“EL SACERDOTE”, UNA PELÍCULA PROFÉTICA

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Fotograma de “El sacerdote” (Eloy de la Iglesia, 1978)

A fines de los años 60 los obispos estadounidenses encargaron al P. Eugene C. Kennedy y al psicólogo Victor Heckler un estudio que lleva el título de The Catholic Priest in the United States: Psychological Investigations [El sacerdote católico en los Estados Unidos: Investigaciones psicológicas]. Entregado a los obispos en 1971, llegaba a la conclusión de que sólo el 7% de los clérigos estaban emocionalmente desarrollados, otro 18% estaba en proceso, 66% estaba emocionalmente subdesarrollado y un 8% presentaba un desarrollo emocional torcido. Por supuesto, el episcopado no discutió estos resultados e ignoró el informe. Craso error, pues la inmadurez afectiva de la mayoría de los clérigos explicaría no sólo la falta masiva de cumplimiento de su promesa de celibato, sino incluso los abusos sexuales en perjuicio de menores de edad cometidos a nivel mundial por un promedio de 4% de los sacerdotes.

Curiosamente, sin tener conocimiento de este estudio, esta realidad fue llevada a la pantalla en 1978 por el director de cine español Eloy de la Iglesia (1944-2006) en una película que en su tiempo fue considerada sensacionalista: El sacerdote. De hecho, algunos críticos de cine de la época calificaron sus películas de “groserías fílmicas”, pues el cineasta español no tuvo reparos en tocar temas provocadores en filmes como El techo de cristal (1971), La semana del asesino (1972), Nadie oyó gritar (1973), Una gota de sangre para morir amando (1973), Juego de amor prohibido (1975), La otra alcoba (1976), Los placeres ocultos (1977), La criatura (1977) y El diputado (1978). Por el naturalismo y la crudeza de sus películas, abordando temas incómodos, Eloy de la Iglesia ha sido comparado con cineastas como el italiano Pier Pasolini Pasolini, el alemán Rainer Werner Fassbinder y el español Pedro Almodóvar. Fuera de su afiliación al Partido Comunista de España, Eloy de la Iglesia compartía con los cineastas mencionados una condición humana de la cual nunca hizo un secreto y que se refleja en varias de sus películas: la homosexualidad.

Situándonos en Madrid de la segunda mitad de los años 60, cuando todavía Francisco Franco gobernaba España bajo el nacionalcatolicismo conservador compartido por la mayoría del clero —aunque en esos momentos ya se insinuaban algunos cambios modernizadores propiciados por el Concilio Vaticano II—, el film nos cuenta la historia del Padre Miguel, un sacerdote de 36 años que entró al seminario a en su adolescencia —cuando solo tenía 14 años de edad— a instancias de su madre y que ahora se ve obsesionado por un impulso sexual que le lleva a sentirse atraído por una de sus feligresas y a tener continuamente visiones relacionadas con el sexo, como, por ejemplo, imaginarse a una chica en bikini de un anuncio echada sobre el altar cuando le está rezando a la Virgen, o imaginarse a una pareja de novios a la que está casando —ella ya embarazada— realizando el acto sexual, o durante un agasajo después de la Primera Comunión de los niños, imaginarse a su feligresa preferida realizando un coito anal con su esposo en medio de la celebración.

Cuando el Padre Miguel le pide ayuda al Padre Alfonso, párroco de una parroquia que —incluyendo a los dos mencionados— cuenta en total con siete sacerdotes, éste le achacará ser débil y no poder controlarse, por lo cual, a fin de evitar que entre en continuo contacto con los feligreses —que constituyen para él una tentación—, el obispo mismo decidirá relevarlo de sus obligaciones y le encomendará dedicarse a la catequesis de niños que se preparan para la Primera Comunión. Cuando el Padre Miguel se sienta en el confesionario para confesar a los niños, se queda mirando las piernas de un infante de 8 años —que resulta ser el hijo de su feligresa— y se sentirá excitado sexualmente. Ya en el confesionario, cuando comienza a acariciar el rostro del niño, se levantará y huirá apesumbrado de la angustiosa situación.

