CUENTO DE NAVIDAD PARA PEQUEÑO BURGUESES

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La Nochebuena ha sido siempre para mí un momento especial al final de cada año, cargado de experiencias que guardo en mi memoria: ese ambiente de espera anhelante, rodeado una atmósfera mágica que acentúan los villancicos con sus letras llenas de ingenuidad e inocencia, los rituales navideños tradicionales, la decoración de cuento de hadas, la comida típica navideña y la alegría compartida entre personas que se hacen regalos mutuos y que, mal que bien, se quieren y se aprecian. Con el tiempo fui comprendiendo mejor que la fuente de todo esto estaba en ese misterio que se expresaba en los belenes o nacimientos que muchos ponen en sus hogares, y el cual yo armaba junto con mis hermanos con bastante dedicación, imaginación y asombro, y a veces me quedaba contemplándolo en la noche cuando todo estaba oscuro y la única luz venía del bombillo que había dentro de la cabañita donde estaban colocadas las figuras de María, José y el Niño Jesús.

En Nochebuena también he vivido cosas fuera de lo común. Fue en Nochebuena la primera vez que alguien me ofreció una pitada de un troncho de marihuana que estaba fumando, cosa que decliné amablemente. No por eso dejé de prestarle compañía con cierta tristeza al primo con el cual me hallaba en el jardín anochecido de la antigua casona de mi abuela.

La primera Nochebuena que pasé en Alemania en el año 2002, yo me hallaba solo en este país, y una familia polaca me invitó a pasarla junto con ellos, algo que siempre he agradecido de todo corazón. Fue algo sencillo y muy familiar. Pero sobre todo muy acogedor. También fue la primera vez que comí pescado en Nochebuena, como es costumbre en Polonia. Los alemanes no tienen una comida típica para esa ocasión, y el plato principal puede ser pato, ganso, asado de cerdo o salchichas.

He de admitir que las mejores Nochebuenas las pasé durante el tiempo que viví en comunidades sodálites. Después de la Misa del Gallo, nos reuníamos en una de las casas a compartir la cena navideña. No había regalos, sólo la alegría de estar juntos, celebrando el momento con actuaciones cómicas preparadas con antelación o entonando villancicos populares y canciones navideñas compuestas por nosotros mismos, hasta bien avanzada la madrugada. Me queda claro desde entonces que la preocupación por los regalos llega muchas veces a enturbiar la celebración navideña, cuando hay tantas cosas maravillas que se pueden experimentar, sobre todo si hay el deseo de vivir la alegría del don que Dios nos ha dado en el misterio de Belén. La gente común ha olvidado que la costumbre de hacerles regalos a los niños nació del deseo de honrar al Niño Jesús.

La Nochebuena de 1992 en San Bartolo fue única en mi vida, debido a que fui testigo de una antigua costumbre andina mantenida por los pobladores de San José, el asentamiento humano del balneario, muchos de los cuales provenían de regiones andinas asoladas por el terrorismo. Al final de la Misa del Gallo, varios danzantes, vestidos con trajes típicos y acompañados por un violinista y un arpista ‒que llevaba una de esas arpas andinas que se cargan en el hombro‒, bailaron delante del nacimiento de la iglesia al compás de una sencilla melodía festiva, repetitiva e hipnótica, que sonaría a lo largo de varios días consecutivos mientras los danzantes visitaban casa por casa para bailar delante de los belenes. Y en todas partes se les agasajaba con comida y bebida.

La peor Nochebuena fue tal vez la del año pasado, con mi mujer y dos hijos viviendo temporalmente en un piso frío y húmedo de uns 50 metros cuadrados en Neustadt an der Weinstraße, mientras casi todas nuestras pertenencias se hallaban en un depósito húmedo en la casa antigua adónde debíamos habernos mudado, pero que todavía no estaba habitable debido a las argucias y malos manejos de un arquitecto embaucador que no había cumplido con lo que había prometido y, más tarde que nunca, había mandado hacer trabajos mal hechos, cuyo pago todavía nos sigue reclamando. En ese piso en Neustadt, sin la certeza de saber cuándo podríamos mudarnos y sintiéndonos un poco náufragos de los contratiempos de la vida, no había decoración navideña, ni árbol de Navidad, ni mucho menos un nacimiento. Finalmente, el mismo día 24 de diciembre, compramos un belén minúsculo, una pechuga de pavo ‒porque hornear un pavo entero era imposible‒, además de otras cosas para la cena navideña, y cargué mi ánimo de ilusiones para poder celebrar otra vez el misterio de Dios hecho hombre y seguir mirando el futuro con esperanza.

