo estaba. Entró Draxl con gesto angustiado, metió un pie en el inodoro y gritó con desesperación: «¡Jala! ¡Jala!» Sin pensarlo dos veces, jalé imaginándome al susodicho yéndose con toda su humanidad por el desagüe. Lo único que sucedió es que salió un chorro de agua que le mojó el pie y la pantorrilla, y a continuación Draxl respiró aliviado. No por haberse librado de pasar por el inodoro, sino porque durante la limpieza se le había roto una botella con ácido muriático y su contenido corrosivo le había caído en el pie, y no se le ocurrió mejor manera de diluir el ácido para que no le quemara la piel.

Lo cierto es que después de sus declaraciones en el Congreso ante la Comisión de Abusos contra Menores presidida por Alberto de Belaúnde (20 de marzo de 2019), la idea de Draxl yéndose por el inodoro ha asaltado mi fantasía recurrentemente, como si de un acto de catarsis liberadora se tratara.

Recuerdo a Draxl como una persona ingenua y poco avispada, pero de carácter reflexivo, siempre y cuando tuviera un guía que le proporcionara la materia de reflexión. De este modo fue forjando su carácter para convertirse en un sodálite poco expresivo pero fiel al modelo de pensamiento que se le había inculcado, con un servilismo ideológico como pocos y una obediencia a prueba de balas. Nunca fue de aquellos que se atrevieran a cuestionar nada.

Sabiendo que el año pasado se había retirado del Sodalicio, decidí darle el beneficio de la duda en el momento en que me enteré que estaba declarando ante la comisión que preside el congresista Alberto de Belaúnde. Laos prácticas abusivas a que había sometido a José Enrique Escardó no eran distintas a las que otros formadores sodálites —todavía en el anonimato— habían aplicado. Draxl no fue un abusador al cual se le pueda considerar como una excepción, sino un fiel cumplidor del sistema de disciplina sodálite como tantos otros. Y no se sabe que haya continuado aplicando estas medidas una vez que dejó de ser formador en comunidades sodálites y se dedicó a su rol de educador. De hecho, no existe en este sentido ninguna queja o denuncia contra él.

Esperaba que tuviera una actitud crítica ante el Sodalicio y su propio pasado en la institución. Lamentablemente, eso no ocurrió. Si bien admitió los hechos que denunció quien lo señala como un abusador —aunque relativizándolos al llamarlos “estupideces”—, se dedicó más que nada a justificar esos hechos como medidas de formación legítimas en su momento, realizadas incluso en un contexto lúdico, pero negó su carga de violencia y que fueran abusos. Eso sería pura interpretación subjetiva de Escardó.

Si aceptamos la versión de Draxl, tendríamos que asumir que los déficits psicológicos de Escardó son autogenerados: él mismo se lesionó psicológicamente porque malinterpretó como abusos lo que eran meramente prácticas duras de la formación. Hasta negó que la orden de dormir en escaleras fuera un castigo; más bien, era parte habitual del programa de formación a fin de habituarse a dormir en situaciones incómodas. Yo personalmente debo haber tenido una mala formación en el Sodalicio, pues nunca tuve que dormir sobre una escalera, pero sí fue testigo de varios miembros de la comunidad que tuvieron que hacerlo a manera de castigo y nunca en otra circunstancia. Quizás a Draxl se le olvidó en su momento explicarle a Escardó los beneficios pedagógicos y formativos de esa medida antes de aplicársela.

Negó también que menores de edad hubieran hecho promesas de pertenencia al Sodalicio. Es el caso de la promesa de aspirante que yo emití en diciembre de 1980 a los 17 años de edad en una ceremonia sólo para sodálites y agrupados marianos en la capilla del Colegio Santa Úrsula (San Isidro), tras el rezo comunitario del Santo Rosario. Draxl alegó que no se trataba de una promesa vinculante, que sólo implicaba vivir las promesas del Bautismo, que no era un compromiso de vida religiosa, que era un compromiso general. Y lo comparó con la consagración a María que se realiza en algunos colegios de monjas.

Y entonces, ¿por qué se seleccionaba sólo a algunos agrupados marianos para que hicieran este compromiso y no a otros? ¿Por qué te felicitaban todos como nuevo miembro del Sodalicio de Vida Cristiana? ¿Por qué se te pedía que no les contaras a tus padres que habías hecho esta promesa? ¿Por qué se le exigía a uno a partir de entonces la asistencia obligatoria a un grupo de aspirantes, además de la obediencia a quienes tenían autoridad en el Sodalicio? ¿Por qué se consideraba a los aspirantes que se largaban como “traidores” a la vocación sodálite?

Lo que ha quedado claro después de estas declaraciones es que la deserción de Draxl del Sodalicio no ha sido ni ideológica ni mental, sino debida a motivos personales tras un proceso de “discernimiento”, término que en el Sodalicio significa una reflexión profunda sobre el propio estado de vida. Traducido en sencillo: tras unas cuatro décadas de pertenencia al Sodalicio con vocación a la vida consagrada, Draxl habría descubierto que ésa no era su vocación. Lo que no creo probable es que alguien tan servil hacia la institución haya tenido problemas con la obediencia, sino más bien con el celibato. Y quién sabe, tal vez ya haya una mujer en su vida.

Según las Constituciones del Sodalicio, a un profeso perpetuo que deja de serlo no se le permite seguir siendo miembro del Sodalicio, ni siquiera como adherente (sodálite casado). Eso explicaría la insólita separación de Draxl de la institución que lo apadrinó durante décadas y de la cual él sería cómplice con su silencio culpable.

Draxl ha perdido la oportunidad de hacer un deslinde, asumiendo una actitud crítica respecto al bullying al que sometió a Escardó y pidiéndole perdón personalmente. Se ha puesto del lado de la institución victimaria. Si bien su prestigio profesional como educador podría quedar en pie, su autoridad moral se ha ido definitivamente a pique y ha quedado deslegitimado como responsable de niños y jóvenes en proceso de formación, pues se muestra incapaz de identificar y reconocer prácticas abusivas como tales.

En ese sentido, es él mismo el que ha accionado la palanca y pasado todo su prestigio por el inodoro. Ahora está solo. En el Sodalicio la institución prima sobre las amistades. Ningún sodálite ha salido a defenderlo y tampoco es probable que ninguno lo haga.

Todavía está a tiempo de reaccionar como para que todo lo queda de su vida no termine yéndose por el desagüe.

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FUENTE

Congreso de la República del Perú
Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones

LA OBEDIENCIA TRAMPOSA DEL SODALICIO A LA IGLESIA

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Mons. Joseph William Tobin entrevistado en una comunidad del Sodalicio de Vida Cristiana (agosto de 2016)

En su comunicado del 10 de enero, el Sodalicio informa haber recibido «la noticia del nombramiento que la Santa Sede ha hecho de Mons. Noel Antonio Londoño Buitrago, C.Ss.R., Obispo de Jericó en el departamento de Antioquia (Colombia), como Comisario Apostólico de nuestra Sociedad».

Sin manifestar ninguna contrariedad y sin hacer alusión a los problemas que habrían motivado la intervención, el comunicado dice: «Como hemos hecho hasta ahora con el Cardenal Joseph Tobin desde su nombramiento como Delegado para el Sodalicio en mayo de 2016, colaboraremos en todo con Mons. Londoño para que pueda ejercer sus funciones según lo dispuesto por la Santa Sede».

Finalmente concluye: «Reafirmamos una vez más nuestra absoluta obediencia al Santo Padre y a la Santa Madre Iglesia».

Cabe preguntarse cómo colaboraron con Tobin. ¿Acaso le contaron toda la historia de la institución, desde la época en que era bien marcada la influencia del fascismo español? ¿Le mostraron las Memorias, opúsculos anuales escritos por Figari entre 1976 y 1986, de lectura y estudio obligatorios para los sodálites hasta que se decidió requisar —sin explicar el motivo— todos los ejemplares e incluso ocultar su existencia a la Santa Sede durante el proceso de aprobación del Sodalicio? ¿Le permitieron asistir a alguna reunión grupal donde se obligara a los participantes a revelar sus intimidades privadas para finalmente “sacarles la mierda” por ser infieles al Señor Jesús? ¿Le hicieron escuchar las palabras soeces con que se humilla a los sodálites en la vida cotidiana?

Tobin parece tener la impresión de haber conocido bien al Sodalicio, como declaró en una entrevista publicada el 4 de agosto de 2016: «He llegado a conocer desde cerca la realidad del Sodalitium en sus obras apostólicas, colegios, trabajo social. He pasado tres días completos con el Consejo Superior y también visité la Casa de Formación. Luego tuve una cantidad de entrevistas con sodálites y ex sodálites». Al final, su evaluación es positiva: «Por una parte los problemas y los desafíos son graves. Yo creo que por otra parte hay voluntad de parte del Consejo Superior de enfrentarlos con sinceridad. Espero que esta actitud siga y venga compartida por los demás sodálites».

Alessandro Moroni, quien según el P. Jean Pierre Teullet desestimó las denuncias contra Figari en el año 2013 y posteriormente negó la gravedad de los abusos sufridos por varias víctimas de abusos psicológicos, integraba como Superior General ese Consejo Superior. También formaba parte de él como Vicario General José Ambrozic, miembro de la primera generación del Sodalicio y testigo de innumerables abusos cometidos dentro de la institución, el cual no ha tenido hasta ahora la valentía de reconocer públicamente la gravedad de los hechos que él presenció. Javier Rodríguez Canales, entonces Asistente de Apostolado, por lo menos ha tenido el decoro de renunciar al Sodalicio. Carlos Neuenschwander, Asistente General de Temporalidades —es decir, de la administración económica del Sodalicio— se habría encargado de que se pagara lo mínimo posible en reparaciones a las víctimas que el Sodalicio selectivamente reconoció.

Así como el Sodalicio habría escenificado ante Tobin su mascarada de una comunidad de gente feliz y contenta —como siempre lo hizo cada vez que venían visitantes importantes—, evidentemente obviando mostrar en todos sus detalles cómo se trata a sus miembros en el día a día, también es probable que haga lo mismo con Mons. Londoño, el comisario de la Santa Sede. Su colaboración con éste consistiría en influenciarlo en lo posible, para que se lleve una buena impresión de las comunidades sodálites. En lo que respecta a estas representaciones escénicas, los sodálites son expertos y fieles discípulos de Figari.

Por otra parte, la obediencia sodálite a la Iglesia implica renunciar a obedecer la propia conciencia. Sólo así se entiende que el Sodalicio haya aceptado sin observaciones ni reparos la inmoral decisión tomada por el Vaticano respecto a Figari.

Además, el Sodalicio —con su proverbial falta de transparencia— siempre ha buscado controlar la información que le llega al Papa, ocultando los aspectos incómodos de su régimen de gobierno, su disciplina y su historia, a fin de que el Sumo Pontífice termine ordenándoles lo que ellos ya han previsto. Sólo espero esta vez que con la intervención vaticana se dé definitivamente un GAME OVER.

(Columna publicada en Altavoz el 22 de enero de 2018)

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FUENTES

Página web oficial del Sodalicio de Vida Cristiana
Entrevista a Mons Joseph William Tobin, delegado vaticano para el caso Sodalicio (04 Ago 2016)
http://sodalicio.org/noticias/entrevista-a-mons-joseph-william-tobin-delegado-vaticano-para-el-caso-sodalicio/
Comunicado sobre nombramiento de Comisario Apostólico para el Sodalicio (10 Ene 2018)
http://sodalicio.org/comunicados/comunicado-sobre-nombramiento-de-comisario-apostolico-para-el-sodalicio/

LA ARQUITECTURA DEL ABUSO: LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS

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A Figari le gustaba la figura de los círculos concéntricos para explicar cómo estaba constituida la Familia Sodálite.

En el centro, formando el núcleo, se hallaba el Sodalicio, sobre todo los laicos consagrados que vivían en comunidades. Luego, en la siguiente circunferencia, se ubicaba la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, la rama femenina de mujeres consagradas. A continuación, seguía el Movimiento de Vida Cristiana, donde tenían prioridad las Agrupaciones Marianas para varones, y después los grupos para mujeres, entre ellos la Asociación de María Inmaculada (AMI). Y así sucesivamente hasta incluir las diferentes asociaciones que se nutren de la “espiritualidad” sodálite. Que aunque oficialmente pudieran tener la fachada de entidades independientes y autónomas, siempre han dependido del núcleo sodálite, el cual dictaba los estilos de vida a ser asumidos por quienes se comprometieran con cualquier entidad que se inspirara en el “carisma” sodálite. Como un pulpo oculto bajo la superficie, aunque lo nieguen los responsables de la institución, los tentáculos del Sodalicio se han extendido hacia todas las asociaciones que se reconocen vinculadas a la Familia Sodálite.

Este esquema de círculos concéntricos también se plasma en la estructura institucional del mismo Sodalicio, donde en el centro se halla el Superior General, a quien se le debe obediencia absoluta e incondicional. En el siguiente círculo se hallan los demás miembros del Consejo Superior: el Vicario General y los cinco Asistentes Generales de Instrucción, Espiritualidad, Apostolado, Comunicaciones y Temporalidades. Después siguen los superiores de comunidades, los consejeros espirituales, los formadores, los instructores, los demás miembros de comunidades sodálites y finalmente los candidatos a la vida consagrada. En el círculo más externo se hallan los adherentes, es decir, aquellos sodálites que han optado por el matrimonio y que oficialmente no pertenecen a la institución, aunque mantienen una compromiso muy cercano con ella, y a los cuales siempre se les ha considerado ad intra como la última rueda del coche.

Este mismo esquema se replica en los niveles jerárquicos dentro del Sodalicio: aspirante, probando, formando (en cuatro niveles), consagrado a María, profeso temporal y profeso perpetuo. Mientras más arriba se está dentro de esta jerarquía, más cercanía hay hacia el centro, más facultad de mando, más acceso a a información y, por supuesto, más secretismo hacia los círculos externos.

Pues se ha de tener en cuenta que a la institución le son totalmente ajenas las prácticas y costumbres democráticas, así como aquello que les sirve de base: la auténtica libertad de opinión y de decisión propia. Y para mantener esto, a lo largo de su historia nunca ha habido un flujo continuo de información desde el centro —conocido como la cúpula y que no necesariamente se identifica con el Consejo Superior— hacia las bases, entendidas como todos aquellos miembros de a pie de los círculos externos que forman parte del Sodalicio y que son mantenidos en la ignorancia respecto a lo que realmente se cocina en el núcleo. Y también respecto a lo que ha sucedido realmente en la historia de la institución.

Esta estructura de círculos concéntricos se refleja arquitectónicamente en las mismas comunidades sodálites mediante la importancia relativa que se le da a los diferentes espacios habitacionales.

Si bien se solía decir que la capilla donde está el Santísimo Sacramento era el centro de toda comunidad sodálite, este espacio siempre fue un lugar accesible a todos los miembros de la comunidad —e incluso ocasionalmente a gente externa, si contaban con permiso del superior—. La capilla, en realidad, revestía el carácter de un servicio espiritual prácticamente accesible a casi todos.

El verdadero sancta sanctorum de cada comunidad sodálite era el dormitorio del superior, al cual no se podía ingresar sino sólo con el permiso de éste. Luego venían los dormitorios asignados personalmente a un sacerdote o a un guía espiritual con ciertos privilegios, los dormitorios compartidos de los demás miembros de la comunidad y los espacios comunes de vida comunitaria, a los cuales no solían tener acceso la gente externa a la comunidad. Finalmente, estaban los espacios para recibir a la gente que viniera de visita, separados de las áreas comunitarias por una puerta con un letrero que decía PRIVADO.

Respecto al dormitorio del superior —que era la vez su lugar de trabajo y solía contar con un escritorio y su biblioteca personal—, si éste se recluía en ese espacio con la puerta cerrada, a nadie se le hubiera ocurrido interrumpirlo por ningún motivo, so pena de recibir una feroz reprimenda. O de ser sometido a una severa medida correctiva. Mas aún si el superior tenía una sesión de consejería espiritual o una conversación con alguno de sus subordinados.

Por otra parte, quien se encerraba con el superior dentro de su habitación iba con la confianza absoluta de lo que allí iba a suceder era beneficioso para él y una ayuda para su crecimiento espiritual. En ese ambiente, donde una interrupción externa era impensable y de dónde no se podía salir hasta que el superior diera por terminada la conversación o la actividad que allí se realizaba, se daban las condiciones para que un abuso de confianza pudiera llegar al extremo de un abuso sexual sin que nadie se enterara. El subordinado se encontraba totalmente desprotegido y en una situación vulnerable.

Es cierto que en la mayoría de las ocasiones no se verificó ningún abuso en esas circunstancias. Pero si ello ocurría, el mismo sistema de círculos concéntricos basado en la centralidad de la obediencia y la confianza absoluta hacia el superior, unido a la intangibilidad del espacio y del tiempo ocupados por quien estaba revestido de autoridad ilimitada, creaba un velo impenetrable de opacidad e impunidad en torno a cualquier abuso que se pudiera perpetrar.

Algo análogo ocurría con los consejeros espirituales que cumplían sus funciones en habitaciones cuya puerta se cerraba y ocultaba a la vista ajena lo que pudiera pasar en esos espacios. Como me ocurrió a mí en la comunidad sodálite de San Aelred, en una pequeña habitación destinada a consejerías espirituales y cuya puerta —que no contaba entonces con ningún ventanillo— fue cerrada con llave antes de que Jaime Baertl me diera la orden de desnudarme y de simular un coito con una enorme silla que allí había.

Por eso, cuando Alessandro Moroni, Superior General del Sodalicio, declaró el 26 de octubre de 2015 al diario El Comercio que «uno se pregunta cómo diablos pudo haber ocurrido esto en el Sodalicio» (ver http://elcomercio.pe/sociedad/lima/como-diablos-pudo-pasado-esto-sodalicio-noticia-1850794), me quedé atónito. Más aún, cuando las condiciones para que eso ocurriera estaban dadas por el mismo sistema desde sus inicios.

¿Pudieron ocurrir abusos sexuales en una comunidad sodálite sin que la mayoría de los miembros de la comunidad se diera cuenta? ¿No notaron nada raro los jóvenes que vivían en las comunidades, siendo así que compartían techo con los mismos abusadores, comían a la misma mesa y ocupaban los mismos espacios habitacionales?

A decir verdad, precisamente la configuración de los espacios en las comunidades sodálites favorecieron que se cometieran los abusos sin que casi nadie se percatara de ellos. Pues no se puede comparar una comunidad sodálite con el hogar en que vive una familia común y corriente, donde no hay habitaciones a las cuales algunos miembros de la familia tengan prohibido entrar. O donde si alguien se encierra demasiado tiempo en su habitación de manera imprevista, se despiertan sospechas de que algo malo pasa con ese miembro de la familia.

En las comunidades sodálites uno podía encerrarse solo un tiempo relativamente breve en un dormitorio —que era compartido con otros— para hacer una meditación o práctica de yoga. Pero la puerta permanecía siempre sin llave. El único que tenía el privilegio de ponerle llave a su habitación era el superior, y eventualmente algún guía espiritual o sacerdote que tuviera una habitación sólo para sí mismo. Y esas habitaciones eran de acceso restringido para los sodálites de rango inferior dentro de la comunidad. Sólo se accedía a ellas con permiso del dueño y señor de la habitación, generalmente para una sesión de consejería espiritual o para una conversación privada.

Mientras durara ese intercambio, nadie debía interrumpir, salvo por motivo grave, en cuyo caso debía primero dar un par de golpes en la puerta. Más aún, por disciplina aprendida en la vida comunitaria, a nadie se le ocurría interrumpir al superior o guía espiritual cuando estaban encerrados solos o con alguien en su habitación. Y ese alguien quedaba prácticamente a merced del superior. O del guía espiritual de turno.

Todo lo dicho explica una de las conclusiones a las que llega el segundo de los informes preparados por los expertos extranjeros contratados por el Sodalicio (ver http://sodalicio.org/wp-content/uploads/2017/02/Informe-Abusos-Febrero2017.pdf):

«Todas las víctimas reportaron que confiaban en su agresor en el momento que fueron abusados. Estas inconductas sexuales ocurrieron en distintos lugares, pero principalmente en comunidades del SCV».

