LAS VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL EN LA PRELATURA DE HUAMACHUCO

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Catedral de Huamachuco (provincia de Sánchez Carrión, departamento de La Libertad)

Estando en funciones la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, recibió el 24 de septiembre de 2018, de manos del congresista Marco Arana, documentación recopilada por la Comisión de Escucha de Víctimas de Abusos Sexuales de la Prelatura de Huamachuco, referentes a abusos sexuales cometidos en la mencionada prelatura.

Entre las varias acciones que acometió la comisión investigadora están las entrevistas a profundidad que se le hicieron a tres víctimas identificadas con nombre y apellido (Juan Manuel Blanco Ramírez, Héctor David Reyes Prieto y Ángel Bernardino Cachay Malo) y a la madre de una víctima cuya identidad se protegió bajo el seudónimo de “Alexis”. Una quinta víctima de nombre Esteban Leónidas Espinoza Rojas no pudo ser entrevistada, quien había denunciado ante el obispo Sebastián Ramis Torrens, titular de la prelatura de Huamachuco, al sacerdote Tulio Armando Montenegro Infante. En noviembre de 1988, cuando cursaba el tercer año de secundaria y era catequista en la parroquia San Juan Bautista de Chilia, mientras se encontraba en su dormitorio, ingresó a éste Tulio Montenegro a las 5 de la madrugada y se metió a su cama con el objeto de forzarlo sexualmente. En diciembre de ese mismo año, Montenegro intentó nuevamente forzar a Espinoza. Estos hechos se repitieron hasta el año 1991, cuando se realizó la denuncia ante el obispo Ramis, quien no hizo nada al respecto.

Las historias de las demás víctimas están documentadas en el informe final de la comisión investigadora, que obtuvo su información de carpetas fiscales referentes a denuncias hechas antes las autoridades correspondientes y de testimonios obtenidos a través de entrevistas personales. He aquí un resumen de esas historias.

Juan Manuel Blanco Ramírez

El lugar de los hechos fue la Parroquia del Buen Pastor en el distrito de El Porvenir, en La Esperanza, Alto Moche, y en la casa del señor Daniel Hoyle, en Trujillo. Los sacerdotes William José Costa Serrano, Segundo Asunción Fernández Haro, Emeterio Marcial Castañeda Muñoz y Tulio Armando Montenegro Infante invitaron a Juan Manuel Blanco, cuando tenía 15 años, a participar de «fiestas de alcohol, cigarros y sexo», en las que «los sacerdotes se reunían para realizar orgías y satisfacer sus instintos sexuales y pedófilos con jóvenes de 15 a 17 años». Juan Manuel era un adolescente con ciertas carencias económicas y enfrentaba mucha soledad, ya que su madre trabajaba en el exterior, situación de la que se aprovecharon los presuntos perpetradores, acercándose primero en tono amical. A las fiestas lúbricas y desordenadas en las cuales participó —que se realizaron entre 1996 y 1998— asistían otros sacerdotes y personalidades de la ciudad de Trujillo.

Cuando fue entrevistado por la comisión investigadora en 2019, Juan Manuel tenía 38 años, trabajaba como abogado en una entidad educativa y vivía con su familia en Laredo. Entonces declaró:

«Yo no tengo por qué mentir, yo sí acepto que me acostumbré al dinero. Porque yo tenía relaciones con un cura y él me pagaba cada vez que tenía. Era una persona que no trabajaba, era menor de edad, 16 años. Mis padres no me podían dar estudios en aquella época. Entonces qué más quiero, venía con 30 soles en aquella época, era plata, 30 soles, 40 soles, me daba mi buena vida. Compraba si se me antojaba una galleta, compraba porque ya tenía dinero (…) Me facilitaron esa etapa de la vida (…) No que me gustaba, pero me acostumbré, me acostumbré al dinero fácil. Como comúnmente se dice, me convertí en un puto».

Héctor David Reyes Prieto

Entre los años 1995 y 2000 estuvo viviendo en la parroquia del distrito de Buldibuyo, donde trabajaba para el párroco, Tulio Montenegro. Héctor empezó a ayudar a los sacerdotes en la misa porque sentía la vocación de ser cura, y así fue como comenzó a hacer de chofer y acompañante del padre Tulio, aunque su labor no era remunerada, sino una suerte de condición para acceder al sacerdocio. Asistió a las fiestas mencionadas por Juan Manuel Blanco en su denuncia. Asimismo, indicó que el padre Tulio traía a niños a dormir a la parroquia a través de diversas actividades, y que solía meterse en sus cuartos a dormir.

Los hechos empezaron en 1995 cuando tenía 22 años y él era catequista en la parroquia. El sacerdote le ofreció alcohol:

«Amanecí con el padre desnudo a mi costado. Él me dijo que nos habíamos emborrachado y no sabemos qué hemos hecho. Amanecí adolorido en el ano. Él me amenazó que no diga nada. Eso se volvió frecuente y siempre había una violación sin consentimiento y me seguía amenazando. Nunca lo comenté porque tenía temor y vergüenza».

Cuenta que el padre Tulio lo golpeaba y lo humillaba permanentemente. A consecuencia de estos abusos físicos y psicológicos, decidió escaparse. De esta manera se terminó su sueño de ser sacerdote.

«El 21 de enero del 2001 me escapo de la parroquia. Estuve desde el 1994 hasta el 2001 sin vacaciones ni momentos libres porque no tenía a quién visitar (…) Le comenté al padre que me quería ir, y el padre no quería dejarme ir. Así que opté por escaparme. Iba separando plata de las fotocopias para poder pagar mi transporte, saqué mis cosas en la noche y salí por el portón de la iglesia. Hablé con una señora que tenía unos carros, le dejé mis maletas y una frazada, le dije que más arriba abordaba el carro, subí por un cerro y más arriba me metí al carro. El padre Tulio y su pareja se dieron cuenta y de los pelos me querían bajar. Yo lloraba y gritaba. Nunca he vuelto a verlo desde ahí».

En el momento de la entrevista Héctor tenía 47 años y vivía solo en Laredo, distrito de la provincia de Trujillo.

Ángel Bernardino Cachay Malo

También denunció al padre Tulio Montenegro. Tenía 18 años cuando ocurrieron los hechos. En su declaración ante la fiscalía se señala lo siguiente:

«En agosto de ese año el imputado, en su calidad de párroco de Tayabamba, llegó para animarlos y se quedó a dormir. Entonces, invitó a Cachay Malo a quedarse a dormir en su cuarto y el seminarista aceptó de manera confiada la invitación del párroco. Una vez ahí el párroco le comenzó a tocar el pecho, el estómago, el pene y a la fuerza quiso mantener relaciones sexuales con él, pero el joven no accedió. Esto volvió a ocurrir en otra oportunidad que los seminaristas tuvieron que quedarse a dormir en Chagual. Aunque dormían junto con otras personas en el piso, Montenegro trató nuevamente de forzarlo para tener relaciones sexuales».

Ángel es sacerdote y ha colaborado con el grupo de sacerdotes denunciantes de la Comisión de Escucha de Víctimas de Abusos Sexuales de la Prelatura de Huamachuco.

Después de los hechos de la denuncia Ángel relata:

«Yo sufría, sentía cólera por esta persecución dentro de la iglesia, si somos predicadores de la misericordia, de la bondad de Dios. Cuando me sucedieron los tocamientos, cuando le dije al obispo Ramis, me dijo que no denuncie, me decía que me iba a mandar a estudiar a España. Los que han aceptado ese tipo de relación con los sacerdotes los han llevado a Estados Unidos a España. Algunos han ido ascendiendo y haciendo carrera de esa forma. Yo nunca acepté eso».

R.J.A.A.A. (“Alexis”)

El abuso en perjuicio de R.J.A.A.A. (o “Alexis”, según la comisión investigadora), quien tenía 15 años al momento de ocurrir los hechos, es el caso conocido más reciente. Ocurrió el 19 de mayo del 2015. El sacerdote Manuel Mendoza Ruiz le habría hecho tocamientos indebidos durante el viaje que el adolescente y el sacerdote realizaron a fin de participar de un retiro espiritual en la ciudad de Chimbote. Los tocamientos ocurrieron en el bus entre Trujillo y Huamachuco. Siendo de madrugada y con las luces apagadas, Mendoza Ruiz empezó a hacerle tocamientos indebidos en sus partes íntimas, metiéndole la mano en el interior de sus pantalones. A pesar del reclamo del adolescente, el sacerdote volvió a insistir, generando la molestia del menor de edad.

La madre de la presunta víctima, a quien la comisión investigadora llama con el seudónimo de “Rita”, relata que acudió ante el obispo Sebastián Ramis Torrens a realizar la denuncia correspondiente, pero éste no ordenó ningún tipo de investigación, ni medidas de protección o de acompañamiento a la víctima, ni ninguna sanción contra el responsable. Ante la falta de respuesta, “Rita” irrumpió en una reunión realizada el 24 de octubre de 2018 con sacerdotes de la provincia, para reclamarle al obispo Ramis por su inacción. Allí fue apoyada por otros sacerdotes:

«¿Por qué la quieren botar, si ella quiere contar su verdad (…)? Si su hijo ha sido afectado, ¿por qué vamos a defender lo indefendible? Nos da vergüenza que vengan a decirnos en nuestra cara la clase de gente que somos. Una madre humilde, que hayan querido hacer de su hijo lo que han hecho».

“Alexis” tuvo una audiencia el 26 de febrero del 2019 con el vicario judicial Mons. Ricardo Coronado Arrascue, que lo afectó mucho. Al respecto, ella relata:

«Ayer mi hijo salió muy mal de la entrevista, y cada vez que lo entrevistan, que lo preguntan, mi hijo sale mal, molesto. Y le he pedido al padre que ayer lo ha entrevistado que ya no lo entrevisten más porque mi hijo ya… hemos ido a la fiscalía, ha pasado por la psicóloga de la fiscalía, por el padre, por el obispo, por varias oportunidades y yo creo que, en vez de mejorar las cosas, lo estamos empeorando. Antes de ir estaba molesto, resentido. En el trayecto del camino no me dijo nada. Entró a hablar con el padre, le contaría los hechos como sucedieron, y salió molesto».

