EL ACIAGO DESTINO DE LAS PRIMERAS DENUNCIAS CONTRA EL SODALICIO

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José Enrique Escardó

Uno de los mayores casos de abusos sexuales de menores en Alemania fue el de la Escuela de Odenwald, un internado de línea pedagógica experimental. Y no estuvo relacionado con la Iglesia católica ni con ninguna otra iglesia cristiana, pues se trataba de una institución educativa laica. Una investigación oficial realizada en el año 2010 determinó que había 132 víctimas identificadas entre 1965 y 1998, y 18 docentes abusadores, entre ellos Gerold Becker, quien fuera director de la escuela entre 1972 y 1985. Según un estimado, podrían haber unas 300 víctimas más.

Sin embargo, las denuncias no se iniciaron recién en el 2010, año en que en Alemania comenzó la ola de destapes de abusos sexuales contra menores en instituciones gracias a la iniciativa del jesuita Klaus Mertes, entonces director del Colegio Canisio de Berlín, quien dio a conocer a la opinión pública los abusos cometidos en décadas anteriores por dos docentes jesuitas de la institución.

Ya en el año 1999, a través de un artículo del periodista Jörg Schindler en el Frankfurter Rundschau, se hicieron públicos por primera vez testimonios de exalumnos de la Escuela de Odenwald, según los cuales, durante las décadas de 1970 y 1980, el entonces director de la escuela, Gerold Becker, había abusado sexualmente de varios estudiantes de manera sistemática y durante un largo período de tiempo. Andreas Huckele —quien había sido alumno de la Escuela de Odenwald entre 1981 y 1988, y fue protegido en el artículo bajo el seudónimo de Jürgen Dehmers- y otra víctima conocida por el seudónimo de Thorsten Wiest le habían escrito anteriormente en junio de 1998 una carta al entonces director de la escuela, Wolfgang Harder, y a 26 empleados, confrontándolos con estas acusaciones y exigiendo consecuencias, después de enterarse de que Becker había regresado a la Escuela de Odenwald a principios de 1998 como profesor sustituto. Huckele le había escrito además dos cartas a Becker en 1997 y 1998, solicitando una respuesta de este último. La dirección de la escuela simplemente comunicó que Gerold Becker «no había refutado las afirmaciones de los afectados ante la junta directiva y había renunciado a sus funciones y responsabilidades en la asociación gestora y en la asociación promotora de la Escuela de Odenwald». La junta directiva, que había investigado las acusaciones, llegó a la conclusión de que, después de casi 15 años de ocurridos los hechos, éstos ya no eran «penalmente relevantes».

El artículo de Jörg Schindler, publicado a página completa en el Frankfurter Rundschau, no gatilló un debate público significativo, ni otros medios informaron al respecto, ni tampoco hubo reacción de las autoridades políticas y judiciales. En cambio, Florian Lindemann, en ese momento portavoz de los exalumnos, criticó duramente la cobertura del caso en una carta al editor publicada posteriormente. Acusó a Schindler de «periodismo sensacionalista». La investigación penal sobre el caso de Becker ya había sido archivada en 1999 por la Fiscalía de Darmstadt debido a que los presuntos delitos ya habían prescrito.

En resumidas cuentas, no pasó nada. Tendría que transcurrir poco más década antes de que se tomaran cartas en al asunto, lo cual llevaría al declive de la institución escolar y a su cierre definitivo en septiembre de 2015 por problemas financieros.

¿Podemos establecer un paralelo entre este caso y las primeras denuncias contra el Sodalicio de Vida Cristiana publicadas en un medio de difusión masiva —como era la revista Gente—, provenientes de la pluma de José Enrique Escardó?

Ciertamente, Escardó publicó seis columnas entre octubre y noviembre del año 2000 en su columna semanal El Quinto Pie del Gato, y sus denuncias no fueron replicadas por ningún otro medio. Pasaría más de una década hasta que el año 2011 las primeras denuncias de abusos sexuales cometidos por Germán Doig y Luis Fernando Figari fueran publicadas en Diario16, entonces dirigido por Juan Carlos Tafur, y en el año 2015 Editorial Planeta publicara la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados de Pedro Salinas y Paola Ugaz, donde se designaría a Escardó como «el primer denunciante», aunque sus denuncias sobre abusos psicológicos y físicos no incluían ninguna sobre abuso sexual. Asunto irrelevante, dado que los primeros tipos de abusos pueden tener consecuencias iguales, o incluso más graves, que los abusos sexuales, y constituyen el sustrato para que en ocasiones se cometa agresiones sexuales.

Antes de la publicación de los artículos de Escardó ya habían habido denuncias periodísticas y académicas contra el Sodalicio de Vida Cristiana, aunque de corte distinto. En los años 70 y 80 aparecieron espóradicamente en el Diario de Marka, un periódico de izquierda, críticas al Sodalicio y a Figari por su cercanía a grupos fascistoides de extrema derecha y por su oposición a la teología de la liberación del Padre Gustavo Gutiérrez, corriente de pensamiento que terminó siendo avalada como teológicamente inobjetable por la Congregación para la Doctrina de la Fe (Ciudad del Vaticano) y el Papa Francisco

El primero en resaltar por escrito el carácter sectario del Sodalicio fue José Luis Pérez Guadalupe en el año 1991, en su tesis para optar al grado de licenciado en teología, intitulada Las sectas en el Perú. Un resumen de la tesis fue publicado posteriormente por el Centro de Investigaciones Teológicas de la Conferencia Episcopal Peruana en el año 1991, con el título de Las sectas en el Perú: Los “nuevos movimientos religiosos”, y vendido en su local de Jesús María. Si bien el libro se ocupaba principalmente de las sectas evangélicas presentes en el Perú, en una parte de este escrito Pérez Guadalupe hablaba de características sectarias que se presentaban también en grupos que formaban parte de la Iglesia católica, a saber, el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal y el Sodalitium Christianae Vitae. Recuerdo que los curas sodálites Jaime Baertl y José Antonio Eguren movieron influencias para que el libro dejara de ser vendido, sin lograrlo. Aun así, la publicación no tuvo una difusión de alcance masivo, como sí lo tenía la revista Gente.

¿Qué factores contribuyeron para que las denuncias de Escardó cayeran en saco roto? Puedo adelantar algunas hipótesis.

Uno de los factores puede ser el medio donde publicó sus columnas. Gente era considerada una revista frívola, que no estaba a la altura de otras revistas periodísticas consideradas más serias como Caretas, Oiga y Sí. Ciertamente incluía algunos reportajes, pero estaba mas centrada en temas de farándula, de espectáculos, de alta sociedad, de variedades y deportes. Además, la columna de José Enrique Escardó tampoco tenía mucho peso en el ámbito periodístico, pues siendo el hijo de Enrique Escardó, el director de la revista, se sospechaba que se le había asignado una columna semanal más por motivos de parentesco que por sus méritos profesionales.

El siguiente factor que atentó contra la difusión de las denuncias fue el estilo sensacionalista en que estaban redactados los artículos. Era evidente la intención del articulista de escandalizar a sus lectores, contándoles una serie de incidentes chocantes. «Hoy contaré otra historia que escandalizará a mis lectores y, como les dije antes, tengo muchas otras guardadas que iré contando cada semana».

Todos los incidentes abusivos que Escardó narra ocurrieron realmente. Yo mismo lo puedo corroborar, pues fui testigo de algunos, otros me fueron narrados de primera mano o yo mismo u otros sufrimos abusos parecidos. Sin embargo, faltaba en los artículos un contexto donde situarlos, pues Escardó no explicaba qué es el Sodalicio, cómo funcionaba, cómo eran las estructuras que permitieron el abuso, qué tipo de inserción tenía el Sodalicio en la Iglesia católica, etc. En otras palabras, lo que él escribió no cumplía con todos los estándares periodísticos, lo cual a ojos de muchos le restaba objetividad, aunque —como ya he señalado— nada de lo que cuenta es falso o inventado. Quizás en ese entonces no se hallaba en situación de realizar esta tarea, ya sea por falta de experiencia, ya sea por la carga emotiva que le causaba su animadversión a la Iglesia católica.

Y éste es otro de los puntos que quizás hayan impedido la difusión y acogida de sus denuncias. Pues en su primera columna del 26 de octubre de 2000, titulada “Extirparé la raíz del miedo”, introducía lo que iba a contar en el marco de una rabiosa perorata contra la Iglesia católica. «Llegó el momento de empezar a decir las cosas como son. Que nadie se deje atemorizar por curas o líderes laicos de la iglesia, que de santos tienen menos que yo de católico. […] Estoy harto de los abusos de la iglesia y de que metan la nariz donde nadie les ha pedido». Si bien Escardó tiene razón en muchas de sus críticas, no tiene en cuenta que la Iglesia no se reduce a lo que hagan muchos de sus jerarcas, ni tampoco tiene en cuenta que muchos católicos que se siguen considerando parte de la Iglesia entendida como Pueblo de Dios y comunidad viva de creyentes también comparten muchas de las críticas que él tiene.

El título de cuatro de sus columnas —”Los abusos de los curas”— también resultó inapropiado, pues de entre los personajes abusadores que menciona con nombre y apellido sólo uno es cura, a saber, José Antonio Eguren. En realidad, los abusadores más notables del Sodalicio han sido laicos. Hablar de los abusos de los curas termina distorsionando la verdadera compresión de la problemática de abusos del Sodalicio.

Un año después, el 20 de noviembre de 2001, se emitió en Canal N el primer reportaje periodístico sobre el Sodalicio de Vida Cristiana, realizado por Diego Fernández-Stoll, durante el programa “Entre Líneas“, que conducía la periodista Cecilia Valenzuela. En el programa también se entrevistó a José Enrique Escardó y al psicólogo Jorge Bruce.

Allí se presentaba de manera seria y documentada el marco contextual que le faltaba a las columnas publicadas en Gente. Y allí José Enrique Escardó pudo hablar, de manera más serena, sobre las mismas experiencias abusivas que había sufrido durante su permanencia en el Sodalicio, sin la sazón emocional que habría arruinado el impacto efectivo que podrían haber tenido sus artículos escritos. En el programa de Canal N rezumaba sincera objetividad y fidedigna credibilidad.

Por supuesto, seguía siendo un ave solitaria, pues muchos de los que aún estábamos procesando nuestra experiencia sodálite aún no habíamos superado del todo el formateo mental efectuado por el Sodalicio o no estábamos en condiciones de narrar públicamente lo que habíamos sufrido.

Quiero agradecer a José Enrique Escardó por el valor que tuvo de hablar, de abrir trocha y camino, aunque su denuncia original no haya estado exenta de desaciertos en la forma y en el tono.

(Columna publicada el 23 de marzo de 2024 en Sudaca)

ABUSOS SEXUALES: TAMBIÉN LA IGLESIA EVANGÉLICA

abusos

En noviembre de 2018 la Conferencia Episcopal Alemana publicó el así llamado Estudio MHG —en alusión a las iniciales de las ciudades a las que pertenecían los institutos de los investigadores: Mannheim, Heidelberg, Giessen— sobre el abuso sexual en la Iglesia católica alemana. Los resultados fueron devastadores, aun cuando la investigación contó con limitaciones e incluso obstaculizaciones por parte de algunas de las diócesis que se habían comprometido a realizarlo.

Se analizaron 38,156 actas personales de sacerdotes y diáconos de los 27 obispados alemanes pertenecientes al período entre 1946 y 2014. Se halló 1,670 clérigos abusadores, lo que representa el 4.4% de todos los clérigos cuyas actas personales fueron examinadas. Se identificó 3,677 víctimas de abuso sexual infantil y juvenil. Se encontraron estructuras institucionales que permitían el abuso sexual, como relaciones asimétricas de poder y un sistema cerrado en sí mismo, característico de la Iglesia católica. Y esto sólo era la punta del iceberg debido a las limitaciones señaladas, pues los estudios independientes posteriores encargados por varias diócesis no han hecho más que aumentar el número de abusadores —no sólo clérigos, sino también religiosos y personal laico— y también el número de víctimas.

La Iglesia Evangélica en Alemania (Evangelische Kirche in Deutschland, conocida por sus siglas EKD), una federación de actualmente veinte iglesias protestantes regionales, creada en 1948 después de la Segunda Guerra Mundial, se enorgullecía en ese aspecto de ser mejor que la Iglesia católica. ¿Cómo iban a ocurrir abusos sexuales en las iglesias reformadas, que tenían como pilar principal la fidelidad a la Palabra de Dios expresada en la Biblia y cuyas autoridades eclesiásticas —obispos, pastores y vicarios de ambos sexos— no tenían la obligación de guardar el celibato, como sí ocurre en la Iglesia católica?

De otra opinión era Detlev Zander, quien en 2014 se convirtió en el primer denunciante de abusos sexuales contra menores en una institución asociada a la Iglesia evangélica. Zander fue víctima de abuso sexual, golpes y humillaciones por parte de varios agresores cuando era niño en un hogar infantil de la Comunidad de Hermanos en Korntal, cerca de Stuttgart. La Iglesia evangélica había ignorado su historia de sufrimiento y lo había difamado como mentiroso. Solo cuando decidió hacer público su testimonio, la Iglesia se preocupó en investigar. Actualmente, Zander es el portavoz del Foro de Participación Violencia Sexual de la Iglesia Evangélica, creado en 2022. El foro tiene poder de decisión en cuestiones relacionadas con la violencia sexual. Zander señaló que en los hogares y casas parroquiales evangélicas prácticamente no existen estructuras que permitan poner al descubierto o prevenir tales casos. En agosto de 2021 Zander había declarado en una entrevista: «Desde mi punto de vista no se puede decir que el contexto católico sea peor que el evangélico – en ambas iglesias no se hace nada. Ambas están igual de mal y son terribles».

El tiempo le ha dado la razón. El 25 de enero de este año por fin fue publicado un informe multidisciplinario de más de 800 páginas sobre abusos sexuales en la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD), realizado por el Consorcio de Investigación ForuM, con el título de “Investigación sobre el tratamiento de la violencia sexual y otras formas de abuso en la Iglesia Evangélica y la Diaconía en Alemania”, entendiéndose por “diaconía” el servicio social que prestan cada una de las iglesias protestantes regionales. En la elaboración del informe, encargado por la misma EKD, participaron ocho universidades e institutos alemanes, cubriendo las áreas de trabajo social, historia, ciencias de la educación o pedagogía, psicología, sociología, psiquiatría forense, sexología y criminología.