Sea como sea, mientras pasa la existencia y las Navidades van dando fin a cada año con su indudable carga festiva y alegre, el momento donde más a gusto me siento es en la Misa de Navidad, ese remanso de paz y simbolismo sagrado, que me da fuerzas para encararme con la vida y reflexionar sobre la muerte que algún día me llegará y me permitirá unirme a la luminosidad de ese misterio que ahora sólo entrevemos entre brumas.

Aprovechando la ocasión, he desempolvado un cuento que escribí en diciembre de 1987, inspirado en mis recuerdos de infancia sobre la Nochebuena. Quizás algunos de mis lectores se identifiquen con las experiencias que allí describo, pues cosas similares ocurren en todos los hogares de índole burguesa, donde lo accesorio termina ocupando la palestra, mientras que lo esencial queda relegado a un segundo plano. En todo caso, nunca fue mi intención juzgar a nadie, sino describir a través de la ficción literaria lo que veía con ojos de niño. De ese niño que todavía sigue vivo en mí.

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NOCHE DE PAZ, NOCHE DE AMOR
Autor: Martin Scheuch (diciembre de 1987)

que ya son las ocho de la noche y falta todavía envolver los regalos para la tía Olga, pero por suerte hay suficiente papel y la tarjeta está muy linda, junto con los otros paquetes que hay que comenzar a guardar en la maletera del carro para llegar temprano y dónde está el niño del cuerno, apúrate, que no estoy listo mamá, y que siempre lo mismo, hasta cuándo, y cae el bofetón sobre el pequeño en esta noche de paz, noche de amor, que le enrojece la mejilla entristecida, mientras la madre termina de apurar a la hermana mayor y el padre va calentando el motor, para dirigirse luego hacia la casa de la abuela, con los tres hermanos en el asiento trasero y la mamá enfurecida porque nos hemos olvidado del regalo para el tío Federico y estos chicos siempre haciéndola rabiar a una, mientras el otro hermano susurra al oído del pequeño que por qué no te apuraste, ya ves lo que pasa, en tanto que el malestar y la incomodidad se van diluyendo ante los luminosos ventanales del antiguo caserón, donde Aurelia, la cocinera, abre la puerta trasera para que la familia deje casi furtivamente los paquetes envueltos con papeles de colores en el espacioso comedor, donde reposarán indiferentes sobre la enorme mesa, hasta ser acariciados por la sonrisa falsa y el gesto ambicioso de los tíos, las manos impacientes y juguetonas de los infantes, mientras dan gracias al cuñado o a la tía abuela por la caja de chocolates, el carrito a pilas, la camisa de algodón o el perfume fino, sin saber que una luz brilla en las tinieblas, las tinieblas del champán que beberán los labios entre la bruma de las tinieblas del humo de los cigarrillos que saldrá de las bocas tenebrosas, pero hasta que llegue la hora de romper las coloridas envolturas con papanoeles, trineos, campanas, velas y arbolitos de Navidad, van soportando las horas bebiendo algo de vino y masticando nueces y pasas, que podrían no ser indispensables como el pavo y los panetones que esperan su hora en la cocina, en tanto que los niños corren y juegan, impacientes, caprichosos, mientras pasan las horas, porque Papá Noel les habrá traído muchos regalos, y entre maduras conversaciones de siempre que enturbian el ánimo porque la situación económica va de mal en peor y qué sé yo adónde iremos a parar con este gobierno, el pequeño de la familia observa el viejo reloj de péndulo que marca acompasadamente los segundos, el tiempo que se pierde trivialmente para una familia tan unida como ésta, como dice la tía Marisa, en el mismo momento en que la tía Consuelo está contando de su último viaje a España, más importante que el Niñito Jesús que está sobre unas pajas en la mesa de al lado, como un adorno más entre un trineo con un Papá Noel sonriente y una vela roja con estrellitas doradas y plateadas, y sólo el Niñito, porque la Virgen y el San José se han roto después de tantos años de cenas navideñas y la tía Chabela no tiene tiempo para ir a comprar figuritas nuevas, pero sí tiene para conseguir las velas rojas que adornan el árbol de Navidad que, sobre la mesa del comedor, reunirá a su alrededor a los veintiún primos, catorce tíos, tres tías abuelas y a la abuela, que todavía no ha regresado de oír Misa del Gallo, por supuesto que a las nueve de la noche, para que la gente no se incomode y pueda recibir la Navidad en familia a las doce, que es cuando se abren las puertas del comedor para que vayan entrando primero los más pequeños y luego los mayores, mientras cantan noche de paz, noche de amor, y Papá Noel Papá Noel con voz reprimida, porque es cierto que hay que cantar, como es la costumbre tradicional, pero no debe durar mucho para que podamos abrir rápidamente los regalos, que ya no pueden ser tantos como antes, ay hija, tú sabes, la situación económica, pero todavía alcanza y todos pueden tener su paquete de galletas y chocolates aunque no tanto como antes, y ese tanto de regalos sufre las aprehensivas roturas de sus envolturas, que van quedando regadas por el suelo, entre los agradecimientos que se multiplican de boca en boca, gracias tío, mira lo que me ha regalado mi mamá, oye cuñadito esto es lo que yo quería, mientras el pequeño lee no hay Navidad sin Jesús en un cartel que no sabe por qué ostenta también un árbol de Navidad, cartel que luce en la ventana, inadvertido por la indiferencia familiar, detrás del sillón de la abuela, que fue la que pidió que no se olvidaran de poner al Niño Jesús en la mesa arrinconada de la sala, donde algunas copas vacías todavía con conchitos de vino y una fuente con residuos de maní son mudos testigos de una soledad que sólo perturba el murmullo de las conversaciones en el comedor o algún que otro grito infantil porque Cuqui le está arranchando a Fernandito su robot de juguete o Cristinita ha roto una taza del juego de té de muñecas de Vivianita o las risotadas del tío Miguel que se ha pasado de copas, mientras la tía Graciela exclama que qué bueno está el pavo, que está precioso el adorno que has hecho hija, y se van sucediendo los te acuerdas de esto o lo otro, no queriendo nadie confesarse a sí mismo que esta noche llegará a su fin y que la amargura que el festivo disfraz nocturno no ha podido diluir amanecerá nuevamente en el rostro el día de mañana, porque la Navidad es una fiesta familiar muy hermosa, pero sabiendo en el fondo que no es cierto, que es un paréntesis de ilusión artificial en la vida de esta familia que no quiere saber que una luz ha alumbrado al pueblo que caminaba en las tinieblas, las tinieblas de esa oscuridad que reina en la sala desierta después de que todos se han ido, donde resplandece con sobrenatural luminosidad el Niñito Dios de la abuela, con la sonrisa que algún desconocido artesano ha modelado en su rostro de inocencia, con sus manitas de paloma, sus pies desnudos, donde el pequeño de la familia, indiferente al rumor bullicioso del comedor, ha estampado un hermoso beso de gratitud y esperanza