Los casos de estas cinco víctimas fueron denunciados ante la fiscalía, siendo archivados por prescripción de los hechos o argumentando su poca capacidad probatoria. El obispo Sebastián Ramis Torrens, denunciado por encubrimiento en todos los casos, fue exculpado con el argumento de que no existe normativa que obligue a un miembro del clero a trasladar una denuncia de abuso sexual, inclusive contra menores de edad, a la fiscalía.

Los casos de estas cinco víctimas son sólo la punta del iceberg de un escándalo mucho más complejo de abusos y encubrimiento que implicaría a las más altas autoridades de la Iglesia católica en el Perú, como informó en julio de 2020 la periodista Melissa Goytizolo de La República en un extenso reportaje intitulado “Batalla al interior de la Iglesia”.

Un grupo de sacerdotes de la prelatura de Huamachuco, entre los que se encuentran algunas de las presuntas víctimas, reunidos en torno a la Comisión de Escucha de Víctimas de Abusos Sexuales de la Prelatura de Huamachuco, vienen solicitando desde hace años a las autoridades eclesiásticas que tomen acciones concretas a favor de los denunciantes. Entre ellos se encuentran Agustín Díaz Pardo, Antonio Campos Castillo, Nery Tocto Calle, Esteban Desposorio Fernández, Ángel Antero Salazar Chávez y Ángel Cachay Malo. El padre Esteban Desposorio le comentó a la periodista de La República que tenía más de 100 testimonios de jóvenes víctimas de abuso sexual.

La investigación periodística de Goytizolo menciona, en base a cartas oficiales, los nombres de políticos que fueron informados de lo que estaba pasando en Huamachuco y de las altas autoridades eclesiásticas que fueron debidamente informadas en su momento, a saber, el cardenal Juan Luis Cipriani, Mons. Sebastián Piñeiro (actual arzobispo de Ayacucho) y Mons. Miguel Cabrejos (actual arzobispo de Trujillo y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana). Por supuesto, ninguno se pronunció sobre el caso ni hizo nada para atender a las víctimas.

En carta del 25 de febrero de 2016, dirigida por Mons. Cabrejos a Mons. Ramis, obispo prelado de Huamachuco, aquél pide que se discipline a los sacerdotes denunciantes por haber aparecido en el programa Punto final de Frecuencia Latina para hacer públicas sus denuncias. «Ante estos hechos me permito pedirle que en su condición de obispo de los referidos sacerdotes (…) actúe con la mayor diligencia para garantizar la observancia de la disciplina eclesiástica entre sus sacerdotes, les exija el cumplimiento de todas las leyes que le competen y evite que se introduzcan abusos como el ocurrido a propósito de la publicación de esta denuncia, para que comportamientos de esta naturaleza no se vuelvan a repetir».

Y sobre el fondo del asunto, las denuncias mismas, dice que «el contenido de las declaraciones en ese reportaje reviste especial gravedad, pues se acusa de supuestos actos que atentarían gravemente contra la dignidad del sacramento del orden, contra la disciplina eclesiástica y algunos estarían contemplados en los “delicta graviora”. Denuncias que por su contenido y por la forma en que se han expresado han ocasionado grave escándalo entre los fieles y daña profundamente la imagen de nuestra amada Iglesia».

Ni una sola palabra respecto al sufrimiento y al daño que se les ha ocasionado a las víctimas ni sobre la necesidad de reparaciones. Lo único que le preocupa es la imagen de la Iglesia, por lo que se debe garantizar que no se vuelvan a repetir denuncias como éstas. Y como efectivamente sucedió, los denunciantes fueron sancionados y las víctimas, desatendidas y revictimizadas, restándole crédito a sus testimonios y declaraciones, considerándolas «llenas de contradicciones y exageraciones extremas». El cura Montenegro fue suspendido de todas sus responsabilidades eclesiásticas recién en el 2019, tres años después de la carta de Mons. Cabrejos, sin haber reconocido sus delitos ni haber sido obligado a reparar el daño producido.

Una conclusión que salta a la vista es que la Iglesia católica en el Perú requiere ser sometida a investigaciones independientes sobre abusos cometidos, como se ha estado haciendo en varias diócesis de países desarrollados. Porque donde uno pone el dedo, salta la pus.

(Columna publicada el 15 de abril de 2023 en Sudaca)

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FUENTES

Congreso de la República del Perú
Informe Final de la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones (Lima, julio 2019)

La República / CONNECTAS
Reportaje “Batalla al interior de la Iglesia” (12 de julio de 2020)
https://especiales.larepublica.pe/pederastia-en-peru/

EL ABSOLUTISMO CATÓLICO Y ANTIDEMOCRÁTICO DE LÓPEZ ALIAGA

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Papa Pío IX (1792-1878), inventor del catolicismo contemporáneo y del absolutismo monárquico vaticano

Rafael López Aliaga se ha sumado hace tiempo a la narrativa del fraude que continuamente han repetido los seguidores de Fuerza Popular. Pues allí donde se eleva el aroma fétido de la mentira y la falsedad, allí parece sentirse a gusto quien cree ser poseedor de una verdad absoluta avalada por un fervor religioso que borda el fanatismo. Y que tiene modos fascistas, no democráticos.

López Aliaga, en la línea del cardenal Cipriani, y junto con él Rafael Rey y Martha Chávez, todos ellos vinculados de una u otra manera al Opus Dei, una de las cabezas de playa más conservadoras de la Iglesia católica, parecen creer que representan una tradición católica de más de veinte siglos, con su oposición irrestricta al aborto, a lo que ellos llaman ideología de género, al reconocimiento de los derechos homosexuales, unida a una pretensión de superioridad moral, paternalismo y aires autoritarios. Como si ellos se sintieran participando de una u otra manera de la infalibilidad que le atribuyen a la Iglesia católica, a su doctrina y —¿cómo no?— a su cabeza suprema, el Papa.

Pues parece que estas ideas no son tan antiguas como ellos creen y el catolicismo histórico es mucho más amplio de lo que ellos suponen. Más aún, sus posiciones y actitudes ni siquiera parecen poder conjugarse con las enseñanzas de Jesús que reseñan los Evangelios ni con la conciencia colectiva que tuvo el pueblo cristiano a lo largo de la historia.

El estudioso alemán Hubert Wolf, catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad de Münster (Renania del Norte-Westfalia, Alemania), sostiene que el catolicismo actual fue inventado en el siglo XIX y cimentado por el Papa Pío IX, quien tuvo el pontificado más largo de la historia: de 1846 a 1878. Ciertamente, tras los estragos sufridos por la Iglesia católica durante la Revolución Francesa además de otras revoluciones y guerras que asolaron Europa durante la primera mitad del siglo XIX, la institución se hallaba en crisis y necesitaba ser reconstruida y reinventada. O reformada, de acuerdo a la frase atribuida al obispo Agustín de Hipona (350-430) “Ecclesia semper reformanda”, que significa que la Iglesia debe ser siempre reformada. Como diríamos actualmente, lo que no cambia, perece. Es esa dinámica la que a grosso modo le ha permitido a la Iglesia católica subsistir hasta nuestros días. Pero los cambios no siempre han sido para mejor, ni han significado necesariamente un avance. Y lo que hizo Pío IX, al reinterpretar la milenaria tradición de la Iglesia y concentrar el poder eclesiástico en su persona de una manera absoluta como nunca se había dado en los siglos de existencia de la institución, fue precisamente sembrar las semillas del descrédito que sufre el catolicismo actualmente.

Pues este Papa, haciéndose eco de las corrientes ultramontanas de su época, se opuso expresamente al progreso y a la civilización, como lo expresa en su Syllabus o “Indíce de los principales errores de nuestro siglo” de 1864, donde señala como enunciado falso la afirmación de que «el Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización». Asimismo, califica de «pestilencias» el socialismo, el comunismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas, las sociedades clérico-liberales, debiéndose tener en cuenta que el comunismo y el socialismo de la primera mitad del siglo XIX eran más bien proyectos utópicos que buscaban la igualdad social mediante la comunidad de bienes y no los Estados dictatoriales que surgieron recién en el siglo XX.

Pío IX también se opuso a la libertad de conciencia y, por lo tanto, de religión, pues consideraba falso que «todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera». En este sentido, también consideraba erróneo que «es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia», defendiendo asimismo el derecho a la exclusividad del catolicismo en los países donde se hallaba presente. En consecuencia, considera equivocado el siguiente enunciado: «En esta nuestra edad no conviene ya que la religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de otros cualesquiera cultos».

Ni qué decir, era contrario a las libertades democráticas, como lo expresó en su encíclica Quanta cura de 1864: «algunos despreciando y dejando totalmente a un lado los certísimos principios de la sana razón, se atreven a proclamar “que la voluntad del pueblo manifestada por la opinión pública, que dicen, o por de otro modo, constituye la suprema ley independiente de todo derecho divino y humano…”».

No deja en pie ni siquiera la libertad de opinión. Dice respecto al naturalismo profesado por liberales de la época: «Con cuya idea totalmente falsa del gobierno social, no temen fomentar aquella errónea opinión sumamente funesta a la Iglesia católica y a la salud de las almas llamada delirio por Nuestro Predecesor Gregorio XVI de gloriosa memoria (en la misma encíclica Mirari), a saber: “que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil”».

Por último, en 1870 hizo proclamar la infalibilidad pontificia como dogma de fe por el Concilio Vaticano I, convirtiéndose de esa manera en un monarca absoluto —dictador diríamos en la actualidad—, aunque sin territorio, pues ese mismo año el ejército piamontés invadió el Estado Pontificio, consumando la reunificación de Italia bajo el mando del rey Víctor Manuel II de Saboya, a quien el Papa excomulgó, además de prohibirle a los católicos la participación en la política italiana, incluido el sufragio, bajo severas penas canónicas.

Es de hacer notar que los obispos de Austria-Hungría, la mayoría de los obispos alemanes y el 40% de los franceses se opusieron a la proclamación del dogma porque no estaba en consonancia con la tradición de la Iglesia: nunca se había considerado al Papa como infalible. 55 obispos decidieron partir antes de la votación, pues no querían avalar con su presencia tamaño despropósito, más aun cuando Pío IX usó todos los medios a su disposición para presionar y convencer a los obispos indecisos, recurriendo incluso a la amenaza de sanciones, inmiscuyéndose continuamente en las discusiones del Concilio e imponiendo la dirección en que debían ir las reflexiones.