La EKD encargó el estudio hace más de tres años por un costo de alrededor de 3.6 millones de euros. También hubo participación de los afectados. Los investigadores analizaron alrededor de 4,300 actas disciplinarias, 780 actas personales y alrededor de 1,320 documentos adicionales. Haciendo una comparación, en el Estudio MHG de la Conferencia Episcopal Alemana de 2018 se examinaron más de 38,000 actas personales, como ya se ha indicado.

El estudio realizado demuestra que ha habido muchos más víctimas de abuso de lo esperado, habiendo identificado a 2,174 afectados y 1,259 perpetradores. Sin embargo, Harald Dressing, uno de los investigadores —quien también colaboró con el Estudio MHG de la Iglesia Católica en 2018— explicó que, no obstante haber una obligación contractual, solo una de las veinte iglesias evangélicas regionales proporcionó actas personales junto con las actas disciplinarias. Ello significó una seria limitación al estudio, pues el análisis adicional de las actas personales de la única pequeña iglesia regional que las puso a disposición de los investigadores mostró que en las actas disciplinarias no había registro de aproximadamente el 60% de los abusadores y del 70% de las víctimas. Basándose en estos datos y en la experiencia de estudios similares, se llega a cifras mucho más altas. Según cálculos estimados, desde 1946 al menos 9,355 niños y jóvenes habrían sufrido abuso sexual en la Iglesia evangélica y en la Diaconía. Además, habría 3,497 abusadores, de los cuales más de un tercio serían pastores o vicarios. Se presume con razón que hay una cifra oscura muy grande. Muy grande y aterradora.

Según el estudio, alrededor del 64.7% de las víctimas eran hombres y el 35.3% por ciento eran mujeres. Casi todos los perpetradores son hombres (99.6%). Alrededor de tres cuartas partes de ellos estaban casados en el momento del primer abuso. La mayoría de los delitos son de naturaleza hands on, es decir, con contacto físico, desde tocamientos corporales innecesarios en clases de educación física hasta la penetración.

Por supuesto, las reacciones de los eclesiásticos y eclesiásticas evangélicos han sido muy similares a las que encontramos entre las autoridades de la Iglesia católica, resaltando más el impacto emocional en la institución perpetradora y el daño a su imagen que las terribles experiencias de las víctimas, con biografías destrozadas preñadas de dolor. «Esperaba mucho de la investigación, pero el cuadro general me ha conmocionado», dijo Kirsten Fehrs, presidenta interina del consejo de la EKD, en la presentación del informe en Hannover. Con respecto a las víctimas, Fehrs dijo: «No las protegimos en el momento del delito, ni las tratamos adecuadamente cuando tuvieron el coraje de denunciarlo». Hubo una tendencia a mirar hacia otro lado en las comunidades eclesiásticas y en las instituciones de la Diaconía.

El director del estudio, Martin Wazlawik, señaló que los casos de abuso en la Iglesia evangélica hasta ahora no han sido adecuadamente registrados ni investigados. El mal manejo de los casos de los afectados muchas veces se hizo desde una actitud que consideraba a la Iglesia evangélica como superior a la católica.

Los representantes de los sobrevivientes de abuso exigieron estándares vinculantes para la investigación en todas las iglesias regionales, pues el federalismo inherente a la EKD —donde cada iglesia regional sigue sus propios procedimientos— obstaculizaban la elucidación de los casos de abuso. Aún hoy, dijo Detlev Zander, el trato hacia los afectados sigue causando retraumatización.

El Ministro Federal de Justicia, Marco Buschmann, instó a ambas iglesias a comprometerse con el esclarecimiento de casos de abuso, la reparación y una mejor prevención. También dijo: «El esclarecimiento eclesiástico es importante, pero no puede sustituir al procesamiento penal estatal donde sea posible».

Internamente se habla en la Iglesia evangélica de una «debacle», aunque nadie quiera ser citado al respecto con nombre y apellido. Los investigadores independientes encargados denunciaron en la presentación del estudio y en entrevistas la «parsimoniosa colaboración de las iglesias regionales», y que sólo pudieran realizar un análisis de las actas personales en una de las veinte iglesias regionales. El hecho es que se había acordado contractualmente una inspección de las actas personales de forma aleatoria. Sin embargo, en algún momento los investigadores se encontraron ante la alternativa de interrumpir el estudio, o conformarse con las actas disciplinarias. Según ellos mismos, las iglesias regionales alegaron que no tenían suficiente personal para revisar las actas personales. Esto resultó en una disponibilidad «altamente selectiva» de fuentes, por lo cual los resultados sobre el número de abusadores —cuyos nombres aun no han sido revelados— y de víctimas sería sólo «la punta de la punta del iceberg».

El director del estudio, Martin Wazlawik, le comentó el 25 de enero al periódico semanal “Die Zeit” que los números aún no describen la magnitud total del abuso sexual:

«Lo que hemos hecho en el estudio ForuM es un comienzo, seguido de dos puntos [signo ortográfico]. Todavía hay mucho trabajo por hacer para que las iglesias regionales y la EKD rellenen el espacio después de estos dos puntos».

Todos estos resultados invitan a la reflexión. En las iglesias cristianas reformadas no existe la obligación del celibato para los clérigos, como en la Iglesia católica, y sin embargo los abusos sexuales son de igual o mayor magnitud que en la Iglesia católica. Incluso se aplican estrategias parecidas ante este problema: encubrimiento, protección de la imagen institucional, control de daños, maltrato de las víctimas —ya sea ignorándolas o desacreditándolas—, impunidad para los abusadores, omisión de denuncia ante la justicia civil.

El celibato no sería un factor determinante en el hecho de que haya abusos sexuales, pues los abusadores de la Iglesia evangélica no eran célibes. Incluso en la Iglesia católica un clérigo o religioso obligado al celibato puede transgredir esta obligación y llevar una doble vida, sin convertirse en abusador, ya sea teniendo un/a amante (en una relación hetero u homosexual), una relación estable —no oficial ni pública— con una mujer, o simplemente recurriendo al servicio de prostitutas. Ninguna de estas prácticas, si el sexo es consentido mutuamente, convierte a un clérigo en un abusador.

Aquí conviene citar a Alberto Moncada, exmiembro del Opus Dei:

«Yo no creo que el celibato eclesiástico sea la causa de la creciente inundación de pederastia sacerdotal. […] Los curas y monjas pederastas lo son no tanto por su eventual represión sexual cuanto por gozar de una situación de poder respecto de los menores que les están confiados. Es posible que si estuvieran emparejados hubieran sido menos pederastas pero también hay casados pederastas que tienen en común con los clérigos y monjas su fácil acceso a los menores y su situación de poder respecto a ellos».

Tanto en la Iglesia católica como en la Iglesia evangélica nos hallamos con estructuras similares de poder que propician la perpetración de abusos sexuales en perjuicio de menores y adultos vulnerables y donde en virtud de una autoproclamada misión religiosa se tiene acceso a la intimidad personal y a las conciencias de los creyentes en un supuesto ámbito de confianza. Y esto nos lleva a una tremenda paradoja: ser creyente no hace que uno esté más seguro y mejor protegido, sino que lo pone a uno en riesgo de sufrir abusos en las iglesias cristianas de las cuales se participa.

(Columna publicada el 12 de febrero de 2024 en Sudaca)

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FUENTES

Forschungsverbund ForuM
Forschung zur Aufarbeitung von sexualisierter Gewalt und anderen Missbrauchsformen in der Evangelischen Kirche und Diakonie in Deutschland
https://forum-studie.de/wp-content/uploads/2024/01/Abschlussbericht_ForuM.pdf

WEB.DE
“Wir waren Freiwild”: Ein Betroffener berichtet über sexuelle und körperliche Gewalt in der Evangelischen Kirche (04.08.2021)
https://www.augsburger-allgemeine.de/bayern/kirche-missbrauch-in-evangelischer-kirche-streit-um-zahlen-und-weitere-studie-id69343381.html

katholisch.de
Evangelische Kirche: 9.355 Missbrauchsopfer – 3.500 Beschuldigte (25.01.2024)
https://katholisch.de/artikel/50606-evangelische-kirche-9355-missbrauchsopfer-3500-beschuldigte

Augsburger Allgemeine
Missbrauch in evangelischer Kirche: Streit um Zahlen und weitere Studie (05.02.2024)
https://www.augsburger-allgemeine.de/bayern/kirche-missbrauch-in-evangelischer-kirche-streit-um-zahlen-und-weitere-studie-id69343381.html

NUNCA JAMÁS

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El País de Nunca Jamás, descrito por primera vez en la novela fantástica Peter Pan (1904) del escritor escocés J.M. Barrie (1860-1937), es una isla de fantasía que simboliza el sueño sempiterno de la niñez: un lugar donde los niños (Peter Pan y los chiquillos que lo acompañan) disfrutan de su infancia, rechazan crecer y llegar a ser adultos y sólo quieren ser simplemente niños, sin reglas impuestas ni responsabilidades, dedicándose a jugar y a tener felices aventuras en un mundo habitado por piratas, indios, sirenas y hadas. En fin, ser niños —o “niños perdidos”, como se les describe en la novela, pero sin infancias robadas— en estado de inocencia y ajenos al sufrimiento y a la muerte. La historia de Peter Pan maravilló a varias generaciones gracias a que fue llevada a la pantalla por primera vez en 1924 bajo la dirección de Herbert Brenon —cuando el cine aún era mudo—, y después en 1953 en una popular versión de dibujos animados de la factoría de Walt Disney.

Hechos recientes nos hablan de que ese País de Nunca Jamás nunca será una ilusión de esperanza para miles de niños, ni siquiera en sus sueños y fantasías infantiles. Pues los derechos de los niños han sido pisoteados ayer y hoy por instituciones que los debían proteger, y han sido violentados en regiones con conflictos armados. Y todo esto sigue ocurriendo actualmente y no tiene cuándo acabar.

Uno de estos hechos recientes queda reflejado en el documento Informe sobre los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos. Una respuesta necesaria, publicado en España a fines de octubre por Ángel Gabilondo, el Defensor del Pueblo. Teniendo como una de sus fuentes de información una encuesta realizada sobre la base de entrevistas con más de 8,000 personas, se hace una proyección estadística que da como resultado que por lo menos 440,000 españoles han sido víctimas de abuso sexual en el ámbito eclesiástico, ya sea por un sacerdote, un religioso o una persona vinculada a la Iglesia católica. Se sobreentiende que la mayoría de estos abusos ocurrieron cuando los afectados eran menores de edad.

El abuso sexual en la infancia deja heridas traumáticas en la psique de las personas afectadas, deja un reguero de destrucción interior en sus años de infancia y juventud, e incluso después, no permitiéndoles desenvolverse en consonancia con esas etapas de la vida, pues los esfuerzos de las víctimas están orientados a sobrevivir a ese trauma, y algunas ni siquiera lo logran.

Esto lo pone diáfanamente en negro sobre blanco el informe de Gabilondo:

«Una de las consecuencias más graves del abuso sexual es el suicidio. Las personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia tienen el doble de probabilidades de llegar a suicidarse. Esta grave consecuencia de la violencia sexual en la infancia ha sido constatada mediante rigurosos estudios de revisión. A través de las entrevistas se ha visto que, de todas las personas que manifestaron haber sufrido alguna consecuencia a raíz del abuso, una de cada tres víctimas conocidas mediante testimonios indirecto había llevado a cabo conductas suicidas, en comparación con un 11,97 % de las víctimas que prestaron su testimonio directamente. Seis testimonios aportaron información sobre personas que se habían suicidado».

Además de que también existen víctimas adultas de abuso sexual, el conjunto de las víctimas se amplía si se considera a los familiares de aquellos que han sufrido abuso:

«Existen dos maneras de entender el término superviviente. Por un lado, puede referirse a las personas que han sobrevivido a sus propios intentos de suicidio y, por otro lado, a las que han perdido a un ser querido debido al suicidio. En este apartado se incluyeron los testimonios de familiares y amigos de víctimas de abuso sexual eclesiástico que han muerto por suicidio, así como también relatos de víctimas que han intentado quitarse la vida, pero han sobrevivido».

El abuso sexual en la Iglesia católica adquiere las dimensiones de una masacre, donde si los niños afectados no pierden la vida posteriormente a causa de las consecuencias del abuso, sus vidas quedan truncadas de una u otra manera. Como señala un testimonio citado en el informe, «es como una inyección de veneno que entra dentro de tu cuerpo y nunca vuelve a salir».

El cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha negado los datos sobre la cantidad de víctimas de abuso sexual eclesiástico, declarando que «no corresponden a la verdad ni representan al conjunto de sacerdotes y religiosos que trabajan lealmente y con entrega de su vida al servicio del Reino». Y añade que «si hacemos el cálculo matemático, todos estaríamos involucrados en los casos de abusos». Pues precisamente eso que él considera una conclusión absurda es lo que más se acercaría la verdad. Pues a los abusadores habría que añadir a los encubridores, a los que guardan silencio, a los que hacen la vista gorda, a los que no quieren enterarse de lo que ha ocurrido para no cuestionar su imagen de una Iglesia “santa” por definición pero no en la realidad, y de este modo obtendríamos el cuadro completo: casi todos en la Iglesia estarían involucrados, por angas o por mangas, en los abusos sexuales perpetrados contra menores.

Por eso mismo hay esfuerzos de abogados y representantes de las víctimas para que se reconozca a nivel internacional el abuso sexual en la Iglesia católica, sobre todo si es efectuado de manera masiva y sistemática —según van revelando los estudios e informes que se han hecho en diferentes países— como un crimen de lesa humanidad, asimilable a la tortura y susceptible de ser denunciado en tribunales internacionales.