UN LEGIONARIO PIDE PERDÓN

P. Juan María Sabadell

P. Juan María Sabadell

El 10 de diciembre de este año, el portal Religión Digital publicó una carta escrita por el P. Juan María Sabadell, miembro español de los Legionarios de Cristo y uno de los sacerdotes elegidos para participar en el Capítulo Extraordinario de la congregación, que se realizará en Roma a partir del 8 de enero de 2014 (ver http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2013/12/10/padre-juan-sabadell-lc-pido-perdon-a-las-victimas-de-abusos-fisicos-y-morales-de-nuestra-historia-iglesia-religion-papa.shtml). Esta carta es importante porque constituye hasta ahora el único escrito conocido proveniente de un legionario donde se pide perdón a las víctimas del P. Maciel, describiendo con detalle las conductas y actitudes reprobables que no sólo tuvo el autor de la epístola, sino también un considerable número de miembros de la Legión hacia las víctimas de abusos sexuales, algunas de las cuales, motivadas por un deseo de justicia, tuvieron el valor de hacer las denuncias correspondientes. Contrasta la honestidad y franqueza de este escrito con otros que provienen de otros miembros de  la Legión de Cristo, donde se evita entrar en estos detalles. Como en la reciente carta del P. Sylvester Heereman, vicario general de los Legionarios de Cristo (ver http://legrc.org/regnum_db/archivosWord_db/05122013esp.pdf), en la cual, si bien agradece de manera general «a quienes han roto el silencio que suele rodear estos casos, por la vergüenza y el sufrimiento que los acompañan», no les pide perdón por acciones específicas que de parte de la Legión se hicieron en perjuicio de ellos —incluyendo una campaña de descrédito y difamación—, sino que se limita a expresar la escueta frase: «Lamentamos profundamente cualquier dolor que les hayamos causado». Y precisamente esa reticencia del P. Heereman a entrar en detalle la subsana el P. Sabadell con su hermosa y sentida carta, que ahora reproduzco en honor a la verdad. Y como un ejemplo a seguir.

