EL HONOR MANCILLADO DE UN CURA CATÓLICO

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P. Wolfgang Rothe (1967- )

El P. Wolfgang Rothe, vicario parroquial en la zona de Múnich conocida como Perlach, además de tener un doctorado en teología y otro en derecho canónico, es un especialista en whisky, habiendo vertido sus conocimientos al respecto en ponencias y artículos en revistas especializadas, así como en programas de radio y televisión. No sólo le gusta degustar, con moderación por cierto, esta bebida espirituosa sino que también sabe relacionarla con temas culturales y espirituales. Además de haber publicado algunos libros sobre el tema, entre ellos Agua de la vida: Introducción a la espiritualidad del whisky (Wasser des Lebens: Einführung in die Spiritualität des Whiskys, Editions Sankt Ottilien, Sankt Ottilien 2018), también ha organizado peregrinaciones a Escocia, donde los participantes pueden visitar lugares importantes para la cultura del whisky y para la tradición espiritual cristiana.

En septiembre saldrá a la venta un nuevo libro del llamado “vicario del whisky”, que esta vez poco tiene que ver con el licor escocés, sino más bien con otro tema candente de actualidad: el abuso sexual en la Iglesia católica. El título: Iglesia abusada: Un ajuste de cuentas con la moral sexual católica y sus defensores (Missbrauchte Kirche: Eine Abrechnung mit der katholischen Sexualmoral und ihren Verfechtern, Droemer, München 2021). Puede parecer extraño que un clérigo católico publique un libro crítico sobre la Iglesia en relación a los abusos. Pero en este caso existe una razón de peso. El mismo P. Rothe fue víctima de abuso ya siendo sacerdote, y como ocurre con la mayoría de las víctimas, mantuvo silencio al respecto durante más de una década.

Resulta que en febrero de 2019 estaba viendo un programa de televisión donde Doris Reisinger (Wagner de soltera), una ex monja de la comunidad religiosa austriaca “Das Werk” (“La Obra”) quien había sido sometida sexualmente por un un sacerdote, mantenía un diálogo con el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. Reisinger le decía al cardenal que durante años nadie le había creído cuando había relatado los abusos espirituales y sexuales que había sufrido en la comunidad. Le pregunta a Schönborn si él le cree. «Yo sí le creo», fue la respuesta del prelado. Cuando el P. Rothe escuchó eso, algo hizo clic en su interior. A él le había ocurrido algo semejante. El obispo emérito de la localidad austriaca de St. Pölten, Klaus Küng, había abusado sexualmente de él en el año 2004. Y durante unos 15 años había reprimido el recuerdo de esa experiencia, porque nadie le hubiera creído. Había llegado el momento de hablar, de modo que redactó una carta de diez páginas detallando todo lo que le había sucedido entonces y se la envío al cardenal Schönborn.

En 2004 ya había estallado el escándalo del seminario diocesano de St. Pölten, del cual el P. Rothe era vicerrector. En el año 2003 la policía había encontrado en los discos duros de las computadoras unas 40 mil imágenes de contenido sexual comprometedor, que incluían pornografía infantil, zoofilia e incluso fotos de seminaristas en situaciones comprometedoras. Incluso se difundió una imagen del mismo P. Rothe, en el cual parecía estar dándole un beso en la boca a un seminarista, lo cual el clérigo ha negado, indicando que no hubo nada de eso y que se trata de un malentendido debido al ángulo desde el cual fue tomada la foto. Sin duda alguna, esta interpretación es posible. A esto se suman las prácticas homosexuales, fiestas gay y romances entre seminaristas, algunos de los cuales también habrían acosado a niños en las parroquias circundantes. El obispo Kurt Krenn, miembro del Opus Dei, se vio obligado a renunciar y el cierre del seminario era inminente.

El sucesor de Krenn, el obispo Klaus Küng —quien fue primero nombrado visitador apostólico de la diócesis—, cita el 6 de diciembre de 2004 al P. Rothe a la residencia episcopal para anunciarle que quedaba relevado de todos sus cargos y que debía tomarse un tiempo de descanso. El sacerdote, descompuesto por la situación y temiendo por su reputación, sufre un desvanecimiento. El obispo, que había estudiado medicina para no tenía licencia para ejercer, le da una pastilla tranquilizante. Más tarde, de regreso en su habitación, el P. Rothe se toma una copa grande de vino tinto, sale al balcón de su departamento ubicado en la planta alta y cae desde lo alto. Afortunadamente, sólo se rompe una mano. Pero el análisis de sangre que le hacen en la clínica revela un dato inquietante: le había sido suministrado benzodiazepina, un psicofármaco.

