LA PEDERASTIA ECLESIAL EN EL CINE

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Fotograma de “The Boys of St. Vincent” (John N. Smith, 1992)

El año 2002 marcó un punto de quiebre respecto a la conciencia sobre el abuso sexual en la Iglesia católica. Spotlight, la unidad de investigación de The Boston Globe, inició la publicación de una serie de artículos sobre pederastia clerical en la diócesis de Boston, que llevarían finalmente a la renuncia de su arzobispo, el cardenal Bernard Law.

El tema comenzaría entonces a aparecer recurrentemente en el cine, siendo la primera mención importante una breve escena en Mystic River (2003), película de Clint Eastwood que puede ser considerada una obra maestra. Cuando en su infancia Dave, uno de los tres amigos de la historia, es secuestrado por dos hombres, uno de ellos se hace pasar por policía y el otro es un cura católico. Durante cuatro días abusarán del muchacho hasta que éste logra escapar, aunque las consecuencias traumáticas de la experiencia vivida lo acompañarán hasta su vida adulta.

Sin mencionar los diversos documentales y reportajes visuales que se han hecho sobre el tema, destacan los siguientes filmes al respecto:

  • Our Fathers (Dan Curtis, 2005), que aborda el escándalo de pederastia en la arquidiócesis de Boston.
  • Obediencia perfecta (Luis Urquiza, 2014), basado sobre el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.
  • El club (Pablo Larraín, 2015), un devastador relato sobre curas enviados a vivir en una casa de retiro en un pueblo de la costa chilena para supuestamente hacer oración y penitencia por asuntos turbios de su pasado.
  • El bosque de Karadima (Matías Lira, 2015), inspirado en la vida de James Hamilton, una de las victimas del P. Fernando Karadima, párroco de la parroquia El Bosque situada en una zona acomodada de Santiago de Chile.
  • Spotlight (Tom McCarthy, 2015), relato de los pormenores de las investigaciones hechas por el equipo Spotlight de The Boston Globe, que llevaron a la publicación de informes periodísticos sobre la pederastia clerical en la arquidiócesis de Boston.
  • Verfehlung (Gerd Schneider, 2015), conocido en español como El culpable, historia ficticia de un cura católico que descubre que uno de sus colegas en el sacerdocio ha cometido abusos sexuales contra menores; el film describe la cultura clerical que fomenta el encubrimiento y la disyuntiva en la que se encuentra el protagonista entre salvar el prestigio de la Iglesia o seguir el dictado de su conciencia, que le indica que tiene que denunciar ante la justicia civil a su amigo y asumir el descrédito ante su obispo y otros amigos sacerdotes, y ser considerado un traidor.
  • Romans (Ludwig y Paul Shammasian, 2017), con Orlando Bloom en una de sus mejores interpretaciones, encarnando a un hombre que sufrió abuso sexual en su infancia de parte de un cura y que sufre dolorosas consecuencias en su vida adulta.
  • Grâce à Dieu (François Ozon, 2018), conocido en español como Gracias a Dios, historia de tres víctimas de abuso sexual en la diócesis de Lyon que, ya adultos, se organizan para poder llevar ante la justicia a su abusador de la infancia, el P. Bernard Preynat, que tuvo a su cargo un grupo de boy scouts.

Sin embargo, el tema del clérigo o religioso como un peligro para los demás no es nuevo en el cine. Si bien hasta los años 60 la figura del sacerdote católico solía aparecer de manera positiva en los filmes, a partir de los 70 la situación comienza a cambiar, sobre todo en películas de género de bajo presupuesto, entre las cuales cabría mencionar una de las mejores cintas de Lucio Fulci, Non si sevizia un paperino (1972), conocida en español como Angustia de silencio, muestra brutal del entonces popular género giallo. En un pueblo de provincia del sur de Italia son asesinados tres niños, presentados no como criaturas inocentes sino como preadolescentes curiosos que están experimentando el despertar sexual y espían a las prostitutas cuando ejercen su labor. Finalmente se descubrirá que el cura del pueblo, quien suele predicar contra el pecado y la perversión, es el asesino que —con el fin de salvar el alma de los menores— los matará para evitar que caigan en el pecado y se condenen en el infierno.

House of Mortal Sin (Pete Walker, 1976) nos presenta a un sacerdote trastornado que cree obsesivamente en la justicia divina y no retrocede ante métodos cuestionables para castigar las transgresiones morales de algunos de sus parroquianos, llegando incluso a cometer asesinatos.

El sádico de Notre Dame (1979) de Jesús Franco, un montaje nuevo con escenas adicionales de su film Exorcisme et messes noires (1975), nos narra la historia de un exsacerdote perturbado que huye de la institución mental donde estaba recluido y, obsesionado por el pecado y con una sexualidad reprimida, recorre las calles de París en busca de mujeres de mala vida para torturarlas y asesinarlas con el fin de purificar el mundo de la maldad y ahorrarles a sus víctimas una vida de pecado.

Por supuesto, ninguna de estas películas fue hecha para adaptar historias reales, ni siquiera para ser tomadas en serio, pero de alguna manera reflejan el cambio de conciencia sobre el papel del sacerdote que se estaba dando en muchas sociedades del mundo occidental. El cura ya no era siempre el ser elegido por Dios para santificar a los fieles, sino que podía ser fuente de maldad.

Sin embargo, ya antes de las investigaciones de Spotlight se rodaron dos telefilmes importantes basados sobre hechos reales que abordaban el tema de la pederastia eclesial, aunque todavía sin la perspectiva de considerarla como un problema endémico enraizado en el sistema eclesiástico mismo.

El primero es el film estadounidense Judgement (Tom Topor, 1990), que nos cuenta cómo un matrimonio de católicos devotos en un pequeño pueblo de Louisiana se enteran a través de su hijo que éste ha sido abusado sexualmente por un sacerdote de la parroquia. Junto con otros padres de familia iniciarán una campaña para que el sacerdote sea removido de su cargo y sea juzgado como agresor sexual. Durante la investigación el abogado descubre que la Iglesia católica había estado encubriendo al cura desde hace diez años. La trama se inspira en el caso del P. Gilbert Gauthe, primer cura que fue llevado ante los tribunales por delitos de pederastia, condenado en 1985 a veinte años de prisión.

El segundo es el film canadiense The Boys of St. Vincent (John N. Smith), inspirado en hechos reales ocurridos en el Orfanatorio Mount Cashel en St. John (Newfoundland, Canadá), donde varios niños fueron maltratados y abusados sexualmente por religiosos de la Congregación de los Hermanos Cristianos. El film se divide en dos partes.

Primera parte. Es el año 1975. En el orfanatorio que en la trama recibe el nombre de St. Vincent los niños son golpeados, castigados cruelmente y abusados sexualmente sobre todo por el Hno. Peter Lavin, su director. Cuando Kevin, un niño de diez años, escapa de noche, es detenido por la policía y cuenta los abusos que ha sufrido, es llevado de regreso al orfanato, donde será golpeado severamente por el director al resistirse a sus tocamientos y caricias. Vista la gravedad de sus heridas, el conserje lo llevará al hospital. Se abrirá una investigación, donde un inspector de la policía y una trabajadora social jugarán un papel importante y lograrán obtener testimonios de varios niños. Sin embargo, dado que el orfanatorio iba a recibir una subvención estatal y teniendo en cuenta la buena reputación que tenían los religiosos, a fin de evitar un escándalo el caso terminará archivado y las autoridades eclesiásticas en connivencia con el jefe de la policía, un católico devoto, encubrirán los abusos. El director Lavin y otros hermanos implicados serán trasladados por su congregación a otras instituciones y quedarán impunes.

La segunda parte acontece quince años después. Peter Lavin ha colgado los hábitos y vive con su esposa y dos hijos en Montreal. El caso se ha reabierto y hay víctimas dispuestas a declarar. Lavin es arrestado y llevado a St. John para enfrentar cargos de abuso sexual, aunque en todo momento se declara inocente. Kevin, la víctima principal de Lavin, sin embargo, no quiere participar del juicio pues eso reabre heridas que aún no han sanado. Steven, otra víctima de abusos, ha caído en el alcoholismo y la drogadicción y su vida laboral es inestable. Cuando declara en el juicio, la defensa revela que a sus dieciséis años de edad también abusó sexualmente de niños de siete años en el orfanatorio. Derrumbado emocionalmente, Steven terminará suicidándose con una sobredosis de drogas. Este incidente convencerá a Kevin de la necesidad de declarar contra Lavin en el juicio.

La película resulta particularmente importante, porque allí están presentes todos los elementos del abuso sexual eclesial: los abusos cometidos contra menores por guías y maestros espirituales con autoridad sobre ellos, la incredulidad inicial ante los relatos de las víctimas, el encubrimiento efectuado por las autoridades eclesiásticas e instituciones de la sociedad, la impunidad de los responsables y su traslado a otras locaciones con el fin salvaguardar la imagen institucional de la Iglesia, los traumas persistentes en las víctimas, la negativa de algunas víctimas a dar testimonio de sus experiencias, la reproducción de conductas abusadoras por parte de algunas víctimas, la revictimización al cuestionarse los testimonios de víctimas que quieren hablar, la indolencia de los abusadores y la complicidad de altos miembros de la sociedad.

El film termina con una nota ambigua, pues no sabemos si Peter Lavin será sentenciado o absuelto. Pero lo que más inquieta es un detalle sobre lo podría haber hecho después de ser destituido de su puesto de director del orfanato. Su mujer, apabullada por el testimonio de Kevin, al cual le da absoluta credibilidad, le pregunta en una habitación durante un receso del juicio, si había tocado a alguno de sus propios hijos. La respuesta de Lavin es inquietante y ambigua: «Pregúntaselo a ellos».

Muchas víctimas no hablan y se llevan su trágico secreto a la tumba. Pero si quieren saber qué han vivido, pregúntenle a ellas con todo respeto. Y créanles. Es tal vez lo que más necesitan y lo que piden con urgencia.

(Columna publicada el 12 de noviembre de 2022 en Sudaca)

MITO Y FRACASO DE BENEDICTO XVI

El cardenal Ratzinger, quien como Papa asumió el nombre de Benedicto XVI, tiene fama entre los círculos conservadores de haber sido quien comenzó a tomar medidas severas para enfrentar el problema de la pederastia clerical. El informe sobre abusos sexuales en la arquidiócesis de Múnich-Frisinga del 20 de enero de 2021, elaborado de manera independiente por el bufete de abogados muniquense Westpfahl Spilker Wastl, echa una sombra sobre ese prestigio. Pues Ratzinger estuvo a la cabeza de esa arquidiócesis de marzo de 1977 a febrero de 1982, y el informe documenta cuatro casos en que protegió y encubrió a abusadores sexuales.

Para quienes están debidamente informados, esto no constituyó ninguna sorpresa. Pues ya en el año 2021 la teóloga Doris Reisinger —ella misma víctima de abusos en una congregación que contaba con el beneplácito de Ratzinger— y el cineasta y documentalista Christoph Röhl habían publicado un libro desmontando el mito de un Ratzinger que habría combatido de manera efectiva los abusos sexuales dentro de la Iglesia católica. El libro lleva el título de Sólo la verdad salva: El abuso en la Iglesia católica y el sistema Ratzinger (Nur die Wahrheit rettet: Der Missbrauch in der katholischen Kirche und das System Ratzinger, Piper, München 2021).

Basta con conocer, a manera de ejemplo, cómo Ratzinger manejó el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, para darse cuenta de la leyenda que se ha creado en torno a un Papa incompetente que se vio obligado a renunciar a su cargo.

Existe evidencia de que cuando Ratzinger aun era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tomó conocimiento de las acusaciones que había contra el P. Marcial Maciel, pero se negó a abrirle un proceso canónico.

A dos de las víctimas de Maciel, José Barba y Arturo Jurado Guzmán, se les presentó el 17 de octubre de de 1998 la oportunidad de declarar en la misma Congregación de la Doctrina de la Fe, solicitando la apertura de un proceso canónico contra el P. Maciel, siendo acompañados por la abogada canonista Martha Wegan, de nacionalidad austriaca. Quien los recibió no fue Ratzinger, sino su secretario Gianfranco Girotti. El principal delito del cual se acusaba a Maciel, a diferencia de los abusos sexuales, no había prescrito: se trataba de la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento, dado que después de abusar de sus víctimas, Maciel solía confesarlas y darles la absolución sacramental. No obstante, Ratzinger decidió archivar el caso por presiones del cardenal Angelo Sodano, protector de Maciel, según llegó a averiguar la abogada Martha Wegan.

