TERROR EN BARCELONA: EL TESTIMONIO DE UN MADRILEÑO

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Patio de Butacas es un foro privado de cine en Internet, fundado en el año 2010 por un guatemalteco, un argentino y un español, con la finalidad hacer accesible material sobre el cine como arte —cine clásico, cine de autor, cine independiente, cine experimental, art films— a sus usuarios, que llegan actualmente a la cifra de unos 28,800 aproximadamente. Allí se puede encontrar una ingente cantidad de películas alternativas al cine mainstream comercial, así como libros y ensayos sobre el Séptimo Arte.

Como cinéfilo apasionado, muy pronto llegué a formar parte del staff, integrado actualmente por 11 personas de diversas nacionalidades (España, Argentina, Chile, Perú, Uruguay y Venezuela). Uno de ellos es un madrileño residente en Barcelona, que estuvo en las Ramblas en el momento del atentado terrorista del 17 de agosto. A continuación, su vívido testimonio:

Yo subía por uno de los laterales de las Ramblas en dirección Plaza Cataluña —vivo cerca del sitio— cuando ha pasado, visto y no visto, una furgoneta a toda velocidad por la acera central de peatones. Cuando digo “visto y no visto” me refiero a que el asunto ha sido cosa de 2 ó 3 segundos. He visto volar toda clase de objetos y todo el momento ha venido acompañado de un magma sonoro compuesto por gritos de todo tipo e intensidad y el jaleo típico de gente que huye despavorida corriendo hacia todas direcciones. En menos de un minuto, las Ramblas, que habitualmente está hasta los topes de gente a esas horas (yo diría que el 70% de ella compuesto por turistas), se ha vaciado completamente de transeúntes. Es entonces cuando he visto que había decenas de cuerpos de personas en el suelo. Algunos se movían torpemente, otros estaban inertes. Alrededor de ellos se podía ver todo tipo de souvenirs, papeles y trastos varios esparcidos por el suelo, además del reguero de flores que ha dejado a su paso la furgoneta al llevarse por delante también parte del stock de los famosos quioscos de los floristas de la Rambla.

He vivido bastantes momentos de tensión —de aquellos digamos “fuertes”— a lo largo de mi vida —huelgas, manifestaciones en pro de todo tipo de derechos, enfrentamientos con las diferentes fuerzas de (in)seguridad, asaltos a locales (neo)fascistas, etc…— y creo que es por ello que he sido uno de los pocos —de entre los que no habían sufrido daño físico o que era acompañante de los que lo habían sufrido— que ha podido aguantar el miedo y la presión y quedarse por allí y ver si podía ayudar en algo. Debo decir, de todas maneras, que me ha impresionado notablemente el panorama desolador que ha quedado en todo ese trozo de calle minutos después del paso criminal de la puta furgoneta. Está claro que no es lo mismo ver estas cosas por la TV que estar allí en directo viviendo el momento.

De entre todo el reguero de víctimas me he fijado en un niño llorando —me contó después que tenía 9 años—, apostado de rodillas al lado de un cuerpo femenino estirado boca abajo en el suelo. Me he acercado y le he preguntado quien era la mujer y no me ha contestado. Me ha parecido que el chico era extranjero y he repetido la pregunta en inglés, y entonces me ha contestado a su vez en inglés y entre gimoteos que era su madre. La mujer respiraba pero estaba inconsciente. Siguiendo antiguos consejos, no la he movido —tampoco habría sabido hacer mucho más, la verdad—, y me he dedicado básicamente a tranquilizar al niño mientras esperábamos la ayuda médica, que ha llegado como a los 10-12 minutos más o menos. En ese intervalo de tiempo intenté calmar y sobre todo distraer al niño, dándole conversación (con mi inglés justito), tratando de convencerle que enseguida iba a llegar la ayuda y que todo iba a ir bien. Conseguí que dejase de llorar un poco, pero en diálogo no le saqué más que la edad y que era de Dublin. Acabó interrumpiendo la conversación —o su intento, porque solamente hablaba yo— uno de los paramédicos, que le hizo a la madre una primera (escueta) exploración para ver como era su estado. Todavía pasarían unos 25-30 minutos más hasta verla subida, ya estabilizada, a una ambulancia —ruido ensordecedor de las sirenas de las que iban llegando, de los coches de policía y de algún que otro coche/camión de bomberos—, pues parece que no estaba entre las más graves del momento —esto es pura suposición mía, pues veía que se llevaban antes a otr@s—. El caso es que la presencia de los médicos si pareció tranquilizar bastante más al chico, al cual se acabaron llevando dentro de una de las ambulancias mientras atendían —ahora ya más plenamente— a la madre, que no sé al final que habrá sido de ella.

A medida que iba pasando tiempo desde el momento del atentado, si parecía que se acercaba más gente/vecinos para ayudar o interesarse por los heridos. En medio de esto la policía, que había llegado al mismo tiempo que la ayuda médica, iba diciendo a todo el mundo que no fuese víctima o familiar de víctima que abandonase la zona, cosa que yo al final hice.

La experiencia, desde luego, ha sido extraña y bastante intensa.

Condolencias y abrazos a todas las víctimas.

(Columna publicada en Altavoz el 21 de agosto de 2017)

TESTIMONIO COMPLETO

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Yo soy Matías en el libro Mitad monjes, mitad soldados de Pedro Salinas y Paola Ugaz. Terminé de redactar mi testimonio, aquel en que se basa el capítulo correspondiente del libro, el 28 de agosto de 2011, teniendo como guía un cuestionario que me envió Pedro por correo electrónico. Dado que en un libro de esas características resulta imposible incluir toda la riqueza de contenidos de mi reflexión sobre mi experiencia sodálite, incluyo aquí el testimonio completo.

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TESTIMONIO DE MARTIN SCHEUCH (MATÍAS)
Fecha: 28 de agosto de 2011

Tenía 14 años de edad cuanto tuve mi primer contacto con el Sodalitium Christianae Vitae (SCV) allá en el verano del año 1978 [ver mi escrito donde narro esta experiencia, SODALITIUM 78: PRIMERA ESTACIÓN].

Estaba yo en la adolescencia, cuestionando por primera vez el sentido de mi existencia y buscando mi lugar en el mundo. De hecho, no me gustaban las perspectivas que se me presentaban, pues sentía una enorme insatisfacción respecto al ambiente social de clase media limeña en el cual había crecido. Mi búsqueda se canalizaba entonces a través de lecturas diversas de autores como Hermann Hesse, Rabindranath Tagore y Khalil Gibran, y el rock progresivo de grupos como Pink Floyd, Yes, Queen, Genesis, The Alan Parsons Project, intérpretes como Rick Wakeman y Mike Oldfield, y encontraba un desfogue a la rebeldía en grupos de rock pesado como Led Zeppelin, Deep Purple y Sweet.

Lo que me atrajo del SCV fue algo que se fue perdiendo con el tiempo, a saber, un espíritu medio bohemio unido a un espíritu contestatario frente a los estilos de vida conformistas presentes en la sociedad de entonces, y que lamentablemente han perdurado hasta ahora. El SCV se ha ido acomodando en cierta medida a esos estilos, buscando presentar un rostro respetable sobre todo frente a los miembros de las clases acomodadas del Perú, ocultando sus raíces cuestionables. Pero entre esos orígenes y el presente se extiende la historia de un sistema que ha manipulado las conciencias de sus miembros y ha servido para satisfacer las ansias inconfesables de su fundador, que para mí se reducen al deseo de poder. Los casos de escándalos sexuales son una consecuencia de este sistema, donde probablemente los mismos abusadores sean a la vez víctimas, como sospecho que ocurrió en el caso de Germán Doig. Es una constante que antes se ha verificado de similar manera en el caso de los Legionarios de Cristo.

Mi familia era normal, dentro de los estándares limeños. Mi madre tenía un carácter extrovertido, que irradiaba alegría y pasión por la vida, pero a la vez dominante y con frecuentes arranques de irascibilidad, lo cual había anulado en mí la espontaneidad y me había convertido en un joven sumamente introvertido. Mi padre tenía más bien un carácter tranquilo, reservado, y yo diría hasta ausente, que se había acentuado a raíz de la enfermedad de Parkinson que padecía. En esos momentos la relación con mis padres no estaba pasando por un buen momento, y el SCV me daba la oportunidad de lograr independencia y autonomía, por lo menos psicológica.

En el colegio tenía indicadores muy buenos: sobresaliente en conducta, además de las mejores notas de mi clase. Y sin mucho esfuerzo, porque asimilaba los aprendizajes con facilidad y no tenía que dedicarle mucho tiempo al estudio. Sin embargo, andaba desorientado, pues la sociedad limeña de entonces no se me presentaba con perspectivas atrayentes que satisficieran mis deseos de lograr algo valioso en este mundo.