¿Qué es lo que había sucedido como para que decidiera beber una buena cantidad de vino después de la visita al obispo? Había sido para vencer su asco y repugnancia ante hechos que durante 15 años se resistió a denunciar. El obispo Küng, sentado junto a él en el sofá, lo había acariciado, no en los genitales pero si en partes del cuerpo donde nadie desearía que lo toquen contra su voluntad. A pesar de estar sedado, el P. Rothe logró sustraerse al manoseo episcopal, pero era tal la vergüenza que le había sobrevenido, que calló el incidente. Y mantuvo ese silencio durante más de una década, hasta el momento en que decidió enviar la carta con su testimonio al cardenal Schönborn, quien meses después la remitiría a Roma para iniciar un proceso canónico.

Antes de que eso ocurriera, el P. Rothe ya había presentado una denuncia ante las autoridades civiles. En abril fue interrogado por la Policía Criminal de Múnich, posteriormente por la policía austriaca. Penalmente no se logró esclarecer la imputación contra el obispo Küng, dado que no había pruebas ni testigos de lo que había ocurrido en la residencia episcopal sino solamente palabra contra palabra, y en mayo de 2019 la fiscalía de St. Pölten archivó el proceso por prescripción del delito.

El 14 de septiembre de 2020 la diócesis de St. Pölten, ahora a cargo del obispo Alois Schwarz, emite un comunicado de prensa informando que el sacerdote Wolfgang Rothe había acusado al obispo emérito Klaus Küng de abuso sexual. El Vaticano había archivado el proceso, concluyendo que la acusación era infundada. «Para el obispo Küng, quien siempre rechazó los cargos de la manera más enérgica, con esta decisión de Roma el caso queda resuelto», concluye el comunicado.

Lo que no dice el texto es que en abril de 2020 el obispo Schwarz ya le había informado por carta al P. Rothe sobre la decisión vaticana, amonestándolo canónicamente con la advertencia de no mantener o difundir sus acusaciones en el ámbito público, bajo pena de ulteriores sanciones. Se debe tener en cuenta que este tipo de amonestación suele ser el paso previo a una suspensión.

El incidente sexual no fue el único de que fue víctima el P. Rothe después del accidente del balcón. Él mismo cuenta que se le aisló durante meses en un convento . Por indicación del obispo Küng, se le ordenó someterse a un test psiquiátrico-psicológico para determinar si era maricón, el cual ha sido considerado como “inequívocamente discriminatorio” y “atroz” por el psiquiatra forense Norbert Leygraf, consultado por el “Süddeutsche Zeitung”, uno de los diarios más importantes de Alemania. El obispo habría intentado de esta manera tener argumentos para cuestionar su idoneidad para el trabajo pastoral, especialmente con niños y jóvenes. Además, lo habría presionado a fin de que renuncie al sacerdocio e incluso habría buscado que se le reduzca al estado laical. La caída del balcón habría sido interpretada como un intento de suicidio, lo cual lo habría hecho no apto para seguir ejerciendo el sacerdocio, considerando que el derecho canónico establece que un intento de suicidio incapacita al candidato para recibir las órdenes sacerdotales. El obispo Küng también fracasaría en sus intentos de que el P. Rothe fuera trasladado a Rumanía.

Tras la archivación del proceso canónico y la amonestación recibida, el P. Rothe se sentía en un callejón sin salida. En julio de 2020 el periodista Bernd Kastner del “Süddeutsche Zeitung” toma contacto con él, tras conocerse el caso a través de medios periodísticos austriacos, sin ninguna participación del P. Rothe. Esta vez se le pudo convencer de que era conveniente que contara él mismo su historia a la prensa, y no de manera anónima como quería en un principio, sino con nombres y apellidos. Los dos artículos sobre su caso serían publicados en enero de 2021 en el “Süddeutsche Zeitung”.

