SOBRE ALGUNOS VICIOS NACIONALES

bandera_de_peru_con_manchasAlgunos vicios nacionales, aunque se intuyen y presienten cuando uno vive en el Perú, no llegan a verse con meridiana claridad hasta que uno abandona el país. Me sucedió cuando emigré a Alemania en noviembre de 2002. Tras semanas de recorrido errático que me llevaron desde Freising, cerca de Múnich, pasando por Erlangen hasta llegar a Berlín, finalmente encontré cordial acogida en una parroquia en Wuppertal, donde el P. Ulrich Lemke, amigo del Movimiento de Vida Cristiana, me prestó una ayuda invalorable para comenzar a integrarme en la sociedad alemana y en su complejo sistema de ayuda social y laboral. Durante el tiempo de soledad que transcurrió hasta que mi familia pudo reunirse conmigo en marzo de 2003, fui pergeñando por escrito varias reflexiones sobre mis experiencias en tierras germanas y sobre el querido país que había dejado atrás. Estos escritos constituyen lo que he llamado mis “Crónicas desde Wuppertal”.

A la distancia, había aspectos sobre el Perú que me saltaban más a la vista, como el marcado racismo que impregna las estructuras sociales, la corrupción inherente al sistema de relaciones sociales y culturales que se ha generado históricamente y que por eso mismo resulta tan difícil de erradicar, las enormes desigualdades socio-económicas y la violencia cotidiana —sobre todo verbal, aunque también con demasiada frecuencia en los hechos— que deja su sello en una sociedad desintegrada, dónde el Estado sólo existe efectivamente para una minoría. Los intríngulis de la política peruana —de los cuales me enteraba a través de la prensa online— me parecían, desde la distancia, líos de comadres. Y el boom económico del gobierno de Alejandro Toledo, una ilusión. Pues los pobres seguían siendo pobres, por más maquilladas que estuvieran las estadísticas oficiales, y el Perú seguía siendo la tierra de las esperanzas perdidas. Atrás habían quedado los acontecimientos insólitos y surrealistas del año 2000, que fueron para mí como una pesadilla en un país que salía de una dictadura y no terminaba de parir una democracia decente. Hasta ahora.

El texto que reproduzco a continuación, intitulado “Sobre vergüenzas, invitaciones y regalos”, forma parte de mis “Crónicas desde Wuppertal”, y fue enviado por correo electrónico a varios amigos, casi todos sodálites o emevecistas. Allí abordo brevemente algunos de los vicios de la sociedad limeña. En ese entonces yo era adherente sodálite y todavía no había superado varios de los condicionamientos mentales impuestos por la formación que se imparte en el Sodalicio. Por ejemplo, todavía creía que separarse de la institución era rechazar un llamado de Dios y, por lo tanto, implicaba poner en riesgo la salvación eterna. Expresión de esta mentalidad es un párrafo que le escribí en ese entonces a un amigo: «Me he sujetado con garras punzantes a las espaldas del Sodalicio, me he sostenido en la montura y he mantenido una fidelidad que no siempre ha sido correspondida de igual manera. Esa fidelidad, con el auxilio de la gracia de Dios, se mantendrá hasta después de la muerte. Nunca lo he puesto en duda». No tardaría muchos años en darme cuenta de que este tipo de actitudes masoquistas no son saludables, más aún cuando se ha sufrido tantos maltratos psicológicos. Y no sólo yo, sino también tantos otros, sin contar los que fueron víctimas de abusos sexuales.

Por otra parte, parecería que el Sodalicio tampoco ha sido ajeno a los vicios propios de la sociedad limeña. Sería interesante saber cómo una persona como Luis Fernando Figari, que, después de laborar como profesor de religión en los colegios Santa María (Marianistas) y San Isidro (Maristas) en Lima no ha tenido ningún trabajo conocido, ha podido vivir y mantenerse en una enorme casa campestre con piscina rodeada de un amplio jardín en Santa Clara (al este de Lima), muy cerca del exclusivo hotel El Pueblo. Sería interesante saber bajo qué condiciones el Sodalicio recibió donaciones, a través de su organismo de fachada APRODEA (Asociación Promotora de Apostolado), durante el primer gobierno de Alan García, en cantidades suficientes como para poder mantener todas las comunidades y centros pastorales de que disponía. Sería interesante saber cómo el Sodalicio obtuvo la posesión del terreno donde ahora se ubica el Centro Pastoral de San Borja (Lima), adjudicado como donación del Estado. Sería interesante saber cómo se adquirieron los terrenos donde se ubican el Colegio San Pedro en La Molina (Lima) y el Cementerio Parque del Recuerdo en Lurín (al sur de Lima), construido en lo que entonces era zona arqueológica protegida debido a la cercanía de las ruinas pre-incaicas de Pachacámac. Sería interesante saber si la adquisición de la propiedad del señor Fernando Gerdt Tudela en Arequipa vía remate judicial fue un proceso hecho en toda regla o si verdaderamente hay algo turbio en el asunto, como él mismo ha relatado. Sería interesante saber por qué todos los docentes —incluyendo al director— del desaparecido Instituto Superior Pedagógico Nuestra Señora de la Reconciliación, entonces gestionado por el Sodalicio, estaban contratados según una modalidad por la cual recibían honorarios profesionales por clases dictadas y no estaban en planilla —con todos los beneficios inherentes a la condición de asalariados—, como correspondería a una institución de este tipo. Asimismo, sería interesante saber por qué ésta es la única institución de entre todas aquéllas en que he trabajado donde me ha sucedido que se retrasara una vez el pago de las remuneraciones debidas por dos meses. Supongo que debe haber una explicación satisfactoria y transparente para todo esto, pues cuesta creer que una organización católica que se rige no sólo por la ley sino también por principios éticos incuestionables, pueda tener en su haber asuntos turbios en lo que respecta a sus manejos financieros y administrativos. Aunque como van las cosas con el Instituto para las Obras de Religión (IOR), popularmente conocido como Banco Vaticano, a uno siempre le queda la duda. «Colabora apostólica y espiritualmente con ellos, pero nunca trabajes para ellos», me aconsejó una vez un adherente sodálite que también trabajó en una empresa gestionada por el Sodalicio que ya no existe.

En fin, les dejo ahora con mi escrito, seguido de los comentarios de algunos de los amigos que me escribieron.

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SOBRE VERGÜENZAS, INVITACIONES Y REGALOS

Wuppertal, 7 de febrero de 2003

Wuppertal parece haberse convertido en un punto de referencia para personas vinculadas de alguna manera con el Movimiento de Vida Cristiana. Desde que estoy aquí algunas de estas personas han estado de visita, y eso me ha permitido contemplar ciertas características actitudinales que podrían pasar por normales en el Perú, pero que, insertadas en el contexto alemán, muestran su verdadera cara negativa. Algunas actitudes vinculadas a lo peruano me han llevado a hacer estas reflexiones, que tal vez resulten un poco duras para algunos de nosotros. Pero es necesario hacerlas, para evidenciar algunas enfermedades sociales que tenemos en el Perú.

Como cuestión previa, tengo que aclarar que Alemania no es un paraíso, y que yo no vine aquí huyendo del “infierno” que se vive en Lima para entrar al Edén. Un antiguo compañero de colegio que encontré en esta tierras supuso que era esto lo que yo, con actitud ingenua, pensaba. En verdad, aquí también la esencia humana despliega tanto sus virtudes como sus vicios. Pero aquí he tenido la oportunidad de encontrar puertas que se me abren, mientras que en Lima casi todas se me estaban cerrando. Eso es lo que marca la diferencia para mí.

Y también hay cosas positivas aquí. Lo que puede parecer un excesivo formalismo, como es el hecho de que las personas se llamen mayormente por sus apellidos y les antepongan el título de “Herr” (“señor”) y “Frau” (“señora”), implica en el fondo una actitud de respeto hacia las personas. Hasta el más pobre de los pobres es el “señor” tal. Los empleados de los supermercados son “señores” y “señoras”. Y este apelativo no hace distinción entre color de piel, situación social o ingresos económicos. Incluso cuando alguien es maltratado, sigue siendo llamado “señor”. En Lima yo era uno de los pocos desadaptados que le decía “señor” a los limpiadores de carros, a los vigilantes o guachimanes, a los empleados de los supermercados y a los vendedores ambulantes. Mientras que dentro de la mentalidad cultural del peruano está enquistada esa manera de proceder que tiende ningunear a determinadas personas y a marginar a los que menos tienen o pertenecen a determinados niveles socio-culturales.

Igualmente me sorprendió esa poca capacidad de apertura al regalo, al don, que he encontrado en algunos visitantes emevecistas aquí en Wuppertal. Por discreción, para no incriminar a nadie, he preferido callar nombres, sexo, edad de las personas implicadas, con el fin de evitar represalias, como recibir un sartenazo, por ejemplo.

¿A qué me refiero? El P. Ulrich Lemke se siente contento al recibir visitantes del Perú. Y lo manifiesta, por lo general, invitando a la gente a comer. Estos invitados, en algunas ocasiones, se han sentido avergonzados de que el Padre pagara la cuenta e incluso se han ofrecido a pagar ellos. En uno de los casos, una persona fue invitada a comer, en una comida organizada por la comunidad cristiana de la parroquia, y tuvo el deseo de ofrecerse a pagar su parte. Por consejo mío, esa ocurrencia no se concretó, ni siquiera se hizo manifiesta.

Esa actitud de fingir incomodidad —o sentirla de veras— cuando se recibe regalos o favores es algo muy típico de ciertos estratos sociales en Lima —no sé si será así en otras partes del Perú—, y es, en mi opinión, un vicio disfrazado de virtud —como los hay tantos—. Y refleja tal vez algunos antivalores del sustrato cultural de la poblacion limeña acomodada.

Me explico. En Lima hay muchos que creen que los favores o regalos recibidos merecen una retribución similar, como si se tratara de una especie de trueque. Ni siquiera se quiere que los regalos sean recibidos gratuitamente, sino que ello establece una relación con el donante, cuyo “pago” consiste en una retribución similar o en hacerle ciertos favores. Por eso mismo, cuando se les hace regalos a los pobres, muchos piensan tácitamente en lo más hondo de su conciencia, sin poder explicitarlo o hacerlo claro, que se les está haciendo un favor, pues no están en condiciones de retribuirlo.

El regalo, en realidad, es otra cosa: un don dado gratuitamente, que no exige ninguna retribución. Pensar lo contrario es ofender la generosidad del donante, el cual, si actúa desinteresadamente, encuentra gozo en el solo hecho de dar.

En Lima se ve bien que uno se ofrezca a pagar, cuando no tiene la obligación de hacerlo. Aquí en Wuppertal hay que preguntar eso con mucha anticipación, porque si ya se ha tomado la decisión de quiénes van a asumir los costos, sería de mal gusto que aquel a quien se está agasajando se ofrezca a pagar.

En el fondo, la supuesta virtud de hacer resistencia al regalo le pone cortapisas a muchos que quieren ser generosos —hay que tener cuidado al regalar, porque no se sabe qué va a pensar el otro—. Y si lo llevamos al extremo, nos llevaría a la conclusión de que sólo los que tienen dinero merecen recibir regalos, pues sólo ellos se hallan en condiciones de pagarlos si quisieran. Y que el regalo a alguien que no puede retribuirlo monetariamente, aunque quisiera hacerlo, es algo inmerecido y que no se debería hacer. Será tal vez por eso que a las empleadas domésticas se les suele regalar baratijas por Navidad. ¿Se imaginan ustedes al Papa ofreciéndose a pagar el precio de todos los regalos que recibe? No cabe en mi mente tal ofensa. Sin embargo, este tipo de ofensa se considera de buen gusto en algunos círculos sociales de Lima, aunque sólo sea una formalidad.

¿Podrían cada uno de ustedes imaginarse frente a Dios, diciéndole cuánto le debe por el don de la salvación? ¿No es acaso la mejor actitud —y la más amorosa— darle simplemente al Señor las gracias y gozar del regalo recibido? ¿Acaso sería una virtud tratar de pagar la cuenta nosotros mismos, poniendo en duda la generosidad del Amor infinito? Pero eso hacemos muchos de nosotros con los seres humanos. Y pensamos que es una vergüenza que alguien, a quien conocemos desde hace poco tiempo, nos quiera regalar algo.

A mí no me gusta que me hagan aspavientos cuando hago un regalo. Y tampoco me niego a recibir lo que es gratis, aun cuando venga del ser más pobre que existe. No le puedo negar esa felicidad. Yo he recibido algunas cosas gratis en Alemania. Y aquel compañero de colegio de quien he hecho mención sin revelar su nombre, me quiso suscitar un sentimiento de vergüenza por haber recibido ayuda social —subsidios en dinero efectivo para alimentos y alquiler de vivienda— por parte del Estado. Esa ayuda es reconocida por el Estado alemán como un derecho de la persona. Es decir, aquí no se pone como condición tener trabajo para poder vivir, aunque se exige que uno haga lo posible para conseguir un empleo. Tener alimento, vivienda, vestido y atención médica es un derecho de todo habitante de este país, independientemente de cuánta plata se tenga, de si tiene trabajo o no, de si está sano o enfermo, etc. Cuando es tan difícil encontrar trabajo, no se puede poner como condición que la persona tenga un empleo para que recién se tenga derecho a lo necesario para una vida digna.

En cambio, en el Perú se realiza un auténtico genocidio con nuestros compatriotas. Se mata lentamente a todo un pueblo, con el argumento clasista y marginador de que el que no ha encontrado un trabajo remunerado no tiene derecho a recibir absolutamente nada. Y este principio anticristiano es perfectamente compatible con la actitud hacia el regalo antes mencionada. Lo más grande y lo más valioso que hemos recibido en nuestra vida ha sido completamente gratis, y no podemos cometer la ofensa de querer ponerle un precio a ese don.

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COMENTARIO DE ADHERENTE TRES
Fecha: 7 de febrero de 2003

Hola, Martin:

Son interesantes tus reflexiones. Acabo de regresar de Alemania hace poco días y quiero comentarte algunas cosas. No es la primera vez que regreso al Perú desde Europa y siempre me encuentro con un complicado sentimiento de frustración cuando contrasto ambas realidades culturales. Coincido contigo en que esto no es el infierno y Europa no es ni de lejos el paraíso. De todas maneras, como el civismo es allá natural y acá casi inexistente, me duele mucho mirar alrededor por acá. Y el civismo en el Perú no escasea sólo entre los pobres e ignorantes. Se siente su falta en todas partes.

Sin embargo, creo que haces algunas generalizaciones muy audaces. La realidad, a diferencia de la ficción, suele ser muy rica en matices. Podrías decir: «En Lima, muchos… se suele… generalmente… etc.» Y lo mismo en Alemania. Pero si bien creo entender lo que quieres decir al referirte a las actitudes frente a los regalos, pienso que esas actitudes deben valorarse de muy distinta manera en el contexto en que se dan. Comportarse “a la alemana” en el Perú puede resultar de muy mal gusto, y lo contrario también es cierto, como tú mismo lo narras. Existen costumbres sociales que no puedes ligeramente calificar de vicios disfrazados de virtud.