De este modo, Pío IX terminó concentrando en la Iglesia el ejecutivo, el legislativo y el judicial en su sola persona, sin ningún contrapeso ni de los cardenales, ni de los obispos, mucho menos del pueblo cristiano en general, todos los cuales tenían la obligación de obedecer.

En lo administrativo, la Iglesia católica ha seguido siendo una monarquía absoluta hasta ahora, donde ciertamente el Papa delega funciones pero sigue siendo quien tiene la última palabra respecto a las medidas gubernamentales y pastorales que se deben tomar, las leyes que deben regir a la Iglesia y las decisiones judiciales que se emiten sobre la base del derecho canónico. Y este esquema se repite a menor escala en cada diócesis, donde el obispo es el soberano absoluto que sólo debe rendir cuentas al Papa, el cual es el único que puede nombrarlo, sin obligación de seguir las recomendaciones de las personas calificadas consultadas al respecto ni la opinión de los fieles católicos de la diócesis. En una estructura así, donde no hay instancia dónde apelar, se entiende que campeen la injusticia y la impunidad, sobre todo en los miles de casos de abuso sexual que han sido denunciados y hechos públicos.

Según lo dicho, se entiende por qué después de Pío IX la democracia apenas ha sido tematizada en las enseñanzas oficiales del Magisterio eclesiástico. El término ni siquiera aparece en el Catecismo de la Iglesia católica, cuya primera versión data de 1992. Se trata de un tema que los representantes oficiales de la Iglesia evitan tocar, tal vez porque tengan rabo de paja o porque no desean que los modos democráticos se introduzcan en la Iglesia.

Josemaría Escrivá de Balaguer, el controvertido curita fundador del Opus Dei, dijo alguna vez que «el Divino Redentor dispuso que la comunidad, por Él fundada, fuera una sociedad perfecta en su género y dotada de todos los elementos jurídicos y sociales, para perpetuar en este mundo la obra de la Redención…» (Amar a la Iglesia, Punto 23). Fuera de que este enunciado es históricamente falso, quien crea que la Iglesia católica es una sociedad perfecta tendrá poco aprecio por la democracia. Y sabemos que esto ha sido una constante en los casos de Rafael López Aliaga, Rafael Rey, el cardenal Cipriani y Martha Chávez. Y en sus aliados más cercanos: Keiko Fujimori y los esbirros de Fuerza Popular y Renovación Popular.

(Columna publicada en Sudaca el 17 de julio de 2021)

LAS LECTURAS PROHIBIDAS DE LÓPEZ ALIAGA

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Cuando en junio de 1966 el Papa Pablo VI anunció que ya no habría nuevas ediciones del infame Índice de Libros Prohibidos, publicado por primera vez en 1564 —donde se listaba los libros que todo católico tenía prohibido leer bajo pena de sanciones (censura y excomunión)—, y que debía ser considerado a partir de entonces solamente como un referente moral y nada más, Josemaría Escrivá de Balaguer, el curita estrambótico fundador del Opus Dei, exclamaría en varias de sus alocuciones públicas, levantando teatralmente el índice derecho: «Cuando el Papa quitó el “Índice” de la Iglesia, yo puse el mío».

¿A qué se refería? A la lista secreta de libros que bajo el eufemístico nombre de Guía bibliográfica todavía se mantiene en el Opus Dei, indicando qué libros pueden leer sus miembros y cuáles no, poniéndoles una valoración que va del 1 al 6, y cuya calificación sube de acuerdo al grado de formación —entiéndase adoctrinamiento o lavado de cerebro— que tengan los potenciales lectores. A partir de la nota 3 se requiere permiso del director espiritual para leer un libro. No se permite la lectura de los libros que tengan nota 5, salvo con permiso de la delegación local, y los libros con nota 6 son de lectura prohibida, salvo con autorización expresa del prelado, la máxima autoridad de la Obra.

Éste Índice lista más de 60,000 títulos, de los cuales más de 5,500 son de lectura no permitida y más de 6,800 son de lectura prohibida, lo cual da como resultado unos 12,400 libros que un miembro del Opus Dei por lo general no está autorizado a leer si no quiere ir contra las normas de la institución y cometer una falta grave.

Una somera revisión de la versión 2003 de este Índice —disponible de manera no oficial en Internet— nos proporciona un panorama curioso y preocupante del horizonte cultural del Opus Dei, institución a la cual Rafael López Aliaga pertenece en calidad de numerario o laico consagrado.

De arranque, los más importantes autores de la filosofía moderna están vetados: desde Descartes hasta el estructuralismo, pasando por el empirismo británico, la ilustración francesa, el idealismo alemán, el positivismo, la fenomenología, el existencialismo y el marxismo crítico. También están prohibidos los libros de los creadores de la psicología moderna en el siglo XX: Sigmund Freud, Alfred Adler, Carl Gustav Jung, Erich Fromm, entre otros. Autores clásicos de la literatura francesa del siglo XIX también están entre aquellos cuyos libros deberían ser quemados en la hoguera: Honoré de Balzac, Alejandro Dumas, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, Emile Zola, etc. A mayor abundamiento, varios libros —y en algunos casos las obras completas— de los siguientes ganadores del Premio Nobel de Literatura no se verán en estantes de las bibliotecas opusdeístas: Anatole France, Henri Bergson, Thomas Mann, Sinclair Lewis, Hermann Hesse, André Gide, William Faulkner, Bertrand Russell, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Samuel Beckett, Pablo Neruda, Saul Bellow, Isaac Bashevis Singer, Gabriel García Márquez, Camilo José Cela, Octavio Paz, José Saramago, Günter Grass, Doris Lessing y Mario Vargas Llosa. La lista de la “infamia” continúa con autores latinoamericanos como Alejo Carpentier, Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, Alfredo Bryche Echenique, Manuel Scorza, Juan Carlos Onetti, José Donoso, Isabel Allende, Jaime Bayly. Otros clásicos peruanos como José Carlos Mariátegui, Cesar Vallejo y José María Arguedas también son de lectura prohibida. Sin contar con clásicos de la literatura española como Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Blasco Ibáñez, Rafael Alberti y Juan Goytisolo, entre otros.

Y así se podría continuar con autores imprescindibles para entender la cultura contemporánea como David Herbert Lawrence, Bertolt Brecht, Aldous Huxley, Norman Mailer, Jack Kerouac, William S. Burroughs, Gore Vidal, Woody Allen, Umberto Eco, etcétera, etcétera, etcétera. Como anécdota curiosa cabe contar que incluso una compilación de sermones de Martin Luther King, publicada en 1963 bajo el título de Strength to Love (Fuerza para amar), cae bajo la guadaña censora del index secreto del Opus Dei.

Bajo estos parámetros es prácticamente imposible que un miembro del Opus Dei sea una persona culta según los estándares actuales, aunque probablemente pueda serlo de acuerdo a criterios medievales. Esta prohibición masiva de lecturas sólo puede engendrar brutos ignorantes que se creen sabios en base a los pocos libros que se les permite leer y que compaginan con su visión de pequeños burgueses mojigatos sin mayores horizontes críticos en la vida y con una concepción estrecha y sesgada de la realidad.

Además, representa una suerte de control de la información, lo cual suele darse en organizaciones de características sectarias que se caracterizan también por mostrar una fuerte agresividad hacia aquellos que no comparten su cosmovisión religiosa y su ideología trasnochada. No es coincidencia que éste sea el estilo de quienes representan a la derecha más bruta y achorada que ha tenido el Perú, no sólo López Aliaga sino también otros personajes vinculados al Opus Dei: Rafael Rey, Martha Chávez y el cardenal Cipriani.

Por último, que López Aliaga, como cualquier miembro del Opus Dei, considere como lo más normal del mundo que haya miles de libros cuya lectura no le estaría permitida, constituye también una amenaza para la libertad expresión, si llegara a ocupar el más alto cargo público del país. Porque quien cree que hay libros cuya lectura debe serle inaccesible en lo personal, fácilmente puede dar el salto hacia la idea de que hay libros cuya difusión no debe ser permitida y que hay medios periodísticos que deberían ser prohibidos. Y que hay textos que nadie debería leer y noticias que nadie debería escuchar.

(Columna publicada en Sudaca el 27 de marzo de 2021)

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FUENTE

Opus Dei info
Índice de libros prohibidos
https://www.opus-info.org/index.php/Índice_de_libros_prohibidos

ENTREVISTA SOBRE MONS. EGUREN

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El 5 de febrero la periodista Elise Harris de Crux, noticiero online católico de propiedad independiente, publicó el artículo “Witness says prelate suing journalist is only a product of his formation” sobre la querella de Mons. José Antonio Eguren contra los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz, para lo cual me hizo una entrevista escrita a la que respondí el 31 de enero, buscando ser lo más objetivo y ponderado posible.

Reproduzco a continuación la entrevista completa.

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Usted ha mencionado que ha vivido con Eguren mientras fue miembro del SCV. ¿Cómo fue su experiencia de vivir con él?

Eguren siempre ha sido una persona simpática, de carácter risueño, muy sentimental y cariñosa, que se preocupaba por los otros miembros de la comunidad. Era afable en el trato y no utilizaba palabras groseras ni insultos cuando hablaba con alguien, ni siquiera con sus subordinados, a diferencia de otros sodálites con responsabilidad, que estaban habituados al lenguaje grosero y a los insultos, comenzando por el mismo Luis Fernando Figari. Como sacerdote, se preocupaba, al igual que otros clérigos sodálites, por un cumplimiento minucioso y detallado de las normas litúrgicas. La convivencia con él no era particularmente problemática. Tiene todas las cualidades para ser considerado un sacerdote ejemplar, más aun cuando no se sabe que haya cometido abusos seriamente graves.

Sin embargo, carece de capacidad analítica y espíritu crítico, y eso lo ha llevado a ponerse al servicio del Sodalicio, sus principios y su ideología con lealtad incondicional. Su postura conservadora y rígida en temas de fe católica y moral —propia del Sodalicio— lo lleva a descalificar a personas que piensen distinto a él y a cerrarse al diálogo.

Eguren también era ejemplar en su lealtad a Luis Fernando Figari, a quien nunca le cuestionó nada. Más bien, dentro de los cargos de responsabilidad que desempeñó en la institución (superior de una comunidad por breve tiempo, miembro del Consejo Superior, consejero espiritual) siempre buscó aplicar al pie de la letra las directivas de Figari. Y ciertamente, fue testigo del modo de vida que tenía Figari y que ha sido descrito con exactitud en el informe final de la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación. Sin embargo, o no ha sido capaz de ver los excesos y desórdenes que ese modo de vida implicaba, o simplemente ha preferido mantenerse en silencio por fidelidad a la institución. De hecho, nunca se ha pronunciado negativamente ni sobre Figari ni sobre Germán Doig, y mucho menos ha tenido palabras hacia las víctimas del Sodalicio.