Y eso explica por qué en otras entidades o asociaciones vinculadas al Sodalicio donde no se encuentre replicado arquitectónicamente el esquema de los círculos concéntricos, en vano se buscará víctimas de abuso sexual. Por ejemplo, las instituciones educativas promovidas por el Sodalicio, donde —a mi parecer— el riesgo de que menores sean víctimas de abusos sexuales no es mayor que en cualquier otra institución educativa promedio. Pues resulta difícil replicar los círculos concéntricos en espacios donde trabajan en su mayoría profesionales de la educación no sodálites que, si bien pueden tener muchos simpatía por el Sodalicio, no han sido sometidos a las prácticas manipuladoras que producen un lavado de cerebro y una uniformización de las mentes en los sodálites de comunidad.

En los colegios del Sodalicio existe el riesgo de un adoctrinamiento ideológico de corte conservador, así como la posibilidad de que jóvenes sean captados para luego entrar a formar parte del Sodalicio. Pero si alguna vez llegan a ser objeto de abusos, eso probablemente no ocurrirá en el plantel escolar, sino en algunas de las comunidades, donde el sistema de círculos concéntricos no ha sido desmontado y permanece intacto. Y donde podría volver a engullir a uno que otro que caiga en el vórtice de su espiral psicótica.

(Columna publicada en Altavoz el 20 de marzo de 2017)

SODALICIO: EL OCASO DEL INNOMBRABLE

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Virgilio Levaggi Vega

En 1986, Virgilio Levaggi había llegado a ser prácticamente el número tres en el Sodalicio después de Figari y Doig. Era responsable del área de Instrucción, tenía contactos importantes a nivel de jerarquía eclesiástica y estaba encargado de la consejería espiritual de un nutrido número de jóvenes sodálites y aspirantes al Sodalicio.

Pero de un día para otro todo cambió. Los cuatro aspirantes sodálites que —bajo su supervisión— estaban realizando su mes de prueba en la comunidad sodálite de Magdalena del Mar fueron trasladados de inmediato a la comunidad sodálite de Barranco, donde yo vivía. Germán Doig, el superior de esa comunidad, nos había informado que Levaggi había cometido una “falta grave contra la obediencia” y que Figari lo había relevado de todas sus responsabilidades.

Levaggi se quedaría donde estaba bajo un régimen especial. Yo fui trasladado a esa comunidad, debido a que era poco “influenciable”, pero quizás hayan pensado que yo era un “marciano” que no me iba a dar cuenta de nada. Aún así, se me ordenó vigilar a Levaggi.

Se vivió un tiempo de continua tensión, pues se desconfiaba de Levaggi y se pretendió controlar todo lo que hacía. El superior, José Ambrozic, andaba paranoico preguntando si Levaggi había telefoneado con alguien y frecuentemente le daba órdenes humillantes que debía cumplir.

Levaggi terminaría largándose del Sodalicio, no obstante que Figari le pidió que se quedara. A partir de entonces se le llamaría “el Innombrable”, para posteriormente desaparecer todo rastro de su recuerdo.

Nunca se supo cuál fue la falta de Levaggi. Pero una “falta de obediencia” no explica el ostracismo que le aplicaron ni su repentino ocaso.

(Columna publicada en Exitosa el 8 de octubre de 2016)

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En el libro Mitad monjes, mitad soldados de Pedro Salinas, el testigo identificado con el seudónimo de Bernardo, después de relatar lo que vio sobre la reclusión de Jeffery Daniels en San Bartolo, describe una situación anterior que encaja con lo que sabemos sobre la caída en desgracia de Levaggi:

«Fíjate. Me acabo de acordar de cuando LE también fue puesto “en cuarentena”. Lo digo así porque nadie nos daba una explicación sobre esta situación. Y por esas coincidencias de la vida, también me tocó vivir un tiempo en esa comunidad donde ocurrió aquello. Era penoso. Ni siquiera la dejaban bañarse y LE andaba todo sucio, seboso. La versión oficial decía que “había faltado a la obediencia”. Pero más tarde, HdC me dijo: “Lo único que te puedo decir es que no se trata de un asunto de faldas”. Eso también fue raro», dice Bernardo.

El mismo Bernardo relata un extraño incidente que le ocurrió durante una de las tantas sesiones de dirección espiritual con LE.

«Otra situación extraña que recuerdo es cuando LE era mi director espiritual y yo recién había entrado formalmente al Sodalitium. En una sesión de dirección espiritual, en una pequeña salita de una de las comunidades sodálites limeñas, a puertas cerradas, me puse a llorar. No me acuerdo por qué ni de qué estábamos hablando, pero la cosa es que me quebré. Y LE trata de consolarme tomándome de la mano. Al poco, comienza a acariciame con uno de sus dedos, cuando en eso alguien, pensando que no había nadie en la habitación, abre la puerta de improviso, y LE rápidamente retrae la mano como si le hubieran descubierto, o algo parecido. Después de eso, nunca más volvió a hacerlo. Pero mirando las cosas a la distancia, interpreto ahora ese “cariño-consuelo” como un gesto de aproximación», expone Bernardo.

Algo similar cuenta quien se identifica como Cristóbal en el libro de Salinas.

A la luz de la revelación mediática de la doble vida que mantuvo Germán Doig Klinge, el número dos de la organización, me cuenta Cristóbal algo que, viendo las cosas en retrospectiva, nunca dejó de parecerle extraño. «En una de las comunidades sodálites, en una salita donde se realizaban las reuniones con los directores espirituales a puertas cerradas, una vez que estaba conversando con LE sobre la tensión y las técnicas de relajación, me pidió que me levante la camiseta, y yo accedí sin ninguna malicia: y él se quedó mirándome un rato, hasta que de pronto alguien tocó la puerta para saber si la sala estaba ocupada, y al toque me dijo “vístete”. Lo dijo con nerviosismo. Y siempre me quedé pensando que, si eso era normal, ¿por qué se mostró inquieto? Nunca llegué a pensar que podía estar en una situación de acoso sexual o en el comienzo de algo así. Pero sí, fue raro lo que pasó».

Según ha sido revelado por el periodista José Alejandro Godoy (ver https://web.archive.org/web/20161007192429/http://www.desdeeltercerpiso.com/2016/10/sodalicio-el-caso-levaggi/), existen dos testimonios sobre abusos sexuales cometidos por Levaggi que no fueron incluidos en el libro Mitad monjes, mitad soldados, debido a que los testigos decidieron no figurar en el libro.

Finalmente, vale la pena reproducir aquí la descripción que hace Pedro Salinas de Eugenio Poggi, el personaje basado en la figura de Levaggi, en su novela Mateo Diez, pues —de acuerdo a lo que yo vi— coincide en gran medida con las características de la persona real. Para saber las nombres de las personas reales en que se inspiran otros personajes, sugiero revisar mi GUÍA DE LECTURA NO AUTORIZADA DE “MATEO DIEZ”.

Poggi, egocéntrico impenitente, un gordo inmenso de rasgos mestizos, cara de panadero y voz aflautada, disfrutaba mucho de la política. Más aún: le gustaba el poder. Quería ser el heredero de José Hernando. El sucesor del fundador. Pero tenía un contrincante de peso: Kauffman K. Siempre me sorprendió con sus críticas de grueso calibre contra Kauffman. Si escribía un libro, éste carecía de solidez intelectual. Si profería un discurso, se burlaba de la poca capacidad gestual de Kauffman, quien, paradójicamente, había escrito publicaciones sobre el lenguaje corporal. Si alguno de sus discípulos tenía dudas sobre su vocación, cuestionaba la labor de Kauffman como director espiritual. […]

Para Poggi, Kauffman no merecía ser el sucesor natural de José Hernando. Para Poggi, el sucesor natural del fundador de la Milicia era él. Y siempre trabajó en esa línea, formando a un núcleo de fieles que lo respetaran más a él antes que a ningún otro, incluyendo a José Hernando.

El perfil psicológico de Poggi era algo complejo, de un narcisismo de campeonato. Personalista, autoritario, creía poseer siempre la razón. Imponía siempre su criterio y tenía facilidad para entrar en la voluntad de los demás como un cuchillo en la mantequilla. Sus monólogos siempre estaban atiborrados de expresiones de poderío, con un sentido grandioso, y muchas veces gracioso, de autoimportancia. Si bien poseía una inteligencia aguda y sofisticada, exageraba sus propios méritos a la vez que infravaloraba los ajenos, sobre todo los de aquellos como Kauffman, que sentía como competidores. Tendía a explotar a los demás para su provecho, manteniendo relaciones verticales, jamás horizontales. A José Hernando era al único que reconocía como un par, aunque también solía criticarlo a sus espaldas.

Era, además, incapaz de asumir sus errores, por lo que solía proyectar en los demás la culpa de sus fracasos. Tenía una necesidad excesiva de ser autosuficiente y una urgencia compulsiva de controlar la situación. Su arrogancia, siempre acompañada de fantasías delirantes, lo llevaba a estar pendiente de los temas de poder y jerarquía. Y cuando escuchaba, parecía hacerlo por compromiso, con desgano ante las opiniones ajenas. No tenía idea de lo que era la humildad. Era el derroche de la soberbia a todo trapo.

Poggi era, asimismo, un arribista y un oportunista nato. […]

Pese a todo, con Poggi llegué a establecer una relación amical, aunque en un principio, cuando recién lo conocí en Huaraz, me cayó mal y me incomodaban sus amaneramientos contenidos. Mi amistad con Poggi no era como la que tenía con Luigi. Era más utilitaria. Poggi parecía más interesado en formarme para ser su lugarteniente dentro de la organización que en mi crecimiento espiritual. Eugenio se hizo cargo también de la formación espiritual de Pepe Castilla, Juani Villacorta, Miguel Ciriani y Duilio Castagnola. […]

De prominente papada, su tono discursivo y afectado era parecido a una emisión en onda corta, perdiéndose a ratos y volviéndose audible alternativamente. Ello, a veces, era exasperante, porque no se le escuchaba muy bien. No obstante ello, Poggi solía ser locuaz y elocuente. Eugenio, además, fumaba clandestinamente cigarrillos Dunhill, a pesar de la prohibición que estableció José Hernando en un retiro de silencio. “Los mílites no deben fumar, porque el que fuma no se santifica”, decretó el fundador en dicho retiro.

LOS ARCHIVOS SECRETOS DEL SODALICIO

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«Hay un expediente de cada sodálite en mi archivo, donde se guarda toda su información». Aunque en varias ocasiones le oí decir esto o algo similar a Luis Fernando Figari durante el tiempo que viví en comunidades sodálites, nunca supe ni donde estaba ubicado físicamente el archivo, ni quienes tenían acceso a él, mucho menos los documentos y papeles personales que podían haber sobre cada uno de los miembros del Sodalicio. ¿Estaban allí las pruebas psicológicas que nos habían tomado cuando todavía éramos menores de edad? ¿O el examen psicológico que se me tomó en el año 1993 cuando estaba en San Bartolo atravesando por una grave crisis personal? ¿Había allí informes elaborados por los superiores y consejeros espirituales? ¿Había allí un récord con los avances que se había hecho en el camino a la santidad, que consistía en ir asumiendo cada vez de manera más perfecta el estilo sodálite propuesto por Figari? ¿Estaban allí los resultados del examen médico, incluido palpamiento de testículos, que me había hecho, antes de que yo entrara a formar parte de una comunidad sodálite, Franco Attanasio —ex sodálite, quien era entonces el médico del Sodalicio y ahora es especialista en medicina interna del Grand River Health Center en Detroit (Michigan, Estados Unidos)—?

Lo cierto es que no tengo memoria de que haya habido ningún documento por el cual se formalizara oficialmente mi ingreso al Sodalicio de Vida Cristiana, así como tampoco hay documentos de cuando la gente se separa de la institución. Lo cual a la larga resultaba perjudicial para cualquier miembro y ex miembro del Sodalicio, pues sin acuerdo firmado entre ambas partes, no existe legalmente ninguna obligación formal de parte de la institución hacia sus integrantes. De ahí que quien ingresaba al Sodalicio, entraba a formar parte de una asociación donde las reglas sólo se formulaban oralmente, donde no se ponía por escrito cuáles eran los derechos y obligaciones de uno como miembro ni los deberes y obligaciones que tenía la institución hacia uno.

Si bien el texto de las promesas formales que culminaban en la de profeso —aspirante, probando, cuatro niveles de formando, consagrado temporal, consagrado perpetuo— contenían algunas obligaciones expresadas de manera muy general, uno por lo general ni siquiera recibía una copia de la promesa que había formulado. El texto de los ceremoniales sodálites era un material que se guardaba con celoso secreto y que no debía ser dado a conocer públicamente a nadie, mucho menos correr el riesgo de que llegara a manos extrañas imprimiendo alguno de los rituales de las promesas y entregándoselo a los que las emitían en ceremonias privadas.

Pero hay otro texto guardado con mucho mayor celo y sigilo, en el cual se encuentra la normativa que rige a la institución, a saber, los Estatutos del Sodalicio de Vida Cristiana, que fueron ligeramente modificados y recibieron la denominación de Constituciones en el momento en que el Sodalicio fue elevado al rango de sociedad de vida apostólica laical de derecho pontificio en el año 1997. Un ejemplar de los Estatutos o Constituciones era entregado a los sodálites que hacían por primera vez su profesión temporal, que es el paso previo a la profesión perpetua. Sin embargo, todo los sodálites están obligados a cumplir las normas allí estipuladas, incluso aquéllos de rangos inferiores, aun cuando no les sea permitido acceder al texto. Conocen las normas solamente por intermedio de sus superiores, a los cuales deben prestar una confianza ciega y rendirles obediencia absoluta. Esta situación es propicia a que se cometan abusos y atropellos, pues no hay modo de saber si lo que enuncian los superiores es del todo conforme a las reglas. Más aún, el Sodalicio nunca ha contado con mecanismos internos para denunciar abusos de autoridad.

En principio, Luis Fernando Figari señalaba que un sodálite debía obedecer a sus superiores en todo, aunque lo mandado le pareciera un absurdo y un sinsentido. Más aun, ni siquiera debía preguntar qué sentido tenía la orden, pues ello implicaba ya un acto de desobediencia al ser un cuestionamiento de la autoridad del superior. Sin embargo, admitía una excepción: no se debía obedecer si lo mandado iba contra la moral cristiana. El problema es que a un sodálite se le enseña a desconfiar de sí mismo y de su propio criterio, y a confiar ciegamente en los superiores. Desobedecer debido a una objeción de conciencia resultaba prácticamente imposible bajo estas condiciones, pues quien arguyera que no se sujetaba a la obediencia por razones morales terminaría siendo sometido a disciplina y cuestionado por decidir según su criterio personal qué era moralmente legítimo y qué no.

El mismo Óscar Tokumura fue cuestionado personalmente en San Bartolo debido su ensañamiento con algunas de las personas que estaban a su cargo por uno que otro sodálite, que fueron obligados a callar y a obedecer cuando le enrostraron sus excesos. Recurrir a instancias superiores no sirvió de nada, pues Tokumura contaba con el respaldo pleno del mismo Figari y del P. Jaime Baertl. Y he de suponer que ninguna de estas quejas fueron debidamente documentadas en un informe.

Volviendo al tema de los archivos, caí en la cuenta, habiendo pasado ya tanto tiempo desde que me desvinculé del Sodalicio, de que nunca había oficializado esa separación y no tenía ningún documento que acreditara tanto mi paso por el Sodalicio como el hecho que ya no era miembro de la institución. Además, si el Sodalicio aún mantenía documentación e información sobre mí en sus archivos, ya no tenía ningún derecho a seguir conservándola. Es así que a fines del año pasado le envié el siguiente e-mail a Alessandro Moroni, Superior General del Sodalicio de Vida Cristiana:

Lunes, 14 de diciembre de 2015

Estimado Sandro:

Veo con interés y expectativas los esfuerzos que estás haciendo para llevar adelante un proceso de revisión, renovación y reconciliación del Sodalicio, a fin eliminar de todo aquello que permitió que se cometieran sistemáticamente en la institución abusos psicológicos, físicos y sexuales y, de este modo, prepararse para servir nuevamente a la Iglesia siguiendo tras las huellas de Nuestro Señor Jesucristo.

Aún así, debo admitir que desde hace tiempo no descubro en el estilo y la espiritualidad sodálite mi propio camino como católico creyente en la Iglesia, y dado que nunca formalicé de manera oficial mi renuncia a seguir siendo adherente sodálite, aprovecho estas líneas para manifestarte mi decisión de romper irrevocablemente todo vínculo institucional con el Sodalicio.

Asimismo, solicito que se me devuelva toda la documentación sobre mi persona contenida en los archivos del Sodalicio, incluyendo la autobiografía de puño y letra que escribí, todos los resultados de las pruebas psicológicas que se me tomó en diversas etapas de mi vida, así como también la carta que escribí para ser admitido en comunidad y la carta que redacté para poder emitir mi compromiso de adherente sodálite. Considerando que no está estipulado en ningún reglamento interno cómo se ha de manejar y administrar estos papeles, ni el Sodalicio tiene tampoco autorización legal para guardar documentación personal de ex miembros, no quiero que se conserve ningún documento referente a mi persona en el archivo del Sodalicio, salvo aquellos en que se me mencione por motivos puramente historiográficos o en textos que hayan sido legítimamente publicados.

Un cordial saludo

Martin Scheuch

P.D. Quiero que sepas que no soy el único que sabe que te estoy enviando esta carta. Se trata de personas de confianza que verían con agrado que accedas a lo que te solicito. En aras de la objetividad, yo mismo vería eso como una buena señal e informaría al respecto en mi blog en términos positivos sobre el Sodalicio. Hace tiempo que deseo escribir cosas más positivas del Sodalicio —y algo de esto se puede encontrar desperdigado en mis escritos— pero lamentablemente son demasiadas las metidas de pata que se han cometido en los últimos tiempos como para tener que bajar la guardia. De todos modos, puedes contar con mi buena voluntad.

A los tres días Moroni me envió un acuse de recibo, prometiéndome acceder a lo que solicitaba a la brevedad posible. Recién el 20 de enero de 2016, previo enérgico recordatorio de mi parte enviado el 16 de enero, accedió a enviarme la documentación solicitada.

Semanas después recibí en mi domicilio en Alemania un sobre de manila conteniendo un conjunto de papeles amarillentos avejentados por el tiempo, además de un cuaderno Atlas de formato pequeño y algunas copias fotostáticas. Además de la carta confirmándome el tiempo que había vivido en comunidades sodálites y mi posterior permanencia en el Sodalicio como adherente sodálite (sodálite casado), redactada en términos correctos y cordiales, donde además me confirmaba mi pedido de «romper irrevocablemente todo vínculo institucional con el Sodalicio», había copias de los siguientes documentos:

  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 17 de diciembre de 1981, solicitando entrar a vivir a una comunidad de formación.
  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 13 de agosto de 1988, solicitando realizar la profesión temporal en la institución.
  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 12 de agosto de 1991, solicitando renovar los compromisos temporales de profeso.
  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 17 de julio de 1993, solicitando licencia de la vida comunitaria por tres meses.

Moroni me había recalcado por e-mail que los «originales permanecerán en los archivos del Sodalicio de Vida Cristiana porque son documentos que fueron remitidos a las autoridades de la misma, tienen un valor histórico, registran los distintos pasos que diste cuando eras parte de la sociedad».