A principios del año siguiente, Carlos Talavera, obispo de Coatzacoalcos (México), le lleva personalmente a Ratzinger una carta del P. Alberto Athié, redactada por recomendación del nuncio apostólico en México, Mons. Justo Mullor. En ella Athié relataba el caso del sacerdote legionario Juan Manuel Fernández Amenábar, quien antes de morir le confesó que había sido víctima del P. Maciel. Una de las cosas que le dijo el moribundo fue la siguiente: «te pido que en mi funeral les digas que yo he perdonado, pero que pido justicia».

El mismo Alberto Athié, en una entrevista que concedió para el libro Marcial Maciel: Historia de un criminal, de la periodista Carmen Aristegui (Penguin Random House Grupo Editorial México, 2010), cuenta lo que pasó después:

«El caso es que Talavera se va a Roma y de regreso lo busco para preguntarle cómo le había ido y si había podido entregar la carta. Le respuesta de Talavera es muy importante, tanto por el contenido de la respuesta de Ratzinger como por la actitud del mismo Talavera. Talavera es un obispo cien por ciento institucional, un hombre que además me enseñó o trató de enseñarme la obediencia como el valor más importante de un sacerdote. Me dijo dos frases que encuadran exactamente lo que vivió. La primera fue: “Alberto, me quedé helado”. Y entonces me cuenta lo que pasó: le entregó la carta y Ratzinger la leyó delante de él. A continuación viene la respuesta del cardenal: “Monseñor, lo lamento mucho pero el padre Maciel es una persona muy querida del Santo Padre y ha hecho mucho bien a la Iglesia. No es prudente abrir el caso”. Y Talavera me dice su segunda frase: “¡Se me cayó Ratzinger!” Que él diga eso es tremendo».

Lo cierto es que el caso del P. Maciel estaría más de cinco años en stand-by, sin que Ratzinger hiciera absolutamente nada, hasta que el 2 de diciembre de 2004 José Barba y Arturo Jurado reciben una carta de la doctora Martha Wegan preguntándoles si querían continuar con el caso en contra de Maciel. Así lo cuenta José Barba en una entrevista para el libro Marcial Maciel: Historia de un criminal:

«Le respondimos que sí, que por supuesto, admirados de que nos lo preguntara. Aquí es muy importante el análisis de las fechas. Piensen en los tiempos: Maciel organiza los festejos de los 60 años de su ordenación sacerdotal, que se cumplen el 24 de noviembre de 2004. Preparan todo a la manera legionaria; es un homenaje verdaderamente faraónico en San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Pedro. La logística fue impresionante. Lo impío de Maciel en todo esto es que quiso aprovechar los últimos días de vida del Papa, ya tan en decadencia, para que le diera el último espaldarazo público; porque él calculaba que si lograba esto, después ya no habría quien moviera una piedra en su contra. Yo creo que invitaron al cardenal Ratzinger, así como invitaron a Angelo Sodano y a otros muchos que encubrieron a Maciel durante años, y que él debe haberles dicho: “No lo hagan”, porque tenía conocimiento de las denuncias, y me parece que aquella ceremonia tan fastuosa tiene que haberle parecido indignante en grado absoluto. La carta de la doctora Wegan está fechada días después. Ella nos contó posteriormente, al doctor Jurado y a mí, en su propio departamento, que el día 8 de diciembre, en el encuentro que tiene todos los años en el Cementerio Teutónico la comunidad de habla alemana en Roma, el cardenal Ratzinger —que era el invitado de honor— se le acercó a Martha Wegan y le dijo: “Esta vez, doctora, sí vamos a ir a fondo en el caso de Marcial Maciel”. Ahí fue el quiebre de Ratzinger con Maciel. De ahí vienen los visitadores y la investigación de Scicluna, que después condujo a la decisión del Vaticano de enviar a Maciel al retiro, para llevar una vida “de oración y penitencia”».

La celebración del 60° jubileo sacerdotal del P. Maciel ciertamente había sido fastuosa. 37 jóvenes legionarios recibieron la ordenación sacerdotal en la Basílica de San Pablo. El Vaticano aprobó los estatutos de la congregación. Maciel participó de la audiencia pontificia en la Plaza de San Pedro y le fue permitido dirigirse a la multitud, donde enfatizó su convicción de que la unidad con el Vicario de Cristo era unidad con Cristo mismo y que los Legionarios de Cristo ponían toda la energía de su carisma al servicio de la Iglesia. El anciano y enfermo Papa Juan Pablo II le dijo a la multitud allí reunida que la obra de Maciel estaba llena del Espíritu Santo. Maciel fue aclamado como “nuestro Padre” por unos 4000 Legionarios y miembros del Regnum Christi, que habían viajado a Roma expresamente para la ocasión.

Por ese entonces Ratzinger estaba preocupado, pues los testimonios de las víctimas en Internet se multiplicaban y él mismo era acusado de encubrir al P. Maciel, motivo por el cual encargó una investigación preliminar a Mons. Charles Scicluna, un prelado que hasta el día de hoy sería clave en la investigación de abusos sexuales cometidos por clérigos y religiosos.

Pero quizás lo decisivo fue un acontecimiento escandaloso ocurrido en el Irish Institute en Roma, el mismo día del jubileo sacerdotal del P. Maciel. Ahí se habían reunido unas 300 mujeres consagradas del Regnum Christi, algunos pocos varones y el secretario privado de Maciel, Rafael Moreno. Durante el evento una joven muchacha de apenas 20 años bailó la jota para Maciel. La sensualidad del baile ya era suficiente para escandalizar a las consagradas presentes. Pero cuando la joven se sentó sobre las piernas de Maciel y lo abrazó, el escándalo fue perfecto. Los presentes estaban atónitos, no obstante Maciel les hizo un señal, indicándoles que todo estaba en orden. Pero quien estaba particularmente alarmado era Rafael Moreno, pues él sabía exactamente quién era la muchacha: la llamaban Normita y era la hija carnal de Maciel. También se hallaba presente la madre de la muchacha.

Esto ya fue demasiado para Moreno, quien ya había intentado infructuosamente en el año 2003 informar al Vaticano sobre la verdadera vida del fundador de los Legionarios de Cristo. En esta ocasión sí tuvo éxito. Fue donde el cardenal Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y le contó lo que sabía, presentando como pruebas varias fotografías y amenazando con ir a la prensa si no se tomaban las medidas correspondientes. El cardenal Rodé habría hablado posteriormente con Ratzinger, el cual ordenó hacer las investigaciones que devendrían en mayo de 2006, cuando Ratzinger ya se había convertido en el Papa Benedicto XVI, en la orden de que Maciel se retirara a una vida de oración y penitencia, aunque sin indicar claramente los motivos. Más aun, recién en febrero de 2009, un año después de la muerte de Maciel en enero de 2008, los Legionarios de Cristo harían público que el P. Maciel había tenido una doble vida y cometido abusos, como reacción a una nota periodística publicada el 4 de febrero de 2009 en el New York Times.

En resumen, Ratzinger se habría visto forzado por las circunstancias a tomar medidas contra el P. Maciel. No parece haber tenido conciencia del sufrimiento de las víctimas, pues ello no le motivó nunca a abrir un proceso contra uno de los mayores abusadores sexuales que ha tenido la Iglesia católica en su historia reciente. Pero el escándalo que podía afectar la imagen de la Iglesia por el hecho de que se supiera que un sacerdote prestigioso y admirado por el el Papa Juan Pablo II tenía mujer y progenie parece haber pesado más en su ánimo. Finalmente, las medidas que se tomaron fueron tibias, pues Ratzinger habría pensado siempre que en el abuso sexual clerical se trataba de casos individuales y nunca admitió hallarse ante un problema estructural y sistémico de la Iglesia católica. Nunca se le abrió un proceso canónico al P. Maciel, arguyendo su edad avanzada. De esta manera, la justicia que se pretendió dar a las víctimas fue parcial e insuficiente.

El problema de la pederastia clerical ha seguido avanzando sin solución a la vista y al final, como un boomerang, le ha regresado aparatosamente al anciano Ratzinger a través del informe de Múnich, evidenciándolo como un encubridor más.

(Columna publicada el 5 de febrero de 2022 en Sudaca)

CENTINELAS DE LOS MALDITOS

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John Carradine como el P. Halliran en “The Sentinel” (Michael Winner, 1977)

Una noche de un viernes de la primavera limeña de 1978, día inicial del segundo Convivio (Congreso de Estudiantes Católicos) organizado por el Sodalicio de Vida Cristiana, se proyectó una película de terror calificada como mayores de 18 años a los jóvenes participantes, que cursaban 4° y 5° año de secundaria y aún eran menores de edad. Como era costumbre en el Sodalicio, los padres de familia no recibieron aviso ni fueron consultados previamente. Lo cual hubiera sido conveniente, pues el film, aunque con el paso del tiempo ha sido revalorizado por varios críticos cinematográficos, no tiene reparos en recurrir a escenas perturbadoras que podrían ser consideradas de mal gusto, incluyendo contenidos sexuales degradantes, deformaciones y mutilaciones humanas, y sobre todo la sangre y violencia propias del subgénero gore. Elementos más que suficientes en ese entonces como para ocasionar experiencias traumáticas en jóvenes sensibles.

Realizada dentro de la estela dejada por filmes como El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973) y La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976), la cinta de terror Centinela de los malditos (The Sentinel, Michael Winner, 1977) resulta en su ambigüedad susceptible de una interpretación que le calzaría actualmente como guante al dedo no sólo al Sodalicio, sino también a instituciones religiosas similares, como los Legionarios de Cristo.

Pues cuenta la historia de Alison Parker, una joven modelo que se muda a una antigua y vetusta casona en Nueva York, donde moran el P. Halliran, un anciano sacerdote ciego que vive retirado en un aposento alto, siempre sentado ante su ventana, y otros vecinos de talante amistoso pero de extrañas costumbres, sobre todo durante la noche. Alison comienza a tener problemas de insomnio y angustia, y le asaltan recuerdos de sus dos intentos de suicidio, la primera vez cuando descubrió a su padre desnudo en la cama teniendo sexo con dos extravagantes mujeres que calzarían muy bien dentro de una película surrealista de Fellini, siendo a continuación abofeteada por su progenitor por meter las narices donde no debe, el cual le arranca el crucifijo que lleva al cuello —símbolo de su fe— antes de que ella logre encerrarse en el baño para cortarse las venas.

Ante las quejas por los ruidos ocasionados por sus insólitos vecinos, la agente inmobiliaria le comunicará, para su sorpresa, que en la casa sólo viven ella y el cura ciego. El comportamiento de sus inexistentes vecinos se volverá cada vez más surrealista y perturbador. El fantasma de su padre también se aparecerá en la mansión para agredirla y ¿abusar de ella?

Alison pronto sabrá que la mansión le pertenece a una sociedad secreta de sacerdotes católicos que se mantienen al margen de la Iglesia oficial y es una de las puertas del infierno. El sacerdote, cuya función es ser el centinela que impide que los demonios escapen, se halla cerca del fin de su vida y requiere ser relevado. Alison, con intentos de suicidio en su biografía —al igual que todos los centinelas que han habitado la casa—, es la candidata perfecta. De esta manera encontrará la redención de sus pecados y le será permitido entrar en el cielo.

Alison se verá hostigada por los demonios y condenados —entre los cuales se halla de súbito también su novio Michael, quien le revela haber sido asesinado tras haber matado a su mujer—, liderados por su vecino Charles Chazen —un anciano amable y dulce, de carácter seductor—, quienes tratarán de llevarla al suicidio a fin de acabar con la dinastía de centinelas que vigilan la casa.

Acosada por una horda de malditos salidos del infierno —entre los cuales también se encuentra su horroroso progenitor—, Alison caerá en la desesperación, pero cuando está a punto de cometer suicidio con el puñal que el anciano Charles ha colocado entre sus manos, uno de los sacerdotes de la sociedad secreta, Mons. Franchino, guiará al enfermo y debilitado P. Halliran —quien sostiene un crucifijo entre sus manos— hacia los demonios para hacerlos retroceder, salvar a Alison y permitir que asuma su nuevo puesto como centinela.

Cuando posteriormente la casa es demolida para construir nuevos departamentos, la agente inmobiliaria trata de convencer a una joven pareja de mudarse ahí, indicándoles que sólo hay dos inquilinos: un violinista y una vieja monja ciega. En la escena final la vemos a ella sentada ante la ventana que da hacia la bahía, cumpliendo su misión de centinela de los malditos.

Si asumimos que la antigua mansión de espacios vetustos y abandonados representa simbólicamente a la Iglesia católica, podríamos asumir que el mal habita en ella, representada en la figura horrorosa y atemorizante de los demonios que vemos en pantalla. Y, por lo tanto, se requieren centinelas para que ese mal no se manifieste. ¿Pero qué pasa cuando esos centinelas no cumplen su labor y se confabulan con los demonios, confiados en que su presencia amable a la luz del día constituye su verdadero rostro?