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Texto íntegro de la carta del P. Juan María Sabadell

Queridos cofundadores, familia, amigos y hermanos en el Señor:

Es con estas palabras que hoy completo un deseo que lleva años en mi corazón: cumplir mi propia “purificación de la memoria” pidiendo perdón a las víctimas de abusos (físicos y morales) de nuestra historia de fundación.

Pido perdón tanto a las víctimas conocidas y públicas como a aquellas que siguen bregando desde el dolor de su anonimato.

Muy especialmente quiero agradecer a aquellos valientes cofundadores que durante décadas insistieron para que se conociera la verdad y perseverando hasta el final nos alcanzaron la justicia.

Mis sentidas gracias y mis palabras van primero dirigidas a nuestros hermanos José Domínguez, Juan José Vaca, Félix Alarcón, José Barba, José Antonio y Fernando Pérez Olvera, Saúl Barrales, Arturo Jurado y Alejandro Espinosa; además del Padre Amenábar que en paz descanse. Fue su “hambre y sed de justicia” que ahora en nuestro futuro “tiene que verse saciada”, la misma que hoy me impulsa a escribir esta pobre disculpa personal.

En lo que se refiere al historial de abusos en la congregación, pienso en el buen servicio que prestaré a la Legión y al Regnum Christi si antes del Capítulo General llego purificado, sereno, habiendo asimilado y encajado sin fisuras esta página dramática y dolorosa del álbum de familia.

Por ello, como un hermano más que ha amado profundamente a la Legión y el Movimiento desde su adolescencia, he sentido la necesidad de hacer mi pequeño gesto público que es de justicia y de responsabilidad, antes de iniciar el Capítulo General en Roma, abrazando personalmente, y no sin vergüenza, esta cruz misteriosa que el Señor ha depositado sobre nuestros hombros para el resto de nuestras vidas.

Aunque ha habido ya comunicados oficiales de reparación y sigue en abierta la “comisión de acercamiento” para salir al paso de las víctimas y buscando la reconciliación, creo que el Señor me pide a mí personalmente hacer un “mea culpa” confesando mis pecados y errores en esta historia común.

Me mueve a ello no sólo y primariamente el deber de justicia para con las víctimas mismas; sino además un acto de conciliación con mis hermanos, especialmente los más jóvenes; a la vez que un reconocimiento para con mi familia y mis amigos que durante tantos años han acompañado con paciencia, silencio y comprensión este lastre en mi vocación. Y digo un “deber” que creo debo explícita y públicamente hacer pues el escándalo así lo requiere, donde a la “compunción interior” le acompañe una proporcional y sincera “reparación exterior”.

Es por ello que pido a las víctimas de abusos físicos o morales de nuestra fundación hasta el día de hoy:

  • que me perdonen el no haberles creído cuando informaban de abusos y errores, dando sólo crédito a la versión del fundador y los criterios y modos de la Legión;
  • que me perdonen por cuantas veces, en conversaciones y explicaciones a terceros, sin conocimiento de causa les describí como “resentidos” o “calumniadores” y con ello añadía injuria y difamación a la herida todavía abierta;
  • que me perdonen por la lentitud con que acepté hacer autocrítica, y abrir mi corazón y mente para encarar la verdad de los hechos, pues con ese retraso culpable se prolongaba su dolor y seguía haciéndose esperar la justicia;
  • que me perdonen también los titubeos, contradicciones o medias tintas con que gradualmente fui dando credibilidad a sus testimonios de abusos en los medios y en los blogs, y mi tardanza en avenirme a aceptar sus legítimas reclamaciones;
  • que me perdonen, cuando torpe o ciego de prudencia humana, preferí defender la propia reputación de la familia legionaria por encima de la de mis hermanos mayores, que con sus vidas y sacrificios habían preparado el camino para mi sacerdocio en la Legión;
  • que me perdonen por sumarme al “silencio institucional” que aun cuando bien intencionado, no hacía sino retrasar la necesaria conversión, “purificación de la memoria” y reparación concreta a la que desde hace un lustro nos llama el Señor por medio de Benedicto XVI y el Papa Francisco;
  • que me perdonen por mi falta de compasión y todo aquello en lo que yo personalmente haya contribuido con mis obras, palabras u omisiones al escándalo y males de esta situación.

Son todos pecados de los que tengo y quiero acusarme, personal y públicamente. En primer lugar ante Dios, y en esta ocasión especialmente ante mis hermanos heridos quiénes se merecen lo mejor de mí, con respeto y mi deferencia; pues aunque sea tarde, me toca ahora, en lo posible, acortar su sufrimiento.