El primero de estos documentos fue redactado con máquina de escribir y los demás están escritos de puño y letra, en un lenguaje y estilo estandarizado conforme al pensamiento único que se implantaba a los sodálites. Comprendo que el Sodalicio quiera guardar los originales, pues en estas cartas aparecen frases como «esta decisión la he tomado libremente y por mi propia voluntad», «este anhelo mío es completamente libre, sin coacción de ningún tipo», «esta decisión la he tomado libre de toda coacción externa e interna», «he llegado con toda libertad a la conclusión de que…» Las cartas debían contener estas formulaciones para poder acceder a lo que allí se pedía. Las tres primeras las redacté estando bajo el código de la obediencia y en un contexto donde la posibilidad de otras opciones distintas ni siquiera se planteaba. En el Sodalicio a uno se le proponía ascender en la jerarquía de compromiso o quedarse en el mismo nivel, pero la posibilidad de retirarse de la vida comunitaria y no seguir el estilo de vida de un consagrado con obligación de obediencia y celibato ni siquiera se mencionaba. Era un tema tabú. Quienes han expresado este deseo lo han hecho después de varios meses de tortura interior, y las consecuencias siempre han sido que se pusiera a la persona en “etapa de discernimiento” —orientada a evitar en la medida de lo posible que el sujeto se aparte del camino señalado, pues ello se interpretaba como una traición al Plan de Dios—, la cual se podía prolongar durante meses, sin que en la mayoría de los casos la persona se sintiera en capacidad de imponerse y de decidir voluntariamente salir por la puerta delantera en el día y a la hora que quisiera. Incluso cuenta el brasileño Josenir Lopes Dettoni en un desgarrador testimonio (ver SODALICIO: UN TESTIMONIO BRASILEÑO) que un día decidió irse de San Bartolo y «al notar que yo me hallaba fuera de la comunidad cargando una maleta, un “hermano” corrió hasta la plaza, donde yo me encontraba, y me detuvo físicamente. Me agarró y no me dejó hasta que se llamara al superior […], momento a partir del cual continué detenido hasta que nuestra conversación me llevó al llanto y a más desequilibrio emocional. Acordamos entonces que yo necesitaba discernir más. Por lo tanto, salir de comunidad no siempre es tan sencillo». Por esa misma razón, muchos de quienes querían evitarse todos estos problemas, se largaban clandestinamente entre gallos y medianoche, sin que por ello dejaran de arrastrar consigo el trauma de sentirse realizando una acción cuasi-delictiva. A partir de entonces se convertían en personas non gratas para el Sodalicio y se les mencionaba con apelativos como “judas”, “traidor” o “innombrable”.

La última carta, donde expreso mi deseo de abandonar la vida comunitaria, está atravesada por un hondo sentimiento de fracaso y tristeza, pues —debido al formateo mental de que había sido objeto durante más de una década— veía la decisión que estaba tomando como una consecuencia de mis propios problemas e inconsistencias personales y no como lo que fue realmente, un primer paso para obtener la libertad y arriesgarme a buscar la felicidad humana en el mundo de los mortales comunes y corrientes. En ese momento no sospechaba que se trataría de un largo camino donde el fantasma del Sodalicio estaría, como una sombra, continuamente acechando mis pasos.

Además de copias de mi partida de nacimiento y de mi certificado de bautismo, había varios textos manuscritos que yo había redactado a pedido de mi consejero espiritual de entonces, Jaime Baertl, algunos de ellos inquietantes, por el hecho de que contenían revelaciones íntimas de mi vida personal puestas por escrito cuando yo todavía no había superado esa etapa crítica y borrascosa que es la adolescencia. Se trata de dos extensas autobiografías, una terminada en septiembre de 1979 y la otra en septiembre de 1980. Además, hay varias hojas de análisis personal, de recuento detallado de lo que yo consideraba mis pecados, de actitudes que debía cambiar y deberes que tenía que cumplir, así como una reflexión sobre el hombre como ser para la comunicación y una descripción de la tormentosa relación con mi madre. En otro texto hago una narración detallada de cosas importantes en mi vida que ocurrieron durante mi viaje de promoción a Huaraz con mi clase de 3° de secundaria del Colegio Alexander von Humboldt —téngase en cuenta que al año siguiente ingresaría a la Escuela Superior de Educación Profesional Ernst Wilhelm Middendorf con un régimen semi-universitario—. También hay un cuento de Navidad escrito a máquina que yo no recordaba haber escrito.

Actualmente me resulta preocupante que esos textos hayan estado en el archivo del Superior General a disposición de Luis Fernando Figari, pues allí se detalla hasta en su más íntimos rincones lo que era la vida personal de un muchacho desorientado en búsqueda de respuestas a las incógnitas de la existencia. Allí está todo lo que yo pensaba y sentía, todos mis anhelos y esperanzas, todos mis problemas adolescentes desde mis ansias de independencia, los conflictos con mi madre hasta las experiencias de autosatisfacción vinculadas al despertar sexual. Viéndolo desde la distancia, tomo conciencia del riesgo que significó para mí que ese material estuviera al alcance de un megalómano manipulador y abusador sexual como Figari.

Entre el material que recibí había también unas cuatro hojitas, una de ellas con el título “Ficha de entrevista espiritual”, escritas de puño y letra por Jaime Baertl. ¿Era lo único que había? Me cuesta creerlo. ¿Durante los once años que pasé en comunidad no se elaboró ningún informe sobre mí? ¿En qué se basaba entonces Luis Fernando para decidir si me quedaba en el mismo nivel de compromiso o pasaba al siguiente? ¿Dónde están mis resultados de la tan temida prueba oral sobre la doctrina sodálite que Luis Fernando junto con otros dos miembros de la cúpula tomaba en una especie de ritual solemne y secreto al final de la etapa de probando, cuya aprobación era requisito indispensable para pasar al nivel de formando? ¿No recibía Luis Fernando informes personales sobre cada sodálite para mover sus fichas en su ajedrez personal al final de cada año, es decir, para decidir qué sodálites iban a vivir en cada una de las comunidades durante el año siguiente? ¿Dónde fueron a parar las pruebas psicológicas que se me aplicó? El examen médico, ¿fue sólo una finta o también se emitió un informe? ¿Existió toda esta documentación? ¿O bien ha sido destruida, si es que no se guarda aún con sabe Dios qué fines? Porque de no haber existido, nos encontraríamos con un alto nivel de informalidad en el Sodalicio con las consecuencias que ello suele acarrear: abusos de autoridad, arbitrariedad, corrupción, ocultamiento de información, encubrimiento de delitos, impunidad.

Por otra parte, Moroni me confirmó que la documentación que me envió se encontraba en el archivo del Superior General, pero que podría haber otros documentos en otros archivos, entiendo que de los demás superiores. De lo cual se infiere no hay un archivo unitario ni una administración centralizada de la documentación. Y que la forma en que en el Sodalicio se han manejado los papeles personales es caótica.

Una de las recomendaciones de la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación es la siguiente (ver http://comisionetica.org/blog/2016/04/16/informe-final/): «El SCV deberá proceder a la devolución inmediata de toda la documentación correspondiente a cada una de las personas que forma o formó parte de la institución, que así lo solicite». Es un paso necesario que hay que dar, pues no es prudente ni recomendable que información sensible como la que he detallado arriba permanezca en manos de una institución que se ha caracterizado por su falta de transparencia y su deslealtad hacia quienes depositaron su confianza en ella.

Reconozco, por lo menos, que constituye un progreso que se me haya devuelto la documentación que ahora tengo en mis manos. En otras épocas eso hubiera sido impensable, pues quien abandonaba la institución era considerado como un renegado al que no se le debía ningún favor. Conozco por lo menos el caso de un muchacho que solicitó que se le devolvieran los originales de sus certificados de estudios para continuar con su formación profesional y el Sodalicio se negó a ello. Pues en la institución se asumió durante mucho tiempo como un dogma que a aquél que la abandonaba le iba a ir necesariamente mal en la vida. Y el Sodalicio se preocupó, en la medida de lo posible, de que así fuera efectivamente.

Quisiera terminar con una frase que pone Alessandro Moroni en la carta que me envió: «Le ruego al Señor que bendiga los nuevos caminos por los que Él te esté llevando. Te ofrezco mis oraciones por ti y tu familia». Agradezco estas intenciones y espero que sean una auténtica señal de que un verdadero cambio se está operando en el Sodalicio. Es lo que muchos esperan, incluyendo tantos que han sufrido daños graves de parte de la institución.

SODALICIO Y LAVADO DE CEREBRO

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Escena del lavado de cerebro en “La naranja mecánica” (Stanley Kubrick, 1971)

A quien no haya pertenecido nunca a una asociación religiosa, política o de cualquier índole de estructura vertical y pensamiento único, donde se considere la obediencia a las instancias superiores como la norma suprema, le resultará difícil entender cómo es que personas normales terminan realizando acciones que nadie en su sano juicio realizaría. O que se hagan de la vista gorda ante abusos cometidos contra terceros.

Haciendo memoria, recuerdo que yo mismo, cuando todavía estaba en el Sodalicio, fui testigo de abusos psicológicos y físicos contra otros, y no dije esta boca es mía. Pues lo que sucedía ante mis ojos me parecía lo más normal del mundo dentro de los parámetros que regían en las comunidades sodálites. Más aún, me demoré décadas en darme cuenta de que yo mismo había sido víctima de abusos y que éstos habían dejado huellas negativas en mi psique que no había podido reconocer.

Lo peor del asunto es que yo mismo apliqué castigos corporales a algunas personas que estaban a mi cargo en grupos que se reunían semanalmente, ordenándoles hacer ejercicios físicos (planchas, cuclillas, abdominales, etc.) como castigo por llegar tarde, por no haber leído un texto que se había mandado leer como tarea o por dar respuestas incorrectas a preguntas referentes al pensamiento sodálite. Y ni qué decir de los métodos invasivos de la intimidad personal de individuos que estaban a mi cargo. Pues una vez que uno ha entrado en la moledora de carne que es el Sodalicio, por lo general se comienza siendo víctima y se termina siendo victimario.

Cuando finalmente uno se da cuenta de lo que le han hecho a uno, se tiene uno que reconocer que la propia capacidad de decisión estuvo condicionada y secuestrada por una ideología y disciplina de tipo totalitario y, en razón de eso, uno mismo terminó siendo autor o cómplice de acciones reprobables. Aun cuando yo creía estar tomando decisiones libres sin coacción externa ni interna alguna —como manifesté en dos cartas escritas de puño y letra a Luis Fernando Figari, una en 1988 solicitando hacer mi profesión temporal de tres años, y otra en 1991 solicitando renovar este compromiso por un año más, debiendo existir probablemente una tercera carta de 1992 de la cual no tengo copia—, en realidad yo había sido condicionado a pensar y actuar de determinada manera, pues había sido sometido a procedimientos y técnicas de manipulación psicológica que habían formateado mi cerebro en consonancia con el paradigma sodálite. En otras palabras, había sufrido una especie de lavado de cerebro.

Esto, que también suele designarse como control de la mente o reforma del pensamiento, se inició en mi caso en época muy temprana, cuando yo ni siquiera había alcanzado la mayoría de edad. Uno de los síntomas es que de un momento a otro dejé de escuchar la música que tanto me había fascinado durante mi adolescencia (Pink Floyd, Yes, Genesis, Queen, Led Zeppelin, Deep Purple), considerándola a partir de entonces como música mundana totalmente ajena a una vida entregada a un ideal cristiano y perjudicial para la salud espiritual. En cierto sentido, una parte integrante de mi ser quedó sepultada durante décadas debajo de los muros de una ideología religiosa fundamentalista que se creía con potencial para evangelizar el mundo y la cultura, pero que rechazaba como cuasi diabólicas muchas manifestaciones culturales del mundo contemporáneo. Recuerdo que en la década de los 80, la desaparecida San José Producciones —empresa productora de música y video gestionada por el Sodalicio— produjo un documental de media hora dedicado al rock satánico, que llevaba el título de La música encantada. Asumiendo una hipótesis que con el tiempo ha demostrado ser inconsistente e infundada, se señalaba la presencia de mensajes subliminales ocultos con invocaciones satánicas en los temas “Revolution 9” de The Beatles y “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin, los cuales sólo se podían escuchar si se reproducían los vinilos en el tornamesas en sentido inverso de rotación.

Otro elemento constante entre los sodálites era el distanciamiento de la familia, a la cual se la designaba como “familia carnal”, donde los padres prácticamente sólo cumplían una función progenitora de tipo biológico, mientras que el Sodalicio consideraba —y se sigue considerando hasta ahora— como “familia espiritual”, y como tal es revestida de una consistencia metafísica mayor, a tal punto que un sodálite asume que la familia a la cual se debe totalmente en cuerpo y alma es el Sodalicio, mientras que su familia natural pasa a ocupar un lugar secundario, e incluso llega a ser considerada una molestia que hay que tolerar.

Yo mismo fui cortando los lazos familiares con mi madre y mi padre, mis hermanas y otros parientes, hasta el punto de apenas participar en eventos familiares. Me negué a asistir al matrimonio civil de una prima que me había invitado, sólo porque se estaba casando con un divorciado. Fui rompiendo todos los lazos familiares hasta donde me fue posible, pues me habían metido entre ceja y ceja que la familia natural podía ser incluso un obstáculo para alcanzar la santidad, mientras que la familia espiritual que era el Sodalicio debía convertirse en el centro de referencia de toda mi vida personal y social. Para reforzar esta idea, se mandaba leer repetidas veces el Tratado Quinto de la Parte Segunda del libro Ejercicio de perfección y virtudes cristianas del P. Alonso Rodríguez, un jesuita del siglo XVI, que lleva el sugerente título “De la afición desordenada de parientes”. Y parece que en el Sodalicio toda afición hacia los parientes se consideraba desordenada, de manera que la actitud que se fomentaba hacia ellos era mantenerlos lo más lejos posible y limitar los contactos a lo estrictamente necesario.

La influencia del Sodalicio fue tan fuerte, que a partir de cierto punto de mi vida toda mi existencia se centró exclusivamente en la institución, como ya lo he señalado en mi relato SODALITIUM 78: PRIMERA ESTACIÓN: «Lo cierto es que a partir de ese mes de mayo de 1978 toda mi vida comenzó a girar en torno al Sodalitium: mis deseos y aspiraciones, mis amigos, mis estudios, mi futura carrera profesional, mi vida afectiva, absolutamente todo».

En la documentación que en enero de este año envié tanto a la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación, constituida por el Sodalicio, así como a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, en Roma, denuncio

«la mentalidad inculcada, que establece una separación entre el Sodalicio y el resto del mundo, estableciéndose que hay entregar toda nuestra confianza a los responsables de la institución y hay que mantener una cierta desconfianza hacia lo que está fuera del Sodalicio. Al mismo Luis Fernando Figari le he escuchado frases como “un sodálite sólo debe confiar en otro sodálite”, “sólo un sodálite puede ser amigo de otro sodálite; los demás pueden ser compañeros de camino, pero nunca serán amigos”. Esta mentalidad es reforzada por el concepto rígido de obediencia que se maneja al interior del Sodalicio, donde la crítica al superior —aunque sea legítima— es considerada como una falta grave, pues “el superior sabe mejor que tú lo que es bueno para ti” y “el que obedece, no se equivoca”, lo cual en el fondo induce a una renuncia a la propia conciencia y responsabilidad. Además, esta mentalidad de separación entre el Sodalicio y el resto del mundo también se aplica al interior de la Iglesia. Pues durante mucho tiempo a mí se me inculcó que la espiritualidad y el pensamiento sodálites constituían una de las maneras más radicales y auténticas de vivir el cristianismo en la actualidad, junto con un menosprecio de muchos grupos y espiritualidades que forman parte de la diversidad eclesial. Había un particular desprecio por los grupos parroquiales, los carismáticos, los neocatecumenales, entre otros, y en particular por los partidarios de la teología de la liberación, aun en sus formas legítimas. Se nos inculcaba que el diálogo con personas que siguieran estas espiritualidades particulares no era una opción válida. Eso explica por qué se ha tenido una actitud muy agresiva —e incluso se han tomado medidas represivas— contra quienes tuvieran simpatía hacia la teología de la liberación. Quiero además recalcar que superar esta mentalidad de separación intraeclesial entre el Sodalicio y los demás grupos me ha costado mucho esfuerzo, además de que los rezagos de esa mentalidad me han generado más de un problema durante mi reinserción en la vida normal en el mundo».

Esta mentalidad característica de grupos sectarios sólo puede lograrse a través de lo que llamamos lavado de cerebro, que puede ser definido como «una influencia social tan fuerte que cambia la forma de pensar, actitudes y acciones mediante la persuasión y uso de elementos psicológicos de forma invasiva, ya sea mediante un líder carismático o propaganda capaz de cambiar la forma de pensar en contra de la voluntad de la persona, pero sin que ésta lo note» (ver http://www.batanga.com/curiosidades/6329/como-es-posible-el-lavado-de-cerebro). O también como «una serie de técnicas psicológicas de reforma o modificación del pensamiento y el condicionamiento de la conducta. Se busca, de esta manera, debilitar la capacidad de pensamiento lógico, de análisis crítico para crear en la persona un estado de confusión. A partir de ahí se produce la reforma radical del pensamiento para que el sujeto abandone su entorno social, sus antiguas normas de vida y pase a vivir exclusivamente para el grupo» (ver http://www.extj.com/showthread.php?17729-Lavado-cerebral-¿cómo-se-hace-Profr-D-E-Ferrero).

Un buen resumen de las técnicas que se suelen aplicar para realizar un lavado efectivo de cerebro lo encontramos en un artículo de Juan Carlos Martínez García, publicado en la Revista de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (ver http://www.revistacienciasunam.com/es/149-revistas/revista-ciencias-109-110/1246-lavado-de-cerebro-el-control-del-alma.html):

«el proceso de lavado de cerebro se sirve básicamente de los siguientes métodos: el control total de la comunicación del individuo con el mundo externo (esto implica en la víctima la desintegración de su percepción independiente de la realidad); la inducción en la víctima de patrones de comportamiento y emociones por medio de la tortura, esto es, la imposición de castigos extremos como consecuencia de la desobediencia; el uso e insistencia de la confesión para minimizar la privacía individual; la inducción en la víctima, mediante la mecánica de la recompensa, de la creencia de que su interacción privilegiada con el agente la protege contra un entorno social que se le presenta como nocivo e incluso peligroso; el establecimiento de los dogmas básicos de la ideología del agente como ajenos al desafío y como racionalmente exactos; el desarrollo en la víctima de mecanismos de comprensión de ideas complejas por medio de frases simplistas con la finalidad de eliminarle la introspección y el análisis critico de sus vivencias; la imposición, por parte del agente, de la idea de que un dogma es más verdadero y real que cualquier cosa que experimente un ser humano individual; la imposición por parte del agente del derecho de controlar la calidad de vida y el destino último de la víctima».

Todos estos métodos han encontrado aplicación, de una u otra manera, en el Sodalicio de Vida Cristiana, y de manera más moderada en algunas de las asociaciones que conforman el Movimiento de Vida Cristiana. Y al igual que en los grupos totalitarios, los fines eran semejantes: tener militantes que compartan un único pensamiento, nunca cuestionen a la institución, sean totalmente acríticos y leales hacia ella, actúen sólo en función de los intereses institucionales de manera disciplinada y con obediencia absoluta, y estén dispuestos a a sacrificar su yo personal —incluyendo talentos, planes de vida y futuro profesional— en aras del ideal colectivo propuesto por el líder.

Para ello se requiere anular la personalidad individual, que debe ser reemplazada por otra personalidad modélica común a todos los miembros de la institución. Evidentemente, no es posible destruir la personalidad original del individuo. Lo que se hace es montar una personalidad nueva, que concuerda con los rasgos que el líder y el grupo prescriben en su ideología, sobre la personalidad original, que es opacada y permanece latente en los subterráneos del subconsciente.

Para lograr esto, no se encontró mejor excusa que valerse del concepto bíblico de “hombre nuevo”, tal como lo expresa San Pablo: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4, 22-24). En el Sodalicio, bajo el manto de la doctrina de la conversión cristiana expresada como conformación con el Señor Jesús, se ha aplicado con frecuencia procedimientos manipuladores de reprogramación que responden a lo que sería un lavado de cerebro. Con frecuencia se ha llevado a los individuos a desagregar los componentes de su personalidad para luego reconstruir un “hombre nuevo” totalmente dócil a la ideología sodálite y a los requerimientos de la institución.

Uno de estos métodos era el ejercicio psico-espiritual de no identificación con los elementos que conforman la identidad de la persona humana y que se puede expresar en la máxima: «yo no soy mis pensamientos, yo no soy mis sentimientos, yo no soy mis roles o personajes, yo no soy mi cuerpo». Esto todavía se enseña en los grupos de la Familia Sodálite, como consta por un texto de data reciente que aparece en la página web Camino Hacia Dios —fuente de textos de meditación basados en la espiritualidad sodálite destinados al Movimiento de Vida Cristiana—, donde se dice: «el Señor Jesús me lleva a apartarme de toda ilusión, a no creerme lo que no soy, a no identificarme reductivamente con mi cuerpo, mis personajes, mis pensamientos, mis sentimientos. Por otro lado, me lleva a ahondar en lo que verdaderamente soy, a ir a lo esencial, a lo constitutivo, a aceptarlo y valorarlo, a vivir de acuerdo a ello» (ver https://web.archive.org/web/20170120205411/http://www.caminohaciadios.com:80/chd-por-numero/124-94-vale-la-pena-ser-hombre-porque-tu-senor-te-has-hecho-hombre).