Pero lo que nos aleja irremediablemente del País de Nunca Jamás es la masacre genocida que esta perpetrando Israel contra los palestinos en la Franja de Gaza, habiendo sido asesinados más de 3,000 niños en el lapso de poco más de tres semanas. Un horror inconcebible que remueve las entrañas de aquellos que todavía no han claudicado de su humanidad. Ya años antes había ocurrido lo inimaginable en septiembre de 2004 y se había cruzado una línea roja cuando en Beslán (Osetia del Norte, Rusia) la toma de rehenes en un colegio por parte de un contingente de 30 terroristas islamistas terminó con un saldo 186 niños muertos de un total de 334 víctimas mortales y más de 700 heridos. Matar a niños porque sí, niños que recién se asomaban a la vida y no tenían ninguna culpa de lo ocurrido, que estaban asistiendo al inicio del nuevo año escolar, dejó heridas en el corazón de quienes nos enteramos de la noticia y un trauma permanente en un pequeño poblado de más de 30,000 habitantes. Aunque ya habían ocurrido matanzas de niños en el pasado, como sucedió durante el Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, esta vez se volvía a romper un tabú y ocurría lo que jamás debería ocurrir.

Paradójicamente, el perpetrador de las actuales matanzas de niños en Gaza es un país donde viven los descendientes del Holocausto, esa masacre de dimensiones industriales, brutal e irracional, de tiempos pasados. Un país con un gobierno ultraderechista —como lo fue el gobierno de Adolf Hitler— que pretende justificar las atrocidades que está cometiendo sobre la base de las atrocidades que un grupo terrorista cometió contra más de 1,200 israelíes en un sólo día, obviando que al terrorismo no se le puede combatir con acciones terroristas.

«Gaza se está convirtiendo en un cementerio de niños», ha declarado recientemente James Elder, vocero del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Y para que esto se detenga, es necesario que se cumplan varios nuncajamases.

Nunca jamás deberían pagar los niños por los crímenes cometidos por organizaciones terroristas y gobiernos.

Nunca jamás deberían los niños estar sometidos a los vaivenes de las guerras y los conflictos armados, expuestos a ser asesinados o heridos mientras están en sus casas, salen a la calle, asisten a la escuela o son atendidos en hospitales.

Nunca jamás deberían los niños ser testigos de la absurda muerte de sus progenitores, hermanos o parientes, que constituían su refugio y protección, su ámbito familiar.

Nunca jamás debería haber un Hamás, ni nunca jamás deberían darse hechos como los que ocasionaron el surgimiento de Hamás.

Nunca jamás deberían haber cómplices o testigos de piedra que llamen legítima defensa a lo que podría ser contemplado como un atroz genocidio, uno de los de mayores proporciones en lo que va del siglo XXI.

Y de esta manera quizás los niños puedan volver a soñar algún día con el País de Nunca Jamás.

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FUENTES

Defensor del Pueblo (España)
Informe sobre abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica: Una respuesta necesaria (Octubre 2023)
https://www.defensordelpueblo.es/wp-content/uploads/2023/10/INFORME_abusos_Iglesia_catolica.pdf

El País (España)
La investigación del Defensor del Pueblo estima en 440.000 las víctimas de pederastia en la Iglesia española (27 oct 2023)
https://elpais.com/sociedad/2023-10-27/la-investigacion-del-defensor-del-pueblo-estima-en-440000-las-victimas-de-pederastia-en-la-iglesia-espanola.html

COPE
Cardenal Omella: “Nos duele el daño causado por miembros de la Iglesia. Estamos con las víctimas” (31 oct. 2023)
https://www.cope.es/religion/hoy-en-dia/iglesia-espanola/noticias/cardenal-omella-nos-duele-dano-causado-por-miembros-iglesia-estamos-con-las-victimas-20231031_2976367

BBC Mundo
“Gaza se está convirtiendo en un cementerio de niños”: la denuncia de Unicef por los menores muertos en la guerra entre Israel y Hamás (31 octubre 2023)
https://www.bbc.com/mundo/articles/c9rerdl6g75o

LOS ABUSOS QUE NO VIMOS

midsommar

Fotograma de la película “Midsommar” (Ari Aster, 2019)

Midsommar (Ari Aster, 2019), coproducción cinematográfica estadounidense-sueca, es un drama de terror que transcurre casi todo a la luz del día. Hasta las escenas más escalofriantes ocurren a bajo la luz del sol. Y, sin embargo, las miradas se dividen, pues lo que para unos son acontecimientos normales y deseables de la vida comunitaria, para los protagonistas que vienen de afuera son hechos amenazantes y escalofriantes que bordean la locura y el delirio.

Dani, estudiante de psicología en Nueva York, traumatizada por el suicidio de su hermana Terri tras el asesinato de sus padres, mantiene una relación tensa y conflictiva con su novio Christian, estudiante de antropología. Ambos viajarán junto con Mark y Josh, también estudiantes de antropología, a una localidad remota de Suecia, por invitación de Pelle, otro estudiante de nacionalidad sueca, para participar en una tradicional celebración de solsticio que ocurre cada 90 años. Se convertirán así en invitados de la comunidad de Harga, una especie de secta de creencias neopaganas, y serán testigos, junto con otra pareja estudiantil proveniente de Londres, de extraños rituales asociados al culto de la naturaleza, representados gráficamente en inquietantes pinturas que ornan las paredes del local comunitario donde todos duermen. Casi todo ocurrirá bajo la luz diurna, a vista y paciencia de todos: el horroroso suicidio de una pareja de ancianos, las mesas servidas para un banquete con carne pudriéndose al sol, un extraño ritual de apareamiento, la danza frenética hasta desfallecer de muchachas en estado de euforia, los sacrificios humanos como tributo a la naturaleza. Y si algún visitante transgrede alguna norma de la comunidad -aun sin ser consciente de ello-—desaparece misteriosamente y termina siendo sacrificado—, como ocurrirá con casi todo el grupo de foráneos.

Sin embargo, no hay nada que haga sospechar algo siniestro en los miembros del colectivo pagano, pues entre ellos siempre parece reinar la concordia y la vida está teñida de una atmósfera de idilio campestre, de armonía con la naturaleza, de un sentimiento de familia y una sencillez sincera que despierta en Dani añoranzas de la vida familiar que ella ha perdido y que no avizora en el futuro en su relación con Christian. Coronada Reina de Mayo por haber sido la única muchacha en quedar en pie después del ritual de la danza, terminará eligiendo a Christian como parte del sacrificio cruento a la naturaleza que hay que realizar. Y en la escena final, su angustia ante todo el terror que ha presenciado se convertirá en una sonrisa radiante de felicidad.

El final es ambiguo y está abierto a interpretación. Una de ellas es que Dani logra librarse de todo aquello que la atormenta y alcanza su libertad. Mi interpretación es otra: Dani acepta interiormente las normas de la comunidad sectaria que se ha convertido en su familia y normaliza el terror que ha vivido; su lavado de cerebro ha sido completado.

Es esta variable, la del lavado de cerebro como forma de control mental e influencia social, la que muchas veces se omite cuando se examina los casos de abuso en el Sodalicio. ¿Por qué hay tantos que dicen que no vieron nada que pueda considerarse como abuso, cuando los abusos físicos y psicológicos ocurrían a vista y paciencia de los miembros de las comunidades sodálites? Por la misma razón que los integrantes de Harga en la película Midsommar no veían los horrores que albergaba su comunidad: porque tenían la mente formateada y no tenían la capacidad de juzgar como horrores aquello que consideraban parte esencial de su existencia comunitaria. Una mirada desde fuera sí que era capaz de ver esos horrores como lo que eran, como abusos que lesionaban la dignidad humana.

En el Sodalicio todos hemos sido testigos de los abusos que se cometían, pero mientras se vivía en la comunidad dentro de la órbita del pensamiento y la disciplina sodálites, no era posible identificar esas prácticas como abusos. Es decir, veíamos los horrores que ocurrían, pero no veíamos en ellos abusos. Además, no podíamos contar a la gente de afuera lo que ocurría dentro de los muros de las comunidades. Hacer eso se consideraba una indiscreción que rozaba la traición, pues la gente de afuera supuestamente no iba a entender lo que hacíamos. Como en la comunidad de Midsommar, se vivía una especie de aislamiento y separación del mundo común y corriente, y hacia adentro de las comunidades imperaban otras normas y reglas.

Esta ceguera hacia los abusos la puedo ilustrar con un ejemplo.

El 23 de agosto de 2018 recibí una carta notarial de Mons. José Antonio Eguren motivada por un artículo que yo había había publicado el 13 de agosto de 2018 con el título de “Mons. Eguren, la fachada risueña del Sodalicio”, solicitándome que me rectificara en varios puntos. Entre otras cosas, yo afirmaba que Mons. Eguren «incluso habría sido testigo de algunos abusos y maltratos», lo cual él negaba y consideraba difamatorio y en perjuicio de su honra. Hay que decir que esta carta fue similar a las que recibieron Pedro Salinas y Paola Ugaz, y constituía el paso previo para una querella por la vía judicial.

Parece que la respuesta que publiqué el 27 de agosto lo disuadió de tomar ese paso. Allí le decía yo a Mons. Eguren lo siguiente:

«Te creo si dices que no sabías nada de los abusos sexuales perpetrados por las cabezas del Sodalicio y otros miembros de jerarquía inferior. Pero respecto a maltratos psicológicos y físicos —los cuales durante mucho tiempo nos acostumbramos a ver como normales debido al formateo mental que todos hemos sufrido en el Sodalicio—, ¿puedes decir que no viste nada? ¿No vivimos ambos en la misma comunidad en Nuestra Señora del Pilar, no sólo en Barranco sino también cuando temporalmente funcionó en La Aurora (Miraflores), y también en la comunidad de San Aelred (Magdalena del Mar)? Yo vi a miembros de comunidad castigados durmiendo en la escalera. ¿No los viste tú? Vi a varios obligados a tener que alimentarse sólo de pan y agua —o peor, de lechuga y agua— durante días. ¿No los viste tú también? En reuniones nocturnas donde tú también estabas presente vi también como se forzaba a los miembros de comunidad a revelar sus interioridades, sin ningún respeto por su derecho a la intimidad, muchas veces siendo objeto de humillaciones y de un lenguaje procaz y ofensivo. ¿Lo has olvidado? Yo te he visto contribuir a castigar con la ingestión de mezclas repugnantes de comida (postres mezclados con condimentos salados y picantes) a sodálites que estaban de prueba en la comunidad de San Aelred, bajo la responsabilidad de Virgilio Levaggi. ¿Te falla la memoria? Cuando yo estaba en San Bartolo en el año 1988, tú visitabas con frecuencia la comunidad para celebrar Misa y oír confesiones. Después te quedabas a comer y en las conversaciones te enterabas de las cosas que se hacían en San Bartolo. ¿Hasta ahora no has captado que varias de esas cosas eran abusos y maltratos? ¿Acaso no estuviste siempre de acuerdo con que nosotros, miembros de comunidad, mantuviéramos la mayor distancia posible hacia nuestros padres? Asimismo, cuando eras superior en Barranco, no podía llamar por teléfono ni salir a la esquina si no tenía permiso tuyo. Quien se ausentaba de la casa sin permiso era después severamente castigado. ¿No era esto una especie de coerción de nuestra libertad?»

En resumen, los abusos físicos y psicológicos nunca se perpetraron a escondidas en el Sodalicio, pero estábamos condicionados para ver en esas cosas solamente “rigores de la formación” y no abusos vejatorios de nuestros derechos humanos.

Respecto a los abusos sexuales, la gran mayoría de ellos ocurrieron en habitaciones a puerta cerrada, adonde no estaba permitido ingresar sin permiso del superior de la comunidad o del consejero espiritual que estaba dentro de la habitación. Para cometer esos abusos bastaba con que el perpetrador tuviera un puesto de autoridad y que tuviera asignada una habitación para efectuar conversaciones y consejerías privadas con sodálites a su cargo. La disciplina de la obediencia hacía el resto. Nadie podía entrar y la víctima no podía hablar de lo sucedido, pues el formateo mental le impedía categorizar lo sucedido como un abuso sexual y tampoco tenía autorización para hablar de lo que había sucedido entre su guía espiritual y él.

Por lo tanto, no se puede afirmar categóricamente —como sí se puede hacerlo de los abusos físicos y psicológicos— que había todo un sistema para abusar sexualmente de las víctimas. Tampoco hay certeza de que otros miembros de la cúpula sodálite estuvieran enterados de los abusos sexuales de los líderes en el momento en que ocurrían. Por eso mismo, cuando se enteraban de algún caso —como ocurrió con Virgilio Levaggi y Jeffery Daniels—, el sujeto era puesta bajo un estricto régimen de disciplina que debía hacer las veces de castigo y medida correctiva. Sin embargo, sí hubo un sistema de encubrimiento, pues las autoridades sodálites nunca denunciaron ni ante tribunales eclesiásticos ni ante la justicia civil a ninguno de los abusadores que descubrieron en su seno. Y también hay que recalcar que el sistema de disciplina que incluía los abusos físicos y psicológicos generalizados como parte integrante del mismo fue el que posibilitó que se llegara en algunas ocasiones a abusos sexuales.

El lavado de cerebro llegó a ser tan profundo, que los sodálites estaban predispuestos a no ver abusos donde la gente normal sí los vería. Y a no creer que sus líderes, respetados en vida como personas con un aura de santidad, pudieran cometer abusos sexuales. No los culpo. Yo pasé casi 30 años de mi vida sin ver nada, y cuando al fin pude librarme del formateo mental, tuve que rearmar el rompecabezas de mi vida y pude por fin ver los abusos que yo había sufrido y otros de los cuales fui testigo. Esos mismos hechos que habían sido para mí durante décadas los abusos que no vimos.

(Columna publicada el 5 de agosto de 2023 en Sudaca)

LAS VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL EN LA PRELATURA DE HUAMACHUCO

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Catedral de Huamachuco (provincia de Sánchez Carrión, departamento de La Libertad)

Estando en funciones la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, recibió el 24 de septiembre de 2018, de manos del congresista Marco Arana, documentación recopilada por la Comisión de Escucha de Víctimas de Abusos Sexuales de la Prelatura de Huamachuco, referentes a abusos sexuales cometidos en la mencionada prelatura.