El P. Rothe cree que ésta ha sido la decisión correcta. Ninguna autoridad eclesiástica se ha manifestado, ya sea para decirle que creen en su palabra, ya sea para sancionarlo. Romper el código del silencio ha sido para él la única manera de protegerse de los abusos de autoridad. «Hay situaciones en la vida en la que hay poner todo sobre el platillo de la balanza». Y esto es lo que ha hecho al publicar un libro donde no sólo relata su caso sino cuestiona una moral sexual que genera las condiciones para que los abusos se repitan una y otra vez en la Iglesia católica.

(Columna publicada en Sudaca el 28 de agosto de 2021)

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FUENTES

Süddeutsche Zeitung
Aussage gegen Aussage
https://www.sueddeutsche.de/muenchen/in-st-poelten-aussage-gegen-aussage-1.5162628

katholisch.de
Nach Missbrauchsvorwurf gegen Bischof: “Einen Plan B gibt es nicht”
https://www.katholisch.de/artikel/28232-nach-missbrauchsvorwurf-gegen-bischof-einen-plan-b-gibt-es-nicht

Wikipedia (en alemán)
Wolfgang F. Rothe
https://de.wikipedia.org/wiki/Wolfgang_F._Rothe

EL PRINCIPIO DEL PAPISMO

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Pío IX (1792-1878)

El papismo, ese veneración cuasi fanática que se le rinde al Supremo Pontífice de la Iglesia católica, no fue un síndrome tan difundido en épocas anteriores a la segunda mitad del siglo XIX. La doctrina católica que sostiene que «el Romano Pontífice, cabeza del colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral» (Catecismo de la Iglesia Católica, 891) suponía en épocas pasadas que el Papa no podía declarar ningún enunciado de fe como definitivo si no tenía la certeza absoluta de que toda la Iglesia había siempre creído en el contenido de ese enunciado. Y para enterarse de eso mismo, debía consultar a obispos y teólogos reconocidos a fin de saber qué es lo que se había transmitido en la Tradición milenaria de la Iglesia y aún seguía creyendo el Pueblo de Dios. Hasta que llegó Pío IX, Pontífice de 1846 hasta su muerte en 1878, quien decidió reinventar la Tradición a su manera.

El alemán Hubert Wolf, historiador de la Iglesia y catedrático de esta materia en la Universidad de Münster, inicia su mágnifico libro El Infalible: Pío IX y la invención del catolicismo en el siglo XIX (Der Unfehlbare: Pius IX. und die Erfindung des Katholizismus im 19. Jahrhundert, C.H. Beck, München 2020) con la siguiente anécdota.

En la tarde del 18 de junio de 1870 ocurrió una escena memorable en el Palacio Apostólico del Vaticano. El cardenal Filippo Maria Guidi fue citado a una audiencia privada con el Papa Pío IX, porque pocas horas antes en el aula de la Basílica de San Pedro durante los debates sobre el planeado dogma de la infalibilidad en el Concilio Vaticano I se había atrevido a señalar que, por razones de principio, el Papa no podía definir por sí solo enunciados de fe. La santa Tradición de la Iglesia exigía más bien una estricta adhesión del Pontífice al testimonio de la Iglesia entera. Por eso el Papa debía, antes de proclamar un dogma, recurrir al consejo de los obispos, «para que se enterara a través de ellos cuál era el sentido de la fe de la Iglesia entera» y si la verdad en cuestión había sido «creída siempre, en todas partes y por todos».

Pío IX estaba completamente fuera de sí por estos comentarios del cardenal dominico, a quien había considerado hasta ahora como un fiel y leal seguidor. Estaba hecho una furia. Guidi, quien conocía bien el temperamento colérico de Pío IX, estaba preparado para un “inminente temporal” cuando a las cinco de la tarde partió de su domicilio en el convento dominico de Santa Maria sopra Minerva hacia el Vaticano en la otra ribera del Tíber.

«Nunca hubiera creído», le espetó el Papa al cardenal al inicio de la audiencia inmediatamente después del ósculo de precepto en el pie, «que Su Eminencia sostuviera un discurso para beneplácito de la oposición. ¿Quién le ha enseñado a usted, que ha sido elevado por mí al cardenalato y de esta manera ha sido sacado de la nada, a hablar de la infalibilidad papal de la manera en que lo ha hecho? ¿Así que, según su opinión, el Papa depende de los obispos cuando quiere formular un dogma?» A esto replicó el cardenal Guidi: «Santo Padre, yo estoy dispuesto a defender lo que he dicho, pues no he dicho nada que no concuerde con la doctrina de Santo Tomás y de Belarmino».