Tampoco puedes calificar de “fingir incomodidad” a una actitud que perfectamente puede significar en el fondo una delicada cortesía. Creo que es verdad que las costumbres pueden variar mucho de un lugar a otro, pero eso no hace necesariamente que unas sean mejores que las otras y que deban entenderse fuera de su realidad. A mí mismo me ocurrió que un amigo de un amigo mío nos invitó a su casa en Frankfurt. Primera vez en mi vida que lo veía. Conversando de muchas cosas, nos pusimos a hablar de los trencitos y de cómo yo hubiera querido comprar unos en Colonia, cosa que no pude hacer porque estuve allí solamente un domingo y las tiendas estaban cerradas. El señor me llevó al sótano de su casa para mostrarme su circuito de trenes, y cogió dos vagones nuevos y algunas pistas y me los regaló. Yo sabía que me estaba regalando mucho dinero y eso me impresionó siendo yo un desconocido para él hasta ese día. Recibí el regalo con entusiasmo y con un sentimiento de mucha gratitud.

Creo que es natural que en un medio tan diferente culturalmente sean más fáciles de advertir ciertos rasgos de nuestra idiosincrasia. Y te confieso que a veces me cuesta “moderar” mi admiración por ciertos pueblos europeos.

Disculpa el desorden de ideas, tengo muy poco tiempo para escribirte ya que estoy en la oficina. Ya seguiremos intercambiando ideas.

Recibe un fuerte abrazo.

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RESPUESTA DE MARTIN SCHEUCH A ADHERENTE TRES
Fecha: 9 de febrero de 2003

¡Hola, Adherente Tres!

¡Qué gusto escuchar noticias tuyas!

Concuerdo contigo en a veces mis reflexiones no están adecuadamente matizadas. Sin embargo, no pretendo tampoco ser lo más exacto posible, pues mis reflexiones son hiladas en paralelo a lo que estoy viviendo, y creo que, a falta de rigor, tienen sin embargo la frescura de la vida.

Es verdad que en el Perú se habla de falta de civismo. Pero se olvida que esta virtud es la plasmación externa del respeto debido a las personas. Y te aseguro que he encontrado personas que desconocen este nexo. Incluso el civismo puede pervertirse. Muchas personas suelen a veces destacar su civismo con un cierto aire de superioridad, para contrastar sus orondas personalidades con el “incivismo” de los otros. Y, en el fondo, derivan en la misma carencia de respeto que aquellos a quienes critican, pues establecen su virtud como medida de status y como criterio de marginación de los que no son como ellos.

He estado leyendo las noticias provenientes del Perú. Una manifestación extrema de falta de civismo se ha dado en las marchas de Construcción Civil. Pero aún más atroz me parece la actitud de los detentadores del poder político y económico, que se han puesto a criticar la falta de civismo, y han obviado la discusión de lo fundamental, que es la atención de los derechos objeto de reclamo. Además, ¿cómo se puede pretender exigir actitudes de caballero refinado a quien ha crecido en esa atmósfera de violencia que impera en los lugares donde viven los pobres? La violencia de mano blanca —muchas veces invisible— es tan o más atroz que la anterior.

Por otra parte, el cuestionamiento de algunas actitudes acostumbradas en el contexto cultural limeño no implica un juicio sobre la intención de las personas. Las actitudes que describo en mi escrito son ciertamente consideradas un gesto de cortesía. Pero has de reconocer que la costumbre muchas veces escapa a lo sano, y se convierte en una de las tantas expresiones de una sociedad dividida por conflictos sociales e impregnada de marginación y denigración del otro.

¿Sabes que he leído que, en términos reales, los ejecutivos ganan en el Perú 45% más que en el año 1994? ¿Qué los empleados sólo ganan 10% más? ¿Y que los obreros ganan 20% menos? Y eso no es lo peor. El articulista buscaba explicar esto mediante las leyes del mercado, sin ninguna alusión a las diferencias de status social que hay en el Perú y a las actitudes de los que más tienen, o, como se dice popularmente, “los que manejan la mermelada”.

Tengo que admitir que comparto tu admiración por algunos europeos. En los pocos meses que estoy aquí, he sentido ganas de quedarme, no obstante las dificultades. La vida en Lima para mí, como para muchos otros, era una cadena de impresiones desagradables, a las cuales se encontraba alivio en el amor de tantas personas heroicas —y santas, ¿por qué no?— que levantan la frente en una sociedad infectada de mezquindades y enferma por carencia de solidaridad y reconocimiento de la dignidad de muchos —desde el más pobre, el más delincuente, el más depravado, hasta el que está dotado de talentos por encima de lo común—. Sí, los más talentosos también tienen que sufrir mucho. Se me ocurre una frase que podríamos asumir muchos como propia: «No soy lo suficientemente mediocre como para tener éxito en el Perú».

Saludos,

Martin

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COMENTARIO DE UN CONSAGRADO SODÁLITE
Fecha: 10 de febrero de 2003

Caro Martin:

Te escribo para poder darte mi opinión de lo que pones. Creo que tu aproximación al tema de nuestras enfermedades sociales debe de ser abordado desde una óptica más reconciliada. Creo que no es fácil y concuerdo contigo en que el tema de la reconciliación social pasa por algo tan fundamental como tratar al hermano como lo que realmente es. Las “magic words” (buenos días, gracias, etc.), que pueden parecer una simple formalidad, no son sino el reflejo de un respetar al otro porque se lo merece, independientemente de su condición social. Pero el respeto al otro pasa por el respeto a mí mismo.

Bueno, Martin, recibe mis saludos y oraciones.

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No respondí a este e-mail. Además de que no tocaba ninguno de los contenidos de mi escrito original, es una colección de clichés, generalidades y recomendaciones inocuas, que parecen provenir de una mente parametrada carente de pensamiento propio. Por más bien intencionado que fuera el mensaje, no contenía nada a lo que se pudiera propiamente dar una respuesta.

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COMENTARIO DE ADHERENTE CINCO
Fecha: 12 de febrero de 2003

Querido Martin:

¿Qué puedo decir? No conozco Europa. Concuerdo con mucho de lo que dices del Perú. Pero honestamente no me gusta el estilo urticante y “generador de polémicas” con el que escribes y criticas. Puede sonar sincero, pero cuando uno mira más dentro de uno mismo y descubre la misericordia de Dios que, a pesar de nuestras miserias, nos sigue bendiciendo y convocando al servicio y al apostolado, algo me suena mal en ese estilo, algo de falta de solidaridad.

No lo digo por las verdades que dices, que son ciertas, sino por un sentimiento que generas en mí cuando te leo. Siento que no se te puede contradecir sin que uno sea tildado de mediocre. Bueno, pues, la gente, cierta gente del Perú es una mierda, ciertas costumbres son una mierda y una injusticia que clama al cielo y hay que denunciar estas cosas, pero de nuevo: ¿Qué haces tú por cambiar todo esto? Muchos emevecistas son mediocres y repetidores de clichés, bueno, pues, ¿cómo los ayudamos? Creo que te traicionas a ti mismo y me suena a pose el estilo bloyesco [en alusión al escritor católico francés Léon Bloy, que escribía con un estilo incendiario]. Tú tienes talentos de sobra, querido hermano, para darnos esperanza, para inspirarnos alegría. Me acuerdo muchísimo de tu “Carta de una muerta”, y te digo con honestidad que es uno de los mejores cuentos que he leído, y de todas tus canciones inéditas: “La barca de Caronte“, “El sol en la cuna“, etcétera… Lejos de mí decir que no evoluciones en tu estilo y creaciones, y también concuerdo en tu rabia por la traición que se le han hecho a algunas de tus creaciones por un cuidado doctrinal dogmático. Pero de nuevo creo que la humildad tiene mucho que ver en lo que te quiero decir. Te pido que busques ser más humilde, por ti, por mí y por todos. ¿Cómo? No te lo puedo decir yo, y no lo tengo claro ni te juzgo. Tal vez más paciencia con los errores ajenos, tal vez más dulzura. De repente no es tu personalidad, de acuerdo, pero el Evangelio no tiene sólo páginas de denuncia y dureza, de verdades que espantan y hieren como espada de dos filos; también está la infinita paciencia de Dios, la adhesión a la cruz y el silencio.

He aprendido mucho de ti, sobre todo a escribir, a ser crítico, y muchas veces veo en ti una extrema fragilidad interior, que escondes con una especie de afán por contradecir. Ser el personaje incomprendido siempre es atractivo y seductor. Eso lo comparto contigo y muchas veces lo veo en mí como una tara, una incapacidad para comunicarme y amar de verdad.

Bueno, Martin, palos de ciego, palabras sueltas… pero siempre mucho cariño y esperanza de que te vaya bien.

Saludos a la familia.

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RESPUESTA DE MARTIN SCHEUCH A ADHERENTE CINCO
Fecha: 14 de febrero de 2003

¡Hola, Adherente Cinco!

Aprecio mucho la sinceridad con que me escribes. Eso no es obstáculo, sin embargo, para hacer ciertos comentarios a lo que me has dicho.

Ciertamente, creo que te haces eco de aquellos que consideran que el lado dulce y tierno que manifiesto refleja mi verdadero yo, mientras que el lado punzante es mi reino de la sombra, mi lado oscuro de la luna. Por ello entiendo que pienses que me traiciono cuando someto a crítica algunos aspectos de lo que voy conociendo y que siempre tiene como blanco actitudes, aspectos, pero nunca personas concretas. No tengo memoria de haberme cebado en alguien en especial y haberlo desterrado al ámbito de lo imperdonable. Nunca me he negado al diálogo, tanto en contextos pacíficos como polémicos.

Como te digo, no es que tenga dos lados opuestos; son las dos caras de una misma moneda, y he descubierto que ambos aspectos no pueden existir el uno sin el otro. Y ya que mencionas a Bloy —lamentablemente quedándote en lo anecdótico de su denuncia profética—, ese “mendigo ingrato” —como se llamaba a sí mismo— también tiene páginas llenas de una dulzura capaz de conmover hasta las lágrimas. Y él tampoco nunca le cerró las puertas de su casa a quien quisiera ser recibido en ella. Lo que siempre me llamó la atención en Bloy fue su conciencia de su propia condición de miserable unida a una frase maravillosa que aparece frecuentemente en sus escritos: «Todo es adorable». No pretendo compararme con él —aunque he leído bastante de su obra con gran deleite—. Y mi estilo tampoco se corresponde con el que tenía este gran escritor. No llego a ser tan grandilocuente ni tremebundo como él. Ni tan estremecedor.

Lo único que me motiva es el deseo de compartir una serie de impresiones, para originar un diálogo con aquellos que reciben mis mensajes. Simplemente es un compartir sincero, que no necesariamente tiene que ser armonioso en todas sus partes. Las discrepancias forman parte de todo diálogo que se desarrolle en libertad. Y nadie tiene que sentirse mediocre por manifestar otra opinión. Siempre he pensado que la confrontación y la crítica acerada constituyen algo necesario para lograr la purificación del pensamiento y guiar los ánimos hacia la madurez.

Por eso, no admito que al escribir lo que escribo me esté traicionando a mí mismo. Sólo que ahora tengo una ventaja. Me encuentro en un país donde se admite como la cosa más normal del mundo el tener una opinión propia y confrontarla con la de los demás. Aquí no se podría trabajar por consignas —como se hace con la gente del Movimiento de Vida Cristiana en el Perú, cuando se les dice que vayan, y van; y si no van, se les llama la atención por no ir—. Aquí le tienes que preguntar a la gente si está de acuerdo en ir, y si no puede o no quiere, se acabó el asunto. Pero si te dice que va a ir, con seguridad irá. Con libertad similar, me atrevo a escribir y manifestar lo que pienso —sin pretender nunca que esa opinión sea definitiva o absoluta—. Son simples reflexiones que van surgiendo al compás de los acontecimientos cotidianos.

Me acuerdo de que en el Perú siempre me encontraba con personas que opinaban que había cosas que no se debía decir, o ni siquiera preguntar. Aquí en Alemania hay un dicho popular que dice: «Preguntar no cuesta nada». El silencio encubridor y cómplice muchas veces puede aparecer revestido de virtud. La Iglesia nos dice que nunca podemos tener la certeza de estar en estado de gracia, salvo que Dios nos lo revele personalmente. Y entiendo el por qué de esa afirmación, cuando vemos tantos vicios disfrazados de virtudes y aceptados socialmente como tales, y muchos aparentes vicios que son en realidad virtudes. Acuérdate de que a Jesús lo llamaron pecador, y que los más puros de esa época, los fariseos, cometían el peor de los pecados, el pecado contra el Espíritu Santo.

Por ello, siempre he desconfiado de las invocaciones a practicar el silencio cuando se dice algo que probablemente pone el dedo en la llaga. Siempre hemos entendido el silencio como una actitud que economiza esfuerzos para lograr las metas propuestas. El silencio es concentración, es decir lo que se tiene que decir, sin dispersarse en cosas vanas. Los silencios cómplices implican la complacencia con los males que aquejan a este mundo, para ahorrarse los problemas que podrían originarse del decir las cosas incómodas. Es callar para dejar que las cosas pasen.

Me ha extrañado esa pregunta: ¿Qué haces tú por cambiar todo esto? Pues escribo. Por el momento, más no puedo hacer. Y sé, por las respuestas que me han llegado, que hay gente que ha estado tomando mayor conciencia de algunas cosas a través de las reflexiones que envío. También te pido, por favor, que no caigas en la falacia que se expresa de la siguiente manera: Como (aparentemente) no lo puedes cambiar, no tienes derecho a hablar de eso. El emitir opiniones, el hacer reflexiones, muchas veces no tiene nada que ver con el hecho de que las cosas vayan a cambiar o no. Tal vez eso contribuya a cambiarlo. No lo sabemos. Tal vez sí, tal vez no. Pero, con toda certeza, callar no cambiará para nada las cosas.

No creas que todo esto ha sido fácil. Tampoco es una pose. Mis reflexiones no son dardos disparados para herir e impedir una réplica. Busco que sean incitadores del pensamiento. «No soy mi pensamiento» es una frase que hemos escuchado muchas veces. Por lo tanto, destrocemos las ideas, cuestionésmoslas, probemos su temple y seleccionemos las que pasen la prueba de fuego. Lamentablemente, el actuar según estos principios me costó un cierto ostracismo en el Perú. Y una injusta fama de locura, que llegaba incluso a oídos de gente que yo desconocía. He llegado a sospechar que he nacido en el país equivocado. Y que, sea donde sea que esté, la única patria que puedo tener es la Iglesia. Porque sólo ella admite a los miserables como yo. […]

Después de mirar mi corazón, tan acosado de miserias y fragilidad, no creo que pueda haber otra actitud hacia cualquier ser humano que la que se expresa en tenderle la mano. Y eso no es incompatible con el fustigar los ídolos que muchas veces aparecen incluso en el seno de la más sanas expresiones de la Iglesia. No en vano dice la letra de una de mis últimas canciones:

mi hija me preguntó
por qué hay cieno en la perfección
por qué hay sueños en la locura
por qué hay dueños de la tortura

No te imaginas lo difícil que me ha sido vivir separado de mi familia aquí en Alemania desde noviembre del año pasado. Déjame por lo menos la oportunidad hacer sentir mi presencia allá entre nuestros hermanos en el mismo carisma. Es este un don de Dios que no quedará sin fruto.