Entre las varias acciones que acometió la comisión investigadora están las entrevistas a profundidad que se le hicieron a tres víctimas identificadas con nombre y apellido (Juan Manuel Blanco Ramírez, Héctor David Reyes Prieto y Ángel Bernardino Cachay Malo) y a la madre de una víctima cuya identidad se protegió bajo el seudónimo de “Alexis”. Una quinta víctima de nombre Esteban Leónidas Espinoza Rojas no pudo ser entrevistada, quien había denunciado ante el obispo Sebastián Ramis Torrens, titular de la prelatura de Huamachuco, al sacerdote Tulio Armando Montenegro Infante. En noviembre de 1988, cuando cursaba el tercer año de secundaria y era catequista en la parroquia San Juan Bautista de Chilia, mientras se encontraba en su dormitorio, ingresó a éste Tulio Montenegro a las 5 de la madrugada y se metió a su cama con el objeto de forzarlo sexualmente. En diciembre de ese mismo año, Montenegro intentó nuevamente forzar a Espinoza. Estos hechos se repitieron hasta el año 1991, cuando se realizó la denuncia ante el obispo Ramis, quien no hizo nada al respecto.

Las historias de las demás víctimas están documentadas en el informe final de la comisión investigadora, que obtuvo su información de carpetas fiscales referentes a denuncias hechas antes las autoridades correspondientes y de testimonios obtenidos a través de entrevistas personales. He aquí un resumen de esas historias.

Juan Manuel Blanco Ramírez

El lugar de los hechos fue la Parroquia del Buen Pastor en el distrito de El Porvenir, en La Esperanza, Alto Moche, y en la casa del señor Daniel Hoyle, en Trujillo. Los sacerdotes William José Costa Serrano, Segundo Asunción Fernández Haro, Emeterio Marcial Castañeda Muñoz y Tulio Armando Montenegro Infante invitaron a Juan Manuel Blanco, cuando tenía 15 años, a participar de «fiestas de alcohol, cigarros y sexo», en las que «los sacerdotes se reunían para realizar orgías y satisfacer sus instintos sexuales y pedófilos con jóvenes de 15 a 17 años». Juan Manuel era un adolescente con ciertas carencias económicas y enfrentaba mucha soledad, ya que su madre trabajaba en el exterior, situación de la que se aprovecharon los presuntos perpetradores, acercándose primero en tono amical. A las fiestas lúbricas y desordenadas en las cuales participó —que se realizaron entre 1996 y 1998— asistían otros sacerdotes y personalidades de la ciudad de Trujillo.

Cuando fue entrevistado por la comisión investigadora en 2019, Juan Manuel tenía 38 años, trabajaba como abogado en una entidad educativa y vivía con su familia en Laredo. Entonces declaró:

«Yo no tengo por qué mentir, yo sí acepto que me acostumbré al dinero. Porque yo tenía relaciones con un cura y él me pagaba cada vez que tenía. Era una persona que no trabajaba, era menor de edad, 16 años. Mis padres no me podían dar estudios en aquella época. Entonces qué más quiero, venía con 30 soles en aquella época, era plata, 30 soles, 40 soles, me daba mi buena vida. Compraba si se me antojaba una galleta, compraba porque ya tenía dinero (…) Me facilitaron esa etapa de la vida (…) No que me gustaba, pero me acostumbré, me acostumbré al dinero fácil. Como comúnmente se dice, me convertí en un puto».

Héctor David Reyes Prieto

Entre los años 1995 y 2000 estuvo viviendo en la parroquia del distrito de Buldibuyo, donde trabajaba para el párroco, Tulio Montenegro. Héctor empezó a ayudar a los sacerdotes en la misa porque sentía la vocación de ser cura, y así fue como comenzó a hacer de chofer y acompañante del padre Tulio, aunque su labor no era remunerada, sino una suerte de condición para acceder al sacerdocio. Asistió a las fiestas mencionadas por Juan Manuel Blanco en su denuncia. Asimismo, indicó que el padre Tulio traía a niños a dormir a la parroquia a través de diversas actividades, y que solía meterse en sus cuartos a dormir.

Los hechos empezaron en 1995 cuando tenía 22 años y él era catequista en la parroquia. El sacerdote le ofreció alcohol:

«Amanecí con el padre desnudo a mi costado. Él me dijo que nos habíamos emborrachado y no sabemos qué hemos hecho. Amanecí adolorido en el ano. Él me amenazó que no diga nada. Eso se volvió frecuente y siempre había una violación sin consentimiento y me seguía amenazando. Nunca lo comenté porque tenía temor y vergüenza».

Cuenta que el padre Tulio lo golpeaba y lo humillaba permanentemente. A consecuencia de estos abusos físicos y psicológicos, decidió escaparse. De esta manera se terminó su sueño de ser sacerdote.

«El 21 de enero del 2001 me escapo de la parroquia. Estuve desde el 1994 hasta el 2001 sin vacaciones ni momentos libres porque no tenía a quién visitar (…) Le comenté al padre que me quería ir, y el padre no quería dejarme ir. Así que opté por escaparme. Iba separando plata de las fotocopias para poder pagar mi transporte, saqué mis cosas en la noche y salí por el portón de la iglesia. Hablé con una señora que tenía unos carros, le dejé mis maletas y una frazada, le dije que más arriba abordaba el carro, subí por un cerro y más arriba me metí al carro. El padre Tulio y su pareja se dieron cuenta y de los pelos me querían bajar. Yo lloraba y gritaba. Nunca he vuelto a verlo desde ahí».

En el momento de la entrevista Héctor tenía 47 años y vivía solo en Laredo, distrito de la provincia de Trujillo.

Ángel Bernardino Cachay Malo

También denunció al padre Tulio Montenegro. Tenía 18 años cuando ocurrieron los hechos. En su declaración ante la fiscalía se señala lo siguiente:

«En agosto de ese año el imputado, en su calidad de párroco de Tayabamba, llegó para animarlos y se quedó a dormir. Entonces, invitó a Cachay Malo a quedarse a dormir en su cuarto y el seminarista aceptó de manera confiada la invitación del párroco. Una vez ahí el párroco le comenzó a tocar el pecho, el estómago, el pene y a la fuerza quiso mantener relaciones sexuales con él, pero el joven no accedió. Esto volvió a ocurrir en otra oportunidad que los seminaristas tuvieron que quedarse a dormir en Chagual. Aunque dormían junto con otras personas en el piso, Montenegro trató nuevamente de forzarlo para tener relaciones sexuales».

Ángel es sacerdote y ha colaborado con el grupo de sacerdotes denunciantes de la Comisión de Escucha de Víctimas de Abusos Sexuales de la Prelatura de Huamachuco.

Después de los hechos de la denuncia Ángel relata:

«Yo sufría, sentía cólera por esta persecución dentro de la iglesia, si somos predicadores de la misericordia, de la bondad de Dios. Cuando me sucedieron los tocamientos, cuando le dije al obispo Ramis, me dijo que no denuncie, me decía que me iba a mandar a estudiar a España. Los que han aceptado ese tipo de relación con los sacerdotes los han llevado a Estados Unidos a España. Algunos han ido ascendiendo y haciendo carrera de esa forma. Yo nunca acepté eso».

R.J.A.A.A. (“Alexis”)

El abuso en perjuicio de R.J.A.A.A. (o “Alexis”, según la comisión investigadora), quien tenía 15 años al momento de ocurrir los hechos, es el caso conocido más reciente. Ocurrió el 19 de mayo del 2015. El sacerdote Manuel Mendoza Ruiz le habría hecho tocamientos indebidos durante el viaje que el adolescente y el sacerdote realizaron a fin de participar de un retiro espiritual en la ciudad de Chimbote. Los tocamientos ocurrieron en el bus entre Trujillo y Huamachuco. Siendo de madrugada y con las luces apagadas, Mendoza Ruiz empezó a hacerle tocamientos indebidos en sus partes íntimas, metiéndole la mano en el interior de sus pantalones. A pesar del reclamo del adolescente, el sacerdote volvió a insistir, generando la molestia del menor de edad.

La madre de la presunta víctima, a quien la comisión investigadora llama con el seudónimo de “Rita”, relata que acudió ante el obispo Sebastián Ramis Torrens a realizar la denuncia correspondiente, pero éste no ordenó ningún tipo de investigación, ni medidas de protección o de acompañamiento a la víctima, ni ninguna sanción contra el responsable. Ante la falta de respuesta, “Rita” irrumpió en una reunión realizada el 24 de octubre de 2018 con sacerdotes de la provincia, para reclamarle al obispo Ramis por su inacción. Allí fue apoyada por otros sacerdotes:

«¿Por qué la quieren botar, si ella quiere contar su verdad (…)? Si su hijo ha sido afectado, ¿por qué vamos a defender lo indefendible? Nos da vergüenza que vengan a decirnos en nuestra cara la clase de gente que somos. Una madre humilde, que hayan querido hacer de su hijo lo que han hecho».

“Alexis” tuvo una audiencia el 26 de febrero del 2019 con el vicario judicial Mons. Ricardo Coronado Arrascue, que lo afectó mucho. Al respecto, ella relata:

«Ayer mi hijo salió muy mal de la entrevista, y cada vez que lo entrevistan, que lo preguntan, mi hijo sale mal, molesto. Y le he pedido al padre que ayer lo ha entrevistado que ya no lo entrevisten más porque mi hijo ya… hemos ido a la fiscalía, ha pasado por la psicóloga de la fiscalía, por el padre, por el obispo, por varias oportunidades y yo creo que, en vez de mejorar las cosas, lo estamos empeorando. Antes de ir estaba molesto, resentido. En el trayecto del camino no me dijo nada. Entró a hablar con el padre, le contaría los hechos como sucedieron, y salió molesto».

Los casos de estas cinco víctimas fueron denunciados ante la fiscalía, siendo archivados por prescripción de los hechos o argumentando su poca capacidad probatoria. El obispo Sebastián Ramis Torrens, denunciado por encubrimiento en todos los casos, fue exculpado con el argumento de que no existe normativa que obligue a un miembro del clero a trasladar una denuncia de abuso sexual, inclusive contra menores de edad, a la fiscalía.

Los casos de estas cinco víctimas son sólo la punta del iceberg de un escándalo mucho más complejo de abusos y encubrimiento que implicaría a las más altas autoridades de la Iglesia católica en el Perú, como informó en julio de 2020 la periodista Melissa Goytizolo de La República en un extenso reportaje intitulado “Batalla al interior de la Iglesia”.

Un grupo de sacerdotes de la prelatura de Huamachuco, entre los que se encuentran algunas de las presuntas víctimas, reunidos en torno a la Comisión de Escucha de Víctimas de Abusos Sexuales de la Prelatura de Huamachuco, vienen solicitando desde hace años a las autoridades eclesiásticas que tomen acciones concretas a favor de los denunciantes. Entre ellos se encuentran Agustín Díaz Pardo, Antonio Campos Castillo, Nery Tocto Calle, Esteban Desposorio Fernández, Ángel Antero Salazar Chávez y Ángel Cachay Malo. El padre Esteban Desposorio le comentó a la periodista de La República que tenía más de 100 testimonios de jóvenes víctimas de abuso sexual.

La investigación periodística de Goytizolo menciona, en base a cartas oficiales, los nombres de políticos que fueron informados de lo que estaba pasando en Huamachuco y de las altas autoridades eclesiásticas que fueron debidamente informadas en su momento, a saber, el cardenal Juan Luis Cipriani, Mons. Sebastián Piñeiro (actual arzobispo de Ayacucho) y Mons. Miguel Cabrejos (actual arzobispo de Trujillo y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana). Por supuesto, ninguno se pronunció sobre el caso ni hizo nada para atender a las víctimas.

En carta del 25 de febrero de 2016, dirigida por Mons. Cabrejos a Mons. Ramis, obispo prelado de Huamachuco, aquél pide que se discipline a los sacerdotes denunciantes por haber aparecido en el programa Punto final de Frecuencia Latina para hacer públicas sus denuncias. «Ante estos hechos me permito pedirle que en su condición de obispo de los referidos sacerdotes (…) actúe con la mayor diligencia para garantizar la observancia de la disciplina eclesiástica entre sus sacerdotes, les exija el cumplimiento de todas las leyes que le competen y evite que se introduzcan abusos como el ocurrido a propósito de la publicación de esta denuncia, para que comportamientos de esta naturaleza no se vuelvan a repetir».

Y sobre el fondo del asunto, las denuncias mismas, dice que «el contenido de las declaraciones en ese reportaje reviste especial gravedad, pues se acusa de supuestos actos que atentarían gravemente contra la dignidad del sacramento del orden, contra la disciplina eclesiástica y algunos estarían contemplados en los “delicta graviora”. Denuncias que por su contenido y por la forma en que se han expresado han ocasionado grave escándalo entre los fieles y daña profundamente la imagen de nuestra amada Iglesia».

Ni una sola palabra respecto al sufrimiento y al daño que se les ha ocasionado a las víctimas ni sobre la necesidad de reparaciones. Lo único que le preocupa es la imagen de la Iglesia, por lo que se debe garantizar que no se vuelvan a repetir denuncias como éstas. Y como efectivamente sucedió, los denunciantes fueron sancionados y las víctimas, desatendidas y revictimizadas, restándole crédito a sus testimonios y declaraciones, considerándolas «llenas de contradicciones y exageraciones extremas». El cura Montenegro fue suspendido de todas sus responsabilidades eclesiásticas recién en el 2019, tres años después de la carta de Mons. Cabrejos, sin haber reconocido sus delitos ni haber sido obligado a reparar el daño producido.

Una conclusión que salta a la vista es que la Iglesia católica en el Perú requiere ser sometida a investigaciones independientes sobre abusos cometidos, como se ha estado haciendo en varias diócesis de países desarrollados. Porque donde uno pone el dedo, salta la pus.

(Columna publicada el 15 de abril de 2023 en Sudaca)

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FUENTES

Congreso de la República del Perú
Informe Final de la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones (Lima, julio 2019)

La República / CONNECTAS
Reportaje “Batalla al interior de la Iglesia” (12 de julio de 2020)
https://especiales.larepublica.pe/pederastia-en-peru/

EL DOBLE JUEGO DEL CARDENAL LEHMANN

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Cardenal Karl Lehmann (1936-2018)

Le decían “constructor de puentes”. Pues el cardenal Karl Lehmann (1936-2018), obispo de Maguncia de 1983 a 2016, era considerado un hombre de diálogo en la Iglesia católica.