En su opinión, ¿hay fundamento para las cosas que han sido publicadas sobre él (que fue parte de la cúpula del SCV, que participó de abusos físicos y que supo de abusos sexuales, etc.)?

La generación fundacional del Sodalicio, según el concepto de Luis Fernando Figari, estuvo integrada en su mayor parte por un grupo de alumnos egresados del Colegio Santa María (Marianistas) de Monterrico en los años 1972 y 1973 —a saber, José Ambrozic, Germán Doig, José Antonio Eguren, Emilio Garreaud, Alfredo Garland, Luis Cappelleti (ex-sodálite), Raúl Guinea, Franco Attanasio (ex-sodálite), Juan Fernández (ex-sodálite)— pero también pertenecen a ella Virgilio Levaggi (ex-sodálite, Colegio Italiano Antonio Raimondi), Jaime Baertl y Alberto Gazzo (ex-sodálite), ambos del Colegio de la Inmaculada (Jesuitas). Fue con estas personas que Figari consolidó un grupo que le seguía fielmente y que serviría para darle forma a la institución y desarrollar la ideología y la disciplina sodálites. En ese sentido, puede decirse que Eguren colaboró en la edificación y aplicación del sistema sodálite que, en mi opinión, tiene características sectarias y ha permitido que se cometieran abusos psicológicos y físicos bajo la excusa de ser parte de una formación espiritual cristiana.

Eguren ayudó a a aplicar medidas humillantes contrarias a la dignidad de las personas. Pero hay que tener en cuenta que lo que hizo no se diferencia sustancialmente de lo que hacían otras personas con cargos de responsabilidad en el Sodalicio, que probablemente no eran conscientes de la gravedad de lo que hacían. Pues debe haberle sucedido lo que me sucedió a mí. Yo fui testigo de una multitud de abusos durante el tiempo que viví en comunidades sodálites (1981-1993). Sin embargo, me demoré más de una década en comprender que lo que vi eran realmente abusos, pues había sufrido una reforma del pensamiento (o control mental) tal como el que se suele dar en organizaciones sectarias y durante mucho tiempo creí que los abusos dentro de las comunidades sodálites eran en realidad procedimientos legítimos dentro de una institución católica donde se busca la perfección cristiana. De hecho, recién tomé la decisión de apartarme del Sodalicio por estos motivos en el año 2008.

Hay otros que han testimoniado que Eguren supo de algunos abusos sexuales. Yo mismo no lo puedo asegurar con certeza. Pero sí puedo decir sin lugar a duda que Eguren vio lo mismo que yo vi en las comunidades y que he descrito brevemente en mi artículo ¿COMPLICIDAD Y ENCUBRIMIENTO? – RESPUESTA A MONS. EGUREN.

¿Ha hablado usted con Eguren o ha tenido algún contacto con él desde que le envió una carta notarial por lo que usted ha publicado?

Ni antes de recibir la carta notarial ni después he tenido alguna comunicación con Eguren. Más aún, desde que dejé el Perú y vine a Alemania en el año 2002 no lo he visto personalmente ni conversado con él. Sólo sé que el abogado de Eguren, Percy García Cavero, ha utilizado en su argumentación una frase de mi artículo mencionado («retractándome de lo que dije en mi columna anterior, no puedo ahora afirmar con certeza que seas cómplice y encubridor»), sacándola de contexto, pues el párrafo completo dice lo siguiente: «De todos modos, no sé en qué medida eras consciente de lo que implicaban estas cosas en el momento de hacerlas y, conociéndote, no dudo de que hayas actuado de buena voluntad, por lo cual, retractándome de lo que dije en mi columna anterior, no puedo ahora afirmar con certeza que seas cómplice y encubridor. Pero independientemente de tus intenciones, lo que has hecho se parece objetivamente mucho a eso».

Usted ha sido testigo de Pedro Salinas en la querella de Eguren en Piura. ¿Puede decirme qué testimonio ha rendido? ¿Cree usted que puede ayudar en este caso?

Lo que testimonié ante el juzgado de Piura donde se está ventilando la querella de Mons. Eguren contra Pedro Salinas es básicamente lo que se señala en el artículo mencionado sobre la pertenencia de Eguren a la generación fundacional del Sodalicio y las cosas que yo vi en comunidades y de las que él también fue testigo. El abogado de Eguren ha tratado de presentar a Pedro Salinas como parte de una organización que conspira contra la Iglesia (The Accountability Project, actualmente ECA Ending Clergy Abuse) y a mí como un colaborador suyo que coordina con él lo que voy a escribir, cuando en realidad nunca hemos coordinado qué íbamos a escribir y cada uno lo ha hecho por su cuenta con total libertad e independencia. Además, Pedro es agnóstico y liberal; yo, en cambio, soy católico creyente y socialcristiano.

No creo que mi testimonio ayude, pues el abogado de Eguren no profundizó mucho en las preguntas, y por la brevedad del interrogatorio en una sesión donde yo fui el único testigo, tuve la impresión de que se trataba de una pura formalidad en un caso donde el veredicto sea probablemente condenatorio. Indicio de esto es que ya está anunciado que va a haber una sentencia a fines de marzo, es decir, el proceso habrá durado menos de cuatro meses, cuando lo común es que la duración de un proceso de este tipo no baje de los 18 meses.

No estoy segura de cuánto tiempo ha vivido fuera de Lima, pero aún así ¿cuál es su impresión del cardenal Cipriani? ¿Cree usted que es culpable de encubrimiento, de lo cual ha sido acusado?

En el caso de Cipiani, yo creo que habido sobre todo negligencia, pues siempre ha negado la responsabilidad que tenía en el Tribunal Interdiocesano de Lima, donde ingresaron las primeras denuncias contra Figari. Eso lo he explicado detalladamente en mi artículo LA RESPONSABILIDAD DEL CARDENAL CIPRIANI EN EL CASO SODALICIO. Por otra parte, su preocupación ha estado en el mal ejemplo que dan personas de vida consagrada cometiendo abusos sexuales, pero no se ha preocupado jamás por el daño cometido en perjuicio de las víctimas. Y para empeorar la cosa, ha defendido a la institución, asumiendo la teoría de que los abusadores son solamente manzanas podridas en una canasta construida por Dios. No es de extrañar, pues el Sodalicio como institución siempre ha apoyado a Cipriani, y el informativo católico ACI Prensa, dirigido por el sodálite Alejandro Bermúdez, siempre ha informado positivamente sobre Cipriani, incluso cuándo éste ha tenido declaraciones polémicas.

No tengo conocimiento de que Cipriani se haya reunido con autoridades del Sodalicio para hablar sobre el tema de los abusos. Lo que sí sé con absoluta certeza es que nunca se ha reunido con víctimas del Sodalicio, mucho menos se ha comunicado con aquellas que presentaron sus denuncias en el Tribunal Interdiocesano de Lima, desatendiendo una obligación pastoral recomendada por el Papa Francisco.

En conclusión, Cipriani no ha contribuido en nada a que se esclarezcan los abusos del Sodalicio y ha preferido que el tema salga lo menos posible a la opinión pública.

¿Cuál es su impresión del nuevo arzobispo Carlos Gustavo Castilo Mattasoglio? ¿Le conoce, y cree usted que él será de ayuda para las víctimas del SCV?

Lo único que sé sobre el nuevo arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio, es lo que leo a través de los medios. Ciertamente, tengo esperanzas de que decida abrir una investigación independiente sobre el Sodalicio, pero no sé en qué medida sea esto posible. Por lo pronto, veo positivamente que haya anunciado una reunión con víctimas del Sodalicio.

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REFERENCIAS

Altavoz
Carta notarial de Mons. José Antonio Eguren por columna de Martin Scheuch (24 de agosto, 2018)
https://altavoz.pe/2018/08/24/117852/carta-notarial-de-mons-jose-antonio-eguren-por-columna-de-martin-scheuch/

Crux
Witness says prelate suing journalist is only a product of his formation (Feb 5, 2019)
https://cruxnow.com/church-in-the-americas/2019/02/05/witness-says-prelate-suing-journalist-is-only-a-product-of-his-formation/

UN ESTUDIANTE DE TEOLOGÍA Y CIPRIANI

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Juan Luis Cipriani Thorne

Año 1983. Yo era un joven estudiante cursando el tercer año de teología en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Integrante de la comunidad sodálite San Aelred, ubicada en la Av. Brasil 3029, Magdalena del Mar, asistía todos los días útiles a pie al —en ese entonces— nuevo edificio del centro de estudios teológicos. Construido en estilo brutalista con paredes desnudas de hormigón armado, las tres plantas superpuestas donde se hallan las aulas forman una curiosa pirámide, separada del edificio administrativo por espacios al aire libre donde los estudiantes pueden tomar descanso.

Como sodálite destinado a la vida consagrada, no se me había dado otra opción que estudiar teología, lo cual había aceptado de buena voluntad. Pero con la voluntad ciega de quien no ha sido informado adecuadamente sobre otras opciones, de quien no ha recibido asesoría profesional sobre qué estudios serían los más apropiados según sus capacidades e intereses, de quien ha sido formateado mentalmente para someter toda su vida a los fines del Sodalicio de Vida Cristiana.

En el año 1980 había postulado a Letras a la Pontificia Universidad Católica del Perú sólo para complacer a mi madre, quien desaprobaba que yo estudiara teología y —con la esperanza de que no siguiera una carrera que me acarrearía necesidad económica— me había convencido de presentarme al examen de admisión de la PUCP para demostrarle a ella que yo no era bruto. Textualmente.

Me presenté con actitud bastante relajada y sin mayor interés en ingresar a la Universidad. Ni siquiera fui a ver los resultados. Me enteré posteriormente a través de terceros que había obtenido el octavo puesto.