Eso es lo que parece haber ocurrido primero con los Legionarios de Cristo y posteriormente con el Sodalicio de Vida Cristiana. Son conocidos los abusos cometidos por los fundadores de ambas instituciones y por otros miembros de las mismas, hasta el punto de que se requirió la intervención vaticana de ambas sociedades. Y lo que ocurrió a continuación no se diferencia sustancialmente en ninguno de los dos casos.

En ambos la Santa Sede consideró que el problema se reducía a una mala conducta del fundador, que habría actuado en solitario engañando a los demás miembros del instituto —los cuales desconocían sus gravísimos desmanes y, actuando de buena fe, mantenían la obediencia al superior y vivían un estilo de vida comprometido y sincero al servicio de la difusión del Reino de Dios—. Por ejemplo, en el comunicado de la Santa Sede sobre la visita apostólica a la congregación de los Legionarios de Cristo (1 de mayo de 2010) se dice que los cinco obispos visitadores «han atestiguado que han hallado un gran número de religiosos ejemplares, rectos, con mucho talento, muchos de ellos jóvenes, que buscan a Cristo con auténtico fervor y que entregan toda su vida a difundir el Reino de Dios». Se habla del «celo sincero de la mayoría de los Legionarios, que se ha podido percibir en las visitas a las casas de la Congregación y a muchas de sus obras, muy apreciadas por bastantes personas…» En el párrafo final se afirma que «el Papa [Benedicto XVI] renueva su aliento a todos los Legionarios de Cristo, a sus familias, a los laicos comprometidos con el Movimiento Regnum Christi, en este momento difícil para la Congregación y para cada uno de ellos. Los exhorta a no perder de vista que su vocación, nacida de la llamada de Cristo y animada por el ideal de dar testimonio de su amor en el mundo, es un auténtico don de Dios, una riqueza para la Iglesia, el fundamento indestructible sobre el que construir su futuro personal y el de la Legión».

Sintomáticamente, el documento apenas tiene palabras referentes a las víctimas de abusos. Si bien se señala que «los comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del P. Maciel, confirmados por testimonios incontestables, representan a veces auténticos delitos y revelan una vida carente de escrúpulos y de verdadero sentimiento religioso», todo ello está orientado a resaltar la «sorpresa, desconcierto y dolor profundo» de los Legionarios al saber de la doble vida de su fundador. En otras palabras, parecería decir que las víctimas principales son los mismos Legionarios de Cristo, engañados por su perverso fundador que supo meterse a todos en el bolsillo. Por supuesto, al igual que cualquier villano de cómic, no habría necesitado ayuda de nadie ni de cómplices para poder desarrollar su doble vida criminal. «Dicha vida era desconocida por gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones construido por el P. Maciel, que había sabido hábilmente crearse coartadas, ganarse la confianza, familiaridad y silencio de los que lo rodeaban y fortalecer su propio papel de fundador carismático».

Aún así, se afirma que el camino de purificación de los Legionarios de Cristo «comportará también un diálogo sincero con quienes, dentro y fuera de la Legión, han sido víctimas de los abusos sexuales y del sistema de poder creado por el fundador». Palabras al viento, pues hasta ahora ninguna de las víctimas habría recibido ninguna disculpa pública personal, mucho menos una debida reparación. Y, como ocurriría después en el caso del Sodalicio, las únicas disculpas han sido generales, impersonales y de cara a la platea: «Queremos pedir perdón a todas aquellas personas que lo acusaron en el pasado y a quienes no se dio crédito o no se supo escuchar pues en su momento no podíamos imaginarnos estos comportamientos. Si resultase que ha habido alguna colaboración culpable, actuaremos según los principios de la justicia y caridad cristianas responsabilizando de sus hechos a estas personas» (Comunicado sobre las presentes circunstancias de la Legión de Cristo y del Movimiento Regnum Christi, 25 de marzo de 2010).

La circunscripción del problema de abusos en el Sodalicio a la persona del fundador también se da a entender en la carta de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades Apostólicas sobre el caso de Luis Fernando Figari, dirigida a Alessandro Moroni —entonces Superior General del Sodalicio— el 30 de enero de 2017, donde se admiten los actos contra el sexto mandamiento y abusos de autoridad de Figari, pero se libera a los demás miembros del Sodalicio de toda sospecha de complicidad con él, pues «el Visitador Apostólico [Mons. Fortunato Pablo Urcey] ha verificado que no se encuentran actualmente miembros de la sociedad de vida apostólica que sostengan al Sr. Figari o bien que estén particularmente ligados a él, en puestos de gobierno o en la formación». Asimismo, se asume que «tanto el Gobierno general como el conjunto del Sodalitium Christianae Vitae tiene clara conciencia de los errores cometidos en el pasado por el Sr. Figari y que resulta igualmente decidida la voluntad de dicho Gobierno general de liberarse del estilo de gobierno y formativo por él adoptados en el curso de los numerosos años en que ha dirigido el Sodalitium Christianae Vitae, así como de remediar, en el límite de lo posible y en todo caso de lo justo, los daños causados a cualquiera».

El fin que se debe alcanzar es «que se restablezca la justicia y se repare, o al menos se contribuya significativamente a reparar, los daños de cualquier género, provocados a quienquiera por el comportamiento del Sr. Figari, y sobre todo se inicie un rápido camino hacia la reconstitución de las divisiones y la reconstrucción de la serenidad y la paz en los ánimos de todos». Se podría concluir legítimamente de la carta que esta reparación no debería otorgársele a aquellas personas con las cuales Figari cometió «actos contrarios al VI Mandamiento», pues dado que eran mayores de 16 años y no opusieron resistencia, se les considera «cómplices». Además, dado que el Vaticano habría querido cargarle el bulto de todo el problema a Figari y habría hecho caso omiso de otras denuncias —como la mía, por ejemplo— que señalan responsabilidades colectivas y estructurales en el Sodalicio, la serenidad y la paz están muy lejos de ser reconstruidas en mis ánimos personales.

Por otra parte, actualmente se sabe, gracias a diversas investigaciones, que ni Marcial Maciel ni Luis Fernando Figari fueron los únicos abusadores dentro de sus respectivas instituciones.

El 5 de diciembre de 2013 el P. Sylvester Heereman, entonces vicario general de los Legionarios de Cristo, admitía que los abusadores sexuales en la congregación con culpabilidad demostrada eran nueve. Pero los clérigos denunciados habían sido más de treinta. Y no sabemos si entre ellos se contaba el sacerdote Fernando Martínez Suárez, recientemente denunciado en México por la conductora de televisión Ana Lucía Salazar por haber abusado de ella cuando tenía 8 años (entre 1991 y 1992) en el colegio que tenía la congregación en Cancún, caso que fue de conocimiento de los responsables de la Legión, pues los padres de la niña supieron de los abusos y fueron al colegio a hablar con las autoridades escolares, y al final desistieron de presentar una denuncia oficial por miedo a hacerle más daño a su hija. Seguramente tampoco estaba incluido el cura legionario irlandés John O’Reilly, quien fue sentenciado a cárcel en el año 2014 en Chile por haberse probado que abusó sexualmente de una menor de edad en el colegio Cumbres (Santiago de Chile) vinculado a los Legionarios, donde ejercía como capellán, aunque también hubo una segunda denuncia que no pudo ser probada a satisfacción del tribunal.

En el caso del Sodalicio, los abusadores sexuales serían por lo menos nueve, según los informes de la Comisión Applewhite-McChesney-Elliott (febrero de 2017), convocada por la misma institución sodálite.

Y no hay que olvidar en el caso de ambos fundadores a quienes los protegieron, ya sea quienes sabían o sospechaban de la doble vida del fundador y no hicieron nada, ya sea quienes —a pesar de todos los indicios incriminadores— optaron por salvar el buen nombre de la institución a toda costa y —a sabiendas o no— prefirieron no querer saber, no querer descorrer el velo para evitar sufrir una terrible y devastadora decepción. Resulta más que curioso el hecho de que los Legionarios defendieran la inocencia del P. Maciel incluso cuando el 19 de mayo de 2006 el Papa Benedicto XVI le impuso un castigo, prohibiéndole ejercer públicamente el ministerio sacerdotal y y obligándole a llevar una vida de oración y penitencia. Posteriormente, sin embargo, los comportamientos gravísimos e inmorales de Maciel aparecen «confirmados por testimonios incontestables» ante los visitadores apostólicos que se entrevistaron personalmente con más de mil legionarios, la mayoría de los cuales, cómo no, no sabían nada de esos comportamientos.

Sin lugar a dudas, las intervenciones de la Santa Sede en ambas instituciones se parecen bastante. Los centinelas enviados a visitar, supervisar y vigilar las mansiones institucionales fundadas por un par de malditos parecen haber rehuido su misión. O se les paseó el alma, o hubo intereses adjuntos que les llevaron a salvar el carisma donde parece que no hubo ninguno. Pues pretender que creamos que instituciones creadas y organizadas por mentes criminales que sólo buscaron su propio provecho personal son en realidad expresión de un carisma divino, más aún cuando se han evidenciado las características sectarias que han presentado ambas instituciones desde sus inicios, es como querer lograr la cuadratura del círculo.

¿Quiénes eran estos centinelas que no vieron más allá de sus narices? En el caso de los Legionarios de Cristo se nombró como visitadores apostólicos a Mons. Ricardo Blázquez Pérez, entonces arzobispo de Valladolid (España); Mons. Charles Joseph Chaput, OFMCap, entonces arzobispo de Denver (Estados Unidos); Mons. Ricardo Ezzati Andrello, SDB, entonces arzobispo de Concepción (Chile); Mons. Giuseppe Versaldi, Obispo de Alessandria; Mons. Ricardo Watty Urquidi, M.Sp.S, Obispo de Tepic (México), ya fallecido.

Una curiosa coincidencia es que Mons. Chaput, actual arzobispo de Filadelfia, sea quien le dio puerta de entrada al Sodalicio a Estados Unidos en su diócesis de Denver y los acogió posteriormente en su actual circunscripción eclesiástica. Como protector del Sodalicio, no ha condenado públicamente los abusos ni ha dicho hasta ahora ni una sola palabra sobre las víctimas. Sobre Mons. Ezzati hay que decir que posteriormente llegó a ser arzobispo de Santiago de Chile y ha sido acusado penalmente de haber encubierto casos de abusos sexuales en la Iglesia chilena, lo cual —unido al el descrédito popular— lo obligó a renunciar al cargo de arzobispo metropolitano de Santiago. En ambos encontramos razones más que suficientes para dudar de su imparcialidad en el momento de investigar a los Legionarios de Cristo.

Aunque no tenemos motivos para dudar de la calidad moral ni de la piedad cristiana de los otros tres obispos, el resultado de sus pericias hace dudar de su aptitud para investigar a un grupo religioso donde se han reportado abusos. Sus observaciones llevan a que en el comunicado del 2010 sólo se hable maravillas de los miembros de los Legionarios de Cristo y del Regnum Christi, el movimiento laical.

¿Acaso se esperaba encontrar otra cosa? ¿No es acaso natural que, ante una mirada observadora, quienes son investigados busquen presentar su mejor cara para demostrar que no es para tanto la cosa? ¿No habrían encontrado lo mismo o algo parecido en cualquier grupo religioso o en cualquier secta? ¿Acaso los casos concretos de abuso y elementos abusivos del sistema institucional van a salir en a la luz en conversaciones con los miembros comprometidos —es decir, amaestrados y estereotipados— de una institución religiosa como ésta? ¿No era acaso previsible que no fueran a encontrar nada extraño? Más bien, ¿no hubiera sido más adecuado conversar con quienes se han retirado de la institución, que deben tener motivos de peso para haber procedido así? ¿Por qué no se conversó con las víctimas, las cuales hubieran podido proporcionar información que los miembros comprometidos no estarían dispuestos a suministrar a fin de salvaguardar el buen nombre —e incluso la supervivencia— de la institución?

La Santa Sede persistiría en su costumbre de nombrar como visitadores a personas que no tienen ninguna capacitación en investigación de grupos religiosos ni han sido adiestrados en estrategias ni métodos para llevar adelante estas investigaciones. Igualmente, parece darse preferencia a las opiniones de obispos legos en la materia que a la de expertos independientes con formación científica.