Saludos,

Martin

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RESPUESTA DE ADHERENTE CINCO A MARTIN SCHEUCH
Fecha: 19 de febrero de 2003

Querido Martin:

No sabes cuánto agradezco tu respuesta. Reconozco sin problemas los errores en mis apreciaciones sobre ti y concuerdo con lo que haces. Acepto también tu corrección sobre la falacia de decir: ¿qué haces por cambiar? Es verdad, escribes y es saludable, pero recién con tu explicación lo entiendo mejor. Cuenta con este hermano y no me olvides en tu lista, ya que de verdad me ayudas. Fíjate que en lo que te escribí también manifestaba yo mis dudas hacia esa especie de ostracismo curioso y esa suerte de “buenos modales” que impiden decirse la verdad incluso a uno mismo —que suele ser lo más difícil—. Estuve pensando lo que comentabas del compromiso de “ida y vuelta” que tienen los regalos e invitaciones en el Perú, y en Arequipa es mucho más fuerte. Al final la persona interesa poco, sólo el quedar bien. Yo choqué mucho con eso y lo achaqué a mi inmadurez, pero en realidad lo que se te pide es ser bastante cínico.

Sobre lo de estar lejos de tu familia, te voy a acompañar con mis oraciones, que es lo que puedo hacer.

Saludos y mantente en contacto.

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Mis reflexiones no han perdido actualidad. Ciertamente, en el Perú han habido muchos cambios, pero parecen seguir la máxima del personaje de Tancredi en la novela El gatopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». Pues ésos son los grandes cambios que ha habido en el Perú, anunciados, prometidos, enarbolados como estandarte político, llevados a la práctica con incompetencia ejemplar e inficionados por la incurable y habitual costumbre de la corrupción. Quisiera ser optimista, pero los hechos que van saliendo a la luz me devuelven a bofetones a la realidad. No me extraña por eso que, durante las pocas veces que he vuelto a visitar el Perú, haya sentido como un hálito de resignación entre la gente de Lima que conozco. Qué le vamos hacer. Hay que tirar para adelante. Lo último que se pierde es la esperanza. La cual, como decía Sir Francis Bacon, es un buen desayuno pero una mala cena. Que aproveche.

LA IDIOTIZACIÓN DE LA JUVENTUD

jovenes

Bernhard Heinzlmaier, de 53 años de edad, austríaco, no es precisamente un joven. Pero a diferencia de muchos jóvenes de hoy, que no tienen otra meta en la vida que una existencia pequeño burguesa en una sociedad de consumo que se rige por las pautas del neoliberalismo —a la cual miran con ojos conformistas sin entender todas sus implicaciones y sin tener la capacidad de concebir una sociedad distinta regida por principios de justicia, solidaridad y bien común y no por las leyes del mercado—, Heinzlmaier todavía cree en ideales y es un abanderado de los valores humanistas. Es uno de los fundadores del Institut für Jugendkulturforschung [Instituto de Investigación de la Cultura Juvenil], con sede en Viena, que desde el año 1988 se dedica a estudios de todo lo que tenga que ver con la juventud, sobre todo en Europa. Ya en el año 2011 Heinzlmaier había llegado a un diagnóstico pesimista de la juventud actual, según declaró entonces al diario austríaco Die Presse: «[Los jóvenes] piensan hoy más que antes según categorías de mercado. La juventud se ve a sí misma como mercancía y busca conseguir el valor de cambio más alto posible por esta mercancía. Otrora la juventud era idealista y buscaba posicionarse contraculturalmente y contra la generación de sus padres y reclamar una moral más elevada. Eso se acabó hoy en día. Hoy se tiene una juventud que actúa muy en conformidad con el sistema, puntual, cortés y concentrada. No representan un desafío para nadie, ni escandalizan a nadie» (31/12/2011, ver http://diepresse.com/home/panorama/oesterreich/720409/Heinzlmaier_Jugend-steuert-kollektiv-auf-Burnout-zu).

Recientemente ha sido publicado en Alemania un libro suyo con un título de difícil traducción al español: Performer, Styler, Egoisten. Über eine Jugend, der die Alten die Ideale abgewöhnt haben [Performers, stylers, egoístas. Sobre una juventud, a la cual los mayores han desacostumbrado a los ideales] (Archiv der Jugendkulturen, Berlin 2013). La obra, como era de esperarse, ha despertado controversias. Quien pone el dedo en la llaga y desnuda las inconsistencias del status quo, cosechará tempestades en un mundo como el actual que tiende al pensamiento único de un sistema económico y político que aún se cree intocable. He aquí algunas de las declaraciones que Heinzlmaier hizo en una entrevista concedida al diario Die Welt, publicada en la edición del 18 de julio de 2013 (ver http://www.welt.de/vermischtes/article118147140/Auf-dem-besten-Wege-in-die-absolute-Verbloedung.html):

Bernhard Heinzlmann

Bernhard Heinzlmaier

Die Welt: Sr. Heinzlmaier, ¿qué tan idiotizada está nuestra juventud?

Bernhard Heinzlmaier: Se halla en la vía más segura para ser conducida hacia la más absoluta idiotización. […]

Die Welt: Usted escribe que los actuales estándares educativos son dictados por la economía. ¿Qué significa esto?

Bernhard Heinzlmaier: En la determinación de los contenidos educativos ya sólo cuenta la lógica de la economía. Los contenidos didácticos son seleccionados de acuerdo a lo que de todos modos pueda ser aplicado en el mercado de trabajo. Desde hace años se da en las escuelas un viraje hacia contenidos científicos y económicos. Las horas de clase dedicadas a la música, la literatura y el arte se reducen, porque estas materias no proporcionan ningún saber útil en sentido económico. […]

Indudablemente, el saber técnico y orientado al mercado de trabajo debe ser facilitado en las escuelas, pero no solamente. El prescindir de una formación cultural pondrá en riesgo a corto o largo plazo nuestro ordenamiento democrático, porque a la siguiente generación le faltará la capacidad de discernimiento político. […]

Die Welt: Los investigadores dicen que los jóvenes se sienten inseguros debido a la presión para que sean competitivos. Al mismo tiempo constatan que los jóvenes quisieran pautas más claras. ¿Cómo se conjugan ambas cosas?

Bernhard Heinzlmaier: La mayoría de los jóvenes hoy en día son pragmáticos. Saben exactamente cómo lograr ascender socialmente. Para ser exitosos, deben acomodarse a las normas y reglas del neoliberalismo. Al mismo tiempo, debido a las muchas posibilidades que hay hoy en día, se hallan bajo presión permanente para tomar decisiones. Muchos de ellos dicen: “El mundo es muy complejo, nos gustaría que sea más sencillo de nuevo”.

Die Welt: ¿A favor de qué están los jóvenes hoy?

Bernhard Heinzlmaier: A favor de sus propios intereses. Cuando éstos son cuestionados, los jóvenes salen a la calle. Mire las manifestaciones en el mundo entero: a las manifestaciones en España subyacen preponderantemente intereses materiales. Esta gente se preocupa por su puesto de trabajo, por si las circunstancias son apropiadas para fundar una familia, por su estatus social. Pero no hay en el fondo valores que vayan más allá de eso.

Die Welt: ¿Que hay de malo en que decidan de esta manera su futuro?

Bernhard Heinzlmaier: En que se trata sólo de intereses particulares, y no de la sociedad entera. Mientras que anteriormente el estar orientado hacia las tradiciones otorgaba seguridad, hoy impera la indecisión y la falta de claridad. Y en vez de competencias sociales y laborales, entra muchas veces a tallar en su lugar la capacidad de mercadearse a sí mismo. El producto que la juventud vende es ante todo ella misma.

Die Welt: ¿Se sienten ofendidas por el triunfalismo de los más jóvenes las generaciones mayores, sólo porque han luchado por ideales supuestamente más elevados?

Bernhard Heinzlmaier: De hecho. Esta economización de la educación es un golpe en la cara de la generación del ’68. Sus integrantes pensaron a lo grande, discutieron sobre el Tercer Mundo, la reforma de las escuelas superiores, las leyes sociales y la participación democrática. En los años ’90 llegó lentamente el cambio hacia una sociedad centrada en el ego. También muchos de la generación del ’68 se dejaron corromper. Por eso mismo, todo el movimiento del ’68 se desprestigió a ojos de las siguientes generaciones. […]

Die Welt: Los autores del último estudio sobre la juventud proveniente del Instituto Sinus también han constatado que los jóvenes en Alemania desean una familia propia, pero se les hace difícil encontrar el momento preciso para planificar una familia.

Bernhard Heinzlmaier: La familia constituye en esta sociedad el último refugio protegido, un sistema cerrado hacia afuera, en el cual el ser humano se puede sentir acogido. Mientras más inhospitalario es el mundo allá afuera, más importantes son los pequeños espacios vitales. En esa medida, la búsqueda de protección es casi una especie de reflejo ante la creciente inseguridad en nuestra sociedad.

Die Welt: ¿Como se vuelven los jóvenes “egoístas” y “performers”?

Bernhard Heinzlmaier: En última instancia, se trata de éxito, imagen y consumo. Más importante que cómo me siento yo, es cómo me ven los otros. ¿Qué aspecto tengo? ¿Que símbolos de estatus tengo yo? Este comportamiento lo aprenden los niños y los jóvenes desde muy temprano, y también aprenden a venderse a sí mismos. Los nuevos medios fortalecen esta necesidad de auto-representación y auto-mercadeo aun más. Pero no necesariamente se es feliz cuando día a día se representa un papel que tiene poco o nada que ver con el propio yo.

Die Welt: ¿Qué debería entonces cambiar?

Bernhard Heinzlmaier: Por un lado, debemos comenzar nuevamente a tomar en serio los problemas de los jóvenes. Con frecuencia escucho: ¿De qué se quejan? En comparación con otras generaciones, a ellos les va realmente bien. Por otra parte, debemos superar una postura de vida que sólo se ocupa de los bienes materiales, y una política educativa que sólo sirve a los intereses de la economía. Necesitamos un nuevo movimiento a partir de la sociedad civil, si queremos que los valores humanistas jueguen nuevamente un papel en nuestro sistema educativo. Si esto no sucede, veo un futuro negro para la juventud.

Hasta aquí Heinzlmaier. Aunque sus conclusiones se desprenden de la observación de la juventud en países germanoparlantes, guardando las distancias son aplicables a todo país que tenga como forma de gobierno un sistema capitalista según el modelo neoliberal. En el Perú, el abogado Alfredo Bullard ha declarado hace algunos meses que «mucha educación no es buena: forma gente de izquierda que rechaza el mercado», de lo cual se infiere que debería eliminarse de la educación todo contenido que no esté orientado al mercado. De lo que no se da cuenta Bullard es que, si sus ideas llegaran a aplicarse en el sistema educativo peruano, en vez de una generación con una educación deficiente —como se da en la actualidad—, tendríamos una generación de idiotas estupidizados o estúpidos idiotizados. Sería cambiar mocos por babas. Y hay que ser idiota para no darse cuenta de que en el capitalismo neoliberal, si bien la torta alcanza para todos, está mal repartida y no hay justificación racional alguna para las pornográficamente elevadas ganancias de unos en comparación con los miserables ingresos de otros. Pues donde no hay regulación y el Estado abdica de su obligación de velar por el bienestar de los ciudadanos, se impone la ley del más fuerte. Que no necesariamente es el mejor instruido y educado, sino muchas veces el más bruto y achorado. Y hay que ser verdaderamente idiota para no entender esto.

PREGUNTAS (SIN RESPUESTAS) A ALEJANDRO BERMÚDEZ

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Alejandro Bermúdez no parece haber aceptado la invitación que tan gentilmente le hice en mi post anterior para abrir un diálogo, de modo que pudiera hacer las aclaraciones del caso. Pero a través de comentarios que ha hecho los días 7 y 8 de julio en su cuenta de Twitter, me consta que ha leído el artículo. Al respecto, no ha hecho ningún comentario sobre los contenidos, sino más bien ha buscado desacreditarme recurriendo a un procedimiento aún más condenable que el del insulto: la difamación. Se trata de un recurso al cual ACI Prensa no es ajena, pues en diferentes ocasiones ha publicado notas informativas sobre personalidades conocidas como el P. Gustavo Gutiérrez, el Card. Carlo Maria Martini, el P. Gastón Garatea y Marcial Rubio, el rector de la Pontifica Universidad Católica del Perú, con comentarios difamatorios alusivos a sus trayectorias personales o incluso a sus ideas y posiciones.

Yo, que siempre me he resistido a participar de las redes sociales como Facebook —pues ya había indicios desde hace años de que eran usadas como herramientas de espionaje por parte de agencias del gobierno norteamericano—, decidí abrir una cuenta en Twitter para ejercer mi derecho a la réplica. A continuación, una transcripción de los diálogos. Las preguntas que le planteé a Bermúdez el día de ayer, 9 de julio, aparecen en cursivas.

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(7 a 9 de julio de 2013)
Pedro Salinas @chapatucombi:
– El último comentario del ex sodálite Martin Scheuch, en su blog. Sobre Alejandro Bermúdez, el director de ACI Prensa: https://laslineastorcidas.wordpress.com/2013/07/07/alejandro-bermudez-y-la-retorica-del-insulto/
Daniel Tineo @vdtineo:
– FYI «@chapatucombi: comentario del ex sodálite Martín Scheuch. Sobre Alejandro Bermúdez @albermudezr de ACI: https://laslineastorcidas.wordpress.com/2013/07/07/alejandro-bermudez-y-la-retorica-del-insulto/
Alejandro Bermudez @albermudezr:
– ¿Qué hay de nuevo? ¡2 ex sodálites amargaditos haciéndose propaganda! ¡Que opinen lo que quieran!
Martin Scheuch @ScheuchMartin:
– ¿Amargadito? ¿Quién es el que se amarga, insultando a la gente? ¡Yo estoy feliz de la vida!
Francisco Castañeda @Franciscofcv:
– Me da pena que alguien tenga que proclamarse ‘ex sodálite’ para llamar la atención. ¿Es que no tienen nada mejor?
Alejandro Bermudez @albermudezr:
– ¡Ésa es la realidad: mira sus vidas! ¡Efectivamente, NO tienen nada mejor!
Martin Scheuch @ScheuchMartin:
– ¿Qué sabes tú de mi vida? ¡Si no me has visto en más de 10 años! Tampoco te has comunicado conmigo.
Carlos David Sánchez @chavocarlos:
– ¿Ex católico también? «Lo que sucede en el Vaticano es presentado… con ojos benignos y complacientes.»
Alejandro Bermudez @albermudezr:
– En realidad «ex sano» en el caso del autor. Me consta que perdió la salud mental.
Martin Scheuch @ScheuchMartin:
– ¿Te consta? ¿Cuál es tu fuente? ¿En qué te basas? ¿No será que tienes alucinaciones?
Alejandro Bermudez @albermudezr:
– Y no lo digo como insulto. Es la realidad. Basta ver qué pasó y a qué se dedica hoy.
Martin Scheuch @ScheuchMartin:
– Dudo que sepas lo que pasó. Menos aún a qué me dedico hoy. Ilústrame.
Sergio Mendoza ‏@sergiodmh:
– Esta persona ha escrito mucho en contra del SCV. ¿Él se fue o lo expulsaron? Fue de los primeros, ¿verdad?
Alejandro Bermudez ?@albermudezr:
– No, no fue de los primeros. Se fue por acuerdo mutuo, se casó y vivió cerca de la comunidad hasta su caída mental.
Martin Scheuch @ScheuchMartin:
– Decidí desvincularme del Sodalicio en el 2008, precisamente para no perder la salud mental.
– Enhorabuena, porque de lo contrario me habría convertido en un energúmeno que insulta a diestra y siniestra.
– No escribo «contra» el Sodalicio, sino «sobre» él, de cosas ciertas que el Sodalicio no quiere que se sepa.
Jeanette Fernández @jeanetteferna20:
– Algo grave le tuvo que haber pasado que no olvida. Ha marcado su vida drásticamente por lo que se ve, y parece que fue algo más que lo que confiesa.
Alejandro Bermudez @albermudezr:
– Me abstengo de juzgar causas. Solamente veo la trágica realidad y rezo por ellos.
Martin Scheuch @ScheuchMartin:
– ¿Qué trágica realidad «ves»? ¿Otra vez sufriendo de delirium tremens?