Creo que como muchos otros Legionarios, este gesto sencillo pero evangélico, busca reconciliarme con aquellos a quienes he defraudado antes de depositar mi ofrenda ante el altar de Dios en el Capítulo General. Ruego, y así lo espero, aun en su sencillez, esto nos permitirá leer juntos las páginas tristes de nuestra historia, y reconocer como hermanos nuestra ceguera, y acogiéndonos a esta “segunda oportunidad” que se nos brinda con el perdón, hagamos de éste, bálsamo de gracia en medio de la humillación amarga y ya demasiado larga para todos.

No me inquieta la reacción pública por las revelaciones duras y graves de nuestra fundación, ni las más recientes ni las de antaño, pues Dios mismo conoce el porqué misterioso de nuestro caso y Él llevará a término en todos, víctimas y no víctimas “su obra buena”.

No quiero tampoco reducirme a un gesto escrito, por más honesto y sentido que sea. Me apresto pues hoy a iniciar una Pascua de expiación con adoración, Eucaristías y ayunos para que sirvan de ofrenda agradable al Señor y así concretar mi reparación.

Y a vosotros familia y amigos, os pido que en la medida de vuestras posibilidades, os unáis a esta cincuentena de expiación con oración y comunión espiritual hasta el próximo 30 de Enero. El Señor bendiga con su gracia mi petición de perdón y este esfuerzo de reconciliación en el que impetramos juntos su misericordia divina y con el que pido luz y fuerza para en el futuro ser mejor testigo de la alegría del Evangelio.

Os pido disculpas de antemano por cualquier omisión, frase o tono que pueda herir o parecer desproporcionado. He preferido dejar correr mis reflexiones fiado del Espíritu Santo que creo inspira los buenos deseos de esta comunicación y me pongo a vuestra disposición para hacer o mejorar lo que aún me hiciera falta.

Concluyo con una oración (Salmo 85, 10-14) que trenza las gracias que imploro para todos en este Adviento y Navidad; que son promesa de Salvación y sanación personal que sólo el Señor nos puede dar.

“Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la Gloria morará en nuestra tierra.
11 Amor y Verdad se han dado cita, la Justicia y la Paz se abrazan;
12 la Verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la Justicia.
13 El mismo Yahveh dará la dicha, y nuestra tierra dará su cosecha;
14 La Justicia marchará delante de él, y con sus pasos trazará un camino”.

Vuestro amigo y hermano en el Señor Misericordioso,

P. Juan Sabadell LC

UN LEGIONARIO SE BALANCEABA SOBRE LA TELA DE UNA ARAÑA…

…como veían que resistía,
fueron a llamar a un legionario más.

Como en la canción de los elefantes. Sólo que en esta caso no se trata de cualquier miembro de los Legionarios de Cristo. Se trata de aquellos que han cometido abusos sexuales contra personas que estaban confiadas a su cuidado pastoral. Y mientras la tela de araña del silencio, el encubrimiento y la impunidad resistía, se fueron sumando más a la pandilla. Hasta que por fin se rompió. Por el momento suman nueve. No uno, sino nueve.

P. Sylvester Heereman, vicario general de los Legionarios de Cristo

P. Sylvester Heereman, vicario general de los Legionarios de Cristo

Una reciente carta del 5 de diciembre de este año, firmada por el P. Sylvester Heereman, vicario general de la congregación, quien está sustituyendo en funciones al P. Álvaro Corcuera que aún sigue siendo oficialmente el director general, admite que los sacerdotes legionarios hallados culpables de abusos sexuales, incluyendo al fundador, asciende a ese número de nueve (ver carta completa en http://legrc.org/regnum_db/archivosWord_db/05122013esp.pdf). El P. Marcial Maciel Degollado, fundador de la cuestionada congregación, no era el único depravado, sino que hay otros ocho sacerdotes de cuya culpabilidad no queda resquicio de duda alguna. Con lo cual la figura del “caso aislado” —explicación parche muy común entre los grupos religiosos donde ha salido a la luz algún que otro caso de abuso sexual— se desbarata. Si aquel que ha cometido el delito ocupaba un puesto de responsabilidad en la institución, hay que contemplar la posibilidad de que haya otros miembros que tengan las mismas costumbres, y no descartar la hipótesis desde un principio. Se debe recordar que el mal se comporta como un cáncer y tiene carácter difusivo. Es algo que muchos predican, pero que olvidan aplicárselo a sí mismos cuando les cae el guante.