Esto, que se presenta como correcto e inocuo, resulta en realidad un arma de doble filo, pues al miembro de la Familia Sodálite se le invita a identificarse con un yo profundo vacío de contenido concreto. En la práctica conduce a un abandono progresivo de la antigua personalidad.

Pues en el momento en que uno quería defender ideas, si éstas no coincidían con los del pensamiento único sodálite, se le acusaba a uno de estar identificándose con propio su pensamiento y se le conminaba a dejar de lado esas ideas y no aferrarse a ellas. El sólo hecho de debatir y discutir era tomado como un acto de soberbia y egoísmo de alguien que prefería elegir los propios pensamientos en lugar de asumir los del Señor Jesús, que en realidad no eran los de Jesús tal cual sino una versión fuertemente interpretada de las enseñanzas que encontramos en los Evangelios, pasadas por el crisol de la ideología sodálite. En el Sodalicio no era factible tener pensamientos propios, por lo menos en lo que respecta a los temas esenciales.

Algo similar se aplicaba a los sentimientos. La estrategia consistía en llevar a una disociación del yo respecto a los sentimientos que surgieran en uno e ignorarlos, a no ser que fueran aquellos permitidos por la espiritualidad sodálite. Los sodálites han sido programados para hacer caso omiso de sus sentimientos, para sentirse culpables si los sentimientos que tienen no son los que se esperan de ellos y para generar sentimientos que estén de acuerdo con el modelo ideal. Esto se reforzaba durante la práctica de la oración mental, donde se debía suscitar prácticamente de la nada sentimientos “correctos” que estuvieran en consonancia con el tema que se meditaba.

La renuncia a mantener cierta identificación con los roles o personajes que uno asume en la vida (por ejemplo, la profesión u oficio uno desempeña) ha permitido que se lleve a los sodálites a renunciar a las propias aspiraciones respecto a su futuro laboral o profesional, a fin de someterse a los requerimientos de la institución, muchas veces en actividades y tareas no remuneradas y sin ningún tipo de seguridad social o seguro de enfermedad. Todavía hay muchos sodálites sin estudios terminados y sin posibles perspectivas laborales fuera de la institución, pues siempre se ha recalcado en ella, de acuerdo a lo que enseñaba el fundador, que lo primordial es ser sodálite y buscar la santidad, y que lo demás es accesorio y se rige por la disciplina de la obediencia.

Finalmente, la no identificación con el cuerpo lleva a exigir la renuncia a todo tipo de comodidad y placer corporal, pues hay que hacer oídos sordos a lo que pide el cuerpo y no dejarse dominar por él. Más aún, cuando uno ya no se identifica con su cuerpo, éste deja en cierto modo de pertenecerle a uno y queda a merced de los rigores impuestos por la disciplina sodálite. De este modo, queda abierta la puerta a todos los castigos corporales y abusos físicos, como aquellos que se han dado a conocer. Y que eran frecuentes en las comunidades sodálites. En mi caso, lo que constituyó una tortura permanente fue la continua sustracción de horas de sueño, tal como lo he descrito en mi post YO TE PERDONO, SODALICIO, cuando señalo «el agotamiento físico a través de ejercicios corporales intensos y prolongados, sumándose a ello la continua sustracción de horas de sueño, y dado que el hecho de quedarse dormido era sancionado con penitencias, sin importarle a nadie que uno estuviera cansado, ello me generaba miedo a quedarme dormido, lo cual a su vez producía un stress que me ocasionaba más agotamiento y tensión, y con ello más cansancio y sueño, en lo que era un círculo vicioso sin salida».

Lo cierto es que todos los aspectos de la vida de un sodálite eran reprogramados. A través de procedimientos psicológicos, medidas de formación y supuestas prácticas espirituales se identificaban los pensamientos y sentimientos propios, con los cuales uno se tenía que desidentificar —pues eran parte del “hombre viejo”, dominado por el pecado— para luego asumir los pensamientos y sentimientos correctos de acuerdo al prisma de la ideología sodálite. Las funciones que uno asumía en la vida —roles o personajes— dejaban de ser parte de uno mismo, y uno quedaba disponible para asumir cualquier función que el superior considerara adecuada para los fines de la institución, aunque eso significara sacrificar las aspiraciones personales y el propio futuro profesional. Y, finalmente, uno quedaba alienado de su propio cuerpo, el cual quedaba disponible para con él se hiciera lo que a los superiores les viniera en gana.

Y lo más perverso de todo este proceso es que uno no se daba cuenta de que le habían reprimido su propia identidad y se había convertido en un militante más con el cerebro lavado, dispuesto a justificar todos los abusos cometidos contra él y contra terceros, incapaz de reconocerlos como tales.

Sin embargo, la verdadera personalidad sigue latiendo, aunque debilitada, en los sótanos del subconsciente. Sólo necesita los estímulos adecuados para reaccionar y volver a tomar el control que se le ha quitado. Se trata de un largo proceso que puede tomar décadas.

Lo que a mí me salvó fue que nunca pude observar estrictamente la obediencia respecto a la información que estaba permitido recibir, lo cual sirvió para se abrieran algunos resquicios de luz en el muro interior que me aprisionaba. No obstante que no se podía leer lo que uno quisiera en las comunidades sodálites, salvo que se tratara de un libro recomendado o autorizado por los superiores, yo nunca me atuve estrictamente a esa norma y leí algunos libros sin permiso y a escondidas. como, por ejemplo, las novelas de Ernesto Sabato (El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadón el exterminador). Asimismo, el cine como arte y ventana a las realidades humanas —no estoy hablando del cine comercial producido por Hollywood y similares— me permitió conocer aspectos de la vida humana a los cuales no tenía acceso y desencadenó en mí un proceso de reflexión que, poco a poco, me haría recuperar la libertad perdida. Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986), obra maestra de David Lynch, jugaría un papel importante en el desciframiento de la angustiosa situación por la que estaba pasando y en el cuestionamiento de las coordenadas existenciales en que estaba sumergido. Ciertamente, ésta y otras películas las vi en escapadas vespertinas al que era entonces el Cine Julieta (sala de arte y ensayo ubicada en Miraflores) sin conocimiento de los superiores ni de la comunidad.

Pero todo eso es parte de otra historia que contaré más adelante.

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En la página web de ACI Prensa, la agencia de noticias que dirige el sodálite Alejandro Bermúdez, se puede leer el excelente artículo “Las sectas y el lavado de cerebro” (ver https://www.aciprensa.com/Familia/sectas.htm), donde hay una sucinta descripción de los síntomas que ocasionan «movimientos totalitarios, caracterizados por la adscripción de personas totalmente dependientes de las ideas de un líder, que pueden presentarse bajo las formas de identidad religiosa, asociación cultural, centro científico o grupo terapéutico; que utilizan las técnicas de control mental y de persuasión coercitiva para que todos los miembros dependan de la dinámica y del grupo y pierdan su estructura y su idea de pensamiento individual en favor de la idea colectiva, creándose muchas veces un fenómeno de epidemia psíquica».

No me van a negar que esta definición de lo que es una secta se aplica con todas sus letras al Sodalicio de Vida Cristiana. Asimismo, la gran mayoría de los síntomas señalados en el artículo se han verificado en personas que son y han sido miembros de la institución.

No creo que Bermúdez llegue a percibir estos detalles, pues una de las características de aquellos a los que les han lavado el cerebro es que no se dan cuenta de lo evidente, aunque lo tengan delante de sus propias narices. Y siguen defendiendo agresivamente a su líder y la organización que fundó, aunque ellos mismos hayan sufrido abusos y presenten signos palpables de desequilibrio psicológico.

EL INCÓGNITO PLAN DEL “DIOS” FIGARI

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La expresión “Plan de Dios”, central en la ideología sodálite desarrollada por Luis Fernando Figari, tiene raíces bíblicas. San Pablo, cuando habla de la buena nueva de las riquezas de Cristo que ha sido llamado a anunciar, señala que también tiene la misión de «aclarar a todos cuál sea el plan del misterio escondido desde los siglos en Dios, el creador de todas las cosas» (Efesios 3, 9). Sin embargo, esto que se refiere al designio de salvación que Dios tiene para toda la humanidad no puede ser extrapolado a la vida de cada persona en particular, y mucho menos se puede pretender que un guía espiritual conozca cuál es el rumbo que debe tomar el destino personal de cada uno de sus subordinados para ajustarse a ese plan divino. Pues es algo que pasa por la conciencia personal de cada uno y que, a fin de cuentas, sólo puede saber Dios en toda su amplitud, pues sólo Él, que conoce y comprende los corazones, tiene la potestad de juzgar a los seres humanos.

Y parece que esa potestad se la apropió Figari, pues dentro de su concepción inmovilista del Plan de Dios, quien era miembro del Sodalicio de Vida Cristiana, lo era por obediencia a los designios de Dios para su vida, y quien se apartaba de la institución incurría en una falta gravísima que le iba a acarrear la infelicidad en este mundo y, con cierta probabilidad, la condena eterna en la otra vida.

En mi post OBEDIENCIA Y REBELDÍA escribí lo siguiente:

«La obediencia es presentada en la ideología sodálite como un camino de libertad, en la medida en que libera de todas las ataduras y hace a la persona disponible para el cumplimiento del Plan de Dios. ¿Pero qué Plan de Dios? Aquel que se expresa en el pensamiento de una sola persona, Luis Fernando Figari. ¿Y que ataduras? Todas aquellas que nos vinculan a la normalidad en este mundo, incluidas las de la responsabilidad y la propia conciencia. ¡Y hay que ver los malabares dialécticos que se hacen para justificar este concepto de libertad como renuncia a decidir por sí mismo!»

Este concepto fundamentalista y sin matices del Plan de Dios sirvió de instrumento para que muchos de los que pasaron por el Sodalicio sufrieran angustia y depresiones, pues apartarse de la institución implicaba una traición radical a lo que Dios supuestamente había planeado desde toda la eternidad. En mi caso, cuando me vi en la necesidad de tomar la decisión de apartarme de la vida consagrada, significó meses de tortura interior que me llevaron incluso a desear la muerte.

Rocío Figueroa ha escrito unas valiosas reflexiones sobre este tema, que ahora reproduzco con autorización suya.

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LOS PROBLEMAS TEOLÓGICOS DEL SODALICIO: ¿PLAN DE DIOS?
por Rocío Figueroa

Escribo no con un afán polémico ni destructivo. Después del destape de los eventos de abusos sexuales, psicológicos y físicos por parte de Figari y algunos miembros del Sodalicio no son pocos los que me preguntan: ¿acaso puede salvarse una institución cuyos fundamentos fueron construidos para manipular las conciencias y que tenía serios problemas en sus concepciones y métodos?

No creo que se pueda hablar de “elementos positivos” y “elementos negativos” de la Familia Sodálite, porque estaríamos equiparando las barbaridades que se cometieron con las bondades que algunas personas recibieron. Como me dijo alguien: es como decir que un papá violaba a sus hijos, pero ¡ojo!, también era bueno porque traía pan a la casa.

El fundador tuvo desde los inicios un comportamiento macabro, cruel, manipulando a los jóvenes y abusando de su poder y dominio. Y utilizó para ello la religión. Eso no es sólo un elemento “negativo”, sino que está en la constitución misma del Sodalicio. No hay posibilidad de seguir adelante si no se va a los cimientos de la institución.

Pero como diría San Agustín, incluso cuando un mal pastor habla sobre Cristo, nosotros no seguíamos al mal pastor, seguíamos las palabras bondadosas de Cristo. El gran problema es que entre las muchas palabras de Figari habían unas que eran “propias” y que las hacía pasar como divinas, y otras que eran realmente de Cristo.

Por eso pienso que toca para esta institución una etapa de profunda revisión y discernimiento de aquello que viene de Figari mismo y aquello que viene del Evangelio. El Evangelio es rico, vivo y puede resucitar a una institución que hoy se está desangrando.

Por ello, como dice el Eclesiastés, hay «un tiempo para destruir y un tiempo para construir» (Ecl 3, 3). Y si el Sodalicio y todas las personas involucradas quieren construir sobre fundamentos sólidos, sobre el mismo Evangelio y el mismo Cristo, sería bueno primero “destruir” todo aquello que viene directamente de un pensamiento retorcido como el de Figari, obviamente dando por hecho que la expulsión de Figari, como diría el cardenal Cipriani, es fundamental, pues dejarlo sería un acto de complicidad ante tan tremendos crímenes.

Por ello, con un afán de una crítica constructiva comenzaré por uno de los temas más queridos por Figari: el “Plan de Dios”.

Una cosa que siempre me llamó la atención es que Figari nos prohibía a todos usar la expresión “voluntad de Dios”, que estaba esparcida por todos los dichos de Cristo y que se encuentra en todos los Evangelios. Él cambió esta expresión por “Plan de Dios”.

Y siempre me pregunté ¿Por qué le tiene tanta aversión a la voluntad de Dios? A la luz de los hechos lo comprendo. En general, un movimiento totalitario depende totalmente de las ideas del líder y de las doctrinas del grupo dirigidas por el líder. Es decir, el pensamiento de Figari era más importante que incluso la Biblia misma. Él prohibía ciertas expresiones bíblicas y consideraba que la expresión “Plan de Dios” era más válida que la misma palabra de Cristo.

Una vez, cuando se lo pregunté de manera muy crítica, me dijo que “voluntad de Dios” no es un buen concepto, pues se puede pensar en una voluntad caprichosa e incomprensible de Dios, mientras “Plan de Dios” apela más a la inteligencia y a un orden por Dios establecido, es más comprensible. Con su respuesta entiendo que él mismo manifestaba así su deseo de control, incluso del mismo Dios. Él no quería un Dios que no se comprenda, sino un Dios que él podía dominar y dominar a otros con su razón.

Por ello creo que sería bueno entender el concepto como lo hace San Pablo como un “plan misterioso de Dios” incapaz de ser conocido en su totalidad y abierto a la dimensión mistérica, y obviamente complementarlo con la voluntad de Dios, que pone el acento en la imposibilidad de dominarla o controlarla.

Por otro lado, hay que criticar que, por supuesto, el intérprete de ese Plan de Dios era el mismo Figari y él extendía este poder a los que éramos superiores. Me sorprende la soberbia que podíamos tener de pensar que podíamos saber cuál era el Plan de Dios para alguien, incluso la mentira de pensar que sabíamos cuál era la vocación de alguien.

Pero justamente eso respondía a esa retorcida postura de que uno es capaz de saber cuál es el Plan de Dios, como si Dios tuviese un proyecto ya escrito y todos teníamos que descubrirlo, ¡y ay de ti si no lo cumplías!

Dios es más disímil de nosotros que parecido. Y esto parece que se ha olvidado en el Sodalicio. Dios es Dios para los que creen en Él, no alguien que puede ser descifrado como un ejercicio mental.

Incluso una oración diaria que se dice en las comunidades reza: «cumplir el Plan de Dios en cada situación concreta de mi vida». ¿Acaso es posible saber cuál es el Plan de Dios en cada situación concreta de tu vida? ¿Acaso el ser humano es capaz de leer la mente de Dios y aplicarla en cada momento? Recuerdo que este tema generaba en muchas personas una especie de ansiedad y escrúpulos de no saber si se estaba cumpliendo o no con el Plan de Dios.

Sin embargo, es mucho más sano justamente la “misteriosa voluntad de Dios”. Porque como dice la Escritura, los planes de los hombres están lejos de los planes de Dios, y nunca podemos saber a cabalidad cuál es la voluntad de Dios, justamente porque es Dios.

Cosa curiosa: la palabra “Plan de Dios” no lo encuentras ni una sola vez en la boca de Jesús. ¿No sería mejor regresar al Evangelio?

La voluntad de Dios la intuyes, la sigues con tu conciencia, entre sombras y oscuridad. El Evangelio nos da grandes pistas, la vida de Jesús da grandes luces, pero aplicarlo a la realidad concreta con toda su complejidad siempre es un camino riesgoso. Pues la fe es más un camino de oscuridad que de luz, como la vida misma, llena de incertidumbres y angustias. La secta busca la seguridad y tranquilidad de la vida. La verdadera religión no quita la incertidumbre de la fe.

La voluntad de Dios para el hombre es más incierta, más arriesgada. Incluye la libertad humana, los cambios, un Dios que no tiene un “plan” ya constituido, sino que lo puede ir cambiando porque para Él no hay pasado, presente y futuro, sino un hoy continuo que, junto con la libertad humana, va siempre siendo remodelado y adaptado pr Él.

En ese misterioso camino de la fe, para Dios no hay un “plan futuro” sino un hoy siempre nuevo que va tejiéndose entre su amor y la libertad siempre creativa del ser humano.

Texto original: http://rocio-figueroa.blogspot.de/2015/12/los-problemas-teologicos-del-sodalicio.html

SOBREVIVIENTE DEL SODALICIO

Pepe #A (1933), dibujo del pintor estadounidense Paul Cadmus (1904-1999)

Pepe #A (1933), dibujo del pintor estadounidense Paul Cadmus (1904-1999)

Como sobreviviente del Sodalicio, alguna vez escribí una denuncia contra la institución que —por motivos personales y familiares— nunca llegué a formalizar. He aquí un extracto.

«En 1979, cuando yo tenía 16 años, asistía semanalmente a la Comunidad de San Aelred en Magdalena del Mar para tener sesiones de consejería espiritual. Como es usual en muchas comunidades sodálites, había espacios para recibir a la gente que venía de visita, separados del resto de la vivienda por una puerta con la palabra PRIVADO.

En uno de estos espacios, durante una conversación que había llegado a un punto muerto debido a que yo me resistía a hablar sobre ciertos asuntos personales, el consejero me dijo que iba a entrar al PRIVADO para pedirle a Germán Doig permiso para hacer algo. Al poco tiempo regresó y me ordenó que me desnudara por completo. Inicialmente tuve reparos, pero luego insistió en que lo hiciera, indicándome que era para mi bien.

Después me pidió que hiciera como que fornicaba una enorme silla que había en la salita. Simulé de manera torpe que fornicaba la silla —no sabía nada en lo referente a la experiencia de tener relaciones sexuales, pues nunca había tenido una—, sintiendo incomodidad durante el incidente.

El consejero no miró directamente lo que hacía, sino que apoyaba una mano suya sobre su frente y me observaba de reojo, dándome la impresión de que se sentía avergonzado. La cosa no duró mucho, pues en un momento me dijo que ya era suficiente y que me vistiera. Sentí que se me había aplicado violencia psicológica, y ciertamente me hallaba más predispuesto a hablar sobre mis asuntos personales.»

(Columna publicada en Exitosa el 21 de octubre de 2015)

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No es la primera vez que publico esta extraña anécdota autobiográfica. Aparece con un poco más de detalle en mi post GERMÁN DOIG: ENTRETELONES DE UNA REVELACIÓN ESCANDALOSA. Originalmente estaba incluida en mi escrito OBEDIENCIA Y REBELDÍA, que di a conocer a varias personas de manera privada en el año 2009, entre ellas un sodálite consagrado con un cargo de responsabilidad.

Cuando al fin decidí publicar este escrito en mi blog en enero de 2013 —convencido de que ésta era la única alternativa que me quedaba para que el Sodalicio finalmente tomara cartas en el asunto e iniciara una reforma de su sistema disciplinario o se suscitara una intervención por parte de las autoridades eclesiales—, omití adrede este relato, pues no quería que la atención se desviara hacia algo que revestía escándalo y morbo, además de que anímicamente todavía no me sentía preparado para dar a conocer un hecho que había quedado enterrado en mi memoria durante décadas. Por otra parte, OBEDIENCIA Y REBELDÍA es para mí un texto importante, pues explica —en mi opinión— el meollo del problema que aqueja a toda la institución y de donde surgen todos los abusos físicos y psicológicos —y en última instancia los abusos sexuales—, a saber, la manipulación de las conciencias y la restricción interior de la libertad de las personas.