Un caso bochornoso es el del visitador apostólico nombrado por la Santa Sede para el Sodalicio, Mons Fortunato Pablo Urcey, obispo de Chota, quien el 26 de octubre de 2015 declaró en una entrevista que no iba a conversar con las víctimas, tampoco iba a investigar a Figari, mucho menos iba a leer la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados de Pedro Salinas y Paola Ugaz. Dijo: «yo solo visitaré comunidades sodálites en el Perú. El objetivo es escuchar a cada uno de los miembros, conversar en ambiente de tranquilidad, libertad, tomar apuntes, y enviar el resultado de esta visita […]. Cuando visito las comunidades compartimos la eucaristía, la comida y un lonchecito en un ambiente de fraternidad y lejos de cualquier tipo de presión». Es decir, otra vez se buscaba la información crucial donde probablemente no se iba a encontrar. Y, por supuesto, «hay que salvar el carisma de este grupo de personas que llevan una orientación muy positiva dentro de la Iglesia», en vez de cuestionar si verdaderamente hay carisma en un grupo que tiene manifiestamente características sectarias. Nuevamente, la imparcialidad de otro centinela queda claramente en entredicho.

Un personaje que aparece en ambas historias es el P. Gianfranco Ghirlanda, quien primero como consejero del Delegado Pontificio para la Legión de Cristo, el cardenal Velasio De Paolis, y posteriormente como asistente pontificio para los Legionarios y el Regnum Christi ayudó a hacerle el lavado de cara de los hijos espirituales de Maciel, y ahora como delegado para la formación del Sodalicio de Vida Cristiana hará probablemente lo mismo con los retoños espirituales de Figari.

A decir verdad, poco se puede esperar de centinelas que no vigilan y que hacen componendas con los malos espíritus en vez de cortar por lo sano. Como en la película de Michael Winner, tal vez lo mejor sea demoler las estructuras vetustas y apolilladas de la Iglesia, habitadas por demonios de tiempos pasados, y encargar la vigilancia a nuevos centinelas. Y este puesto lo podrían asumir mejor, con más eficiencia y transparencia, quienes han sido víctimas de abusos. Y si se trata de mujeres, tradicionalmente marginadas en la estructura eclesiástica, mucho mejor. Tal vez entonces la Iglesia se halle por fin en buenas manos.

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FUENTES

Comunicado de la Santa Sede sobre la visita apostólica a la Congregación de los Legionarios de Cristo (1 de mayo de 2010)
http://www.vatican.va/resources/resources_comunicato-legionari-cristo-2010_sp.html

Comunicado sobre las presentes circunstancias de la Legión de Cristo y del Movimiento Regnum Christi (25 de marzo de 2010)
https://www.regnumchristi.org/es/comunicado-las-presentes-circunstancias-la-legion-cristo-del-movimiento-regnum-christi/

Carta del P. Sylvester Heereman, vicario general de los Legionarios de Cristo (5 de diciembre de 2013)
http://legrc.org/regnum_db/archivosWord_db/05122013esp.pdf

Sodalicio de Vida Cristiana
Pronunciamiento de la Santa Sede sobre el caso Luis Fernando Figari (10 Feb 2017)
https://sodalicio.org/wp-content/uploads/2017/02/Carta_Roma_2017.pdf

Útero.pe
Insólito: el investigador de la Iglesia para el caso Sodalicio no quiere leer el libro con las denuncias de abuso (27 octubre 2015)
http://utero.pe/2015/10/27/insolito-el-investigador-de-la-iglesia-para-el-caso-sodalicio-no-quiere-leer-el-libro-con-las-denuncias-de-abuso/

BBC Mundo
John O’Reilly, el legionario irlandés condenado en Chile por abusar de una menor (11 noviembre 2014)
https://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/11/141111_perfil_oreilly_legionarios_millonarios_ch

Proceso
Legionarios de Cristo esquivan petición para resarcir abusos, acusan víctimas de Maciel (20 noviembre 2018)
https://www.proceso.com.mx/560417/legionarios-de-cristo-esquivan-peticion-para-resarcir-abusos-acusan-victimas-de-maciel

El País
La Iglesia mexicana encara la cumbre del Papa sobre pederastia alejada de las víctimas de Maciel (5 Ene 2019)
https://elpais.com/sociedad/2019/01/04/actualidad/1546632180_902051.html
Ana Lucía Salazar | Víctima de pederastia: “El trauma es que abusen de ti y digan que no es malo, que Dios está viendo” (10 May 2019)
https://elpais.com/sociedad/2019/05/09/actualidad/1557434866_359654.html

También se puede leer un artículo mío anterior sobre los Legionarios de Cristo:
UN LEGIONARIO SE BALANCEABA SOBRE LA TELA DE UNA ARAÑA…

EL FUNDAMENTALISMO CATÓLICO

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Juan Pablo II con Kiko Argüello y otros miembros del Camino Neocatecumenal

Hanspeter Oschwald (1943-2015) fue un periodista alemán católico, que dedicó gran parte de su vida a escribir de manera crítica sobre el Vaticano y la Iglesia católica.

Recientemente he comenzado a leer el fascinante libro que escribió con el título En nombre del Santo Padre. Cómo fuerzas fundamentalistas manejan el Vaticano (In Namen des Heiligen Vaters. Wie fundamentalistische Mächte den Vatikan steuern, Wilhelm Heyne Verlag, München 2010) sobre el pontificado de Benedicto XVI y los grupos fundamentalistas que comenzaron a ganar en poder e influencia con Juan Pablo II y se afianzaron durante el pontificado del Papa Ratzinger.

Cuenta allí que, poco antes de la elección de Ratzinger, conversando con su amigo y colega Giancarlo Zizola (1936-2011), uno de los más renombrados vaticanistas que jamás haya habido, éste le comentó que un informante suyo, un arzobispo curial conocido por su seudónimo de “Angelo d’Oltretevere” en sus escritos, le había dicho lo siguiente: «El problema más grande que le espera al siguiente Papa lo constituyen los movimientos. Son una bomba de tiempo, que explotará en cuanto el Papa intente integrarlos de nuevo en la disciplina de la Iglesia».

Aparentemente, Ratzinger no se esforzó en poner orden en este problema, sino que se valió de los movimientos para llevar adelante su proyecto de restauración de la Iglesia. Sin mucho éxito, pues lo que la Iglesia necesitaba para cumplir su misión en el mundo actual era retomar lo iniciado por el Concilio Vaticano II.

Pero a Ratzinger tampoco hay que quitarle méritos. Allí donde puso acertadamente el dedo en la llaga, explotó la bomba. A saber, con los Legionarios de Cristo y la Comunidad de las Bienaventuranzas, cuyos respectivos fundadores —el P. Marcial Maciel y el diácono laico Gérard Croissant— cometieron abusos sexuales, el primero en perjuicio de jóvenes seminaristas y el segundo en perjuicio de jóvenes integrantes femeninas de su comunidad. En este último caso, el fundador fue suspendido del ministerio diaconal y expulsado de la comunidad. He aquí un precedente de algo que el Sodalicio todavía no ha hecho y que no sabemos qué diablos está esperando para hacerlo.

Oschwald veía en los movimientos el peligro de una sectarización de la Iglesia, debido a una postura intransigente basada en una interpretación fundamentalista de la doctrina. Para describir esta posición, reproduce las conclusiones del teólogo y periodista independiente Peter Hertel, quien tras haber leído publicaciones de grupos fundamentalistas católicos durante años, presentó las principales características de estos grupos en su libro Guardianes de la fe (Glaubenswächter).

  • El fundamentalismo cree que la Iglesia está amenazada desde dentro.
  • El fundamentalismo ve a la Iglesia sobre todo de manera jerárquica y centralista, y ello por obra de la voluntad divina. Toda crítica al Santo Padre y a (la mayoría de) los obispos es falta de fe y conduce a la decadencia; la Iglesia es presentada monolíticamente (una fe, un bautismo, un solo bando).
  • El fundamentalismo asume que la fe católica (la verdad) sería invariable desde los inicios; los leales se sienten como parte de una Iglesia cerrada y militante.
  • El dinamismo en la Iglesia va siempre de arriba hacia abajo (enseñar, no aprender; anunciar, no preguntar).
  • La escala de valores la encabeza la continencia sexual y todo aquello que esté relacionada con ella.
  • Los fundamentalistas católicos, de diversa manera según la región del mundo, han desarrollado imágenes poderosas de supuestos enemigos, por ejemplo, el protestantismo, el pluralismo, la democracia, la libertad de conciencia, el judaísmo, el Islam, el comunismo ateo (o ateísmo comunista), la teología de la liberación.
  • La devoción mariana, las apariciones marianas y una fe ingenua en los milagros juegan un papel central.
  • Todos luchan “a favor de la vida”, pero no tanto en contra de la pena de muerte sino mucho más en contra de toda forma de aborto.

Si bien en el libro de Oschwald sólo se menciona al Opus Dei, a los Legionarios de Cristo, al Camino Neocatecumenal, a los Focolares, a la Comunidad de San Egidio y a Comunión y Liberación como ejemplos en mayor o menor medida de esa mentalidad, el perfil también se aplica como guante al dedo al Sodalicio de Vida Cristiana y al Movimiento de Vida Cristiana.

¿Pero cómo algunos católicos se convierten en fundamentalistas? ¿Cómo forman las organizaciones a su personal? Son preguntas válidas que se hace Oschwald y que le hacen pensar en métodos de lavado de cerebro. A fin de esbozar una respuesta, recurre a los ocho criterios que el ex focolarino Gordon Urquhart pone en su libro La armada del Papa (The Pope’s Armada).

  1. Los grupos buscan asegurarse la libre disposición respecto a lo que el individuo ve, oye y lee, después sobre todo lo que escribe, experimenta y expresa. Al individuo le son arrebatadas de manera selectiva las posibilidades de reflexionar y decidir personalmente.
  2. Los controladores crean una situación que les impone a los participantes un patrón de comportamiento y sentimientos, como por ejemplo la compulsión a la sonrisa constante y la alegría. El esfuerzo de mantener los modos de comportamiento en entornos aislados sin contacto con el exterior produce sentimientos de euforia. Los controladores generan un aura mística en torno a la institución manipuladora. Las víctimas se sienten herramientas escogidas.
  3. Se transmite que sólo aquello es bueno que concuerda con la propia ideología. Al individuo se le enseña que sólo será puro, si se comporta de acuerdo a la enseñanza de la comunidad.
  4. La pureza se examina en confesiones y autoinculpaciones abiertas y deviene en neurosis. De este modo se origina dependencia a través de sentimientos de culpa. Entregarse significa rendirse, lo cual, por otra parte, sólo se le exige a los miembros sencillos. Los superiores se mantienen personalmente a cubierto y no dejan ver sus cartas. Informes de experiencias a ser entregados continuamente por sus súbditos les aseguran a los de más arriba un conocimiento dominante, que puede ser utilizado incluso para extorsionar a los individuos.
  5. La organización presenta su dogma central como el ideal para el ordenamiento de la existencia humana.
  6. Elección estandarizada de palabras y fórmulas de uso interno así como una jerga doméstica de tipo sectario distraen el pensamiento y fomentan el sentimiento de pertenencia.
  7. Cambios de la personalidad son examinados a través de informes continuos. Ya no hay esfera privada o íntima.
  8. A continuación, la organización les concede a los que han sido sometidos o inhabilitados una especie de ascenso a una existencia más elevada, a una unidad con los ideales fundacionales. Los así “recompensados” derivan entonces de ello la obligación de obedecer absolutamente.

Para los fundamentalistas católicos, el contenido de la fe es secundario frente a quién lo diga y a quién tenga el poder en la Iglesia, pues su preocupación principal siempre ha sido ver a quién obedecer, es decir, estar del lado de quien lleva la batuta en los pasillos del Vaticano, y no reflexionar de manera madura sobre lo que nos enseña la fe cristiana. Como decía Gugliemo Bosello, vocero de los Focolares en la central romana: «Nosotros no somos una secta. Estamos con la jerarquía». ¡Y hay que ver qué jerarquía!

El gran peligro de los nuevos movimientos ha estado en su apoyo a los sectores más conservadores de la Iglesia, en base a un concepto estático de tradición que mantiene la ilusión de que muchos enunciados doctrinales, enseñanzas morales y prácticas litúrgicas de la Iglesia católica se remontan de manera inalterable a los inicios del cristianismo, y por lo tanto, terminan aislándose de los problemas reales del mundo actual, lo condenan atribuyéndole una “dictadura del relativismo” —desafortunada frase del Papa Ratzinger— y se resisten a adaptar las perennes enseñanzas cristianas del Jesús de los Evangelios a un mundo que ya no comprenden. En el cual hay infinidad de católicos que no quieren estar sometidos a una jerarquía cada vez más desprestigiada, pero que, como miembros vivos del Pueblo Dios, mantienen la ilusión de poder contribuir entusiasta y libremente a testimoniar el amor de Dios hacia los hombres sin distinciones, sin restricciones, sin fronteras, sin prohibiciones absurdas, sin estrechez de miras. Que así sea.