Ahora que miro este hecho a la distancia, pienso que tal vez mi vida hubiera sido otra si hubiera estudiado en la Católica, y quizás no habría pasado por todas las penurias económicas que han tachonado mi vida hasta ahora. Quizás no hubiera terminado en Alemania como un exiliado huyendo de la falta de oportunidades laborales decentes en el Perú y de la nube de rumores difamatorios sobre mi persona que se había formado en ambientes sodálites. Yo era considerado el loco, el extraño, el excéntrico —y en cierto sentido también un infiel o traidor— debido a cierta libertad de pensamiento que osaba ejercer. Y en realidad lo que yo manifestaba eran visos de normalidad en ese mundo raro que es la Familia Sodálite.

En ese 1983 conocí al P. Juan Luis Cipriani, profesor de teología moral. Al respecto, cito las líneas que le dediqué en una carta abierta en junio de 2012:

«Recuerdo tus buenas intenciones y tu empeño en mantenerte fiel a las enseñanzas morales del Magisterio de la Iglesia, aunque muchas veces, a mi parecer, con interpretaciones rigoristas que no daban pie a una reflexión más profunda sobre algunas cuestiones morales difíciles de abordar. Recuerdo también que cuando algunos alumnos, candidatos al sacerdocio, te proponían problemas referentes a cuestiones éticas límite, en vez de acoger las preguntas para estimular el pensamiento y suscitar una reflexión profunda que abordara el tema en toda su complejidad, buscabas la manera de refutar los planteamientos de esos alumnos con citas del Magisterio de la Iglesia y la Tradición, derrotarlos intelectualmente y forzarlos a callar. […] Ya desde entonces mostrabas poca disposición hacia el diálogo respecto a quienes supuestamente discrepaban contigo —aunque he de suponer que ya interpretabas en ese entonces una discrepancia contigo como una discrepancia con la Iglesia—. Asimismo, pocas veces te vi sonreír, y cuando lo hacías dabas la impresión de que en tu etapa de formación sacerdotal no te habían entrenado los músculos de la cara para efectuar ese gesto […]. Ya desde entonces tenías un aire de solemnidad que no irradiaba ni calidez ni cercanía».

Como he señalado, Cipriani carecía de una cualidad importante que tenían dos recordados profesores jesuitas, el P. Francesco Interdonato y el P. José Luis Idígoras: la capacidad de estimular el pensamiento. Cipriani era sólo un buen repetidor de textos ajenos con olor a naftalina, alérgico a todo lo que fueran nuevas perspectivas y aproximación humana. Tampoco era muy querido por la mayoría de los seminaristas, a los cuales repelía su excesivo formalismo. Ya desde entonces me disgustaba el personaje, perfecta encarnación de todas las taras del Opus Dei.

Finalmente, aprobé el curso con nota diecisiete. No lo considero un honor, visto el funesto historial episcopal de Cipriani, donde la falta de ética ha sido una constante.

(Columna publicada en Altavoz el 31 de diciembre de 2018)

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La cita mencionada está tomada de mi primer escrito sobre Cipriani, publicado originalmente el 6 de junio de 2012 en mi primer blog La Guitarra Rota y luego incluido también en Las Líneas Torcidas:

EYVI ÁGREDA Y LA PUERTA DEL INFIERNO

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Eyvi Ágreda (1995-2018)

Eyvi Ágreda murió el 1° de junio, tras cinco semanas y media de agonía, debido a las consecuencias del ataque homicida de Carlos Hualpa, su acosador, quien pensaba que si ella no le correspondía y no era para él, no iba a ser de nadie. Argumento que justificaba rociarla con gasolina y prenderle fuego. Esto ocurrió en medio de una sociedad que se considera mayoritariamente cristiana y dice defender los valores derivados del mandamiento del amor.

Eyvi murió por mano de quien decía amarla. Pero que en realidad sólo la quería como una posesión, como un objeto de su propiedad. Pues en estas tierras peruanas —que ya son uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser mujer— subyace en el inconsciente colectivo que los varones son superiores a las mujeres y que éstas deben estar subordinadas a ellos. Y cuando se rompe ese “equilibrio”, son justificables —o por lo menos comprensibles— las reacciones furibundas masculinas que intentan poner orden para que todo vuelva a su sitio.

Un orden avalado por autoridades eclesiásticas como el cardenal Cipriani, quien llegó a afirmar que «muchas veces, la mujer se pone, como en un escaparate, provocando» y que «las campañas para dañar la dignidad de la mujer en su ser mujer y madre, queriendo imponer la llamada ideología de género, no son humanas».

Este tipo de enseñanzas no son nuevas entre los pastores de la Iglesia católica. Ya en el siglo IV San Agustín enseñaba: «Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer… No alcanzo a ver de qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños». Consecuente con este enunciado, el obispo de Hipona infería que «las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones».

Anteriormente en el siglo II San Clemente de Alejandría decía que «toda mujer debería enrojecer de vergüenza sólo de pensar que es mujer». Y Tertuliano, otro escritor cristiano y padre de la Iglesia, se dirigía así a las representantes del sexo femenino: «Mujer, deberías ir vestida siempre de luto y andrajos, presentándote como una penitente anegada en lágrimas, para redimir así tu pecado de haber perdido al género humano. Tú eres la puerta del infierno, tú fuiste la que rompió los sellos del árbol vedado: tú la primera que violaste la ley divina, tú la que corrompiste a aquél a quien el diablo no se atrevía a atacar de frente; tú, finalmente, fuiste la causa de que Jesucristo muriera».

Y sin embargo, las enseñanzas oficiales de la Iglesia en épocas recientes proclaman algo distinto. Por ejemplo, el Papa Juan Pablo II en su carta apostólica Mulieris dignitatem sobre la dignidad y vocación de la mujer, comentando una frase del libro del Génesis —«Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gén 3, 16)—, dice: «Este “dominio” indica la alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental, que en la “unidad de los dos” poseen el hombre y la mujer; y esto, sobre todo, con desventaja para la mujer, mientras que sólo la igualdad, resultante de la dignidad de ambos como personas, puede dar a la relación recíproca el carácter de una auténtica “communio personarum”» (n. 10).

Es decir, el dominio del hombre sobre la mujer es una realidad condenable, que debe ser sustituida por una relación donde haya igualdad de derechos. Lo cual no se diferencia de principios y valores fundamentales que defiende el enfoque de género.

El problema para muchos eclesiásticos es que del dicho al hecho, hay mucho trecho, y se siguen guiando por conceptos rancios y trasnochados, dentro de un sistema eclesial que no admite a las mujeres al mismo nivel que quienes detentan funciones de responsabilidad. Y que sigue considerando a las féminas como un peligro para la castidad de estos santos varones —castidad que frecuentemente ya está averiada por otros motivos no tan santos— y las relega al papel de sirvientas y colaboradoras sin retribución y sin voz propia.

Es un sistema que, con su indolencia, termina siendo cómplice mudo de feminicidios como el de Eyvi Ágreda.

(Columna publicada en Altavoz el 7 de junio de 2018)

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FUENTES

Las citas de los Padres de la Iglesia están tomadas de las siguientes páginas web:
http://www.episcopaleslatinos.org/pastoral/santospadres.htm
http://www.mujerpalabra.net/pensamiento/critica/frasesmachistasymisoginas_relig.htm

Carta apostólica Mulieris dignitatem del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del Año Mariano (15 de agosto de 1988)
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1988/documents/hf_jp-ii_apl_19880815_mulieris-dignitatem.html

EL CARDENAL CANALLA

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Cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima

Escuchar al cardenal Cipriani en su programa radial Diálogo de Fe no resulta una experiencia saludable para el aparato digestivo, a no ser que uno esté dispuesto a ser cómplice de sus afirmaciones sin sustento o a permanecer ciego a los baches de lógica que tachonan su discurso.

El 30 de septiembre fue uno de esos momentos espectaculares donde el prelado opusdeísta sacó a relucir las rastreras cualidades que ocasionan vergüenza ajena entre muchos de aquellos católicos nacidos en tierras peruanas. Como yo, por ejemplo.

Refiriéndose a la polémica sobre la Costa Verde como lugar elegido para la misa del Papa Francisco en enero del 2018, Cipriani asevera que se trata de una discusión fabricada, generada por el gobierno, pues la decisión ya había sido tomada hace dos meses. ¿Por quién? Por él como obispo del lugar y supuestamente por el Vaticano —que entendemos aceptará el lugar propuesto por la autoridad eclesiástica local, suponiendo que cumplirá con las normativas y protocolos requeridos para eventos de esa magnitud—.

«En ningún momento se decidió que el Gobierno podía o que el presidente Kuczynski tomara decisiones de dónde es la misa», proclama el representante de su propia ideología conservadora que no de la Iglesia católica, invadiendo ilegítimamente el fuero gubernamental de un Estado laico.

En otro momento dice:

«No es el Presidente de la República el que decide el lugar dónde va a ir el Papa. Como es lógico, respetamos su opinión y nos parece muy válida, pero no le digas a Pedro Pablo Kuczynski que esté viendo cuál es lugar más adecuado».

«¿El Estado no tiene derecho de decir aquí sí, aquí no?», le pregunta su siempre condescendiente entrevistador —pues como persona de argumentos endebles, Cipriani nunca ha tenido el valor de someterse a una verdadera entrevista, incisiva e inteligente—.

«El Estado tiene una opinión, no hables de derecho. ¿La Iglesia no tiene derecho para decir dónde va a predicar el Papa?»

Poniendo los puntos sobre las íes, la autoridad eclesiástica no puede decidir dónde se realizará un evento multitudinario presidido por el jefe de un estado extranjero —que no otra cosa es el Papa— en territorio nacional, sin que el Presidente de la República tenga parte en el asunto.

Que yo sepa, la Iglesia no tiene la facultad de decidir dónde se va a realizar un evento multitudinario, en este caso de corte religioso, sobre todo si se efectúa en un espacio público de un país con un Estado laico. Puede proponer el lugar, lo cual deberá ser analizado por las autoridades civiles correspondientes, que pueden dar su autorización o denegarla.

Por otra parte, Cipriani aplaude el oficio de INDECI [Instituto Nacional de Defensa Civil] del 28 de septiembre que considera la Costa Verde apta para el evento, pero con su costumbre de nunca analizar con razonamiento crítico, pasa por alto que INDECI sólo aplica los criterios de permanencia y accesibilidad para concluir que allí se puede realizar un evento de concentración masiva. No toma en cuenta los riesgos que señala el Colegio de Arquitectos en su nota de prensa del 27 de septiembre, como son los eventuales maretazos, tsunami, terremoto, caídas de piedras del acantilado —que sin necesidad de sismo ya han matado personas en esa zona—. Incluso una falsa alarma podría producir un comportamiento inadecuado de los asistentes, ocasionando masivos daños personales y muertes.