Hablaba del “loco” amor de Dios hacia los hombres, creaturas de luz que aman la oscuridad, pues ésta disimula su condición falible, e invocaba a una mayor «apertura y diafanidad de nuestros actos». Más transparencia y más honestidad.

Esto mismo pidió cuando en el año 2010 estalló el escándalo de abusos sexuales en Alemania. Fue una de las primeras autoridades eclesiásticas que reconoció que la falta de esclarecimiento de los delitos sexuales se sostenía sobre el supuesto de «tener que preocuparse más de los perpetradores que de las víctimas». El maltrato de niños en los hogares infantiles católicos los describió como una «pedagogía mal entendida», que requería de esclarecimiento.

Como obispo de Maguncia y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana de 1987 a 2008, siempre daba la cara cuando había problemas. Frente a la posición imperante, representada por los sectores eclesiásticos más recalcitrantes, Lehmann era considerado un rebelde, aunque a él no le gustaba que lo llamaran así. Más bien, representaba al “centro radical” en la Iglesia y buscaba el consenso, el diálogo. Era «un hombre de comunión», en palabras del diplomático vaticano Giovanni Lajolo. «Hay que ir de un frente al otro y mediar», declaró Lehmann una vez a la cadena televisiva ZDF. «Luchar abiertamente, no encubrir ni callar nada».

Lehmann era un hijo del Concilio Vaticano II, un católico progresista. A los 20 años participó como consultor teológico en este gran evento que buscó reformar la Iglesia, haciendo tambalear sus cimientos. Y contrariamente a otros eclesiásticos, permaneció fiel durante toda su vida a los ideales del Concilio. «Yo no podría concebirme sin el Concilio», declaró en una entrevista del año 2012. De este modo, defendió la renovación de la liturgia, la traducción de los libros rituales a las lenguas vernáculas, la participación activa de la comunidad en las celebraciones litúrgicas. Promovió el ecumenismo y se empeño en mejorar las relaciones entre católicos y protestantes.

Sus antagonistas fueron el cardenal Joachim Meisner (1933–2017), arzobispo conservador de Colonia, y otros ultracatólicos radicales, que veían en él a un representante de una Iglesia impregnada de un “espíritu liberal” e infectada con “sentimientos antirromanos”.

Lehmann fue considerado un peso pesado de la teología, un diestro mediador y un trabajador incansable a favor de una Iglesia más cercana a la gente. «El cardenal Lehmann fue el Sísifo de los obispos alemanes. Incansablemente empujaba la piedra a él asignada hacia arriba de la roca de Pedro», escribía el Rheinische Merkur. No extraña, pues, que a sus funerales asistieran unas 8,000 personas para darle la última despedida.

Sin embargo, recientemente se ha hecho público el lado oscuro de quien, a ojos de la mayoría de los católicos alemanes, había tenido una vida ejemplar.

En una entrevista del año 2002 publicada en el prestigioso semanario Der Spiegel, refiriéndose al problema de abusos sexuales en la Iglesia católica de Estados Unidos —que acababa de estallar—, el cardenal Lehmann decía: «¿Por qué debería calzarme ese zapato de los americanos, si no me entra?» Así daba a entender que se trataba de un problema exclusivo de los norteamericanos, que no afectaba a la Iglesia en Alemania. Añadió que durante su gestión episcopal hasta ese momento habría habido «quizás tres o cuatro casos». La verdad era otra. Hasta ese momento se habían registrado en la diócesis de Maguncia los casos de 45 presuntos abusadores, y el cardenal Lehmann había sido informado al respecto. Así lo determinó el reciente estudio sobre abusos sexuales en la diócesis de Maguncia —que lleva el sugerente título de “Experimentar – Entender – Prevenir” (“Erfahren – Verstehen – Vorsorgen”)—, encargado a un bufete de abogados de Ratisbona y presentado el 3 de marzo de este año.

El estudio detalla cómo el cardenal Lehmann minimizó su conocimiento, su responsabilidad y la de la Iglesia respecto a los abusos para defender la reputación de la institución eclesiástica. Ciertamente decía en público que el traslado a otras localidades de pederastas o abusadores era inadmisible. «Eso queda claro para todos los obispos». Pero precisamente eso es lo que hizo con muchos sacerdotes abusadores, en algunos casos enviándolos fuera del país. En el año 2005 le aseguraba a un obispo extranjero que el sacerdote que le había enviado era de conducta intachable.

Los abogados de Ratisbona, en un informe que abarca unas 25,000 páginas, han evaluado actas y cientos de conversaciones con víctimas, inculpados y responsables. Allí le dedican más de 1,100 páginas a documentar un sistema de autoprotección institucional, que hasta el fin de la gestión del cardenal Lehmann estuvo imbuido de empatía hacia los perpetradores, indiferencia hacia las víctimas y negación de responsabilidades.

Recién en el año 2010, cuando se revelan los abusos en el Colegio Canisio de Berlín, hubo según los investigadores un cambio en la conducción de la diócesis, pero no en el obispo. Hasta el último día Lehmann no tomó en serio el problema del abuso y sus dimensiones. En Pascua de 2010 el cardenal se dirigió a los agentes pastorales de su diócesis y estableció claramente las prioridades. En las celebraciones litúrgicas de Pascua no se debía callar “el tema”, «pero ante la importancia de los misterios más profundos de nuestra fe en estos días no había que explayarse excesiva e inapropiadamente sobre ellos. Hay cosas más importantes. Dios es más grande que nuestro corazón». Una víctima también denunció que en el año 2013 Lehmann seguía hablando de casos aislados en sus prédicas.

Verdaderos casos aislados fueron los encuentros personales del obispo con las víctimas. «En el total de las actas examinadas se indican exactamente tres conversaciones personales con víctimas en un lapso de 33 años», señala el estudio. La correspondencia disponible también es fría y desdeñosa. Cuando una mujer se dirigió a Lehmann en su calidad de presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, porque en su diócesis no sentía que le hicieran caso, el obispo responde rechazando todo compromiso a favor de la víctima. «Ni como obispo de Maguncia ni como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana tengo lo más mínimo que ver con sus demandas», escribe. «Por eso mismo es del todo inoportuno que usted crea que me puede poner fechas o expresar amenazas. De esa manera no mejora usted en absoluto la impresión que me causa».

Lehmann dijo frecuentemente en público que no sabía nada de los abusos. Los investigadores han descubierto lo contrario. A manera de ejemplo, le escribió a un párroco que le había exigido una disculpa por el fracaso de la autoridad eclesiástica en un caso de abusos: «Yo no acuso a nadie, pero me pregunto: ¿Por qué como obispo en tres décadas no he recibido de nadie el menor indicio de que algo no estaba bien, o no podía estar bien, en la relaciones del [inculpado 511] con jóvenes?” Y amenaza: «Debería ser muy cuidadoso con imputaciones de culpabilidad y expresiones indiferenciadas». Once años antes de esta carta Lehmann había tomado conocimiento del deseo de una de las víctimas de este abusador en concreto de mantener una conversación con él, y había rechazado la petición.

Pero el cardenal Lehmann también podía ser empático, si se trataba de sacerdotes inculpados, a los cuales les daba toda su confianza. En 1984 le escribe a un «estimado y querido» diácono que se hallaba en prisión preventiva: «Creemos en sus palabras y le otorgamos nuestra confianza. Esto debe saberlo de mi parte. Muchas personas lo aprecian como un hombre honrado y sin tacha. Por eso me causa particularmente pena que se halle casi indefenso a merced de rumores que le socavan su honor». Poco después este diácono sería condenado a dos años de prisión efectiva, porque —entre otras cosas— había violado analmente a un muchacho de nueve años. En 1997 hizo Lehmann anotaciones sobre una conversación con un inculpado, al que se le imputaba el abuso sexual de una quinceañera: «Por lo demás repetidas veces he despejado la duda de que yo quiera espiar el dormitorio del [inculpado 547]. Al respecto, él le debe dar cuentas a Dios de cómo vive. Pero yo debo encargarme de que concrete su promesa de una vida célibe de tal manera, que los hombres puedan creerlo. Se trata de la credibilidad pública de la vida en celibato».

Sin embargo, la benevolencia de Lehmann tenía sus límites, a saber, cuando los hechos causaban escándalo. Así le escribe a un inculpado en el año 1993: «El daño que como agente pastoral le ha causado a personas que habían puesto su confianza en usted —más allá del círculo de las víctimas— es muy grande y terrible». Pero más peso tiene el daño a la reputación: «No sólo el estado clerical sino también la Iglesia han sufrido grave pérdida en su reputación». Con dureza cuando se trata de un perjuicio a la iglesia, pero indolente cuando no afecta los intereses de la diócesis. Así caracteriza el estudio el modus operandi del cardenal Lehmann.

Típico de Lehmannn era la insistencia en la responsabilidad personal de cada uno de los abusadores. Está documentado el rechazo tajante a varias peticiones de víctimas pidiéndole que la institución eclesiástica reconozca su culpa y su responsabilidad.

Las medidas tomadas para el manejo del abuso resultan también desganadas y negligentes. Públicamente y en la correspondencia interna resaltaba Lehmann la importancia de las líneas directrices de la Conferencia Episcopal Alemana para el manejo de los abusos. Pero en su diócesis no le daba ningún valor a la aplicación de esos lineamientos. Ya en 1993 el obispo encargó a las Hermanas Misericordiosas de Alma que implementaran un servicio de atención a las víctimas. Las Hermanas, sin embargo, también atendían a la vez a sacerdotes inculpados y sentenciados. El círculo de trabajo “Violencia sexual en el ámbito eclesiástico” (“Sexuelle Gewalt im kirchlichen Raum”) concluyó, tras una conversación con las religiosas, que no habían recibido ninguna capacitación especial para el trato con víctimas de violencia sexual y tampoco contaban con capacidades disponibles para este trabajo.

La medida principal para el cardenal Lehmann fue evitar las prestaciones de reconocimiento del daño sufrido, e incluso las reparaciones monetarias. En su periódico diocesano escribía el cardenal en el año 2010 que esas cosas no significaban nada para él. Por una parte, niega la responsabilidad institucional por actos individuales; por otra parte, no ve que el daño moral y las consecuencias sufridas por las víctimas puedan ser compensados mediante pagos en dinero. En un escrito a la Conferencia Episcopal Alemana es bastante claro: «Una gran seducción es la tentación de indemnizar una injusticia cometida de manera financiera. Esto no debe ocurrir. De ninguna manera uno debe dejarse llevar a la discusión». Consecuente con esto, dio la orden en su diócesis de que a las víctimas no se les informara personalmente de la existencia de prestaciones monetarias por reconocimiento del daño sufrido.

El informe de abusos en la diócesis de Maguncia —que incluye también los abusos cometidos durante otras gestiones episcopales— nos revela lo peor del cardenal Lehmann. El obispo, considerado alguna vez como una luminaria intelectual y moral de los progresistas y uno de los grandes teólogos de su tiempo, se revela como un mentiroso insensible, que maquiavélicamente hará todo lo necesario para proteger a la institución, aunque ello signifique ocultar la verdad y traicionar su conciencia.

El del cardenal Lehmann no es un caso aislado. Es una muestra más de un sistema que ha favorecido y encubierto los abusos, y que buscará proteger la imagen de una Iglesia santa que de santa no tiene nada. O más bien, casi nada.

(Columna publicada el 18 de marzo de 2023 en Sudaca)

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FUENTES

Der Spiegel
Der Brückenbauer (11.03.2018)
https://www.spiegel.de/panorama/gesellschaft/kardinal-karl-lehmann-nachruf-auf-einen-brueckenbauer-der-kirche-a-1196745.html

katholisch.de
Lehmann und der Missbrauch: Alles für die Kirche, nichts für Opfer (03.03.2023)
https://katholisch.de/artikel/43898-lehmann-und-der-missbrauch-alles-fuer-die-kirche-nichts-fuer-opfer

LA PLAZUELA DEL CARDENAL ENCUBRIDOR

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Landau es una ciudad alemana en la región del Palatinado del Sur con una población de cerca de 47 mil habitantes. A unos 11 kilómetros de Kleinfischlingen, el pueblito rural donde actualmente resido, es la ciudad que más cerca me queda. Y allí se encuentra la Marienkirche —la iglesia de María—, el templo católico más grande de todo el Palatinado del Sur, un imponente edificio catedralicio de estilo neo-románico, conocido popularmente entre la gente como la “catedral de Landau”. Delante del templo se encuentra una plazuela innominada hasta agosto de 2020, cuando, en una ceremonia donde estuvo presente el alcalde la ciudad, recibió el nombre de “Plazuela del Cardenal Wetter”, en honor a Friedrich Wetter (1928- ), un clérigo oriundo de la ciudad que llegó a a ser obispo de Espira (de 1968 a 1982) y posteriormente arzobispo de Múnich y Freising (de 1982 a 2007), siendo elevado a la dignidad cardenalicia el 25 de mayo de 1985. En 1994 la administración municipal de Landau le había concedido la ciudadanía honoraria y en 2008 la Academia Católica de Baviera creó el Premio Cardenal Wetter para galardonar anualmente disertaciones o tesis teológicas destinadas a que sus autores accedan a cátedras universitarias, que se distinguieran por su excelencia.

¿Broche de oro para una vida dedicada al servicio de la Iglesia católica? Por lo menos, eso parecía hasta que el 20 de enero de 2022 se hizo público el Informe sobre Abusos Sexuales en Múnich encargado por la arquidiócesis de Múnich y Fresing al bufete de abogados Westpfahl Spilker Wastl, informe independiente que, con más de 1800 páginas, fue realizado con mucho profesionalismo. Este mismo informe es el que determinó que el cardenal Joseph Ratzinger y futuro Papa Benedicto XVI, predecesor de Wetter en la sede episcopal de Múnich (de 1977 a 1982), había actuado incorrectamente en cuatro casos de abusos de los cuales había tenido conocimiento, protegiendo a los abusadores y desatendiendo a las víctimas. Pero para el cardenal Wetter la cosa resultó aun peor, de color hormiga, pues el informe documentaba 21 casos en los que su eminencia había afrontado con tibieza y negligencia abusos sexuales de los cuales tuvo conocimiento. El caso más grave es el del cura H. que, no obstante saberse las imputaciones de abusos sexuales que tenía e incluso haber sido sentenciado por un tribunal de Bavaria, siguió siendo asignado a diversos puestos pastorales, donde tuvo la oportunidad de seguir cometiendo abusos.