LA PUNTA DEL ICEBERG

la_punta_del_icebergDebo confesar que yo nunca vi nada.

Durante el tiempo que viví en comunidades sodálites no observé nada que me llevara a pensar que se cometían abusos sexuales de gravedad. Yo mismo no puedo confirmar ninguno de estos abusos, salvo el que se cometió conmigo cuando tenía 16 años y que para mí fue más bien un abuso psicológico con una marcada connotación sexual (ver SOBREVIVIENTE DEL SODALICIO).

Sin embargo, en el año 2008, tres años antes de que se diera a conocer que Germán Doig había abusado de jóvenes a su cargo, yo ya había llegado a la conclusión de que podían haber varios sodálites con una sexualidad desbordada que los llevaba a tener una doble vida. El caso del sodálite consagrado Daniel Murguía, atrapado in fraganti por la policía en octubre de 2007 en un hostal del centro de Lima cuando fotografiaba a un menor de edad que estaba con los pantalones abajo, me trajo a la memoria los años de angustia que yo había vivido en comunidad, acosado por obsesiones sexuales que aparecían con fuerza inusitada cada cierto tiempo y me hundían en abismos de culpabilidad y tragedia. Hasta ese momento había considerado lo mío como un caso aislado, como expresión de una debilidad personal que me había llevado al fracaso en mis deseos de plasmar el ideal sodálite dentro de un estilo de vida propio de un laico consagrado y célibe.

Lo de Murguía me llevó a replantear este supuesto. ¿Era yo el que que había fallado o eran más bien el estilo y la disciplina sodálites los que habían generado las condiciones para que yo desarrollara esas tendencias enfermizas, alejadas de un desarrollo sano de la sexualidad? Murguía, a quien yo recordaba como un joven de carácter dulce y bondadoso, se convirtió para mí en ese entonces en la punta del iceberg. Él también era uno de aquellos en quienes la sexualidad se había salido de su cauce.

Más aún, al ir reconstruyendo en base a mis recuerdos la manera cómo se trataba el tema de la sexualidad en las comunidades sodálites, fui armando un cuadro con una serie de indicios inquietantes que hacían presentir algo turbio en el fondo (ver SODALICIO Y SEXO). Recordé entonces los casos de sodálites consagrados que habían tenido problemas de faldas y que habían vivido en las mismas comunidades donde yo estaba: un joven considerado sodálite ejemplar que fue traído de Chincha (a unos 200 km al sur de Lima) para estar en observación en la comunidad Nuestra Señora del Pilar (entonces temporalmente en La Aurora, distrito de Miraflores, Lima) por haberse liado con una chica; otro que sintió atracción por una mujer casada que trabajaba en su oficina y no resistió la tentación de acostarse con ella y echar todo por la borda; otro que se enamoró de una joven vecina y fue visto besándose en la boca con ella en la camioneta combi en la cual había salido a hacer unos encargos. Éste último pasó sus últimas noches en la comunidad de Barranco (un distrito costero de Lima) sufriendo pesadillas; yo mismo escuchaba sus gritos cuando se despertaba angustiado en medio de la noche. Y en San Bartolo, a donde eran enviados para “discernimiento espiritual” todos estos casos problemáticos, vi a otro consagrado que también había sido traído de Chincha, el cual siempre estaba bajo vigilancia de otros dos sodálites cuando salía a rezar el rosario en el malecón. En ocasiones, no pudo evitar quedarse mirando a alguna que otra chica en bikini que se soleaba en la playa. Algo sumamente normal. Pero dada su condición de vida, esta normalidad había degenerado en algo obsesivo.

Aun cuando no sabía cuántos eran los sodálites obsesionados con lo sexual y tampoco hasta dónde eran capaces de llegar a fin de satisfacer sus pulsiones, tuve la certeza de que el sistema de disciplina del Sodalicio era una bomba de tiempo que podía explotar en cualquier momento, si no se tomaban medidas correctivas.

¿Cómo había llegado yo a este punto, que me permitió romper el control mental o influencia social que ejerce el Sodalicio sobre aquellos que han seguido sus derroteros? Se trata de un largo proceso que ya se había iniciado en Lima cuando pasé de ser un laico consagrado con promesas temporales a ser un simple sodálite con vocación al matrimonio —y, por ende, dejé de vivir en comunidad—. Este proceso se profundizó cuando me radiqué en Alemania —todavía considerándome miembro activo del Sodalicio— y comencé a leer literatura crítica sobre el Opus Dei, lo cual me llevó a tomar conciencia de las características sectarias y fundamentalistas de esta organización de la Iglesia católica. Curiosamente, estas características coincidían con muchas que yo veía en el Sodalicio y en el Movimiento de Vida Cristiana.

Por ejemplo, he encontrado un e-mail mío del 15 de febrero de 2005, en el cual le escribía a un amigo mis reflexiones sobre el Christian Life Movement USA (Movimiento de Vida Cristiana en Estados Unidos) en base a los mensajes que había leído en el Yahoo Group CLMUSA, creado por el Dr. Luis Ráez a fin de mantener la comunicación entre miembros del Movimiento de Vida Cristiana que residían en los Estados Unidos y en otros países del extranjero:

Se me han ocurrido [algunas] características que acercan al Christian Life Movement USA al fundamentalismo, en base a lo que he observado en el Yahoo Group:

  • Excesiva preocupación por que todos piensen lo mismo, incluso en asuntos discutibles en los cuales es legítimo tener diversidad de opiniones.
  • Actitud paternalista de las personas que se sienten “formadas” con respecto a los que son nuevos o recientes en el grupo; eso lleva a falta de disponibilidad para aprender de esas personas en lo que pueden aportar desde su bagaje cultural y su formación.
  • Preocupación excesiva por temas de moral familiar y sexual: de hecho, temas como el aborto, el preservativo, la homosexualidad, etc. son tocados con bastante frecuencia, especialmente por quienes conducen el CLM (MVC) en USA.
  • Acento bastante marcado sobre temas espirituales y poca atención a los problemas cotidianos con que el común de la gente se topa en el mundo.
  • Reducción espiritualista: muchos problemas son explicados puramente desde una interpretación espiritual (el demonio, el pecado, el mundo, el paganismo como causas, por ejemplo). Si bien éstas son causas remotas, es necesario ir también a las causas próximas para poder enfrentar los problemas.
  • Preocupación “farisaica” por la santidad ajena. Algunos de los “antiguos” o “formados” me escribieron preocupados por mi santidad, asumiendo que algunas de mis reflexiones eran producto de una crisis espiritual. Por supuesto, sin atender a los contenidos mismos de mis mensajes ni a la lógica implicada en ellos.

Este e-mail, cuyo contenido también se puede aplicar a la Familia Sodálite en general, fue enviado con copia a un sodálite que es actualmente sacerdote. Pues mis reflexiones de entonces nunca fueron clandestinas, sino que siempre fueron compartidas con personas vinculadas al Sodalicio o al Movimiento de Vida Cristiana. Lo cual no se tradujo en esfuerzos de cambio, sino más bien en que yo fuera calificado de loco problemático que estaba pasando por una crisis espiritual.

Al mismo tiempo, ya me había enterado de las acusaciones que había contra el P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, las cuales me parecían absolutamente verosímiles. También había leído sobre las características que presentaba esta organización católica. Otra vez las semejanzas con el Sodalicio saltaban a la vista.

Cuando el 19 de mayo de 2006 el Papa Benedicto XVI condenó a Maciel a «una vida de oración y penitencia» sin especificar cuáles eran los delitos que había cometido, envié a varios miembros de la Familia Sodálite información que había encontrado en Internet sobre los delitos de pederastia cometidos por el cuestionado fundador. En general, casi ninguno de los destinatarios quiso darle crédito a las acusaciones, considerándolas una especie de complot contra la Iglesia por parte de personas mal intencionadas. Nadie creía que el fundador de una institución tan ideológicamente cercana al Sodalicio hubiera cometido delitos de semejante calibre. Si uno revisa las noticias que publicaba ACI Prensa —fundada y gestionada por sodálites—, comprobará que la agencia de noticias se hizo eco de la versión de los Legionarios de Cristo, quienes seguían creyendo que su progenitor espiritual era un santo y que la sanción era un especie de prueba divina para afianzar su fidelidad a Dios y a la Iglesia. Eso cambiaría recién en febrero de 2009, cuando los mismos Legionarios de Cristo confirmaron la vida sexual secreta de su fundador. Cosa que da que pensar, pues el Sodalicio no ha confirmado todavía con absoluta claridad la culpabilidad de Figari en los abusos cometidos, sino sólo de manera indirecta y en términos bien diplomáticos y tibios.

Como anécdota puedo contar que en julio de 2007, cuando andaba buscando trabajo, postulé a un puesto de asistente de recaudación de fondos para una oficina católica con sede en Colonia, que resultó ser la filial de los Legionarios de Cristo en Alemania. Tuve una entrevista con Charles Mollenhauer, responsable de la oficina, y luego fui invitado a visitar el seminario menor de la congregación en Bad Münstereifel, cerca de Bonn, donde mantuve una breve conversación con un sacerdote que me sondeó personalmente, a fin de ver sí yo era la persona adecuada para ocupar el puesto vacante. El estilo y la decoración del seminario menor, con salitas externas para recibir a los visitantes, me parecieron muy similares a las de las comunidades sodálites. De igual manera, el tipo de preguntas que me hizo el clérigo así como el estilo de comportarse me dieron la impresión de esta hablando con un sacerdote sodálite. Finalmente, el trabajo no llegó a concretarse, aun cuando en ese momento yo estaba dispuesto a colaborar con una institución de la Iglesia católica no obstante los cuestionamientos que había en torno a su fundador.

Con todo este bagaje de conocimientos, sumado a los desórdenes personales que yo mismo había sufrido bajo la disciplina sodálite cuando viví en comunidad, sólo había que sacar las cuentas y la conclusión a la que se llegaba era preocupante.

Cuando en febrero de 2011 se reveló a través de Diario16 que Germán Doig había abusado sexualmente de varios jóvenes sodálites, yo ya había sido informado previamente por un sodálite consagrado que estaba al tanto de las reflexiones que había hecho yo sobre el Sodalicio. Dado que ya sabían por entonces en la institución sodálite que en algún momento iba a salir la noticia en la prensa, habían decidido informar oficialmente sobre el asunto a todos los miembros de la Familia Sodalite.

Poco tiempo después, una persona con la que yo había hablado en muy pocas ocasiones en el pasado y con la cual no guardaba mucha cercanía se comunicó conmigo a través de Skype. Se trataba de Rocío Figueroa. Ella y Pedro Salinas estaban buscando comunicarse con exsodálites para que hablaran de su experiencia en el Sodalicio. Éste fue el inicio de una comunicación que pronto se convertiría en colaboración a fin de desenmascarar al Sodalicio y, eventualmente, lograr que la Santa Sede tomara cartas en el asunto. Pues tanto ellos como yo estábamos convencidos de que el problema era estructural y no de “casos aislados”.

Durante los años 2011 y 2012 la comunicación se realizó principalmente a través de correo electrónico. Posteriormente varias de las comunicaciones se harían a través de Skype. Compartí con Pedro y con Rocío las reflexiones que hasta ese momento había plasmado en varios escritos. Asimismo, le proporcioné a Pedro los nombres de varias personas que, en mi opinión, podían ser contactadas para obtener información no conocida sobre el Sodalicio. Mi e-mail del 21 de febrero de 2011 terminaba con una advertencia profética:

…si deseas llevar la investigación a buen término, deberás prepararte para la guerra sucia. Los sodálites nunca responden directamente a los argumentos, sino que aplican estrategias para desacreditar a las personas, perjudicarlas económicamente y hacerlas callar. Las agresiones verbales estarán a la orden del día. Pero si nadie se atreve a contar la verdadera historia, no sé quien lo hará. Te deseo suerte.

Asimismo, el 24 de febrero de 2011 le envié a Pedro una lista de preguntas, muchas de las cuales han sido respondidas en el libro Mitad monjes, mitad soldados:

Creo que hay algunas preguntas clave que requieren de una investigación y que ameritan ser respondidas para entender el desarrollo del Sodalicio.

  • ¿Quiénes fundaron el Sodalicio?
  • ¿Quiénes conformaban el grupo de estudios del cual salió el Sodalicio?
  • ¿Qué tipos de estudios hacían? ¿Qué orientación tenían?
  • ¿A qué asociaciones o grupos perteneció Luis Fernando Figari antes de que el Sodalicio fuera fundado?
  • ¿Qué pasó en el Colegio Santa María [de los Marianistas] para que fuera expulsado como profesor a inicios de los ’70? Sólo conozco la versión de Luis Fernando.
  • ¿Por qué también terminó saliendo del Colegio Maristas San Isidro?
  • ¿Qué contactos tenía Luis Fernando en España, Argentina y México, y cuáles eran los grupos con los que había entrado en contacto?

