FILIBUSTEROS Y PIRATAS EN LAS ELECCIONES EUROPEAS

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Las últimas elecciones para el Parlamento Europeo han traído un preocupante repunte de la extrema derecha, sobre todo en Austria, Francia y el Reino Unido. En el país germano, sorpresivamente, la Alternativa para Alemania, un partido fundado en abril de 2013 y que está en contra del euro y de la ayuda financiera solidaria a otros países europeos, ha obtenido 7 curules de los 96 destinados a candidatos alemanes. El Partido Nacionaldemócrata, de ideología neonazi, ha obtenido un solo curul.

Mientras los cristianodemócratas y los socialdemócratas, actualmente los partidos que forman la coalición que gobierna el país, se reparten la mayor parte de la torta política, yo sigo soñando con nuevas alternativas que no se basen en ideologías y modelos caducos que han demostrado su fracaso para construir sociedades solidarias donde la persona humana sea el valor primordial.

Sueño con propuestas que tengan en cuenta la revolución digital, fortalezcan los derechos de las personas frente a un Estado que quiere controlar y vigilar todo, que fomenten una radical modificación de las leyes de propiedad intelectual —las cuales favorecen los intereses de grandes conglomerados que explotan a los autores y criminalizan el acto de compartir películas, música y software en la red—. Sueño con mayor transparencia y acceso a la información, para garantizar la libertad de los individuos en la toma de decisiones. Y sueño con servicios de salud, educación y asistencia social que no prioricen la economía por encima de las necesidades de las personas.

Por eso me inclino por el Partido Pirata Alemán, que ha obtenido un curul. Un partido joven que tiene una interesante visión de futuro.

(Columna publicada en Exitosa Diario el 28 de mayo de 2014)

TAMBIÉN SON HUMANOS Y TIENEN DERECHOS

Odfried Hepp, ex-terrorista, en la actualidad

Odfried Hepp en la actualidad

Odfried Hepp fue mi compañero de trabajo durante más de tres años, en el servicio de atención al cliente a nivel internacional de una empresa importante que fabricaba equipos computarizados de diagnóstico de vehículos motorizados. Odfried, que frisaba los 50 al igual yo y se encargaba de los clientes germano y francoparlantes, siempre fue un trabajador ejemplar, dedicado, meticuloso, preocupado en dar lo mejor de sí mismo, de trato correcto y amable.

Un día supe que Odfried había sido en los 80 fundador de la célula terrorista neonazi Hepp-Kexel, agente doble de la Alemania comunista, miembro del Frente de Liberación Palestino y el terrorista alemán más buscado por la Interpol entre 1983 y 1985. En 1985 fue capturado en París y pasaría 8 años en la cárcel entre Francia y Alemania. Cuando terroristas palestinos secuestraron el crucero italiano Achille Lauro en octubre de 1985, él fue el único europeo en la lista de presos cuya liberación era solicitada.

Odfried estaba convencido de haber seguido un camino equivocado, pero no había renunciado a sus ideales de lograr una sociedad mejor, esta vez a través de una vía pacífica que pasaba por la mística musulmana. Y también quería trabajar y prestar su aporte a la sociedad.

Odfried no es una excepción. En Alemania, antiguos terroristas de la Fracción del Ejército Rojo tienen trabajos reconocidos, algunos de ellos en el sector educación, viven integrados en la sociedad y se les reconoce el derecho al olvido de su pasado.

¿Habrá en el Perú algún día la sensatez para integrar a los exterroristas en la sociedad, en vez de seguir condenándolos por su pasado?

(Columna publicada en Exitosa Diario el 21 de mayo de 2014)

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Si alguien tiene interés en saber algo más sobre Odfried Hepp, puede leer mi post HISTORIA DE UN TERRORISTA.

EL CURA QUE DEPORTÓ JUDÍOS A AUSCHWITZ

Encuentro del P.  Jozef Tiso con Hitler en Berlín, en octubre de 1941

El P. Jozef Tiso con Adolf Hitler en Berlín, en octubre de 1941

«La expulsión de los judíos es un acto cristiano porque se hace por el bien del pueblo, que se libra así de sus plagas». Así pensaba Jozef Tiso, sacerdote de la Iglesia católica, líder del Partido Popular Eslovaco, fundado por otro sacerdote, el P. Andrej Hlinka, de orientación ideológica católico-fascista.

El P. Tiso fue proclamado presidente de la Eslovaquia independiente en 1939, cuando las tropas de Hitler invadieron territorio checo. Pero su gobierno fue una marioneta del dictador nazi. Y como buen colaborador, impuso restricciones a los judíos: obligación de llevar la Estrella de David amarilla en público, prohibición de poseer inmuebles, ejercer profesiones liberales y ocupar puestos públicos, asistir a las escuelas secundarias y universidades, asistir a eventos deportivos y culturales.

Por supuesto, a solicitud del Tercer Reich, en marzo de 1942 comenzó a deportar judíos hacia los campos de concentración. Gracias a la presión de la Santa Sede a través de su nuncio Mons. Giuseppe Burzio, Eslovaquia detuvo las deportaciones en octubre de 1942. Unos 59 mil judíos habían sido deportados, la mayoría de los cuales perdieron la vida en Auschwitz.

Las deportaciones se reiniciaron cuando los nazis ocuparon Eslovaquia en octubre de 1944, a fin de sofocar la insurrección contra el gobierno de Tiso. Cuando llegó el ejército soviético en abril de 1945, Tiso se refugió en Baviera (Alemania), pero fue capturado por tropas norteamericanas y devuelto a Eslovaquia, donde fue juzgado y condenado a la horca en abril de 1947.

Conociendo esta sombría historia, ¿a alguien le extraña que un cardenal pueda haber apoyado al tirano que avaló las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta?

(Columna publicada en Exitosa Diario el 14 de mayo de 2014)

EL PRECIO DE UN HOMBRE

Allá en el año 1998, cuando ya había iniciado estudios en ESAN (Escuela de Administración de Negocios para graduados) y comenzado a vislumbrar las ideas motoras y mecanismos que mueven el sistema capitalista desde dentro, estaba pasando por un período de desempleo y —¡cómo no!— muchas personas con la cuales conversaba asumían a priori que yo tenía toda la culpa y responsabilidad de estar desempleado o de no ganar lo suficiente para poder sustentar a mi familia. Fue entonces que llegó a mis manos la versión en español del libro L’horror economique (El horror económico) de Viviane Forrester, una lúcida escritora y ensayista francesa, cuyo libro había sido un éxito de ventas en Francia en el año 1996. Forrester diseccionaba con crudeza y sentido común los “principios” que guiaban —y siguen guiando— el capitalismo neoliberal que había cobrado vuelo a nivel mundial a partir de los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido. Y una de las consecuencias inevitables y perversas de este sistema era generar desempleo y luego hacer que los desempleados se sintieran culpables de no tener un trabajo. Fruto de las reflexiones suscitadas por este maravilloso escrito, ademas de componer una canción todavía inédita intitulada “No trabajando” (ver http://laguitarrarota.blogspot.de/2009/04/ineditas-no-trabajando.html), redacté posteriormente, en fecha cercana al fin del siglo XX, un texto que ahora quiero rescatar del olvido. Se trata de una reflexión sobre el desempleo y el significado del salario, que no ha perdido un ápice de actualidad. El texto, que ahora transcribo, parece como que hubiera sido escrito ayer.

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EL PRECIO DE UN HOMBRE

Estamos en una de las peores crisis de la historia de la humanidad, y son pocos los que perciben la degradación en la que han sido sumidos millones de hombres de nuestro mundo, en base a las leyes económicas, o a lo que se llama la realidad, “lo que las cosas son”. ¿O habría que decir “lo que hemos hecho que las cosas sean”? La creciente carencia de un trabajo remunerado parece que tiende a convertirse en uno de los componentes ineludibles y esenciales de la así llamada realidad, dentro de un futuro avizorado como destino inexorable, en la ambigua promesa de un mundo profetizado como altamente competitivo.