El cardenal Wetter, en su respuesta escrita a la diversas acusaciones —que también fue considerada en el informe—, no niega los hechos, pero en muchos casos rehuye su responsabilidad, aduciendo las normas vigentes entonces y la conciencia que se tenía de la problemática de los abusos sexuales clericales y de la eficacia de los tratamientos terapéuticos para clérigos abusadores. De todos modos, pidió disculpas por no haber actuado de otra manera. Se sentía lleno de vergüenza y tristeza de, por lo menos en el caso del cura H., no haber estado a la altura de su responsabilidad como arzobispo de Múnich y Freising en la protección de niños y jóvenes. A raíz de todo esto, renunció a su ciudadanía honoraria en Landau. Pero no hubo ninguna otra consecuencia más para el ya nonagenario eclesiástico.

Queda todavía la plazuela nombrada en su honor. Si bien hay ciudadanos que han propuesto un cambio de nombre —pues resulta insostenible que haya un lugar que recuerde continuamente a un encubridor, por más que no haya habido necesariamente dolo en su proceder—, la administración municipal de Landau ha preferido lavarse las manos. La plazuela no tiene ninguna importancia postal —es decir, no existe ningún buzón de correo receptor de correspondencia en el lugar— y se halla en un terreno eclesiástico. Por lo tanto —según un comunicado municipal oficial— le correspondería a la Iglesia católica —en este caso, la diócesis de Espira— tomar las medidas que considere pertinentes. Los gremios eclesiásticos de Landau han recomendado al obispado de Espira la posibilidad de un cambio de nombre de este espacio público delante de la iglesia de María. Sin embargo, la decisión recién se tomaría cuando se tengan los resultados de un estudio independiente sobre abusos sexuales en la diócesis de Espira, que ya se tiene planeado.

No hay que hacer muchas elucubraciones para suponer que también se le encontrarán trapos sucios al cardenal Wetter si se realiza este estudio. Un hombre de 55 años proveniente del Palatinado del Sur, que habló con una redactora del periódico regional Die Rheinpfalz, tiene la certeza de que el cardenal Wetter también es responsable de negligencia en el manejo de abusos cuando era obispo de Espira. Pues él mismo fue víctima de abusos dentro de esa circunscripción eclesiástica, en el municipio de Dannstadt-Schauernheim, cuando era un niño en edad escolar. El párroco local, asignado al lugar en 1972, era también el encargado de la clase de religión en la escuela primaria. En septiembre de 1975 cometió acciones que califican como abusos sexuales, lo cual en 1978 llevaría a un proceso ante el tribunal de distrito de Frankenthal, que finalizaría con una sentencia firme contra el inculpado. Se le acusó de que, durante clases de religión en el primer y tercer grado de la escuela, había impartido educación sexual sin autorización y les había solicitado a varios niños que se desnudaran para mostrar las diferencias sexuales entre niños y niñas. Cuando se supo lo que había hecho, llamó a algunos padres de familia por teléfono para disculparse, aduciendo que sus motivos habían sido puramente pedagógicos. Posteriormente esta justificación sería desecjada por el tribunal de Frankentahl, que le abrió proceso debido a una denuncia anónima. Sobre los hechos delictivos que se le imputaban al párroco no hubo ninguna duda. Aún así, la pena fue benévola. Teniendo en cuenta que el acusado había admitido su mal proceder y se había disculpado, que por lo visto a los niños no se les había infligido ningún daño y que los padres de familia no estaban interesados en una sanción penal del párroco, se le obligó solamente al pago de 7,500 marcos, equivalentes a unos 10,500 euros actuales.

Ya en 1975/76, una vez que se tuvo conocimiento de los abusos, el cura fue trasladado al pueblo de Dahn para asumir las funciones de capellán en el hospital católico San José, a la vez que se encargaba de celebrar misas en el vecino pueblo de Erfweiler, donde murió en 2003 a los 70 años de edad y fue enterrado en el cementerio local, sin que nadie en ambas localidades supiera nada de su pasado.

Y esto es lo que le fastidia enormemente a la víctima que habló con Die Rheinpfalz. ¿Cómo pudo seguir en funciones pastorales, teniendo contacto con personas vulnerables, después de lo que había hecho con los niños de una escuela primaria? ¿Cómo los jueces de entonces determinaron que no había daño palpable en los menores, cuando él —a sus 55 años— todavía siente como que le ha quedado una mancha oscura desde aquellos tiempos, un tumor interior en el alma, que sólo ha podido aliviar cuando ha decidido contar su historia? ¿Qué responsabilidad tuvo el cardenal Wetter, entonces obispo de Espira, en haber protegido al abusador y permitirle seguir en el trabajo pastoral, sin haberle abierto jamás un proceso canónico?

En conclusión, no debería haber ninguna calle, ningún lugar, ninguna edificación, mucho menos una plazuela ubicada en el centro histórico de una ciudad, que lleve el nombre del cardenal Wetter. Se estatuiría un ejemplo que debería seguirse con otros nombres de eminencias eclesiásticas, como el del Papa Benedicto XVI, quien actuó con negligencia en varios de pederastia eclesial, y sobre todo el del Papa Juan Pablo II, protector de de pederastas, entre ellos el P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y responsable de abusos que califican como delitos. Y cuando el periodista holandés Ekke Overbeek publique su investigación sobre los actos de encubrimiento que habría perpetrado el Papa Karol Wojtyla cuando era arzobispo de Cracovia (Polonia), sería un escándalo de proporciones inconmensurables no sólo que haya lugares que lleven su nombre, sino también que siga siendo considerado un santo de la Iglesia católica.

(Columna publicada el 4 de febrero de 2023 en Sudaca)

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FUENTES

Westpfahl Spilker Wastl
Rechtsanwälte
Sexueller Missbrauch Minderjähriger und erwachsener Schutzbefohlener durch Kleriker sowie hauptamtliche Bedienstete im Bereich der Erzdiözese München und Freising von 1945 bis 2019 (20. Januar 2022)
https://westpfahl-spilker.de/wp-content/uploads/2022/01/WSW-Gutachten-Erzdioezese-Muenchen-und-Freising-vom-20.-Januar-2022.pdf

Süddeutsche Zeitung
Kardinal Wetter bittet um Entschuldigung (25. Januar 2022)
https://www.sueddeutsche.de/politik/muenchen-missbrauch-skandal-wetter-1.5514736

Die Rheinpfalz – Pfälzer Tageblatt
Missbrauchsopfer leidet bis heute (26. Januar 2023)

SODALICIO: EL INFORME DE BELAÚNDE

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Sesión de la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, presidida por Alberto de Belaúnde; en la mesa (de izq. a der.) Claudio Cajina, abogado del Sodalicio; Alessandro Moroni, entonces Superior del Sodalicio; Fernando Vidal, entonces Vicario General del Sodalicio

En julio del año 2019 la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el entonces congresista Alberto de Belaúnde, terminó su informe preliminar plasmado en un texto de más de 1500 páginas. Durante un año, desde junio de 2018, la comisión se había dedicado a investigar su tema, teniendo como base tres casos emblemáticos:

  • Violencia sexual en las escuelas públicas de Condorcanqui, Amazonas: el caso de colegialas awajún que habrían sufrido violencia sexual por parte de algunos profesores en la comunidad de Huampami, capital de El Cenepa, uno de los tres distritos de la provincia de Condorcanqui.
  • El caso del Sodalicio de Vida Cristiana.
  • El caso del Colegio Héctor de Cárdenas (Jesús María, Lima), donde el director Juan Borea habría abusado sexualmente de varios alumnos, principalmente con tocamientos indebidos.

Los ocho primeros capítulos del informe, que comprenden una tercera parte del mismo, consisten en una descripción del método de trabajo aplicado por la comisión y el marco de investigación, seguido de una exposición rigurosa y exhaustiva sobre el tema del abuso sexual, desglosado en los siguientes temas:

  • El abuso sexual de menores como fenómeno social
  • El enfoque de la víctima
  • El impacto en la salud física y mental de los abusos sexuales contra niños, niñas y adolescentes y el derecho al tiempo de las víctimas
  • El sistema de justicia ordinaria frente al abuso sexual de los niños, niñas y adolescentes
  • Principales servicios frente al abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes
  • Pueblos indígenas: coordinación de la justicia y pertinencia cultural de los servicios públicos frente al abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes

A continuación desarrolla a profundidad cada uno de los casos emblemáticos. Al final se incluyen cinco casos que fueron dados a conocer a la comisión durante su período de actividad y que fueron incluidos en un capítulo intitulado “Otros casos de especial trascendencia”. La justificación que se dio para incluirlos en el informe es la siguiente:

«Si bien la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones focalizó su investigación en los tres casos emblemáticos consignados en su Plan de Trabajo, también recibió otros —siempre en el contexto de instituciones públicas y privadas— que por su especial trascendencia merecieron atención de esta Comisión».

A continuación, una breve descripción de estos casos:

  • Caso Huamachuco, que da cuenta de presuntos abusos cometidos por sacerdotes de la diócesis de Huamachuco y del arzobispado de Trujillo.
  • Colegio Jorge Cieza Lachos (Puruchuco, Lima), de la Policía Nacional del Perú, donde un niño de seis años de edad habría sido víctima de bullying y de un incidente de carácter sexual por parte de tres compañeros de clase.
  • Iglesia Evangélica Bautista “Lirio de los Valles” (San Juan de Lurigancho, Lima), en cuyas instalaciones el hijo del pastor le hizo tocamientos de carácter sexual a una niña de 13 años.
  • Abusos sexuales en el Colegio Salesiano y en la Congregación Salesiana, donde «se abordan dos denuncias que recibió la Comisión Investigadora relacionadas a abusos sexuales contra dos menores de edad que habrían cometido dos sacerdotes de la Congregación Salesiana en los años 70 y 80. Uno de los casos habría sucedido en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y el otro en el Colegio Salesiano “San Francisco de Sales”». Ambos locales están ubicados en la ciudad de Lima.
  • Colegio privado Markham (Miraflores, Lima), donde se analiza el caso de la entonces adolescente de 15 años Mackenzie Severns, estadounidense, la cual, estando de intercambio estudiantil en Lima en el año 2018, fue violada durante una fiesta por un alumno de 17 años del colegio mencionado.

La parte referente al Sodalicio abarca más de 300 páginas. Constituye uno de los estudios más completos que se ha hecho sobre la institución, pues da un breve resumen de su historia, describe su estructura organizacional y el contexto institucional, señala las características de los presuntos abusadores, para luego detallar cómo se dieron las denuncias de abuso sexual y las reacciones que hubo de parte de la institución, de la Iglesia y del Poder Judicial. Pero no se circunscribe a los abusos sexuales, sino también se detallan abusos físicos, psicológicos y económicos.

Dentro de esta panorámica de la institución, destaca cómo estaba constituido el Consejo Superior, conformado por el Superior General —quien ostentaba autoridad absoluta y tenía siempre la última palabra—, el Vicario General y los cinco asistentes (encargados) de las diversas áreas de trabajo en que se dividía la organización: Espiritualidad, Instrucción, Apostolado, Comunicaciones y Temporalidades (es decir, administración y finanzas). Se logró determinar quiénes ocuparon cargos en el Consejo Superior desde 1980 hasta 2019 y, por lo tanto, quiénes eran responsables del sistema de formación y disciplina que permitió los abusos, y que habrían sabido lo que ocurría en las comunidades, por lo menos en lo referente a abusos físicos y psicológicos.

En cuanto a Jeffery Daniels, cuyos abusos sexuales se descubrieron internamente en 1997 y que fue protegido por la comunidad y recluido tres años en el centro de formación de San Bartolo, se deduce por las fechas que no sólo habrían sabido del hecho José Sam y Germán McKenzie, los primeros que se enteraron, sino también el mismo Luis Fernando Figari, Germán Doig, Jaime Baertl, Óscar Tokumura, Miguel Salazar, Jürgen Daum, Erwin Scheuch, Eduardo Regal, Juan Carlos Len, Alfredo Garland y José Ambrozic, que formaron parte del Consejo Superior entre los años 1997 y 2000. Daniels nunca fue denunciado ni ante la justicia civil ni canónicamente ante la Iglesia católica, sino que habría sido encubierto por las personas mencionadas. No se descarta que hayan otros más que conocieron los hechos y participaron de este silencio colectivo.

Asimismo, este recuento histórico permite saber con certeza que José Antonio Eguren ocupó el cargo de Asistente de Instrucción entre los años 1980 y 1982, aunque él negó posteriormente que haya tenido algún alto puesto de responsabilidad en el Sodalicio. Sin rastro de duda, puedo afirmar también que fue el primer Superior de la Comunidad Nuestra Señora del Pilar (Barranco, Lima) entre diciembre de 1981 y el año 1982, aunque sólo por algunos meses.

Estos datos son importantes, considerando que el informe de la comisión de expertos internaciones contratados por el Sodalicio (Informe Elliott-McChesney-Applewhite) calla en todos los colores del arco iris quiénes encubrieron los abusos cometidos dentro la institución. Para ellos simplemente no habría habido encubridores, ni siquiera cuando se identificó a los abusadores, pues quienes tenían puestos de responsabilidad en el Sodalicio habrían actuado siempre de buena fe.

Resulta también de particular importancia el testimonio del exsodálite Germán McKenzie, quien llegó a ser el primer Superior Regional del Perú dentro del Sodalicio y que en algún momento responde al pliego que se le envío a Canadá con esta lapidaria frase: «Se insistía en la obediencia, pero no se insistía igualmente en la formación y práctica de la conciencia moral».