Desde noviembre de 2012 hasta marzo de 2014 el tema principal de mis escritos fueron el Sodalicio y la Familia Sodálite, denunciando situaciones y problemas e invitando a los responsables a tomar las medidas correctivas del caso. ¿Fueron acogidas estas denuncias? Nunca en mi vida, desde que era sodálite hasta ahora, hubo una acogida oficial de las críticas que yo hice. Y desde que comencé a poner mis críticas primero en mi blog LA GUITARRA ROTA —de manera más sutil—, y después en éste, LAS LÍNEAS TORCIDAS, se ha buscado la manera de evitar que yo siga publicando. Dado que esto no ha sido posible, se ha intentado difamarme y desacreditarme personalmente sobre todo a través de comentarios en este blog. Y es probable que lo mismo se haya hecho a nivel de habladurías en el ambiente social de Lima y otros lugares.

El intento más reciente es un comentario publicado en mi post SILENCIANDO A LOS INOCENTES de alguien que tiene el seudónimo de Roberto Rajuela y que, haciéndose pasar por psiquiatra, describe un supuesto caso de síndrome de Asperger con elementos tomados selectivamente de mi historia personal o manipulados para que encajen con el diagnóstico. Allí dice:

«Al llegar la pubertad encontró un grupo religioso y se volvió un fanático. La fase púber de ruptura con los padres encontró una causa a la cual adherirse y vio en sus padres una suerte de opositores a los que había que combatir. Las dificultades de comunicación propias del autismo ya hacían mella en ese periodo. Roto el lazo con los padres, ya que el aspie necesita una referencia, las nuevas eran los que lideraban el grupo.

Llegada la mayoría de edad ingreso a vivir en el grupo religioso. Como todo grupo religioso había reglas, jefes, horarios y rituales. Entusiasmado en un primer momento, con el tiempo llegó el desencanto. Le era muy difícil manejar las reglas, seguir a los jefes, aceptar horarios. Siendo todavía el síndrome de Asperger poco conocido, los integrantes del grupo lo trataban como alguien normal, con sus excentricidades, pero dentro de todo como uno más. Pero él no se percibía igual, sino muy vulnerable y sensible a los tratos en el grupo. Con el tiempo las dificultades se hicieron patentes, la persona aparentemente llegó hasta la depresión no diagnosticada. Finalmente tuvo que abandonar la casa. Pero aún no había diagnóstico de Asperger».

Me pregunto a qué síntoma corresponde la anécdota que he contado. ¿Debí mostrar agrado y placer en esa situación incómoda, para mostrar que estaba dispuesto a cumplir las reglas y seguir a los jefes hasta el final, con servicio completo incluido?

Ciertamente, yo experimenté la situación más como un abuso psicológico que como un abuso sexual. Y son sobre todo abusos psicológicos los que he denunciado en este blog, sin que por parte del Sodalicio haya habido nunca una acogida de estas inquietudes. Mi dirección de e-mail es pública, saben cuál es mi número de teléfono y mi usuario de Skype, saben dónde vivo y cuál es la dirección de mi domicilio en Alemania. ¿Por qué, en las contadas ocasiones en que alguien del Sodalicio se ha dirigido a mí, ha sido para cuestionar la publicación de mis escritos, bajo el argumento de que estoy sacando a la luz asuntos que pertenecen exclusivamente a la vida privada de las personas?

Todas estas experiencias contradicen lo que el Sodalicio manifiesta en su último comunicado:

«Todo testimonio de inconductas cometidas por algún sodálite presentado ante las autoridades actuales del Sodalicio ha sido acogido, investigado y, cuando se ha confirmado, hemos ofrecido ayuda a las personas afectadas según la caridad y la justicia, y hemos tomado con los responsables las medidas que corresponde según derecho».

Hay suficiente información en mi blog que amerita una investigación por parte de la institución, y no los intentos de descalificación de los que he sido objeto.

Si el Sodalicio está interesado en cumplir con lo que promete, con gusto les daré el nombre del consejero que menciono en el escrito presente. Se trata de un sodálite de la primera generación, actualmente miembro destacado de la institución. Se pueden comunicar conmigo por e-mail, teléfono o Skype (usario: martinscheuch). Si esto no ocurre, entonces sabremos que su comunicado es puro papel mojado.

Por otra parte, quiero resaltar que el Sodalicio ha admitido los abusos sexuales de su ex Vicario General Germán Doig y supuestamente de su ex Superior General Luis Fernando Figari. Pero nunca a lo largo de su historia ha admitido que se hayan cometido abusos psicológicos en la institución. Más bien, ha justificado siempre sus prácticas como parte de un sistema de disciplina legítimo, y aquellos que critican estas prácticas han sido tildados de cobardes, débiles y traidores o, en el mejor de los casos, de personas sin vocación que no están hechas para ese estilo de vida. Francamente, yo no creo que ninguna persona esté hecha para soportar abusos o prácticas contrarias a la dignidad humana, tenga o no tenga vocación. Y quien sufre bajo una disciplina así y guarda silencio, no sólo es una víctima, sino una víctima cómplice o prisionera de una cárcel interior de la cual todavía no ha podido escapar.

Creo que el último comunicado oficial del Sodalicio no solamente es tibio, sino que aparentemente oculta —bajo el manto de generalidades y de frases bien sonantes y socialmente aceptables— el deseo de dejar las cosas tal como están y cargar la culpa de los abusos sobre las ovejas negras, individualizadas, los famosos “casos aislados”. Como de costumbre, la imagen institucional debe quedar indemne a toda costa, así como el sistema que la respalda, sin importar cuántos individuos deban ser sacrificados para estos fines.

En el caso de Figari la cosa se complica, pues sin Figari el Sodalicio no es nada. De Figari viene la ideología religiosa —o espiritualidad, si se la quiere llamar así— que sirve de base a la institución y que todos los sodálites tienen que meterse entre ceja y ceja; de él proviene todo el sistema de disciplina que aún se sigue aplicando; dé él dimana esa veneración por su figura que a muchos les será difícil arrancar de raíz de su corazón.

Uno de los más acérrimos partidarios de Figari sería Alejandro Bermúdez, director de ACI Prensa, quien hasta el momento no ha informado absolutamente nada sobre los escándalos recientes del Sodalicio a través de su agencia de noticias. Lo cual demuestra su falta de ética y profesionalismo periodístico. Pues no consideramos plausible que no se haya enterado de este acontecimiento tan importante para la Iglesia católica en el Perú. Aunque el Sodalicio haya continuamente repetido que ACI Prensa es una iniciativa personal del sodálite Alejandro Bermúdez y que no está vinculado a la agencia, este silencio desmentiría ese enunciado y confirmaría la vinculación que existe entre la agencia y el Sodalicio. Y también su complicidad en guardar silencio en la medida en que lo permitan las circunstancias.

La esperanza es lo último que se pierde. Y por eso aún esperamos que algún representante calificado del Sodalicio salga a dar la cara y responda sincera y abiertamente a las preguntas que todos nos formulamos. Que así sea.

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POST SCRIPTUM (22 de octubre de 2015)

El día de ayer el Sodalicio ha emitido un segundo comunicado sobre el caso Figari —esta vez firmado por Alessandro Moroni, actual Superior General de la institución, y no por Fernando Vidal, encargado de comunicaciones—, corrigiendo las ambigüedades y falsedades del primer comunicado, admitiendo expresamente que Figari está siendo investigado por abusos sexuales y de otra índole y comprometiéndose a tomar medidas concretas, como son la cooperación con las autoridades civiles y eclesiásticas, y la creación de una comisión ad hoc con participación de expertos externos para investigar los hechos y salir al encuentro de las personas afectadas.

Saludo con satisfacción este comunicado, pues lo que allí se dice va más allá de lo que se hubiera podido esperar del Sodalicio en circunstancias normales.

Por otra parte, las discrepancias que existen entre ambos comunicados serían un indicio de que en el mismo Sodalicio habría una división interna entre aquellos que quieren que se aplique la justicia con todo su peso y aquellos que siguen protegiendo a Figari —tal vez convencidos aún de su inocencia o justificando sus extrañas prácticas— con el fin de salvaguardar la imagen de la institución. Cuando en realidad esta imagen ya ha sido gravemente dañada, no sólo por los presuntos delitos del Fundador, sino también por la torpe y burda maniobra que constituye el primer comunicado.

Les doy desde aquí mi aliento y apoyo a todos aquellos que, como el P. Jean Pierre Teullet, no han temido enfrentarse desde dentro a la estructura de mando que hay en el Sodalicio, a fin de que la verdad prevalezca, cueste lo que cueste. En hombres como ellos está la esperanza de que el Sodalicio se renueve y deje el lastre y la porquería que lo han acompañado a lo largo de su azarosa historia.

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FUENTES

Comunicado – Sodalicio en relación a su Fundador (19/10/15)
http://sodalicio.org/noticias/sodalicio-comunicado-con-relacion-a-su-fundador/

Comunicado – Superior del Sodalicio explica la situación del Fundador (21/10/15)
http://sodalicio.org/comunicados/comunicado-superior-del-sodalicio-explica-situacion-de-su-fundador-2/

FIGARI, EL ÍDOLO CAÍDO

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Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana

Luis Fernando Figari (nacido el 8 de julio de 1947 en Lima), quien estuvo a la cabeza del Sodalicio de Vida Cristiana desde 1975, renunció el 8 de diciembre de 2010 a su cargo de Superior General, aduciendo motivos de salud. Siendo el único remanente del grupo que dio comienzo al Sodalicio un 8 de diciembre de 1971, del cual inicialmente “declinó ser la cabeza” —como cuenta una de las tres versiones oficiales de su historia que han circulado en las páginas web de la Familia Sodálite—, aunque las cosas cambiaron en 1975 cuando aceptó ser el “responsable de jure” de la nueva asociación, con el tiempo Figari se consideró a sí mismo como el único fundador del Sodalicio. Y como tal, se atribuyó todas las características que cierta teología le atribuye a los fundadores: dotado de inspiración divina gracias a un carisma específico, poseedor de un pensamiento guía para los llamados a una vocación particular dentro de ese carisma, practicante de un estilo de vida que debía servir de modelo para todos sus seguidores, merecedor de una obediencia absoluta por parte de aquellos que habían caído en las redes del proselitismo realizado por la institución —al que se conoce también como “apostolado”—.

Los tiempos han cambiado. Figari ya no es el Superior General del Sodalicio, y las características que lo acompañaban parecen haberse diluido en parte. En teoría, ya no es el portador de un cargo que requiere obediencia. Las fotos en que aparecía con el Papa han ido siendo retiradas de los centros pastorales del Movimiento de Vida Cristiana —la asociación de fieles más numerosa e importante dentro de la Familia Sodálite— y la página web oficial del Sodalicio (http://sodalicio.org/) ha desterrado su figura y su historia a un segundo plano. Incluso varios de sus escritos han quedado como textos de referencia, pero ya no se les da el peso que se les daba antes, sin llegar al extremo de retirarlos de circulación, como sí ha ocurrido con los escritos de Germán Doig, expulsado post mortem de la institución a la cual le dedicó su vida entera, no obstante que sin sus textos no se entiende el desarrollo de la espiritualidad y pensamiento —o ideología, como se prefiera— del Sodalicio de Vida Cristiana.

¿Qué ha sucedido para que de pronto haya cambiado en el Sodalicio el trato hacia la figura del fundador? ¿Se explica todo esto simplemente por su renuncia? La cual, si realmente fue por motivos de salud, no debería haber dado lugar a las medidas que se han aplicado, que se parecen remotamente a las medidas que toma el Sodalicio contra aquellos miembros suyos que caen en desgracia o ex-miembros considerados personas non gratas. ¿Qué ocurrió para que la salud de Figari empeorara repentinamente un mes antes de que se hicieran públicos los abusos sexuales cometidos por Germán Doig —quien fuera el Vicario General del Sodalicio y segundo en la cadena de mando—, a tal punto que le impidieran seguir asumiendo las responsabilidades propias de un Superior General? En todo esto hay gato encerrado, y los miembros de la cúpula sodalite parecen saber algo sobre Figari que no quieren que los demás sepan. Sea como sea, Figari se ha convertido en un ídolo caído, al cual se sigue manteniendo y protegiendo, pues sin él, el Sodalicio no es nada, considerando que a lo largo de su historia Figari concentró sobre sí el monopolio de la verdad, de la toma de decisiones e incluso el poder de decidir el destino personal de cada uno de los sodálites consagrados. Pero a la vez, es un lastre que impide levar anclas como para que el barco pueda zarpar y tomar nuevos rumbos para servir eficazmente al mundo y a la sociedad en comunión auténtica con todos los miembros del Pueblo de Dios que es la Iglesia.

Nunca he pertenecido al círculo íntimo de Figari, ni tampoco he participado en conversaciones donde sólo estuviéramos los dos presentes. No sé si decir “lamentablemente” o “afortunadamente” al respecto. Mis encuentros con Figari se han dado siempre en el marco de conversaciones grupales. Confieso que la persona de Figari sigue siendo para mí en gran parte un misterio. Por eso mismo, voy a escribir antes que nada sobre las impresiones personales que me ha causado el personaje, dentro de un entramado de hechos innegables de los cuales pueden dar testimonio los diversos testigos que estuvieron presentes. No pretendo dar una descripción exhaustiva de lo que considero una personalidad compleja y difícil de catalogar.

Desde que tengo memoria, Figari nunca ha tenido una apariencia exterior atractiva. De contextura física obesa —que buscaba disimular vistiendo guayaberas—, con una calvicie avanzada y un bigote que le daba a su rostro la apariencia de una morsa, llevaba además gafas de montura gruesa cuando le conocí en los 70. Con el paso de los años, Figari se dejó crecer una barba de reminiscencias proféticas. Aún así, siempre ha tenido una presencia segura y dominante entre sus allegados, pues tiene dotes de buen conversador y goza de habilidades retóricas por encima del promedio. Sus preguntas inusuales, que lo sacaban a uno de cuadro, además de sus ideas fuera de lo común y las conclusiones poco habituales a las que llegaba generaban una cierta fascinación entre muchos de los jóvenes a los cuales se les hacía proselitismo.

Figari siempre ha estado convencido de haber sido elegido por Dios para una misión única y especial, por lo cual requería de sus seguidores una total adherencia intelectual a sus planteamientos doctrinales y una obediencia absoluta a su voluntad. Nunca lo he visto en situaciones donde no ocupara una posición de autoridad o donde mantuviera una relación de igual a igual con otro. Los superiores de las comunidades siempre han mantenido en su presencia una actitud sumisa. Lo he visto, por ejemplo, en el caso de Germán Doig, Alfredo Garland, José Ambrozic, José Antonio Eguren, entre otros. Tal vez sea ése uno de los motivos por los cuales nunca se ha expuesto a una entrevista o conversación con alguien que tuviera un pensamiento crítico. Las pocas entrevistas que ha concedido han sido con entrevistadores complacientes, que le hacían preguntas que parecían sacadas de un guion y que servían de excusa para que Figari pudiera exponer didácticamente su ideología religiosa. Por lo mismo, Figari nunca ha salido a hacer declaraciones públicas ni ha dado la cara como representante del Sodalicio. Siempre han sido sus subordinados quienes han tenido que asumir la penosa tarea de responder a los cuestionamientos que se le han hecho a la institución. No se podía correr el riesgo de someter la figura de Figari a una prueba que pudiera evidenciar que tenía pies de barro.

Aun cuando Figari siempre ha manifestado tener una actitud de obediencia hacia el Santo Padre y a determinados obispos, todo ello tiene la apariencia de haber sido una estrategia para sacar adelante el proyecto de su vida, que es el Sodalicio de Vida Cristiana. Figari siempre ha buscado conseguir una foto junto con el Pontífice de turno, que pudiera ser colgada en un lugar visible en las comunidades, los centros pastorales y los hogares de gente vinculada a la Familia Sodálite, queriendo dar así a entender de manera gráfica que contaba con la bendición del Vicario de Cristo en la tierra. Como ejemplo, una antigua fotografía de la cual poseo un ejemplar:

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Juan Pablo II con Luis Fernando Figari

Podemos apreciar el valor que tienen este tipo de fotografías contemplando las siguientes imágenes:

Juan Pablo II con Pinochet

Juan Pablo II con Pinochet

Juan Pablo II con el P. Maciel

Juan Pablo II con el P. Maciel

Juan Pablo II con George W. Bush

Juan Pablo II con George W. Bush

Juan Pablo II con un payaso ¿o aprobando un carisma?

¿Había en Figari un auténtico espíritu de comunión con toda la Iglesia, o la pretendida fidelidad era una pose para apuntar cañones contra todo aquél que tuviera una postura incompatible con su ideología religiosa? Da que pensar, pues Figari siempre ha sido amigo de designar con el calificativo de “herejes” incluso a teólogos que no han sido condenados nunca por la Santa Sede, como por ejemplo Pierre Teilhard de Chardin, Karl Rahner, Johann Baptist Metz y Gustavo Gutiérrez. Y si bien Figari siempre ha buscado apoyarse sobre la autoridad del Papa y de algunos obispos, también es cierto que se refería despectivamente en términos ofensivos y vulgares a aquellos obispos o sacerdotes que no mantuvieran una posición compatible con la suya. Asimismo, también eran objeto de calificativos soeces pensadores considerados por él como defensores de posiciones contrarias a la doctrina de la Iglesia. La costumbre que hay entre muchos sodálites de usar este tipo de expresiones insultantes se veían avaladas por la misma actitud de Figari, quien tachaba de conchesumadres, hijos de puta o pendejos a aquellos con los que discrepaba en cuestiones de fondo. No es de extrañar que este tipo de expresiones fueran carta corriente también al interior de las comunidades sodálites y que en ocasiones fueran dirigidas incluso contra algunos hermanos de comunidad a quienes se buscaba corregir “fraternalmente”.

Las conversaciones grupales con Figari han sido siempre una experiencia fuera de lo común. La presencia de Figari nunca me ha inspirado tranquilidad o paz, sino una sensación de incomodidad y tensión continua. Si bien Figari solía expresarse en un tono jovial, dando continuamente la impresión de estar divirtiéndose, todo ello aderezado ocasionalmente con sonoras carcajadas, quienes estábamos ahí sabíamos que en cualquier momento podía meterse con uno de nosotros y comenzar a interrogarlo, acosarlo interiormente hasta llegar a unas llamadas de atención humillantes que a uno le hacían sentirse como una mierda. Y Figari siempre mantenía una mirada fija y penetrante, como queriendo desnudar nuestras almas y querernos hacer sentir que él nos conocía a fondo, mucho mejor que nosotros mismos.

Respecto a los temas que tocaba, podía hablar de asuntos de espiritualidad y formación, o de sus experiencias religiosas —que no dudo que podrían ser auténticas— para pasar luego a temas tan inusuales y extraños, como comentar los dolores que había tenido después de la circuncisión cuando se la hicieron ya de adulto por motivos de salud, o lanzar comentarios misóginos sobre lo susceptibles que son las mujeres en general y del peligro que constituyen para los sodálites de vida consagrada, o bromear sobre anécdotas ocurridas en las comunidades, o hablar entusiastamente sobre el ideal sodálite mezclando lo solemne con un lenguaje vulgar y malsonante cargado de connotaciones sexuales, como “hay que estar arrechos por Cristo”, haciendo alusiones a la masturbación o al acto sexual, o refiriéndose al hecho de tener que abrirse de corazón como “bajarse los pantalones”, o simplemente se reía de algún chiste verde —o colorado— que contaba alguno de los miembros más desvergonzados de la comunidad. Curiosamente, esta manera de conversar generaba una cierta fascinación entre aquellos que estábamos presentes, pues se tenía la impresión de que delante de Figari no habían límites y se podía hablar de todo sin necesidad de guardar las formas ni las buenas maneras. Recuerdo que una vez Figari pretendió dar una justificación de esta manera de hablar, mencionando que en alguno de los evangelios apócrifos Jesús se había referido a aquellos que no estaban dispuestos a seguirle como “hijos de puta”.

Otro era el rostro que presentaba Figari cuando daba una alocución, charla o conferencia en público. Con una manera grandilocuente de exponer contenidos que, mientras duraba el discurso, en su mayor parte generaba aburrimiento debido a que el conferencista solía recurrir a términos crípticos de difícil comprensión (“holístico”, “kénosis”, “scotosis”, “agnosticismo funcional”, por mencionar algunos) y rara vez sus palabras reflejaban las vivencias cotidianas de la gente, sin embargo de vez en cuando rompía esa cadencia elevando la voz y apelando con golpes de efecto y figuras retóricas a la audiencia, la cual en esos momentos solía prestarle la atención que no le había prestado durante el resto de su exposición. Una vez finalizada ésta, eran pocas las personas que admitían haber entendido los contenidos de la conferencia de Figari, pero recordaban muy bien esos momentos donde había dado rienda suelta a sus habilidades retóricas y movido los ánimos con el don de la palabra. He aquí como ejemplo uno de esos momentos, que se asemeja más a la arenga política de un ideólogo que a las directivas de un guía espiritual.