Al principio tuve mis reparos hacia Pedro Salinas, pues sabía que era agnóstico y yo no estaba de acuerdo con algunas de las críticas que había publicado contra la Iglesia y contra el Papa Benedicto XVI. Esto fue lo que le escribí el 7 de marzo de 2011:

A partir de todo el material que te he enviado, habrás visto que mi posición sigue siendo la de alguien que sigue manteniendo la fe, cosa que espero que respetes, así como yo respetaré tu posición, sea cual sea. Pues son temas de conciencia, que no pueden ser juzgados legítimamente por nadie en este mundo.

Así como para unos la Iglesia es la institución, para otros —entre los cuales me cuento— se trata de algo más complicado, que abarca la historia de un pueblo, un colectivo con su pasado/presente/futuro, con todas sus contradicciones, con múltiples tendencias encontradas, donde algo misterioso, incomprensible, inabarcable se manifiesta, y que yo desde mi propia experiencia no puedo negar. Es un devenir histórico con abundantes líneas torcidas, que van armando un rompecabezas cuyo acabado final nunca veremos. Y donde siempre faltará una que otra pieza. Todo lo contrario de la imagen idílica de Iglesia que se nos pintó en el Sodalicio, pues —como en la realidad misma— en la Iglesia no todo parece ser lo que es.

No digo esto por ganas de filosofar, sino porque sólo sobre este trasfondo se entienden algunas de las afirmaciones que aparecen en los textos que te adjunto a este e-mail.

El primero es un e-mail que le envié el 25 de enero de 2011 a Manuel Rodríguez, con mis impresiones sobre el caso de Germán Doig [ver CARTAS A MANUEL].

El segundo texto es más delicado, pues toca el tema de la sexualidad dentro del Sodalicio. Lo escribí en agosto del 2008. Tal vez estén allí algunas de las claves para entender los casos de “doble vida” [ver SODALICIO Y SEXO].

Pedro me respondió ese mismo día:

Que yo haya perdido la fe y me haya vuelto un agnóstico, ojo, no significa que mire con desprecio al resto que no comulga con mi posición de descreído, que, es verdad, también es bastante crítica de la institución eclesial católica. Si algo, creo, he aprendido es a ser tolerante con todo el mundo. Por encima de las ideas creo que está el valor de las personas. Y si ellas me inspiran aprecio y respeto, como en tu caso, las valoraciones ideológicas, filosóficas, religiosas o políticas, o lo que sean, no me van a llevar al sendero de demonizar, etiquetar o calificar o polarizar puntos de vista.

Que me ponga radical en mis columnas, no significa que lo sea en lo personal. Usualmente mis artículos tienen cierta carga de extremismo, o de ironía, o de pesimismo, o de algo así, para provocar y generar reacciones. Nada más. Solamente me pongo intolerante con la intolerancia, aunque la frase me haya salido medio huachafa.

De manera similar a como había ocurrido en otros casos de escándalos sexuales dentro de la Iglesia católica, sabíamos que nada se iba a hacer si el asunto no se ventilaba en la prensa, de preferencia internacional. Uno de los primeros intentos de lograr este objetivo se presentó con el periodista Thomas Seiterich, quien escribe regularmente para la revista Publik-Forum de los católicos críticos alemanes, el cual tenía que escribir un artículo sobre los casos de abusos sexuales en América Latina donde se mencionara al P. Marcial Maciel y el entonces reciente caso de Germán Doig. En comunicación telefónica con él, le conté algo de lo que yo ya sabía y le di los datos para que pudiera contactar a Pedro Salinas, quien le proporcionó información adicional. El artículo apareció en la edición del 21 de octubre de 2011 bajo el título de Absturz eines Papstfreundes [Caída de un amigo del Papa] (ver https://www.publik-forum.de/Publik-Forum-20-2011/absturz-eines-papstfreundes o http://www.wir-sind-kirche.de/?id=393&id_entry=3703) y aunque a grosso modo la información era correcta, el escrito tenía un estilo sensacionalista, algunos datos errados, otros inventados, e iba acompañado de una foto de Germán Doig y otra de unos niños de piel cobriza bien vestidos para su Primera Comunión, lo cual lamentablemente daba una imagen errónea de quienes habían sido las víctimas de Doig.

El artículo no tuvo mayor resonancia y pasó sin pena ni gloria. Pero me confirmó en la convicción de que sólo alguien que había sido miembro del Sodalicio y lo había experimentado desde dentro estaba en capacidad de suministrar un perfil acucioso de la institución y describir con exactitud su problemática. Poco a poco me fui dando cuenta de que lo que yo sabía iba a ser de vital importancia para sacar adelante la investigación de Pedro Salinas y Paola Ugaz. Y que en algún momento tendría que hacer públicas mis reflexiones. ¿Cómo? Aún no lo sabía.

“Dar la vuelta a la página” y olvidarme del asunto me parecía una cobardía, más aun cuando era consciente de que había víctimas que habían visto arruinadas sus vidas por causa de los abusos. Además, había otra razón de fe: no quería tener que rendirle cuentas a Dios de haber callado, cuando tenía la capacidad de ver a fondo el quid los problemas y disponía de abundante información sobre el tema, enriquecida con lecturas diversas.

Lo demás es historia conocida. En noviembre de 2012 comencé a publicar en este blog por decisión propia los textos que había ido preparando, a fin de ir desmenuzando paso a paso el sistema ideológico y disciplinario del Sodalicio. Fue una tarea ardua que al final rindió sus frutos, aún antes de que estallara el escándalo, a través de artículos y entrevistas que aparecieron en los periódicos Diario16 y La República, e incluso en una revista ecuménica de Alemania, Welt-Sichten, en su edición de noviembre de 2014. El artículo lleva el título Option für die Reichen [Opción por los ricos] (ver https://www.welt-sichten.org/artikel/25553/option-fuer-die-reichen?page=all) y fue redactado por Hildegard Willer, una periodista alemana que reside habitualmente en Lima (Perú), quien se puso en contacto conmigo a través de Skype para conversar largo y tendido sobre el Sodalicio. Como quería tener también la versión sodálite y no solamente la de la parte crítica, me comuniqué con mi hermano sodálite Erwin Scheuch, quien accedió a concederle una entrevista. El resultado, aunque adolece de algunas imprecisiones menores, constituye uno de los artículos más equilibrados y objetivos sobre el Sodalicio que haya sido escrito por alguien ajeno a la institución.

Por último, he de reconocer que la investigación de Pedro Salinas y Paola Ugaz para el libro Mitad monjes, mitad soldados siempre se desarrolló con la más absoluta discreción. Nunca se me dio a conocer los contenidos de los testimonios anónimos, ni nunca supe quienes eran los verdaderos nombres detrás de los seudónimos. Nunca supe los nombres de las víctimas de Germán Doig y Luis Fernando Figari. Atando cabos y hurgando en el desván de mi memoria podía deducir algunos hechos y circunstancias, y a veces le planteaba estos razonamientos a Pedro, a ver qué opinaba y si podía confirmarme que andaba por el buen camino. Debo admitir que a veces él mismo se sorprendía, pues lo que yo le planteaba no se le había ocurrido hasta ese momento, y en ocasiones se convertía en un dato interesante que le ayudaba a hacer avanzar la investigación, que a fin de cuentas es de mérito suyo y de Paola.

Como ya he señalado, yo mismo no puedo confirmar ningún abuso sexual, salvo el que se cometió conmigo cuando tenía 16 años. Sin embargo, fui testigo de muchos abusos psicológicos y físicos, y yo mismo fui víctima de ellos. Yo mismo puedo corroborar la veracidad de otros testimonios que aparecen en Mitad monjes, mitad soldados, sobre todo los de Pedro Salinas y José Enrique Escardó. Lo cual constituye una razón suficiente y de peso para ser contactado por la Fiscalía. Hasta ahora eso no ha ocurrido, no obstante que yo mismo he manifestado abiertamente que el testimonio de Matías es el mío, además de que tengo una dirección de e-mail conocida de todos.

A fin de ahorrarle tiempo y esfuerzo a la fiscal María del Pilar Peralta, en caso de que quiera comunicarse conmigo por otra vía, incluyo aquí mis datos personales:

Nombre completo: Teodoro Martín Scheuch Pool
Nombre en Alemania: Martin Scheuch
Documento de identidad: DNI 07732277
Teléfono: 0049-6347-9829882
Correo electrónico: lineastorcidas@yahoo.de
Usuario de Skype: martinscheuch

Espero que se tomen cartas en el asunto y se haga una investigación seria, que permita establecer la existencia de delitos en perjuicio de quienes somos víctimas del Sodalicio. No sería poco, aun cuando no se pueda castigar a los culpables. Que así sea.

LA SEDUCCIÓN DE LAS VÍCTIMAS

Luis Gnecco y Benjamín Vicuña en “El bosque de Karadima” (Matías Lira, 2015)

Luis Gnecco y Benjamín Vicuña en “El bosque de Karadima” (Matías Lira, 2015)

En abril de este año se estrenó en Chile la película El bosque de Karadima, que atrajo a más de 300 mil espectadores a las salas de cine.

El film —que cuenta la historia del joven Thomas Leyton, quien se siente atraído por el carisma espiritual del sacerdote Fernando Karadima, párroco en una de las zonas más acomodadas de Santiago de Chile— se basa en el testimonio del médico James Hamilton, víctima de abusos psicológicos y sexuales de parte de quien fuera el encargado supremo de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, conocida simplemente como El Bosque.

La cinta explora el día a día del P. Karadima —interpretado magistralmente por el comediante Luis Gnecco—, rodeado de jóvenes de buena apariencia, provenientes de familias pudientes, quienes lo reverencian como un santo en vida y a los cuales él pretende conducir hacia la perfección cristiana. Pero con una sumisión absoluta a su voluntad arropada de un ambiguo cariño paternal.

«Yo no era nadie. No tenía voluntad propia» —llega a decir en un momento el protagonista—. «El Padre no me arrebató mi libertad, sino que lo hizo de tal forma, que yo se la fui entregando poco a poco.»

Pues los abusadores con fama de santidad —recuérdese al P. Maciel, a Germán Doig y a quién sabe quién más— no se valieron de la violencia, sino que recurrieron a las suaves formas de la seducción basada en su carisma personal para vencer la resistencia interior de sus víctimas y finalmente lograr un consentimiento supuestamente libre. Nadie las obligó, dicen los detractores. Ignoran el inmenso poder que se puede obtener mediante la manipulación psicológica.

(Columna publicada en Exitosa el 7 de octubre de 2015)

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Benjamín Vicuña, el actor que interpreta a Thomas Leyton, declaró al diario La Tercera lo siguiente en abril de este año: «Esta película está hecha por católicos, para católicos y no católicos. No es una película anti Iglesia, sino que instala hechos comprobados.»

Si bien el film se basa en acontecimientos reales, no por ello deja de ser una ficción, y como tal ha de valorarse el resultado final, el cual en mi opinión es satisfactorio, siempre y cuando no se tome la película como una crónica exacta y fidedigna de hechos sucedidos. Debo admitir que, en lo referente al ambiente que se vivía en El Bosque —tal como se ve en las imágenes— y las tácticas de manipulación de Karadima, quedé impresionado y perturbado por las similitudes con lo que yo mismo he vivido por experiencia propia en otro contexto y en otras circunstancias.

El mismo James Hamilton —según él mismo ha declarado recientemente en el programa Mentiras Verdaderas del canal de televisión chilena La Red— tuvo una reunión con el director y los dos actores principales del film 2 ó 3 años antes de su producción, donde se habló de manera muy general sobre el concepto de abuso psicológico. Pero su participación posterior en el film fue nula. Lo cual él mismo considera lamentable, pues piensa que la historia es más compleja y la realidad es mucho más terrible de lo que se ve plasmado en el film. Éstas son sus declaraciones:

«Es lamentable que se tomen fracciones biográficas que están muy mal manejadas, están parcialmente fusionadas con lo que es un concepto psicológico del abuso, de lo que significa el abuso de poder, etc., muy mal manejado, lejos de lo tremenda que es la verdad de eso. Un Karadima que no es ni siquiera un títere, Gnecco no es ni una especie de sombra de la maldad real de Karadima. Entonces es un poco doloroso que quede una imagen de algo que no es, una ficción que se hace robando historias en las cuales no hay que ser demasiado inteligentes para tratar de armar una película que pudo haber sido en algunos momentos un documental. Yo creo que el día de mañana se puede hacer un documental con los hechos verídicos, los testimonios, la gente, etc., que realmente quede plasmado una realidad. […] Uno puede estar deslumbrado por el posible bien que se le ha hecho a tanta gente, pero no se imaginan el daño también, la retraumatización por la inexactitud y por el mal manejo de muchas realidades. Y eso lo encuentro lamentable. […] A futuro va a ser necesario contar la historia real, ya basada en testimonios concretos, en poder analizar y entender el proceso de la perversión de este grupo, el proceso de la perversión de la Iglesia.»