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Alejandro Bermúdez no sólo no respondió a ninguna de mis preguntas y observaciones, sino que procedió inmediatamente a bloquearme en su cuenta de Twitter.

Hay algunas hipótesis que podrían explicar por qué el director de ACI Prensa, tan presto a responder a otros con su estilo agresivo e insultante, se ha negado a responderme:
1) Tiene miedo de entrar en una disputa conmigo, pues sabe que puede salir trasquilado.
2) No quiere generar con sus respuestas material que pueda ser usado en su contra.
3) Ha recibido una orden explícita por parte de sus superiores sodálites para no entrar en discusiones conmigo.
4) Es una persona maleducada y descortés, que quiere tener carta libre para insultar y difamar, sin tener que dar explicaciones a nadie.

Existe una quinta hipótesis, que consiste en que el susodicho tiene la salud mental quebrantada y necesita de ayuda psiquiátrica profesional. Aún si algún día llegara a enterarme de que Bermúdez ha sido sometido alguna vez en su vida a terapia de electroshocks en una clínica psiquiátrica, es una posibilidad que prefiero no contemplar, pues yo siempre parto del supuesto de que mis interlocutores son personas mentalmente sanas. Y no creo que alguien como Bermúdez, que ha alcanzado una posición de liderazgo en el área que le compete, que es el periodismo católico, pueda padecer de una enfermedad de este tipo. No lo creo, aun cuando haya estudios que demuestren que en la sociedad capitalista hay un porcentaje por encima del promedio de personas con perfil de psicópatas en puestos directivos (ver http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/07/110629_psicopatas_entre_nosotros.shtml).

En todo caso, lo único que consta es que el conductor de Cara a Cara esta vez no ha querido dar la cara. Para otra vez será.

ALEJANDRO BERMÚDEZ Y LA RETÓRICA DEL INSULTO

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Alejandro Bermúdez, a quien conozco personalmente aunque no le he visto desde hace más de una década, es director del Grupo ACI conformado por ACI Prensa (español), Catholic News Agency (inglés), ACI Digital (portugués), además de director de EWTN Noticias y conductor del programa semanal Cara a Cara, que se emite a través de la cadena televisiva católica EWTN de Estados Unidos. Además, es miembro del Sodalicio de Vida Cristiana desde la década de los ’70.

Ya he señalado en otras ocasiones las debilidades que presenta ACI Prensa, entre ellas la manipulación de la información, ya sea presentándola sólo desde un punto de vista, omitiendo información relevante, o poniendo titulares que no le hacen justicia a los acontecimientos y a veces ni siquiera reflejan fielmente el contenido de la nota informativa. La posición de ACI Prensa frente a determinados personajes es evidencia de su falta de imparcialidad. Por ejemplo, nunca se encontrará en sus páginas ninguna información negativa sobre el Card. Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, ni tampoco se encontrará nada favorable al P. Gustavo Gutiérrez, teólogo de la liberación. Y esto en principio, independientemente de cuáles sean los hechos. Se trata de posiciones asumidas, previas a cualquier aproximación periodística.

Además, es difícil que ACI Prensa cambie de opinión, aunque en alguna ocasión se ha visto obligada a hacerlo. Por ejemplo, su defensa cerrada del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, se convirtió en tibia condena de sus delitos, sólo cuando los mismos Legionarios admitieron la doble vida que había tenido su fundador.

Siendo además un noticiero que pretende informar sobre la Iglesia, llama la atención que le dedique mucho más espacio a temas como el aborto, la moral sexual, la eutanasia, la bioética y la homosexualidad que a temas propiamente de fe y de presencia de la Iglesia en el mundo. Lo que sucede en el Vaticano es presentado generalmente a través de las versiones oficiales provenientes de la Santa Sede y con ojos benignos y complacientes. El tema social, donde la Iglesia tiene un fuerte compromiso en varios países del mundo a través de iniciativas gestionadas por religiosos y laicos, se menciona muy escasamente, salvo que quienes estén a cargo de esas iniciativas sean personas o grupos conservadores afines a la ideología de la agencia. Más aún, hay información que parece omitirse deliberadamente, por lo cual quien quiera informarse sobre todo lo que pasa en la Iglesia de una manera más global deberá recurrir a otras fuentes de información.

Asimismo, difícilmente se encontrará en ACI Prensa un análisis de la noticia o investigaciones periodísticas hechas con cierta seriedad, pues sus fines parecen ser más que nada propagandísticos a favor de los sectores más conservadores y retrógrados de la Iglesia. Además de que en no pocas ocasiones recurre al sensacionalismo, lo cual convierte a este medio en la prensa “chicha” del periodismo católico.

Desde hace algún tiempo, Alejandro Bermúdez ha querido ampliar el espectro de lo que ofrece ACI Prensa, mediante mensajes de audio que tocan temas apologéticos, a los cuales ha denominado Puntos de Vista. He escuchado varios de ellos, y he de reconocer que algunos me han parecido obra maestras del humor involuntario, pues Bermúdez recurre a un estilo expositivo de predicador callejero, haciendo por momentos gala de una crasa ignorancia, en frases que, para aquellos que están informados, no pueden sino provocar una sonora carcajada, sobre todo cuando ha abordado temas como la moral sexual, la propiedad intelectual, el Islam y la teología de la liberación. Además de que muestran que Bermúdez no tiene un pensamiento propio, ni tampoco una desarrollada capacidad crítica, pues suele citar lo que otros dicen o trata de desacreditar con argumentos ad hominem a aquellos con los que no está de acuerdo, con toda la autoridad que cree que le otorgan su ímpetu hepático y su complacencia aduladora hacia la jerarquía eclesiástica católica más conservadora.

También ha incursionado en Twitter, donde ya es conocido por insultar a todo aquel que tenga la más mínima discrepancia con él. Bermúdez ha querido dar una justificación de esta manera de proceder en uno de sus Puntos de Vista: Iglesia enferma o accidentada (2 de mayo de 2013). Veamos, pues, lo que dice textualmente. Al transcribir el texto he eliminado muletillas, repeticiones y cláusulas condicionales con las cuales Bermúdez maltrata el idioma al no rematar una frase que ha iniciado, dejando su sentido incompleto. De este modo, se entiende mejor lo que quiere decir.

«Muchas veces en las redes sociales, en Facebook o en Twitter especialmente, yo soy bastante agresivo y duro con los hermanos […] que vienen de la cristianofobia, ni siquiera digo del ateísmo. Entonces cuando uso el término “ateíllos”, no estoy utilizándolo en un sentido insultante, sino […] para distinguirlos de aquellos auténticos ateos que son personas que no por ser ateos son cristianófobos. Pero hoy en día la gran mayoría de los que participan en las redes sociales, lo único que hacen es lanzar insultos no hilvanados contra los católicos. Y justamente yo he visto […] —y lo he visto en comunidades que he visitado, con los que he hablado, lo he visto virtualmente, en línea— cómo los católicos son intimidados, muchos católicos que están recién brotando en su fe, muchos católicos que tienen una gran fe devocional pero no una buena formación o una suficiente formación catequética. Veo cómo se ven intimidados, arrugados, retraídos por esto. Y en consecuencia, yo descubro una vocación particular, una misión particular, que es la de intimidar a los intimidadores. No para humillarlos, no para que se sientan mal. Es para que un número importante de católicos comprendan que estos señores no tienen argumentos y vean que es posible empujarlos para atrás, simplemente utilizando […] un lenguaje duro como el que usaba el Señor […] en las ocasiones apropiadas. […] los católicos apaciguadores […] creen que nosotros podemos retirarnos —o ellos pueden retirarse— a un reducto donde yo vivo mi fe tranquilito y en paz, y […] no le doy importancia al hecho de que hay hermanos nuestros católicos que están siendo perseguidos en la sangre, como los que están siendo perseguidos en los países musulmanes, o que están siendo perseguidos por las vías legales o por la intimidación en las redes sociales, como, por ejemplo, los católicos que son agredidos, los sacerdotes blogueros que son silenciados, que son intimidados por una horda de personas absolutamente violentas, vulgares y maleducadas. […] yo descubro [esto], que me corresponde hacer como apologista católico, y que comprendo que no a todos les gusta, no todos se sienten cómodos, y que algunos católicos apologistas no tienen esta vocación, que probablemente su vocación es la vocación de hablar cosas más hermosas, más serenas, más bellas, cosas más edificantes, más testimoniales, más agradables, más gratas. Pero, hermanitos, alguien se tiene que encargar de la basura en una ciudad, y si me toca a mí, yo lo tomo. Y eso es lo que hago. […] Yo comprendo que, cuando yo debato con los cristianófobos, empujo para atrás y utilizo un lenguaje duro, corro el riesgo de faltar a la caridad. Es verdad. Y que algunas veces he cruzado esa frontera, faltando a la caridad, también es verdad. Muy probablemente. No recuerdo instancias específicas, pero estoy seguro de que he fallado. Sin embargo, la otra opción sería que yo no empuje para atrás y que permita, por miedo a cometer un error, […] que otros ataquen, agredan, insulten a mis hermanos católicos y los intimiden, los escandalicen, los hagan entibiar su fe, o enfriar su fe para aquellos que la tienen tibia. […] En consecuencia, yo no voy a buscar faltar a la caridad. Pero [hay] hermanos que constantemente se escandalizan del hecho de tener que salir a defender la fe, a defender la verdad, a responder, intimidando a quienes tratan de intimidar a los católicos, y no intimidando insultándolos, porque ustedes verán el nivel del lenguaje de estas personas. Yo sé que hay personas que en Facebook o en Twitter han leído los ataques contra la Iglesia católica que ponen en mis cuentas, y han tenido pesadillas. Bueno, han leído uno o dos y han tenido pesadillas. Yo me los soplo todos. O sea que no es ninguna cosa grata que me guste hacer, y por tanto, a los que me dicen “Alejandro, no te preocupes, no vale la pena darle atención a estas personas”, [les digo] “sí vale la pena”. No por ellos, sino por quienes dicen “bueno, la fe es defendible, hay católicos que se plantan, en consecuencia yo también puedo”, y eso es un servicio invalorable. Y no le pongo yo el carácter de invalorable; lo ponen otros, que justamente con suficiente autoridad me han pedido que haga este apostolado. Que no peque. Que no falte a la caridad. Que sea consciente de ese riesgo. Pero que haga ese apostolado.»

¿He entendido bien, o Bermúdez pretende ser en lo que respecta a los católicos una especie de “vengador anónimo”, ese personaje interpretado por Charles Bronson en varias películas de acción de bajo presupuesto, que toma la justicia por su mano de forma violenta, aunque en el caso de Bermúdez se trate sólo de violencia verbal?

El “vengador anónimo”

El “vengador anónimo”

¿El “vengador católico”?

¿El “vengador católico”?

¿Me equivoco, o entiende esa “misión” como un encargo especial que le da licencia para “matar”, para convertirse en un talibán cristiano defensor de la fe y de los muros de la Iglesia católica a cómo dé lugar, en un terrorista del apostolado verbal, sin temor de faltarle al respeto y a la caridad a sus interlocutores, aunque —según él— va a tratar de no hacerlo? ¿A quién se refiere con el término de “cristianófobos”, término relativamente nuevo que parece surgir como reacción a la palabra “homófobo”, tan odiada por Bermúdez y a quien se le aplica con todas sus letras? ¿Quiénes son aquellos otros con suficiente autoridad que le han pedido que haga este apostolado? Como miembro consagrado del Sodalicio, ¿no le debe Bermúdez obediencia a otros sodálites que ostentan cargos de responsabilidad? ¿No serán éstos quienes le han pedido que se involucre en refriegas orales al estilo kamikaze en las redes sociales?

Pues lo cierto es que Bérmudez, dotado de una personalidad neurótica —que él mismo admite tener—, cree hablar con palabras fuertes a semejanza de Jesucristo, cuando en realidad confunde insultos con argumentos, y se siente con carta libre para lanzar improperios gratuitos contra quien le venga en gana. Y que yo sepa, Jesús habló fuerte con argumentos teológicos y éticos basados en la Palabra de Dios, y cuando en ocasiones tuvo que denostar a personajes de su época, como los fariseos, los sumos sacerdotes y los ricos, lo hizo con palabras proféticas que invitaban a la conversión, de ninguna manera con injurias que buscaban denigrar y humillar a sus adversarios.

Para que los lectores puedan juzgar por sí mismos, he seleccionado tres conversaciones relativamente recientes de la cuenta de Twitter de Alejandro Bermúdez. Lo más interesante de todo esto es que los interlocutores de Bermúdez en estas conversaciones no pueden ser identificados como “cristianófobos”, sino que se trata simplemente de personas que mantienen una diferencia de opinión con Bermúdez en algún asunto específico, siendo la mayoría de los participantes católicos comprometidos. Aún así, Bermúdez no vacila en lanzarles improperios a diestra y siniestra.

A fin de facilitar la lectura, he corregido gramatical y ortográficamente las frases donde fuera necesario y reemplazado las abreviaturas que, por razones de espacio, se suelen usar en Twitter.

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PRIMERA CONVERSACIÓN (27 de junio de 2013)

Jaime @stinglikeabee:
– @VIVErevista: recibiendo inscripciones a CONGRESO MUNDIAL PROVIDA en ECUADOR. Nov 8, 9 y 10 en http://fb.me/2sEaJfSfv

Daniel @elalispruz:
– @VIVErevista tiene buenos conferencistas, pero ¿qué hace Alejandro Bermúdez en un congreso como ése? ¿Qué sabe del tema?
– ¿Qué conocimiento tiene usted en el tema provida, @albermudezr, como para ser invitado a un Congreso Provida?
– ¿Es experto en biología, estrategia, síndrome post-aborto, abogado especialista?

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Ésa no es la pregunta, @elalispruz, sino ¿quién eres TÚ para tener que darte explicaciones?
– No eres más que un «alispruz», o sea, un pájaro necio imaginado por tu abuelo.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Ataca las ideas falsas y la mentira. No ataques a las personas. Eso no lo hace un discípulo de Jesús.

Daniel @elalispruz:
– ¿Así contestas a todos los que te preguntan? ¿Qué relevancia tiene quién sea o no sea yo para no contestarme?
– Eso se llama ataque ad hominem. Queda muy bien para alguien que se dice católico representativo.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No estás preguntando, estás disputando. ¿Qué autoridad tienes para disputar?

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Y tú, Alejandro, no estás explicando; estás ridiculizando y eso te quita toda autoridad.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Perfecto, si he perdido toda autoridad, voy a evitarte el mal rato. ¡ADIÓS!