Ni qué decir, las conferencias de Figari eran luego impresas para ser estudiadas a fondo. Y a decir verdad, en muchas de ellas se repetía siempre lo mismo, sin aportar nada nuevo. Pues el supuesto pensamiento de Figari no pasa de ser una ideología religiosa que se basa en unos cuantos principios repetidos hasta la saciedad. Muchas veces Figari disimulaba la falta de profundidad de sus ideas utilizando términos esotéricos o neologismos de cosecha propia, que le conferían a sus planteamientos un aura metafísica que deslumbraba a los neófitos, pero que en el fondo es sólo una mera apariencia que oculta su vacío argumental. Por más que sus allegados crean lo contrario, Figari no tiene la talla de un intelectual católico. El único sitio no vinculado a la Familia Sodálite donde se le menciona como uno de los principales pensadores católicos de América Latina («one of the main Latin America thinkers») es la Wikipedia en inglés, que se limita a reproducir una frase que aparece en las páginas oficiales del Christian Life Movement (Movimiento de Vida Cristiana) en Estados Unidos y Canadá. Vale la pena mencionar que el artículo sobre Figari que aparecía en la Wikipedia en español fue borrado porque no se ajustaba a estándares enciclopédicos y caía bajo la sospecha de ser únicamente propaganda de una institución y su líder.

Este líder, que requería de sus seguidores que dejaran padre y madre para “conformarse con el Señor Jesús bajo la guía de María” —y bajo la guía efectiva de su propia persona, por supuesto—, tenía cosas en común con aquel otro líder, al cual habría seguido en la década de los ’60 hasta el punto de viajar a Brasil para conocerlo personalmente, a saber, Plinio Corrêa de Oliveira, fundador del grupo conservador Tradición, Familia y Propiedad. Al igual que él, Figari le tenía una gran veneración a su propia madre, en cuya casa ubicada en el distrito de San Isidro (Lima) siguió viviendo, no obstante que a sus discípulos con vocación a la vida consagrada les exigía dejar el hogar materno para unirse a la “familia espiritual” que él había fundado. En cierto sentido, se llegó a contraponer la familia espiritual a la familia carnal, teniéndose la primera por más auténtica que la segunda. Una familia donde la Virgen María es la madre, Jesús el hermano que hay que “encarnar” en el propio ser, el Padre eterno aquel que nos acoge como verdaderos hijos de Dios. El problema era la figura de Figari, que terminaba siendo asimilada en la psique de sus seguidores como un padre sustituto de aquellos padres a los cuales se había dejado atrás. Recuerdo cuando en San Bartolo el mismo Figari nos preguntaba si estábamos dispuestos a morir por él. O cuando nos preguntaba si verdaderamente lo amábamos, como suelen preguntar algunos padres a sus hijos, o los amantes a su amada. O cuando nos decía que sólo éramos verdaderos sodálites si él nos ordenaba que estrelláramos nuestras cabezas contra un muro de piedra, y nosotros efectivamente estábamos dispuestos a hacerlo sin dudar. O cuando se realizó una dinámica grupal, según me contó un exsodálite, en que se les planteó a unos muchachos que estaban de formación en San Bartolo una situación ficticia en que se atentaba contra la vida de Figari. Uno de los chicos hacía de Figari, otros hacían de asesinos, y los otros tenían que impedir que éstos últimos cumplieran su cometido, poniéndoseles en medio y recibiendo todos los golpes que iban destinados al supuesto Figari. Al final, los “guardaespaldas” terminaron magullados de veras —pues los golpes no eran fingidos—, pero contentos de haber protegido la vida del ser más venerado por ellos en la tierra.

Figari también solicitaba un trato especial para él. Todos los demás teníamos que cumplir horarios, pero él no cumplía ninguno. Él buscaba controlar a todos, pero nadie lo controlaba a él. Después de trabajar en los años 70 como maestro de escuela dando el curso de religión, no se sabe que haya ejercido ningún oficio. Cualquier deseo particular suyo respecto a comida y bebida tenía que ser cumplido, sin escatimar en gastos. Lo cual contrastaba con los presupuestos ajustados que había en las comunidades, donde las comidas eran austeras y se veía siempre la manera de ahorrar para que el dinero disponible alcanzara hasta fin de mes. Se iba de vacaciones al extranjero y viajaba con relativa frecuencia. Siempre lo acompañaban uno o más miembros de la cúpula sodálite, pero sobre todo Germán Doig, su discípulo predilecto. Mientras tanto, a los miembros de comunidad les eran negadas todo tipo de vacaciones —derecho del que disfruta hasta el Papa—, y los únicos días donde se podía tener auténtico esparcimiento eran los domingos y días festivos.

El poder de Figari era tal, sustentado en una doctrina que predica una obediencia absoluta donde no puede haber defecto por exceso, que él solo decidía quién era admitido al Sodalicio, quién pasaba al siguiente nivel dentro de la escala de rangos de la institución, dónde iba a vivir cada uno, qué iba a estudiar cada uno, quién iba a ser sacerdote y quién iba a ser superior en cada una de las comunidades. Decidía incluso con qué sacerdotes les era permitido confesarse a los miembros de las comunidades y con cuáles no. Me hace recordar un célebre dicho que siempre repetía mi madre, sin saber que era de Lord Acton: «El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente». ¡Cuánta razón tenía!

En estas circunstancias, la dependencia que se generaba hacia Figari llegaba a ser tal, que muchos sodálites hacían lo que tenían que hacer sólo con el fin de obtener su aprobación. Se llegaba al exceso de que sólo se buscaba cumplir la voluntad de Figari, hasta el punto de que sus gustos y preferencias personales eran asumidas por varios sodálites como preceptos a observar. Si a Figari una vianda determinada le gustaba, entonces ésta también debía ser consumida por otros sodálites. El estilo en el vestir y el calzado que a Figari le gustaba constituían la norma según la cual los sodálites de comunidad debían adquirir su propia ropa y sus zapatos. Los libros y películas que a Figari le gustaban eran los libros y películas que también debían gustarle a los sodálites.

Fue precisamente en este punto que comencé a tener discrepancias interiores con Figari, lo cual haría que poco a poco comenzara a resquebrajarse el pedestal que tenía en mi interior. Yo era un ávido lector de literatura y tenía también una afición cinéfila que con el tiempo iría desarrollándose aún más. Los juicios de Figari sobre las obras de algunos escritores me parecían muy superficiales y antojadizos, y contradecían la opinión que yo me había formado sobre esos obras. Por ejemplo, Figari había escrito un artículo sobre César Vallejo, en que lo presentaba como un hombre en busca de Dios a través de una poesía críptica cargada de reminiscencias nostálgicas del Ser Absoluto. Sin embargo, su análisis no tenía en cuenta la evolución en el tiempo de la obra de Vallejo. La conclusión a la que yo llegaba después de haber leído toda su obra poética era que Vallejo partía de una fe desgarrada y dolorosa en su primer poemario, y luego iba evolucionando hacia una actitud vital más comprometida socialmente pero más escéptica hacia los temas religiosos. Una lectura atenta de su prosa confirma a grandes rasgos esta hipótesis. Asimismo, cuando supe que Figari detestaba el cine de Woody Allen, que yo recientemente acababa de descubrir, me quedó claro que en cuestiones opinables se podía mantener divergencias con él, aunque ciertamente eso generaba discusiones con otros miembros de la comunidad, cuyo formateo mental era mucho más profundo. Figari también tenía la última decisión en lo que se refería a grabar y publicar canciones compuestas por miembros de la comunidad sodálite. Cuando rechazó algunas de mis canciones, ya sea porque según él no iban con el estilo sodálite o simplemente porque no llegaba a entenderlas del todo, quedé aún más decepcionado y poco a poco fue creciendo en mí la convicción de que dentro de los muros del Sodalicio no había cabida para la libertad artística.

Como anécdota curiosa, puedo contar lo siguiente. En una de esa reuniones sabatinas con Figari, muy comunes en los inicios de las comunidades sodálites, cuando todavía no se habían implementado los centros de formación en San Bartolo, Figari estaba hablando sobre alguno de los temas esotéricos que a veces le gustaba tocar (yoga, filosofía budista, ascetismo hindú, los chakras o puntos energía del cuerpo, hipnotismo, quiromancia, etc.). Se le ocurrió comparar las líneas de sus manos con las de las mías, y le fastidió que la línea del arte fuera más larga en mi caso que en el suyo. Pues Figari siempre se ha considerado a sí mismo un buen apreciador de arte. Incluso alguna vez intentó componer canciones que fueran himnos que se usaran ad intra del Sodalicio. Tenía un gusto particular por la música marcial, en concreto las marchas, de las cuales tenía algunas grabaciones en cassettes, sobre todo marchas e himnos de la Guerra Civil Española. Pues tengo que confesar que en varias ocasiones tuve que cantar al unísono con otros una canción que había compuesto Figari y que ya entonces me parecía musical y textualmente muy pobre. Como el chirrido de una tiza sobre la pizarra. La canción comenzaba así: «Somos en este mundo / mensajeros del Señor, / vamos por la vida / llamando a todos a Dios». La intención de Figari de intervenir continuamente en la forma cómo se cantaban las canciones religiosas populares en el Sodalicio, buscando acomodarlas a un pretendido estilo sodálite, ha llevado a que en ámbitos de la Familia Sodálite se interpreten esas canciones con variaciones de melodía y de letra que distorsionan el canto original. Ejemplos sobran.

Aun cuando durante mucho tiempo seguí pensando que a Figari se le debía seguir y obedecer en cuestiones de doctrina teológica y disciplina espiritual, pues seguía creyendo en la inspiración divina que tenía como fundador de una institución cuyo carisma había sido aprobado por la Santa Sede, ya había comenzado a poner en duda su autoridad en ciertos campos. Tal vez ésa sea una de las razones por las cuales mi ascenso en la escala de rangos dentro del Sodalicio fue lenta y tomó mas tiempo de lo acostumbrado. Tomo esto como una señal más de que algo no marchaba bien en el Sodalicio. Y de que Dios me estaba conduciendo poco a poco por otros caminos.

Como otra señal premonitoria podría tomarse una anécdota que acaeció durante mi primer año en comunidad. Corría el año 1982 y vivía yo entonces en la comunidad Nuestra Señora del Pilar en Barranco (Lima). A José Antonio Eguren le había sucedido Alfredo Garland en el puesto de superior de la comunidad. Por algún motivo, yo me había quedado en la mañana en la casa y, como era costumbre, tenía que estar atento a cualquier llamada telefónica que entrara. Uno de los miembros de la comunidad, el Galletón, a quien llamábamos también cariñosamente el Gordo F, llamó desde la Facultad de Teología, donde tenía clases. Yo contesté al teléfono, sin saber quién era el que estaba al otro lado de la línea. La conversación fue como sigue:

– ¡Aló!
– Hola, Martin.
– Hola, ¿quién habla?
– (Risas) Yo, pues, Martín.
– ¿Quién?
– Tu superior.
– ¿Alfredo?
– No. (Risas)
– ¡¿Luis Fernando?!
– (Risas) No, soy yo, el Galletón.
– ¡Ya pues, Gordo, no jodas!

Yo efectivamente no había reconocido la voz y caí redondo en la broma. Por esas casualidades de la vida, una vez que colgué el teléfono, a los diez minutos llamó el mismo Luis Fernando Figari, generándose el siguiente diálogo:

– ¡Aló!
– Hola, Martin.
– Hola, ¿quién habla?
– Tu superior.
– ¡Ya pues, Gordo, no jodas!
– ¿Qué te pasa? ¡Soy Luis Fernando!

Sentí en ese momento que el suelo se hundía bajo mis pies. Esta vez había llamado no el Gordo F al que conocíamos como el Galletón, sino el otro Gordo F, al cual algunos sodálites llamaban coloquialmente como “el Hombre”. Le pedí disculpas tartamudeando y le expliqué las circunstancias que habían ocasionado mi respuesta. Se rió y la cosa no tuvo mayores consecuencias. Sin embargo, desde entonces tuve el privilegio clandestino de haber sido la única persona que le había dicho «no jodas» en su cara al mismo Luis Fernando Figari. A no ser que haya algún otro que haya hecho lo mismo, y yo no me haya enterado. Si bien mi réplica se debió a un malentendido, vista desde la distancia cobra un significado simbólico y profético, pues de una u otra manera se convirtió en premonición de una decisión que tarde o temprano habría de tomar.

Para quien quiera desvincularse del Sodalicio y del formateo mental que sufren quienes han pasado por la institución, es necesario y saludable mandar a la mierda de manera simbólica a Figari, derrumbar el ídolo que ha sido colocado en el altar del propio recinto interior y al cual durante años se le ha rendido pleitesía, asimilando su pensamiento y sus criterios, buscando agradarle mediante una obediencia complaciente y absoluta, y manteniendo una ceguera obsecuente ante sus debilidades humanas y sus desvaríos intelectuales. Gracias a los métodos de formación y disciplinarios que se han aplicado en el Sodalicio, la figura de Figari ha sustituido en la psique de muchos a la figura paterna, y les da la sensación de pertenecer a una familia con lazos más fuertes que los que nos unen a nuestra familia natural. Por eso mismo, la caída del ídolo se presenta muchas veces como una tragedia, que, en el peor de los casos, puede conducir a trastornos mentales y a amagos de desesperación.

Admito que desprenderse de la figura de Figari no es fácil y sencillo. A mi me costó mucho tiempo y tuve que pagar el precio de pasar por graves conflictos interiores. Como ejemplo, puedo mencionar que el 7 de noviembre de 2003, ya estando en Alemania domiciliado en la ciudad de Wuppertal, le escribí una carta respetuosa que le hice llegar a través de una persona conocida que se iba a entrevistar personalmente con él, pues Figari y compañía estaban realizando uno de sus viajes a Europa. Allí le decía yo a Figari:

«Quiero que sepas que siempre guardo las promesas que he hecho y que mantengo una gratitud inmensa a quienes siempre me tendieron su mano amiga en la comunidad sodálite. Si de algo puedo preciarme es de nunca haber traicionado la confianza de quienes se han fiado de mí. Por eso mismo, reafirmo mi fidelidad al llamado que Dios me hace en su Iglesia a través del Sodalicio y espero poder servir dentro de la misión evangelizadora a la que estamos llamados (para lo cual he tenido a veces que abrirme el camino a “machetazos” y seguir adelante a pesar de las comentarios maliciosos y las zancadillas inesperadas)».

Si bien entonces ya tenía algunas reservas frente a la persona de Figari, todavía no había roto la conexión umbilical que artificialmente me habían implantado en la mente. Eso vendría definitivamente después a través del arte. Componer canciones ha sido para mí más que un hobby, pues en los temas cantados que han ido surgiendo de mi inspiración he plasmado poéticamente mis propias vivencias y de alguna manera me han servido para procesarlas. La composición musical ha constituido siempre para mí un acto de catarsis y de liberación. Quienes me conocen saben que cuando compongo, la cosa va en serio.

La canción que compuse, Usted, si bien se inspira en Figari, tiene un contenido que va más allá de la referencia a una persona y adquiere un alcance universal. Así lo expresé yo en mi blog LA GUITARRA ROTA (ver http://laguitarrarota.blogspot.de/2009/03/ineditas-usted.html):

«La canción surgió en torno a la idea de los absolutismos ideológicos, que no toman en consideración las vivencias del hombre concreto y quieren cortarle alas a la poesía a través de filosofías rígidas y conceptos estereotipados, desconociendo el lenguaje más profundo de las manifestaciones artísticas. Como lo auténtico sólo puede surgir de un amor apasionado, nació de mi inspiración una frase de la cual brotó, no sin esfuerzo adicional, toda la canción: “usted nunca conoció el amor de una mujer”.

Usted es la personificación de la armadura sobre el cuerpo vivo, de la tiranía de la ideología sobre la vida y la sangre, de la filosofía estéril queriendo aprisionar la poesía y el amor en sus rígidos esquemas, de la absolutización del discurso abstracto sobre la libertad humana.

En fin, usted puede ser muchas cosas o personas. La canción invita a ser completada por la experiencia personal de quienes la oigan, a fin de identificar en cada uno al usted de quien hay que despedirse para ser verdaderamente libres».

Hay otra referencia a Figari en aquella que considero la mejor canción que he compuesto hasta ahora, Declaración de principios (ver http://laguitarrarota.blogspot.de/2011/09/ineditas-declaracion-de-principios.html). Esta canción comenzó a gestarse poco después de haber estado en Lima para visitar a mi querida madre en enero de 2010, poco antes de que falleciera. En esa ocasión tuve un conversación personal con un sodálite cercano sobre los problemas que yo veía en el Sodalicio y que han sido señalados en este blog. Lamentablemente, la conversación no llegó a nada, pues es difícil —si no imposible— mantener un diálogo normal con alguien que todavía tiene a Figari metido entre ceja y ceja —como si de un amo de marionetas se tratara— y que era ciego a mis intenciones de ayudar a una institución que forma parte de la Iglesia católica, aunque yo en ese entonces ya había tomado la decisión de desvincularme de ella. Las primeras líneas de esa canción fueron fruto de esa conversación, que para mí resultó una experiencia desconcertante y frustrante.

Terminé de componer la letra de la canción a inicios de julio de 2011. En ese año y medio de gestación, esta composición fue recogiendo mis impresiones sobre la crisis del capitalismo, la protesta de los indignados en España, las masacres en las guerras donde había intervención de los Estados Unidos, los encubrimientos de la jerarquía católica, en fin, de todo un poco, para terminar redondeando un himno a la esperanza, una proclama a favor de una revolución pacífica pero radical. Como cosa curiosa, cabe mencionar que la canción fue terminada poco antes de que el gran Facundo Cabral fuera asesinado el 9 de julio de 2011 en Guatemala, y las siguientes líneas parecen referirse a él:

yo no quiero que repitas
las consignas manuscritas
de los viejos sin perdón
que asesinan al cantor

Las líneas inspiradas en Figari son las siguientes:

yo no quiero que me digas
que más pesa la barriga
de un señor en pedestal
que mis sueños de cristal

yo no quiero que me pidas
que incinere las heridas
del recuerdo en el fanal
de una historia sin final

sólo quiero que me oigas, compañero
que ya es hora de pisar otros senderos
y dejar el vertedero
que lucía su oropel
y arrugaba su pescuezo de papel

yo no quiero que me sigas
cotejando con la hormiga
que abandona su nidal
por afanes de panal

yo no quiero que me impidas
cosechar mi propia espiga
amanecida en el trigal
y ofrecida para el pan

sólo quiero que confíes, compañero
en las manos que resguardan los luceros
y en los melocotoneros
que atesoran la estación
de una primavera a punto de erupción

Figari ya cayó de su pedestal. No hay vuelta atrás. Pero todavía siguen vivas las consecuencias de lo que él ha hecho. Y en muchas personas hay heridas que aún no han cerrado. Incluso hay quien ha vencido el miedo y se ha atrevido a presentar una denuncia ante el arzobispado de Lima por supuestos abusos psicológicos y sexuales cometidos por quien fuera Superior General del Sodalicio de Vida Cristiana (ver https://web.archive.org/web/20160308072219/http://diario16.pe/noticia/8687-denuncian-a-fundador-del-sodalicio-vida-cristiana-por-abuso-sexual). Las condiciones para que ocurrieran los hechos denunciados estaban dadas: una persona con autoridad absoluta que no daba cuenta a nadie de sus actos y generaba en sus subordinados relaciones de dependencia casi total.