El surgimiento y desarrollo del SCV no hay que entenderlo sólo como expresión del deseo de poder y significado del que es considerado su fundador, Luis Fernando Figari. Su atractivo radicaba en que ofrecía una manera de redescubrir la experiencia cristiana desde una perspectiva más aventurera, contestataria y comprometida que la que ofrecían las mediocres formas de vida de las parroquias y de los educadores católicos que habíamos conocido. Dentro del SCV el cristianismo adquiría individualmente características subversivas y hasta revolucionarias como las que había en los movimientos de izquierda, aunque luego todo ello quedara mitigado por la alergia institucional a todo lo que fuera participación en la política y una ideología de derechas extremadamente conservadora.

Lo más cerca que estuvo el Sodalitium de una acción política fue la publicación en 1978 del libro Como lobos rapaces de Alfredo Garland, un panfleto de denuncia contra la teología de la liberación disfrazado de investigación periodística. Aunque luego el SCV se deslindara del asunto, arguyendo que se trataba de una obra escrita “a título personal” por Garland, en verdad toda la institución estuvo detrás de la elaboración y posterior difusión del libro. Esta manera doble de proceder se convertiría luego en una constante dentro de la historia del SCV, negando su participación en eventos, acciones, empresas, instituciones que promovieron, pero a las cuales les ponen encima el rótulo de “a título personal”. Yo no conozco nada que haya efectuado un sodálite en cuanto tal que pueda ser calificado verdaderamente de “a título personal”. Lo que hace un sodalite en el ámbito público siempre ha sido autorizado previamente por la institución y es avalado por ella, pues las iniciativas particulares —así como el pensamiento propio— nunca se han permitido en el SCV.

Sin embargo, aun cuando no tengo motivos para dudar de las buenas intenciones que había detrás del proyecto inicial, las metodologías que se aplicaron para hacer proselitismo y conservar a los miembros son bastantes cuestionables, pues todas ellas pueden resumirse en un solo término: intrusión en la conciencia y en la intimidad psicológica de las personas. El concepto de diálogo no existía. Lo que comenzaba aparentemente como un diálogo terminaba en la aplicación de técnicas de manipulación para lograr desnudar psicológicamente a la persona y, ante su desvalimiento interior, conducirla a la aceptación de la doctrina y el estilo de vida que planteaba el SCV. Técnicas de este tipo eran:

  • las conversaciones que devenían en interrogatorios con preguntas incómodas;
  • las introspecciones en grupo que se hacían en los retiros en lugares apartados donde había prácticamente un aislamiento del entorno normal de vida;
  • la aplicación de shocks psicológicos, haciendo que las personas tomaran contacto con realidades impactantes e insufribles, para luego presentarse como respuesta ante el desconcierto generado —como, por ejemplo, la dinámica aplicada en retiros donde alguien se hacía pasar por un enfermo terminal, o la proyección de películas de shock en los dos primeros Convivios: Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Centinela de los malditos (The Sentinel, Michael Winner, 1977)—;
  • la aplicación de tests psicológicos a menores de edad efectuada por personas no profesionales y sin conocimiento ni autorización de los padres, para “conocer” mejor al candidato, y en el caso de mayores de edad la imposibilidad de negarse a la aplicación de estos tests en virtud de que eso se consideraría un acto de rebelión contra la autoridad y la comunidad misma;
  • otras medidas extrañas que fueron aplicadas en casos excepcionales en los inicios del SCV como, por ejemplo, emborrachar al candidato para romper sus defensas psicológicas y poder “entrarle”, es decir, irrumpir en su intimidad psíquica y sacar a luz sus problemas personales para luego ofrecerle el estilo de vida sodálite como un camino de redención personal.

En muchos de los métodos el objetivo claro —y expresado explícitamente— era lograr que el individuo “llore”, señal de que ya se habían “quebrado” y, por lo tanto, ya estaba “abierto a la acción de la gracia”. En realidad, abierto a determinada gracia que iban a perpetrar contra él aquellos que le habían hecho “apostolado”: convertirlo en uno más de los miembros cortados con la misma tijera que ha tenido y tiene el SCV, por lo general con el cerebro lavado.

Hace algunos años leí un libro sobre las Juventudes Hitlerianas, y me sorprendió el hecho de que hubiera varias semejanzas con el Sodalicio que yo había conocido. Si bien no hay uniformes en el Sodalicio, sí hay una manera de vestir por la cual se distingue claramente a sus miembros (pantalones de vestir de colores claros, camisa de color claro sin ningún detalle llamativo de diseño, calzado de estilo muy parecido), y de hecho en eventos públicos y ceremonias litúrgicas solemnes se presentan con terno azul, con un aspecto que hace pensar de inmediato en un grupo uniformado. La creación de una especie de mística colectiva mediante el uso de símbolos, canciones entonadas al unísono con voz fuerte y marcial, y el gusto por eventos de masas donde la asistencia es obligada (por consigna) con despliegues espectaculares de acciones simbólicas —actualmente con ayuda de las modernas tecnologías audiovisuales— son otros puntos donde el Sodalicio corre por caminos similares a lo que recorrieran las Juventudes Hitlerianas.

A eso le sumamos el culto a la personalidad del líder, en este caso Luis Fernando Figari. Dotado de una personalidad compleja de difícil definición, Figari buscó conducir el Sodalicio desde sus inicios como si de un padre se tratara. De hecho, se presentaba como alguien que estaba preocupado por nuestro bien más que nuestros padres carnales, y de este modo se erigía como figura paterna sustitutiva, a la cual se le debía obediencia. Es difícil juzgar las intenciones que tenía. Sólo me consta que se veía a sí mismo como alguien elegido por Dios para crear una institución que iba darle nueva vitalidad a la Iglesia, que se iba a constituir en una respuesta para los tiempos actuales. Y si bien manifestó en los inicios del Sodalicio cierta reticencia a mostrarse como una figura de culto, posteriormente, ya en la década de los 80, cuando ya se había fundado el Movimiento de Vida Cristiana (MVC), le oí decir una vez en la desaparecida comunidad sodálite de San Aelred situada en la Av. Brasil que no le quedaba otra alternativa, muy a su pesar, y que a semejanza de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, debía acceder a convertirse en un líder a quien se le mirara ante todo con veneración. No sé cómo llegó a esta conclusión, pero curiosamente presentaba este proceder como un sacrificio que debía hacer. Por otra parte, Luis Fernando asumió bien este rol y permitió que se tejiera un halo de veneración alrededor de su persona, evidente en los eventos multitudinarios donde se creaba expectativas respecto a su llegada y finalmente su presencia era aclamada como el momento culminante del evento.

Si bien Luis Fernando tiene una personalidad dominante, ello ha ido siempre acompañado de una cierta vulgaridad que afloraba con frecuencia en su lenguaje coloquial y de una falta de naturalidad en su aproximación a las personas. No recuerdo nunca que se haya relacionado con nadie a un nivel de igualdad, como lo haría cualquier persona normal con otras personas con las que entra en contacto. Luis Fernando siempre tenía que ocupar un lugar especial o aparecer como el centro de cualquier actividad. Cuando visitaba las comunidades, se preparaba el ambiente como si fuera a venir un elegido, dotado de un don divino único. Conozco a muy pocas personas que se hayan atrevido a contradecirle.

En el Sodalicio siempre se le ha presentado como un gran pensador, y sus palabras, recogidas en folletos y otras publicaciones, además de los numerosos artículos que ha escrito, han sido lectura obligada de la gente perteneciente al SCV y al MVC y considerados como clave para interpretar la realidad. Un análisis a fondo nos permite descubrir en esos textos las características de una ideología religiosa, pero ideología al fin y al cabo, basada sobre todo en fuentes librescas, que oculta su falta de originalidad y profundidad a través del uso frecuente de términos crípticos. Se trata de un discurso mediocre que se ha ido repitiendo hasta el cansancio sin mayores variaciones año tras año, un discurso que no admitía ninguna observación crítica por parte de nadie. El mismo Luis Fernando nunca ha aceptado ser entrevistado por nadie que pudiera tuviera una actitud crítica hacia él, y ha solido mantenerse alejado del ámbito público, siendo otros los que dan la cara por el Sodalicio. De alguna manera, ello ha reforzado su imagen de personalidad objeto de culto dentro de las asociaciones que él ha fundado.