Si bien la carta mencionada despeja algunas dudas, también suscita otras. En total hubo un total de 35 sacerdotes denunciados, de los cuales sólo diez han sido declarados inocentes. En otros cuatro casos se constató conductas imprudentes —evidentemente relacionadas con lo sexual— pero no delitos que merezcan sanción. Dos casos no fueron investigados, porque al momento de presentarse las denuncias los implicados habían dejado el ministerio sacerdotal. Y hay diez casos que todavía están en proceso —cuatro a la espera de un dictamen definitivo por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe y seis cuya investigación canónica todavía sigue su curso—. En estos casos ciertamente se presume la inocencia de los acusados, pero no se descarta a priori su posible culpabilidad al final del proceso. Es decir, este número de nueve abusadores no es definitivo y podría incrementarse en el futuro.

Resulta preocupante que entre los acusados haya cinco superiores o formadores —seis si incluimos al P. Maciel—. De esos cinco, tres han sido hallados culpables, mientras que se determinó que los otros dos sólo cometieron actos imprudentes, los cuales —según los responsables de la investigación— no ameritarían ninguna sanción ni restricción en el ministerio.

La Legión ha intentado minimizar el asunto a través de un comunicado de su oficina de prensa en Roma:

«Desde su fundación, la Legión de Cristo ha ordenado a 1133 sacerdotes. Estos números arrojan que 0.8 por ciento de los sacerdotes legionarios han sido declarados culpables de abuso sexual».

Lo cierto es que el problema es de graves proporciones —algo que las cifras no logran mitigar—, considerando que existe la posibilidad de que se compruebe más casos de culpabilidad al respecto. Además, el dato estadístico toma como referencia el número total de sacerdotes que fueron ordenados a lo largo de la historia de la congregación, sin considerar a todos aquellos que han decidido desembarcarse por diferentes motivos —muchos de ellos legítimos— y que en el lapso que va desde finales del año 2008 hasta diciembre de 2012 alcanza la cifra de 171 sacerdotes. El número de legionarios que han abandonado la Legión durante ese tiempo llega a una cifra que bordea el 20% del total de miembros con que contaba la congregación en el año 2008 (ver http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2013/05/29/la-legion-de-cristo-se-desangra-religion-iglesia-paolis-francisco-maciel-legionarios.shtml).

P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo

P. Marcial Maciel, fundador
de los Legionarios de Cristo

¿Cuáles han sido las sanciones que se han aplicado a los culpables? Según la carta, dos han sido reducidos al estado laical y los otros siete —incluyendo al P. Maciel— sufrieron restricciones en su vida y ministerio. No se infiere del documento que ninguno haya sido entregado a la justicia civil para que se inicien los procesos penales correspondientes. Sabemos que el P. Maciel murió prácticamente en la impunidad, pues se evitó darle la sanción que le hubiera correspondido, debido a su avanzada edad y su precario estado de salud. Sólo fue obligado a retirarse de la vida pública. Los otros ocho siguen en libertad y no en la cárcel, como corresponde a quienes han cometido abusos sexuales comprobados contra menores de edad, y probablemente nunca lleguen a poner pie en un recinto penitenciario, pues el comunicado se abstiene de mencionar sus nombres —en aras de una mal entendida salvaguardia de la buena reputación de las personas—. Seis de ellos siguen ejerciendo un ministerio con algunas restricciones dentro de la institución. De todo lo dicho se infiere que no existe la intención de denunciarlos ante la justicia civil por los abusos cometidos. Con lo cual se incumple lo que la misma carta estipula en otros párrafos de la misma:

«Cada territorio ha elaborado o está afinando sus procedimientos para atender las denuncias que se presenten, teniendo en cuenta que siempre se debe seguir el derecho civil en materia de información de los delitos a las autoridades competentes».

«A veces será necesario que los superiores de la congregación den a conocer el hecho de una denuncia recibida y los resultados de la investigación. Al dar este paso, que puede llegar a ser un deber de justicia para con las víctimas y las personas encomendadas a nuestro cuidado pastoral, es posible que se deban surtir efectos no deseados como el escándalo y el daño a la buena fama del sacerdote».

Todo esto no es más que papel mojado si no se denuncia a los culpables ante la justicia civil y no se da conocer sus nombres, con lo cual ciertamente se verá afectada su reputación, pero no en base a calumnias sino en base a acciones reprobables que ellos mismos han realizado. No revelar sus nombres, además de falta de transparencia, equivale a una especie de encubrimiento, que lo único que parece buscar es salvaguardar la buena imagen institucional de la Legión. Que, a fin de cuentas, se mantiene en parte gracias a lo que aún se sigue ocultando al amparo de una estructura del silencio. En fin, una reputación de cartón piedra.