Además, si asisten muchas más personas que las 800 mil permitidas, la Costa Verde deja de ser un lugar “seguro” para convertirse en una trampa mortal, en caso de que ocurra algo. ¿Cómo se va a controlar el número de asistentes a un evento de entrada libre? Y en caso de poner barreras, considerando que se calcula una afluencia de más de un millón de personas, ¿cómo evitar el riesgo de un tumulto con consecuencias fatales entre los que se queden fuera?

Cipriani solamente tiene oídos para la conclusión de INDECI. El gobierno tiene su opinión. Los periodistas críticos a su posición —hacia los cuales expresa manifiesto desprecio—, también tienen sus opiniones, las cuales no le interesan.

Típico de un canalla impermeable al diálogo, que sólo quiere salir en la foto con el Papa, aun poniendo en riesgo la seguridad de cientos de miles de personas.

(Columna publicada en Altavoz el 2 de octubre de 2017)

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El 23 de julio de 2011 el cardenal Cipriani no tuvo más que palabras elogiosas para Alan García al final de su gobierno. El 29 de junio de ese año había asistido a la ceremonia de inauguración del Cristo del Pacífico, donado por la corrupta empresa Odebrecht, y le había otorgado su bendición a la estatua. Esos dos hechos fueron para mí la gota que colmó el vaso —pues Cipriani tiene el don de revolverme el hígado desde que fue mi profesor de teología moral en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima en el año 1983—.

Fue entonces que compuse la canción “El arzobispo y el presidente”, publicada originalmente el 7 de septiembre de 2011 en mi blog LA GUITARRA ROTA.

Si bien las circunstancias históricas han cambiado, la descripción en términos literarios de Cipriani que hay en mi canción sigue estando vigente.

EL ARZOBISPO Y EL PRESIDENTE
Autor y compositor: Martin Scheuch

quiere el arzobispo
una efigie de almacén
coronando un risco
de arena y oropel

tiene el presidente
su ego en un cartel
tiene un expediente
de sangre y de cuartel

el arzobispo asiente
al olor del muladar
elogia al presidente
y su Cristo frente al mar

cena el arzobispo en un recinto miltar
con el presidente que ha dejado asesinar
a mi pueblo, a mi pueblo querido
a mi gente de barro y olvido
al paisano, al obrero, al caído
al anciano, a la mujer y al niño
al minero, al país campesino
al indígena y al peregrino
al enfermo, al distinto, al perdido
a los hombres que son mis amigos

tiene el arzobispo
un aire a rigidez
un talante arisco
y modales de marqués

tiene el presidente
costumbres de doblez
cada vez que miente
y miente cada vez

el arzobispo tiene
un instinto comercial
encomia al presidente
como hombre muy cabal

cena el presidente en el palacio arzobispal
con el arzobispo que ha olvidado respetar
a mi pueblo, a mi pueblo querido
a mi gente de barro y olvido
al paisano, al obrero, al caído
al anciano, a la mujer y al niño
al minero, al país campesino
al indígena y al peregrino
al enfermo, al distinto, al perdido
a los hombres que son mis amigos

cree el arzobispo
que mora en un vergel
nunca ha padecido
de hambre en su dintel

tiene el presidente
figura de tonel
tiene el pueblo dientes
y nada que morder

el arzobispo rinde
su verbo al capital
alaba al presidente
en su emisión radial

se ha ido el presidente, otro ocupa su lugar
se queda el arzobispo que jamás quiso escuchar
a mi pueblo, a mi pueblo querido
a mi gente de barro y olvido
al paisano, al obrero, al caído
al anciano, a la mujer y al niño
al minero, al país campesino
al indígena y al peregrino
al enfermo, al distinto, al perdido
a los hombres que son mis amigos

He aquí una demo que grabé de la canción y que fue publicada por La Mula:

LA CACA DEL CARDENAL CIPRIANI

cipriani_caca

El sábado 7 de enero en su radioprograma “Diálogo de Fe” el cardenal Cipriani caricaturizó la posición de quienes defienden la igualdad —social, cultural, económica, etc.— de géneros y se refirió a este tema con las siguientes palabras: «Si salimos de este gran engaño, de que todo se puede hacer —no cohíbas a nadie, déjalos tranquilos—, bueno, si el niño puede en lugar de comer un poco de carne, comer caca, déjalo pues».

Sería bueno hacer un breve recuento de algunas veces en que el cardenal nos ha querido alimentar con caca en vez de darnos un alimento sustancioso para el intelecto y el corazón:

– Cuando en 2013 se refirió al obispo Gabino Miranda, acusado de pedofilia, diciendo: «No hagamos leña del árbol caído».

– Tras un silencio de una semana una vez conocidos los abusos del Sodalicio, cuando dijo: «¡Jamás y por ningún motivo la Iglesia puede permitir que se ofenda a Dios por personas que deben dar ejemplo de Dios!» Ninguna alusión a las víctimas, con las cuales nunca ha querido hablar. Es el mal ejemplo lo que parecía molestarle.

– Cuando criticó un comunicado de la Conferencia Episcopal Peruana sobre la pena de muerte, poco tiempo después de que la candidata Keiko Fujimori propusiera la pena de muerte para violadores de niños.

– Cuando le echó la culpa a las niñas de salir embarazadas y abortar: «Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas, sino porque muchas veces la mujer se pone como en un escaparate, provocando».

Son sólo algunas perlas del amplio repertorio fecal del cardenal Cipriani.

(Columna publicada en Exitosa el 14 de enero de 2017)

EL CRISTIANISMO CASTRADO

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A inicios de los 90, cuando todavía era sodálite con promesa de celibato, conversaba mucho con una amiga a la salida de Misa. Ella notó que siempre había cerca otro sodálite vigilándome, quizás para alejame de un peligro latente. Cuando ella quería conversar con él, él se retraía y hablaba con evasivas, hasta que un día ella le dijo: «¿Por qué me rehuyes? ¿Es que tienes miedo de mí, o miedo de ti mismo?»

Porque el miedo a las mujeres, a aquellas que según el cardenal Cipriani se ponen en “escaparates”, es en realidad miedo a la sexualidad natural que forma parte de la identidad del ser humano. Una sexualidad que ciertas interpretaciones del cristianismo pretenden neutralizar, considerándola como un enemigo que hay que dominar o, por lo menos, encerrar dentro de ciertos límites, fuera de los cuales siempre se comete pecado mortal.

El cardenal Cipriani nos ha sugerido que él también siente la “provocación” de las mujeres, dándonos a entender que es tan humano como el común de los mortales. Sólo le falta integrar ese sentimiento dentro de un sano concepto de la sexualidad y un respeto hacia toda mujer.

Decía Gustave Thibon que el santo ve en la prostituta a la mujer que puede santificarse, y el pervertido ve en la virgen consagrada a la mujer que puede poseer. El problema no está en las mujeres, sino —como decía Jesús en los Evangelios— en el corazón del hombre, de donde salen, entre otros males, las fornicaciones y la lujuria [ver Marcos 7,21-23]. Es el mismo Jesús al que fariseos de mentalidad similar a la de Cipriani le recriminaron que fuera amigo de putas [ver Mateo 9,11; 21,31].

(Columna publicada en Exitosa el 6 de agosto de 2016)

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Ya que he mencionado a Gustave Thibon (1903-2001), uno de los pensadores católicos más interesantes y profundos del siglo XX, influenciado no sólo por escritores católicos como Léon Bloy y Jacques Maritain sino también por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quiero reproducir aquí un texto suyo sobre la sexualidad humana y el celibato incluido en su libro de 1959 La crisis moderna del amor (ver http://hispanismo.org/religion/18201-la-crisis-moderna-del-amor-gustave-thibon.html):

…el ejercicio normal de la sexualidad frena innegablemente el impulso espiritual, si no en tanto que virtud, al menos en tanto que experiencia vivida de las cosas de Dios. Pero correlativamente, limita las posibilidades de ilusión. Aquel que vive las realidades del amor humano en toda su densidad y plenitud terrestres, corre menos riesgo de confundirlas con Dios que aquel cuyo ideal o vocación no dejan a las pasiones una salida confesable más allá del amor sobrenatural. Una mujer joven —el ejemplo hace contrapeso al que he citado antes— me decía poco después de su matrimonio: “Ahora encuentro mucho menos ardor y dulzura en la oración, pero lo poco que me queda me parece más verdadero que antes”.

Sin embargo, no olvidemos que la sublimación de las pasiones no es privilegio exclusivo de los seres consagrados a la castidad. La sexualidad vale lo que vale el hombre completo: un alma naturalmente elevada trasciende, espiritualiza siempre más o menos las imágenes y los deseos que se refieren al sexo. En la vida conyugal hay igualmente una sublimación progresiva que es tan normal como necesaria. A la efervescencia carnal e imaginativa del “primer amor”, a la vez tan embriagador y efímero, normalmente debe suceder una ternura más tranquila y más pura, una comunión más espiritual. Si no se produce esta evolución, la unidad de la pareja no resiste los golpes del tiempo. Esta sublimación es menos completa y total que la de las almas consagradas a la vida religiosa; en cierto sentido, también es más difícil, puesto que las cosas de la carne, aceptadas y vividas en toda su realidad, son difíciles de levantar. Pero donde la operación tiene éxito, esta dificultad es una garantía de solidez.