Daniel @elalispruz:
– Bueno, al fin me quedé con la duda. Podría haber quedado con una buena respuesta, pero recibí evasivas e insultos.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Recibiste el trato que te mereces. Da la cara y haz preguntas inteligentes.

Daniel @elalispruz:
– Eres bueno evadiendo. Sea disputa o pregunta, ¿por qué no contestas?

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No, pigmeo, tú ni siquiera das la cara. Primero dime quién eres, porque no te debo explicaciones a ti.

Daniel @elalispruz:
– Y seguimos con los insultos. Explícame qué relevancia tiene quién sea o no sea yo para no contestarme.
– Si no quieres dar explicaciones no las des, pero no saques excusas en quién sea, no sea, haga o no [haga] yo.
– Según @albermudezr, uno merece ser insultado y humillado por hacer preguntas.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– ¿Estás bromeando? Si no conoces mi trayectoria, investiga. Si la conoces, lo que dices es que no debería estar [en el Congreso Provida].
– OK. Te doy explicaciones si primero me explicas quien eres tú. NADIE tiene que dar explicaciones a cualquier imberbe.

Daniel @elalispruz:
– No la conozco. Por eso te pregunto. Pero como soy cualquier “imberbe” o “pigmeo”, no se atreve a contestarme directamente.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No, @elalispruz merece ser cuestionado cuando es un mocoso ignoto que cuestiona una organización por invitarme.

Daniel @elalispruz:
– ¡Qué creatividad la que tienes para insultar! Sí cuestiono a la organización, pero antes quería oír sus razones. Quizás existan.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Busca en Google, pigmeo. ¿Quién eres para cuestionar una organización provida?

Daniel @elalispruz:
– Puedo ser nadie, y aun así tengo todo el derecho a preguntar cuál es su currículo y experiencia, [a lo cual] usted no quiere contestar.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Vuelvo a lo mismo. ¿Por qué una organización que da la cara le debe explicaciones a un pigmeo que no la da?

Daniel @elalispruz:
– No se las estoy pidiendo a la organización, se las estoy pidiendo a usted. Dígame qué entiende usted por «dar la cara».

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Tienes el “derecho” a preguntar, y yo tengo el derecho a mandarte a volar por pigmeo anónimo.
– Y me siento MUY contento de ejercer ese derecho.
– Y ahora voy a ejercer el derecho de bloquearte. ¡Así que saludos! ¡Que disfrutes del resto de tu vida!

Daniel @elalispruz:
– No, no tiene usted derecho ni a insultarme como lo ha hecho, ni a tratarme con insultos en cada frase.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Claro que lo tengo, pero no voy a discutir con un niño recién graduado en derecho y envidioso.

Juan Sebastián @JuanSAP9519:
– Alejandro, tenía una buena imagen de ti, pero tu posición incapaz de debatir deja mucho que desear.

Daniel @elalispruz:
– Ni siquiera es debatir, es dar una respuesta.

Juan Sebastián @JuanSAP9519:
– Eso es cierto, pero igual no hay razón para atacar de esa manera.

Alonso Paredes @joc_alonso:
– Estimado Alejandro, ¿su actitud hacia @elalispruz no es una falta de caridad? Sólo pregunto. Quizás más sensato sería el silencio.

Daniel @elalispruz:
– Puede usted ser la cara de EWTN, pero eso no le da derecho a insultarme.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No tengo derecho a insultarte y no lo he hecho. Te he descrito por lo que eres: un pigmeo mezquino.

Daniel @elalispruz::
– Claro, presentar las notas del Papa da derecho a insultar.
– ¿Envidia de qué? ¿De ser una persona que insulta porque presenta las notas del Papa? Uff, muero de la envidia…
– ¿Con fundamento en qué? ¿En que te hice una pregunta? Vaya conclusiones a las que llegas.

Juan Sebastian @JuanSAP9519:
– Tu agresividad, @albermudezr, es parte de la razón por la cual nos creen ignorantes a nosotros los católicos.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Curioso, @JuanSAP9519, tal vez a ti te crean ignorante, no a mí.

Juan Sebastian @JuanSAP9519:
– Yo estudio una ciencia. Sé lo que digo. Para algunos científicos somos una partida de retrógrados.

Daniel @elalispruz:
– Claro, tu agresividad e insultos denotan tu credibilidad.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Me importa un rábano mi credibilidad. Nunca fue el tema. Me importan los traidores como tú, así que adiós.
– Y los traidores tienen que ser repudiados como un cuerpo sano repudia una enfermedad.

Daniel @elalispruz:
– Llevas mucho tiempo despidiéndote. Y todo por no querer contestar una pregunta.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Penoso, Alejandro, penoso. Qué vergüenza tu hostilidad.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– La “hostilidad” es merecida. Me parece increíble que defiendas a un mocoso irracional.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Me parece terrible que ofendas sólo [porque quien] te molesta parece un adolescente.
– Rezaré por ti. Eres muy agresivo cuando te ofendes y eso te quita autoridad moral y profesional.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No reces por mí. Reza por ti para que aprendas a entender y no pretender que eres maestra espiritual de la humanidad.
– Te repito: no sé quien eres, no has demostrado madurez que me impresione, pero te voy a facilitar la vida.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Estoy defendiendo a mi amada Iglesia católica. Tu actitud hace mucho daño a la imagen de la Iglesia.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Perfecto. Si lo haces mejor, dedicate a esto, haz público que soy un incompetente y reemplázame. ¡Así de simple!

Jreslava @jreslava:
– Nunca complacerás a todos con lo que hagas u opines, ni creo que sea tu motivación. Por ejemplo, yo disfruto tus programas.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– ¡Toda la razón! ¡Amén!

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– No se trata de complacer, se trata de responder con respeto y de manera cristiana.
– El punto no son sus programas. El punto GRAVE son sus actitudes públicas hostiles hacia el que no lo reverencie como tú.
– A ése sí le das la razón porque te alaba.
– ¿Que haría Jesús en tu lugar? ¿Ofendería a los que le preguntan algo? No conoces bien a Jesús. Él es manso y humilde.
– Sus programas están bien, los he visto y defiende la verdad. Su actitud es incongruente con el cristianismo que defiende.

Jreslava @jreslava:
– El punto es éste: ¿a qué la pregunta de por qué invitan a un Congreso Provida a alguien que se ha manifestado abiertamente sobre esto?

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Te entiendo, pero eso no justifica que le diga a las personas traidoras, pigmeos, mezquino, inmaduras, ignorantes.
– @albermudezr, te expreso esto por que veo que es un trato muy habitual tuyo a todos los que te cuestionan.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Eso significa que no te gusta lo que escribo. Perfecto, entonces actuaré en consecuencia.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Sé humilde sobre tu falta de caridad.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Primero sé humilde sobre tu irracionalidad. No tengo nada de que arrepentirme. Tarjeta roja para ti.
– Lo último que puedo es perder el tiempo con ustedes.

biztweet @jasarmiento09:
– La soberbia de creer que nadie debe disputarnos es justo el “non serviam”. Responder es un servicio.

L@u @laubrachito:
– Y yo me pregunto: ¿qué profesión debe uno tener para defender la vida?

Daniel @elalispruz:
– No se requiere una profesión, pero si vas a hablar en público en un congreso necesitas conocimiento.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– No necesitas profesión, necesitas preparación.

L@u @laubrachito:
– Para mí, Alejandro es una persona muy preparada.

Daniel @elalispruz:
– Está bien y eso le hemos preguntado: ¿cuál es su preparación al respecto de la defensa de la vida?
– Yo simplemente lo ignoro, pero como soy un “pigmeo ignoto”, él no me lo comparte.

Juan Sebastián @JuanSAP9519:
– Y es precisamente porque algunos se encierran en ideales y se enfurecen si les presentan una perspectiva distinta.

Daniel @elalispruz:
– Ésa es la actitud que tiene un impacto grande y para mal en la fe de muchos.
– El cuestionamiento en el sano debate intelectual debe dar una respuesta, no evadir con insultos.

Luis Felipe Toro @luisefe61:
– ¡Qué soberbia tan repudiable, señor! ¡Increíble que una persona que es punto de referencia para tantos católicos se exprese así !

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– ¡Que tristeza! Alejandro Bermúdez no tiene ni idea de quién es Daniel. Sólo los humildes son grandes.

Daniel @elalispruz:
– ¿Y qué importa quién sea o no sea yo? El punto es que hay una pregunta sin respuesta.

Zoraida Merlo @zoraida_merlo:
– Estas conferencias no invitan a cualquiera, sino a personas preparadas en el tema. En caso contrario, te hubiesen invitado a ti, @elalispruz.

Daniel @elalispruz:
– ¿Y acaso no pueden equivocarse? ¿Se pide una justificación y no da razones? Y tienes razón: no soy la persona para asistir.

Jorge Llanos @JORGELLANOSV:
– También me basureó mientras lo enfrentaba por maltratar a otros. No vale la pena. Un fariseo a bloquear.
– No es un error de comunicación. Es arrogancia de un fariseo, que usa su poder para vomitar alguna frustración. No vale la pena.

Ana María Restrepo @AnitaRPO6:
– Qué tristeza, pero es cierto. Maltrata a todos sentado en su peldaño público.

Daniel @elalispruz:
– A todas éstas no entendí, luego de insultos y evasivas, por qué @albermudezr no contestó mis preguntas.

Juliana Restrepo @Jurestrep:
– ¡¡Porque no sabe contestar, sí insultar!!

Daniel @elalispruz:
– En eso sí probó su experticia.

Juliana Restrepo J@Jurestrep:
– ¡De la abundancia del corazón habla su boca! ¡¡Triste, triste!!
– Está para mandar a EWTN, la Madre Angélica, y ver qué piensa de sus “diálogos” en Twitter. ¿También me llamará PIGMEA?

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Sí, también. Me tiene sin cuidado lo que hagas. No actúo por temor sino por convicción.

Daniel @elalispruz:
– Si actúas por convicción, ¿por qué no contestas las preguntas que te hacen? Parece más bien que actúas por pasión.

M Alejandra V @Acruoris:
– No le hagas caso a ese señor. Está mal. A mí también me ha insultado en otra oportunidad. ¡Bah! ¡Ánimo!

Daniel @elalispruz:
– «El insulto no es un argumento válido, por eso no resuelve conflictos.»

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SEGUNDA CONVERSACIÓN (del 1° al 2 de julio de 2013)

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Punto de Vista ACI de hoy: El fin de la teología de la liberación http://bit.ly/12gHrWV

Un Católico @CanalUnCatolico:
– Es increíble que todavía existan personas que traten de resucitar esa basura marxista de la teología de la liberación.

Antonio Solache @antoniosolak:
– NO todo es malo en la teología de la liberación. También las congregaciones más “ortodoxas” han destruido familias. Por ejemplo: los Legionarios [de Cristo].

Un Católico @CanalUnCatolico:
– Tampoco todo es malo en el nazismo y, sin embargo, no hay que perder tiempo rescatando de la basura cosas “buenas”.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Magnífica tu lógica, Antonio. ¿Porque cualquiera destruyó familias, debemos aceptarlo de la teología de la liberación?

Un Católico @CanalUnCatolico:
– Es lo que le dije: también hay cosas buenas en el nazismo y no por eso hay que hurgar en la basura para encontrar lo “bueno”.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Fantástica defensa de la lógica, el bien y la razón, ¿no? @antoniosolak, ¿qué otro eructo tienes para nosotros?

Antonio Solache @antoniosolak:
– El del Padre Solalinde, amenazado de muerte aquí en México, aplicando esta misma lógica.

IlichMtz @IlichMtz:
– Creo que si recorremos la historia, toda fe, religión, corriente tiene mancha. No por eso es mala.
– Tan viva está la teología de la liberación [como] la congregación de los Legionarios de Cristo, cada una evolucionando.

Antonio Solache @antoniosolak:
– Comparto la opinión de @IlichMtz. Era mi punto para Alejandro Bermúdez. No porque ALGUNOS se hayan desviado, TODOS deban ser juzgados mal.

Alejandro Bermudez @albermudezr :
– ¡Ah! ¿O sea que la teología de la liberación es una religión para ti? El ejemplo de@IlichMtz no se aplica a una corriente.

Antonio Solache @antoniosolak:
– Lo que @IlichMtz plantea es una generalidad, se aplica a un contexto interno. No es religión, pero sí CORRIENTE de una religión.

IlichMtz @IlichMtz:
– Efectivamente, es generalidad. Jamás dije que la teología de la liberación era religión. Hablé de fe, religión, corriente. No lo saquemos de contexto.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Por eso es importante mantenerse en el contexto. La teología de la liberación fue un horror y una catástrofe sin excusas.

IlichMtz @IlichMtz:
– Creo que mis ejemplos causaron más confusión que apoyo al análisis. En el caso de la teología de la liberación, como cualquier otra corriente, tiene fallas.
– No creo que por esas fallas se considere mala, ni considerarla extinta. Más bien, como mencioné, está en evolución.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No, @IlichMtz, fallas tengo yo o tú. La teología de la liberación destruyó la fe, promovió el terrorismo. Ésas no son “fallas”.

lichMtz @IlichMtz:
– Son aberraciones. Tienes razón. Al igual que la pederastia de los Legionarios, las Cruzadas de la Iglesia católica.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Pierdo tiempo contigo. Lo que dices es una estupidez. ¡Las Cruzadas NO fueron un error de la Iglesia, la teología de la liberación SÍ!

Antonio Solache @antoniosolak:
– En el sur de México se ha incrementado, principalmente de mano de dominicos y jesuitas. Lo mismo en Centroamérica.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– La teología de la liberación ha destruido el sur de México en el conflicto sin fin que es hoy y y sólo trajo caos a Centroamérica.

Antonio Solache @antoniosolak :
– Si la teología de la liberación destruyó la FE de alguien, ese “alguien” nunca tuvo una FE real.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Con todo respeto al Padre Solalinde, Antonio, amenazas de muerte no te hacen un héroe a pruebas de análisis.

Antonio Solache @antoniosolak):
– Las amenazas no te exentan de análisis, pero el punto es que el análisis de la teología de la liberación NO puede reducirse a BUENO o MALO.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– ¿Quién dice que no? ¡Claro que sí! ¡Y la teología de la liberación ES MALA! Punto.

Antonio Solache @antoniosolak:
– Como quien dice que el catolicismo es “malo” por la Inquisición, o por las Cruzadas, etc.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Tu rampante estupidez con esta afirmación demuestra que no eres católico. Eres simplemente liberacionista.
– Y no pienso seguir perdiendo el tiempo con tu estupidez.

Antonio Solache @antoniosolak:
– Significa eso o que de los mismos dominicos lo he escuchado (y visto). Insisto. La prueba: Gustavo Gutiérrez ES dominico.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– ¿Y qué tiene que ver? Dominicos y jesuitas han tenido y tienen una tonelada de herejes.

IlichMtz @IlichMtz:
– La teología de la liberación nació en la Iglesia católica latinoamericana y no se fundamenta en movimientos armados.
– Sin embargo, inspiró a realizar movimientos armados, pero también no armados. Ejemplo: Martin Luther King en EE.UU.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– ¿¿¿¿Qué???? ¿La teología de la liberación inspiró a Martin Luther King? ¿Por qué no tomas unas clases de historia? No te vendrían mal.
– No importa dónde nació, sino en la traición en la que se convirtió.