¿Podría decirse que fundó el Sodalicio y sociedades afines como entramado para ocultar bajas pasiones y vicios ocultos? No creo que haya sido así desde un inicio. Yo casi nunca vi nada extraño que me hiciera sospechar. O quizás la lucha contra mis propios demonios personales no me permitió darme cuenta de ello. Soy de la opinión de que posiblemente hubiera mucho de sincero en sus intenciones. Aún así, no dudo tampoco de que haya habido un lado oscuro y turbio, que pudo existir gracias a que el estilo de vida demasiado exigente que se propugna en el Sodalicio no sólo permite sino que empuja a las personas para que tengan una doble vida donde por un lado, con las mejores intenciones, buscan cumplir con el ideal de santidad que se les propone, pero a la vez se hacen incapaces de manejar adecuadamente su sexualidad, por una falta de una actitud natural y humana hacia este aspecto de la vida.

Resulta también curioso que no se sepa que Luis Fernando haya tenido alguna vez un enamoramiento con una chica, y que más bien le haya escuchado con frecuencia comentarios misóginos, como «¡a la mujer con la punta del zapato!», misoginia que se transmitía de alguna manera hacia sus discípulos, que a veces decían cosas como «mujer buena, sólo la propia madre y la Virgen».

Una cosa extraña en él era un temor obsesivo a contagiarse enfermedades, que llegaba hasta el punto de que a veces dejaba de dar la mano a las personas o cancelaba una visita a una comunidad si se enteraba de que uno de sus integrantes estaba enfermo, o ese afán de tener siempre a la mano pañitos con alcohol para desinfectarse las manos. También es extraño el deseo de que se le complaciera en todo, de modo que si llegaba a una comunidad y no había lo que a él le gustaba, el encargado de suministros (llamado encargado de temporalidades) podía ganarse un problema. De este modo se compraba varios tipos de bebidas gaseosas y bocaditos, que debían estar muy bien presentados, ante una eventual visita de Luis Fernando, aunque posteriormente no se consumiera todo.

Si nos vamos al tema de las estrategias de coerción psicológica, yo creo que todo el sistema de captación y formación está atravesado por la coacción y la manipulación de las conciencias, pues el Sodalicio no admite una pluralidad de opiniones en su seno. Aun cuando proclamen estar a favor de la libertad de las personas, la idea de libertad es entendida de una manera restrictiva, de modo que se cree que sólo se puede ser libre si se acepta el pensamiento único que la institución postula a través de su fundador y sus seguidores. En reuniones, cuando se pide la opinión de las personas sobre un punto, se trata sólo de una táctica para llevarlas a aceptar la verdad que los miembros de la institución proponen. Para lograr este fin consideran como válidas ciertas técnicas de manipulación psicológica. Y si bien hay casos excepcionales de maltrato extremo, relatados por varios testigos, se trata de hechos ocasionales, pues el maltrato más frecuente son las conversaciones y reuniones para ir metiendo la propia ideología en las cabezas de las personas, donde se recurre con frecuencia a la burla, el insulto, la orden de guardar silencio e incluso a veces a las amenazas de castigos (ayunos obligados, privación de sueño, actividades absurdas sin ninguna finalidad, etc.). Ni qué decir, por lo general la autoestima sale bien perjudicada.

Respecto al tema sexual, debo confesar que no vi nada realmente extraño que me llamara la atención. De ciertos hechos me he venido a enterar recientemente. Ya he hablado sobre mi experiencia en un escrito más detallado. Sin embargo, viene a mi memoria un hecho bastante extraño que ocurrió en el año 1979 cuando yo tenía unos 16 años y mi consejero espiritual era B. Durante una sesión de consejería ocurrida en una de las pequeñas salas habilitadas para esto fines en la desaparecida comunidad sodálite de San Aelred, situada en Magdalena en la Av. Brasil, en un momento interrumpió nuestra conversación y entró a los recintos de la comunidad —a los cuales estaba prohibido entrar sin permiso y que estaban separados de las salas de recepción por una puerta donde había un cartel con la palabra PRIVADO—, dizque para consultar un asunto con Germán Doig, por entonces superior de esa comunidad. Cuando regresó, me ordenó que me desvistiera. Una vez hecho esto, me dijo que debía abrazar una enorme silla que allí estaba y fornicarla, en realidad simular que la fornicaba. Cumplí la indicación de manera muy torpe, si bien con cierta reticencia inicial de mi parte. De hecho, me sentí bastante incómodo. Aun cuando B mantenía baja la mirada y también se mostraba evidentemente incómodo ante la situación, yo sentí que se me estaba haciendo violencia interior, aunque el fin aparente de todo ello era simplemente romper las muchas barreras psicológicas que yo tenía a esa edad y que me habían convertido en una persona excesivamente reprimida. La situación no duró mucho y B me pidió que me vistiera nuevamente, y me preguntó si me sentía mejor. Le dije que sí, y no le di mayor importancia al asunto, pues los sodálites nos tenían acostumbrados a cosas raras, pero hasta ahora ninguna había tenido la connotación sexual que tenía esa experiencia. Vista a la distancia, no considero esta experiencia como un intento de abuso sexual, sino como una manipulación y violación de la conciencia mediante el sometimiento a una situación vergonzosa de connotación sexual que atenta contra la intimidad personal. El hecho de que B haya consultado la medida me lleva a pensar que se trataba de una táctica que ya se había aplicado en otras ocasiones.

Mi alejamiento del SCV ha sido progresivo y nunca se ha oficializado definitivamente. Salí en 1993 de una comunidad por acuerdo mutuo debido a incompatibilidades con la vida comunitaria. Es una historia larga y compleja que algún día relataré en todos sus detalles [ver SODALITIUM 92: MOMENTO DE DECISIÓN, SODALITIUM 92: ÚLTIMA ESTACIÓN… SAN BARTOLO, SODALITIUM 93: ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE]. La salida no fue fácil, debido al concepto estrecho de “vocación” que siempre se ha manejado en el Sodalicio, a saber, que si uno se aleja del camino al cual ha sido llamado —llámese instituto o estilo de vida—, pone en riesgo su salvación eterna. Se trata de de un concepto que no tiene en cuenta la diversidad de la experiencia humana ni de las situaciones y caminos que uno tiene que recorrer en la vida y que no respeta la conciencia, además de carecer de sustento en la Biblia y en la doctrina de la Iglesia.

Debido a eso, pasé unos siete meses de angustia en una de las casas de formación de San Bartolo, sujeto a una disciplina monacal que yo mismo acepté: levantarse a las cuatro de la madrugada, darse un chapuzón en el mar helado, rezar y hacer otras actividades devotas y espirituales hasta las seis de la mañana, participar luego de las actividades habituales de la comunidad durante el resto del día hasta las ocho de la noche, en que me iba a acostar antes que los demás. Otros que estaban sujetos a la misma disciplina, aunque debido a circunstancias muy distintas a la mía, eran FRP y RI. Llegué incluso a desear la muerte en varias ocasiones para no tener que tomar una decisión que me aterraba. No había obstáculo físico que me impidiera irme, pues al contrario de otros que entraron en “crisis” y fueron enviados a San Bartolo, yo no tenía a nadie que me acompañara y vigilara cada vez que salía a la calle. Sin embargo, me sentía aprisionado por unos barrotes interiores, por una ideología que me había sido metido a fondo en el alma y que me hacía prever un tremendo fracaso personal en caso de que tomara las de Villadiego. Lo más angustiante era la incertidumbre de no saber cuándo iba a terminar este martirio. No fue hasta poco antes de finalizar ese tiempo en San Bartolo en julio de 1993 que supe cuándo iba a terminar mi estadía allí.

Las consecuencias de haber estado durante más de once años en comunidades sodálites fue, en primer lugar, que no tenía una formación profesional que me permitiera ganar lo necesario para tener un nivel de vida decente y salir adelante. Sólo tenía un título de Licenciado en Teología, y daba clases en el Instituto Superior Pedagógico de Educación Catequética (ISPEC), que pertenecía al arzobispado de Lima y era dirigido por la Hna. Julia Estela, una anciana monja dominica de armas tomar que siempre me apoyó, incluso cuando dejé de ser un consagrado sodálite. Ganaba poco, aun cuando también di clases en colegios particulares, en el Instituto Superior Pedagógico Marcelino Champagnat (convertido luego en Universidad) y en el desaparecido Instituto Superior Pedagógico Nuestra Señora de la Reconciliación.

Además, mi adolescencia no había transcurrido por los cauces normales, y descubrí que a los 30 años de edad todavía tenía que madurar varios aspectos de mi persona que habían quedado relegados durante mi experiencia sodálite.