Igualmente, ya hemos hecho observar que la abstinencia sexual completa, al facilitar la libertad y la soledad interiores, al alejar de nosotros los lazos más fuertes y los deberes más absorbentes de aquí abajo, favorece poderosamente la elevación espiritual. Su papel no es menos importante por ser negativo: al barrer el terreno delante del ideal, hace más fácil el “despegue” hacia el cielo. La historia de la santidad muestra claramente que es una de las mayores condiciones para la conquista de lo absoluto. Pero esta ventaja comporta terribles inconvenientes: el camino empinado expone a los vértigos más graves y a los peores riesgos de caída. Si el ser consagrado a la continencia no sabe aceptar el aislamiento y el vacío interiores, si no cambia en sí, mediante un sacrificio incondicional y total, la dirección y el nivel del ardor pasional, su sensualidad se insinuará por caminos torcidos en otros territorios del alma, del mismo modo como un río parado en su curso hacia el mar transforma a su alrededor las tierras en pantanos. Nunca hay que olvidar: “Aire gracioso con que la avara sensualidad sabe mendigar un trozo de espíritu cuando se le niega un trozo de carne” (Nietzsche). Obsérvese que ésta es la tendencia de tantos ideales y devociones equívocos, impuros y estériles como los pantanos, y que por su falta de densidad y realismo humano, se sitúan psicológica y moralmente muy al margen de la vida normal. Los “espirituales” creen demasiado fácilmente que han superado la plenitud terrestre cuando ni siquiera la han alcanzado. Sé bien que se puede superar sobrevolando, es decir, sin contacto casual y directo con la tierra, al igual que los santos. Pero también se puede, al igual que los iluminados, soñar que se vuela, y permanecer por debajo del realismo humano, es decir, en el sueño y la mentira. La continencia es un medio de perfección que sólo vale según el uso que de él se hace. Y si se usa mal, cuanto más noble y sutil es el instrumento, más grave el daño.

Estas reflexiones pueden ser completadas con lo que escribe el sacerdote del Opus Dei Antonio Ruiz Retegui (1945-2000) en su libro El ser humano y su mundo, jamás publicado oficialmente por sus críticas veladas a la institución a la que pertenecía (ver http://www.opuslibros.org/libros/Retegui/indice.htm):

Cuando se afirma, por ejemplo, que quien tiene una entrega a Dios en el celibato sabe mucho más del amor que los que viven un amor de enamoramiento intenso, se entra en un terreno peligroso. En efecto, muchas veces quien vive bien un amor humano tiene la afectividad más equilibrada que quien tiene que luchar violentamente con sentimientos o afectos que se le presentan con una riqueza vehemente, y experimenta en sí mismo que ha de sacrificar inclinaciones muy profundas y naturales. Especialmente cuando esa entrega en el celibato ha sido fruto no de un enamoramiento efectivo del Señor, sino de un proceso mucho más ambiguo.

Esta situación no es infrecuente pues, en efecto, las personas no tienen el instrumental intelectual para entender lo que les sucede, ya que se les impone casi violentamente una interpretación de la realidad en términos muy determinados. Entonces no es raro que quien es objetiva y subjetivamente un hombre triste y un tanto amargado, sólo sepa decir que él es de lo más alegre que hay en el mundo. Esta situación engendra necesariamente graves distorsiones mentales y psíquicas. En cualquier caso, es principio de que surjan personalidades inmaduras que, bajo una fraseología rígida, son personas faltas de alegría, con amargura de fondo y con las energías activas gravemente debilitadas.

* * *

Quien reciba la llamada a la virginidad o al celibato, habrá de ser una persona de sexualidad serena y fácilmente dominable. Eso no significa que sean personas incapaces de enamorarse y de sentir el consuelo del amor humano, sino solamente que esa capacidad no se presente como una fuerza activa de particular intensidad. Si la tensión sexual afectiva o corporal es muy grande, será señal de que no se debe seguir el camino de la virginidad: “Mejor es casarse que abrasarse”.

* * *

Sólo el amor de enamoramiento por Jesucristo puede fundamentar ciertas formas de entrega en la Iglesia. En concreto, la llamada al celibato es una llamada a una entrega, a una renuncia, que sólo puede tener como fundamento propio el amor de enamoramiento hacia el Señor. Quienes son llamados por Dios al celibato deben ser personas, no tanto “muy sacrificadas” o de autodominio fuerte como para renunciar a algo tan hermoso como es el amor humano, sino personas que sean arrebatadas por un amor por Jesucristo que tenga las características del amor exclusivo, “amor de doncel”, amor de enamoramiento, amor de “Amigo y Amado”. Sólo en un amor así puede enraizar la renuncia al amor humano que no sea mero sacrificio, aunque fuera un sacrificio hecho en virtud del amor a Dios.

Si no está sobre esa roca viva, el compromiso de la virginidad o del celibato, se convierte en una exigencia excesiva e inhumana, en un precepto exigente que será cumplido a fuerza de una vigilancia y una desconfianza violenta porque despoja a la persona de aquel asentamiento en el mundo que reconocíamos como consecuencia directa de la comunión de vida de los enamorados. Quien está meramente “soltero” no tiene aún esa situación existencial, y quien “sacrifica” su enamoramiento como ofrenda a Dios en una mera negación de sí mismo, tampoco. Sólo quien vive realmente enamorado de una persona o de Jesucristo, se encuentra en la situación de seguridad existencial a la que nos referimos.

Como se ha dicho ya, esta forma de amor a Jesucristo, no es dada a todos. Tampoco puede imponerse ni plantearse como un deber moral o como asunto de generosidad. Es, como el enamoramiento natural humano, un don, un regalo indeducible, algo que acontece de manera inesperada, y que hay que saber reconocer adecuadamente para no caer en equívocos que podrían resultar de consecuencias funestas. […]

…el amor humano conlleva en sí mismo la llamada a una situación vital que es signo de la seguridad en la existencia. El enamoramiento a Jesucristo debe experimentarse como principio de un fundamento en la existencia que sea nuevo y más profundo. Si esto no se advierte, la vida del supuesto enamorado de Cristo podría quedar como suspendida en el vacío. A este respecto, existe el peligro de sustituir el apoyo en el amor de Jesucristo por una situación institucional que ofrezca un entorno de seguridad vital que sea lo que en realidad sustituya a la seguridad existencial que es consecuencia de la comunión matrimonial. Por eso, las instituciones vocacionales que implican celibato o virginidad, procuran ofrecer a esas personas una protección ambiental que las haga sentirse firmes en la vida en el mundo. Los entregados a Dios en el celibato o la virginidad suelen decir que, así como otros están asentados en la vida por medio del matrimonio, ellos están asentados sobre el amor esponsal a Jesucristo. Pero es posible que, en la práctica, tengan su seguridad vital confiada a la protección que surge de la protección institucional. Entonces, el amor a Jesucristo resulta en la práctica sustituido por el amor a la institución.

SI EL CARDENAL CIPRIANI ESTUVIERA CASADO

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Si el cardenal Cipriani estuviera casado, sabría muy de cerca qué es lo quiere una mujer y si se quedaría contenta con ser únicamente un ama de casa cuya única ocupación es el hogar, como él mismo ha enseñado en varias oportunidades.

También descubriría en su propia carne la belleza del encuentro sexual entre un hombre y una mujer que se aman, y dudo que se atrevería a condenar el sexo en general como un falso dios.

Si tuviera hijos, probablemente sabría lo que es tener en su casa a alguien que es carne de la propia carne, pero que no piensa como uno mismo y aún así se le sigue amando con respeto y cariño, sin tratar de imponerle ninguna norma moral que vaya contra su conciencia.

Y si un hijo le saliera homosexual —lo cual ocurre hasta en los hogares más católicos—, tendría tal vez un corazón más abierto a la misericordia y la comprensión, en vez de juzgarlo como una anormalidad de la naturaleza.

Sería tal vez un pastor con olor a oveja antes que un predicador con cara de piedra y olor a naftalina, dispuesto a condenar con una severidad inmisercorde y ajena al amor de Jesús.

Consideraría como una bendición del cielo que actualmente haya en todo el mundo unos 90,000 sacerdotes casados (más del 20% del clero católico) y como absurda la prohibición que tienen la mayoría de ejercer su ministerio sacerdotal.

Y se solidarizaría con aquellos pocos obispos españoles que en contados casos han hecho la vista gorda y han permitido que curas casados sigan celebrando los sacramentos y atendiendo pastoralmente a la grey.

(Columna publicada en Exitosa el 23 de julio de 2016)

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El celibato clerical no es un dogma de fe, sino una disciplina que la Iglesia católica romana estableció en un tiempo y circunstancias determinados. Como tal, este asunto puede ser modificado, sin que ello signifique una merma en los contenidos de la fe cristiana.

Está sujeto a discusión si está práctica es adecuada para los tiempos actuales, y si resulta conveniente en lo personal para muchos de los sacerdotes que ejercen su ministerio en una sociedad muy diferente a la de tiempos pasados.

Así resume el ya fallecido cardenal Carlo Maria Martini los orígenes del celibato clerical en el libro-entrevista Coloquios nocturnos en Jerusalén, publicado originalmente en alemán en el año 2008:

En todas las Iglesias fuera de la católica romana los sacerdotes pueden casarse. También pueden hacerlo en la Iglesia greco-católica. La idea de que los sacerdotes no deben casarse surgió a partir del monacato. Las mujeres y los hombres viven en comunidades monásticas o bien como eremitas a fin de seguir a Jesús en su celibato. Quieren ser plenamente libres para el servicio a Dios. «Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas», como dice el credo de Israel, lo es realmente todo para algunas personas. Ellas arriesgan su vida por amor de él.

Para el celibato es importante que una comunidad brinde al sacerdote un ámbito de amor y de cobijo. El sacerdote no debe sentirse solo, aunque los tiempos más importantes de su vida son los tiempos. Pero no habría que olvidar que también la Iglesia católica romana sólo regulo jurídicamente el celibato de los sacerdotes en el concilio de Trento, en el siglo XVI, aunque la obligación del celibato existía desde el siglo XI.

Ello no implica una desestimación del celibato como tal, sobre el cual el cardenal Martini aclara lo siguiente [las negritas son mías]:

Esta forma de vida es extremadamente exigente y presupone una profunda religiosidad, una buena comunidad y personalidades fuertes, pero sobre todo la vocación a la vida célibe. Tal vez, no todos los hombres que estén llamados al sacerdocio tengan ese carisma. En nuestro caso, la Iglesia deberá desarrollar inventiva. Hoy en día se confían cada vez más comunidades a un sólo párroco, o las diócesis importan sacerdotes de culturas foráneas. Esto no puede ser una solución a largo plazo. De todos modos hay que discutir la posibilidad de ordenar a viri probati, es decir, a hombres experimentados y probados en la fe y en el trato con los demás.

En la misma línea, el Papa Francisco ha resaltado el valor del celibato como un estado de vida legítimo dentro de la Iglesia, que no es ni superior ni inferior al estado de vida matrimonial.

