NAVIDAD Y LA MEMORIA DE LOS MUERTOS

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Entierro de una de las víctimas de las protestas del 15 de diciembre en Ayacucho (Fuente: The New York Times)

Hoy, 24 de diciembre, vísperas de la Navidad, muchos de nosotros participaremos de nuestros acostumbrados y tradicionales rituales de Nochebuena para recibir una festividad prometedora de alegría, esperanza y encuentro en nuestros entornos familiares, pero en esta ocasión algunas familias se verán enlutadas por la trágica muerte de 28 peruanos durante el reciente estallido social. Porque es en las festividades navideñas donde el recuerdo de los seres queridos aflora en carne viva y su ausencia se hace sentir de manera sensible, a la luz de las velas y de las luces de colores, mientras suenan las melodías nostálgicas de los villancicos tradicionales. Y para quienes ya hemos recorrido más de la mitad del camino de nuestras vidas, esos recuerdos resucitan continuamente y sentimos la presencia imperturbable de los muertos que dejaron huella en nuestros espíritus.

Atrás quedaron esas mágicas Navidades que recuerdo en la casa de mi abuela Mina en medio del Olivar de San Isidro, donde nos reuníamos 21 nietos junto con nuestros padres, tíos y tías, y conocidos y amigos de la familia. La antigua casona, construida en los años 20 del siglo pasado, ya no existe y los miembros de la generación de los mayores ya han fallecido casi todos. Pero sus fantasmas, con todas sus bondades e imperfecciones, me siguen acompañando en el recuerdo cada vez que llega la Nochebuena.

Y desde hace varios años, desde que trabajo en el acompañamiento de ancianos, se han sumado a la remembranza de los familiares que ya no están entre nosotros muchas historias personales de seres humanos que están en el otoño de sus recorridos biográficos o que ya han partido tras terminar este azaroso viaje al que llamamos vida, historias que ha ido atesorando mi espíritu por más dolorosas que puedan ser, historias de ancianos sin perspectiva de futuro hacia adelante pero con mucha riqueza y experiencia personal hacia atrás, historias que permanecerán anónimas bajo tumbas cuyas inscripciones serán borradas por la niebla del olvido pero que, a pesar de todo, merecen ser contadas.

Como, por ejemplo, la de aquella señora tuerta que conocía algunas canciones populares alemanas, no porque las hubiera aprendido en su infancia en la escuela, sino porque las cantaban los soldados alemanes que habían ocupado su tierra natal, Ucrania, durante la Segunda Guerra Mundial, y que la convirtieron ya de niña en una refugiada que tuvo que crecer y hacer su vida (matrimonio, hijas, trabajo) en Alemania, la patria de los invasores. Ya de avanzada edad, sólo deseaba morirse pronto, pero se reía cuando yo le decía que si se quería morir, debía avisarme para acompañarla cuando eso sucediera. Quiso el destino que yo no pudiera estar a su lado en ese momento por estar en cuarentena. Murió durante la pandemia, pero no por causa del virus, sino botando mierda por la boca debido a una obstrucción intestinal.

O el caso de la octogenaria que, siendo niña, tuvo que huir de un antiguo territorio alemán, ahora perteneciente a Polonia, ante el avance de los ejércitos rusos y que tuvo la desdicha de estar en Dresde cuando la ciudad fue bombardeada brutalmente por los Aliados entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, con un saldo de unos 25,000 muertos aproximadamente. Sólo Dios sabe las atrocidades de la que fue testigo, pues nunca quiso contar detalles de lo que había visto. La niña sobrevivió y se convirtió en la mujer que buscó sin éxito hacer una carrera docente en la República Democrática Alemana, de donde terminó huyendo con su marido a la República Federal de Alemania antes de la construcción del Muro de Berlín. En su nuevo hogar ambos sufrieron cierta discriminación por ser refugiados. No sólo discriminación social sino también religiosa, pues al ser ella cristiana evangélica y su esposo católico, su matrimonio —llamado entonces “mixto”— fue considerado una anormalidad que se debía tolerar pero nunca apoyar ni promover. Ante la indolencia de las autoridades religiosas, desde entonces esta señora rara vez ha asistido a algún servicio religioso, sea católico o evangélico. A su esposo se lo llevó primero mentalmente la demencia y físicamente después, la pandemia.

Otra historia, la de una pareja de edad avanzada que se mudó a una residencia de ancianos para pasar juntos los últimos años de su vida, es una muestra de que los futuros idílicos no existen. Un día ella tuvo que ser hospitalizada y partió de esta vida sin poder despedirse de él. Él tampoco pudo despedirse de ella después de su muerte, pues no le fue posible asistir a su entierro por hallarse en cuarentena debido al virus. Una semana después, recuperado de la enfermedad, salió a dar su acostumbrado paseo, pero nunca regresó. La policía encontraría su cadáver colgado de una soga en una construcción cercana.