Todos sus esfuerzos por controlarse resultarán en vano. Incluso su visita a un cabaret, vestido de civil, en busca de una prostituta terminarán generándole angustia y sufrimiento. La prostituta le comentará ante su bochorno que tiene cara de cura, pero que eso es habitual, pues no sería el primer cura que acude al establecimiento en busca de sexo furtivo.

Lo cierto es que ni siquiera la autoflagelación y el uso de cilicios que se incrustan en su carne sangrante logran que el Padre Miguel ahogue el deseo sexual que lo agobia. Por eso mismo, le confesará al Padre Alfonso lo siguiente:

«Es mentira que la carne sea débil. La carne es muy fuerte, y cuando ella manda, el espíritu no puede resistir. Es mentira, es mentira, Padre Alfonso. Lo que de verdad es débil es el espíritu».

Cuando al final la feligresa la confiesa que se ha separado de su marido y que ella está enamorada de él, el Padre Miguel cederá ante los impulsos naturales, teniendo sexo con ella, no sin un enorme sentimiento de culpa por considerar, según su visión moral, que ella está cometiendo adulterio y él, sacrilegio. En su locura obsesiva, el Padre Miguel tomará la radical decisión de sacrificar la carne por el espíritu, y durante la Nochebuena se recluirá en su habitación para castrarse brutalmente con unas tijeras de jardinería.

Después de pasar por el hospital y una institución de salud mental, regresará a la parroquia, donde el Padre Alfonso le comunicará que el obispo ha decidido que ya no puede seguir ejerciendo el sacerdocio. El diálogo generado constituye un diagnóstico certero de la condición enferma de la Iglesia católica:

«—Créame, me duele muchísimo no poder contar con usted. De verdad, a pesar de todo lo ocurrido, lo siento. Ya ve, el Padre Ángel ha dejado el sacerdocio para casarse. El Padre Luis y el Padre Manuel se han ido, cada uno por su camino. Ya no me quedan más que el padre Alberto con su música y el Padre Carlos con su inocencia. Cualquier día se irán ellos también. Y yo me quedaré solo, triste y viejo. Pero lo que más me preocupa es que esa soledad, esa tristeza y esa vejez son algo más que un problema mío. Son un problema para toda la Iglesia.
—Nunca imaginé que acabara usted mostrándose tan pesimista.
—Ya ve. Pero no crea. A veces releo la carta que me dejó el Padre Luis cuando se marchó y recupero los ánimos.
—¿Ah sí? ¿Y qué le dice?
—Escuche. Le voy a leer solamente el final. “Por eso, Don Alfonso, he tomado esta decisión. Porque creo que la Palabra de Dios es también Palabra de Dios al hombre, porque estoy convencido de que la salvación debe comenzar ya aquí ahora, en este mundo, en esta vida”. Fíjese, me he pasado la vida preocupado por la merienda, y ahora de viejo leo estas cosas, y ya ve, me emociono. Por eso le digo: no todo es pesimismo».

Todo ello se complementa con las últimas palabras que el Padre Miguel, ahora un hombre destrozado con un futuro incierto, le dirige a la imagen del Cristo crucificado en el templo:

«¡Qué difícil resulta rezar cuando ya no se tiene fe! Pero me gustaría rezarte por última vez, incluso celebrar mi última misa. ¿Qué haces ahí crucificado durante tantos cientos de años? ¿A quién sirve? ¿A quién benefician tu sacrificio, tu dolor y tu sufrimiento? ¿Por qué? ¿Para qué? Siempre muestran tu mueca de dolor, tu corona de espinas, tus clavos en las manos y en los pies. Y, sin embargo, te tapan el sexo. Quizás te ocurre lo mismo que a mí. A ti también la Iglesia te ha castrado».

Somos testigos, pues, de la inmadurez afectiva y sexual de un hombre, castrado psicológicamente por un padre dominante y una madre sobreprotectora, que será incapaz de manejar sus afectividad y sus impulsos en la edad adulta, lo cual desemboca en una especie de paranoia obsesiva que lo hace proclive a las obsesiones sexuales e incluso lo podría hacer caer en la pederastia —cosa que no llega a ocurrir en el film—. Asimismo, se trata de un magistral retrato sociológico del catolicismo español de la época, donde se presentan personajes como el cura conservador nacionalsocialista, el cura progresista, el cura que decide colgar los hábitos y casarse, el cura dedicado a la música y que vive en su nube, el cura inocentón, el párroco conciliador que no toma partido por nadie en aras de la convivencia pacífica de personalidades tan distintas en su parroquia.