La virginidad es una forma de amar. Como signo, nos recuerda la premura del Reino, la urgencia de entregarse al servicio evangelizador sin reservas (cf. 1 Co 7,32), y es un reflejo de la plenitud del cielo donde «ni los hombres se casarán ni las mujer tomarán esposo» (Mt 22,30). San Pablo la recomendaba porque esperaba un pronto regreso de Jesucristo, y quería que todos se concentraran sólo en la evangelización: «El momento es apremiante» (1 Co 7,29). Sin embargo, dejaba claro que era una opinión personal o un deseo suyo (cf. 1 Co 7,6-8) y no un pedido de Cristo: «No tengo precepto del Señor» (1 Co 7,25). Al mismo tiempo, reconocía el valor de los diferentes llamados: «cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro» (1 Co 7,7). En este sentido, san Juan Pablo II dijo que los textos bíblicos «no dan fundamento ni para sostener la “inferioridad” del matrimonio, ni la “superioridad” de la virginidad o del celibato» [Catequesis (14 abril 1982), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 de abril de 1982, p. 3] en razón de la abstención sexual. Más que hablar de la superioridad de la virginidad en todo sentido, parece adecuado mostrar que los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista. […]

La virginidad tiene el valor simbólico del amor que no necesita poseer al otro, y refleja así la libertad del Reino de los Cielos. Es una invitación a los esposos para que vivan su amor conyugal en la perspectiva del amor definitivo a Cristo, como un camino común hacia la plenitud del Reino. A su vez, el amor de los esposos tiene otros valores simbólicos: por una parte, es un peculiar reflejo de la Trinidad. La Trinidad es unidad plena, pero en la cual existe también la distinción. Además, la familia es un signo cristológico, porque manifiesta la cercanía de Dios que comparte la vida del ser humano uniéndose a él en la Encarnación, en la Cruz y en la Resurrección: cada cónyuge se hace «una sola carne» con el otro y se ofrece a sí mismo para compartirlo todo con él hasta el fin. Mientras la virginidad es un signo «escatológico» de Cristo resucitado, el matrimonio es un signo «histórico» para los que caminamos en la tierra, un signo del Cristo terreno que aceptó unirse a nosotros y se entregó hasta darnos su sangre. La virginidad y el matrimonio son, y deben ser, formas diferentes de amar, porque «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor» [Id., Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 10: AAS 71 (1979), 274]. (Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, 159 y 161).

Todo esto se inserta dentro de una visión sumamente positiva de la sexualidad humana, que ha sorprendido a más de uno y escandalizado a aquellos que prefieren seguir viendo pecados en la mayoría de las expresiones sexuales del ser humano:

Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas. Cuando se la cultiva y se evita su descontrol, es para impedir que se produzca el «empobrecimiento de un valor auténtico» [Juan Pablo II, Catequesis (22 octubre 1980), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 26 de octubre de 1980, p. 3]. San Juan Pablo II rechazó que la enseñanza de la Iglesia lleve a «una negación del valor del sexo humano», o que simplemente lo tolere «por la necesidad misma de la procreación» [Ibíd., 3]. La necesidad sexual de los esposos no es objeto de menosprecio, y «no se trata en modo alguno de poner en cuestión esa necesidad» [Id., Catequesis (24 septiembre 1980), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 28 de septiembre de 1980, p. 3].

A quienes temen que en la educación de las pasiones y de la sexualidad se perjudique la espontaneidad del amor sexuado, san Juan Pablo II les respondía que el ser humano «está llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones», que «es el fruto gradual del discernimiento de los impulsos del propio corazón» [Catequesis (12 noviembre 1980), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 16 de noviembre de 1980, p. 3]. Es algo que se conquista, ya que todo ser humano «debe aprender con perseverancia y coherencia lo que es el significado del cuerpo». [Ibíd., 4] La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor. Así, «el corazón humano se hace partícipe, por decirlo así, de otra espontaneidad» [Ibíd., 5]. En este contexto, el erotismo aparece como manifestación específicamente humana de la sexualidad. En él se puede encontrar «el significado esponsalicio del cuerpo y la auténtica dignidad del don» [Ibíd., 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 16 de noviembre de 1980, p. 3]. En sus catequesis sobre la teología del cuerpo humano, enseñó que la corporeidad sexuada «es no sólo fuente de fecundidad y procreación», sino que posee «la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don» [Id., Catequesis (16 enero 1980), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de enero de 1980, p. 3]. El más sano erotismo, si bien está unido a una búsqueda de placer, supone la admiración, y por eso puede humanizar los impulsos.

Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos. Siendo una pasión sublimada por un amor que admira la dignidad del otro, llega a ser una «plena y limpísima afirmación amorosa», que nos muestra de qué maravillas es capaz el corazón humano y así, por un momento, «se siente que la existencia humana ha sido un éxito» [Josef Pieper, Über die Liebe, Múnich 2014, 174-175]. (Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, 150-152)

El Papa Francisco también señala los problemas que acarrea un celibato vivido sin amor, ante los cuales resplandece en comparación muchas veces el testimonio de amor de muchas personas casadas:

El celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad para moverse con autonomía, para cambiar de lugares, de tareas y de opciones, para disponer del propio dinero, para frecuentar personas diversas según la atracción del momento. En ese caso, resplandece el testimonio de las personas casadas. Quienes han sido llamados a la virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios un signo claro de la generosa e inquebrantable fidelidad de Dios a su Alianza, que estimule sus corazones a una disponibilidad más concreta y oblativa. Porque hay personas casadas que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge se ha vuelto físicamente desagradable, o cuando no satisface las propias necesidades, a pesar de que muchas ofertas inviten a la infidelidad o al abandono. Una mujer puede cuidar a su esposo enfermo y allí, junto a la Cruz, vuelve a dar el «sí» de su amor hasta la muerte. En ese amor se manifiesta de un modo deslumbrante la dignidad del amante, dignidad como reflejo de la caridad, puesto que es propio de la caridad amar, más que ser amado [Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 27, a. 1]. También podemos advertir en muchas familias una capacidad de servicio oblativo y tierno ante hijos difíciles e incluso desagradecidos. Esto hace de esos padres un signo del amor libre y desinteresado de Jesús. Todo esto se convierte en una invitación a las personas célibes para que vivan su entrega por el Reino con mayor generosidad y disponibilidad. Hoy, la secularización ha desdibujado el valor de una unión para toda la vida y ha debilitado la riqueza de la entrega matrimonial, por lo cual «es preciso profundizar en los aspectos positivos del amor conyugal» [Pontificio Consejo para la Familia, Familia, matrimonio y uniones de hecho (26 julio 2000), 40]. (Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, 162)

Si tanto la virginidad y el celibato como el matrimonio con una vida sexual activa pueden considerarse como formas de amar que simbolizan de distinta manera el amor de Dios hacia los hombres, ¿tiene sentido todavía que la Iglesia católica romana vincule obligatoriamente —salvo en el caso de los diáconos casados— el precepto del celibato con el estado clerical? ¿No sería más conforme con la libertad de los hijos de Dios —e incluso con lo que enseña Jesús en los Evangelios y San Pablo en sus epístolas— que se deje a la decisión de quienes aspiran al estado clerical si optan por casarse o por vivir el celibato? De este modo los sacerdotes podrían elegir como estado de vida aquél  que sea más conforme con sus características y capacidades personales, sin menoscabo de su misión pastoral.

Porque los problemas del celibato obligatorio para todos los sacerdotes saltan a la vista. En el libro La vida sexual del clero, publicado en 1995 por el periodista español Pepe Rodríguez, especialista en cuestiones religiosas, se incluyen algunas estadísticas reveladoras sobre la sexualidad del clero español. Según ellas, el 95% se masturba habitualmente y 60% mantienen relaciones sexuales. 65% tienen una orientación heterosexual mientras que 35% son homosexuales. Y lo más sorprendente es que entre aquellos que practican el sexo con otras personas, el 64% comenzó a tener relaciones entre los 40 y 55 años de edad.

Dado que no ha habido ningún cambio sustancial en la disciplina de la Iglesia desde entonces, es muy probable que las cifras actuales sean muy semejantes a las de hace veinte años. Y si bien hasta ahora no hay ningún estudio que haya demostrado fehacientemente que existe una relación entre celibato obligatorio y abusos sexuales de menores, tampoco se ha demostrado que no la haya.

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Sea como sea, podríamos concluir que para muchos sacerdotes el celibato se presenta como una carga pesada, como una fachada que oculta una vida sexual practicada en la sombra y sembrada de sentimientos de culpa y frustración. Que la Iglesia les dé la oportunidad de casarse y formar una familia a la vez que los confirme en su ministerio sacerdotal no traería consecuencias negativas ni para ellos ni para la grey que atienden, y probablemente conllevaría un enriquecimiento sustancial y palpable de su labor pastoral. Y también ayudaría a contrarrestar la crisis de vocaciones sacerdotales que sufre actualmente la Iglesia.

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FUENTES

ÚTERO.PE
Cipriani: La mujer vela por que la ropa esté limpia (14 Marzo 2014)
http://utero.pe/2014/03/14/cipriani-la-mujer-vela-por-que-la-ropa-este-limpia/

ACI Prensa
Sexo y dinero son “dioses” falsos y agresivos, alerta Cardenal Cipriani (20 Abril 2015)
https://www.aciprensa.com/noticias/sexo-y-dinero-son-dioses-falsos-y-agresivos-alerta-cardenal-cipriani-93415/

El País
La lucha de los 90.000 curas casados de la Iglesia católica (01 Noviembre 2015)
http://politica.elpais.com/politica/2015/11/01/actualidad/1446374179_827110.html

Card. Carlo Maria Martini / Georg Sporschill, Coloquios nocturnos en Jerusalén, San Pablo, Madrid 2008
https://es.scribd.com/document/286660706/MARTINI-C-M-Coloquios-Nocturnos-en-Jerusalen-San-Pablo-2008

Pepe Rodríguez, La vida sexual del clero, Ediciones B, Barcelona 1995
https://es.scribd.com/doc/232506044/La-Vida-Sexual-Del-Clero-Pepe-Rodriguez

Sitio web de Pepe Rodríguez
Resumen de conclusiones estadísticas sobre la conducta sexual del clero católico
http://www.pepe-rodriguez.com/Sexo_clero/Sexo_clero_estadist.htm

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Quien quiera conocer la apasionante historia un sacerdote suizo que se casó y después regresó al ministerio sacerdotal en la prelatura de Ayaviri, le recomiendo mi post EL AZAROSO CAMINO DE LA FE DE OTTO BRUN.