La referencia a Tomás de Aquino era entonces un argumento irrefutable, considerando que los enunciados del gran teólogo de la Edad Media valían precisamente a los ojos de la teología neoescolástica promovida por Pío IX como doctrina verdadera e incuestionable de la misma Iglesia católica. Eso quería decir que quien seguía a Santo Tomás, también era católico. Quien contradecía a Santo Tomás, ya no era católico.

Palabra contra palabra. «No, eso no es cierto», respondió acalorado Pío IX. «Usted ha dicho, y yo lo sé, que el Papa está obligado a consultar las tradiciones de la Iglesia para los decretos infalibles. Pues bien, eso es un error». El cardenal Guidi: «Es cierto que lo he dicho, pero no es ningún error». A esto respondió el Papa alterado: «Claro que es un error, ¡¡pues yo, yo soy la Tradición, yo, yo soy la Iglesia!! » («Io, io sono la tradizione, io, io sono la Chiesa!!»)

El cardenal Guidi se sintió no sólo ofendido e injustamente reprendido por Pío IX, sino también teológicamente tildado de hereje y de enemigo de la Iglesia y del Papa. Respecto a su intervención en el aula conciliar, se había remitido exclusivamente a la Tradición de la Iglesia y particularmente a las autoridades ortodoxas católicas. Más ortodoxia que invocar como testigos principales a Santo Tomás de Aquino y al notable teólogo jesuita Roberto Belarmino era de hecho prácticamente imposible. Pero esto le era totalmente indiferente al Papa. Si la Tradición de la Iglesia y sus grandes maestros estaban en contra de sus opiniones, eran simplemente ignorados. El Papa se ponía más bien él mismo en lugar de la Tradición, incluso de la Iglesia. En consonancia, sermoneó con aspereza a Guidi: «Usted es mi creatura, sin mí sería usted aún el oscuro monje que ha sido, yo le he colmado de gracias y favores, y ahora usted se pasa al campo de mis enemigos y de los enemigos de la Iglesia y se convierte en hereje. Usted ha pronunciado un discurso que merece que sus hermanos del Santo Oficio lo condenen al fuego».

Luego que el cardenal dominico hubo abandonado la sala de audiencias, Pío IX hizo llamar de inmediato a su médico de cabecera. Se había agitado de tal manera, que temía sufrir un síncope. «Este fraile ha hecho que se me suba la bilis», exclamó. El doctor le midió el pulso al Papa y le prescribió un laxante para tranquilizarlo.

Lo cierto es que finalmente se proclamó el dogma de la infalibilidad pontificia en el Concilio Vaticano I, lo cual no convirtió al irascible pontífice de turno en infalible —ni tampoco a sus sucesores—, pero devino en una herramienta para cimentar aún más el clericalismo y mantener sumisas a las ovejas del rebaño católico, sin considerar que una estupidez la puede decir cualquiera. Y el Romano Pontífice no es la excepción.

Sin embargo, el proceder disparatado y delirante de Pío IX nos ha dejado una frase para la historia proveniente de la pluma de Lord Acton (1834-1902), un político inglés católico que se opuso activamente a que se proclamara el dogma de la infalibilidad pontificia. En 1887, años después de la muerte del infalible pero no inmortal Pío IX, le escribió una carta al obispo anglicano Mandell Creighton, donde decía lo siguiente:

«…yo no puedo aceptar que tengamos que juzgar al Papa y al Rey de manera diferente a otros hombres, con una presunción favorable de que no hicieron nada incorrecto. Si hay alguna presunción contra los detentadores del poder es la contraria, incrementándose a medida que el poder se incrementa. […] El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente».