Algunos ligeros errores en el Informe De Belaúnde no anulan el volumen de información corroborada y debidamente analizada que allí se nos ofrece. Por ejemplo, cuando se habla de los grados de pertenencia al Sodalicio, que van a la par con los grados de compromiso (aspirante, probando, formando, consagrado a María, profeso temporal y profeso perpetuo), se pone a los agrupados en el escalón más bajo de los grados de pertenencia. En realidad, las Agrupaciones Marianas no forman parte del Sodalicio sino del Movimiento de Vida Cristiana. Un agrupado mariano no emite ningún compromiso formal con el Sodalicio y no está obligado a seguir sus Constituciones, como sí lo están quienes se hallan en los otros grados de compromiso. Agrupado mariano puede ser cualquiera. Basta con que exprese su deseo de participar de una agrupación. La única vinculación con el Sodalicio sería que esta institución anima las agrupaciones y busca sus vocaciones entre los agrupados, aunque no exclusivamente entre ellos.

Dice el informe en una parte: «la mayoría de las familias se encontraban a gusto con que sus hijos pertenecieran al Sodalicio». Esta afirmación es discutible, dado que la captación de jóvenes vocaciones solía realizarse sin conocimiento ni consentimiento de los padres, lo cual generalmente llevaba a conflictos, y era frecuente que los padres en un principio no estuvieran de acuerdo en que sus hijos se unieran a un grupo tan absorbente y de características sectarias. Lo que ocurría con el tiempo es que los padres, habiendo perdido el control sobre sus hijos, terminaban aceptando una situación con la que en un principio no habían estado de acuerdo. No niego que hubo excepciones y padres que se sentían contentos de tener un hijo en el Sodalicio. Pero lo que generalmente se daban eran relaciones de confrontación, pues el Sodalicio solía actuar al margen de los padres.

No sólo por el caso Sodalicio, sino sobre todo por examinar a fondo el problema del abuso sexual de menores, el Informe De Belaúnde debe ser difundido —tarea que ha asumido recientemente la congresista Susel Paredes—y servir de base para medidas de prevención y proyectos de leyes, siguiendo las recomendaciones finales, que abarcan casi cincuenta páginas del texto final. De hecho, incluye una propuesta normativa para modificar el Código Penal y eliminar la prescripción del delito en el caso de abusos sexuales de menores. Tarea titánica en una sociedad machista, patriarcal y homófoba, que en muchísimos casos deja desprotegida a las víctimas de abusos y permite que los abusadores salgan impunes.

(Columna publicada el 26 de noviembre de 2022 en Sudaca)

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Debido a su importancia, transcribo aquí una parte del testimonio de Germán Mckenzie —quien como profeso perpetuo en el Sodalicio fue Superior General del Perú de 1996 a 2006—, tal como aparece en el informe preliminar de la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones:

«…con la distancia del tiempo, y por no estar relacionado con el Sodalicio desde hace bastantes años, puedo decir que la formación era muy ambigua:

a. Usaba doctrinas espirituales y usos pertenecientes a la tradición de la vida consagrada en la lglesia católica y se reinterpretaban de modo problemático. Se insistía en la obediencia, pero no se insistía igualmente en la formación y práctica de la conciencia moral. Eso se hacía muy complejo cuando personas como el Sr. Doig, quien era una persona equilibrada, inteligente, muy educada, carismática, y con muchas habilidades organizativas, tenido como el sodálite “modelo”, decía u ordenaba hacer algo, pues era muy difícil que alguien criticara aquello. También pasaba con el Sr. Figari, sobre todo con hermanos menores, aunque en su caso, dado que era una persona desequilibrada, sí hubo intentos de hermanos mayores de criticarlo. Sin embargo, sólo dos personas, el Sr. Doig y el P. Jaime Baertl, tenían la autoridad como para, en algunos casos, convencer al Sr. Figari de cambiar de opinión. Eso hacía que específicamente los señores Figari y Doig concentraran un gran poder. La obediencia que se promovía era, en la práctica, una obediencia ciega. El Iema “el Superior nunca se equivoca” informaba la vida cotidiana de los hermanos en las comunidades. Aunque también se mencionaba que la obediencia estaba limitada por la moral, esto último no era lo que se acentuaba.

b. Se afirmaba el amor y la misericordia, pero por otro lado se era implacable en la crítica a los errores humanos. Había un mito del sodálite como un “superhombre”, que siempre lo hacía todo bien, lo que generaba una enorme presión en los hermanos por mostrarlo, uniformidad y ceguera a lo que no se hacía bien (que no se quería ver).

c. Se afirmaba que el Sodalicio era una institución al servicio de la lglesia, cuando a la vez se empujaba a los hermanos a muchas veces organizar obras y actividades de notoriedad pública, con el objetivo de ganar poder en la lglesia. Había en general una actitud soberbia frente a lo propio y extremadamente crítica ante lo demás.

d. Se decía que había que trabajar según las capacidades y posibilidades de cada cual, pero en la práctica se vivía un voluntarismo y se trabajaba mucho más de lo saludable. En mi experiencia, con la distancia que da el tiempo, diría que aunque había elementos positivos en la vida de los hermanos en el Sodalicio (amistad, las obras sociales, el servicio espiritual, etc.), los elementos negativos mencionados arriba los distorsionaban mucho y en muchos casos predominaban».

LA PEDERASTIA ECLESIAL EN EL CINE

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Fotograma de “The Boys of St. Vincent” (John N. Smith, 1992)

El año 2002 marcó un punto de quiebre respecto a la conciencia sobre el abuso sexual en la Iglesia católica. Spotlight, la unidad de investigación de The Boston Globe, inició la publicación de una serie de artículos sobre pederastia clerical en la diócesis de Boston, que llevarían finalmente a la renuncia de su arzobispo, el cardenal Bernard Law.

El tema comenzaría entonces a aparecer recurrentemente en el cine, siendo la primera mención importante una breve escena en Mystic River (2003), película de Clint Eastwood que puede ser considerada una obra maestra. Cuando en su infancia Dave, uno de los tres amigos de la historia, es secuestrado por dos hombres, uno de ellos se hace pasar por policía y el otro es un cura católico. Durante cuatro días abusarán del muchacho hasta que éste logra escapar, aunque las consecuencias traumáticas de la experiencia vivida lo acompañarán hasta su vida adulta.

Sin mencionar los diversos documentales y reportajes visuales que se han hecho sobre el tema, destacan los siguientes filmes al respecto:

  • Our Fathers (Dan Curtis, 2005), que aborda el escándalo de pederastia en la arquidiócesis de Boston.
  • Obediencia perfecta (Luis Urquiza, 2014), basado sobre el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.
  • El club (Pablo Larraín, 2015), un devastador relato sobre curas enviados a vivir en una casa de retiro en un pueblo de la costa chilena para supuestamente hacer oración y penitencia por asuntos turbios de su pasado.
  • El bosque de Karadima (Matías Lira, 2015), inspirado en la vida de James Hamilton, una de las victimas del P. Fernando Karadima, párroco de la parroquia El Bosque situada en una zona acomodada de Santiago de Chile.
  • Spotlight (Tom McCarthy, 2015), relato de los pormenores de las investigaciones hechas por el equipo Spotlight de The Boston Globe, que llevaron a la publicación de informes periodísticos sobre la pederastia clerical en la arquidiócesis de Boston.
  • Verfehlung (Gerd Schneider, 2015), conocido en español como El culpable, historia ficticia de un cura católico que descubre que uno de sus colegas en el sacerdocio ha cometido abusos sexuales contra menores; el film describe la cultura clerical que fomenta el encubrimiento y la disyuntiva en la que se encuentra el protagonista entre salvar el prestigio de la Iglesia o seguir el dictado de su conciencia, que le indica que tiene que denunciar ante la justicia civil a su amigo y asumir el descrédito ante su obispo y otros amigos sacerdotes, y ser considerado un traidor.
  • Romans (Ludwig y Paul Shammasian, 2017), con Orlando Bloom en una de sus mejores interpretaciones, encarnando a un hombre que sufrió abuso sexual en su infancia de parte de un cura y que sufre dolorosas consecuencias en su vida adulta.
  • Grâce à Dieu (François Ozon, 2018), conocido en español como Gracias a Dios, historia de tres víctimas de abuso sexual en la diócesis de Lyon que, ya adultos, se organizan para poder llevar ante la justicia a su abusador de la infancia, el P. Bernard Preynat, que tuvo a su cargo un grupo de boy scouts.

Sin embargo, el tema del clérigo o religioso como un peligro para los demás no es nuevo en el cine. Si bien hasta los años 60 la figura del sacerdote católico solía aparecer de manera positiva en los filmes, a partir de los 70 la situación comienza a cambiar, sobre todo en películas de género de bajo presupuesto, entre las cuales cabría mencionar una de las mejores cintas de Lucio Fulci, Non si sevizia un paperino (1972), conocida en español como Angustia de silencio, muestra brutal del entonces popular género giallo. En un pueblo de provincia del sur de Italia son asesinados tres niños, presentados no como criaturas inocentes sino como preadolescentes curiosos que están experimentando el despertar sexual y espían a las prostitutas cuando ejercen su labor. Finalmente se descubrirá que el cura del pueblo, quien suele predicar contra el pecado y la perversión, es el asesino que —con el fin de salvar el alma de los menores— los matará para evitar que caigan en el pecado y se condenen en el infierno.

House of Mortal Sin (Pete Walker, 1976) nos presenta a un sacerdote trastornado que cree obsesivamente en la justicia divina y no retrocede ante métodos cuestionables para castigar las transgresiones morales de algunos de sus parroquianos, llegando incluso a cometer asesinatos.

El sádico de Notre Dame (1979) de Jesús Franco, un montaje nuevo con escenas adicionales de su film Exorcisme et messes noires (1975), nos narra la historia de un exsacerdote perturbado que huye de la institución mental donde estaba recluido y, obsesionado por el pecado y con una sexualidad reprimida, recorre las calles de París en busca de mujeres de mala vida para torturarlas y asesinarlas con el fin de purificar el mundo de la maldad y ahorrarles a sus víctimas una vida de pecado.

Por supuesto, ninguna de estas películas fue hecha para adaptar historias reales, ni siquiera para ser tomadas en serio, pero de alguna manera reflejan el cambio de conciencia sobre el papel del sacerdote que se estaba dando en muchas sociedades del mundo occidental. El cura ya no era siempre el ser elegido por Dios para santificar a los fieles, sino que podía ser fuente de maldad.

Sin embargo, ya antes de las investigaciones de Spotlight se rodaron dos telefilmes importantes basados sobre hechos reales que abordaban el tema de la pederastia eclesial, aunque todavía sin la perspectiva de considerarla como un problema endémico enraizado en el sistema eclesiástico mismo.

El primero es el film estadounidense Judgement (Tom Topor, 1990), que nos cuenta cómo un matrimonio de católicos devotos en un pequeño pueblo de Louisiana se enteran a través de su hijo que éste ha sido abusado sexualmente por un sacerdote de la parroquia. Junto con otros padres de familia iniciarán una campaña para que el sacerdote sea removido de su cargo y sea juzgado como agresor sexual. Durante la investigación el abogado descubre que la Iglesia católica había estado encubriendo al cura desde hace diez años. La trama se inspira en el caso del P. Gilbert Gauthe, primer cura que fue llevado ante los tribunales por delitos de pederastia, condenado en 1985 a veinte años de prisión.

El segundo es el film canadiense The Boys of St. Vincent (John N. Smith), inspirado en hechos reales ocurridos en el Orfanatorio Mount Cashel en St. John (Newfoundland, Canadá), donde varios niños fueron maltratados y abusados sexualmente por religiosos de la Congregación de los Hermanos Cristianos. El film se divide en dos partes.

Primera parte. Es el año 1975. En el orfanatorio que en la trama recibe el nombre de St. Vincent los niños son golpeados, castigados cruelmente y abusados sexualmente sobre todo por el Hno. Peter Lavin, su director. Cuando Kevin, un niño de diez años, escapa de noche, es detenido por la policía y cuenta los abusos que ha sufrido, es llevado de regreso al orfanato, donde será golpeado severamente por el director al resistirse a sus tocamientos y caricias. Vista la gravedad de sus heridas, el conserje lo llevará al hospital. Se abrirá una investigación, donde un inspector de la policía y una trabajadora social jugarán un papel importante y lograrán obtener testimonios de varios niños. Sin embargo, dado que el orfanatorio iba a recibir una subvención estatal y teniendo en cuenta la buena reputación que tenían los religiosos, a fin de evitar un escándalo el caso terminará archivado y las autoridades eclesiásticas en connivencia con el jefe de la policía, un católico devoto, encubrirán los abusos. El director Lavin y otros hermanos implicados serán trasladados por su congregación a otras instituciones y quedarán impunes.

La segunda parte acontece quince años después. Peter Lavin ha colgado los hábitos y vive con su esposa y dos hijos en Montreal. El caso se ha reabierto y hay víctimas dispuestas a declarar. Lavin es arrestado y llevado a St. John para enfrentar cargos de abuso sexual, aunque en todo momento se declara inocente. Kevin, la víctima principal de Lavin, sin embargo, no quiere participar del juicio pues eso reabre heridas que aún no han sanado. Steven, otra víctima de abusos, ha caído en el alcoholismo y la drogadicción y su vida laboral es inestable. Cuando declara en el juicio, la defensa revela que a sus dieciséis años de edad también abusó sexualmente de niños de siete años en el orfanatorio. Derrumbado emocionalmente, Steven terminará suicidándose con una sobredosis de drogas. Este incidente convencerá a Kevin de la necesidad de declarar contra Lavin en el juicio.

La película resulta particularmente importante, porque allí están presentes todos los elementos del abuso sexual eclesial: los abusos cometidos contra menores por guías y maestros espirituales con autoridad sobre ellos, la incredulidad inicial ante los relatos de las víctimas, el encubrimiento efectuado por las autoridades eclesiásticas e instituciones de la sociedad, la impunidad de los responsables y su traslado a otras locaciones con el fin salvaguardar la imagen institucional de la Iglesia, los traumas persistentes en las víctimas, la negativa de algunas víctimas a dar testimonio de sus experiencias, la reproducción de conductas abusadoras por parte de algunas víctimas, la revictimización al cuestionarse los testimonios de víctimas que quieren hablar, la indolencia de los abusadores y la complicidad de altos miembros de la sociedad.

