Hace 40 años, un 30 de julio de 1977, fue asesinado Jürgen Ponto, portavoz del directorio del Dresdner Bank, en su residencia cerca de Frankfurt por integrantes de la RAF (Rote Armee Fraktion – Fracción del Ejército Rojo), conocida también como banda Baader-Meinhof.
Susanne Albrecht, simpatizante del grupo y cuya familia guardaba relaciones de amistad con la familia Ponto, hizo posible el acceso de Brigitte Mohnhaupt y Christian Klar a la mansión, quienes le pegaron cinco tiros al banquero cuando éste se resistió al secuestro.
Recién poco antes de la unificación de Alemania en 1990, Albrecht sería capturada en Berlín, después de vivir refugiada primero en la República Democrática Alemana y después en la Unión Soviética.
Condenada a 12 años de prisión, en 1996 se le concedió libertad condicional, gracias a su colaboración eficaz. En Bremen trabajaría como maestra de alemán para hijos de inmigrantes en una escuela primaria. Si bien en el año 2007 el partido de gobierno, la CDU (Christliche Demokratische Union – Unión Demócrata Cristiana) consideraría insostenible su posición laboral debido a su pasado terrorista, la asociación de padres de familia de la escuela se pronunciaría a favor de mantenerla en su puesto.
Christian Klar, quien participó en la mayoría de los atentados de la RAF entre 1977 y 1982, fue capturado este mismo año y condenado posteriormente a cadena perpetua. En 2008 dejo la prisión bajo régimen de libertad condicional. En 2011 vivía en Berlín, trabajando como camionero. En febrero de 2016 se supo que Klar se ocupaba desde hace varios años del mantenimiento técnico de la página web de Dieter Dehm, diputado en el Bundestag (Parlamento Federal) por el partido Die Linke (La Izquierda). La CDU, con su habitual moralismo burgués, criticó este hecho, mientras que los diputados izquierdistas defendieron el derecho de Klar a desempeñar esa función.
Brigitte Mohnhaupt, en manos de la justicia desde 1982, también fue condenada a prisión perpetua, pero fue puesta en libertad en marzo de 2007, tras haber cumplido los 24 años de prisión mínima exigidos por la ley alemana. Vive retirada y poco se sabe de ella.
Peter-Jürgen Boock, quien conducía el vehículo en el cual huyeron los asesinos de Jürgen Ponto, estuvo hasta 1998 en la cárcel, donde comenzó a escribir sus memorias. Actualmente vive en Italia y es un escritor reconocido.
Otra exintegrante destacada de la RAF es Silke Maier-Witt, quien declararía posteriormente: «Teníamos la ilusión de cambiar la realidad. Eso fue un error». Sin embargo, sus ulteriores actividades hablan de esfuerzos por un mundo mejor, pero ya no por la vía de la violencia. Liberada en 1995, siguió estudios de psicología con especialidad en familia y trabajó en el ámbito de la psiquiatría con niños y jóvenes. De 2000 a 2005 laboró como enviada de paz en Kosovo gracias a una recomendación del entonces fiscal federal Kay Nehm, atendiendo a víctimas traumatizadas por la guerra.
Karl-Heinz Dellwo, quien en 1975 tomó parte de la sangrienta toma de rehenes en la embajada alemana en Estocolmo, también está libre desde 1995. Distanciándose críticamente de la RAF, se ha dedicado a la producción y dirección de documentales, a la publicación de libros y a la gastronomía.
Inge Viett, también exterrorista de la RAF, publicó su primer libro estando todavía en prisión. En libertad condicional desde 1997, se dedicó a escribir y a participar en eventos públicos, defendiendo los objetivos de la RAF. Si bien su “apología del terrorismo” ha sido sancionada en un par de ocasiones con multas de montos elevados, eso no ha sido motivo suficiente para volver a encarcelarla, pues no ha participado en ninguna acción criminal violenta.
Así sucede en la democracias sanas que respetan los derechos de todos por igual, aunque no se esté de acuerdo con sus propuestas.
Pues se puede prohibir ciertas organizaciones y sancionar las invitaciones al odio y a la violencia. Pero no se puede prohibir a las personas, aunque hayan sido terroristas, ni cancelar sus derechos y libertades una vez que han cumplido su condena.
Y una sociedad que renuncie a la integración social y laboral de quienes fueron terroristas, no sólo traiciona principios democráticos, sino que alimenta el caldo de cultivo que favorecerá el resurgimiento de aquello que precisamente pretende evitar.
(Columna publicada en Altavoz el 28 de agosto de 2017)
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Cuando estaba preparando este artículo, me topé con la entrevista que Mávila Huertas le hizo a César Hildebrandt el 25 de agosto en Canal N. Más allá del brillante análisis que hace Hildebrandt de la actual coyuntura del Perú, adelanta unas reflexiones sobre la participación en política de quienes han sido terroristas, con la cuales no solamente estoy de acuerdo, sino que van en la línea de las ideas que sustentan mi presente columna.
Transcribo aquí lo dicho por Hildebrandt en esa ocasión:
Mávila Huertas: Hace muchos años recuerdo mucho y claramente, cuando el cáncer era una enfermedad incurable, que me dijiste: “el terrorismo en el Perú es como un cáncer”. Claro, hoy el cáncer si se detecta a tiempo y se recibe los tratamientos adecuados quizá ya no sea una un enfermedad incurable. Pero en ese momento me dijiste: “Si las distancias sociales continúan en el Perú como está, siempre habrá caldo de cultivo para el terrorismo”. Si la estrategia hoy es pelear con ideas, teniendo en cuenta cómo están nuestros partidos, es decir, quienes entrarían a discutir ideas con el MOVADEF y con estas otras plataformas, ¿tú estarías de acuerdo en permitirles participación política, así como están las cosas hoy?
César Hildebrandt: Es que la otra vía es que el caldero empiece a hervir y no tenga desahogos ni salidas. Si ellos quieren convertirse en partido político, renunciando a la lucha armada… ¡hombre! ¿no ha pasado en Colombia? ¿no está pasando en España con ETA? ¿no pasó en el Reino Unido con Sinn Féin, con los que fueron los terroristas más perversos de Dublín? ¿Quiénes somos nosotros para decir: no, es que el Perú es especial, aquí nadie retrocede y aquí, en fin, los rencores son invictos y el pasado manda? ¡No, pues! […] Tendrían eso sí, por supuesto, que renunciar a la política de la lucha armada, de la violencia y del terrorismo. Pero si quieren convertirse en partido político, ¡bienvenidos, puente de plata! Hay que ser muy torpe para decirle “¡no!” al adversario que quiere transformarse y quiere tener una vía pacífica de presencia, de protagonismo.