LAS CANCIONES RELIGIOSAS DE UN CURA PEDERASTA

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P. Cesáreo Gabaráin (1936-1991)

«Tenía carisma, era simpático, tocaba la flauta con la nariz, como un flautista de Hamelin, que atraía a los chavales. Te dejaba fumar en el despacho, con 13 ó 14 años, cuando ibas a verle». Así recuerda Eduardo Mendoza al P. Cesáreo Gabaráin cuando éste era capellán del Colegio de Chamberí de los Maristas en Madrid (España) en los años 70. Gabaráin era entonces un cura moderno, que vestía de civil pero con clergyman (alzacuello blanco distintivo de los sacerdotes católicos), que había introducido la guitarra eléctrica y la batería en las celebraciones litúrgicas, que era un gran deportista conocido como “el cura de los ciclistas” y amigo de varios futbolistas, que tenía llegada con los jóvenes y les presentaba una visión atrayente del mensaje cristiano.

Pero sobre todo se le recuerda como compositor de unas 500 canciones para la liturgia católica, varias de las cuales hemos cantado quienes somos católicos en las misas dominicales: “Pescador de hombres”, “Vienen con alegría”, “Juntos como hermanos”, “Iglesia peregrina de Dios”, “Una espiga dorada por el sol”, “La paz esté con nosotros”, entre otras. La venta de sus canciones en vinilo le llevaron incluso a obtener un Disco de Oro.

El pasaje central de su canción “La muerte no es el final” sería adoptado en 1981 por las Fuerzas Armadas Españolas como himno a quienes perdieron la vida en acto de servicio, interpretado en el marco del Ceremonial en Homenaje a los Caídos por España. En 1979 el Papa Juan Pablo II, quien consideraba “Pescador de hombres” en su versión polaca “Barka” como su canción preferida, lo nombró prelado personal de Su Santidad, honor que mantuvo hasta su muerte por cáncer en el año 1991.

Una vida ejemplar por donde se la mire. ¿Será cierta tanta maravilla? ¿O se cumple lo que alguna vez dijo el escritor alemán Johann Wolfgang Goethe: «Donde hay mucha luz, la sombra tiende a ser profunda»?

El mismo Eduardo Mendoza, ahora de 57 años, señala: «Era como el doctor Jekyll y mister Hyde, por un lado, un cura carismático, popular, amigo de deportistas famosos y del Papa, y por otro, un pederasta. Algo inimaginable para todos los que le admiran».

Efectivamente, según un informe reciente del diario El País (España), el P. Cesáreo Gabaráin habría abusado sexualmente de varios menores de edad durante el período de 12 años (de 1966 a 1978) en que estuvo en el Colegio de Chamberí. Si bien las principales denuncias se refieren a hechos ocurridos en diciembre de 1978 durante un retiro para alumnos en Los Molinos, una residencia de los maristas en la sierra de Madrid, un testigo relata que ya a fines de los 60 el cura Gabaráin tenia prácticas inapropiadas, valiéndose de su puesto de autoridad y confianza para toquetear y manosear a los alumnos. Y para llegar incluso más lejos, a aquello que resulta difícil relatar.

Fue Eduardo Mendoza quien acusó al cura pederasta ante su tutor, el hermano marista Aniceto Abad, quien le creyó a él y a otros de sus compañeros que sabían de los hechos. Fue este religioso quien habría presionado para que expulsaran a Gabaráin del colegio. Pero el detonante parece ser que lo puso el Sr. Aguilera, cuyo hijo César habría sido víctima de un intento de abuso por parte del cura. El director del colegio, el hermano Aquileo Manciles, no obstante reconocer los hechos habría tratado de quitarles peso. Refiriéndose a las agresiones sexuales de Gabaráin, habría dicho: «Lo sabemos. Está muy arrepentido y quiere hablar con ustedes, porque lo ha pasado muy mal y dice que ha pensado en suicidarse». Pero el padre de familia se mantuvo en sus trece: «O este señor se va del colegio o yo me voy a hablar con Interviú (desparecida revista española de corte sensacionalista)». Esto selló la salida definitiva de Gabaráin del colegio de los maristas. El cura sería reubicado en 1980 en el Colegio San Fernando de los salesianos. Y ahí quedó el asunto. La provincia de los maristas no abrió ninguna investigación ni tampoco habría informado a la diócesis de San Sebastián (a la cual estaba adscrito el cura pederasta) ni a la arquidiócesis de Madrid (que es donde ejercía sus actividades pastorales). Se siguió en todo el nunca escrito pero sí fervientemente practicado manual del silencio de la Iglesia católica cuando había que abordar casos de pederastia dentro de sus filas clericales: encubrir los delitos y reubicar al criminal en otra localidad donde no se tuviera noticia de sus fechorías.