En su época la película obtuvo malas críticas:

«Un nuevo engendro fílmico que ensancha esa vía particular de cursilería melodramática, erótico-sociológico-política que con tanta insistencia cultiva Eloy de la Iglesia» (Pedro Crespo en el diario ABC, 9 de junio de 1979).

«En “El sacerdote” asistimos a la puesta en escena de una castración. Castrado —simbólicamente— por su madre cuando a los catorce años le envía a un seminario para que se convierta en cura, el padre Miguel asiste a un dramático desdoblamiento interno. […] El mayor defecto, el menos perdonable, del cine de De la Iglesia son sus personajes. Arbitrariamente construidos para servir a los didácticos objetivos de sus historias, sus personajes no resultan nunca creíbles, verdaderos. De la Iglesia es tan incapaz para retratar con un mínimo de objetividad a un diputado de derechas —“La criatura”— como a uno de izquierdas —“El diputado”— o a este atribulado sacerdote» (Fernando Trueba, en el diario El País, 1° de junio de 1979).

Aún así, la descripción más certera y exacta la hace el mismo director de la película:

«Es la historia de una obsesión, un hombre sin acceso a la vida sexual, castrado psíquicamente, que acaba castrado físicamente. […] Es una película agresiva y tremendamente popular, muy inmediata, cotidiana, que tiene una gran capacidad de sugerencia a todos los que hemos tenido una formación religiosa en la generación de los sesenta. Presenta la historia de un tipo determinado, un hombre castrado como ente sexual por su ideología y sus creencias determinadas. El hecho de que sea un sacerdote es un dato anecdótico, pero no del todo significativo. La película no lleva ninguna clase de mensaje o moral; quizá la tesis esencial sea la necesidad imperiosa de la libertad y el acceso a una libertad sexual». (Eloy de la Iglesia, el diario El País, 23 de mayo de 1979).

Se trata ciertamente de una película atrevida y provocadora que no podría realizarse en la actualidad, pues contiene escenas problemáticas, no solamente la de la excitación sexual del Padre Miguel ante un niño, sino también un recuerdo de su infancia donde se baña desnudo con otros menores adolescentes, entre ellos compiten por ver quien tiene el miembro más grande y al final uno de ellos se folla una oca mientras otros se masturban en su presencia. O la misma escena de la autocastración, que no se anda con remilgos al momento de su puesta en imágenes.

Sin embargo, ante todo lo que se ha llegado a saber sobre lo que ocurre en las trastienda de la Iglesia en ámbitos clericales y religiosos, la que alguna vez fue considerada una historia sensacionalista se queda corta, pues la realidad de la vida sexual secreta de los clérigos resulta mucho más cruda y descarnada de lo que revelaba este film profético.

(Columna publicada el 30 de diciembre de 2023 en Sudaca)

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FUENTES

El País
“«El sacerdote» es un esperpento irónico”: Entrevista con Eloy de la Iglesia, director de la película (22 MAY 1979)
https://elpais.com/diario/1979/05/23/cultura/296258416_850215.html
El cine de Eloy de la Iglesia (01 JUN 1979)
https://elpais.com/diario/1979/06/01/cultura/297036006_850215.html

ABC
«El sacerdote», de Eloy de la Iglesia (09-06-1979)
https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19790609-67.html

EL GENOCIDIO TOLERADO

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Cuando en agosto de 2015 visité el Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, situado en Washington D.C., comprendí de manera más sentida y exhaustiva lo que había sido el genocidio contra los judíos perpetrado por la Alemania nazi. Millones de seres humanos habían sido exterminados simplemente por su procedencia étnica o cultural. No importaba su práctica religiosa del judaísmo. Pues tanto judíos practicantes como agnósticos y ateos —que también los hay entre los judíos— o incluso cristianos —como la monja católica conversa Edith Stein— fueron asesinados sólo por tener determinadas raíces ancestrales.