Antonio Solache @antoniosolak:
– Es al contrario. Martin Luther King inspiró a parte de los teólogos de la liberación.
– Sólo digo que tus argumentos contra la teología de la liberación son los mismos que el protestantismo usa contra el catolicismo en general.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Dices estupideces por efecto de tu fanatismo. Gutiérrez escribe “al rico se lo ama COMBATIÉNDOLO”. ¿Te parece bien?
– Porque eres un fanático liberacionista, estás tratando de argumentar lo imposible jugando con palabras.
– “El marxismo es una herramienta social válida y necesaria de análisis”, dice Gutiérrez. ¿Te parece [bien]?
– Creo que le pongo punto final a esta necedad fanática tuya. Estás gastando tiempo y espacio.

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TERCERA CONVERSACIÓN (del 1° al 4 de julio de 2013)

Javier Andrés Pérez @javi_perez_raga:
– Quiero preguntarte si existe un «Punto de Vista» sobre la película Harry Potter, ya que he escuchado sobre mensajes ocultos allí.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Leí todos los libros. Se puede discrepar si gusta o no, ¿pero mensajes ocultos? Paranoia evangélica.

Javier Andrés Pérez @javi_perez_raga:
– Conscientes de lo que están leyendo. Hechizos, brujas, magia, etc. Si somos católicos debemos tener cuidado con lo que leemos, ¿no?
– No quiero controversia, simplemente es cuestión de estar alertas. Como con el libro “50 sombras de Gray”. Gracias por orientarme.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Conozco magníficas familias cristianas cuyos hijos han leído Potter sin volverse brujos.
– ¡Y conozco magníficas familias cristianas cuyos hijos NO han leído a Potter sin volverme menso!

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– Potter fue condenado por el Vaticano en su momento. No podemos ser relativistas, colega.

Carlos Daniel @40_daniel:
– Alejandro, he escuchado a muchos decir que SS Juan Pablo II y el Padre G. Amorth rechazan esa saga. Si es verdad, ¿por qué? Saludos.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Juan Pablo II jamás comentó al respecto. O sea que has escuchado MAL. Y el P. Amorth la condena, y es su opinión personal.
– NO promuevo a Potter ni le tengo simpatía. Me opongo a que alguien diga qué es lo que se debe hacer, siendo opinable.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– ¿Por que usted, colega, descalifica al Padre Amorth? ¿No cree usted en la existencia del demonio? Catequesis de Paulo VI.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Por favor, aprende a leer. 1) ¿Dónde descalifico a Amorth? 2) ¿Discrepar con él en algo es no creer en el demonio?
– Si no me conoces, primero aprende. Cito a Amorth constantemente en mis Puntos de Vista. No quieras ser famoso a mi costa.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– COLEGA, SEA CLARO EN LO QUE DICE Y ESCRIBE. PREOCUPAN SUS CONCEPTOS. Y HÁGALO CON CALMA.
– SÍ DESCALIFICA Y SÍ MUESTRA NO CREER EN EL DEMONIO. Y ESO, DISCÚLPAME, ES RELATIVISMO. MEJOR NO ESCRIBIR NADA, MI HERMANO.
– POTTER ES PROMOCIÓN DE LA BRUJERÍA Y EL SATANISMO. NO HAY DUDA. NO DEBE OCULTARSE CON OPINIONES PERSONALES SUYAS.
– PREOCUPANTE LA NEGACIÓN QUE HACE DE LA BRUJERÍA Y DEL DEMONIO UN DIRECTOR DE UN MEDIO CATÓLICO CON ESPACIO EN EWTN.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No me llames colega, porque no te conozco. Y si pides calma, ¿qué te parece acusarme de promover la brujería?
– Obviamente no tienes idea de quién soy y qué enseño, y no te voy a promocionar gratuitamente.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– ESCUCHO SIEMPRE SUS PUNTOS DE VISTA Y NO NECESITO QUE ME PROMOCIONE. DEJE DE SER EGÓLATRA, MI HERMANO.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Interesante. Me acusas de relativista, de adorador del demonio y ahora de ególatra. ¿De qué te acusas a ti?
– Comparte tu perfección con nosotros. Así aprenderemos a ser humildes y precisos como tú. ¡Dale! ¡Háblanos de ti!
– Irrumpes escribiendo en altas, gritando, diciendo que soy relativista, ególatra y adorador del demonio.
– ¿Qué tipo de perfil psiquiátrico puede escribir de esa forma y con ese contenido a alguien que llama “colega”?

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– MÁS RESPETO, SEÑOR BERMÚDEZ. USTED TRABAJA PARA MEDIOS CATÓLICOS Y DEBE MOSTRAR A DIOS, NO AL ENEMIGO. CÁLMESE.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No tengo idea de quién es @elcenaculo, pero me acusa de promover la brujería y de rendirle culto al demonio ¿Opiniones?

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– NO HAGO ESAS ACUSACIONES, ALEJANDRO, Y NO CREA QUE USTED ES EL ÚNICO CONOCIDO. OJO, NO SE PONGA DE VÍCTIMA. CUIDE SU IMAGEN.
– AGRESIVO, INTOLERANTE, OFENSIVO. NO TENEMOS QUE PENSAR TODOS COMO USTED. USTED SE SALE DE LA DOCTRINA Y QUIERE IMPONER IDEAS

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Estás acusando, ignorante que no conoce mi trayectoria. Y no me la doy de famoso, pero tienes 273 seguidores.

Rodrigo Mora Cárcamo @RodrigoMoraCrca:
– Eso si suena ególatra e ignorante. Cuenta más la calidad que la cantidad, porque si te siguen miles de estúpidos, no cuenta.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– ¿Eres uno de ellos? Parece que sí, ¿no?

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– COMO SIEMPRE GROSERO, BAJO E INSULTANTE. POBRE EWTN.
– LO IMPORTANTE ES LA CALIDAD, NO LA CANTIDAD, MI HERMANO. DIOS NO LE VA A PREGUNTAR CUANTOS SEGUIDORES TIENE EN TWITTER. JAJAJA.
– TODAS LAS NOCHES SALE A BUSCAR PELEA CON ALGUIEN EN TWITTER. TENGA PAZ. SEA TOLERANTE.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Tampoco te va a preguntar cuántas cosas fanáticas y estúpidas dijiste a otros cristianos. Así que no has ganado puntos.
– No salgo a buscar pelea. Me encuentro con simplones con deseos de fama como tú y les doy la cara.
– Si no te gusta, puedes irte. ¿O quieres que te haga el favor?
– Ahora te haces la víctima cuando el que ha insultado, y gravemente, en la identidad cristiana eres tú.
– De mostrar a Dios preocúpate tú. Yo no salgo a decir que son adoradores del demonio porque no piensan como tú.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– POR ESA FORMA DE TRATAR A LAS PERSONAS DECIDÍ NO VOLVER A TRANSMITIR SU PUNTO DE VISTA EN MI RADIO. CALMA.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Magnífico. Si Radio Rosa Mística te tiene a ti, yo no pertenezco allí, así que me alegra.
– Una vergüenza para Radio Rosa Mística tener a un irracional que escribe en altas, gritando e insultando.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– BUENA Y SANTA NOCHE, ALEJANDRO. DIOS LE DE PAZ Y MESURA… Y RESPETO POR LOS DEMÁS.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Dios te dé justicia y decencia, porque no tienes ninguna de las dos, y ciertamente el “buenas noches” va con tarjeta roja.
– ¿Y piensas irte a dormir sin disculparte por llamar a un hermano satanista relativista? Buenas noches.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– Me parece que es lo mismo escribir en ALTAS o en bajas. No veo la diferencia, pero hay gente que se ofende. Escribir en ALTAS no es mal genio

José Flórez @joseflorez69:
– Es una simple regla de netiqueta. Escribir todo en mayúsculas equivale a gritar y es de mala educación. http://es.wikipedia.org/wiki/Netiqueta

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– No sabía que escribir en altas era gritar. ¿Quien inventó eso?

golem @golem:
– Creo que Bermúdez se describía más a él cuando sale en TV que a otra persona.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– @albermudezr, la mayúscula fue circunstancial. Perdón si lo ofendí. NO sabía que la mayúscula era ofensa.

Qriswell Quero @qriswell:
– Oye. Jajajaja. ¿Alejandro Bermúdez un brujo? ¿Entonces la Madre Angélica es una sacerdotisa negra? Qué cosas dices.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– El fanatismo los lleva a no entender e idolatrar a Alejandro. Eso no es así.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Magnífico. Ahora yo soy satanista y mis amigos en Twitter son fanáticos. Magnifica objetividad y caridad.

Henry Gómez Casas @elcenaculo:
– Por favor, muéstreme dónde escribí que usted es satanista. Esa posición de víctima no le queda.

Harold Segura @haroldsegura:
– Me alarma ver como el señor [Bermúdez] pierde su lugar de comunicador para entablar polémicas que lo dejan muy mal, a él y a su canal.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No tengo ningun canal, y si te alarmas por tan poco, no salgas a la calle.

Harold Segura @haroldsegura:
– El mejor ejemplo de cuando la altanería se vuelve ministerio.
– Quien confunde apologética con agresión, termina creyéndose profeta de la altanería y considerándola sagrada.

Jeanette Fernández @jeanetteferna20:
– ¿Qué promueve Harry Potter? La brujería. Eso debería ser suficiente a la vista de la influencia que ejerce. Hay monstruos, etc.
– Como si el demonio tuviera que ser “más evidente” por notar su presencia. ¿Tú mismo no dices que la magia “blanca” no existe?

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– La conversación no da para más. No entiendes lo que digo y no pienso seguirla.
– Chilla todo lo que quieras sobre el punto. Los cristianos siguen siendo libres de opinar.

Jeanette Fernández @jeanetteferna20:
– Te aprecio, pero no me gusta ser tratada así. Soy una dama, no un niño impertinente o un objeto.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– No sé a qué te refieres por “así”. Si te he ofendido, me disculpo. Lo que me importa es que entiendas el punto.
– Y lo más importante: que no insistas queriendo que piense como tú en esta materia.

Jeanette Fernández @jeanetteferna20:
– NO INSISTO, sólo usé varios tweets para expresar mi idea completa. ¿De qué se trata esto? ¿De qué sólo tú digas lo que piensas?
– ¡¡Increíble!! ¡¡Con el cariño que te tengo y me vengo a dar cuenta de que no puedo opinar!! Amén, amén, amén, etc.

Alejandro Bermúdez @albermudezr:
– Magnífico. Es tu opinión. La mía es parecida. Pero no es dogma de la Iglesia. No entiendes mi punto.

Jeanette Fernández @jeanetteferna20:
– Claro que no es dogma, pero tampoco daría a entender que es inocua. Ése es en resumen mi punto de vista.

Gabriel Da Silva @gabbodasilva:
– Agradece que no te trató de ateílla, pues Alejandro Bermúdez es la personificación de los fariseos de la antigua Palestina.

Jeanette Fernández @jeanetteferna20:
– Quien no está contra uno, está a favor. En este caso, fue brusco con una seguidora que dio un punto de vista, pero se disculpó.

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Le extiendo una invitación a Alejandro Bermúdez, que sé que me va a leer, para que haga todas las aclaraciones que crea convenientes en este blog. Espero que esté agradecido por haberle mostrado “instancias específicas” en que ha cruzado la frontera y faltado a la caridad. Estoy dispuesto a dialogar con él, a fin de ayudarle a mejorar el servicio que presta a la Iglesia. Sólo quisiera precisarle que de ninguna manera responderé a cualquier insulto, injuria o adjetivo calificativo con el cual quiera agraviarme. Pues el insulto
1) no dice nada objetivo sobre la persona que es insultada;
2) dice mucho sobre la calidad humana de la persona que insulta;
3) no tiene ningún contenido al cual se pueda responder con argumentos racionales.

Y así como a Alejandro Bermúdez no le falta ingenio para ser enormemente creativo en el arte del insulto, a mí no me falta sentido del humor como para reírme abiertamente de sus ocurrencias. Que es la única manera saludable de reaccionar ante aquello que difícilmente puede ser tomado en serio y que caerá por su mismo peso en el limbo de la irrelevancia y el descrédito. Que así sea.

SODALITIUM 92: MOMENTO DE DECISIÓN

av_pedro_de_osma_barranco

Av. Pedro de Osma, Barranco (Lima)

Ésta es la relación autobiográfica de las dramáticas circunstancias que llevaron a mi salida de comunidades sodálites. Por más increíbles que parezcan los detalles de lo que aquí relato, doy fe de que los hechos sucedieron así, tal como han quedado vívidamente registrados en mi memoria. Pues estas cosas nunca se olvidan.

Era la madrugada del lunes 21 de diciembre de 1992. Me encontraba en una habitación separada de la casa en la comunidad sodálite Nuestra Señora del Pilar —ubicada en una calle que da a un malecón, cerca del final de la Av. Pedro de Osma, en Barranco (Lima)—. Había recibido la orden del superior de la comunidad, Alfredo Garland, de quedarme allí hasta nuevo aviso. Sólo me estaba permitido salir en caso de que necesitara ir al baño. Sólo me estaba permitido leer la Biblia y los escritos de autores espirituales que se me suministrara, para hacer un retiro que me hiciera reflexionar sobre mis graves faltas. Me estaba prohibido hablar con nadie que no fuera el P. José Antonio Eguren, que vivía en la misma comunidad. Asimismo, me llevarían allí los alimentos y no podría desayunar, almorzar ni cenar junto con toda la comunidad. Estaba solo y me había invadido la desesperación, pues unas cuantas horas antes había quedado destruida en mí la figura de la comunidad como una familia en la cual me sentía a gusto y tenía mi lugar, para convertirse en una cárcel sin esperanzas, donde ya casi no podía confiar en nadie. Y se trataba sobre todo de una cárcel interior, pues las comunidades sodálites no son recintos que estén vigilados y de dónde uno no pueda irse cuando quiera. Los muros estaban construidos en el alma, e irse sin más generaba la sensación de estar cometiendo un suicidio espiritual. Y eran estos muros los que había que sortear para alcanzar una libertad nunca soñada ni imaginada en la languidez cotidiana y rutinaria de la vida de una comunidad sodálite.

¿Cómo se había llegado a una situación así? ¿Como había caído en una situación desesperada, en la misma comunidad en Barranco donde se había iniciado mi recorrido a través de comunidades sodálites —pasando por Magdalena del Mar, San Bartolo y Miraflores— once años atrás, cuando en diciembre de 1981 mi madre me dejó allí en su automóvil y se marchó anegada en llanto? Pues he de reconocer que ella nunca estuvo de acuerdo con la decisión que había tomado, pero respetó mi voluntad. Para mí había sido el inicio de una nueva vida, de un largo camino que debía llevarme al estado de laico consagrado, con promesas formales de obediencia y celibato, para así poder servir a Cristo y a la Iglesia bajo la guía de Santa María, y, de esta manera, poder transformar el mundo. Para ella había significado tener que abandonar a un hijo a un futuro incierto.

Once años más tarde el mundo ciertamente había cambiado, pero el Sodalicio no había tenido nada que ver con este proceso. Más aún, aunque seguían repitiendo a los cuatro vientos que iban a convertir el mundo de salvaje en humano, y de humano en divino, el tren de la historia había seguido su marcha, indiferente a sus intenciones y proclamas y sin variar para nada de rumbo. El Sodalicio sí había cambiado. Había pasado de ser un grupo reducido de jóvenes inconformistas de estilo bohemio e ideas radicales y críticas de la sociedad, con raíces católicas tradicionalistas y fascistas, a ser una institución más del status quo eclesial, que buscaba tener el visto bueno de los obispos conservadores y mantener buenas relaciones con la clase pudiente limeña. El Sodalicio había encontrado su lugar en la sociedad, y se guardaba muy bien de criticar a aquellos sectores de la Iglesia y de la burguesía limeña que apoyaban a la institución con donaciones, influencias y relaciones.