Carmelo González Velasco, un amigo de Gabaráin, decía lo siguiente sobre el cura:

«Vivió en constante captación de situaciones de necesidades humanas, que traducía en cantos de ayuda para los momentos de oración personal o comunitaria. Todos ellos son vehículos de acercamiento al mundo trascendente, manifestaciones de alabanza a Dios y a la Virgen, expresiones del celo litúrgico-musical que le consumía».

¿Es esto cierto en lo que se refiere a sus canciones? Un análisis somero nos muestra tonadillas ligeras fáciles de recordar y letras cargadas de clichés religiosos sin mayor profundidad. Son canciones que suenan bonito, pero que están alejadas de la profundidad de la música sacra de otros tiempos, capaz de suscitar experiencias religiosas que llevaran a los oyentes al encuentro de lo sagrado, de aquella belleza que resulta casi imposible expresar con palabras. Experiencia de lo sagrado y de lo trascendente que puede incluso conmover con su vena artística el corazón de no creyentes.

El P. Francesco Interdonato, ya fallecido, un jesuita que me impartía cursos de teología dogmática en la Facultad de Teología Pontifica y Civil de Lima, se quejaba de que, con la reforma litúrgica de los años 60, se hubiera abandonado la antigua música sacra, reemplazándola con cancioncillas religiosas sin mayor trascendencia. Decía que antes uno se elevaba con la música sacra, «pero después vino Gabaráin, y nos dejó toda su mierda». Las canciones de Gabaráin no son innovadoras y difícilmente podría decirse que alcanzan un nivel artístico. Parece que también tomó prestadas algunas ideas musicales ajenas, pues su canción “Juntos como hermanos” en el fondo no es otra cosa que una versión algo más acelerada de “My Lord, What a Morning” del compositor afroamericano Henry Thacker Burleigh (1866-1949).

La pregunta que muchos se hacen es si estas canciones se deberían seguir cantando en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia católica, dado que han acompañado la vida religiosa de varias generaciones de católicos. Por más penoso que sea, creo que deberían ser vetadas de toda ceremonia pública de la Iglesia católica. En caso de que esto no se haga, se estaría infligiendo dolor a las víctimas del cura Gabaráin y a todos aquellos que son sensibles ante el problema de la pederastia eclesiástica y que quieren mantenerse como creyentes, pues se verían obligados a escuchar en eventos públicos las obras de un victimario de menores. Y, por otra parte, de proceder así, la Iglesia le estaría quitando peso a los delitos de pederastia. Pues ya no tendría mayor importancia que un sacerdote o religioso abuse de menores, si su presencia continúa a través de canciones que se siguen difundiendo. Si se han vetado los textos de abusadores como Marcial Maciel, Luis Fernando Figari y Germán Doig, por mencionar a algunos, aunque se trate de escritos espirituales edificantes, ¿por qué no hacer lo mismo con las mediocres canciones de Gabaráin, aunque sean populares?

Esta medida sólo abarcaría el ámbito público. En privado uno puede leer o escuchar lo que quiera. Y quizás meditar sobre esa frase que aparece en la canción “Madre, óyeme” de Gabaráin: «Madre, sálvame, mil peligros acechan mi vida». Sin olvidar que uno de los principales peligros para los jóvenes parece haber sido este cura pederasta.

(Columna publicada en Sudaca el 14 de agosto de 2021)

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FUENTES

El País
“Tú has venido a la orilla”: el cura que compuso las canciones de misa más famosas, acusado de abusos (08 Ago 2021)
https://elpais.com/sociedad/2021-08-08/tu-has-venido-a-la-orilla-el-cura-que-compuso-las-canciones-de-misa-mas-famosas-acusado-de-abusos.html

Wikipedia
Cesáreo Gabaráin
https://es.wikipedia.org/wiki/Cesáreo_Gabaráin

BBC Mundo
Las pegajosas melodías que escuchaste en la iglesia y que algunas veces no te puedes quitar de la cabeza (25 diciembre 2018)
https://www.bbc.com/mundo/noticias-46481097