Me hace recordar al nonagenario con demencia senil, cuya mujer falleció después de que ambos se mudaran a la residencia de ancianos. A pesar de que han pasados años desde que murió su esposa, cada cierto tiempo el viejito pregunta dónde está su mujer, y entra en crisis emocional cuando le dicen que falleció hace tiempo y que se ha olvidado del momento de su partida, del entierro al que asistió y de las cartas de condolencia que recibió. Todos estos pedazos de la memoria, papeles que ya comienzan a amarillear por el tiempo, están guardados en un cajón que hay que mostrarle para convencerlo de la realidad de un pasado reciente que ya no recuerda y que no ha dejado huellas indelebles en su memoria herida.

Recuerdo también a otro nonagenario al que se llevó la pandemia, sentado en un sofá con ceño adusto y cara de pocos amigos, de pocas palabras pero con respuestas rápidas y cortantes a pesar de su demencia, con el cual había que tener mucho cuidado, pues si una anciana con demencia se sentaba a su lado, aprovechaba cuando nadie lo veía para meter la mano donde no debía.

Otro anciano de apariencia descuidada pero con un carácter diferente al del anterior, siempre sonriente y con una vivacidad que contrastaba con su delgadez extrema, y que se sentía orgulloso de haber sobrevivido a la guerra gracias a una fuga aventurera en su adolescencia cuando, en los últimos días de la contienda, fue reclutado a la fuerza para luchar y entregar su vida por el Führer, también era muy rápido y avezado con las manos cuando algunas de las jóvenes enfermeras tenía que atenderlo debido a que era incapaz de asearse y hacer sus necesidades por sí mismo. A fin de calmarle la libido y mantenerlo tranquilo se le instaló un televisor en su cuarto para que viera videos pornográficos de corrido. El viejito estaba muy contento, pero andaba algo desatado.

Que más puedo contar sino del director de teatro al que le dio un ataque de apoplejía que terminó con su carrera en una silla de ruedas, desde la cual lanzaba gritos tratando de expresar el arte que ahora estaba prisionero de su alma. O de la señora con demencia y otros problemas mentales, que me dejó la huella de sus dientes en la espalda cuando yo traté de evitar que manoseara con sus manos mugrientas los pasteles de la tarde, que los viejitos debían saborear acompañados de una taza de café amargo. O la viejita octogenaria que siempre intentaba salir a la calle y escaparse a como diera lugar, pues tenía que cocinar para los hijos que iban a la escuela y alimentar a los animales en una casa que siempre iba a ser su hogar, aun cuando ya no le perteneciera y la última estación de su vida fuera a ser la residencia de ancianos, un lugar donde siempre se sentiría una extraña.

En esa labor de acompañar vidas que se acercan a su ocaso definitivo, he aprendido a no juzgar y a respetar la dignidad de quienes ya han vivido una vida entera, la cual debe ser tratada con dignidad y respeto hasta el último momento, sea lo que sea que hayan hecho. He aprendido que la vida hay que aceptarla como viene, no como quisiéramos que fuera.

Esto también vale para las vidas que se apagaron temprano, como las de nuestros compatriotas muertos durante las recientes protestas sociales. Son vidas truncas que no tenemos derecho a juzgar, que no merecen el terruqueo de que están siendo objeto por parte de fuerzas reaccionarias y antidemocráticas. Más bien deberíamos interesarnos en cómo vivieron esos hermanos nuestros, que situaciones experimentaron, cuáles son sus historias personales, para anudar lazos solidarios desde un corazón lleno de compasión que busca que haya justicia para todos.

(Columna publicada el 24 de diciembre de 2022 en Sudaca)

EL EXPERIMENTO PEDOFILIA

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Helmut Kentler (1928-2008)

En el año 2015 el Senado de Berlín, órgano ejecutivo de esa ciudad-estado alemana, le encargó a la politóloga Teresa Nentwig del Instituto de Investigación de la Democracia (Institut für Demokratieforschung) de la Universidad de Gotinga (Baja Sajonia) un estudio sobre un experimento que había realizado el psicólogo y sexólogo Helmut Kentler (1928-2008), con autorización del mismo Senado, a fines de los años 60. La materia del experimento sobrepasa los límites de la credibilidad, pues consistía en confiar menores de edad problemáticos a tutores con claras tendencias pedófilas.

¿Quién fue el cerebro que ideó este ensayo propio de una historia de perversión?