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FUENTES

La Tercera
Benjamín Vicuña: “Ésta es una película hecha por católicos, para católicos y no católicos” (12/04/2015)
http://www.latercera.com/noticia/entretencion/2015/04/661-625085-9-benjamin-vicuna-esta-es-una-pelicula-hecha-por-catolicos-para-catolicos-y-no.shtml

La Red
Mentiras Verdaderas – Programa completo del miércoles 30 de septiembre de 2015

OBEDIENCIA PERFECTA

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El 1° de mayo de 2014, tras un rodaje mantenido en secreto, fue estrenada en México Obediencia perfecta, ópera prima del cineasta Luis Urquiza. Este film, posteriormente galardonado con el Gran Premio de las Américas en el Festival de Cine de Montreal, está basado en los abusos cometidos por el P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.

Narra la historia del joven Julián (Sebastián Aguirre), quien ingresa a un seminario de los Cruzados de Cristo, congregación sacerdotal dirigida por el P. Ángel de la Cruz (Juan Manuel Bernal). Éste irá iniciando a Julián en una relación turbia llena de complicidad, donde la ferviente devoción religiosa se mezcla con pasiones carnales ilícitas.

Para el P. Ángel se trata de moldear al joven a fin de hacerlo totalmente dócil y sumiso, pasando por las tres etapas de aprendizaje de la obediencia. «Usted es el elegido de Dios —piensa el P. Ángel sobre su discípulo—. Para llegar a la obediencia perfecta, yo le obligaré a sentir placer hasta de lo que no le gusta. Conocerá lo que más aborrece y le atemoriza, que es usted mismo. Sólo así va a lograr una transformación definitiva».

Sin escenas sexuales explícitas, contemplamos la vida cotidiana de los personajes en un ambiente religioso tradicional, pero lo que ocurre fuera de cámara nos genera angustia y zozobra. Y horror ante el drama de jóvenes adolescentes cuya voluntad va siendo debilitada para someterse a los oscuros deseos de un obseso. Pues los abusos sexuales son sólo la culminación de un proceso más profundo y destructivo: la manipulación de las conciencias y la consiguiente pérdida de la libertad interior.

(Columna publicada en Exitosa Diario el 28 de enero de 2015)

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Éste es el problema que suelen presentar aquellos grupos de la Iglesia católica con estructuras institucionales verticales y autoritarias, y que ponen la obediencia como uno de los valores supremos: el debilitamiento de la capacidad de decisión propia de sus miembros, el enajenamiento de sus conciencias y, finalmente, la sumisión total a los deseos del líder y de aquellos que lo representan en la cadena de mando. Me refiero en concreto a grupos como los Legionarios de Cristo, el Opus Dei y el Sodalicio de Vida Cristiana, en el último de los cuales yo mismo pasé por experiencias extremas relacionadas con la disciplina de la obediencia, las cuales he descrito anteriormente en mi post OBEDIENCIA Y REBELDÍA.

Estoy convencido de que ahí reside el núcleo del problema, y no en los abusos sexuales que se han cometido, pues a fin de cuentas lo que se quiere lograr es el sometimiento absoluto de la libertad personal, aunque se pretenda justificar esto sobre la base de una causa encomiable, a saber, la conformación de la persona con el Señor Jesús. Lo cual no deja de ser problemático desde el momento en que el concepto de Jesús que propone el Sodalicio sigue siendo una más de las tantas interpretaciones que hay de la figura de Jesús.

Recuerdo que Luis Fernando Figari, entonces Superior General del Sodalicio, nos decía que la obediencia sodálite debía adelantarse a las intenciones del superior, de modo que el subordinado hiciera lo que éste quería antes de que se hubiera dado una orden explícita. Dicho de otro modo, la obediencia del sodálite se consideraba perfecta cuando estaba pendiente de la voluntad del superior y cumplía sus deseos antes de que éste los formulara verbalmente. En fin, la enajenación completa de la propia voluntad. Y hay que ver los malabares intelectuales que hacía Figari para justificar ideológicamente la sumisión total, presentándola como libertad plena.

Es cierto que también decía que hay que obedecer al superior en todo excepto en aquello que es pecado. Aparentemente, una cláusula de salvaguardia de la conciencia moral. Sin embargo, en aquellos que habían pasado por el proceso de formación sodálite —que incluía técnicas de manipulación psicológica y control mental— las posibilidades de objeción de conciencia a una orden emitida por un superior eran muy reducidas, pues eso implicaba ir contra la convicción metida a hierro y fuego entre ceja y ceja de que el superior siempre buscaba el bien personal de uno y de que él sabía mejor que uno mismo lo que le era más conveniente. Además, juzgar uno mismo según su propia conciencia qué era pecado y qué no, se consideraba un acto de soberbia e individualismo, pues este tipo de asuntos debían ser consultados precisamente… con un superior. Un círculo vicioso, del cual era muy difícil salir. Y el perfecto caldo de cultivo para dar el paso del sometimiento psicológico al sometimiento sexual.

En el film de Luis Urquiza la etapa de la obediencia perfecta de tercer grado se expresa así: «Piensas y actúas como aquel a quien amas, ya no tienes voluntad propia». Después de consumar un acto de pederastia con el joven Sebastíán —a quien acabamos de ver en la playa contemplando el horizonte y derramando una lágrima en silencio—, el P. Ángel le dirá: «Usted ya alcanzó la obediencia perfecta, y eso ya nunca lo va a abandonar».

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La película está disponible en Vimeo.

Finalmente, dos textos interesantes sobre el film:

‘Obediencia Perfecta’, una película que va más allá de Marcial Maciel
http://www.elmundo.es/america/2012/09/29/mexico/1348945699.html

Las buenas intenciones: crítica de la película mexicana “Obediencia perfecta” (Luis Urquiza, 2014)
http://pijamasurf.com/2014/05/las-buenas-intenciones-critica-de-la-pelicula-mexicana-obediencia-perfecta-luis-urquiza-2014/

IGLESIA Y PEDERASTIA: LA VOLUNTAD DE NO SABER

P. Marcial Maciel con el Papa Juan Pablo II

P. Marcial Maciel con el Papa Juan Pablo II

«No sabíamos que una persona que ha hecho tanto bien a la Iglesia hubiera cometido tales abusos», aducen muchos cuando se señala la inacción de las autoridades eclesiales para sancionar a los abusadores. Así se se ha querido justificar al Papa Juan Pablo II —cuya santidad no pongo en duda—.

Lo cierto es que en el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y caso emblemático de abusos sexuales en la Iglesia católica, la primera denuncia se efectuó en 1944 ante el obispo de Cuernavaca, quien no hizo nada para aclarar el asunto, como se constata a través de la amplia documentación publicada en la página web “La voluntad de no saber” (www.lavoluntaddenosaber.com). La segunda denuncia, hecha por dos jesuitas de Comillas, es de 1948 y llegó a la Santa Sede. Se sucederían más denuncias —en 1954, 1956, 1962, 1976, 1979— sin que nada se hiciera al respecto.

La denuncia hecha en 1998 por 8 ex-Legionarios abrió un proceso en el Vaticano que fue archivado en 1999 por órdenes expresas de Juan Pablo II. ¿Sabía de los abusos de Maciel? Probablemente no. Pero probablemente tampoco quería saber. Como ocurrió durante unos 60 años, hasta que finalmente en el año 2006 el Papa Ratzinger sancionó al pederasta ya de avanzada edad con una pena leve y simbólica, si consideramos los delitos cometidos. Pero querer saber tiene un precio: a Ratzinger, a la larga, le habría costado el puesto.

Parece que en el Sodalicio no quieren saber que hay varias denuncias por abusos cometidos en la institución. ¿Pasarán 60 años antes de que por fin se haga algo?

(Columna publicada en Exitosa Diario el 30 de abril de 2014)

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Una persona, presunta víctima de abuso sexual en el Sodalicio, cuyo testimonio anónimo fue publicado por el diario La República el 15 de marzo de 2013 (ver http://www.larepublica.pe/15-03-2014/el-controvertido-sodalitium-y-un-nuevo-testimonio-en-el-peru-despues-de-la-denuncia-de-jason-day), se comunicó conmigo vía e-mail, indicándome que la pregunta con que iniciaba su alegato aún no había sido respondida: ¿Dónde y cómo hago mi denuncia contra un poderoso pederasta?

Cito sus propias palabras:

«Soy yo quien solicita que me indiquen, claramente, a qué institución debo recurrir y contar mi historia, para que sea oída, evaluada y, eventualmente, que él (que bien sabe quién es), sea llevado a la justicia de este mundo.

Y sí, es un pedido anónimo, o quizás una demanda colectiva de víctimas silenciosas esperando que gente de bien detalle explícita y públicamente, cuál es el trámite correcto y por cuánto tiempo debemos esperar. ¿Arzobispo?

Quizás así yo y tú (que bien podrías estar leyendo esto) podamos, al fin, escuchar algo más justo que ruegos de silencio y olvido (“al fin y al cabo, él ha hecho tanto bien a la Iglesia…”, murmuran cómplices).»

La respuesta es que cualquier denuncia en este sentido debe presentarse ante el tribunal eclesiástico de la jurisdicción donde ocurrió el delito, enviando de ser posible una copia a la Congregación para la Doctrina de la Fe (Ciudad del Vaticano). Existe un formulario para eso. También es recomendable dejarse asesorar por algún especialista en Derecho Canónico, de preferencia una persona de confianza.

Lamentablemente, en la mayoría de los casos esto no basta, y habría que evaluar la posibilidad de presentar también una denuncia ante un tribunal civil. Pues en relación a los abusos sexuales en perjuicio de menores de edad, el actual Código de Derecho Canónico presenta bastantes vacíos legales. Comenzando porque este delito está tipicado sólo para clérigos:

El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical cuando el caso lo requiera (can. 1395 § 2.).

Si el pederasta es un laico o religioso no perteneciente al orden clerical, el Código de Derecho Canónico no especifica nada concreto. Sin embargo, eso no significa que la Iglesia no deba tomar cartas en el asunto, de acuerdo a los siguientes cánones:

La Iglesia tiene derecho originario y propio a castigar con sanciones penales a los fieles que cometen delitos (can. 1311).

Aparte de los casos establecidos en ésta u otras leyes, la infracción externa de una ley divina o canónica sólo puede ser castigada con una pena ciertamente justa cuando así lo requiere la especial gravedad de la infracción y urge la necesidad de prevenir o de reparar escándalos (can. 1399).

En otras palabras, si se trata de una infracción grave contra la ley canónica o contra la ley de Dios, siendo necesario prevenir y reparar escándalos, la Iglesia puede aplicar una pena adecuada. Y no se requiere que el fiel católico sea clérigo. Este caso se podría aplicar, por ejemplo, a cualquier fundador laico o religioso de un instituto de la Iglesia católica que no haya recibido las órdenes sacerdotales, cuando comete delitos de gravedad que causan escándalo.

Por otra parte, la normativa vigente hasta hace poco establecía que los delitos de abusos sexuales cometidos por clérigos prescribían a los 10 años (ver http://www.iuscanonicum.org/index.php/documentos/documentos-de-la-curia-romana/6-de-delictis-gravioribus-normas-de-los-delitos-mas-graves.html). El plazo comenzaba a correr desde el momento en que la víctima cumplía 18 años. En el año 2010, a solicitud del Papa Benedicto XVI, este plazo se extendió a 20 años, pudiendo la Congregación para la Doctrina de la Fe incluso derogar el plazo de prescripción si lo considera pertinente (ver http://www.iuscanonicum.org/index.php/documentos/documentos-de-la-curia-romana/384-modificaciones-a-las-normas-de-los-delitos-mas-graves.html).

Aun cuando esto constituya un avance y una señal de esperanza, me parece insuficiente, pues es común que pasen por lo menos dos décadas —e incluso con frecuencia más tiempo— para que la víctima haya procesado psicológicamente el trauma del abuso y tenga el valor para hablar de lo sucedido. Y, generalmente, lo único con lo que cuenta es con su testimonio, pues los hechos suelen ocurrir en privado y sin testigos, por lo cual resulta difícil aportar pruebas. El dictamen tiene que hacerse entonces sobre la base de un análisis de los testimonios. Y en esto la Iglesia es experta, pues la base sobre la que asienta su existencia, a saber, los hechos y dichos de Jesús, no pueden ser verificados mediante pruebas propiamente científicas, sino solamente mediante una demostración racional de la autenticidad y veracidad de los testimonios que nos ha legado la historia, entre los cuales destacan sobre todo los cuatro Evangelios.