Fue precisamente este crimen el que llevó al jurista polaco judío Raphael Lemkin (1900-1959) a acuñar el término de “genocidio”, aparecido por primera vez en 1944 en su trabajo de investigación Axis Rule in Occupied Europe (El poder del Eje en la Europa ocupada), publicado en Estados Unidos. Lemkin había logrado escapar de Polonia en 1939, pero sin poder llevarse a sus padres, que serían asesinados en Auschwitz. En su escrito decía:

«En términos generales, el genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se logra mediante la matanza masiva de todos los miembros de una nación. Se trata más bien de significar un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a los propios grupos. Los objetivos de tal plan serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el idioma, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de los grupos nacionales, y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud, la dignidad y incluso las vidas de las personas que pertenecen a esos grupos. El genocidio se dirige contra el grupo nacional como una entidad, y las acciones involucradas están dirigidas contra individuos, no en su capacidad individual, sino como miembros del grupo nacional».

Lemkin dedicaría su vida a que el crimen de genocidio fuera reconocido internacionalmente como un crimen contra la humanidad, pues «cuando una nación es destruida, no es la carga de un barco lo que es destruido, sino una parte sustancial de la humanidad, con una herencia espiritual que toda la humanidad comparte».

Sus esfuerzos lograron que en diciembre de 1948 la Asamblea General de la ONU aprobara la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, que luego sería ratificada por cada uno de los Estados miembros.

Es de hacer notar que los criminales nazis juzgados en los Juicios de Núremberg (nov 1945 – oct 1946) no fueron sentenciados explícitamente por genocidio sino por crímenes contra la humanidad, dentro de los cuales estaban incluidos delitos que calificarían como genocidio.

En el documento mencionado de la ONU aparece una definición descriptiva bastante clara de lo que se debe entender por genocidio, definición que será recogida posteriormente en el Estatuto de Roma (1998), instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional:

«Se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:
A) Matanza de miembros del grupo;
B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
D) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
E) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo».

¿Son los genocidios cosa del pasado? ¿Ha aprendido la humanidad de las lecciones de la historia? Los hubo siempre y en lo que va del siglo XXI siguen ocurriendo, destacando entre ellos el de Darfur (Sudán) perpetrado por los yanyauid, milicianos árabes de tribus de criadores de camellos de etnia árabe, que asesinaron por motivos raciales y étnicos a unos 300,000 miembros de grupos etnolingüísticos saharianos, principalmente agricultores, o el genocidio de los rohinyá, minoría musulmana, en Myanmar, país de mayoría budista, que ya tiene en su haber más de 25,000 muertos y más de 700,000 desplazados.

O lo que está ocurriendo a vista y paciencia de la opinión pública mundial: el genocidio de palestinos en la Franja de Gaza, bajo el argumento de que el Estado perpetrador, Israel, se está defendiendo así del terrorismo, cuando en realidad está haciendo algo muy parecido a lo que hizo el grupo terrorista Hamás el 7 de octubre, cuando asesinó a unos 1,200 israelíes en territorio de Israel, con la diferencia de que lo actuado por Israel es proporcionalmente mucho peor de lo que hizo Hamás. Y esta acción de Israel está siendo tolerada —si es que no recibe un apoyo total— por parte de países como Estados Unidos, Reino Unido y Alemania.

La situación en Alemania es muy peculiar. Es un país cuyas autoridades perpetraron uno de los mayores genocidios del siglo XX durante el régimen nazi, asesinando a unos seis millones de judíos, siendo uno de los mayores genocidios en número de víctimas durante ese siglo, siendo superados sólo por los genocidios perpetrados por Stalin en la Unión Soviética y Mao Tse-Tung en la República Popular China. La excusa de muchos ciudadanos alemanes fue que no sabían lo que estaba haciendo su gobierno y no pudieron enterarse al respecto, excusa que no se sostiene después de la Noche de los Cristales Rotos, cuando entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 se atacaron masivamente establecimientos judíos y se incendiaron sinagogas con participación de la Sturmabteilung (SA), fuerza de choque del partido nazi, y la población civil junto con otras organizaciones vinculadas al nazismo, mientras la policía y las fuerzas del orden se limitaban a contemplar lo que sucedía sin intervenir. Poco tiempo después muchos alemanes comenzaron a ver como sus vecinos judíos eran detenidos y no regresaban nunca más. Si bien no se sabía las dimensiones del genocidio que se estaba realizando, era un secreto a voces que la intención de Hitler y sus subalternos era desaparecer a la población judía. Había indicios suficientes de que el Estado estaba cometiendo un crimen, pero la mayoría de la población prefirió ignorar esas señales y tomó la decisión de no saber. Esa voluntad de no saber persistiría incluso después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, hasta que en enero de 1979 se propaló en la televisión alemana la miniserie Holocausto (Marvin J. Chomsky, 1978), que constituyó un hito al confrontar a los alemanes con su pasado nazi y permitir un ajuste de cuentas con él, y un afianzamiento de la memoria del Holocausto judío para que un genocidio como ése no vuelva a repetirse.