Helmut Kentler fue un renombrado experto en sexualidad infantil y juvenil en la República Federal de Alemania, que alcanzó fama en los círculos especializados gracias a su labor como perito judicial. De 1979 a 1982 fue presidente de la Sociedad Alemana de Investigación Sexual Científico-Social (Deutsche Gesellschaft für Sozialwissenschaftliche Sexualforschung) y después participó del consejo consultivo de la Unión Humanista (Humanistische Union).

Fue defensor de la educación “emancipatoria” de jóvenes y cuenta como uno de los representantes de la liberación sexual de los años 60 y 70. En cierto sentido, fue un hijo de su tiempo, en una década como la de los 60, en que se cuestionaron las concepciones morales vigentes hasta entonces y se plantearon utopías de una sociedad libre de ataduras y cadenas. Y en esas euforia de liberación se llegó a concebir lo que antes resultaba inconcebible: que las personas pedófilas tenían derecho a vivir su sexualidad con niños y jóvenes.

Heredero de esa mentalidad fue en sus inicios el Partido Verde —actualmente uno de los partidos que forma la coalición de gobierno en Alemania—, cuya representación en el Estado de Renania-Westfalia del Norte abogaba por la legalización del sexo entre adultos y niños, siempre y cuando se tratara de un acto de común acuerdo.

Y está el caso de la Escuela de Odenwald en el Estado de Hesse, un internado que fue cerrado definitivamente en el año 2015, considerado durante mucho tiempo un modelo de lo que era la pedagogía experimental centrada en la libertad. Los educadores les permitían a los menores el consumo de bebidas alcohólicas y mantenían una gran cercanía física con sus alumnos, viviendo juntos en grupos denominados “familias”. Las caricias en la ducha, el sexo oral practicado a alumnos para despertarlos, los tocamientos en la noche, el abandono y la decadencia moral en que se hundieron los menores implicaron sobre todo a cuatro abusadores principales, entre ellos el director Gerold Becker, quien dirigió la escuela de 1972 a 1985. Unos 900 menores de edad fueron víctimas de abuso sexual en la institución educativa entre 1966 y 1989.

En ese contexto social de liberación sexual, Helmut Kentler desarrolló teorías que actualmente resultan aberrantes ante el conocimiento que hoy tenemos de las consecuencias del abuso sexual en menores. Según Kentler, no bastaba con que los padres no pusieran obstáculos a los deseos sexuales de sus hijos, sino que debían introducirlos en la sexualidad, porque si no, corrían el riesgo de que sus vástagos quedaran subdesarrollados sexualmente y se convirtieran en minusválidos sexuales. A los padres les debía quedar claro que una relación de confianza entre hijos y padres no podía mantenerse si a los hijos se les negaba la satisfacción de necesidades tan perentorias e impostergables como las sexuales. Experiencias tempranas de coito tenían sentido, pues los jóvenes con experiencia coital reivindicaban un mundo adolescente independiente y rechazaban con mayor frecuencia las normas de los adultos.

Kentler partía del reconocimiento de que los niños pueden tener necesidades sexuales antes de la pubertad. Los niños satisfechos sexualmente que mantienen con sus padres una buena relación de confianza incluso en cuestiones sexuales estarían mejor protegidos de la seducción sexual y de agresiones sexuales. Kentler no veía ningún problema en las relaciones sexuales en plano de igualdad entre adultos y niños. Si el entorno no discriminaba esas relaciones, entonces se podía esperar consecuencia positivas en el desarrollo de la personalidad, y tanto más si el mayor se sentía responsable del menor.

Y Kentler tuvo la oportunidad de poner en práctica su teoría.

En el estudio de la Universidad de Gotinga, presentado el 2 de diciembre de 2016, se establece que en los años 1969/70 Helmut Kentler, entonces jefe de departamento del Centro Pedagógico, recibió la autorización para un experimento. Por lo menos tres menores en estado de abandono de edades entre 13 y 17 años fueron confiados a pedófilos para que tuvieran una «educación llena de amor». Según la politóloga Teresa Nentwig, «se quería averiguar como se desarrollarían estos jóvenes, lo que sería de ellos en ese entorno».

Quedan muchas preguntas abiertas, como, por ejemplo, saber cuántos menores fueron afectados. El acceso a las actas de los “tutores” en los archivos estatales les fue negado a los investigadores, aduciendo “protección de derechos personales”.

La Senadora de Juventud de Berlín, Sandra Scheeres, declaró en esa ocasión:

«Lo que me parece totalmente aterrador es la argumentación que entonces esgrimió Kentler, a saber, que los jóvenes recibían un hogar y los tutores precisamente sexo, y que ambas partes se beneficiarían con eso. Y queda bien claro que aquí se llevó a cabo un delito bajo responsabilidad del Estado».