Figari pasa a engrosar la lista de superiores cuestionados que han renunciado por “motivos de salud”, como el Padre Carlos Buela, fundador del Instituto del Verbo Encarnado, quien agradece en la carta respectiva que la Santa Sede se haya abstenido de intervenir su institución gracias a su renuncia (ver http://www.aciprensa.com/noticias/fundador-de-instituto-del-verbo-encarnado-presenta-renuncia-al-papa/); o el P. Álvaro Corcuera, sucesor del P. Marcial Maciel en la dirección de los Legionarios de Cristo (ver http://www.periodistadigital.com/religion/vida-religiosa/2012/10/11/alvaro-corcuera-abandona-la-direccion-de-los-legionarios-de-cristo-religion-iglesia-vaticano-maciel-paolis.shtml). El tiempo dirá si Figari entra también a formar parte de la lista de superiores cuestionados por cometer abusos, como el ya mencionado P. Maciel; o el P. Gino Burresi, místico estigmatizado y fundador de los Siervos del Inmaculado Corazón de María, quien abusó sexualmente de varios seminaristas (ver http://www.unitypublishing.com/Apparitions/GinoDetails.htm); o el P. Alfonso Durán, fundador de Miles Iesu, quien cometió graves abusos de autoridad que causaron heridas psíquicas en los miembros de su instituto y sus familiares (ver http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2010/07/30/fundador-miles-jesu-abusos-autoridad-iglesia-comisario-vaticano-religion.shtml); o el francés Gérard Croissant, fundador de la Communauté des Béatitudes, conocida en español como Comunidad de las Bienaventuranzas o del León de Judá (http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2011/11/18/otro-caso-maciel-en-francia-por-triplicado-iglesia-religion-abusos-vaticano-sexo.shtml); o el P. Fernando Karadima en Chile, quien aprovechó su puesto de autoridad para cometer abusos contra quienes estaban a su cargo. Pues no deja de llamar la atención que sean dos personas pertenecientes al círculo íntimo de Figari —Daniel Murguía y Germán Doig— quienes hayan estado involucradas en escándalos sexuales que son ya de conocimiento público.

Esperamos que el Cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, quien ahora se presenta como defensor de los derechos humanos frente a sus detractores, le dé trámite adecuado a la denuncia que duerme el sueño de los justos en las oficinas del tribunal eclesiástico de su jurisdicción, para ver si también es defensor de los derechos humanos de las víctimas del cuestionado líder de una institución que le ha prestado su apoyo incondicional. En todo caso, se trata de algo necesario ya sea para “limpiar” el nombre de Figari en caso de que las denuncias sean inconsistentes, ya sea para aplicarle las sanciones correspondientes en caso de que resulte culpable, ya sea para que la imagen pública que ahora quiere proyectar Cipriani no sea vea empañada por el epíteto de “encubridor”.

Si algo queda fuera de duda son los “motivos de salud” que ha aducido Figari para justificar su renuncia. No tenemos certeza de que sea su propia salud la que esté en juego, pero ciertamente es beneficioso para la salud de aquellos que todavía permanecen en el Sodalicio y para la salud de toda la Iglesia el hecho de que él haya abandonado la palestra. Le estamos agradecidos de todo corazón.

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Un párrafo de la Memoria 1979 de Luis Fernando Figari, Superior del Sodalitium Christianae Vitae, da cuenta de qué pensaba Figari de los padres que se oponían a que su hijo entrara a formar parte de la institución. No tengo la certeza de que se opusieran realmente a que su hijo tuviera un compromiso cristiano —pues simplemente podrían haber desconfiado de un líder y de una institución que ya entonces presentaban características sectarias—, pero ésa es la interpretación que de antemano, antes de cualquier análisis, asumía Figari. De este modo, el Sodalicio quedaba a priori libre de toda culpa y responsabilidad, y los padres de familia cargaban con toda la culpa de oponerse a una iniciativa “querida” por Dios. No se admitía la posibilidad de que fuera el Sodalicio mismo el que estuviera mal y hubiera dado motivo para esas actitudes de oposición por parte de los padres. Y a decir verdad, en buena lógica cada caso requeriría ser analizado individualmente, algo a lo cual son poco afectos la mayoría de los sodálites, que suelen actuar por principios ideológicos. Veamos pues el texto.

«…quiero sí referirme a un dolor que se clava en lo profundo del alma, y que con el correr del tiempo y nuestra mayor presencia apostólica, se hace más frecuente. Me refiero a la tragedia que constituye que muchos padres que se dicen cristianos pongan todo género de trabas en el crecimiento en la fe de sus hijos. Ya, cuando el Padre Gerald Haby nos acompañaba en el sendero por el que el Señor nos convoca, ya en ese entonces se asombraba él de la manera reacia en que muchos padres, demasiados, reaccionan frente a un compromiso auténticamente cristiano de sus hijos. Ese fenómeno lo vemos crecer en la misma medida que observamos el desarrollo de nuestros trabajos apostólicos. Duele porque no es un ataque que viene de fuera, sino de dentro. Un ataque, que a veces se torna cruel por su refinamiento y su sistematización, que causa daño a miembros de nuestra comunidad que desean entregarse cada vez más plenamente al Señor. Que hace tambalear a jóvenes que ven en Cristo el camino de liberación. Hemos sido testigos de hechos inenarrables que llevan a comprender por qué en nuestro medio se puede hablar de crisis de la familia. Aunque, quizá fuera mejor hablar de crisis de amor. Y, cuando el joven da muestras de acoger un llamado del Señor para entregar toda su vida a la Iglesia a través de Santa María, muchas veces esas agresiones a las que nos venimos refiriendo se tornan en furibundas reacciones en contra de la misma fe y hasta de Dios, sin abandonarse por ellos actitudes increíblemente coercitivas de parte de padres que dicen amar a sus hijos. Por ello digo que más que crisis de familia habría que hablar de crisis de amor. ¿Qué es la familia si no hay amor? ¿Una célula social? ¿Un ente donde se mezclan intereses contrapuestos? Será cualquier cosa pero del todo alejada a ese misterio de amor, a ese sacramento de la presencia amorosa de los cónyuges y los hijos que le dice al mundo que Cristo Jesús es su centro y su vida. El asunto es por lo demás doloroso. Pero es tremendamente real y hasta cotidiano. Siempre me llamó la atención el relato con que un prestigioso autor de obras vocacionales empezba uno de sus más conocidos trabajos. Me refiero a aquella historia del sacerdote que ingresa a la iglesia a su cargo y descubre a una señora rezando incesantemente al Señor, en un tono de voz algo elevado, por que envíe vocaciones a su Iglesia. El sacerdote escuchó el final de la plegaria: “…pero no los escojas de entre mis hijos”. ¡Qué incoherencia la de esa señora! ¡Y qué triste ignorancia del regalo que para cualquier hombre es el gratuito llamado del Señor! Pero, así es la vida. Y así de oscuro suele ser el corazón humano. Aquellos quienes viven y sufren esta realidad dolorosa descrita deben tener confianza en los caminos de Dios, y permanecer siempre leales al llamado que el Señor les ha hecho llegar. Él les fortalecerá. Esta situación deplorable que no es sino un reflejo más del pecado original y de la consecuente crisis en que se debate nuestra sociedad, ha motivado una reflexión constante de aquellos hermanos nuestros invitados por el Señor a dar un testimonio de amor a través de la vida matrimonial».

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Las versiones oficiales de la biografía de Figari han ido cambiando de acuerdo a las circunstancias históricas por las que ha pasado el Sodalicio y según lo que los responsables creyeran en cada momento que era conveniente que se supiera públicamente. He aquí las tres versiones que aún se pueden encontrar en la red.

La versión actual de la vida de Luis Fernando Figari que aparece en la página oficial del Sodalicio de Vida Cristiana:
https://web.archive.org/web/20130615115112/http://sodalicio.org/fundador/

Una versión anterior, que contiene un relato más detallado de los orígenes del Sodalicio, no del todo compatible con la versión actual:
http://www.elenciclopedista.com.ar/sodalicio-de-vida-cristiana/

La versión que aparece en la página oficial del Movimiento de Vida Cristiana, que incluye más datos personales de Figari previos a la fundación del Sodalicio:
https://web.archive.org/web/20120304074905/http://www.m-v-c.org/lff/

Esta última versión contenía algunos párrafos que han sido eliminados —como, por ejemplo, una alusión a Tradición, Familia y Propiedad—, que todavía se pueden leer en esta versión:
http://mvc-sanjuanapostol.blogspot.de/p/nuestro-fundador-luis-fernando.html

Por último, he aquí una entrevista que concedió Figari a la agencia vaticana Fides, que no se diferencia mucho de otras entrevistas que ha concedido a lo largo de su vida:
http://www.zenit.org/es/articles/habla-el-fundador-de-la-familia-sodalite

OBEDIENCIA Y REBELDÍA

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Una de las cosas que siempre me ha ocasionado rechazo en muchos hombres de Iglesia ha sido su pretensión de tratar a los fieles católicos como un rebaño, como un conjunto de ovejas cuyo principal deber es obedecer, como seres humanos que padecen un determinado grado de ignorancia respecto a los asuntos más importantes de la vida y que sólo vencen esta ignorancia en la medida en que son instruidos por ellos mismos y siguen a pie juntillas lo que ellos enseñan, no obstante que la impresión que ellos mismos dan —salvo contadas excepciones— es de una mediocridad insondable. No sé si tengo esta predisposición por natural propio, o tal vez heredada de mi madre, la cual si bien nunca dudó de su condición de católica, comenzó a preocuparse por mi futuro cuando me vio involucrado con el Sodalitium Christianae Vitae (SCV), temiendo que tanto interés por la religión católica me llevara a terminar de cura, lo cual significaba para ella una vida marcada por la mediocridad. Lo de mi madre no era una conclusión meditada, sino una espontánea reacción ante lo que naturalmente irradiaban tantos pastores de la Iglesia.

Curiosamente, yo mismo siempre he compartido esta reacción. Será tal vez éste uno de los motivos por los que nunca me sentí atraído por la carrera sacerdotal, no obstante reconocer actualmente que se trata de una opción de vida a través de la cual un hombre puede realizarse plenamente, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor que es Jesús, que da su vida por sus ovejas, las trata con amor, respeta su libertad y su dignidad, e incluso aprende con humildad de ellas. Sin embargo, cuando tomé contacto con el Sodalitium me encontraba en una encrucijada de mi vida, en la cual se me abría, como una de tantas posibilidades, la de alejarme de la Iglesia, porque se me presentaba sin sustancia, algo así como un club familiar para personas sin aspiraciones y satisfechas con su propia mediocridad de humanos decentes, borregos que pacen en el redil de una moral burguesa, sin riesgos, sin compromisos, sin aventura, sin nada que los lleve más allá, por caminos incógnitos, en busca del secreto íntimo de la existencia y del sentido de la vida misma.

El Sodalitium me ofreció un espacio de rebeldía, que creaba posibilidades de comprometerse con Cristo y con la Iglesia, pero a la vez no siendo parte de la masa inerte que no ve más allá de sus propias narices. No había eclesiásticos entre nosotros, no le debíamos obediencia a ninguno, y desde esa posición teníamos la libertad y el desparpajo de criticar a los miembros del clero —entre nosotros por supuesto—, juzgando quién se comportaba de acuerdo a su dignidad sacerdotal y quién no. En cierto sentido, considerando que me sentí atraído por la figura de Jesús y por el misterio de la Iglesia sobre la base de un discurso que criticaba al clero, terminé sintiéndome como un anticlerical al servicio de la Iglesia.

Esta distinción entre Iglesia y hombres de Iglesia asumida casi inconscientemente desde un principio me ha acompañado toda mi vida desde entonces y ha sido para mi garantía de libertad, así como también ancla que ha mantenido firme mi fe a lo largo de los embates de mi existencia. «Los hombres de Iglesia no son la Iglesia», le decía Juana de Arco a los jueces eclesiásticos que le decían: «La Iglesia te condena». Esta distinción es esencial para no caer en un clericalismo que sólo tiende a confundir las cosas, y que lleva a una especie de fanatismo en el cual se asume que defender a la Iglesia consiste en defender a las autoridades eclesiales —llámense obispos y sacerdotes— a toda costa y hacerlas inmunes a toda crítica, a no ser que caigan en faltas graves públicas —las ocultas no cuentan—, en cuyo caso se les abandona a su suerte. Pueden ser incluidos entre las autoridades los fundadores y superiores de comunidades religiosas o de vida consagrada. Los laicos comunes y corrientes no entran dentro de la categoría de personas a las que se debe defender, y aun siendo miembros vivos de la Iglesia, no se les toma en cuenta cuando se habla de la Iglesia en el lenguaje coloquial.

Nuestra fidelidad como cristianos tiene como referencia a la Iglesia, un misterio en que se manifiesta la presencia invisible pero real de Dios, y no se fundamenta sobre los hombres concretos que forman parte de ese Pueblo de Dios. La Iglesia es ese misterio de Amor que se expresa en la comunidad viviente de los creyentes, del cual las autoridades son una parte, que deben estar siempre al servicio de los fieles y del bien común. Se puede ciertamente guardar fidelidad a los hombres —como la fidelidad que tiene un amigo con otro amigo, que nunca lo abandona—, pero no a costa de la verdad y la justicia. En ese sentido, he buscado no traicionar nunca la confianza de aquellos con quienes me he comprometido personalmente, independientemente de cuáles sean sus historias personales y sus opciones morales.

Presentándose el Sodalitium Christianae Vitae como una comunidad de amigos al servicio de la Iglesia, me quedó claro en ese entonces con quiénes me debía comprometer. Y también contra quiénes me debía rebelar. Al respecto se puede detallar una larga lista: mi madre, mis compañeros de colegio —a no ser que pudiera convertirlos —, mis amigos mundanos, los adultos de mi entorno cercano, mis profesores de colegio, los católicos mediocres, los marxistas, los partidarios del capitalismo liberal, los partidarios de la teología de la liberación, los curas críticos del Papa, los curas integristas, los curas que celebran mal la liturgia de la Iglesia, los curas que no usan vestimenta clerical, los curas reducidos al estado laical, los curas etcétera etcétera etcétera, los grupos juveniles parroquiales, los carismáticos —que eran incluso objeto de burla—, y más adelante mis profesores de teología que tuvieran ideas liberales o progresistas. Ni siquiera el Opus Dei quedaba libre de sospecha, al cual se le criticaba su resistencia parcial ante las reformas habidas después del Concilio Vaticano II y su falta de transparencia en sus actividades proselitistas, así como su marcado clericalismo… ¡cómo no!

Paradójicamente, como contrapartida a esta rebeldía se exigía en el Sodalitium una obediencia absoluta a sus autoridades. Al principio esta obediencia era entusiasta y de buena voluntad de nuestra parte, pues nos sentíamos deslumbrados por ciertas personalidades, que parecían encarnar un sano espíritu de rebeldía y oposición al mundo que rechazábamos. Sobre todo porque decían y hacían cosas fuera de lo común y parecían penetrarnos con su mirada y llegar a conocer hasta los más íntimos recovecos de nuestro ser. No sé si esto último fuera cierto, pero por lo menos nos lo parecía. De esta manera se cerraba el círculo. Y digo literalmente que se cerraba, porque todo el género humano quedaba separado a partir de entonces en dos ámbitos: los pocos que estábamos dentro del círculo y el resto.

La obediencia sodálite pretendía abarcar todos los aspectos de la persona. No sólo debíamos hacer lo que se nos ordenaba, sino también pensar y querer lo que se nos decía que debíamos pensar y querer. Si queríamos efectivamente cambiar el mundo —«de salvaje en humano, de humano en divino», según frase del Papa Pío XII (Exhortación a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952)—, entonces debíamos actuar como una máquina de combate, donde todos los miembros colaboran en vistas a un único fin y donde la menor disidencia es fatal. «El espíritu de independencia es la muerte de comunidad», se decía en un reglamento que Luis Fernando Figari, Superior General del Sodalitium hasta el año 2010, elaboró para las comunidades sodálites. Por “espíritu de independencia” se entendía algo más que un mero individualismo; se refería a toda iniciativa, todo pensamiento, toda acción que tuviera lugar sin considerar los fines del Sodalitium y sin tener en cuenta lo que el superior dispusiera. Por ejemplo, no había libertad para leer un libro sin que el superior de turno lo autorizara —aunque a veces se aplicaba esto de manera un poco más suelta, especialmente con aquellos que tenían más tiempo en la institución—. No estaba permitido pensar nada que no fuera compatible con el pensamiento único que imperaba en el Sodalitium y que tenía su fuente principal en Luis Fernando Figari. No había lugar para las propias aspiraciones personales. El propio futuro profesional debía ponerse al servicio de los fines del Sodalitium, pues nuestra felicidad se identificaba con ser buenos sodálites, ser santos, y ser sodálite primaba sobre cualquier otra cosa que fuéramos, cualquier cosa que decidiéramos estudiar o aprender, cualquier título académico que obtuviéramos. Y todo ello requería de la aprobación de los superiores y, en última instancia, de Luis Fernando mismo.

El control llegaba hasta el lenguaje —pues es sabido que quien controla el lenguaje, controla el pensamiento—. En el Sodalitium se fue creando un léxico propio, que debía ser vehículo de expresión de la espiritualidad sodálite y al cuál debían ceñirse todos los sodálites. A la vez, había términos que quedaban excluidos o eran reemplazados por otros.

Por ejemplo:

  • “Reconciliación” sustituye a “salvación” o “redención”.
  • “Alma” es excluido del lenguaje, “espíritu” está permitido.
  • “Plan de Dios” se permite, sustituyendo a “voluntad de Dios”, que no se permite.
  • “Dinamismo”, “ámbito” y “concreto” son palabras frecuentes, sin un significado claramente definido y determinado.
  • “Dios Amor” y “el Señor Jesús” son permitidos y muy frecuentes, tendiéndose a evitar expresiones más afectivas y naturales como “mi Dios”, “nuestro Dios”, “nuestro Señor Jesucristo” o “Jesucristo” simplemente.
  • “Ofensa” no era permitido para referirse al pecado (pues a Dios no se le puede ofender).

El resultado era curioso y a veces desconcertante. Para mucha gente la manera de hablar de los miembros del Sodalitium Christianae Vitae y de la Familia Sodálite parecía poco natural y postiza. Se originaba una especie de comunicación verbal ajena al común de los mortales, que requería a veces de traducción. Lo insólito de todo esto es que si aplicáramos a rajatabla estas reglas, habría que corregir incluso partes de la versión actual del Padrenuestro aprobada oficialmente por la Iglesia, a saber:

  • «Padre nuestro»
  • «hágase tu voluntad»
  • «perdona nuestras ofensas»

La obediencia se orientaba a lograr una unidad en varios aspectos, que originalmente se expresó como unidad de pensamiento, unidad de corazón, unidad de acción, unidad de oración, unidad de apostolado1. La “unidad de pensamiento” se reformuló posteriormente como “unidad de ideales”, lo cual, sin embargo, no significó en la práctica una modificación de la disciplina dirigida a lograr que todos los sodálites pensaran de la misma manera, que, en el fondo, no era otra cosa que la manera de pensar de Luis Fernando mismo. No es otro el motivo por el cual los libros publicados por miembros del Sodalitium y organizaciones afines se parecen tanto en los contenidos como en la manera de expresarse, teniendo en cuenta que eran revisados y corregidos por el mismo Luis Fernando antes de su publicación. La creatividad y el desarrollo de ideas propias no halla lugar dentro de estas coordenadas. Esto explica en parte la mediocridad, estrechez de miras y carencia de interés que reflejan las últimas publicaciones sodálites. Y la falta de un continuo desarrollo del pensamiento base, consecuencia ineludible del sofocamiento sistemático del interés intelectual y su reducción a los límites ideológicos preestablecidos.

Para lograr una obediencia férrea de todos sus miembros, los superiores del Sodalitium han aplicado técnicas de control mental, tendientes a socavar la autoestima y eliminar toda voluntad propia. Una de esas técnicas era la obediencia exigida a órdenes absurdas, es decir, órdenes que en sí mismas no tenían un fin en sí mismas, pero que debían ser obedecidas a toda costa, lo cual requería por parte del que obedecía una suspensión del entendimiento y un cumplimiento efectivo de lo ordenado, sin mediar objeciones. Incluso respecto a órdenes que tenían un fin determinado, pero que no era comprendido por el ejecutor de la orden, se exigía un cumplimiento inmediato, sin que se explicaran los motivos y, peor aún, sin que quedara abierta la posibilidad de preguntar por esos motivos. Las faltas contra la obediencia eran consideradas las más graves y eran castigadas en consecuencia. Según el mismo Luis Fernando, debíamos ser como un ejército donde todos cumplieran su función y eso no era posible sin la obediencia incondicional de todos.

