En mi anterior post, UNA DERROTA PARA LA HUMANIDAD, menciono las lavanderías de las Magdalenas, una de las instituciones católicas más cuestionadas en la historia de la Iglesia católica irlandesa. Eso me ha llevado a desempolvar un escrito mío del año 2003, perteneciente a mis “Crónicas desde Wuppertal”, donde comento la película Las hermanas de la Magdalena que, basándose en hechos reales, rodó el cineasta y actor escocés Peter Mullan, obteniendo el máximo galardón en el Festival de Venecia 2002, a saber, el León de Oro. Mary-Jo McDonagh, una mujer que estuvo recluida en uno de los hospicios, le comentó al director de cine: «La realidad fue peor en las Magdalenas, mucho peor de lo que se ve [en el film]. No me gusta decir esto, pero el film es blando con las monjas».
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DOS PELÍCULAS
Wupertal, 6 de febrero de 2003
Esta vez quisiera comentarles dos películas, sólo para comprender qué es lo que se está viviendo aquí en Europa desde el punto de vista religioso. Ir al cine aquí no es barato. Las entradas están entre los 6 y los 8 euros. Pero en un cine cercano, que sólo proyecta películas artísticas, los lunes las entradas están a sólo 4 euros. De este modo he aprovechado para ir a ver, en dos lunes seguidos, El descubrimiento del cielo (The Discovery of Heaven, Dir. Jeroen Krabbé, Países Bajos / Reino Unido, 2001) y Las hermanas de la Magdalena (The Magdalene Sisters, Dir. Peter Mullan, Irlanda / Reino Unido, 2002).
La primera de estás películas, El descubrimiento del cielo, está basada en un extenso best-seller de más de 900 páginas de uno de los escritores más talentosos —según los críticos— de Holanda, Harry Mulisch. Ha sido la película de mayor presupuesto en toda la historia de del cine holandés, y también la más taquillera. Más de 600,000 espectadores la han visto solamente en los Países Bajos.
La historia que narra la película se puede resumir de la siguiente manera.
Dios ha decidido revocar su alianza con la humanidad. Para ello le encarga a los ángeles que elaboren un plan para recuperar las tablas de la ley con los diez mandamientos. Los ángeles eligen a dos hombres (Ono y Max) y una mujer (Ada), para que de este triángulo amoroso nazca Quinten, quien será el elegido para cumplir la misión que Dios ha encomendado.
La historia comienza en el año 1967 y se mueve en dos niveles. Uno es la historia de amistad entre Ono y Max, el primero un hombre cínico pero deseoso de cambiar el mundo a través de la política y comprometido con la causa socialista al estilo de la revolución cubana; el segundo un astrónomo judío, quien perdió a sus dos padres durante la Segunda Guerra Mundial, enterándose posteriormente que su madre judía fue enviada a Auschwitz debido a la delación de su padre, un nazi. Max y Ono conocerán a Ada (avatar de la Virgen María) en una tienda de libros, donde ella, siempre con mirada angelical, interpreta música en un violonchelo. Ada se convertirá primero en amante de Max, para luego abandonarlo y casarse con Ono. Durante una estadía en La Habana (Cuba), ambos se acostarán con ella en dos momentos distintos, de modo que cuando ella conciba a Quinten, Max tendrá la duda de si el hijo concebido no será suyo o de Ono.
A otro nivel, vemos las maquinaciones de las hordas de los ángeles, guiados por un inmisericorde arcángel Gabriel, buscando que el terrible Plan de Dios llegue a su cumplimiento. El montaje escénico del cielo presenta una serie de pasadizos y escaleras dentro de lo que parece ser un siniestro castillo medieval, recorrido por los ángeles, quienes visten hábitos semejantes a los que usan los franciscanos. Como dioses griegos que juegan con el destino de los hombres, los ángeles velan por que la vida de aquellos que han sido elegidos transcurra dentro de los cauces previstos. Y cuando algo amenaza con salirse de lo previsto, intervienen para corregir el curso de los acontecimientos, aunque a causa de ello alguien tenga que morir. De este modo vemos cómo planean el accidente donde Ada va a quedar en coma; cómo la amante de Ono será asesinada por un ladrón en la calle, lo cual será visto por Quinten y le obligará a regresar al castillo que había abandonado; como Max morirá debido a un meteorito proveniente del cielo, por haber descubierto la existencia del espacio-tiempo negativo, es decir, por haber descubierto el cielo. El ángel Gabriel contempla todos estos sufrimientos con rostro severo, impasible ante todo sufrimiento humano. El Plan de Dios tiene que ser cumplido, independientemente de quién sufra o muera.
Quinten va descubriendo paulatinamente su llamado, y al fin accede a cumplir el plan divino, ante el presentimiento de que el próximo en morir será Ono, su supuesto padre.