El desempleo acarrea consigo el sentimiento de no valer nada. Lo cual es confirmado por el pensamiento único imperante, donde el concepto de “mundo competitivo” aparece como axioma innegable de los nuevos paradigmas que el neoliberalismo ha impuesto desde ya hace más de una década. En un mundo competitivo, aquél que no se encuentra en situación de ejercer un empleo es considerado como alguien que ha perdido el derecho a recibir un ingreso, por su propia incapacidad de ser competitivo —lo cual se asume como un hecho que no necesita ser demostrado—. Sus miserias económicas son el resultado matemático de su propia falta de capacidad competitiva, es decir, de su definitiva falta de valía.

¿Cómo extrañarse ante este tipo de pensamiento —aunque no expresado públicamente, sí asumido como un credo irrefutable— cuando el mismo concepto de sueldo o salario se ha desvirtuado respecto a lo que alguna vez fue? Érase una vez que la paga que recibía un hombre por el trabajo realizado se consideraba un derecho, mediante el cual se garantizaba no sólo su propia subsistencia, sino también la de su familia. El salario justo era aquel que bastaba no sólo para cumplir con esta función, sino además para permitirle obtener lo necesario para una vida humanamente digna, es decir, vivienda, vestido, salud, educación, cultura, recreación, futuro (mediante el ahorro).

Dentro del pensamiento único neoliberal, que manifiesta a ojos vista su fracaso por todas partes, carece de sentido hablar de justicia respecto al salario. El mercado laboral determina automáticamente el monto de las remuneraciones personales, y eso se considera necesaria e inexorablemente justo.

Sin embargo, ¿que diferencia puede haber en la actualidad entre el salario humano y el precio de una mercancía, en este caso el ganado humano que se emplea? Absolutamente ninguna. Pues en eso se ha convertido la remuneración que un hombre debe percibir por su trabajo. El salario es el precio que se paga por las capacidades de un hombre. De ahí que se haya instilado en la conciencia colectiva de nuestros tiempos que mientras mejor paga reciba un hombre, tanto más es su valor. Y no extraña, entonces, que se incuben sentimientos de inferioridad en aquellos que reciben un sueldo de bajo monto. Incluso el carácter de irreemplazable de un hombre se mide por unidades de miles de dólares, mientras que los sueldos bajos indican que un hombre puede ser reemplazado en cualquier momento, y, por lo tanto, su valor se sitúa al nivel de individuo, miembro de una especie, con un alma extirpada que sólo posee de manera nominal.

Nuestra época se vanagloría de haber logrado un alto desarrollo de evolución en el respeto de los derechos de la persona. Sin embargo, la práctica del salario sometido a las fluctuaciones de la oferta y la demanda nos retrotrae a los tiempos del tráfico de esclavos, con la diferencia de que el esclavo era apreciado por su amo en cuanto posesión suya, y, por lo tanto, tratado en condiciones de que pudiera seguir vivo la mayor cantidad de tiempo posible, mientras que los asalariados de ahora viven ante la constante amenaza del desarraigo y la indiferencia ante la amenaza de una paulatina muerte a plazos.

Ya no son personas humanas, cuyo valor es infinito por el simple hecho de existir, de tener una existencia humana insertada en un entramado de alegrías y dolores, gozos y esperanzas, vida y muerte. Son “mano de obra”, cuyo valor se mide por la eficacia y productividad que puedan demostrar en el “mundo competitivo” de hoy. Es lo que Viviane Forrester llama el “horror económico”, la tragedia acechando en cada momento de la historia cotidiana. Es la herencia de ese siglo XX, que recordaremos como un vitrina de carnicería y como un muestrario de las mayores atrocidades cometidas desde que el hombre existe sobre la tierra.

 

UN PRÍNCIPE DE LA IGLESIA

 

Figura satírica de Mons. Tebartz-van Elst en el carnaval de Colonia 2014

Efigie satírica de Mons. Tebartz-van Elst en el carnaval de Colonia 2014

«Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.» (Mateo 8, 20)

«Un discípulo no está por encima del maestro, ni un siervo por encima de su señor. Le basta al discípulo llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor.» (Mateo 10, 24-25)

Hay discípulos que han olvidado las palabras de su Maestro, y no sólo tienen dónde recostar la cabeza, sino también las posaderas y todo el cuerpo en las comodidades y seguridades que ofrece actualmente la vida burguesa. Y el escándalo que se produce es mayor cuando estos discípulos se cuentan entre aquellos llamados “sucesores de los apostoles”, es decir, los obispos. Según lo que leemos en los Evangelios, Jesús convocó a sus apóstoles para que anunciaran la Buena Nueva en todo el mundo y fueran guías de las comunidades cristianas que creyeran en Él. Se trata de una función de servicio a los miembros del Pueblo de Dios, no de una posición privilegiada para controlar sus conciencias, exprimirlos, juzgarlos moralmente y aprovecharse de ellos.

Y sin embargo, siguen habiendo obispos que se creen “príncipes de la Iglesia”, que ejercen un autoritarismo a prueba de balas y que son reacios a examinar las decisiones arbitrarias que a veces toman. Y que exigen obediencia por encima de la fe, la esperanza y la caridad. Y sobre todo por encima de la libertad de los hijos de Dios, que le pertenece a todo creyente que sigue sinceramente al Jesús de los Evangelios. Si algunos creyentes deciden apartarse de la Iglesia debido a su mal ejemplo, o se atreven a criticarlo, siempre la culpa la tendrán ellos u otros (el mundo, el pecado, la “cultura de muerte”, etc.), nunca el obispo. Pues estos pastores suelen escudarse en que son fieles intérpretes y expositores de la verdad enseñada por Cristo —aunque lo suyo no pase de ser una interpretación más— y se enorgullecen de seguir con aquiescencia borreguil las indicaciones y directivas provenientes de Roma —aunque en eso también son selectivos, sobre todo cuando el Papa es como el actual, que se aparta en algunos puntos de los caminos trillados y se quita importancia a sí mismo, como remedio contra la enfermedad del clericalismo, que en su versión más virulenta asume la forma de papismo—.

Estos obispos, anacrónicos “príncipes de la Iglesia”, causan más escándalo que bien entre la grey confiada a su cargo. Y también perjudican a otros miembros del Pueblo de Dios que no forman parte de su rebaño. Como aquel de quien voy a hablar ahora, el obispo emérito de Limburgo, Mons. Franz-Peter Tebartz-van Elst (nacido el 20 de noviembre de 1959 en Twisteden, pequeña localidad alemana cerca de la frontera con los Países Bajos).

Si bien en Alemania tanto la Iglesia católica como las iglesias protestantes se desangran en número de fieles año tras año, ese número aumentó considerablemente tras el escándalo protagonizado por Mons. Tebartz-van Elst cuando se supo que, aún siendo obispo de Limburgo, había gastado por lo menos 31 millones de euros en la construcción de su residencia, un proyecto que se calculaba originalmente que iba a costar unos 5 millones y medio de euros.

¿Quién es este prelado de pomposo nombre que no dudó en soltar cuantiosamente la mano con dinero ajeno confiado a su cargo para construir su palacio episcopal? ¿Quién es este príncipe de la Iglesia que no puso reparos en hacer gastos millonarios en un proyecto que supuestamente debía servir de infraestructura para la labor evangelizadora en la diócesis, pero que terminó generando malestar no sólo entre los católicos de Limburgo sino de toda la Iglesia en Alemania, afectando gravemente su reputación institucional —que ya la tiene bastante mala en este país—?

Si en algo parece que el obispo era impecable, es en su adhesión a los principios doctrinales del catolicismo más tradicional y conservador. No extraña, por lo tanto, que siempre haya tenido el apoyo de uno de los prelados más conservadores de Alemania, el Cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, quien lo entronizó el 20 de enero de 2008 en misa solemne en la Catedral de Limburgo. Si bien Tebartz-van Elst venía con fama de ser experto en teología pastoral —obtuvo su doctorado con una tesis sobre el catecumenado de adultos, y había enseñado teología pastoral y litúrgica en las universidades de Münster y Passau—, lo que le faltó desde un inicio fue cualidades de pastor “con olor a oveja”, pues las medidas que aplicó lo hicieron muy impopular entre su grey en la diócesis de Limburgo, pequeña ciudad situada a unos 60 kilómetros al noroeste de Frankfurt.