Yo también había cambiado. Había emitido mi promesa de profeso temporal, y, por lo tanto, pasaba a ser miembro de derecho pleno del Sodalicio —es decir, de esa élite reservada que tenía acceso completo al texto de los Estatutos de la institución, a diferencia de los demás miembros de menor rango—. No obstante, nunca me había sentido satisfecho con la obediencia casi ciega que era impuesta desde los más altos niveles ni con el conformismo eclesial y social que había ido invadiendo el espíritu originario del grupo. Si bien era un hombre hecho y derecho a punto de ingresar en la tercera década de la vida, con inquietudes intelectuales y contestatarias que seguían vivas desde mis tiempos de juventud y que no parecían encajar en la disciplina del pensamiento único que se practica en el Sodalicio, en otros puntos no había madurado, pues la falta de contacto con la vida real en ese mundo protegido de las comunidades sodálites, donde no había que preocuparse por el sustento diario y se era ajeno a las preocupaciones terrenales del común de los mortales, habían detenido el desarrollo de algunos aspectos de mi personalidad en la adolescencia. No había aprendido todavía a tomar plenamente las riendas de mi propia vida, pues no concebía la existencia fuera del marco de la obediencia, donde un superior me tenía que decir lo que tenía que hacer o por lo menos aprobar lo que fuera fruto de mi propia iniciativa. Y cualquier iniciativa tenía que plantearse dentro de la misión del Sodalicio y estar subordinada a sus fines. Pues Luis Fernando Figari, entonces Superior General del Sodalicio, había dicho claramente que lo primero antes que nada era ser sodálite, y eso debía estar por encima de la profesión que uno eligiera, el puesto de trabajo que uno ocupara, los talentos de los cuales uno estuviera dotado, los sueños que uno soñara, las aspiraciones personales que uno tuviera, por más legítimas que fueran. No se podía ni siquiera decidir donde quería uno vivir. Al final de cada año se realizaban los cambios de tripulación en las comunidades. Figari decidía qué sodálites iban a ser trasladados de una comunidad a otra, sin consultar para nada a los implicados. Actuaba como un ajedrecista que mueve sus fichas sobre el tablero, como un estratega omnipotente en el campo de batalla. Y nosotros debíamos aceptar como la cosa más normal del mundo no tener ni arte ni parte en nuestro destino. Así como no estaba en nuestro poder lo que debíamos hacer cada día, pues todo estaba programado, decidido de antemano, y la vida privada había sido reducida al mínimo. No es de extrañar que una disciplina así termine por generar casos de doble vida, pues siempre hay un fondo de personalidad que busca hacerse valer, que no puede ser anulado por esa nueva identidad impuesta a través de prácticas similares a las técnicas de control de mental, identidad que en el Sodalicio designan con el término bíblico de “hombre nuevo”. Y ese fondo de personalidad auténtica que permanece y lucha por sobrevivir, si se ve sometido a presión excesiva, puede terminar rompiendo las paredes de su encierro por el lado más débil, a saber, el de la sexualidad.

Confieso que yo también había desarrollado una doble vida. Aunque, en mi caso, ésta no llegó a los extremos de abusar sexualmente de menores de edad, realizar visitas clandestinas a los burdeles o tener una amiga secreta. Lo mío fue mucho menos dramático. Me interesaba la literatura y el cine no como entretenimiento, sino como expresión de aquello que no se podía explicar a través de textos teóricos o filosóficos, como una ventana artística para conocer la savia palpitante de las realidades humanas. En secreto leía sin permiso novela y poesía, en su mayoría de escritores latinoamericanos. Pues en las comunidades era norma que, para leer alguna obra literaria que no estuviera en la lista oficial de libros recomendados, se tenía que contar con permiso del superior. Asimismo, hacía escapadas eventuales a algún cine de arte y ensayo, generalmente el cine Julieta en Miraflores, donde podía ver aquellas películas que consideraba enriquecedoras de la existencia, mientras que en las comunidades sodálites se seguía consumiendo mayormente productos cinematográficos comerciales de Hollywood, en los tiempos libres que había en las noches de los viernes y los sábados, cuando los ánimos estaban demasiados cansados como para ver una película que fuera exigente con el espectador. Y ciertamente, no me entusiasmaba ver las películas de acción con Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Jean-Claude van Damme que a veces recomendaba el mismo Figari, o comedias del estilo de Locademia de policía. Alguna que otra vez me aventuré a alquilar películas de arte, que veía a escondidas en un reproductor de VHS cuando me quedaba solo en la casa, como, por ejemplo, la magistral Ladrones de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), que me emocionó hasta las lágrimas con su desgarrador final.

Debido a ciertas obsesiones sexuales que me asaltaban muy esporádicamente, también recurrí en ocasiones a revistas pornográficas. Sin embargo, se trataba más bien de algo a lo que me sentía arrastrado de manera irresistible, y que luego confesaba arrepentido como un pecado, pues entonces como ahora considero las representaciones pornográficas como una manera degradante de presentar el sexo, todo lo contrario del auténtico erotismo, que permite reconocer la chispa de la dignidad humana en su aproximación a la sexualidad. Entonces creía que era sólo cuestión de tiempo para que esas obsesiones momentáneas desaparecieran, pues mi deseo de alcanzar la santidad era sincero y supuestamente la disciplina sodálite, con su fuerte incidencia en la vida espiritual, terminaría por arrancar de raíz lo que yo consideraba obra del demonio. No sospechaba entonces que el mismo estilo de vida consagrada sodálite, así como una concepción errada de la sexualidad, podían estar en las raíces del problema, pues esas obsesiones se fueron mitigando recién cuando comencé a compartir la vida cotidiana de la gente común y corriente.

Fuera de eso, ya me había acostumbrado a la rutina de las comunidades sodálites. Levantarse temprano, hacer ejercicios, ducharse con agua fría y vestirse, bajar puntual a la oración de la mañana o laudes, alguna veces misa, desayuno en comunidad. Y todo esto tenía que hacerse con minuciosa puntualidad. Quien se demoraba un minuto y llegaba tarde a las laudes, era castigado. Quien no estaba sentado a la mesa en el momento de iniciarse el desayuno, era castigado. Y si los encargados de turno de poner la mesa del desayuno cometían algún error, como, por ejemplo, que faltase una taza, un vaso, un plato, un cubierto o alguna vianda, eran castigados. Se aplicaba una norma de tolerancia cero frente a cualquier pequeño error. Y los castigos iban desde no tomar desayuno, pasar una hora en oración en la capilla haciendo penitencia por la falta cometida, o tomar el desayuno sentado en el piso o debajo de la mesa.

Después de un breve momento de descanso, le dedicaba la mañana a las actividades de precepto (oración mental o meditación, lectura bíblica, lectura espiritual, rosario, visita al Santísimo), además de estudiar y preparar mis clases, hasta la hora del almuerzo, en que otra vez nos reuníamos a comer juntos, donde también se aplicaban castigos si algo no estaba en orden. Uno terminaba acostumbrándose a fijarse en el más mínimo detalle a fin de evitar las sanciones. El superior hacía la oración inicial, y luego había que esperar a que fuera él el primero en echar el diente, pues si por inadvertencia o error uno comía o bebía antes que el que presidía la mesa, se corría el riesgo de ser castigado con no almorzar.

Después del almuerzo había tiempo para descansar o echarse una siesta, a no ser que a uno le tocara quedarse despierto para atender las llamadas telefónicas o abrir la puerta en caso de que alguien tocara el timbre. Después continuaban las actividades en la tarde, con la misma rutina. Quienes habían estado fuera de la casa durante la mañana, ya sea por estudios o por trabajo, hacían sus actividades espirituales en la tarde. Yo salía a dar clases en el Instituto Superior Pedagógico Catequético o en el Instituto Superior Pedagógico Marcelino Champagnat (a partir de 1990 Universidad Marcelino Champagnat). Por ese motivo, a veces no podía estar para la cena a las siete y media de la noche, donde regían las mismas reglas.

A veces durante el almuerzo o la cena se leía algún texto de algún autor espiritual o del mismo Luis Fernando Figari, que debíamos luego comentar, sin espíritu crítico por supuesto. Por lo general, el ambiente era cordial, alegre y suelto durante las comidas, así como también lo era en las reuniones comunitarias al final del día, después de la oración de completas a las diez y media de la noche, donde se comentaba en un ambiente familiar lo que se había hecho durante el día u otros acontecimientos de importancia para el Sodalicio y la Iglesia. Estas reuniones finalizaban cuando el superior se iba a dormir. A nadie le estaba permitido acostarse antes, a no ser que tuviera permiso expreso del superior, ya sea porque estaba enfermo o porque había participado en actividades extraordinarias que le habían generado un agotamiento extremo. En general, estos permisos se concedían muy rara vez.

Antes de esta tertulia nocturna, entre la cena y las Completas, siempre quedaba algún tiempo en la noche ya sea para estudiar, o para reunirse con algún grupo de agrupados marianos o aspirantes al Sodalicio en el pequeño salón de la casa dispuesto para estos fines. Pues en las comunidades sodálites suele haber uno o más ambientes para reunirse con gente de afuera, separados del resto de la casa por una puerta con un letrero que dice PRIVADO. Esta puerta es un símbolo palpable de esa separación que suele haber entre el núcleo interno de los consagrados y el resto del mundo, pues lo que ocurre dentro de las casas sodálites, de acuerdo a la disciplina del Sodalicio, debe estar a cubierto de toda mirada ajena, y nada puede ser dado a conocer sin permiso expreso de los superiores.

Sea como sea, esta rutina diaria —algo más relajada los sábados y domingos— no era lo que yo me imaginaba como una vida dedicada a “cambiar el mundo”. El Sodalicio pretendía lograr ese cambio a través de la transformación de los “corazones”, que entendía más que nada como labor proselitista a favor de la institución y, de manera más amplia, a favor del Movimiento de Vida Cristiana. Para conseguir prosélitos no se escatimaba en esfuerzos, llegándose incluso a la manipulación de las conciencias mediante tácticas cuestionables que no retrocedían ante la violencia psicológica. Ello ha hecho que la influencia del Sodalicio haya quedado restringida a aquellos que han tomado contacto directo con la institución, y en algunos casos han quedado huellas que no se borrarán nunca más en la vida. Pero el “mundo” en sí mismo, en toda su amplitud, era totalmente ajeno a los sodálites consagrados. Vivir en comunidad era como vivir en otro planeta.

Ahora bien, en caso de que en estos últimos veinte años hayan habido cambios respecto a lo que he descrito, corresponde a los responsables hablar de lo que saben, pues si bien toda institución debe ser sigilosa con la vida privada de sus miembros, también existe el deber de ser transparente respecto a su ideario, su disciplina y sus estructuras institucionales, lo cual implica permitir que se eche una mirada al estilo de vida que se lleva dentro de las comunidades sodálites.

¿Qué es lo que al final me arrancó de esa existencia donde todo parecía ocupar su lugar, pero que en el fondo era sólo una ilusión, pues mi ser más auténtico yacía encadenado a una ideología totalitaria que se plasmaba en unas normas y reglamentos que no me atrevía a cuestionar? ¿Qué circunstancias desencadenaron, en un momento dado, una reacción en cadena que terminaría por incendiar todas mis seguridades y arrojarme a un abismo donde tenía que decidir entre la libertad —con todas sus incertidumbres— y el limbo de una falsa seguridad? ¿Qué fue lo que pasó para que me replanteara toda mi vida pasada, la viera con nuevos ojos y al final tuviera el valor de arriesgarme para dar un salto al vacío, confiando en que Dios me haría caer sobre terreno firme aunque desconocido, donde se abriría una senda que me llevaría arduamente hacia la libertad, que es la llave de la felicidad?

Yo mismo no pude prever todo lo que iba a suceder. Pero Dios tiene sus caminos. Y mientras más torcidos parezcan, más probable es que sean parte de los trazos con los que escribe la historia de nuestras vidas.

Todo ocurrió así. En ese entonces estaba vigente en las comunidades sodálites la absurda norma, proveniente de Luis Fernando Figari, que prohibía escuchar otra música que no fuera de carácter religioso. Incluso la música clásica estaba prohibida, pues, según Figari, podía despertar sentimientos intensos y pasiones en los sodálites consagrados, y eso constituía una peligrosa tentación, pues un sodálite debía regirse siempre por criterios racionales. Curiosamente, los superiores de las comunidades siguieron escuchando la música que les pareciera, aunque, a decir verdad, sus gustos musicales eran muy conservadores y la música que preferían era de tipo melódico tranquilo. Eso sí, la música rock, pop y bailable que se escuchaba en el “mundo” era rechazada de plano. Pues en este aspecto, como en otros, el círculo de las comunidades sodálites se regía por otras reglas muy distintas a las que rigen en el mundo de los simples mortales.

A mí me fue prácticamente imposible cumplir con esa norma. La música fue siempre para mí uno de los nutrientes esenciales de mi vida interior, más aún cuando me había convertido en compositor de canciones y estaba comenzando a plasmar mis inquietudes más personales en ellas, con melodías más complejas y un lenguaje más poético, razón por la cual el mismo Luis Fernando Figari consideraba que mi talento para la música estaba en decadencia, pues lo que él siempre pretendió es que las canciones que se compusieran dentro de la Familia Sodálite reflejaran su ideología, emplearan su lenguaje y sirvieran de apoyo a la labor proselitista. Y, sobre todo, que fueran musicalmente muy elementales, a fin de poder anidar fácilmente en la memoria. Éstos parecen ser algunos de los motivos por lo cuales le gustaban las marchas y por los cuales rechazó varias de mis canciones para que fueran interpretadas por Takillakkta, pues, según me contó Javier Leturia, sodálite y director de este grupo de música popular católica, Figari no entendía lo que yo quería expresar a través de la letra de mis canciones más recientes.

A mi doble vida se añadió el hecho de escuchar música no religiosa a escondidas, en su mayoría clásica, aunque también durante mi última etapa en comunidad hice el descubrimiento personal de un ritmo que muchos consideran la música clásica del siglo XX: el jazz. Toda esta música la escuchaba yo en secreto, pues privarme de ese manantial sonoro que encierra una riqueza espiritual inefable era para mí como un atentado contra el alma, considerando que siempre he tenido una gran sensibilidad musical y que la música de otros siempre me ha servido de inspiración para componer mis propias canciones. Con el tiempo había reunido una colección personal de música clásica, formada al principio por copias en cassette de CDs originales, pero luego había obtenido varios cassettes originales, siendo mi gran tesoro un par de colecciones de Salvat —Los Grandes Compositores y Los Grandes Temas de la Música—, con lo mejor de la música inmortal que la historia nos ha legado.