De ahí que la obediencia fuera designada en el Sodalitium como la virtud por excelencia, como lo expresa el mismo Figari en su Memoria 1985, que lleva como título Por los caminos de Dios:

«Si bien ningún cristiano puede prescindir de la obediencia, independientemente de su estado, para el sodálite es como una columna vertebral. La obediencia tiene una dimensión interior que debe acompañarnos en todo momento. La actitud de apertura y acogida que ella supone deben ser motivo de cultivo asiduo. Virtud por excelencia de Cristo y Santa María, tiene un dinamismo ejemplar de configuración. El sentido ascético de la obediencia debe ayudarnos a estar plenamente disponibles para el cumplimiento del Plan de Dios, y ciertamente a la propia disciplina espiritual» (Memoria 1985).

No niego que la obediencia a la Palabra de Dios y a las instancias humanas en que ella se manifiesta sean algo fundamental en la vida del cristiano creyente. Pero por encima de la obediencia se sitúan siempre la fe y el amor, fuente de la libertad de los hijos de Dios, la cual permite una participación comprometida en el Pueblo de Dios que es la Iglesia, participación que se sitúa por encima de toda mediación institucional. Claramente se dice en el ritual de renovación de promesas bautismales:

«…recuerda que el día de tu Bautismo renunciaste a las seducciones del Maligno, como son: creerte el mejor; hacerte superior; estar muy seguro de ti mismo; creer que ya estás convertido del todo; quedarte en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos y no ir a Dios».

A los sodálites se les exige un acto de fe adicional: creer que la voz de Dios se manifiesta a través del Sodalitium y en particular a través de la voz del superior, sobre todo la de Luis Fernando Figari. Más aún, consideran que la aprobación pontificia que han recibido en 1997 es una confirmación irrefutable de esa creencia, sin tener en cuenta que existen varios casos de instituciones aprobadas por la Santa Sede en las cuales han ocurrido incidentes escandalosos y tienen incluso aspectos ideológicos y disciplinares cuestionables, como, por ejemplo, los Legionarios de Cristo. Personalmente, los sodálites por lo general no conciben su pertenencia a la Iglesia si no es a través de la mediación del Sodalitium. Esta creencia los lleva no sólo a la convicción errónea de que un cuestionamiento del Sodalitium es un cuestionamiento de la Iglesia, sino también a mantener una obediencia casi ciega a sus superiores, y a sacrificar su razón y su libertad en aras de ello.

La práctica de la obediencia era apuntalada en el Sodalitium por máximas que se repetían continuamente:

  • La obediencia es la columna vertebral del sodálite.
  • El pecado original fue principalmente un pecado desobediencia.
  • Se debe obedecer al superior en todo, menos en lo que sea pecado.
  • Quien sabe obedecer, sabrá después mandar.
  • El que obedece no se equivoca.

Esta última máxima se complementaba con la explicación de que, si bien el subordinado podía no conocer el sentido de la orden, el superior sí sabía por qué se daba la orden, por lo cual el que obedecía tenía que confiar en que eso era lo mejor y confiar ciegamente en el que daba la orden. Si lo ordenado era errado, la responsabilidad recaía en el superior y no en el que obedecía. Aun cuando el que obedecía pensaba que lo mandado constituía un error, debía obedecer. Una obediencia así planteada terminaba por enajenar la propia responsabilidad, pues ésta se transfería a otro —el superior— y a la larga terminaba produciendo personalidades alienadas que no sabían por qué actuaban y que sólo debían estar convencidas de que lo que hacían era lo mejor. Su única responsabilidad era buscar los medios para poder cumplir más eficazmente la orden, no tratar de entender el porqué de ella.

Esto sólo era posible sobre la base de una estructuración jerárquica y marcadamente vertical de las comunidades, estableciéndose una división entre los que saben y tienen cargos superiores, y los que no saben y están más abajo en la escala de rangos. Y los que saben no siempre estaban dispuestos a compartir la información que tenían, pues cierto grado de secreto garantizaba el dominio sobre los que no saben. Como es bien sabido, la ignorancia es semillero de sumisión. En este esquema, la ascensión en la escala de jerarquías garantizaba el acceso a mayor información.

Asimismo, la doctrina bíblica de que todo ser humano tiene un “hombre viejo” u “hombre de pecado” que se rebela contra el Plan de Dios y debe ser sustituido por el “Hombre Nuevo” que es Jesús, Dios hecho hombre, era instrumentalizada —no sé si a sabiendas o no— a fin de lograr una obediencia incondicional, minando a la vez la autoestima. Cualquier crítica, pregunta incómoda, objeción, por más válidas que fueran, eran acalladas mediante el argumento de que tenían su origen en el “hombre viejo”. Insistir era inútil, pues implicaba el riesgo de ser sometido a un castigo o medida disciplinaria. Sea como sea, las preguntas quedaban sin respuesta.

Este sistema, aplicado sin salvaguardias, termina hiriendo profundamente la psique humana y creando personas dependientes, incapaces de asumir responsabilidades por sí mismas en muchos asuntos. Además relega a un segundo plano lo que debe constituir la piedra angular del actuar responsable: la obediencia a la propia conciencia. ¡Cuántas barbaridades llegamos a cometer sólo porque no consultamos nuestra conciencia y asumimos que lo que hacíamos estaba bien, oleado y sacramentado, sólo porque actuábamos por obediencia! Yo mismo le oí decir a Luis Fernando en San Bartolo, un balneario al sur de Lima donde el Sodalitium mantiene casas de formación para sus miembros, que si él nos ordenaba que estrelláramos nuestras cabezas contra un muro de piedras, sólo éramos buenos sodálites si obedecíamos.

Por obediencia escribí el borrador de una tesis sobre la reconciliación en la teología para que otro sodálite de menor capacidad intelectual pudiera obtener el grado académico de licenciado en teología. Por obediencia yo y otro sodálite le dimos forma a una caótica tesis de tema jurídico-eclesiático que había elaborado un tercer sodálite y que también le serviría para obtener su licenciatura en teología. Por obediencia firmé un documento por el cual cedía a perpetuidad los derechos de algunas canciones compuestas por mí e interpretadas por Takillakkta, el grupo de música vernácula del Sodalitium, al Instituto Cultural Teatral y Social (ICTYS), una asociación de fachada del Sodalitium, sin que tuviera ninguna otra opción y sin ser informado de las consecuencias a futuro. Por obediencia firmé actas de reuniones del directorio de la asociación Vida y Espiritualidad —de la cual yo figuraba como miembro—, actas que eran obligatorias por ley, sin que las reuniones a que se referían se hubieran llevado jamás a cabo y sin que yo tuviera ninguna injerencia en la gestión de la asociación, que era en realidad gestionada por una sola persona, a saber, Germán Doig.

Por obediencia hice sentadillas con un saco de cemento de más de 40 kilos sobre la espalda, lo cual me dejó una semana sin poder inclinarme, obligándome a usar una faja hasta que los músculos dorsales hubieran sanado. Por obediencia he tenido que pasar noches en vela, aun cuando estuviera cansado, sin saber el motivo. Por obediencia he tenido que meterme al mar a las cuatro de la madrugada todos los días durante siete meses.

Por obediencia dejé que me dieran dos correazos sobre la espalda desnuda, estando a cuatro patas como un perro. Fue en 1983 durante una reunión con Luis Fernando en la desaparecida comunidad San Aelred, ubicada entonces en la Av. Brasil 3029 (Magdalena del Mar, Lima), estando presentes el superior Germán Doig y los demás miembros de la comunidad. La orden fue dada directamente por Luis Fernando y ejecutada por otro sodálite, a quien le vi titubear antes de propinar el primer correazo, por lo cual la orden le tuvo que ser repetida. Por lo menos hubo una señal de que la conciencia no había sido anestesiada en él. Poco tiempo después abandonaría el Sodalitium. El primer correazo, además de dejarme una marca, me hizo temblar de pies a cabeza. A continuación, Figari insistió en que se me diera un segundo correazo. El sódalite obedeció esta vez sin protestar. Cuando pensé que iba a venir el tercer correazo, la sola idea me produjo espasmos como si ya lo hubiera recibido. Figari detuvo entonces la prueba. Me preguntó cómo me sentía. Yo entonces dije que bien, pues me sentía orgulloso de haber soportado esa prueba sin ningún gemido. Luis Fernando concluyó entonces que ese tipo de ascesis fomentaba la soberbia y, por lo tanto, la espiritualidad sodálite le daba prioridad a las mortificaciones espirituales, que implicaban asumir con alegría los sufrimientos que de por sí trae la vida. Con esto quería demostrar que las mortificaciones corporales no tenían mucho sentido. Por cierto, esa reflexión no hizo que me desaparecieran de inmediato las marcas y el dolor que me habían dejado los correazos.

Pero no todo se daba sin fricciones, pues yo siempre he sido rebelde por naturaleza, y mi fidelidad a la Iglesia católica se la debo en parte al hecho de que el mundo actual es en gran parte contrario o indiferente a los principios de la fe cristiana y nunca he sentido la tentación de acomodarme a lo establecido. Lo cual no quita que me sienta insurgir el hígado, el páncreas y la vesícula contra la mediocridad y necedad enquistadas en varias áreas del catolicismo actual.

Es así que cuando Germán Doig me ordenó velar toda la noche en la capilla de la comunidad Nuestra Señora del Pilar (Barranco, Lima) en adoración al Santísimo, sólo por haber cabeceado durante la misa dominical en la iglesia de San José (Miraflores, Lima), cumplí a medias. Efectivamente, pasé la noche en la capilla, pero dormido en el suelo, arropado en una frazada que tomé a hurtadillas cuando todos se hubieron dormido y que devolví a su sitio antes de que todos se despertaran. He de admitir que me sentí humanamente frágil ante Jesús Sacramentado, pero protegido por su cálida misericordia durante el sueño. Pues Él no sólo cabeceó, sino que se quedó dormido en la barca cuando los Apóstoles necesitaban de Él en medio de la tormenta.

Tampoco pude someterme a la prohibición de escuchar todo tipo de música que no sea religiosa en las casas sodálites. Para mí renunciar a la música era como cortarme las venas, mutilarme espiritualmente. Y me resultaba absurdo el argumento aducido por Luis Fernando para prohibir incluso la música clásica profana —como las sinfonías de Beethoven, por ejemplo—: porque supuestamente despertaba sentimientos y pasiones, y los sodálites debían guiarse primordialmente por el entendimiento, sin caer en sentimentalismos de ninguna clase. Es así que apliqué algunas estrategias para evadir la orden. Además de canto gregoriano y piezas barrocas de tema religioso, ponía cantatas profanas y piezas de ópera, que hacía pasar por religiosas, gracias a la ignorancia musical e idiomática de mis congéneres sodálites. También me compré en secreto un walkman, en el cual podía escuchar la música que me viniera en gana durante las noches y cuando salía a la calle, sin que nadie se diera cuenta. En ocasiones, cuando me quedaba solo en una casa sodálite disponía de momentos para escuchar música, siempre atento al sonido de una puerta que se abriera, a fin de cambiar la música que estaba escuchando por la música religiosa permitida. De diciembre de 1992 a julio de 1993, durante mis últimos meses en la comunidad Inmaculada del Rosario en San Bartolo, el superior —a quien sigo admirando por su gran comprensión y sentido de humanidad— me permitió escuchar jazz y cualquier tipo de música clásica sin restricciones, previendo tal vez que yo estaba ya de salida.

Igualmente, cuando se me prohibió leer durante un tiempo cualquier libro que no fuera la Biblia, encontré la oportunidad para leer unos libros de bolsillo en papel biblia de la Editorial Aguilar, que cabían literalmente en la palma de la mano. Pude leer durante mis idas a comprar pan y en los momentos en que me hallaba solo La Ilíada y La Odisea, dos libros verdaderamente fascinantes de la literatura antigua. Lo paradójico es que haya leído estas obras a escondidas, como libros prohibidos, cual si hubiera estado viviendo en una edad oscura de la historia.

Y cuando no tenía esta restricción, tampoco se me pudo controlar lo que leía, pues yo no pedía permiso para leer un libro determinado. Ya era muy tarde. Había comenzado a pensar por cuenta propia y a seguir los dictados de mi propia conciencia.

El Señor de los Anillos de Tolkien fue otra obra que pude leer gracias a una estratagema. Me sentí desde un principio fascinado por la belleza y la profundidad de esta obra maestra. Lamentablemente, entre los sodálites de comunidades campeaba cierta ignorancia respecto a los alcances de la literatura, y dividían los textos entre ensayo (lectura seria) y novelas (lectura de entretenimiento). Según esta división simplista, no era posible encontrar algo intelectualmente sólido y útil para el estudio en la narrativa, mientras que los libros con análisis sistemático de contenidos intelectuales, las colecciones de artículos o las exposiciones de temas objetivos eran categorizados como material de estudio, al cual había que dedicarle mucho más tiempo. Las lecturas “recreativas”, si bien ocupaban un espacio, no merecían tanta atención. Aun teniendo la Biblia como el libro por excelencia —un libro donde la narrativa ocupa la mayor parte—, se mantenía esta concepción distorsionada.

Cuando comencé a leer la obra de Tolkien, mi superior de turno consideró que le estaba dedicando demasiado tiempo y me requisó el libro en cuestión, que no era más que el primer volumen de la obra completa. Cada uno de los tres volúmenes venía con una sobrecubierta propia. La manera que encontré para terminar de leer la obra fue tomar el segundo volumen, quitarle la sobrecubierta y un día en la mañana, cuando todos habían salido, introducirme en la habitación del superior y reemplazar el volumen primero por el segundo, dejando por supuesto la sobrecubierta del volumen primero puesta. Una vez que hube terminado de leer el primer volumen, bastó con devolverlo a la habitación del superior y dejarlo tal como lo había encontrado la primera vez.

Hubo otros casos en que mis actos de desobediencia eran motivados por la obediencia a una instancia superior, expresada en las leyes de la Iglesia. Cuando Luis Fernando dispuso que ningún sodálite de comunidad debía confesarse con un sacerdote que no fuera sodálite, desobedecí en conciencia y con conocimiento de causa. Pues el Código de Derecho Canónico prohíbe expresamente, en la sección correspondiente a institutos de vida consagrada y asociaciones de vida apostólica, que el superior de una casa de formación o comunidad laical determine con quién se deben confesar los miembros que allí viven: «Los Superiores reconozcan a los miembros la debida libertad por lo que se refiere al sacramento de la penitencia y a la dirección espiritual, sin perjuicio de la disciplina del instituto. […] En los monasterios de monjas, casas de formación y comunidades laicales más numerosas, ha de haber confesores ordinarios aprobados por el Ordinario del lugar, después de un intercambio de pareceres con la comunidad, pero sin imponer la obligación de acudir a ellos» (CIC, 630, §1, §3). Estas normas particulares se derivan de la norma general que establece que «todo fiel tiene derecho a confesarse con el confesor legítimamente aprobado que prefiera, aunque sea de otro rito» (CIC, 991). Yo actué con libertad, confesándome con el sacerdote que yo quisiera, pero guardaba silencio por temor a las represalias, pues yo mismo fui testigo de cómo un hermano de comunidad fue amonestado severamente y castigado en consecuencia sólo por haberse confesado con un jesuita y no con un sacerdote sodálite.

Asimismo, cuando en la Liturgia de las Horas se modificaban algunas expresiones o se agregaban palabras o frases a las oraciones oficiales, todo con el fin de que el texto expresara mejor la espiritualidad sodálite, yo tenía mis reparos, y cuando por algún motivo tenía que recitar solo las oraciones de la Liturgia de las Horas, lo hacía sin introducir los cambios mandados por Luis Fernando. Pues «la Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él» (Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 20, 2 de febrero de 1971) Y como dice la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, «nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia» (SC, 22 §3), pues «la reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo» (SC, 22 §1).

Uno de los más graves problemas que se presenta respecto a la obediencia es el relacionado con los Estatutos del Sodalitium. Se supone que todo sodálite se compromete a regirse por esos Estatutos, desde que hace su promesa de aspirante, la primera en la escala de rangos, a la cual le siguen las promesas de probando, formando en cuatro etapas, consagrado temporal, consagrado perpetuo, profeso temporal y profeso perpetuo. Sin embargo, el contenido de los mismos en su totalidad sólo es conocido por quienes han emitido por lo menos una promesa de profeso temporal. Antes de ese momento, sólo se tiene acceso a la parte introductoria —los quince primeros artículos— y sólo a partir de la promesa de probando. Esta parte introductoria sólo contiene definiciones y generalidades sobre el Sodalitium Christianae Vitae y su misión, sin enunciar ninguna norma. Las normas y procedimientos contenidas más adelante sólo son conocidas directamente por quienes están en los niveles superiores. Se origina así una situación absurda y surrealista, que es propicia a que se cometan abusos. Los sodálites en los niveles inferiores están sometidos a unas normas que deben obedecer, pero a cuyos contenidos no tienen acceso directo —y cuya formulación escrita desconocen—. Indirectamente pueden conocer algunas de estas normas, en la medida en que se las comuniquen los superiores y en base a la confianza de que lo que escuchan corresponde exactamente a lo que está escrito y no es una mera interpretación. Esta medida impide que los subordinados sepan si el comportamiento de sus superiores se ajusta o no a las normas, pero permite que los superiores puedan controlar de mejor manera a sus subordinados.

La estructura vertical del Sodalitium hace sumamente difícil, si no imposible, la autocrítica por parte de sus miembros, especialmente si no forman parte de lo que podríamos denominar la “cúpula”. Los que son de la cúpula también salen perjudicados, pues no tienen un feedback acertado de lo que está pasando en la institución. En estas circunstancias, el que quiera emitir una crítica constructiva sólo puede cosechar problemas. Pues la institución tiende a considerar las críticas provenientes de adentro como actos de rebeldía, y las que vienen de afuera como ataques.

La obediencia es presentada en la ideología sodálite como un camino de libertad, en la medida en que libera de todas las ataduras y hace a la persona disponible para el cumplimiento del Plan de Dios. ¿Pero qué Plan de Dios? Aquel que se expresa en el pensamiento de una sola persona, Luis Fernando Figari. ¿Y que ataduras? Todas aquellas que nos vinculan a la normalidad en este mundo, incluidas las de la responsabilidad y la propia conciencia. ¡Y hay que ver los malabares dialécticos que se hacen para justificar este concepto de libertad como renuncia a decidir por sí mismo!

Con el paso del tiempo el Sodalitium Christianae Vitae ha ido perdiendo su impulso inicial y ha ido evolucionando cada vez más hacia un conformismo eclesial y una uniformidad grisácea, perdiendo la fresca rebeldía que tanto me atrajo en sus inicios. Tiene más ex-miembros que miembros —lo cual es uno de los signos de su fracaso— y adolece de mediocridad intelectual y carencia de perspectivas. Su estructura verticalista y autoritaria, sus actitudes y métodos semejantes a los empleados por algunas sectas, su falta de sintonía con la gente normal son quizás algunos de los motivos por los que ha sufrido una considerable “sangría” de miembros. Y, lamentablemente, los intentos de cambio han sido muy tímidos, si no inexistentes. Ciertamente, todavía no es tarde como para darle un giro al timón y enrumbar en la dirección correcta. Eso deseo y espero de todo corazón. Por el bien de los sodálites y de la Iglesia.

NOTAS

1 La unidad sodálite, que yo aprendí originalmente como «unidad de pensamiento, unidad de corazón, unidad de acción, unidad de oración, unidad de apostolado» ha sido objeto de varias formulaciones en los documentos internos del Sodalitium. En la Memoria 1977 de Luis Fernando Figari se formula como «unión de vida, de pensamientos, de solicitud, de sentimientos, de acción» y en las Constituciones del SCV como «unidad de ideales, de vida, de oración, de corazón y de servicio» (Vocación y Espíritu, 6).

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A través de los enlaces correspondientes se puede acceder a los siguientes materiales de referencia:

Por los caminos de Dios (Luis Fernando Figari, 1985)
https://es.scribd.com/document/385846183/Por-Los-Caminos-de-Dios-Luis-Fernando-Figari-1985

Vocación y Espíritu (1989). Contiene los artículos 1 a 15 de los Estatutos del Sodalitium Christianae Vitae.
https://es.scribd.com/document/385846282/Vocacion-y-Espiritu-1989