EL OBISPO MANDAMÁS

Desde el año 2003 Tebartz-van Elst se había desempeñado como obispo auxiliar de la diócesis de Münster, en Renania del Norte-Westfalia. En el año 2007 el cabildo catedralicio de Limburgo lo eligió para guiar la diócesis, jugando un cierto rol en esa decisión sus escritos sobre teología pastoral. El 28 de noviembre de ese mismo año el Papa Benedicto XVI lo nombró oficialmente obispo de Limburgo.

En el año 2009 continuó con una reforma estructural de la diócesis fusionando parroquias, como se viene haciendo desde hace algún tiempo en Alemania debido a la escasez de sacerdotes. Sin embargo, hay que considerar que, gracias a ciertas estructuras democráticas existentes en las parroquias alemanas —como un consejo de laicos que asesora al párroco, sin el cual éste no está autorizado a tomar ciertas decisiones, además de responsables laicos de comunidades y circunscripciones pastorales, asalariados de las diócesis, que apoyan la labor de los clérigos e incluso asumen algunas de sus funciones pastorales, catequéticas y administrativas—, la reestructuración requería contar con cierta participación de quienes están comprometidos con las parroquias.

«¡Aquí mando yo! ¿Entendido?»

«¡Aquí mando yo! ¿Entendido?»

Al parecer, Tebartz-van Elst impuso los cambios de manera autoritaria sin consultar a nadie, con una visión marcadamente clerical, sacramentalista y espiritualista de la función de los clérigos y menospreciando la labor de los agentes laicos de pastoral. Todo esto causó un gran malestar. Reflejo de ello es la carta abierta que le dirigieron 30 sacerdotes en torno al decano de la ciudad Johannes zu Eltz y el representante del consejo presbiterial Reinhold Kalteier, sobre el tema del diálogo en la diócesis de Limburgo. En la carta, hecha pública en septiembre de 2012, decían los sacerdotes que percibían entre los trabajadores eclesiásticos cada vez más miedo hacia el obispo y hacia su manera de gestionar las cosas. La ortodoxia (o recta doctrina) tenía prioridad sobre los esfuerzos para acercarse a personas de mentalidad moderna alejadas de la Iglesia, pero abiertas a la fe cristiana. El obispo, además, estaría obstaculizando, mediante decisiones no transparentes, el ejercicio del sacerdocio común de los fieles acentuado por el Concilio Vaticano II y el compromiso de voluntarios católicos. La reforma estructural de la diócesis habría producido una crisis en muchos pastores de almas. Los párrocos se habrían convertido cada vez más en funcionarios administrativos y apenas tendrían tiempo para dedicarse a la labor pastoral propiamente; además, se habría asignado menos agentes laicos de pastoral para las parroquias y áreas de pastoral, y sus capacidades habrían sido minusvaloradas. Esto habría ocasionado una resignación creciente, señales de cansancio, mayor incidencia de enfermedades así como una tendencia a replegarse. En las liturgias eucarísticas y sacramentales se daría el peligro de que los sacerdotes fueran vistos únicamente como liturgos y ya no se les sintiera como personas apelantes por parte de individuos con una espiritualidad personal. Los trabajadores de Caritas en Limburgo tendrían la impresión de que se les trataba con escepticismo y recelo antes que con reconocimiento de su labor. En este punto sería necesaria una clara señal del obispo, que manifestara su estima y su interés en escuchar. Los firmantes solicitaban una cita para una reunión. Pero todo fue oídos sordos de parte del obispado. El vocero del obispo negó las imputaciones y señaló que los reclamos indicados en la carta ya habían sido solucionados hace tiempo.

Este estilo autoritario de hacer las cosas no era nuevo en Tebartz-van Elst. Poco después de asumir funciones cambió al director de la oficina de prensa y al presidente del tribunal eclesiástico por personas recomendadas por el Cardenal Meisner, así como reintrodujo la práctica de conceder títulos honoríficos a sus colaboradores cercanos. Esto ocasionó protestas entre los 245 clérigos con los que contaba la diócesis de Limburgo. En junio de 2009 circuló una carta con el título de “Clamor de los pastores de almas en la diócesis”. Esta carta criticaba la cursilería de oropel, los rituales narcisistas, las palabras vacías y la arrogancia clerical, y advertía sobre el peligro de una comunidad de repetidores y aduladores serviles como consecuencia de la gestión del obispo. El obispo no se dignó responder a la carta, aduciendo que no estaba oficialmente dirigida a él, sino que se trataba de una carta abierta.

Otro que fue destituido en agosto de 2009 por el obispo fue el vicario general Günther Geis y sustituido por Franz Josef Kaspar, sin consulta previa al cabildo catedralicio, que tenía en alta estima a Geis y lo eligió inmediatamente decano catedralicio en septiembre de 2009 al poco tiempo de saberse la decisión del obispo.

Asimismo, el 29 de junio de 2012 le tocó el turno a Patrick Dehm, quien durante años había sido director de la Casa del Encuentro en Frankfurt, centro dedicado a la pastoral juvenil. El motivo aducido fue que Dehm supuestamente le habría echado en cara al obispo que éste quería vender la casa y habría amenazado con hacer pública esta información. Parece que el verdadero motivo del despido fue el trabajo que también hacía Dehm con jóvenes alejados de la Iglesia y no adscritos a confesión religiosa alguna. El 14 de agosto se le remitió una segunda carta de despido, donde se le acusaba de haber utilizado una suma de dinero para fines distintos de los previstos. En ninguno de los dos casos se le concedió derecho a réplica, por lo cual Geis debió recurrir al tribunal laboral de Frankfurt, el cual finalmente declaró infundado e ilegal el despido y obligó al obispado a pagarle una elevada suma como indemnización. Lo triste de todo esto es que no se nombró a nadie para ocupar el puesto que Dehm dejaba libre, no obstante que el obispado reconoció la importancia que tenía la Casa del Encuentro para la pastoral con jóvenes adultos. No extraña, pues, que varios católicos acusaran al obispo de querer desmontar ciertas estructuras pastorales de avanzada y conformes al Concilio Vaticano II en favor de una pastoral de corte tradicionalista y conservadora, no acorde con los signos de los tiempos. Finalmente, dos cartas firmadas por más de 600 católicos alemanes, solicitándole a Tebartz-van Elst la restitución de Dehm en su puesto, quedaron llanamente sin respuesta.

En julio de 2013 se hizo de conocimiento público una recomendación que el decano de la ciudad, Johannes zu Eltz, le había dado al obispo: durante siete años debía dirigir la parroquia más pobre de la diócesis sin privilegios episcopales, “como uno de nosotros”, como párroco; entonces podría contar con la aprobación y obediencia de todos. Esta opinión reflejaba la crisis de confianza que se había ido generando en la diócesis, y así se lo hizo saber Johannes zu Eltz a la prensa, a saber, al Heute-Journal. El obispo debía hacer frente a la crisis haciendo un balance de su gestión y debía realizar grandes esfuerzos para recuperar la confianza perdida. Mons. Tebartz-van Elst, sin embargo, rechazó las afirmaciones del decano de la ciudad como falsas y ordenó que se hicieran en público las aclaraciones pertinentes en todas las comunidades de la diócesis, lo cual fue interpretado por el decano como una invitación velada a renunciar a su cargo. Lo que ocurrió, sin embargo, fue que muchos sacerdotes se solidarizaron con el decano, y criticaron abiertamente al obispo en sus prédicas, contando con el aplauso de muchos fieles católicos. El obispo se estaba quedando sin pueblo al que guiar.

El 25 de agosto de 2013, Christoph Hefter, presidente de la “Asamblea de católicos de la ciudad de Frankfurt”, leyó al final de una misa solemne en la catedral de Frankfurt una carta abierta a Tebartz-van Elst, advirtiendo que el futuro de la diócesis de Limburgo estaba en peligro, a no ser que quien la guiaba tomara otro rumbo si quería representar a la Iglesia de manera creíble y fidedigna. Hasta el 6 de septiembre de 2013, en que la carta fue entregada al obispado de Limburgo, 4400 católicos limburgueses habían estampado sus firmas al final del documento. La Unión de la Juventud Católica Alemana en la diócesis de Limburgo se hizo eco de los reclamos con una carta abierta propia.