¿Y qué hay de aquellos dos casos que no fueron investigados porque los acusados habían dejado el ministerio sacerdotal, y, por ende, la congregación? Como ya he señalado, hay indicios de que el interés primero de la Legión es salvaguardar su propia reputación e imagen institucional, por lo cual le sería indiferente los casos de sacerdotes que han abandonado la institución. Su misma deserción los aleja de la órbita legionaria y los delitos que puedan comprobárseles apenas afectarán la imagen institucional. Desde una perspectiva eclesial que no se reduzca a los límites del grupo particular al cual se pertenece, otra debería ser la actitud. Cualquier posible delito cometido por un sacerdote de la Iglesia católica debería ser motivo de preocupación de todo aquel que se sienta miembro comprometido del Pueblo de Dios, sobre todo por un deber de justicia hacia las presuntas víctimas.

En general, el comunicado da la impresión de ser un intento de limpiarle la cara a la Legión. Como ocurre en toda institución fundamentalista y conservadora, se percibe más una preocupación prioritaria en mantener una fachada intachable que en aclarar los presuntos actos delictivos cometidos por sus miembros. Sobre todo porque se echa de menos un análisis de aquellos aspectos institucionales que podrían haber favorecido los abusos sexuales y los actos imprudentes cometidos por los sacerdotes legionarios. Esto se puede constatar en algunas de las medidas preventivas que, según la carta, deberían tomar los directores territoriales, como «la promulgación y actualización de los códigos de conducta para los legionarios de Cristo, la adecuada selección de los candidatos que deseen entrar en la congregación y la formación de todos los miembros en este ámbito». Teniendo en cuenta que el mismo comunicado señala respecto a los abusos sexuales que «este tipo de comportamientos nace de una enfermedad y los propósitos de cambiar, aunque sean sinceros, muchas veces resultan inútiles», queda claro que se considera que la raíz del problema es externo y no puede estar en la congregación misma —entiéndase por ello su sistema de disciplina y su estilo de vida— sino en las personas que padecen esta “enfermedad” y que prácticamente se habrían “colado” dentro de la Legión. Dicho de otra manera, aun cuando el mismo fundador cometió sistemáticamente abusos psicológicos y sexuales en perjuicio de varios de los miembros de la congregación, se sigue intentando proyectar una imagen inmaculada, como dando a entender que el problema no es la Legión, sino algunos miembros psicológicamente enfermos que nunca debieron ser admitidos en ella. Pero si consideramos que la existencia de la misma congregación no se explica si no es por la vida y obra de un perverso sexual, pederasta, polígamo, psicópata, morfinómano, falsificador y ladrón como fue el P. Maciel, nos preguntamos legítimamente si la misma disciplina que él le dio a la Legión, donde se ejerce un control absoluto y atosigante sobre todos los momentos de la vida de sus miembros, no constituiría en realidad un caldo de cultivo para que se den en secreto, a manera de válvula de escape, conductas aberrantes, entre las cuales se cuentan los abusos sexuales. El francés Xavier Léger, ex-legionario que ha ofrecido un valioso testimonio publicando un libro sobre su experiencia (ver http://www.periodistadigital.com/religion/libros/2013/10/11/yo-ex-legionario-de-cristo-iglesia-religion-papa-libro-maciel-roma.shtml), lo dice sin ambages cuando designa a la Legión como «una secta en el corazón de la Iglesia». «De hecho —afirma—, la misma [organización] funciona como una secta, fundada en la manipulación, la humillación, el miedo y una culpabilidad tan poderosa que abandonarla es un verdadero trauma». Y se sabe que en las prácticas sectarias se encuentra la raíz de muchas perversiones.

Resulta positivo que en la carta se mencione la responsabilidad que la Legión tiene ante las víctimas.:

«Creo que es necesario agradecer ante todo a quienes han roto el silencio que suele rodear estos casos, por la vergüenza y el sufrimiento que los acompañan. Su voz nos ha impulsado a buscar la verdad de lo sucedido para ayudar a las personas afectadas y a poner decididamente los medios para evitar que se vuelvan a repetir casos así en el futuro. Lamentamos profundamente cualquier dolor que les hayamos causado. Como el resto de la Iglesia y de la sociedad, hoy comprendemos mejor que la atención a las víctimas de cualquier abuso sexual es prioritaria. Queremos acogerlas con compasión y ofrecernos a recorrer con ellos un camino de sanación y reconciliación».