Haber salido de comunidad en esa época conllevaba consigo una mala reputación frente a la mayoría de los miembros del SCV y del MVC. No obstante mi deseo de seguir contribuyendo con mi esfuerzo y mis talentos al desarrollo de varias actividades de la institución, fui poco a poco siendo relegado, marginado, e incluso se comenzó a hablar mal de mí por lo bajo, tal vez a consecuencia de mi capacidad crítica y de la libertad que manifestaba para expresar lo que yo pensaba. Lo cierto es que se me creó una mala fama, lo cual unido a la marginación soterrada a la cual se me sometió y a las escasas oportunidades de trabajo debido a mi falta de experiencia laboral —por haber estado tanto tiempo en el comunidades sodálites—, no obstante haber obtenido el título de Magister en Administración de Negocios de ESAN (Escuela de Negocios para Graduados), llevaron a que finalmente tentara suerte en Alemania, aprovechando que también poseía la nacionalidad germana.

Finalmente, el poder observar desde lejos lo que sucedía en el SCV y el MVC me hicieron ver con mayor claridad cómo los gérmenes de decadencia iban creciendo en la institución, siendo la gota que colmó el vaso la expulsión sin causa conocida de Germán McKenzie y la detención de Daniel Murguía por acciones pedófilas en el centro de Lima.

Resumiendo, el precio que tuve que pagar por haber pasado por el SCV es:

  • una madurez obtenida a trompicones a una edad tardía;
  • la falta de una adecuada formación profesional para salir adelante en la vida;
  • la marginación, la calumnia, la incomprensión hacia mí persona;
  • el exilio, una especie de condena dictada por las circunstancias pero que fue también la oportunidad para alcanzar el goce de una libertad lograda a machetazo limpio.

Por lo general, el procesamiento de las experiencias vividas en el Sodalicio suele demorar años, en la mayoría de los casos que conozco más de una década, pues el hecho de que la ideología de la institución sea grabada a fondo en la psique de las personas equivale a una suerte de lavado de cerebro, a tal punto que muchos que han abandonado la institución se sienten al principio como traidores. En mi caso personal no fue así. Yo busqué durante años, una vez terminada mi experiencia comunitaria, mantener la lealtad hacia la institución y hacia unos principios basados en la fe cristiana que por convicción personal mantengo. Y puedo dar testimonio de que fui traicionado por la institución en repetidas ocasiones. Hasta que llegó el momento de ver con claridad de que eran pocas las esperanzas de que hubiera un cambio, y que la fidelidad a mi conciencia tenía más importancia que la fidelidad hacia una institución que ha traicionado los principios en los cuáles afirma basarse y que, en consecuencia, ha hecho daño a muchas personas.

«SUS LÁGRIMAS DE DOLOR ME CONMUEVEN»

Nuestra Señora de la Reconciliación, advocación mariana de la Familia Sodálite

Nuestra Señora de la Reconciliación, advocación mariana de la Familia Sodálite

Poco se ha escrito sobre aquellos a quienes yo he llamado “las otras víctimas”, aquellos hombres y mujeres que han participado de buena fe y buena voluntad en los diversos grupos que forman la Familia Sodálite, y que ahora se sienten frustrados y decepcionados ante el escándalo suscitado en el Sodalicio de Vida Cristiana. Escándalo que no tiene sus raíces en quienes han dado a conocer los hechos de los victimarios a la opinión pública, sino en aquellos mismos que han cometido acciones tan execrables.

Ivonne Ospina, una ex agrupada mariana, que tuvo la bendición de tener sólo experiencias positivas mientras participó del Movimiento de Vida Cristiana, me ha enviado su testimonio para que lo publique. Conozco personalmente a Ivonne, pues mi mujer estuvo en la misma agrupación que ella.

En estas sentidas palabras que ha tenido la urgencia de escribir y que le salen de lo más hondo de su corazón se reflejan el dolor y la consternación ante la sombra moral que se cierne sobre una comunidad cristiana, de la cual —al igual que muchos— guarda principalmente buenos recuerdos.

Comparto la tristeza de Ivonne, pues ¡quién no se siente entristecido ante todo lo que está pasando y que afecta a tantas personas de recta conciencia y buen corazón, que constituyen la gran mayoría dentro de la Familia Sodálite!

Mientras tanto, sólo queda seguir caminando unidos tras las huellas de Cristo en una misma Iglesia. En cuanto a lo demás, que ocurra lo que tiene que suceder. Que así sea.

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TESTIMONIO DE IVONNE OSPINA

Algunos amigos y familiares me preguntan: ¿No es el Sodalicio el grupo en el cual tú participabas?

La respuesta es sí.

Yo pertenecí al MVC (Movimiento de Vida Cristiana) desde fines de 1994 hasta 1999, en que me casé. Fui agrupada mariana, [miembro de las Agrupaciones Marianas], como se conoce a los grupos de perseverancia de los jóvenes. Los conocí a través de un congreso de estudiantes universitarios católicos en el año ‘94.

Conocí a varios sodálites y fraternas [integrante de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación], personas a quienes veía siempre con admiración por su entrega a Dios y por su afán por que más personas se convirtieran a Jesús. Y yo quería vivir de la misma manera que ellos: vibrar y transmitir a Cristo. Las misas del Centro Pastoral de San Borja eran para mí sublimes.

Fue un tiempo de mucho auto-conocimiento, de lectura y formación. Recuerdo los talleres [de formación] a los que asistía, en que me hablaban de la espiritualidad y la antropología sodálite. Todo me parecía muy cuerdo y respondía a muchas de mis interrogantes. Lo más hermoso fue que descubrí el gran amor de Dios por nosotros sus hijos y hacia mí. Descubrí que siempre había estado conmigo hasta en los momentos más tristes de mi vida.

Durante los años en que estuve participando, asumí pequeñas responsabilidades y ayudaba en el apostolado en provincias. Viajé a Chiclayo no sé cuántas veces por ese motivo.

Mi paso por el MVC fue para mí una experiencia que marcó mi vida. Enfrenté muchos miedos y mi corazón se abrió a las necesidades de los que más sufren. Conocí gente muy buena, de sólidos valores y de gran corazón. También conocí a algunos que sobreactuaban, un poco “marcianos” o cuadriculados, como les llamábamos en mi agrupación.

La primera agrupación en la que estuve maduró en su crecimiento espiritual. Hubo un tiempo en que estaba convencida de mi vocación para monja. Fue en el tiempo en que recién se estaba formando el primer grupo de las Siervas del Plan de Dios con la hermana Andrea, cuando aún era fraterna y el nombre aún no se planteaba. Fueron días que recuerdo con especial cariño, donde la fuerza del Espíritu Santo era evidente.

Discernir mi vocación me costó. Creo que de alguna manera el no estar en el camino de la consagración me entristeció. De mi primera agrupación, dos de ellas son siervas, otras dos son fraternas, sólo una se casó con un adherente sodálite.

Luego conocí a mi esposo, quien tuvo la buena intención de conocer el MVC y participó de un retiro para chicos en San Bartolo. Aunque no se sintió atraído, debido a mi insistencia se unió a una agrupación, pero tuvo la mala suerte de que su animador era un “marciano” total, con poca caridad y claridad para comunicarse. No entraré en detalles, pues no son de importancia. Después de varias reuniones, desistió. Ya de casados, no quiso saber nada de ellos.

También tuve decepciones. Como en toda relación, nunca faltan. Somos humanos.

En mi nueva agrupación hice buenas amigas, pero luego de casarme, ya no podía participar en la agrupación (sólo es para solteras). De alguna manera me sentí huérfana de mi pequeña comunidad. Y no me identificaba con las “betanias” [integrantes de Betania, asociación de la Familia Sodálite para mujeres maduras] por mi edad. Siempre las vi como mamás, ya que muchas eran mamás de agrupados y agrupadas.

Me perdí de vista y dejé encerrados mis anhelos espirituales. Luego de mucho tiempo, gracias a mis hijos y mi esposo, llegamos a una iglesia donde la Santa Misa la oficiaba un sacerdote sodálite. A ellos les gustó su estilo claro y didáctico. Yo me percaté de que me sentía en familia.

Me duele mucho todo lo que ahora está viviendo el Sodalicio. Comparto la tristeza de quienes son parte de la Familia Sodálite, entre ellos mi mamá que desde hace años dedica su tiempo y energías a nuestra Iglesia a través de las “betanias”. Sus lágrimas de dolor me conmueven.

Ruego a Dios con fe y esperanza por las víctimas que dieron su doloroso testimonio y por las que aún callan, para que Cristo Jesús sane sus heridas desde lo más profundo y les permita alcanzar la paz y felicidad en sus vidas.

Ruego también por los involucrados en estos crímenes (victimarios, testigos mudos y autoridades condescendientes) para que en un acto de dignidad se retiren del Sodalicio voluntariamente, reconociendo sus actos y poniéndose a disposición de la justicia.

Ruego para que quienes queden actúen decidida y enérgicamente en extirpar el tumor maligno que amenaza la vida de esta comunidad.