La crisis en la diócesis de Limburgo se agudizaba. Lo que finalmente hizo eclosionar el problema y hacer que el Vaticano tomara cartas en el asunto fueron los costos millonarios de las obras de la residencia episcopal. Ya el mismo consejo presbiterial de Limburgo le había exigido al obispo con carácter de urgencia una amplia ofensiva de información y transparencia, donde se tenía que asumir la responsabilidad por los errores cometidos y exponer con claridad cuáles había sido los costos de construcción y adquisición de materiales para su proyecto, así como los costos del vuelo a Bangalore en la India.

¿Por qué tanto escándalo por un vuelo para visitar proyectos sociales en la India? ¿Cuáles fueron las circunstancias del vuelo al que se hace referencia?

EL OBISPO V.I.P.

En enero de 2012 Tebartz-van Elst viajó junto con su vicario general Franz Josef Kaspar a Bangalore (India) para visitar proyectos sociales en los barrios marginales de la ciudad. Después del viaje, la prestigiosa revista Der Spiegel preguntó por escrito al obispado si el vuelo se había hecho en primera clase —según información obtenida de una fuente—, cuánto costaron y quién los pagó. La respuesta por escrito del obispado, con fecha de 5 de abril de 2012, fue que los pasajes habían sido reservados, como de costumbre, en business class. Pero en esta ocasión habían sido subidos de categoría con millas acumuladas en privado mediante el programa Miles & More de Lufthansa.

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Compartimiento de primera clase en un Boeing 747-8 de Lufthansa

Naturalmente, aunque esto no se dijo explícitamente, los periodistas entendieron que tanto el obispo como su vicario general habían viajado en primera clase. Esta información la hicieron pública meses más tarde cuando estalló el escándalo por los costos excesivos de la residencia episcopal. El 5 de agosto los abogados del obispado interpusieron una acción de cesación mediante carta judicial al periodista Peter Wensierski y la redacción de Der Spiegel, exigiendo abstenerse en adelante de afirmar que el obispo había volado en primera clase a la India, aludiendo al escrito del 5 de abril, donde no se mencionaba explícitamente este dato. Como es de rutina en casos así, los costos del trámite judicial —que sumaban más de 1800 euros— se los facturaba el estudio de abogados a Der Spiegel.

El 11 de agosto, mientras un camarógrafo de Der Spiegel acompañado del periodista Wensierski filmaba en la plaza catedralicia los alrededores de la mencionada residencia, apareció de pronto el obispo, generándose una conversación espontánea. A la pregunta de Wensierski «¿Pero volaron ustedes en primera clase?», el obispo respondió: «Volamos en business class. Llegamos a las 3:30 de la madrugada y tuve después a las 6:30 la misa con las hermanas».

Wensierski volvio a enviar una carta al obispado, preguntando si la subida de categoría mencionada en la carta del 5 de abril significaba que los pasajes reservados en business class habían sido canjeados por pasajes de primera clase. El obispado confirmó el 16 de agosto que así había sido efectivamente. Debido a que se trataba un vuelo de largo recorrido y el obispo tenía actividades que hacer a su llegada, se había reservado, como de costumbre, pasajes en business class —categoría con comodidades razonables y asientos que se pueden convertir en camas donde se puede dormir sin mayores sobresaltos, a diferencia de economy class—, pero que el vicario general Kaspar había hecho uso de millas acumuladas por él en privado más el pago de una suma mínima para obtener pasajes de primera clase para él y el obispo. Hay que tener en cuenta que la primera clase es una zona acondicionada en la cubierta superior del avión reservada sólo para ocho pasajeros, donde se goza no sólo de amplias comodidades sino también de lujos, y suele tener un precio asequible sólo a personas adineradas.

El 22 de agosto de 2012 Wensierki informó sobre su conversación del 11 de agosto con el obispo, y sobre el hecho de que él y su vicario habían viajado de ida y de vuelta en primera clase. El 1° de septiembre Tebartz-van Elst admitió que habia aceptado esta subida de categoría del pasaje por esta vez, sólo para poder dormir tranquilo durante el viaje y poder cumplir con sus compromisos de manera lúcida y despierta. Él no necesitaba de ningún lujo. Y prometía que no lo volvería a hacer. Aún así, el obispado procedió otra vez judicialmente contra Der Spiegel, enviándole el 7 de septiembre una declaración jurada del obispo, donde aseguraba que en el diálogo del 11 de septiembre en la plaza catedralicia Wensierski no había preguntado lo que él decía que había preguntado, y Tebartz-van Elst tampoco habría respondido lo que el periodista decía que había respondido, a saber, que había volado en business class. Para mala fortuna del epíscopo, el camarógrafo que acompañaba al periodista había filmado la conversación, y bastó con presentarle el material filmado al juez correspondiente para que éste dictaminara que Der Spiegel tenía razón y no se le podía prohibir afirmar que el obispo había dicho lo que había dicho. El obispado tuvo que retirar su acción de cesación.

El asunto terminó con una denuncia penal contra Tebartz-van Elst, elevada el 25 de septiembre por la fiscalía de Hamburgo, por el delito de perjurio o falso testimonio en dos ocasiones. Lo que podría haberse limitado a ser un mal ejemplo del obispo —pues viajar en primera clase no constituye ningún delito, pero es mal visto en quienes profesan haber renunciado por Cristo a las riquezas de este mundo—, terminó convirtiéndose en un caso digno de figurar en las crónicas policiales, debido a la peculiar manera de manejar la verdad que tenía el obispo, donde nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.

Finalmente, en diciembre de 2013, previo pago de una multa de 20 mil euros, el caso fue archivado. El obispo pagó este monto sin despeinarse, sin endeudarse, sin poner en riesgo su sustento económico. Hay que tener en cuenta que en Alemania el sueldo promedio neto, una vez hechos los descuentos de ley, llega aproximadamente a los 24 mil euros al año. Para ese entonces, Tebartz-van Elst se hallaba ya suspendido de sus funciones por orden del Papa Francisco, retirado en el monasterio benedictino de Metten, en Baviera.

20 mil euros son en realidad una bicoca en comparación con los gastos millonarios que el pintoresco obispo autorizó que se invirtieran en la construcción de su residencia episcopal. Pues parece que no era suficiente con tener una modesta vivienda, como el departamento de 70 metros cuadrados en el que vive actualmente el Papa Francisco. Por alguna extraña interpretación de las palabras de Jesús en los Evangelios —o tal vez pasándose esas mismas palabras por el forro—, el obispo decidió que su morada debía ser a todo dar, a fin de poder cumplir con su labor pastoral con los medios de que carecía el Nazareno. Y con los millones de los cuales carecen la gran mayoría del común de los mortales. Pero esta vez le salió el tiro por la culata.

EL OBISPO MANIRROTO

El proyecto de la residencia episcopal databa del año 2004, cuando el cabildo catedralicio aprobó la construcción de la casa del obispo sobre el terreno de la antigua vicaría situada al frente a la catedral de Limburgo. Sin embargo, las obras recién se iniciaron en diciembre de 2007, ajustándose a los deseos del recién nombrado obispo de Limburgo, Mons. Tebartz-van Elst. El proyecto fue ampliado, abarcando, además de la construcción de una vivienda para el obispo, la restauración y ampliación de la antigua vicaría, la vivienda del sacristán y la muralla colindante de la cudad, así como la edificación una capilla episcopal, una casa para religiosas y espacios para recepciones y reuniones, instalaciones exteriores y otros edificios. A enero de 2008, tras varias protestas, el cabildo catedralicio habia bajado el límite máximo de costos de 7 millones a 1.75 millones de euros. En realidad, esta suma era insuficiente para la realización del proyecto dentro de límites racionales, de modo que el 7 de febrero de 2008 se fijó la suma máxima en 2.5 millones de euros. Este cálculo tampoco resultó ser realista, pues había sido fijado sin un estudio previo y sin consultar la opinión de especialistas en la materia. En el año 2010, el tope se había elevado a 5.5 millones de euros.