Sin embargo, lo que constituyó un gran paso adelante parece ser también un obstáculo para reconocer un genocidio cuando es el gobierno de un país habitado por descendientes de víctimas del Holocausto el que comete ese crimen contra la humanidad. Desde que ocurrieron los ataques de Hamás contra Israel, el gobierno de Olaf Scholz y la cúpula de la Unión Europea, liderada por la alemana Ursula von der Leyen, han manifestado su apoyo irrestricto a Israel y defendido su derecho a defenderse de esos ataques. Los medios alemanes han estado atentos a cualquier señal de antisemitismo y han resaltado noticias al respecto, informando escasamente sobre las masacres y el desastre humanitario que Israel está ocasionando en la Franja de Gaza. A lo más se habla de “presunto” genocidio o de acusaciones de este crimen vertidas por los opositores de Israel, aun cuando las evidencias saltan a la vista día a día a través de informes y videos que se propalan en las redes y a pesar de las declaraciones de expertos de la ONU o de representantes de organizaciones como Médicos Sin Fronteras.

La activista sueca Greta Thunberg ha sido criticada por apoyar “unilateralmente” a Palestina, acusándosela de antisemitismo, cuando ella misma ha declarado que no está en contra de los judíos. El 11 de mayo de 2021, mucho antes de los sucesos actuales, ya había escrito en Twitter lo siguiente:

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«Para ser claros: No estoy “en contra” de Israel o Palestina. Huelga decir que estoy en contra de cualquier forma de violencia u opresión por parte de cualquiera o de cualquier parte. Y de nuevo, es devastador seguir el desarrollo de los acontecimientos en Israel y Palestina».

Aún así, han habido presiones para que la dirigencia en Alemania de Friday for Future, el movimiento fundado por Greta Thunberg, se distancie de sus declaraciones.

Quien se manifiesta a favor de Palestina en Alemania corre el riesgo de ser tachado de antisemita. A quien menciona los crímenes de guerra cometidos en Gaza por Israel y no menciona los crímenes cometidos por Hamás en Israel, se le tacha de antisemita, sesgado o unilateral. A decir verdad, un genocidio nunca tiene justificación alguna y, por lo mismo, no se requiere mencionar una causa que haya dado pie a que ocurra. No hay motivo valedero que justifique lo que Israel está haciendo en la Franja de Gaza. Y tampoco hay justificación para el apoyo político y armamentístico que recibe Israel para poder realizar este genocidio efectiva e impunemente.

Que esté ocurriendo actualmente un genocidio tolerado —cubierto por el manto de la indiferencia de muchos— es un signo manifiesto de la pérdida de humanidad de la así llamada civilización occidental.

(Columna publicada el 16 de diciembre de 2023 en Sudaca)

UN CANTAUTOR INJUSTAMENTE OLVIDADO

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Ricardo Cantalapiedra

Este año se cumplen 80 años del nacimiento de Ricardo Cantalapiedra. O tal vez 79, pues no se sabe con certeza si nació en 1943 o en 1944 en Carrizo de la Ribera, un pequeño municipio de la provincia de León (España). Este cantautor español, de fama efímera y desconocido para generaciones posteriores, moriría de un tumor en septiembre de 2017. Su última morada conocida fue una pensión de la calle Fuencarral en Madrid. El olvido que cubrió su existencia se evidencia en las pocas referencias que se encuentran sobre él en Internet. Y en los pocos medios periodísticos, todos ellos españoles, que cubrieron la noticia de su muerte.