«NO HAGAMOS LEÑA DEL ÁRBOL CAÍDO»

He recibido hoy un e-mail de un chica cuya hermana participa de las Agrupaciones Marianas, uno de los grupos que integran la Familia Sodálite. Me cuenta que la animadora invitó a las chicas a vivir la caridad, que les dijo que no se debía hacer leña del árbol caído y que además aún no se ha probado nada contra Luis Fernando Figari. La chica que me escribió me relata que su hermana estaba indignada, y que se indignó aún más cuando se les repartió un folleto para la meditación, cuyo pie de página aparece en la imagen que reproduzco a continuación.

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En otras palabras, se les estaba pidiendo a agrupadas marianas que meditaran textos redactados por un supuesto seductor y abusador de menores de edad, megalómano —de eso puedo dar yo testimonio—, secuestrador de libertades y conciencias ajenas, manipulador de vidas truncadas en pleno florecer.

Además, si bien es cierto que todavía no se ha abierto un proceso, es falso que no se haya probado nada contra Figari. Hay pruebas testimoniales, de las cuales algunas han sido publicadas en el libro Mitad monjes, mitad soldados de Pedro Salinas y Paola Ugaz. No debemos esperar tener otro tipo de pruebas, ya sean documentales o de cariz científico. Generalmente, no suele ocurrir que haya fotografías de actos condenables efectuados a puerta cerrada, ni tampoco podremos disponer del calzoncillo que llevaba puesto el perpetrador en el momento de cometer sus perversidades, a fin de someterlo a un análisis forense bajo el microscopio.

Las pruebas testimoniales deberían bastar, si se verifica su coherencia y verosimilitud. Recordemos que el mismo cristianismo se basa no en evidencias científicas sino en pruebas testimoniales, a saber, los escritos redactados por los autores del Nuevo Testamento. Y quien niegue el valor probatorio de una prueba testimonial que resista un análisis metodológico adecuado, deberá negar también las bases mismas en las que se sustenta la religión cristiana.

SODALICIO: UN TESTIMONIO BRASILEÑO

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Parroquia sodálite Nossa Senhora da Guia (Rio de Janeiro)

El 30 de enero de 1986 se fundó la primera comunidad sodálite en el Brasil, en la ciudad de Rio de Janeiro. A esta comunidad se le confió la Parroquia Nossa Senhora da Guia. Los primeros dos sacerdotes sodálites que trabajaron allí fueron Alberto Gazzo, ordenado por el Papa Juan Pablo II, y Luis Cappelleti. Ambos —en fechas muy alejadas la una de la otra— han terminado colgando los hábitos y se han desvinculado de la institución. Y probablemente tengan mucho que contar.

Lo que me ha llegado ahora es el testimonio en portugués de un ex sodálite brasileño, Josenir Lopes Dettoni, quien ha decidido poner abiertamente por escrito su experiencia en el Sodalicio, e incluso ha puesto un video suyo en YouTube donde hace lectura de este texto.

En el mismo menciona a un superior encargado de la formación en San Bartolo y autor de librillos sobre consejería espiritual y de La amistad según El Principito, al cual hemos podido identificar como Óscar Tokumura.

Mal que bien, he traducido el texto al español para quienes encuentren difícil entender el portugués. Sólo me queda decirles que encuentro absolutamente verosímil lo que narra este valioso testigo y muy similar a experiencias que yo he tenido o a anécdotas que conocí de primera mano.

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TESTIMONIO DE JOSENIR LOPES DETTONI

Soy J.L.O., o al menos así era conocido por mis iniciales, ligeramente modificadas, dentro de las comunidades sodálites.

Desde niño quise ser cura y por eso me aproximé a dos sacerdotes que trabajaban en mi parroquia, Nossa Senhora da Guia, en Rio de Janeiro. Eran sensacionales, mi modelo de vida. Con diez años de edad, en el año 1988, mi principal alegría era ser acólito en las misas de fin de semana. Mis padres se mudaron de ciudad, pero con trece años conseguí hacer cuatro viajes para visitar aquel que sería mi “futuro seminario”. Trece horas de viaje en ómnibus, solo. Las actividades del Movimiento de Vida Cristiana (MVC), los paseos, la música de Takillakkta en cassettes, la liturgia… todo me parecía realmente divino. En uno de esos viajes conocí a Germán Doig y a Luis Fernando Figari.

Con quince años de edad, dejé a mi familia, que vivía en el norte del país, para poder ir “al seminario”. Como el Sodalicio no tenía un “seminario menor” (para gente que todavía estaba en el colegio), fui generosamente recibido por un matrimonio —al cual hasta ahora le profeso una profunda gratitud— en su casa durante tres años, hasta poder entrar formalmente en comunidad. En ese período tuve la oportunidad de estudiar, a petición del Sodalicio, en una de las mejores escuelas de Brasil, lo cual ha marcado mi formación hasta el día de hoy.

En esos tres años, de 1993 a 1995, me hice mejor: estudié mucho y trabajé arduamente en las actividades del Movimiento de Vida Cristiana, ocupando diversos cargos en el mismo.

A fines de 1995, junto con casi todos los de mi “agrupación”, hice promesa de aspirante [primer grado dentro de la jerarquía sodálite]. Días después yo, que ya me hallaba en proceso desde hace mucho tiempo, fui aceptado en comunidad, donde viví cuatro años: uno en Rio de Janeiro y otros tres en comunidades del Perú, incluyendo San Bartolo.

No voy a entrar en más detalles, pues la historia es larga. Por lo tanto, guardando gratos recuerdos de algunos aspectos de lo que viví en ese tiempo, paso a relatar sólo las cosas inaceptables que experimenté dentro de esa institución.

– Ideas únicas: fui llevado a vestir “como sodálite”, a hablar “como sodálite”, a actuar “como sodálite”. Se trataba de tener el “estilo sodálite”, una especie de derivación práctica de la “espiritualidad sodálite”. Había una clara presión para alcanzar ese modelo. Cualquier tipo de cuestionamiento era visto como negativo, producto de la propia debilidad espiritual de uno. Ya dentro de comunidad, el pensar unificado era un subproducto de la obediencia, entendida como la voz de Dios que habla por medio del superior de uno.

– Elitismo: éramos llevados a pensar que formábamos parte de la élite de la Iglesia. Las otras espiritualidades se preocupaban de cosas secundarias; la nuestra, de salvar a la Iglesia, de ser los modelos de santidad de los nuevos tiempos, combatiendo todo mal, lo que era externo, incluso si eso externo era interno en la Iglesia. Ésa es una característica que acaba seduciendo a mucha gente, una mezcla de búsqueda de excelencia y vanidad. Después descubrí que internamente éramos incluso clasificados en una especie de ránking (niveles A, B, C).

– Abandono de los que salían de comunidad: eran vistos como muertos, como aquellos que cayeron en batalla. “Y tú no recoges el cuerpo de un muerto en medio de la batalla… Primero, ganas la batalla, después vas a ver los muertos”. En resumen, ya que estamos en una guerra, no se debe prestar atención a quien partió. Cosa que sentí claramente de parte de mis “hermanos de comunidad” en Rio de Janeiro cuando fui a visitar la parroquia después de haber dejado la vida comunitaria. Además, al salir, eres invitado a firmar una carta diciendo que el Sodalicio no te debe nada en términos financieros. ¡Ah! La opción de ser adherente [sodálite casado], cosa que también fui, no mejora mucho la cosa. No. Los adherentes no son tomados en serio.

– Maltratos físicos: llegué a dormir cuarenta días en el suelo, con ocasión de la Cuaresma; ayunos largos y rigurosos; incontables ejercicios de todo tipo (incluso natación en el mar gélido… el mismo que causó posteriormente la muerte de un [emevecista] brasileño); ejercicios que, por otra parte, los superiores no hacían (destacando especialmente a Luis Fernando). La cosa era tan exagerada, que si tú simplemente no lograbas más (y más era mucho, mucho más), era porque tú eras un prejuiciado o no tenías vocación. A causa de eso, muchos se lesionaron gravemente.