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Centro Diocesano San Nicolás en Limburgo (Alemania)

La mayor parte de los fondos para costear el proyecto provenían de una fundación creada en 1827 para el mantenimiento de los obispos de Limburgo, que lleva el nombre de Silla Episcopal. A partir de 2008, Tebartz dispuso que esta fundación no estaba obligada a rendir cuentas al cabildo catedralicio sobre gastos efectuados, sino sólo al obispo y a su vicario general. De esta manera, el obispo sentó las bases para disponer del dinero que quisiera para su proyecto y sustraerse al control de otras instancias en la diócesis.

A fin de acalllar las críticas que afirmaban que estaba haciendo lo que le viniera en gana con un dinero que no le pertenecía personalmente, en el año 2010 Tebartz-van Elst convocó a Jochen Riebel (de la Unión Demócrata Cristiana), Theodor Michael Lucas (de la Sociedad de José, asociación católica que gestiona instituciones para minusválidos, entre ellas hospitales y asilos de ancianos) y Carl-Friedrich Leuschner (auditor) para constituir una junta administradora del patrimonio de la Silla Episcopal, a fin de supervisar las finanzas del proyecto. Sin embargo, el obispo dio órdenes explícitas de no hacer públicos los resultados de las supervisiones. Cosa inusual en Alemania, donde se suelen hacer públicos los costos de cualquier proyecto, en aras de la transparencia.

En agosto de 2012, visto el alcance que tenían las obras, la junta administradora confirmó la suma de 5.5 millones de euros para las obras, aunque los contratistas de obras advertían que, considerando los imprevistos que siempre se presentan, la suma podía llegar a los 9 millones de euros. 2.5 millones de euros provenían de los impuestos que los católicos alemanes tienen que pagar para el sostenimiento de la Iglesia. En este monto estaban contemplados 200 mil euros para la casa del obispo, 300 mil euros para su capilla personal, 500 mil para los espacios administrativos y de huéspedes, 2 millones de euros para la rehabilitación de las murallas históricas y exposición de restos arqueológicos, así como 2.5 millones de euros para la rehabilitación de la antigua vicaría y de la casa del sacristán. El obispado le dio entonces al proyecto el nombre de Centro Diocesano San Nicolás, para dar a entender que no se trataba únicamente de la residencia del obispo.

Aún así, siguieron lloviendo las críticas sobre el proyecto, cuyo verdadero costo seguía siendo un misterio.

El 29 de junio de 2013, en el momento de la inauguración, el obispado dio a conocer la suma de 9.85 millones como costo total del proyecto. Sin embargo, parece que las cifras no cuadraban, de modo que ese mismo día la junta administradora exigió una corrección de datos, ante lo cual el obispado aclaró dos días más tarde que el costo mencionado solamente incluía la rehabilitación de las edificaciones antiguas. El costo total podría eventualmente ser mayor. Nuevamente, parecía que el obispo estaba aplicando su particular concepto de la verdad, buscando ocultar información comprometedora.

Lo que se halla fuera de toda duda es que el obispo y su proyecto se habían convertido en una piedra en el zapato para toda la Iglesia católica en Alemania, cuyo prestigio estaba en juego. De modo que la Conferencia Episcopal Alemana decidió tomar cartas en el asunto y convocó una comisión fiscalizadora con la tarea de revisar la gestión financiera del obispado de Limburgo respecto a la construcción del centro diocesano. Ese mismo mes de julio, Mons. Tebartz-van Elst se obligó por escrito ante el cabildo catedralicio a colaborar con la comisión en todo lo necesario para que ésta pudiera cumplir con sus funciones.

Siendo de conocimiento del Vaticano los problemas que había en la diócesis, se decidió enviar como visitador apostólico al Cardenal Lajolo, quien se hizo presente en Limburgo del 9 al 15 de septiembre. El 14 de septiembre el visitador, junto con el obispo, el cabildo catedralicio y el decano catedralicio emitieron una declaración conjunta, comprometiéndose el obispo a proporcionar las cifras de los costos de construcción solicitados por la comisión fiscalizadora de la Conferencia Episcopal Alemania. El informe final sería publicado. Asimismo, el obispo, a diferencia de lo que había venido haciendo hasta ahora, permitiría de manera regular y en un ámbito de confianza la participación en la gestión de la diócesis de todos los órganos consultivos previstos por el derecho eclesiástico. El cabildo catedralicio se comprometía a acompañar con lealtad este nuevo rumbo que estaba tomando el obispo. En la misa con la cual se daba por terminada la visita, el Cardenal Lajolo convocó a un nuevo comienzo en la diócesis de Limburgo. El obispo pidió perdón y comprensión por todo aquello en que hubiera decepcionado y lastimado a quien sea.

Todo parecía ser perdón y reconciliación, olvido de lo pasado y mirada hacia el futuro. ¿Borrón y cuenta nueva? ¿Colorín colorado, este cuento se ha acabado? ¿Y vivieron felices y comieron perdices? Nada de eso. Esto sólo era el comienzo del fin.

EL OBISPO DE LUJO AL DESNUDO

El 23 de septiembre de 2013 Robert Zollitsch, arzobispo de Friburgo y entonces presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, declaró que toda la Iglesia en Alemania estaba padeciendo debido a los informes sobre los costos de la residencia del obispo de Limburgo.

El 7 de octubre de 2013, la junta administradora del patrimonio de la Silla Episcopal dio a conocer los resultados de un cálculo interno de los costos. Se trataba de una suma de por lo menos 31 millones de euros. Jochen Riebel, uno de los integrantes de la junta administradora, declaró el 8 de octubre al Frankfurter Allgemeine que Tebartz-van Elst había querido prohibirles hacer públicos los resultados y que, no obstante los continuos requerimientos del consejo, no había presentado los planes presupuestarios para 2012 y 2013. A excepción de un financimiento de 600 mil a 800 mil euros, ninguna de las partes del proyecto había sido aprobada en ningún plan, contraviniendo de esta manera lo estipulado en los estatutos de la Silla Episcopal. Tebartz-van Elst sería “un embaucador refinado o un hombre enfermo”. Si se consideraba un “hombre de honor”, debía renunciar. El 11 de octubre de 2013 Riebel admitió que el consejo administrativo había autorizado a título provisional un financiamiento parcial de casí 16 millones de euros, con lo cual habría tenido un conocimiento aproximado del aumento de costos. A esto hay que añadir que la administración municipal de Limburgo calculaba costos adicionales debido a que los trabajos habían producido daños en edificaciones colindantes. Los calculos indicaban que la suma total podría llegar a los 40 millones de euros.

«Señor, ¿qué culpa tengo yo de todo esto?»

«Señor, ¿qué culpa tengo yo de todo esto?»

El consejo presbiterial, los sacerdotes miembros del Círculo de Hofheim, la iniciativa “Somos Iglesia” y otros católicos de Limburgo le solicitaron al obispo Tebartz-van Elst que renunciara a su cargo. El obispado respondió que el obispo era responsable de la guía espiritual de los fieles en la diócesis, más no de la administración del financimiento para la construcción. El 8 de octubre la presidencia de la asamblea diocesana de Limburgo y la junta directiva del consejo sinodal diocesano le atribuyeron al obispo un manejo atemorizante de la verdad y falsedad deliberada respecto a los datos que daba sobre las obras del proyecto. El obispo sería un grave obstáculo en la misión eclesial de anunciar el Evangelio. Se le solicitaba del Papa que tomara una decisión al respecto.

Poco a poco fueron saliendo a la luz más detalles comprometedores sobre las irregularidades en que se había incurrido durante la realización del proyecto.

En un momento dado había habido un conflicto entre la junta administradora y el obispo, debido a un financiamiento puente de 15,7 millones de euros que se había autorizado tomar del Deutsche Bank. En contra de las recomendaciones de la junta administradora, Tebartz-van Elst había dado la orden de que los costos nunca debían hacerse públicos. Por eso mismo, en el año 2009 el obispado le había encargado a una sociedad auditora de Colonia, KPMG, que llevara los libros contables, de modo que sólo el maestro de obras de la catedral y el arquitecto podían ver las facturas y los comprobantes. Además, en ese entonces la misma sociedad auditora había estimado los costos del proyecto a grosso modo en 17 millones de euros. El obispo y el vicario general Kaspar habían recibido esta información, así como el cálculo más exacto del año 2011, donde la suma se elevaba a 27 millones de euros.