En la historia de la película, ambos planos, el de la vida real y el de lo sobrenatural, se entrecruzan, dando como resultado a veces imágenes surrealistas llenas de símbolos y alusiones religiosas, llevadas al extremo de la parodia. De este modo, se entremezclan sin ton ni son elementos de las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e Islam. Quinten lleva un collar del cual penden los símbolos de estas tres religiones: la estrella de David, la cruz y la media luna. Las tablas de la Ley se encuentran en el «sancta sanctorum» en la Basílica de San Juan de Letrán, precisamente donde se venera la Santa Escala. Las tablas tienen que ser colocadas sobre la piedra desde donde Mahoma ascendió a los cielos, ubicada en la explanada del Templo en Jerusalén, en cuya cercanía se halla el Muro de los Lamentos. La ascensión final de Quinten a los cielos hace referencia a la ascensión de Cristo, y la visión de su madre Ada al pie de la roca recuerda a la Virgen María. Pero el tono es otro. Esta vez no se trata de la obra de salvación de los hombres, sino de la condenación definitiva querida por la voluntad divina.
Una vez que las tablas de la Ley han sido devueltas a donde corresponden, la vida puede continuar. Prácticamente, nada ha cambiado. Sólo sabemos que los destinos de los hombres van a dejar de ser manipulados por seres sobrenaturales, y el hombre va a poder vivir en paz. Y la moral heterónoma, impuesta por un ser ajeno al mundo, dejará de tener validez, para mayor bienestar de la humanidad. Se trata, pues, de una película de tesis, donde las imágenes se ponen al servicio de un pensamiento filosófico, y la ficción está construida de tal manera que lleve a «probar» lo que se quiere demostrar. Nos encontramos ante el cuadro de un cielo inhumano, que maneja las vidas de los hombres, ante el cual es un deber rebelarse. Dios ha abandonado al hombre; de hecho, nunca aparece en toda la película. Todo elemento religioso es presentado como causa de sufrimiento y como un factor determinante cruel del destino de los seres humanos, quienes mejor estarían sin la existencia de ese cielo opresor. De este modo, queda fielmente retratada la actitud secularista de muchos hombres en estas tierras europeas. No extraña, pues, que la película esté teniendo tanto éxito por acá.
La película se deja ver con entretenimiento, debido al buen oficio del director y el talento interpretativo de los actores principales. Pero es la historia la que, partiendo de una idea preconcebida, le quita visos de realidad al contenido del relato cinematográfico, donde finalmente todo se resuelve en unos cuantos clichés pseudo-filosóficos y en una parafernalia de efectos especiales que poco aportan a la calidad del film.
La otra película, Las hermanas de la Magdalena, no pretende demostrar nada, sino simplemente narrar una historia basada en hechos reales. La película ha sido calificada como provocativamente anticatólica. También se le ha criticado el no ajustarse a la verdad histórica.
Como cuestión previa, se ha de considerar que toda película que se basa en hechos reales tiene el derecho de tomarse ciertas libertades en beneficio de la eficacia narrativa y el ritmo cinematográfico. Por lo tanto, no se ha de juzgar el contenido por su veracidad histórica, pues se trata de un producto artístico, sino por su verosimilitud. Es decir, no se requiere que la vinculación con la realidad sean tan rigurosa como en un documento científico. Aunque de hecho, la película toma como base un documental previo, donde se recoge los testimonios de mujeres que fueron recluidas contra su voluntad en estos hospicios para mujeres pecadoras regentados por monjas que había en Irlanda, el último de los cuales fue cerrado en el año 1996.
La película cuenta la historia de Margaret, Bernadette y Rose, tres jóvenes mujeres que son enviadas a uno de estos hospicios, llamados casas de la Magdalena, en la década de los sesenta.
Margaret ha sido violada por un primo suyo durante una fiesta de matrimonio. Pocas veces he visto en la pantalla tal maestría para contar en imágenes sin palabras los acontecimientos. Vemos a la madre de Rose ir a recriminar al primo, luego se enteran los hombres de la familia, los entrevemos conversar a través de las rendijas de unas paredes de madera, mientras Margaret sigue con lágrimas en los ojos la escena y sólo se escucha la música, a la vez que la fiesta continúa con todo su sabor a folklore irlandés. Al día siguiente es llevada en un automóvil al hospicio.
Bernadette, huérfana, es enviada porque el sacerdote director del orfanatorio no ve con gusto sus coqueteos con los muchachos que se trepan a las rejas para cortejar a las muchachas.
Rose, tras haber dado a luz a su hijo ilegítimo, es también internada en el hospicio, mientras que su pequeño hijo es entregado, apenas nacido, en adopción.
En estas pocas escenas se presenta el cuadro de una sociedad moralista, dominada por los varones, donde son las mujeres quien tienen que pagar el precio de su pecado y del ajeno. Vemos que la represión comienza por los padres y los que están arriba.
Dentro del hospicio las tres, conocerán a Crispina, una muchacha de escasa inteligencia, que también ha sido internada por ser madre soltera y que guarda una medalla como recuerdo de su hijo, a quien ve desde lejos cuando su hermana lo trae, sin conocimiento de las monjas, cerca de la reja trasera de la casa.