– Maltratos psicológicos: generalmente vinculados a la mala visión de la obediencia religiosa y del rol del superior. Sólo por dar un ejemplo: en cierta ocasión yo formaba parte de un grupo de tres que servíamos la mesa para 23 personas. Uno de mis compañeros le sirvió a un superior un refresco que no era para él. Eso fue visto como una gran falta de respeto a la figura de aquel que representaba a Cristo en la casa. Nuestro castigo, además de recibir muchos insultos, fue retirar y volver a poner la mesa completa (lavando, secando, guardando y volviendo a colocar todo de nuevo en la mesa) 100 veces, sin parar, sin comer. Esto duró ocho horas y media de sufrimiento continuo y repetitivo. Durante ese tiempo, el resto de la comunidad tampoco podía comer… Al final, un superior distinto encargado de la formación en San Bartolo nos puso a los tres en hilera y nos insultó nuevamente, ofendiendo incluso a nuestras madres. Como yo estaba visiblemente afectado por lo ocurrido, él, por si fuera poco, me ordenó que permaneciese al lado fuera de la comunidad para no contaminar la casa con mi energía negativa. Hoy escribe libros sobre consejería espiritual y la amistad según El Principito. Eso sólo para no entrar en mayores detalles sobre cuando quise realmente matarme, mas no tuve el coraje, lo cual me hundió aún más en un proceso de depresión con manifestaciones psicosomáticas que me llevaron a estar ocho meses en cama. Tuve que matar a Dios dentro de mí para sobrevivir. Conseguí, después de dos intentos, huir de comunidad. Tres meses después de mi salida estaba consumiendo drogas; camino, por otra parte, que otros ex sodálites también han recorrido.

– Restricción de las libertades individuales: se pedía permiso para todo. La agenda de actividades de uno era aprobada directamente por el superior de uno; su incumplimiento era visto como un pecado. Toda nuestra relación con la familia era mediada por pedidos de permiso. La única vez que recibí autorización para visitar a mi familia, que vivía en otra ciudad, fue acompañado por un sodálite designado a esos efectos. Más serio, así y todo, fue cuando intenté huir de San Bartolo. Al notar que yo me hallaba fuera de la comunidad cargando una maleta, un “hermano” corrió hasta la plaza, donde yo me encontraba, y me detuvo físicamente. Me agarró y no me dejó hasta que se llamara al superior (el mismo de los librillos), momento a partir del cual continué detenido hasta que nuestra conversación me llevó al llanto y a más desequilibrio emocional. Acordamos entonces que yo necesitaba discernir más. Por lo tanto, salir de comunidad no siempre es tan sencillo.

– Culto a la figura del Fundador: una vez fui humillado públicamente por Luis Fernando (mi superior directo fue notificado) por haberle dicho que se había equivocado sobre su pretendida capacidad de leer lo que yo estaba pensando. Él dijo que yo había pensado una cosa y yo simplemente dije la verdad, que no. Eso bastó para que me pusiera en el centro de una conversación, con otros sodálites presentes, sobre el problema de la mentira. Al final, además de fundador y superior, era un iluminado.

En cuanto a abusos sexuales, no tengo mucho que decir. Además, no imaginaba que eso pudiese suceder en el Sodalicio. Dos de los que hoy son mencionados como abusadores eran vistos por mí incluso como buenos amigos. La única cosa extraña, que puedo juzgar mejor después de la revelación de hechos escabrosos, fue una vez en que, después de una conversación inusual sobre marihuana y masturbación, Germán, que durante un tiempo fue mi consejero espiritual, se cambió completamente de ropa delante mío.

Hay mucho que contar, mucho que traer a la luz. He hecho esto como un ejercicio personal y porque parece que no hay suficientes testimonios disponibles en portugués. ¿Estoy arrepentido de lo que viví? No, hice lo correcto o lo que me fue posible a lo largo de mi jornada. También tuve mis errores, que, en conciencia, no deben ser atribuidos a mi paso por el Sodalicio. Aprendí, además, muchas cosas buenas que marcan profundamente mi vida hasta ahora. También guardo en el corazón las imágenes de personas muy especiales que conocí. Así y todo, ¿dejaría a mi hijo pasar por eso? Definitivamente no.

Espero que la institución encuentre un buen camino para refundarse, preservando así el recorrido de muchos que se dedicaron a ella con ardor y generosidad.

Un fuerte y sincero abrazo,

J.L.O.

CARTA ABIERTA A LA FAMILIA SODÁLITE

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Kleinfischlingen, 27 de julio de 2015

A todos los integrantes de la Familia Sodálite:

Quiero dirigirme a ustedes con sinceridad y a corazón abierto, pues formamos parte de una misma Iglesia y existen lazos espirituales que nos unen íntima y fraternalmente como miembros vivos del Pueblo de Dios que peregrina por los caminos de este mundo.

Durante treinta años (de 1978 a 2008) yo también formé parte de la Familia Sodálite, como miembro del Sodalicio de Vida Cristiana, primero como laico consagrado y, después de casarme en el año 1996, como adherente sodálite. Son treinta años que no me arrepiento de haber vivido, pues formaron parte de mi desarrollo personal. Pues a través del Sodalicio, cuando sólo tenía 15 años, descubrí la fe que me acompaña hasta ahora, fe que fui madurando, nutriendo a través de la experiencia de vida en comunidades, la liturgia y los sacramentos, el estudio y sobre todo el apoyo y el cariño de muchas personas de buena voluntad que conocí. Guardo con devoción en mi memoria varios momentos compartidos con quienes fueron compañeros en el peregrinar, entre ellos las celebraciones navideñas en comunidades sodálites, el viaje a Roma como integrante del conjunto Takillakkta en abril de 1984 para hacer acto de presencia en el Jubileo de los Jóvenes, los retiros espirituales, los grandes momentos litúrgicos del año en la Parroquia Nuestra Señora de la Reconciliación, como Semana Santa, especialmente las Vigilias Pascuales y las Misas de Nochebuena, los almuerzos de 8 de diciembre compartidos en alegre camaradería, entre otros.

Mi contribución a la Familia Sodálite todavía está presente en muchas canciones que compuse y que todavía se siguen cantando. Y que nos unen en un mismo sentimiento de alabanza a Dios por manifestarse en nuestras vidas y acompañarnos con su presencia.

Nunca ha sido mi intención quitarle legitimidad al camino que sigue la Familia Sodálite en la Iglesia, pues soy consciente de que muchísimas personas han encontrado allí una manera de vivir activamente su fe y ponerse al servicio del Pueblo de Dios. Lejos de mí el querer disuadir a nadie de seguir participando de los diversos grupos que conforman la Familia Sodálite, aun cuando en estos momentos yo ya no suscriba los acentos y doctrinas peculiares de la espiritualidad que le sirve de base. Y eso es del todo legítimo, pues las diferencias que hay entre católicos en cuanto a pensamiento y forma de entender la vida cristiana no tendrían por qué generar divisiones entre quienes son sarmientos de una misma viña, ni tendrían tampoco que generar un sentimiento de superioridad de unos sobre otros porque unos consideren que tienen una lectura más auténtica del mensaje cristiano en comparación con otros, a los cuales consideran laxos, relajados y faltos de compromiso. La pertenencia a una misma Iglesia, unida en el vínculo del amor, está por encima de la pertenencia a una determinada familia espiritual. Eso lo sé yo, eso lo saben ustedes. Y la Familia Sodálite tiene un aporte que prestar, en comunión no sólo con los católicos que pertenecen a otros grupos o que simplemente van a sus parroquias, sino también con todos los cristianos en general.

Ello no debe cegarnos a los graves problemas que se han presentado a lo largo de su historia y que se ciernen actualmente como una sombra, muchos los cuales tienen sus raíces en los orígenes del Sodalicio y en algunas turbias circunstancias que involucrarían a miembros importantes de la institución, algunas de las cuales no han sido suficientemente aclaradas mientras que otras han sido silenciadas y encubiertas, incluso a quienes como ustedes participan de buena fe en las actividades de la Familia Sodálite.

Algunos textos que han aparecido en este blog fueron originalmente escritos sin que yo tuviera la intención de hacerlos públicos. Los textos que llevan como título SODALITIUM 78: PRIMERA ESTACIÓN, OBEDIENCIA Y REBELDÍA y SODALICIO Y SEXO constituyeron para mí una especie de catarsis y un intento por comprender con nuevos ojos mi experiencia en el Sodalicio tras el golpe que significó para mí a fines del año 2007 la inexplicable expulsión de Germán McKenzie, entonces Vicario General del Sodalicio, y la posterior detención y encarcelamiento de Daniel Murguía, ambos eventos ocurridos en el lapso de un mes. Todo esto me olía a podrido, considerando que no podía entender como un hombre bondadoso y de tan gran calidad humana como Germán hubiera tenido que sufrir la vergüenza de verse expulsado públicamente de una institución a la cual le había dedicado los mejores años de su vida. Asimismo, no encajaba en el cuadro que un ser humano de un carácter tan dulce e ingenuo como Daniel se viera de pronto arrastrado por pasiones inconfesables y hubiera sido detenido en circunstancias comprometedoras de graves implicaciones.