El 2 de octubre de 2013 Tilman Staud, el arquitecto jefe del proyecto, le comentó a Jochen Riebel que le había mentido sistemáticamente a la junta administradora por orden expresa del obispo. El arquitecto Michael Frielinghaus aclaró que la suma de 5.5 millones de euros había estado siempre por debajo de los montos que habían calculado los planificadores involucrados. El obispo había tenido conocimiento de los costos reales desde un principio; el monto aproximado nunca había estado en duda. No se había dado una explosión de costos, sino más bien todo habría marchado según lo previsto desde un principio, sin mayores sorpresas.

El 17 de octubre el arzobispo Robert Zollitsch informó al Papa sobre la situación en la diócesis de Limburgo. La comisión fiscalizadora convocada por la Conferencia Episcopal Alemana comenzó su trabajo el 18 de octubre bajo la dirección de Manfred Grothe, obispo auxiliar de Paderborn. Otros miembros de la comisión fueron Lorenz Wolf (experto en derecho eclesiástico y presidente del tribunal eclesiástico de la arquidiócesis de Múnich y Frisinga), Michael Himmelsbach (director del departamento de finanzas de la arquidiócesis de Friburgo), Michael Duus (experto en construcción de la oficina de gestión de proyectos del WSP Group, una empresa internacional dedicada la consultoría en construcción e ingeniería) y Josef Gronemann (auditor de Colonia).

Parece que Tebartz-van Elst ya se olía lo que se le venía encima, y el 20 de octubre de 2013 le ofreció al Papa su renuncia al cargo episcopal. El 21 de octubre el Papa lo recibió en audiencia privada y el 23 de octubre el Vaticano lo suspendió de sus funciones hasta que no se hubiera aclarado el asunto de los costos de la residencia episcopal, es decir, hasta que la comisión fiscalizadora presentara su informe. Mientras tanto, podía descansar y poner las barbas en remojo. A partir del 30 de octubre lo encontramos recluido en el monasterio benedictino de Metten, en Baviera.

El 3 de marzo de 2014 el arzobispo Robert Zollitsch entregó el informe de la comisión fiscalizadora al Vaticano. El 26 de marzo de 2014 el Vaticano informó oficialmente que, debido a la situación en la diócesis de Limburgo que impide un ejercicio fecundo de su ministerio, a Mons. Tebartz-van Elst se le aceptaba la renuncia que había presentado el 20 de octubre de 2013. A su debido tiempo, se le asignarían nuevas tareas. Mons. Manfred Grothe era nombrado administrador apostólico de la diócesis de Limburgo.

Ese mismo dia, la Conferencia Episcopal Alemana hizo público el informe. Se trata de un estudio detallado que supera las 100 páginas sobre todos los aspectos relacionados con la construcción del Centro Diocesano San Nicolás. Y los resultados son demoledores. No voy a transcribir todas las irregularidades que allí se señalan. Pero veamos algunas.

Tras asumir la responsabilidad del proyecto, sin participación del cabildo catedralicio, el obispo había elegido él mismo los arquitectos y comenzó a tomar decisiones sobre cómo debía ser el resultado arquitectónico final, sin fijarse en gastos y dejando los detalles financieros al vicario general.

En la planificacion y adjudicación de los contratos no se ciñó a lo que establecia el estatuto diocesano de construcción, así como también prescindió de las oficinas diocesanas que debían participar por norma en la gestión de las obras (departamentos de finanzas, administración y obras). Asimismo, prescindió de los órganos de control de la diócesis y de los previstos por los estatutos de la Silla Episcopal.

La junta administradora del patrimonio de la Silla Episcopal recién fue informada con exactitud en abril de 2013, a través del vicario general, sobre la situación patrimonial de la Silla Episcopal. Asimismo, tampoco se le proporcionó toda la información necesaria para tomar decisiones. Datos concretos sobre planificación de obras y las medidas a realizar no le fueron presentadas a la junta administradora; simplemente se le hizo tomar conocimiento de las medidas una vez ya realizadas

La junta administradora, confiando en la legitimidad del actuar del obispo y el vicario general, entendió sus funciones exclusivamente como una labor de asesoría al obispo y lo apoyó en sus planes; sólo cuando los costos casi alcanzaron la suma final, la junta administradora comenzó a asumir en serio las tareas que le competían según estatutos.

El obispo no tomó en cuenta el estatuto de obras de la diócesis ni el derecho diocesano en su proyecto, lo cual hubiera permitido que se ejerciera un control sobre los costos, contratos y adjudicaciones.

Todos los implicados en el proyecto, incluso el obispo, sabían desde el 1° de septiembre de 2011 que se iba a necesitar más de los 17 millones presupuestados hasta ese momento, siendo incluso esta cifra mantenida en secreto, pues el obispo había dado órdenes al maestro de obras diocesano, al gerente de la Silla Episcopal, a los empleados de la empresa de arquitectos BLFP Freilinghaus así como a los miembros de la junta administradora que mantuvieran en estricto silencio los costos verdaderos de la construcción.

Las iniciativas y deseos del obispo fueron una de las principales causas del aumento incontrolado de los costos de construcción. Mons. Tebartz-van Elst no tenía ningún interés en los costos generados y la forma de financiamiento; todo esto se lo dejó a su vicario general. Además, que el proyecto iba a terminar costando unos 30 millones de euros es algo de lo que tuvo conocimiento por lo menos a partir del 29 de junio de 2013, si no antes. Más aún, que sabía que la suma iba a alcanzar los 31.5 millones de euros lo demuestra su firma colocada el 11 de septiembre de 2013 en el protocolo de la sesión de la junta administradora realizada el 28 de agosto de 2013.

A la opinión pública y a los empleados de la diócesis se les dio, por orden del obispo, información imprecisa e incluso falsa sobre los costos del proyecto (en el año 2010 se habló de 5.5 millones euros; en el año 2013 de 9.85 millones de euros), aun cuando el obispo sabía de los costos reales, y estas cifras fueron defendidas por empleados y colaboradores leales hasta el momento en que los miembros de la junta administradora ya no se mostraron dispuestos a avalar este engaño. El obispo, aun teniendo conocimiento de las cifras reales, no informó al respecto al Cardenal Lajolo, enviado de la Santa Sede, durante su visita a la diócesis en la segunda semana de septiembre.

LOS “DESEOS PARTICULARES” DE UN OBISPO

La comisión fiscalizadora de la Conferencia Episcopal Alemana llegó a la conclusión de que se realizaron obras innecesarias, las cuales elevaron los costos de manera exhorbitante. Por ejemplo, la construcción de un piso subterráneo en todo el proyecto, excesivamente costoso por la naturaleza rocosa del terreno. Cambios posteriores realizados una vez terminadas las edificaciones también contribuyeron a disparar los costos hacia las nubes. Todos estos cambios se realizaron de acuerdo a la voluntad expresa del obispo, que hacía y deshacía como quería.

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«¡Bienvenidos a mi humilde casita!»