Otra razón por la cual una denuncia ante un tribunal eclesiástico no es suficiente la hallamos en la historia reciente, donde las sanciones penales se han aplicado sólo después de que los casos de abusos fueran dados a conocer a la opinión pública a través de la prensa. Ocurrió con el escándalo de los casos de pederastia del arzobispado de Boston en el año 2002, ocurrió en el caso del P. Marcial Maciel, ocurrió con el caso del P. Karadima en Chile, ocurrió con los casos descubiertos en Irlanda, Bélgica, Países Bajos y Alemania. Más aún, a no ser por la información publicada por la prensa, es probable que la misma Iglesia no hubiera aplicado las medidas que estaba en la obligación de aplicar.

Buscar hacer conocidos los abusos a través de los medios que se considere adecuados es un derecho de las víctimas y una de las vías para alcanzar justicia y poder terminar de procesar el dolor y el trauma causados por el abuso. Y parece ser una necesidad desde el momento en que la Iglesia mantiene en el Código de Derecho Canónico una norma tan ambigua y favorecedora del secretismo como la que sigue:

Nunca se imponga una penitencia pública por una transgresión oculta (can. 1340 § 2).

Es decir, a diferencia de los tribunales comunes y corrientes, donde normalmente todos los casos son tratados con transparencia y la información sobre procesos en marcha es de acceso público, en la Iglesia católica puede haber “transgresiones ocultas”, es decir, delitos que son manejados en secreto en procesos que permanecen desconocidos para la opinión pública. Y donde la transparencia brilla por su ausencia.

El silencio, el encubrimiento, la complicidad por omisión, la falta de transparencia ante los abusos sexuales cometidos por miembros del clero y personas consagradas han sido prácticas de la Iglesia durante mucho tiempo, aunque esto parece estar cambiando. El 22 de marzo de este año el Papa Francisco creó la Comisión para la Tutela de los Menores, integrada por ocho personas, para prevenir la pederastia en la Iglesia. Más vale tarde que nunca. Aunque algunas diócesis ya se habían adelantado a este cáncer que parece extenderse por toda la Iglesia. Por ejemplo, en la diócesis de Espira (Alemania), a la cual pertenece mi parroquia, existe desde hace algún tiempo una comisión para víctimas de abusos sexuales. En la arquidiócesis de Lima, que debe tener muchos más católicos que Espira y además tiene el privilegio de ser sede cardenalicia, no existe nada parecido. ¿Será que el Cardenal Cipriani piensa que su circunscripción territorial es inmune a esa peste que asola todos los territorios de la Iglesia? ¿O también practica esa voluntad de no saber, de no enterarse de nada, de mirar hacia otra parte cuando hay denuncias presentadas en el tribunal eclesiástico de su jurisdicción?

¿Quién será ese “poderoso pederasta” al que hace alusión el testimonio publicado en La República? Se menciona que los abusos habrían ocurrido hace unos cuarenta años, y se entiende del texto que ese pederasta aún sigue vivo. No tengo ni la más remota idea de quién pueda ser, pues en ese momento yo todavía no era miembro del Sodalicio. Por eso mismo, prefiero no hablar de lo que no vi ni de lo que no sé. Aunque sospecho que algunos en el Sodalicio podrían saber de quién se trata. Hay que darle tiempo al tiempo, pues algún día aquellos que rompan con la voluntad de no saber terminarán contando lo que saben, y sabremos si tienen fundamento estas sospechas. O si, por el contrario, el Sodalicio siempre ha sido un nido de mansas palomas, salpicado de algunos “casos aislados”, manzanas podridas por las cuales no habría que hacer tanto escándalo. En fin, esas cosas pasan hasta en las mejores familias, mi hija…

UN LEGIONARIO PIDE PERDÓN

P. Juan María Sabadell

P. Juan María Sabadell

El 10 de diciembre de este año, el portal Religión Digital publicó una carta escrita por el P. Juan María Sabadell, miembro español de los Legionarios de Cristo y uno de los sacerdotes elegidos para participar en el Capítulo Extraordinario de la congregación, que se realizará en Roma a partir del 8 de enero de 2014 (ver http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2013/12/10/padre-juan-sabadell-lc-pido-perdon-a-las-victimas-de-abusos-fisicos-y-morales-de-nuestra-historia-iglesia-religion-papa.shtml). Esta carta es importante porque constituye hasta ahora el único escrito conocido proveniente de un legionario donde se pide perdón a las víctimas del P. Maciel, describiendo con detalle las conductas y actitudes reprobables que no sólo tuvo el autor de la epístola, sino también un considerable número de miembros de la Legión hacia las víctimas de abusos sexuales, algunas de las cuales, motivadas por un deseo de justicia, tuvieron el valor de hacer las denuncias correspondientes. Contrasta la honestidad y franqueza de este escrito con otros que provienen de otros miembros de  la Legión de Cristo, donde se evita entrar en estos detalles. Como en la reciente carta del P. Sylvester Heereman, vicario general de los Legionarios de Cristo (ver http://legrc.org/regnum_db/archivosWord_db/05122013esp.pdf), en la cual, si bien agradece de manera general «a quienes han roto el silencio que suele rodear estos casos, por la vergüenza y el sufrimiento que los acompañan», no les pide perdón por acciones específicas que de parte de la Legión se hicieron en perjuicio de ellos —incluyendo una campaña de descrédito y difamación—, sino que se limita a expresar la escueta frase: «Lamentamos profundamente cualquier dolor que les hayamos causado». Y precisamente esa reticencia del P. Heereman a entrar en detalle la subsana el P. Sabadell con su hermosa y sentida carta, que ahora reproduzco en honor a la verdad. Y como un ejemplo a seguir.

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Texto íntegro de la carta del P. Juan María Sabadell

Queridos cofundadores, familia, amigos y hermanos en el Señor:

Es con estas palabras que hoy completo un deseo que lleva años en mi corazón: cumplir mi propia “purificación de la memoria” pidiendo perdón a las víctimas de abusos (físicos y morales) de nuestra historia de fundación.

Pido perdón tanto a las víctimas conocidas y públicas como a aquellas que siguen bregando desde el dolor de su anonimato.

Muy especialmente quiero agradecer a aquellos valientes cofundadores que durante décadas insistieron para que se conociera la verdad y perseverando hasta el final nos alcanzaron la justicia.

Mis sentidas gracias y mis palabras van primero dirigidas a nuestros hermanos José Domínguez, Juan José Vaca, Félix Alarcón, José Barba, José Antonio y Fernando Pérez Olvera, Saúl Barrales, Arturo Jurado y Alejandro Espinosa; además del Padre Amenábar que en paz descanse. Fue su “hambre y sed de justicia” que ahora en nuestro futuro “tiene que verse saciada”, la misma que hoy me impulsa a escribir esta pobre disculpa personal.

En lo que se refiere al historial de abusos en la congregación, pienso en el buen servicio que prestaré a la Legión y al Regnum Christi si antes del Capítulo General llego purificado, sereno, habiendo asimilado y encajado sin fisuras esta página dramática y dolorosa del álbum de familia.

Por ello, como un hermano más que ha amado profundamente a la Legión y el Movimiento desde su adolescencia, he sentido la necesidad de hacer mi pequeño gesto público que es de justicia y de responsabilidad, antes de iniciar el Capítulo General en Roma, abrazando personalmente, y no sin vergüenza, esta cruz misteriosa que el Señor ha depositado sobre nuestros hombros para el resto de nuestras vidas.

Aunque ha habido ya comunicados oficiales de reparación y sigue en abierta la “comisión de acercamiento” para salir al paso de las víctimas y buscando la reconciliación, creo que el Señor me pide a mí personalmente hacer un “mea culpa” confesando mis pecados y errores en esta historia común.

Me mueve a ello no sólo y primariamente el deber de justicia para con las víctimas mismas; sino además un acto de conciliación con mis hermanos, especialmente los más jóvenes; a la vez que un reconocimiento para con mi familia y mis amigos que durante tantos años han acompañado con paciencia, silencio y comprensión este lastre en mi vocación. Y digo un “deber” que creo debo explícita y públicamente hacer pues el escándalo así lo requiere, donde a la “compunción interior” le acompañe una proporcional y sincera “reparación exterior”.

Es por ello que pido a las víctimas de abusos físicos o morales de nuestra fundación hasta el día de hoy:

  • que me perdonen el no haberles creído cuando informaban de abusos y errores, dando sólo crédito a la versión del fundador y los criterios y modos de la Legión;
  • que me perdonen por cuantas veces, en conversaciones y explicaciones a terceros, sin conocimiento de causa les describí como “resentidos” o “calumniadores” y con ello añadía injuria y difamación a la herida todavía abierta;
  • que me perdonen por la lentitud con que acepté hacer autocrítica, y abrir mi corazón y mente para encarar la verdad de los hechos, pues con ese retraso culpable se prolongaba su dolor y seguía haciéndose esperar la justicia;
  • que me perdonen también los titubeos, contradicciones o medias tintas con que gradualmente fui dando credibilidad a sus testimonios de abusos en los medios y en los blogs, y mi tardanza en avenirme a aceptar sus legítimas reclamaciones;
  • que me perdonen, cuando torpe o ciego de prudencia humana, preferí defender la propia reputación de la familia legionaria por encima de la de mis hermanos mayores, que con sus vidas y sacrificios habían preparado el camino para mi sacerdocio en la Legión;
  • que me perdonen por sumarme al “silencio institucional” que aun cuando bien intencionado, no hacía sino retrasar la necesaria conversión, “purificación de la memoria” y reparación concreta a la que desde hace un lustro nos llama el Señor por medio de Benedicto XVI y el Papa Francisco;
  • que me perdonen por mi falta de compasión y todo aquello en lo que yo personalmente haya contribuido con mis obras, palabras u omisiones al escándalo y males de esta situación.

Son todos pecados de los que tengo y quiero acusarme, personal y públicamente. En primer lugar ante Dios, y en esta ocasión especialmente ante mis hermanos heridos quiénes se merecen lo mejor de mí, con respeto y mi deferencia; pues aunque sea tarde, me toca ahora, en lo posible, acortar su sufrimiento.

Creo que como muchos otros Legionarios, este gesto sencillo pero evangélico, busca reconciliarme con aquellos a quienes he defraudado antes de depositar mi ofrenda ante el altar de Dios en el Capítulo General. Ruego, y así lo espero, aun en su sencillez, esto nos permitirá leer juntos las páginas tristes de nuestra historia, y reconocer como hermanos nuestra ceguera, y acogiéndonos a esta “segunda oportunidad” que se nos brinda con el perdón, hagamos de éste, bálsamo de gracia en medio de la humillación amarga y ya demasiado larga para todos.

No me inquieta la reacción pública por las revelaciones duras y graves de nuestra fundación, ni las más recientes ni las de antaño, pues Dios mismo conoce el porqué misterioso de nuestro caso y Él llevará a término en todos, víctimas y no víctimas “su obra buena”.

No quiero tampoco reducirme a un gesto escrito, por más honesto y sentido que sea. Me apresto pues hoy a iniciar una Pascua de expiación con adoración, Eucaristías y ayunos para que sirvan de ofrenda agradable al Señor y así concretar mi reparación.

Y a vosotros familia y amigos, os pido que en la medida de vuestras posibilidades, os unáis a esta cincuentena de expiación con oración y comunión espiritual hasta el próximo 30 de Enero. El Señor bendiga con su gracia mi petición de perdón y este esfuerzo de reconciliación en el que impetramos juntos su misericordia divina y con el que pido luz y fuerza para en el futuro ser mejor testigo de la alegría del Evangelio.

Os pido disculpas de antemano por cualquier omisión, frase o tono que pueda herir o parecer desproporcionado. He preferido dejar correr mis reflexiones fiado del Espíritu Santo que creo inspira los buenos deseos de esta comunicación y me pongo a vuestra disposición para hacer o mejorar lo que aún me hiciera falta.

Concluyo con una oración (Salmo 85, 10-14) que trenza las gracias que imploro para todos en este Adviento y Navidad; que son promesa de Salvación y sanación personal que sólo el Señor nos puede dar.

“Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la Gloria morará en nuestra tierra.
11 Amor y Verdad se han dado cita, la Justicia y la Paz se abrazan;
12 la Verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la Justicia.
13 El mismo Yahveh dará la dicha, y nuestra tierra dará su cosecha;
14 La Justicia marchará delante de él, y con sus pasos trazará un camino”.

Vuestro amigo y hermano en el Señor Misericordioso,

P. Juan Sabadell LC