Había algo que no estaba funcionando en el Sodalicio y que afloraba en casos como éstos, sin que hasta el momento nadie diera explicaciones satisfactorias. La imagen que hasta entonces había tenido de la institución a la cual me sentía ligado había saltado de pronto en pedazos, y junto con ella treinta años de mi propia vida. Tenía ante mí como piezas de un rompecabezas que debía volver a armar. Nada encajaba e incluso tenía la sensación de que faltaban piezas. Las claves que me permitieran reconstruir el cuadro tenía que buscarlas en mi experiencia, mirando lo que yo había vivido ya no a través del cristal de la interpretación sodálite de la realidad —que a todos los que hemos pasado por la formación sodálite nos han metido entre ceja y ceja—, sino desde una perspectiva más libre, sin ataduras, aplicando un sano espíritu crítico. Y todo esto fue un proceso doloroso, pues a medida que las cosas iban ocupando su lugar, me fui dando cuenta de que los problemas del Sodalicio eran más graves de lo que yo me había imaginado.

Los tres textos mencionados, que fui redactando durante el año 2008 y que constituyeron como ensayos para comenzar a armar el rompecabezas y descifrar el enigma, se los di a conocer primero a algunos amigos cercanos, a fin de conocer su opinión. Todos coincidieron en que eran reveladores e interesantes, y que acertaba en líneas generales en lo que respecta a los problemas que había presentado el Sodalicio a lo largo de su historia. Más aún, en ese entonces adquirí la certeza de que el caso de Daniel Murguía —quien, por su carácter tranquilo y bondadoso probablemente haya sido víctima antes de convertirse en perpetrador— no iba a ser el último caso que saliera a luz, pues el problema no parecía radicar en las personas mismas, sino en el sistema y las estructuras del Sodalicio, que terminaban desatando deseos turbios e inconfesables, como yo mismo lo he descrito en mi escrito testimonial SODALICIO Y SEXO.

Durante los años 2008 y 2009 mi conciencia se vio atormentada por estas cosas que ahora veía con más claridad, sin saber cómo debía proceder. ¿Debía contárselas a alguien de mayor responsabilidad en el Sodalicio, para que se tomaran las medidas correctivas del caso? En ese caso, ¿a quién? La mayoría de aquellas personas con las cuales mantenía un cierto grado de confianza o ya no pertenecían a la institución, o estaban ubicadas en su periferia, sin poder de influencia. Finalmente, decidí consultar el asunto con un sacerdote del Movimiento Schönstatt que también entendía español, a quien le envié previamente los textos que había redactado. Este sacerdote me recomendó que comunicara estas cosas a alguien con responsabilidad en la institución, y si no querían escucharme o hacerme caso, yo quedaba libre de toda responsabilidad, sobre todo ante Dios, en quien siempre he mantenido mi confianza. Mi intención era que en el Sodalicio se dieran cuenta de que tenían como una bomba de tiempo que en cualquier momento podía estallar, y si bien yo ya no me podía identificar ni ideológica ni espiritualmente con la institución, era consciente —como lo sigo siendo ahora— de que sigue siendo con todo derecho parte del Pueblo de Dios. Y yo, como miembro de ese Pueblo de Dios, tenía una responsabilidad ante todos los miembros de la institución y las personas que de ella dependían, a saber, todos aquellos que como ustedes forman parte de la Familia Sodálite.

La oportunidad llegó a inicios de 2010 durante un breve viaje a Lima, cuando mi madre se hallaba muy enferma y se hallaba cercana su muerte. Con anterioridad yo le había enviado los tres escritos mencionados a un sodálite conocido con un alto cargo de responsabilidad. Ya en Lima, mientras pasaba momentos dolorosos junto a mi madre, cuya salud se deterioraba cada vez más, aproveché una mañana para tomar un desayuno junto con ese sodálite en un café-restaurante ubicado en el distrito de Miraflores. Contra lo que yo esperaba, se desarrolló una conversación muy tensa, donde en vez de conversar sobre aquellos aspectos problemáticos que yo veía en el Sodalicio, esta persona buscó primero hacerme “tomar conciencia” de que yo tenía serios problemas espirituales y psicológicos, juego al cual no me presté y que corté desde un inicio. Después se mostró más preocupado en saber con quién había compartido esos escritos que en aclarar los aspectos que yo detallaba, que es lo yo hubiera esperado que ocurriera. Finalmente, me dijo que todo lo que yo ponía allí era falso y que el Sodalicio podía denunciarme por difamación, aun cuando mis textos hasta el momento hubieran tenido sólo un carácter privado, pero que, en acto de condescendencia, iba a borrar los archivos que yo le había enviado y olvidarse totalmente del asunto. Si el Sodalicio efectivamente había cambiado —como me aseguró este sodálite—, yo no noté ninguna diferencia en la manera como manejó el asunto que yo puse a su consideración.

Lo cierto es que esta conversación me dejó un mal sabor de boca, y tuve la certeza de que nada se iba a hacer para solucionar los problemas que yo creía ver en la institución. Y la culpa de ello no estaba en esta persona ni en otros sodálites de buena voluntad, sino en un estilo que terminaba configurando la mente y personalidad de los sodálites, haciéndolos sentir la necesidad de defender la institución a toda costa como si se tratara de una obra divina intocable y volviéndolos impermeables a toda crítica —aunque fuera constructiva—. Sentí que las puertas del diálogo no estaban abiertas, como no lo estuvieron cuando en el año 2003 tuve un desagradable intercambio de correos electrónicos con el sodálite Alejandro Bermúdez, director de ACI Prensa, e informé del asunto a otros sodálites con altos cargos en la institución, sin recibir jamás una respuesta.

Regresé a Alemania antes de que mi madre falleciera. Por lo menos, ella sabía que yo había estado a su lado —pues me había esperado antes de dar el paso definitivo hacia la otra vida— y pude acompañarla en algunos momentos de su agonía. Y ahora me dejaba un legado que no podía ignorar: aunque había cometido errores durante su vida, siempre había buscado lo mejor para nosotros sus hijos, siguiendo su conciencia. Cuando me uní al Sodalicio, ella se opuso —pues como muchos padres y madres de familia de esa época, sospechaba de un grupo que ya desde entonces presentaba características sectarias—, pero cuando vio que era inevitable que yo tomara esa decisión, me apoyó personalmente en lo que pudo. Incluso cuando tomé la decisión de tomar otro camino que el de laico consagrado, no hubiera podido salir adelante sin su ayuda.

Ahora me encontraba ante un dilema. ¿Debía dejar las cosas como estaban, callar, dar vuelta a la página y contentarme con tener una vida burguesa al lado de mi familia, ajeno cualquier problema de este tipo? ¿O debía dar a conocer lo que sabía, para que alguien se animara a buscar una solución a los problemas? En mi primer blog LA GUITARRA ROTA ya había hecho públicas algunas críticas veladas al Sodalicio, sin mencionarlo por su nombre. Pero eso no era suficiente para que se hiciera algo. Y yo tenía entonces el presentimiento de que en algún momento iban a aparecer uno o más casos de abusos sexuales. No podía ser de otra manera en un sistema rígido de disciplina estricto que pretendía la santidad de aquellos que se sometían a él, pero que manipulaba sus conciencias, aplicaba técnicas de control mental y restringía su libertad. Lo que entonces era una suposición se iría convirtiendo después en certeza, sobre todo cuando a partir de 2011 en adelante comencé a recibir varios testimonios de gente que había sufrido daño psicológico bajo ese sistema disciplinario.

Por el momento decidí dejar el asunto en stand by, mientras buscaba nuevas vías para mantener mi inserción en la Iglesia. Seguí frecuentando a algunas personas del Movimiento Schönstatt, con las cuales sigo manteniendo relaciones de amistad. Guardo muy buena opinión de ellos y sigo dispuesto a apoyarlos en lo que hagan, aunque no comparta todas sus aproximaciones a la vida cristiana. Su sede principal en Vallendar, cerca de la ciudad de Coblenza, es un lugar de encuentro donde se respira paz y espiritualidad, y que atrae a peregrinos de todo el mundo. Es un oasis religioso en una Alemania donde, si bien siempre hay en las parroquias un pequeño grupo de gente que participa de la vida parroquial y mantiene viva la fe de las siguientes generaciones, la cosa no suele ir más allá de un estilo de vida cristiana acomodada, sin mayores riesgos. Y la escasez de sacerdotes se hace sentir, pues con el paso del tiempo se fusionan cada vez más parroquias, sin que se vislumbre un cambio de tendencia en el futuro. También dediqué mi tiempo libre a leer y seguir informándome sobre otras asociaciones con muchas características en común con el Sodalicio: el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, sobre todo.