Sin embargo, el recuerdo imborrable de varias de sus canciones que escuché en los 70 me ha traído a la mente a quien tenía pinta de un joven desgarbado, con gafas de montura gruesa al estilo del argentino Piero, otro cantautor memorable, cuyo estilo musical se asemeja mucho al que tenía Cantalapiedra: canciones de melodías sencillas, letras de poesía directa y sin complicaciones, mordiente social y existencial que no deja indiferente y un cierto pesimismo esgrimido con aires combativos. No obstante su apariencia enjuta de joven estudiante revolucionario, Cantalapiedra tenía una voz profunda, potente y expresiva, que lo habrían convertido en un exponente mayor de la canción española, a no ser porque en 1982 decidió abandonar su oficio de cantor —al cual regresaría esporádicamente cantando boleros en bares madrileños bajo el alias de Rocky Bolero— para dedicarse al oficio de escritor como ensayista, autor de relatos y guionista, al periodismo y a la crítica musical, dejándonos en su haber dos libros: Bestiario urbano y El libro de los camareros. La excelencia de su pluma fue galardonada en dos ocasiones con los premios Ignacio Aldecoa y Ciudad de San Sebastián, otorgados a relatos. Asimismo, uno de sus artículos le valió en el año 2011 el premio Don Quijote de Periodismo.

¿Cuál fue la trayectoria vital de este personaje actualmente caído en el olvido, aunque su recuerdo permanezca imborrable en el alma de quienes lo conocieron? ¿O de quienes —como yo— escucharon extasiados algunas de sus canciones?

Ricardo Cantalapiedra pasó su infancia y primera juventud en el seminario (6 años), experiencia que marcaría sus primeras canciones, la mayoría de corte religioso. Habiendo dejado el seminario, se uniría a la Organización Juvenil Española (OJE) para luego afiliarse al Partido Comunista de España (PCE), prohibido durante la dictadura franquista y recién legalizado en 1977. En 1967 el joven Cantalapiedra llegaría a Madrid para estudiar filosofía y periodismo, alojándose en el Colegio Mayor Pío XII. Su debut como cantante en 1967 no tuvo éxito.

En su segunda oportunidad compartió escenario en el Palacio de la Música con un exalumno del Colegio de los Sagrados Corazones, institución que organizaba el festival. Se trataba nada menos que de Julio Iglesias, quien también hacía sus primeros pininos como cantante y mostraba una nerviosidad que le era difícil controlar. Con este amigo suyo, Cantalapiedra iba todos los domingos a ayudar a los curas en la catequesis en una parroquia de Aluche.

Ese año de 1968 Julio Iglesias ganó el Festival de Benidorm con “La vida sigue igual” y Ricardo Cantalapiedra grabó y publico su primer disco sencillo, Baladas frente a la guerra, que incluía las canciones “Madre” y “Gritaré”. En esta última canción ya se vislumbraba su inmensa sensibilidad social:

«Si no encuentro la alegría, / buscaré, buscaré. / Pero si llora mi pueblo, / si quitan libertad a mis hermanos, / gritaré / por los caminos, / con mis gentes lucharé, / gritaré / por los caminos, / con mi pueblo moriré».

Seguirían varios discos sencillos con el sello musical Pax, hasta que en 1970 publica su primer álbum de larga duración: Once canciones. Pero son sus dos siguientes álbumes de larga duración del año 1972 los que le traerían fama y renombre como cantautor cristiano: El profeta y Salmos de muerte y de gloria.

Sus canciones fueron adoptadas en España por un sinnúmero de parroquias e interpretadas durante la misa y otras celebraciones litúrgicas. Ricardo Cantalapiedra, cuyas atípicas canciones religiosas respiraban un cierto espíritu de rebeldía, se convirtió en voz de la juventud cristiana que estaba harta de la dictadura franquista. Él mismo comentaría posteriormente: «En los últimos días de la transición, la iglesia del Espíritu Santo (la del instituto Ramiro de Maeztu) se llenaba de artistas y políticos: los cantantes, de Agua Viva, Patxi Andión y muchos socialistas que luego llegaron a ser ministros. Se organizaban aquí auténticos mítines, porque los que nos unía más que Dios es que todos estábamos hasta los cojones del franquismo».