El film termina con una nota ambigua, pues no sabemos si Peter Lavin será sentenciado o absuelto. Pero lo que más inquieta es un detalle sobre lo podría haber hecho después de ser destituido de su puesto de director del orfanato. Su mujer, apabullada por el testimonio de Kevin, al cual le da absoluta credibilidad, le pregunta en una habitación durante un receso del juicio, si había tocado a alguno de sus propios hijos. La respuesta de Lavin es inquietante y ambigua: «Pregúntaselo a ellos».

Muchas víctimas no hablan y se llevan su trágico secreto a la tumba. Pero si quieren saber qué han vivido, pregúntenle a ellas con todo respeto. Y créanles. Es tal vez lo que más necesitan y lo que piden con urgencia.

(Columna publicada el 12 de noviembre de 2022 en Sudaca)

SODALICIO: EL ABUSO SEXUAL DE MENORES COMO CORTINA DE HUMO

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A pesar de los años transcurridos desde octubre de 2015, en que gracias a la publicación del libro-reportaje Mitad monjes, mitad soldados la opinión pública pudo conocer los abusos cometidos en el Sodalicio de Vida Cristiana, no existe hasta ahora una visión general clara y definida de cuál es el problema principal de la institución. Más aún, los clichés que se repiten sobre el abuso sexual eclesiástico se han sobrepuesto al tema, distorsionando la comprensión de su realidad. El Sodalicio mismo, a través de su manejo maquiavélico del asunto y su silencio hermético ante los hechos denunciados, ha contribuido a que subsista esa confusión. Y como dice el refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

Antes que nada hay que señalar que en el Sodalicio no se dio abuso sexual clerical, pues ninguno de los abusadores sexuales conocidos hasta ahora era clérigo. Ni Luis Fernando Figari, ni Germán Doig, ni Virgilio Levaggi, ni Jeffery Daniels lo eran cuando cometieron los abusos denunciados por sus víctimas. Eran laicos consagrados que vivían en comunidades sodálites. En mi historia personal, donde cuento un abuso de connotación sexual cuyo responsable es Jaime Baertl, actualmente sacerdote católico, el hecho se dio cuando todavía no era cura.

Por otra parte, hay quienes creen que hubo violaciones. Siento decepcionar su hambre de sensacionalismo, pero no las hubo. El abuso sexual es un término amplio que abarca todo acto contra la libertad sexual, incluida la violación, pero también otras modalidades donde hay exposición a situaciones sexuales no buscadas voluntariamente por las víctimas, que han sido previamente manipuladas psicológicamente por su victimario o se hallan en una relación asimétrica de dependencia con respecto a él. En los casos conocidos de abuso sexual en el Sodalicio nunca hubo violencia física ni se puso a las víctimas en estado de inconsciencia, sino que se crearon lazos de confianza dentro de un sistema regido por la obediencia religiosa para luego aprovecharse sexualmente de la víctima, previa manipulación de su conciencia.

Y aun cuando hay varios casos documentados de abuso sexual, este tema tampoco constituye el problema principal del Sodalicio. Mucho menos la pederastia, considerando que sólo hay información sobre dos casos de abusos sexuales de niños: el de Jeffery Daniels con un niño de 11 años y el de Daniel Murguía con un niño de la calle en un hostal de mala muerte en el centro de Lima. Las otras 17 víctimas sexuales menores de edad señaladas por los informes de los expertos Elliott, McChesney y Applewhite (febrero de 2017) eran jóvenes adolescentes. En comparación, en ese mismo informe se señala que se identificaron 31 jóvenes adultos que habían sido víctimas de alguna transgresión de características sexuales (abuso o manipulación). Evidentemente, la cifra real debe ser mayor. Aún así, el abuso sexual sigue siendo un problema marginal en el Sodalicio, restringido a un número reducido de sodálites victimarios que sobrepasaron los límites de lo indecible.

Que el problema residía en otros aspectos lo tuvo claro la primera comisión convocada por el Sodalicio, conocida como Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación, que trabajó de manera independiente sin remuneración alguna. Ésta dice al inicio de su informe final (abril de 2016):

«En los años iniciales de su fundación, el SCV estableció una cultura interna, ajena y contraria a los principios establecidos en sus Constituciones, aprobadas por Decreto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica de la Santa Sede de fecha 1° de Noviembre de 1997, en la que la disciplina y la obediencia al superior se forjaron sobre la base de exigencias físicas extremas, y castigos también físicos, configurando abusos que atentan contra los derechos fundamentales de las personas, universalmente reconocidos y consagrados en la Constitución Política del Perú.

Ese sistema al interior del SCV fue norma interna y práctica establecida, inspirada y fomentada por el fundador de dicha Sociedad de Vida Apostólica y seguida por algunos integrantes de la cúpula, formando una verdadera “cultura particular”».

Se pasa luego a señalar las características de esta “cultura particular”, de este sistema institucional violador de derechos humanos fundamentales, donde el tema sexual también está presente pero de manera marginal. De este modo se describe el entorno que hizo posibles los abusos físicos, psicológicos e incluso sexuales. Pero este informe aborda también algunos temas que luego serían omitidos posteriormente por los voceros del Sodalicio y los expertos internacionales convocados posteriormente: la falta de libertad en el discernimiento vocacional, la obligación impuesta de hacer estudios de teología y filosofía y no lo que uno deseaba, la ausencia de transparencia en las comunicaciones, la explotación económica, el clasismo basado sobre la procedencia social y económica, el racismo y la esclavitud moderna.

Evidentemente, este informe no le gustó nada a la cúpula del Sodalicio, y mientras lo elogiaban en público pero lo vituperaban internamente, anunciaron que se había convocado una segunda comisión para reparar a las víctimas, conformada por el irlandés Ian Elliott y las estadounidenses Kathleen McChesney y Monica Applewhite, que al final evacuaron dos informes, a saber:

  • Abusos Perpetrados por el Sr. Luis Fernando Figari y el Abuso Sexual a Menores por parte de Ex Sodálites
  • Abusos Perpetrados por Sodálites y Respuesta del SCV a las Acusaciones de Abuso

Ya los títulos nos indican por dónde va la cosa. El tema central será el “abuso sexual a menores”, lo cual ayudará a desviar la atención de los otros abusos, considerados de reducida importancia aun cuando sus efectos puedan ser tan o mas dañinos que un abuso sexual. Asimismo, el grupo de adultos jóvenes que sufrieron abuso sexual pasa también a estar detrás de bambalinas.

Resulta sintomático que en el informe de la Comisión de Ética la palabra “sexual” —en singular o plural— figure sólo 5 veces, mientras que en los informes de los expertos aparezca 117 veces. El título de la primera parte también es sospechoso cuando sólo se habla de “Ex Sodálites” como perpetradores. Se le ve el fustán a la intención de dar a entender que no habría actualmente ningún abusador sexual en el Sodalicio, salvo Figari, que ha sido apartado de la vida comunitaria, y otros tres, cuyos nombres no se mencionan pero que aparecen como si estuvieran rehabilitados. «…uno dejó la vida comunitaria, uno ha sido retirado de todo apostolado y del contacto con personas vulnerables, y uno realiza apostolado de manera restringida». No se sabe con certeza quiénes son, no han sido denunciados ni canónicamente ni ante la justicia civil, pero eso no parece importar ante la circunstancia de que se llega a la conclusión de que los abusos sexuales serían cosa del pasado y que el problema ya estaría resuelto del todo.

Esto se hace evidente en el título del segundo informe, donde se detalla la “heroica” y “ejemplar” respuesta del Sodalicio ante los abusos sexuales y otros tipos de abusos (físicos y psicológicos), sumándose a los abusadores sexuales otros once abusadores no sexuales, no identificados con nombre y apellido, de los cuales se especifica que dos ya han abandonado el Sodalicio y «de los nueve infractores que todavía son miembros del SCV, los cuatro que eran superiores o formadores han sido retirados de esos puestos, y los otros cinco nunca ocuparon esos puestos». En fin, asunto solucionado, sin que haya habido ninguna denuncia ante la justicia civil por parte del Sodalicio, ni mucho menos una denuncia canónica.

Para redondear el trabajo, los informes de los expertos internacionales intentan solapadamente desacreditar el informe de la Comisión de Ética, señalando que «la Comisión no llevó a cabo una investigación exhaustiva de todas las denuncias reportadas ni examinó la cultura actual del SCV». No sé qué informe habrán leído, pues lo que allí se describe es precisamente la cultura que ha tenido el Sodalicio hasta bien entrado el siglo XXI, la cual configuró un sistema institucional que permitió y favoreció abusos lesivos de derechos humanos fundamentales y su encubrimiento.

La comisión de expertos internacionales opina distinto:

«La mayoría de los sodálites eran, y son, personas piadosas, con un carácter bueno y moral, atraídos por el Evangelio y los aspectos positivos de la cultura del SCV. Estos sodálites inspiraron y sirvieron como modelos y directores espirituales para los jóvenes, los aspirantes y sus compañeros sodálites. No fue, entonces, la cultura del SCV la que causó que los agresores cometieran actos de abuso, pero hubo autoridades o sodálites mayores que permitieron o alentaron abusos físicos y psicológicos. Para muchos, Figari personificó la cultura del SCV y fue considerado como un icono, y trataba a la gente de maneras que fueron frecuentemente copiadas luego por compañeros y subordinados».

Más aún, los expertos piensan que la cultura actual del Sodalicio no es la misma que la de tiempos pasados:

«La cultura del SCV ha evolucionado de manera positiva en la última década, especialmente después de que Figari renunció como Superior General. El énfasis en ser un “soldado” o impresionar a la jerarquía católica ya no se manifiesta en los trabajos cotidianos y obras apostólicas del instituto. Los cambios son más evidentes en los procesos de discernimiento y formación».

¿Nos quieren dar a entender que durante casi cuatro décadas el Sodalicio tuvo una cultura donde se desarrollaron abusos y que desde la renuncia de Figari como Superior General en el año 2010 hasta la publicación de estos informes en febrero de 2017 el Sodalicio ha pasado raudamente a tener otra cultura institucional, como la rana del cuento que de un momento a otro pasa de ser un animal desagradable y repugnante a un príncipe rebosante de virtudes y amor? A otro perro con ese hueso.

Por otra parte, el informe de los expertos internacionales indica que la Comisión de Ética invitó «a las personas que creían que habían sido abusadas por miembros del SCV a presentarse y divulgar confidencialmente su experiencia» y la sinopsis presentada al Sodalicio corresponde a testimonios de   personas «que se consideraban víctimas». Que la Comisión de Ética, tras deliberaciones y arduo análisis, y luego de escuchar a la contraparte sodálite, haya validado esos testimonios, poniéndolo por escrito en los informes personales que se le entregó a cada una de las víctimas reconocidas, les valió un carajo tanto a los expertos internacionales, contratados y debidamente remunerados, como al Sodalicio mismo.

Ambos informes de los expertos internacionales suman en total 65 páginas, pero si quitamos las portadas, la carta introductoria de Alessandro Moroni, los perfiles de los tres expertos, la descripción de la metodología aplicada, las recomendaciones y los apéndices, nos quedan 36 páginas, de las cuales ocho se dedican enteramente a Luis Fernando Figari. y otras cuatro a Germán Doig, Virgilio Levaggi, Jeffery Daniels y Daniel Murguía. Esto es importante, pues cuando el informe intente explicar por qué ocurrieron los abusos, se incidirá en la influencia que tuvieron Figari y Doig en la cultura institucional. En otras palabras, serían estas “manzanas podridas” las causas del problema, y una vez separadas, el Sodalicio pudo recomponerse y convertirse en una institución sana. Esta conclusión, que incide sólo en la responsabilidad personal de unos cuantos sodálites como causantes de abusos, se opone a la descripción de todo un sistema de abusos que hizo la Comisión de Ética, descripción que el Sodalicio consideraría hasta ahora como inexacta y alejada de la verdad.

De hecho, las recomendaciones de la Comisión de Ética —que fueron ignoradas en su mayoría o cumplidas sólo parcialmente— eran más concretas y contundentes que las farragosas y vagas recomendaciones hechas por los tres expertos internacionales, algunas de ellas tan inútiles como «dar capacitación específica a los formadores, candidatos y formandos sobre la prevención de abuso sexual y los maltratos en el apostolado, los colegios y los servicios solidarios», es decir, en áreas donde no se cometió ningún abuso relevante, pues los abusos denunciados ocurrieron principalmente dentro de las comunidades sodálites, los centros de formación y en domicilios particulares. Además, es de hacer notar que estas recomendaciones se ven muy bonitas en el papel, pero también habrían sido incumplidas de manera masiva por el Sodalicio.

En resumen, la metodología del informe de los tres expertos internacionales parece haber sido darle prioridad al tema de abusos sexuales de menores —siendo que este tema es marginal dentro de la problemática global del Sodalicio—, desviar la atención de otro tipo de abusos que fueron igual de dañinos y mucho más frecuentes en la institución, cargar la responsabilidad exclusivamente sobre los abusadores sexuales sin mencionar en absoluto ni las causas sistémicas ni tampoco a quienes encubrieron esos abusos, y finalmente relegar todos los hechos a un pasado que ya habría sido superado.

De este modo, el abuso sexual de menores le habría servido al Sodalicio como cortina de humo para no tener que abordar los problemas centrales de su institución, una organización sectaria con un sistema que vulnera derechos fundamentales de las personas y termina dañándolas de por vida.

(Columna publicada el 15 de octubre de 2022 en Sudaca)

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FUENTES

Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación
Informe Final (16 de abril de 2016)
https://comisionetica.org/blog/2016/04/16/informe-final/

Kathleen McChesney, Monica Applewhite & Ian Elliott
Informes sobre Abusos y Respuesta en el Sodalicio de Vida Cristiana (10 de febrero de 2017)
https://sodalicio.org/wp-content/uploads/2017/02/Informe-Abusos-Febrero2017.pdf