Cuando en febrero de 2011 se hizo público que Germán Doig, ya fallecido, quien había sido Vicario General del Sodalicio (es decir, el segundo en la cadena de mando después del Superior General), había cometido abusos sexuales en perjuicio de tres jóvenes varones, no me llamo la atención que hubiera ocurrido un hecho así en el Sodalicio. Lo que sí me sorprendió fue quién era el abusador, una persona que yo había conocido personalmente de cerca y con quien había compartido techo y mesa durante años. Si alguien gozaba de prestigio y fama merecida de santidad en el Sodalicio, ése era Germán Doig. Además, la vida de Germán Doig sólo tenía sentido dentro del marco del Sodalicio, pues no solamente le había dedicado toda su vida desde que era adolescente, sino que él mismo había contribuido a configurarlo tal como era en la actualidad y se le consideraba la encarnación ejemplar del ideal sodálite, incluso más que el fundador Luis Fernando Figari.

Si Germán Doig había cometido los reprobables actos que se le atribuían, entonces la conclusión caía por su propio peso: el mismo sistema de vida y disciplina tenía graves fallos que podían estar afectando la vida otros sodálites, así como me afectaron a mí, generándome angustia y obsesiones sexuales, que —gracias a Dios— nunca me llevaron a abusar de otras personas. Además, tenía la certeza de que el Sodalicio, fiel a su costumbre de mantener en secreto todo lo relacionado con los interines de la institución y de sólo dar a conocer lo que se podía saber por otras fuentes, estaba ocultando el verdadero alcance del problema. La versión oficial del Sodalicio —para mi indignación— fue que Germán Doig había sido un caso aislado  y que eso, si bien les dolía en el alma, en nada afectaba la naturaleza buena de la institución como obra querida por Dios. Sólo se admitió públicamente que había tres víctimas, cuando lo más probable es que eso sólo fuera la punta del iceberg y hubiera más víctimas que por el momento guardaban silencio. No sólo suponía yo que podrían haber más víctimas, sino también que probablemente habían más abusadores. Y si esto era así, yo no podía seguir callando y seguir viviendo como si nada hubiera pasado, sin convertirme con mi silencio en cómplice de los autores del delito. Y en cierto sentido también en victimario, pues quien posee información relevante para aclarar ciertos delitos y prefiere guardarlos bajo siete llaves a fin de no crearse problemas, se convierte en un encubridor y causa por su omisión mayor sufrimiento en las víctimas.

El problema radicaba en cómo comunicar lo que yo sabía y las reflexiones que ello había suscitado en mí. Durante ese año conversé con un par de amigos cercanos al respecto y pude tomar contacto con algunas personas que habían estado en primera línea en lo referente al caso de Germán Doig. A su vez, seguía lo que iba apareciendo en la prensa con gran decepción, pues siempre se mezclaban medias verdades e información incorrecta con los datos ciertos que se publicaban. Sobre todo percibía que había una falta de comprensión de lo que era el Sodalicio y de la manera de ser de los sodálites. Poco a poco me fui convenciendo de que sólo alguien que hubiera experimentado el Sodalicio desde dentro podía presentar información adecuada y pertinente sobre la institución y poner el dedo en la llaga. Considerando cómo reaccionaba el Sodalicio ante quienes lo criticaban públicamente, la tarea no se presentaba nada fácil.

Sabía que me hallaba en una encrucijada de la vida, pues la decisión que estaba tomando iba a tener consecuencias indeseables sobre mi vida, pues como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia —tal como se manifestó de manera modélica en la vida de Jesús—, quien muestra lo que los demás no quieren ver y habla de aquello que el común de la gente —en aras de su tranquilidad burguesa— prefiere no saber que existe, termina siendo objeto de desprecio, difamación y ostracismo. La historia de la humanidad está atravesada de cabo a rabo por actos de complicidad a fin de guardar las apariencias.

Y efectivamente ocurrió así. Desde que comencé a publicar lo que sabía, no he tenido un solo momento de paz. Incluso he sufrido la dolorosa oposición de aquellas personas a las que más amo. Aún así, no me arrepiento de haberlo hecho. Además de que me he librado de un ominoso cargo de conciencia que me hubiera atormentado por el resto de mi vida, soy consciente de que con mis escritos he contribuido a darle una luz de esperanza a las víctimas no sólo de abusos sexuales sino también psicológicos e incluso físicos, y, en cierta medida, a que el Sodalicio tome conciencia de algunos problemas y, mal que bien, se abra a la posibilidad de efectuar cambios y reformas. Sé que esto va a tomar mucho tiempo, pues es difícil lidiar con una estructura rígida que hunde cimientos en los tiempos fundacionales de la institución.

He perdido amigos y he ganado otros, pero también me he ganado el respeto de muchos, que me consideran una persona que dice las cosas con franqueza y transparencia y que no se deja llevar por la corriente sino que habla con libertad desde su propia experiencia y no teme abrirse a nuevas perspectivas. Razón por la cual algunos católicos de mentalidad conservadora han juzgado erróneamente que he perdido la fe o que estoy en contra de la Iglesia católica, cuando en realidad nunca me he sentido más católico que ahora, sobre todo cuando el actual Papa Francisco regresa a las raíces del Evangelio y proclama un mensaje renovado que entronca directamente con la predicación de Jesús y por ello causa escándalo entre los acomodados y aquellos que creen que su propio estilo de vida burgués es del todo compatible con las exigencias de la vida cristiana.

He sabido a través de las noticias y de otras fuentes que el periodista Pedro Salinas va a publicar en breve un libro de investigación sobre el Sodalicio, donde se van a conocer detalles de la vida de Luis Fernando Figari de los cuales muchos preferirían no enterarse. ¿Contaremos ahora con evidencias que demuestren fehacientemente lo que ya se sospecha desde hace tiempo respecto a Figari?

Recuerdo que el 9 de septiembre de 2003, cuando yo todavía era adherente sodálite, mi amigo Carlos Aguilar me escribió en un e-mail (que aún conservo) lo siguiente: «Para mí mismo, si Luis Fernando Figari empezara a blasfemar y resultase incluso un pedófilo (Dios nos libre), tengo claro lo que quiero, lo que sigo y cómo lo sigo. Y no implica la falta de santidad de las personas debajo suyo. En este sentido ya estamos grandecitos». Este criterio me sigue pareciendo válido. La fe y el compromiso no deben depender de la buena o mala reputación que tenga alguien en quien depositamos nuestra confianza o de la buena o mala imagen que tenga una institución que forma parte de la Iglesia, pues la inenarrable experiencia de sentirse llamados por Jesús trasciende todas esas realidades frágiles y efímeras. Lo único que permanece es ese lazo invisible que nos une bajo el influjo del Espíritu Santo en un solo Pueblo de Dios, donde todos somos hermanos en Cristo y estamos llamados a amarnos y respetarnos mutuamente.

Guardo en mi corazón los testimonios de las personas que se han comunicado conmigo, tanto para contarme sus experiencias positivas como las negativas, y soy consciente de que no puedo defraudar a ninguna. Sé que vienen tiempos difíciles para los miembros de la Familia Sodálite, cuando al final se sepa lo que durante tanto tiempo ha permanecido oculto. Será motivo para discernir en quién se ha puesto la confianza y para observar la amplitud y grandeza de la Iglesia, con toda su riqueza de historias personales, que no pueden quedar encerradas en pequeños rediles de carneros de actitud autocomplaciente que sólo se miran el ombligo. Hay muchas más estrellas en el horizonte de las que uno puede imaginar.

Tengan en cuenta que las instituciones eclesiales (órdenes, congregaciones, institutos, etc.) son pasajeras: nacen, crecen y luego se estancan, o decaen para finalmente desaparecer, según aprendí en mis primeros años de formación en el Sodalicio, cuando Vida y muerte de las órdenes religiosas de Raymond Hostie era un libro de lectura frecuente entre nosotros. No importa que un bote se hunda, si sabemos que la barca de la Iglesia no se hundirá, según la promesa de Jesucristo. De modo que a remar todos juntos, y por favor sin intentar tirar a otros pasajeros por la borda solamente porque juzguemos erróneamente que no son dignos de estar en el mismo navío. No vaya a ser que al final terminemos hundiéndonos nosotros mismos por no tener el pasaporte del amor fraterno en nuestras manos.

Recuerden a este humilde hermano, que aceptó el camino del ostracismo y del olvido —olvido que alcanza también a la mayoría de las 92 canciones que he compuesto hasta ahora— sólo porque decidió actuar en conciencia y contar su propia historia, hacer uso del pensamiento crítico y dar a conocer los tesoros que ha descubierto en la libertad de los hijos de Dios. No quiero nada a cambio, sino sólo la satisfacción de haber ayudado a otros hermanos para que abran los ojos y vean la luz sin ningún temor, esperando que no pierdan la fe cuando se cierna sobre ellos la noche de la desilusión. Pues allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, como decía San Pablo en la Carta a los Romanos (5, 20).

A todos un cariñoso saludo en Cristo y María,
unidos en la fe, la esperanza y el amor,

su hermano peregrino en el mismo Pueblo de Dios,

Martin