En el Perú, la fuerza que despedían sus canciones no le pasaría inadvertida a Luis Fernando Figari, quien adoptaría varias de ellas para ser cantadas durante las celebraciones litúrgicas del incipiente Sodalicio de Vida Cristiana. “Volveré a cantar” y “Hombre de barro” pasarían a formar parte del repertorio musical del Sodalicio, así como otras canciones que se entonaban exclusivamente en Semana Santa: “Hosanna al Hijo de David”, “¿Por qué nos has abandonado?”, “Te ensalzaré, Señor (Salmo 29)”, “Pueblo mío”, “Adoración de la cruz” y “Canto del Siervo de Yavé”, tomadas del disco Salmos de muerte y de gloria.

Pero es en el disco El profeta donde Cantalapiedra plasmaría sus mejores canciones de este período. A diferencia de otras canciones religiosas de la época, Cantalapiedra no defiende doctrinas sino que transmite su experiencia personal ante el misterio cristiano, sin mencionar nunca el nombre de Jesús, aunque casi todas las canciones hagan referencia a él: “En lo alto”, “El peregrino”, “El profeta”, “La casa de mi amigo”, “El trovador” y otras. Recuerdo que había un ejemplar de este álbum de Cantalapiedra en San Agustín, la primera pequeña comunidad sodálite ubicada en el Óvalo de la Av. Brasil, y que José “Pepe” Ambrozic me hizo escucharlo.

En una década donde la imagen de Jesús comenzó a ser asociada con rebeldía y crítica del orden establecido, como en la película Jesus Christ Superstar (Norman Jewison, 1973), en las canciones religiosas de Cantalapiedra no falta el anhelo de líderes carismáticos al estilo de Jesús en la Iglesia:

«¿En dónde están los profetas / que en otros tiempos nos dieron / las esperanzas y fuerzas para andar? / para andar» (“¿Donde están los profetas?”)

Por supuesto no falta una crítica a aquello en lo que se había convertido la Iglesia católica en ese entonces —situación que se prolonga en los tiempos actuales—:

«La casa de mi amigo se hizo grande / y entraba gente en ella. / En casa de mi amigo entraron leyes / y normas y condenas.

La casa se llenó de comediantes, / de gentes de la feria. / La casa se llenó de negociantes, / corrieron las monedas.

La casa de mi amigo está muy limpia / pero hace frío en ella. / Ya no canta el canario en la mañana / ni hay flores en la puerta.

Y han hecho de la casa de mi amigo / una oscura caverna, / donde nadie se quiere ni se ayuda, /
donde no hay ya primavera» (“La casa de mi amigo”)

Pero una de las canciones más poderosas de El profeta ni siquiera hace mención directa a lo religioso y reviste una pasmosa actualidad, aquella que lleva el título de “Malaventuranzas”:

«¡Malditos los santones de pureza! / ¡Malditos!
¡Malditos los que obligan a los hombres a vivir como perros! / ¡Malditos!
¡Malditos los que hacen sufrir a los pequeños! / ¡Malditos! ¡Malditos!

¡Malditos los que matan a inocentes! / Malditos!
¡Malditos los que callan las infamias! / ¡Malditos!
¡Malditos los que causan las desgracias! / ¡Malditos! ¡Malditos!

¡Malditos los que han hecho del amor flor de las madrugadas! / ¡Malditos!
¡Malditos los que hicieron de la vida paisaje de la muerte! / ¡Malditos!
¡Maldito el asesino de las flores! / ¡Maldito!
¡Maldito el asesino de ilusiones! / ¡Maldito! ¡Maldito!

¡Malaventurados los que piden justicia con las manos manchadas en sangre!
¡Malaventurados los que claman justicia y oprimen al hermano!
¡Malditos! ¡Malditos!»

Y si bien estas canciones alimentaron ese espíritu de rebeldía en mi adolescencia que me llevaría a adherirme al Sodalicio de Vida Cristiana, en esta institución nunca se asumieron estas canciones, como sí se había hecho con algunos himnos del fascismo español. Es cierto que algunas canciones del repertorio musical del Sodalicio de entonces exaltaban una cierta rebeldía cristiana frente a una acomodada ideología burguesa, pero con el tiempo dejaron de cantarse y fueron reemplazadas por tonadas mediocres con letras conformistas y estereotipadas, compuestas por miembros del Sodalicio y del Movimiento de Vida Cristiana.