He aquí un listado de con algunos de los “deseos particulares” del obispo, que convirtieron las obras del Centro Diocesano San Nicolás en un proyecto millonario de lujo:

  • La construcción posterior de un sótano junto al museo diocesano, no incluido en los planos originales. Costo: 75,000 €.
  • Una vez terminado el Jardín de María, al obispo no se le ocurrió mejor idea que reemplazarlo por un Jardín del Silencio, para lo cual se tuvo que demoler todo lo que se había hecho y comenzar con una nueva obra. Costo: 667,000 €.
  • Se decidió que los interruptores de luz que ya habían sido instalados debían ser reemplazados por interruptores modernos con sensores, lo cual ocasionó un gasto adicional de 20,000 € en trabajos eléctricos.
  • Una vez terminada la capilla, se decidió posteriormente instalar una estructura de suspensión sólo para poder colgar una Corona de Adviento en el mes de diciembre. Para ello se tuvo que abrir el techo y colocar una grúa. Se generaron costos de más de 18,000 €.
  • El innecesario revestimiento con piedras naturales de numerosas paredes interiores así como de techos falsos costó nada menos que 108,000 €. A esto hay que añadir que todos los tejados planos del proyecto fueron revestidos de piedra natural, a un costo de 275,000 €. Además, el revestimiento de la fachada y el techo de la capilla en piedra natural tuvo un costo de 344,000 €.
  • Las superficies de piedra natural de las veredas del claustro en los exteriores fueron dotadas de calefacción eléctrica a un costo de 19,000 €.
  • El costo total de las ventanas había sido calculado originalmente en 910,000 €. Debido al deseo del obispo de que todos los marcos de las ventanas fueran de bronce, los costos se elevaron a 1’730,000 €.
  • Los trabajos de instalación del parquet costaron 205,000 €. Con una superficie emparquetada de 420 metros cuadrados, el costo por metro cuadrado se eleva a la exgerada suma de 448 € por metro cuadrado.
  • En una escalera de caracol de 74 escalones se gastó nada menos que 171,000 €.
  • Las excavaciones necesarias para la construcción del prescindible piso subterráneo, para lo cual se requería romper piedras hasta una profundidad de 4.50 metros, apuntalar las construcciones ya existentes y las murallas circundantes, se desembolsó la fabulosa suma de 2’700,000 €.
  • Un estanque para peces ornamentales de 2 metros de profundidad ocasionó gastos de 213,000 €.
  • Se instaló dos rejas de latón bruñido, una de 4.10 metros de largo y 1.60 metros de alto, y otra de 1.10 metros de largo y 1.60 metros de alto, para separar los ambientes privados de la casa episcopal de otras áreas interiores, por un costo de 49,000 €, lo que da como resultado que cada metro cuadrado de reja tuvo un costo de 5,900 €.
  • En el proyecto se instaló tecnología punta de comunicaciones, a un costo de 280,000 €, incluyendo 32 altavoces de membrana a un costo de 45,000 €.
  • Para los trabajos de carpintería (sin incluir puertas) se desembolsó la suma de 1’150,000 €.
  • Para decoración y obras de arte (sin incluir muebles) se desembolsó 1’170,000 €.
  • En todo el proyecto se instaló iluminación de calidad superior. Adicionalmente a la iluminación necesaria, se instalaron luces LED especiales en hilera en suelos, debajo de escalones, en barandas y en nichos de ventanas. Sólo estas luces LED costaron en total 650,000 €.
  • Las puertas interiores que se instaló fueron de la mejor calidad, lo cual generó costos de 490,000 €.
  • Los sanitarios (sin incluir montaje) para equipar el baño del obispo costaron un total de 31,000 €.
  • Debido a que no se adjudicó los pedidos a los ofertantes más económicos, se generó sobrecostos adicionales de 330,000 €.

Todos estas cifras se entienden como precio en bruto, pues a esto hay que añadir el impuesto de valor agregado, que aquí en Alemania es de 19%.

No llegamos a entender en qué contribuye al anuncio del Evagelio dotar la sede episcopal de calefacción en exteriores, ventanas de bronce, luces costosas que cumplen una mera función decorativa, un estanque de peces ornamentales o unos sanitarios para el baño personal del obispo que cuestan mucho más de lo que gana el alemán promedio en un año.

Lo cierto es que el obispo Tebartz-van Elst siguió insistiendo en su propia inocencia. Si bien admitió haber cometido errores, no mencionó ninguno en particular. Y la responsabilidad de lo sucedido se la atribuyó al vicario general Franz Josef Kaspar, como encargado que era de las cuestiones administrativas y financieras del proyecto. El obispo afirmaba no ser ningún experto en finanzas y construcción, por lo cual su responsabilidad sería muy limitada, y su preocupación se centró únicamente en la calidad y perdurabilidad del resultado final. Por el momento ha salido impune de todo el asunto, aunque la fiscalia de Limburgo se puso a revisar el informe de la comisión fiscalizadora para ver si había indicios de delitos penales y si abría un proceso por malversación de fondos.

¿Y a qué no adivinan? En medio de todo este asunto, Tebartz-van Elst también contó con voces que lo apoyaban. En agosto de 2013 el Foro de Católicos Alemanes, una asociación vinculada al conservador Cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, pidió apoyarlo mediante firmas online, pues las acusaciones supuestamente formaban parte de una campaña en su contra, debido a su posición teológica fiel a la Iglesia y a su pastoral en conformidad con lo que quiere el Papa Francico. ¿No suena conocida esta cantaleta? No es la primera vez que se quiere acallar las críticas a un obispo refregando su lealtad a Roma y su defensa de la doctrina verdadera.

Pues aquí tengo parte de un discurso del Papa Francisco, para que veamos si el obispo emérito de Limburgo cumplía con los lineamientos establecidos por el actual Pontífice:

«El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear. […] Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan «psicología de príncipes». Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra. Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones. Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo. Y el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo también tiene su olfato para encontrar nuevos caminos.» (Discurso del Santo Padre en el encuentro con el Comité de Coordinación del CELAM – Rio de Janeiro, 28 de julio 2013)

Toda esa historia deja una gran lección para los obispos. Los obispos, si quieren seguir a Cristo y que el pueblo que les ha sido confiado también siga tras las huellas del Señor, no pueden ser autoritarios, impositivos, arrogantes, amigos de imponer su voluntad y su propia manera de pensar —que muchas veces es solo una interpretación particular de la doctrina cristiana—, deben ser hombres de diálogo, no precupados por las riquezas y propiedades materiales, artífices de unidad y hombres cercanos al pueblo.

¿Me estás leyendo, amigo Cipriani? Nadie te critica por defender la verdad católica ni por ser leal a la Iglesia. Te critican por otras cosas, que causan escándalo y rechazo incluso entre muchos fieles católicos. Y que son éticamente incompatibles con el Jesús que nos presentan los Evangelios. Aprende la lección. No vaya a ser que algún día te quedes sin pueblo que te siga.

IGLESIA Y PEDERASTIA: LA VOLUNTAD DE NO SABER

P. Marcial Maciel con el Papa Juan Pablo II

P. Marcial Maciel con el Papa Juan Pablo II

«No sabíamos que una persona que ha hecho tanto bien a la Iglesia hubiera cometido tales abusos», aducen muchos cuando se señala la inacción de las autoridades eclesiales para sancionar a los abusadores. Así se se ha querido justificar al Papa Juan Pablo II —cuya santidad no pongo en duda—.

Lo cierto es que en el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y caso emblemático de abusos sexuales en la Iglesia católica, la primera denuncia se efectuó en 1944 ante el obispo de Cuernavaca, quien no hizo nada para aclarar el asunto, como se constata a través de la amplia documentación publicada en la página web “La voluntad de no saber” (www.lavoluntaddenosaber.com). La segunda denuncia, hecha por dos jesuitas de Comillas, es de 1948 y llegó a la Santa Sede. Se sucederían más denuncias —en 1954, 1956, 1962, 1976, 1979— sin que nada se hiciera al respecto.

La denuncia hecha en 1998 por 8 ex-Legionarios abrió un proceso en el Vaticano que fue archivado en 1999 por órdenes expresas de Juan Pablo II. ¿Sabía de los abusos de Maciel? Probablemente no. Pero probablemente tampoco quería saber. Como ocurrió durante unos 60 años, hasta que finalmente en el año 2006 el Papa Ratzinger sancionó al pederasta ya de avanzada edad con una pena leve y simbólica, si consideramos los delitos cometidos. Pero querer saber tiene un precio: a Ratzinger, a la larga, le habría costado el puesto.

Parece que en el Sodalicio no quieren saber que hay varias denuncias por abusos cometidos en la institución. ¿Pasarán 60 años antes de que por fin se haga algo?

(Columna publicada en Exitosa Diario el 30 de abril de 2014)

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Una persona, presunta víctima de abuso sexual en el Sodalicio, cuyo testimonio anónimo fue publicado por el diario La República el 15 de marzo de 2013 (ver http://www.larepublica.pe/15-03-2014/el-controvertido-sodalitium-y-un-nuevo-testimonio-en-el-peru-despues-de-la-denuncia-de-jason-day), se comunicó conmigo vía e-mail, indicándome que la pregunta con que iniciaba su alegato aún no había sido respondida: ¿Dónde y cómo hago mi denuncia contra un poderoso pederasta?