Aunque se trata de un reconocimiento tardío —pues durante décadas se calumnió y difamó a algunas víctimas que denunciaron los casos—, constituye una señal positiva, así como el establecimiento en enero de 2011, por obra del Delegado Pontificio Mons. Mario Marchesi, de la Comisión de Acercamiento, «con la misión de atender a quienes querían solicitar alguna acción por parte de la Legión de Cristo con relación a la persona del P. Maciel». Aún así, parece que las actitudes negativas hacia las víctimas que se tuvo en el pasado aún pesan, pues la misma carta reconoce que algunas personas dentro y fuera de la Legión que sufrieron abusos sexuales tomaron la decisión de no recurrir a esta Comisión. Aparentemente, la Legión no ha dado todavía los pasos suficientes como para poder gozar de la confianza plena de ciertas víctimas.

No obstante las observaciones y reparos que suscita la carta, ésta representa ciertamente un cambio —tímido pero sustancial— en relación a la manera en que la Legión manejó las denuncias de abusos sexuales en el pasado. Sería pedirle demasiado al P. Heereman, dentro de las limitaciones de su formación conservadora y fundamentalista, que haga una auto-crítica profunda de la institución a la que representa acompañada de un extenso mea culpa. Para él la Legión de Cristo seguirá siendo una obra suscitada por Dios y guiada por el Espíritu Santo, intachable, imperecedera, y la culpa de lo sucedido la tendrán exclusivamente los “enfermos” que lograron ser admitidas en ella. ¿O tendrá la culpa de todo el “enfermo” que la fundó?

Gérard Croissant

Gérard Croissant, fundador de la
Comunidad de las Bienaventuranzas

Asimismo, la carta constituye una confirmación de que, en lo referente a abusos sexuales, el P. Marcial Maciel no fue un “caso aislado”. Así como tampoco fue un “caso aislado” el del francés Gérard Croissant, fundador de la Comunidad de las Bienaventuranzas o del León de Judá, pues también Pierre-Étienne Albert, el tercero en la cadena de mando de la institución, como Philippe Madre, cuñado de Gérard, fueron hallados culpables de abusos sexuales en perjuicio de miembros de la institución (ver http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2011/11/18/otro-caso-maciel-en-francia-por-triplicado-iglesia-religion-abusos-vaticano-sexo.shtml). Y el Sodalicio de Vida Cristiana también cuenta con sus “casos aislados”, entre ellos el de Germán Doig, quien fuera segundo en la cadena de mando de la institución; posiblemente Luis Fernando Figari, considerado oficialmente el fundador y a quien —a diferencia de otras épocas— apenas se le menciona en la actualidad, mientras lleva una vida retirada Dios sabe dónde; Jeffery Daniels, a quien algunos sindican como autor de varios abusos sexuales en perjuicio de jóvenes agrupados marianos y sodálites; y posiblemente algunas personas más,  hacia las cuales apuntan algunos indicios. Oficialmente, el Sodalicio sólo ha admitido la culpabilidad de Germán Doig, al que el P. Gonzalo Len, vocero del Sodalicio, consideró precisamente como un “caso aislado” (ver http://www2.caretas.pe/Main.asp?T=3082&idA=50728). Pero este caso no presenta visos de haber sido investigado a fondo, ni tampoco se ha continuado con las investigaciones a fin de aclarar las sospechas que recaen sobre la institución misma. Como sucedió con los Legionarios de Cristo, ¿habrá que esperar una intervención de la Santa Sede para que se realice una investigación como la que —mal que bien— han efectuado los responsables de la Legión? ¿O seguirá defendiendo el Sodalicio su impoluta imagen institucional, basada en una interpretación errónea de la aprobación pontificia, olvidando la justicia que se le debe a las víctimas, que parecen ser muchas más que las tres que se admitió en el caso de Germán Doig? Mientras tanto, ¿deberemos seguir esperando a que vayan saliendo a la luz ocasionalmente “casos aislados”, a la vez que el Sodalicio continúa defendiendo, al amparo del Cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, la santidad de su estilo y disciplina, que supuestamente nada tienen que ver con el hecho de que su historia esté tachonada de abusos psicológicos —y sexuales, en menor medida—, no obstante que su fundador, aunque ellos no quieran reconocerlo públicamente, se halle en entredicho? Sólo esperamos sinceramente que aprendan del ejemplo de sus congéneres de los Legionarios de Cristo, con los cuales tienen más de un punto en común. Que así sea.