Cuando salió publicado El profeta, el mismo Ricardo Cantalapiedra estaba experimentando un cambio existencial y virando hacia el agnosticismo, actitud vital que le acompañaría hasta su muerte, no obstante que respetó siempre a los creyentes y le fascinaba la idea de Dios.

Sus dos siguientes discos de larga duración —De oca en oca y canto porque me toca (1973) y En casa de la Maruja (1975)— los grabó para la Philips. Allí Cantalapiedra se adscribe de una manera magistral a la canción de protesta y al testimonio existencial, teñido de cierto pesimismo pero de una inmensa ternura.

«Puedes decir que yo / no respeté jamás / las cosas que quizá / sean respetables. / Puedes decir también / que vivo del revés / pero no temo a nadie» (“Con mi destino”)

«No te faltará el alpiste más / pero ya no tienes libertad. / No te faltará seguridad / pero ya no tienes libertad» (“Balada para un canario prisionero”)

«Medrarás / te enfangarás / como un loco / en la lucha por la vida / y lograrás poco a poco / pisar a quien te compita» (“Canción para un niño que va a nacer”)

«Dime cómo te llamas / para escribirte. / Me llamo Cara Alegre, / Corazón Triste.
Este mundo es un teatro / con espaciosos salones, / siempre la misma comedia, / sólo cambian los actores» (“Dime cómo te llamas”)

Que Cantalapiedra resultaba incómodo para la dictadura franquista, incluso cuando ésta se encontraba en sus estertores finales, se evidencia en que los censores prohibieron nueve de las once canciones que incluía su disco De oca en oca… Él mismo cuenta que «en un pueblo de Astorga donde ofrecí un recital tuve que cantar durante media hora la misma canción porque el comandante de la Guardia Civil me había prohibido casi todo el repertorio. Y con él en primera fila no podía hacer otra cosa. En cambio, logré colarles temas tan fuertes como éste: “Qué bello es mi país. / Si todos fueran así, / no habría comunismo / y sí mucho turismo. / Me encantan los partidos, / de fútbol, claro está. / También admiro a Castro, / Urdiales, claro está. / Y a los líderes chinos, / de Formosa, claro está”».

La última canción de su último disco termina con unas líneas proféticas:

«Me puedes encontrar / cantando en cualquier bar, / soñando en cualquier parte. / Si no te gusto así, / me debes olvidar, / pues no pienso cambiar / en adelante» (“Declaración”)

Ricardo Cantalapiedra siguió siendo el mismo rebelde solitario de siempre. No cambió, y ha caído en un injusto e inmerecido olvido. Él mismo cantaba lo siguiente al inicio de su trayectoria como cantautor:

«Trabajaré con mis manos, / ganándome el sustento, / y romperé con la azada / la tierra de cualquier huerto, / o cantaré mis canciones / en las plazas de los pueblos, / y moriré caminando / a la orilla de un sendero» (“Canción del que se va”)

Un día se nos fue Ricardo Cantalapiedra. Sólo espero que sus hermosas canciones nunca se nos vayan y no se pierdan jamás en la bruma del olvido.

(Columna publicada el 2 de diciembre de 2023 en Sudaca)
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FUENTES

El País (España)
Del salmo al bolero: El agnóstico Ricardo Cantalapiedra es uno de los compositores del cancionero popular religioso (09 JUN 1997)
https://elpais.com/diario/1997/06/09/madrid/865855464_850215.html
Ricardo Cantalapiedra, el cantautor de los periódicos (26 SEPT 2017)
https://elpais.com/cultura/2017/09/25/actualidad/1506362196_626412.html

elDiario.es
Muere Ricardo Cantalapriedra, el trovador que cantaba con Julio Iglesias (25 de septiembre de 2017)
https://www.eldiario.es/madrid/somos/malasana/muere-ricardo-cantalapriedra-el-trovador-que-cantaba-con-julio-iglesias_1_6425531.html

Diario de León
El último bolero de Ricardo Cantalapiedra (26 DE SEPTIEMBRE DE 2017)
https://www.diariodeleon.es/articulo/cultura/ultimo-bolero-ricardo-cantalapiedra/201709260600011712038.html