Cito sus propias palabras:

«Soy yo quien solicita que me indiquen, claramente, a qué institución debo recurrir y contar mi historia, para que sea oída, evaluada y, eventualmente, que él (que bien sabe quién es), sea llevado a la justicia de este mundo.

Y sí, es un pedido anónimo, o quizás una demanda colectiva de víctimas silenciosas esperando que gente de bien detalle explícita y públicamente, cuál es el trámite correcto y por cuánto tiempo debemos esperar. ¿Arzobispo?

Quizás así yo y tú (que bien podrías estar leyendo esto) podamos, al fin, escuchar algo más justo que ruegos de silencio y olvido (“al fin y al cabo, él ha hecho tanto bien a la Iglesia…”, murmuran cómplices).»

La respuesta es que cualquier denuncia en este sentido debe presentarse ante el tribunal eclesiástico de la jurisdicción donde ocurrió el delito, enviando de ser posible una copia a la Congregación para la Doctrina de la Fe (Ciudad del Vaticano). Existe un formulario para eso. También es recomendable dejarse asesorar por algún especialista en Derecho Canónico, de preferencia una persona de confianza.

Lamentablemente, en la mayoría de los casos esto no basta, y habría que evaluar la posibilidad de presentar también una denuncia ante un tribunal civil. Pues en relación a los abusos sexuales en perjuicio de menores de edad, el actual Código de Derecho Canónico presenta bastantes vacíos legales. Comenzando porque este delito está tipicado sólo para clérigos:

El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical cuando el caso lo requiera (can. 1395 § 2.).

Si el pederasta es un laico o religioso no perteneciente al orden clerical, el Código de Derecho Canónico no especifica nada concreto. Sin embargo, eso no significa que la Iglesia no deba tomar cartas en el asunto, de acuerdo a los siguientes cánones:

La Iglesia tiene derecho originario y propio a castigar con sanciones penales a los fieles que cometen delitos (can. 1311).

Aparte de los casos establecidos en ésta u otras leyes, la infracción externa de una ley divina o canónica sólo puede ser castigada con una pena ciertamente justa cuando así lo requiere la especial gravedad de la infracción y urge la necesidad de prevenir o de reparar escándalos (can. 1399).

En otras palabras, si se trata de una infracción grave contra la ley canónica o contra la ley de Dios, siendo necesario prevenir y reparar escándalos, la Iglesia puede aplicar una pena adecuada. Y no se requiere que el fiel católico sea clérigo. Este caso se podría aplicar, por ejemplo, a cualquier fundador laico o religioso de un instituto de la Iglesia católica que no haya recibido las órdenes sacerdotales, cuando comete delitos de gravedad que causan escándalo.

Por otra parte, la normativa vigente hasta hace poco establecía que los delitos de abusos sexuales cometidos por clérigos prescribían a los 10 años (ver http://www.iuscanonicum.org/index.php/documentos/documentos-de-la-curia-romana/6-de-delictis-gravioribus-normas-de-los-delitos-mas-graves.html). El plazo comenzaba a correr desde el momento en que la víctima cumplía 18 años. En el año 2010, a solicitud del Papa Benedicto XVI, este plazo se extendió a 20 años, pudiendo la Congregación para la Doctrina de la Fe incluso derogar el plazo de prescripción si lo considera pertinente (ver http://www.iuscanonicum.org/index.php/documentos/documentos-de-la-curia-romana/384-modificaciones-a-las-normas-de-los-delitos-mas-graves.html).

Aun cuando esto constituya un avance y una señal de esperanza, me parece insuficiente, pues es común que pasen por lo menos dos décadas —e incluso con frecuencia más tiempo— para que la víctima haya procesado psicológicamente el trauma del abuso y tenga el valor para hablar de lo sucedido. Y, generalmente, lo único con lo que cuenta es con su testimonio, pues los hechos suelen ocurrir en privado y sin testigos, por lo cual resulta difícil aportar pruebas. El dictamen tiene que hacerse entonces sobre la base de un análisis de los testimonios. Y en esto la Iglesia es experta, pues la base sobre la que asienta su existencia, a saber, los hechos y dichos de Jesús, no pueden ser verificados mediante pruebas propiamente científicas, sino solamente mediante una demostración racional de la autenticidad y veracidad de los testimonios que nos ha legado la historia, entre los cuales destacan sobre todo los cuatro Evangelios.

Otra razón por la cual una denuncia ante un tribunal eclesiástico no es suficiente la hallamos en la historia reciente, donde las sanciones penales se han aplicado sólo después de que los casos de abusos fueran dados a conocer a la opinión pública a través de la prensa. Ocurrió con el escándalo de los casos de pederastia del arzobispado de Boston en el año 2002, ocurrió en el caso del P. Marcial Maciel, ocurrió con el caso del P. Karadima en Chile, ocurrió con los casos descubiertos en Irlanda, Bélgica, Países Bajos y Alemania. Más aún, a no ser por la información publicada por la prensa, es probable que la misma Iglesia no hubiera aplicado las medidas que estaba en la obligación de aplicar.

Buscar hacer conocidos los abusos a través de los medios que se considere adecuados es un derecho de las víctimas y una de las vías para alcanzar justicia y poder terminar de procesar el dolor y el trauma causados por el abuso. Y parece ser una necesidad desde el momento en que la Iglesia mantiene en el Código de Derecho Canónico una norma tan ambigua y favorecedora del secretismo como la que sigue:

Nunca se imponga una penitencia pública por una transgresión oculta (can. 1340 § 2).

Es decir, a diferencia de los tribunales comunes y corrientes, donde normalmente todos los casos son tratados con transparencia y la información sobre procesos en marcha es de acceso público, en la Iglesia católica puede haber “transgresiones ocultas”, es decir, delitos que son manejados en secreto en procesos que permanecen desconocidos para la opinión pública. Y donde la transparencia brilla por su ausencia.

El silencio, el encubrimiento, la complicidad por omisión, la falta de transparencia ante los abusos sexuales cometidos por miembros del clero y personas consagradas han sido prácticas de la Iglesia durante mucho tiempo, aunque esto parece estar cambiando. El 22 de marzo de este año el Papa Francisco creó la Comisión para la Tutela de los Menores, integrada por ocho personas, para prevenir la pederastia en la Iglesia. Más vale tarde que nunca. Aunque algunas diócesis ya se habían adelantado a este cáncer que parece extenderse por toda la Iglesia. Por ejemplo, en la diócesis de Espira (Alemania), a la cual pertenece mi parroquia, existe desde hace algún tiempo una comisión para víctimas de abusos sexuales. En la arquidiócesis de Lima, que debe tener muchos más católicos que Espira y además tiene el privilegio de ser sede cardenalicia, no existe nada parecido. ¿Será que el Cardenal Cipriani piensa que su circunscripción territorial es inmune a esa peste que asola todos los territorios de la Iglesia? ¿O también practica esa voluntad de no saber, de no enterarse de nada, de mirar hacia otra parte cuando hay denuncias presentadas en el tribunal eclesiástico de su jurisdicción?

¿Quién será ese “poderoso pederasta” al que hace alusión el testimonio publicado en La República? Se menciona que los abusos habrían ocurrido hace unos cuarenta años, y se entiende del texto que ese pederasta aún sigue vivo. No tengo ni la más remota idea de quién pueda ser, pues en ese momento yo todavía no era miembro del Sodalicio. Por eso mismo, prefiero no hablar de lo que no vi ni de lo que no sé. Aunque sospecho que algunos en el Sodalicio podrían saber de quién se trata. Hay que darle tiempo al tiempo, pues algún día aquellos que rompan con la voluntad de no saber terminarán contando lo que saben, y sabremos si tienen fundamento estas sospechas. O si, por el contrario, el Sodalicio siempre ha sido un nido de mansas palomas, salpicado de algunos “casos aislados”, manzanas podridas por las cuales no habría que hacer tanto escándalo. En fin, esas cosas pasan hasta en las mejores familias, mi hija…