Esta práctica, iniciada por Kentler, sería continuada ocasionalmente por las oficinas de juventud de Berlín. A un pedófilo identificado con el seudónimo de Fritz H. le confiaron niños hasta el año 2001 por lo menos. Marco y Sven fueron dos de sus víctimas. «Fuimos criados por este hombre, sencillamente para cumplir sus deseos, para estar ahí cuando estos deseos debían ser cumplidos». Marco y Sven nunca conocieron a padres amorosos que les prestaran apoyo. «Castigos corporales. En los cuales lo golpeaba a uno. La divisa era: le pega al diablo en nosotros. No a nosotros, sino al diablo. Y ahí está el abuso sexual, que comenzó a los seis años». La fiscalía confirmó que Marco fue abusado sexualmente entre 1989 y 1996. «Nuestro tutor no mostraba interés por los mayores, sólo por los pequeños», dice Marco en un reporte de Deutschlandfunk del 25 de mayo de 2019. «En algún momento desconectas. Hasta el decimotercero o decimocuarto año de vida. Cuando no se conoce otra cosa y se es encapsulado. No se iba uno nunca de vacaciones, ni siquiera al parque de juegos. Se descuidaba la escuela». Marco estaba incapacitado para la vida laboral y padecía síndrome de estrés postraumático, unido a trastornos obsesivo-compulsivos y graves dificultades para adaptarse a la vida social. Sven juntaba botellas y vivía del subsidio social que otorga el Estado a los necesitados. Describía su vida como «miserable, sencillamente miserable». El nefasto legado de Kentler seguía vivo.

En enero de 2018 la Universidad Leibniz de Hannover dio a conocer que había autorizado investigaciones sobre Kentler, quien también fue docente en ese centro universitario.

El 15 de junio de 2020 se presentó en Berlín un informe sobre el actuar de Helmut Kentler en la asistencia a niños y jóvenes en Berlín, elaborado por estudiosos de la Universidad de Hildesheim (Baja Sajonia). La investigación concluyó que se podía presumir que Kentler era consciente de las consecuencias penales de su así llamado “experimento”, dado que por una parte lo da a conocer públicamente después del período de prescripción de los presuntos delitos y, por otra parte, elimina los indicios que había dejado en diversos documentos. Efectivamente, recién en 1988, a través de un dictamen escrito, Kentler hace público su experimento, del cual nunca se arrepintió. En 1999 escribió lo siguiente respecto a 35 casos de abusos sexual de menores en los cuales había fungido de perito judicial: «En la gran mayoría he tenido la experiencia de que las relaciones pederastas tienen efectos muy positivos en el desarrollo de la personalidad de un muchacho, sobre todo cuando el pederasta es un verdadero mentor del joven».

El 27 de abril de 2021, mediante un comunicado de prensa, el Senado de Berlín confirmaba lo que la senadora Sandra Scheeres había dicho anteriormente: que, pesar de la prescripción de los delitos, el estado de Berlín iba a conceder una ayuda financiera a las dos víctimas conocidas del experimento de Kentler.

La Conferencia de Juventud y Familia (Jugend- und Familienministerkonferenz) decidió en su sesión del 6 de mayo de 2021 que el actuar de Kentler debía ser investigado a nivel federal en toda Alemania. En ese sentido, la senadora Sandra Scheeres encargó un nuevo estudio a la Universidad de Hildesheim, con el fin de investigar una presunta red en toda Alemania que haya estado relacionada con el experimento de Kentler.

En la película “Spotlight” (Tom McCarthy, 2015) un abogado le dice a un periodista: «Si se necesita un pueblo entero para criar un niño, también se necesita un pueblo entero para abusar de él». Y eso es precisamente lo que ocurrió en Alemania con el experimento pedofilia de Helmut Kentler.

(Columna publicada el 10 de diciembre de 2022 en Sudaca)

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FUENTES

Wikipedia (en alemán)
Helmut Kentler
https://de.wikipedia.org/wiki/Helmut_Kentler

B.Z. Berlin
Berliner Senat vermittelte Jugendliche an verurteilte Pädophile (2.12.2016)
https://www.bz-berlin.de/archiv-artikel/berliner-senat-vermittelte-jugendliche-an-verurteilte-paedophile

Deutschlandfunk
Kinder bei pädophilen Pflegevätern (28.05.2019)
https://www.deutschlandfunk.de/verbrechen-in-staatlicher-verantwortung-kinder-bei-100.html

Deutsche Welle
Studie: Kindesmissbrauch unter den Augen der Behörden (15.06.2020)
https://www.dw.com/de/studie-kindesmissbrauch-unter-den-augen-der-behörden/a-53814540
Missbrauchs-Fall Kentler: Das dunkle Erbe der sexuellen Befreiung (16.06.2020)
https://www.dw.com/de/missbrauchs-fall-kentler-das-dunkle-erbe-der-sexuellen-befreiung/a-53829027