Ocurrió que un día fui sorprendido in fraganti cometiendo una falta contra la norma de Figari. El superior de la comunidad, Alfredo Garland, tenía en su habitación algunos CDs originales de música clásica, a los cuales les eché el ojo. Me propuse sacarles copia, mediante el procedimiento que consistía introducirme en su habitación cuando nadie me viera, dejar un cassette en su equipo de música con el volumen puesto en cero y dejar que grabara. Después recuperaba el cassette ya grabado y devolvía el CD a su lugar. No era la primera vez que hacía esto. Pero esta vez fui descubierto. Esta falta se consideraba muy grave, aunque no tuviera como consecuencia ningún daño para nadie, pues la obediencia debía ser guardada a toda costa, sin mediar objeciones de conciencia, de manera absoluta y perentoria. Las medidas que se tomaron fueron drásticas. A partir de ese momento entraba en un régimen de retiro espiritual, donde sólo me sería permitido leer la Biblia y a unos cuantos autores espirituales, además de que debía tener un horario más estricto de la cuenta para dedicarlo enteramente a la oración (meditación, visitas al Santísimo, rosario, lecturas espirituales), con mayor intensidad y frecuencia que en la rutina normal. El objetivo era lograr que tomara conciencia de la gravedad de mi falta y tomara la firme resolución de obedecer las disposiciones de los superiores de forma más radical y completa. Quedaba excluido de las reuniones de los viernes, sábados y domingos en la noche, donde se veía televisión o una película. Aún así, tenía libertad para moverme dentro de la casa y podía participar de las comidas y otros momentos comunitarios junto con los demás miembros de la comunidad.

Reconozco que todas estas medidas fueron aplicadas con buenas intenciones por parte del superior y apoyadas de la misma manera por el resto de la comunidad, pues se trataba de un procedimiento considerado normal para esos casos. Quien ha vivido en comunidades sodálites sabe que la mente de las personas ha sido modelada de tal manera, que todas estas cosas se dan por supuestas. A nadie se le pasa por la cabeza levantar objeciones. Y si alguien las tiene, se las calla, pues, en ese sentido, los sodálites de comunidad suelen estar cortados con la misma tijera. Y yo mismo las acepté como la cosa más normal del mundo, sabiendo que pasado el retiro, que iba a durar una semana, la vida podía continuar como siempre. Pues en el fondo de mi ser, tenía la intención de seguir escuchando música no religiosa. Era como si mi verdadero ser, escondido bajo una personalidad que me había sido impuesta, buscara las vías para aflorar y hacer valer su libertad. Pero separarme del Sodalicio era una idea que ni siquiera asomaba por mi mente, pues tenía la idea, impresa como un sello en el alma, de que eso constituía una especie de suicidio espiritual, que estaría condenado a una existencia atormentada y a ser infeliz en esta vida, y que pondría en riesgo mi salvación eterna.

La noche del domingo 20 de diciembre, último día del retiro, después de la cena y de la oración de completas, los miembros de la comunidad subieron a la habitación de recreo, que estaba situada en la azotea de la casa. Yo me quedé en la planta alta, junto a la escalera, sentado en un sillón leyendo la Biblia. Según la norma, me estaba prohibido irme a dormir antes de que el superior de la comunidad lo hiciera. Ya era cerca de la medianoche y nadie bajaba por la escalera. Cansado después de una semana que había sido tensa y agobiante, entré a mi habitación y me recosté en la cama, sin intención de dormirme. La habitación estaba acondicionada para tres personas, con armarios haciendo de divisiones entre cada cama, a fin de garantizar un mínimo de privacidad. Por norma, los dormitorios de las casas sodálites debían albergar por lo menos a tres sodálites, nunca a dos, pues el mismo Luis Fernando Figari había indicado que de esa manera quería evitar conductas impropias. ¿De dónde había sacado esas ideas? No sabía si era por algo que hubiera leído, por experiencia propia o por simple sentido común.

No sé en qué momento me quedé dormido. Lo único que recuerdo es que poco después de la medianoche irrumpió en la habitación el superior de la comunidad, Alfredo Garland, seguido de José Antonio Eguren, mientras los otros miembros de la comunidad miraban lo que pasaba desde la puerta. Fui despertado violentamente con llamadas de atención y amonestaciones verbales de tono agresivo. No sabía lo que estaba pasando. Se me ordenó que tomara lo necesario para trasladarme a una pequeña habitación que estaba separada de la casa y a la cual se accedía a través de la terraza que daba a la escalera de servicio, en la cual yo debía vivir aislado del resto de la comunidad hasta nuevo aviso, con permiso sólo para ir al baño y sin que me fuera permitido hablar con nadie, a no ser con el P. Eguren. Lo drástico de la medida se debía en parte a que el día siguiente era el cumpleaños de Garland, y como era costumbre en esas ocasiones, la comunidad se había quedado despierta hasta la medianoche para darle las felicitaciones correspondientes. El hecho de que yo me hubiera quedado dormido, olvidándome de esa magna ocasión, se interpretaba como una grave afrenta contra la dignidad de aquella persona a la que le debíamos obediencia absoluta. Lo que me hicieron a mí, en cambio, no representaba ningún agravio contra nadie, sino más bien se consideraba un acto de justicia que reparaba la grieta dentro de la constelación jerárquica institucional que yo había ocasionado.

La forma en que fui tratado en esta ocasión fue la gota que rebalsó el vaso y algo se quebró dentro de mí. Me quedó claro que ya no podía considerar esa casa como mi hogar, ni a sus miembros como mi familia. En pocos minutos, entre el ir y venir trasladando mis cosas entre mi antigua habitación compartida y aquella solitaria frente a la escalera de servicio, terminé fraguando un desesperado plan de contingencia que debía efectuar sin reparos ni demora: la huida. ¿Pero adónde? Regresar a casa de mis padres no era para mí una posibilidad factible. Durante todos estos años me había enfrentado a mi madre, y si bien las relaciones con ella se mantenían cordiales, siempre había una tensión contenida cada vez que me comunicaba con ella. Yo seguía siendo la oveja negra, pues mi decisión de unirme al Sodalicio había sido motivo de durísimos y violentos enfrentamientos verbales y de profundo dolor, tanto para ella como para mí, aunque por diversas razones. De alguna manera yo había allanado el camino para que mi hermano menor Erwin también pudiera unirse al Sodalicio —del cual sigue siendo miembro hasta ahora—, sin que tuviera que pasar por lo que yo tuve que pasar. Con el transcurso del tiempo he comprendido que nos hubiéramos podido ahorrar todos estos sufrimientos, pues su preocupación era la de una madre que veía cómo su hijo era captado por un grupo fanático que presentaba características sectarias. Y yo buscaba encontrarme a mí mismo y seguir mi propio camino, con afanes propios de la adolescencia y la juventud. Sin embargo, creyendo haber encontrado la libertad, terminé metido en una cárcel donde los barrotes estaban puestos en lo mas íntimo de uno mismo y eran mucho mas difíciles de arrancar.

De modo que huir para refugiarme en casa de mi madre significaba para mí admitir mi fracaso. Y tirar quince años de mi vida por la borda. En ese momento yo seguía moviéndome mentalmente dentro de la órbita del Sodalicio, y me aterraba la idea de convertirme en un traidor. No había llegado a comprender del todo que Dios escribe sus historias con líneas torcidas y que todo, incluso lo más absurdo que pueda acaecernos, al final tiene sentido dentro de un destino que escapa a nuestro comprensión. En ese entonces el Plan de Dios —concepto central dentro de la ideología sodálite— en lo que a mí me tocaba personalmente se realizaba dentro de los límites de la institución, de la cual yo no quería desligarme, pues prácticamente la mitad de mi vida se había desarrollado a su sombra, y yo no concebía una vida sin una vinculación estrecha con el Sodalicio. En el fondo también era una cuestión de lealtad, que mantuve hasta el año 2008. Para esa fecha yo ya había madurado en contacto con la vida real, y había descubierto el sinsentido de una actitud que debía ser en el fondo lealtad a mí mismo y a una Iglesia que se me presentaba con mucho mayor riqueza y diversidad que una institución empobrecida por una ideología religiosa rígida y castradora, y una disciplina que creaba zombis militantes y aburguesados, aunque hubiera honrosas excepciones.

La única opción que me quedaba era acudir donde un amigo cercano, a quien le pudiera abrir mi corazón, ante quien pudiera desahogarme y con quien conversar para encontrar una solución razonable en este callejón sin salida en que me encontraba. Ese amigo, el único en quien podía confiar a ojos ciegas, junto con quien había recorrido el camino del Sodalicio desde aquel lejano año de 1978, era Miguel Salazar. En ese momento era superior de la comunidad Nuestra Señora de Guadalupe en San Bartolo, una de las casas de formación que el Sodalicio mantiene en ese balneario a unos 50 kilómetros al sur de Lima. Evidentemente, no podía pedirle al día siguiente a Alfredo Garland que se me permitiera ir a San Bartolo, pues en comunidades sodálites a nadie le es otorgada la potestad de decidir por sí mismo adónde puede ir. Tenía que huir esa misma madrugada. Lo cual presentaba algunos problemas logísticos.

A San Bartolo se acede a través de la Carretera Panamericana. Hay líneas de autobuses interprovinciales que recorren esa vía. El paradero más cercano y accesible para mí quedaba en el Trébol de Atocongo, que está a unos 5 kilómetros en línea recta de la comunidad de Barranco. Sin embargo, la zona de Santiago de Surco que hubiera debido atravesar, además de peligrosa, me era desconocida. Debía llegar a Atocongo por calles más seguras, teniendo en cuenta que el recorrido lo iba a hacer a pie, lo cual significaba efectuar un rodeo pasando por Miraflores, haciendo finalmente que la distancia a recorrer fuera de unos 11 kilómetros. A eso se sumaba el hecho de que entonces estaba vigente en Lima el toque de queda entre medianoche y seis de la mañana, medida preventiva mantenida por el gobierno de Fujimori para evitar en lo posible actos terroristas. Eso significaba que durante ese tiempo las calles debían quedar vacías y el ejército asumía la responsabilidad de vigilarlas, con libertad para disparar si veía algo sospechoso.

De modo que antes de quedar totalmente aislado en la habitación del fondo, me aseguré de contar con lo necesario para la huida: zapatillas adecuadas, una chaqueta abrigadora, mis lentes, un cortaplumas, dinero suficiente en la billetera para pagar el boleto y una linterna fluorescente, que me serviría para indicar mi presencia en caso de toparme con algún contingente militar que estuviera patrullando las calles, y así evitar ser objeto de disparos. Asimismo, me proveí de unas cuantas hojas de papel y un lapicero, para dejar un mensaje. Todo esto fue decidido y hecho en el lapso de unos cuantos minutos.

Por fin, cuando me quedé solo, lloré. Y escribí el mensaje que iba a dejar. No recuerdo lo que allí puse. Esto era algo habitual entre quienes se iban “por la puerta trasera”, como los llamaban a quienes aprovechaban la primera oportunidad que se les presentara, generalmente en horas de la noche, para irse de la comunidad. Era el procedimiento más rápido para desvincularse del Sodalicio, pues la vía de “la puerta delantera”, es decir, manifestar que se tenían dudas sobre que uno fuera llamado a la vocación sodálite en comunidad, tenía como consecuencia el ser sometido durante meses a un régimen especial para que se pudiera hacer un adecuado “discernimiento”, a fin de ver cuál era el Plan de Dios, pues una decisión de tal calibre debía ser tomada luego de haber reflexionado y consultado a Dios en oración, dado que lo que estaba en juego era la salvación eterna. Quienes se iban furtivamente veían cómo de un día para otro perdían sus antiguas amistades, eran objeto de desprestigio por parte de los miembros del Sodalicio y del Movimiento de Vida Cristiana y eran considerados como traidores y prácticamente como carnaza para el infierno. Por otra parte, quienes seguían la vía correcta tenían que pasar por un calvario de meses de incertidumbre, donde no faltaba la presión psicológica y donde la autorización para irse por las buenas demoraba en ser otorgada, mientras que se vivía en una comunidad donde los demás lo miraban ya a uno como un fantasma, como un desterrado que estaba esperando el momento del guillotinazo final. Que yo tenga memoria, nunca han habido despedidas festivas ante la salida de un miembro de una comunidad sodálite, deseándole la mejor de las suertes. Más bien, el aire que se respiraba era similar al de un funeral.

Esa noche no pude dormir, mirando continuamente el reloj. Poco antes de las cuatro de la madrugada, ya debidamente preparado, salí de la habitación y bajé la escalera de servicio hacia el patio que daba a la cocina. Este patio estaba conectado con la cochera a través de un pasillo, en medio del cual se abría la entrada a una pequeña despensa, de la cual tomé una lata de leche condensada Nestlé para el camino. En medio de la oscuridad, llegué a la puerta de la cochera, abrí la portezuela que daba a la calle y salí. Me hallaba justo debajo de la ventana que daba a la habitación del superior de la casa. El único obstáculo que todavía me faltaba superar era el portón que daba a la calle, una verja de unos tres metros de altura. Haciendo el menor ruido posible, temiendo en todo momento ser escuchado, trepé la verja y salté al otro lado, mirando en todo momento la ventana del cuarto donde dormía su majestad. Una vez en la calle, que por un lado daba a un malecón sobre el acantilado, me dirigí por el otro lado hacia la Av. Pedro de Osma, con la linterna fluorescente encendida. Sabía que no debía caminar muy rápido, pues, en caso de encontrarme con una patrulla del ejército, debía estar atento a seguir todas las órdenes a fin de evitar ser abaleado. Aún tomando estas precauciones, tenía miedo. Afortunadamente, el toque de queda en esa época era mucho más relajado que aquellos que se habían vivido durante la dictadura militar en la década de los ’70 o durante el primer gobierno de Alan García en los años ’80. En todo el recorrido por calles vacías y tranquilas no me topé con ningún soldado. La noche, aunque húmeda, no estaba muy fría, pues ya estaba entrando el verano. Había un silencio sepulcral interrumpido sólo por el sonido de mis pasos.

De este modo, recorrí toda la Av. Pedro de Osma —bordeada de viejos y frondosos árboles, testigos silenciosos de esta fuga nocturna—, siguiendo después por la Av. Miguel Grau hasta llegar a la Quebrada de Armendáriz, por donde baja una autovía hacia las playas, crucé el puente, seguí por la Av. Reducto hasta la Av. Alfredo Benavides —que atraviesa el distrito de Miraflores— y subí por ella hasta llegar al Óvalo de Higuereta, luego continué por la Av. Tomás Marsano hasta llegar al Trébol de Atocongo. Eran más de las seis de la mañana, el día comenzaba a clarear y ya se veían los primeros viandantes en las calles. Y yo estaba allí, cansado y sudoroso, desesperado como un alma en pena, esperando junto con otra gente el primer autobús en dirección a Mala, que paraba también en San Bartolo. Finalmente el autobús llegó, subí y me arrellané en uno de los asientos, medio adormilado no sólo por el cansancio y la mala noche, sino también por el olor a rebaño que solía acumularse en las cabinas de estos vehículos sin ventilación ni ventanillas abiertas. Si bien el recorrido hasta San Bartolo duraba menos de una hora, el viaje que había iniciado demoraría más de medio año en tocar puerto. Pues los siguientes siete meses que pasaría en el balneario del sur quedarían en mi memoria como los más duros de mi vida, como un tiempo en que abrigaría el deseo de estar muerto para luego terminar perdiéndole todo temor a la muerte y finalmente lanzarme a recorrer la vida por caminos de barro, sudor y pueblo, donde palpita la verdadera sangre de este mundo. Pero eso ya es otra historia.

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