La hermana Bridget (magistralmente interpretada por Geraldine McEwan) dirige con severidad la casa, donde las internas deben dedicarse a lavar ropa y limpiar las habitaciones durante todo el día, no siéndoles permitido ni siquiera hablar durante estas actividades. La religiosa cree firmemente que los pecados deben ser purificados mediante una severa penitencia que se prolonga prácticamente a lo largo de toda la vida.
La vida en el hospicio es dura, y Bernadette, quien siente que no ha hecho nada malo como para estar ahí, se propone escapar como sea, aunque ello implique cometer el peor de los pecados. Su primer intento será castigado por la hermana Bridget, quien le cortará el pelo, no sin hacerle heridas en la cabeza debido a la resistencia de Bernadette. Siguen a continuación una serie de actos denigrantes, castigos físicos, humillaciones psicológicas, sin ninguna posibilidad de escapatoria. La participación de las internas en una procesión en el pueblo permite ver el desprecio con que el común de la gente las mira. En otra escena vemos a las muchachas desnudas, siendo objeto de burla por parte de dos religiosas. Cuando Margaret se encuentra ante una posibilidad huir (la puerta abierta del jardín), no lo hace, porque su interior ha sido socavado por la inhumana disciplina a la que ha sido sometida, y le resulta imposible volver a ser libre.
Crispina, luego de un intento de suicidio, es sometida sexualmente, con cierto consentimiento por parte de ella, por el sacerdote que atiende a la comunidad. Terminará gritándole repetidamente en una ceremonia pública que no es un hombre de Dios, por lo cual será internada en un manicomio, donde terminará sus días trágicamente. A su vez, asistimos al declive moral de Bernadette, quien, en su deseo de no terminar como Katy, una de las internas de mayor edad, decide fugarse junto con Rose. Katy es una mujer que ha perdido toda autoestima y que ha interiorizado el discurso de la hermana Bridget de tal manera, que lo cree a pie juntillas. Para ella no hay escapatoria posible; su propio ser se ha convertido en una cárcel, y no ve la posibilidad de otra vida que la que ha tenido en la casa de la Magdalena, donde entró joven y morirá vieja. Bernadette no quiere compartir ese destino, y por enfrentarse a la autoridad, actúa con la misma crueldad con la que ha sido tratada. Rose, en cambio, nunca perderá la fe. Mientras tanto, Margaret ya ha logrado salir, pues a su hermano, quien ha alcanzado la mayoría de edad, le es permitido asumir la responsabilidad sobre ella y sacarla del hospicio.
Es difícil resumir un film tan complejo y tan lleno de matices, que se quedan en la conciencia una vez terminada la proyección. Ciertamente se presenta como una denuncia. Pero, como ha dicho certeramente un crítico alemán, no es contra la Iglesia católica en sí misma, sino contra una falsa manera de entender y vivir el catolicismo dentro de la sociedad irlandesa. Son puestos en la picota los supuestos valores de una sociedad donde se pena a las mujeres y se hace caso omiso del transgresor, donde la pureza sexual es puesta por encima de la misericordia y el amor, donde se somete a ciertas mujeres a una disciplina férrea sin que haya habido un consentimiento voluntario por parte de ellas. En fin, nos encontramos ante una crítica despiadada de lo que sucede cuando se reemplaza la religión por la moral, y cuando se busca imponer el bien a la fuerza contra la libertad de las personas. Y bajo ese manto de moralidad pueden esconderse los deseos más impuros y las ambiciones más desmedidas. No sólo las internas son víctimas de este sistema, sino también las religiosas, quienes creen sinceramente en lo que hacen —con las mejores intenciones—, pero sólo representan la proyección de una sociedad enferma, que no actúa en lo profundo en conformidad con la esencia del ser cristiano. Fácilmente pueden ubicarse estos planteamientos dentro del eje de la polémica entre Jesús y los fariseos, los más “puros” entre los hombres de su tiempo.
Si bien el director de la película no muestra simpatía por la Iglesia católica (lo ha dicho en entrevistas), debemos juzgar el film por el resultado que se tiene a la vista. Y, contrariamente a El descubrimiento del cielo —la cual considero una película intencionalmente perversa—, Las hermanas de la Magdalena no pretende demostrar nada —como, por ejemplo, concluir que toda la Iglesia católica es en sí misma perversa—, sino simplemente narrar hechos. Lo que se cuenta es en todo verosímil, posible y —¿por qué no?— real. Este realismo permite que la película pueda ser interpretada de diferentes maneras. Atribuirle un visceral anticatolicismo es darle un mayor peso del que realmente tiene. En manos de un director de cine católico, ¿hubiera sido distinta la historia? ¿O simplemente estaría en la imposibilidad moral de contarla? ¿Debe un cineasta católico ocultar las páginas negras del catolicismo o blanquearlas? Creo que conocer lo que pasó es la mejor manera de aprender y también cuestionar nuestra propia aproximación a la vida cristiana. Y ése es el valor que puede tener un filme como éste, el cual —en mi opinión— ganó merecidamente el León de Oro en el Festival de Venecia 2002.