LA ÉLITE PITUCA

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Playa Pescadores al costado del Club de Regatas Lima (Chorrillos, Lima)

Durante las últimas semanas, en que —debido al proceso electoral— el Perú ha vivido en carne propia una polarización inédita en nuestra historia republicana, ha sido evidente el apoyo que le ha dado a la candidatura de Keiko Fujimori —incluso asumiendo casi como dogma de fe la quimera del fraude— un grupo conformado por burgueses limeños de los sectores socio-económicos A y B, a los que designaré como la élite pituca, y que tiene en el Club de Regatas Lima uno de sus focos de concentración poblacional. Y esto no quiere decir que todos los socios del Regatas presenten las características de esta élite racista y clasista, pero mi descripción, basada en mi propia experiencia y por ende subjetiva, se aplica de manera general al fenómeno como tal.

Mi padre llegó a ser socio vitalicio del Club Regatas y yo pasé mi infancia y mi adolescencia en el club. Guardo buenos recuerdos de esos años, que para mí estuvieron llenos del espíritu aventurero de la infancia que aprende a conocer el mundo. Allí me sentía seguro, pero también con la libertad de ir adonde quisiera sin experimentar la continua tutela y vigilancia de mis padres, quienes podían despreocuparse sabiendo que, sea donde sea que estuviera, siempre me hallaría en algún lugar dentro de la burbuja que es el club, ya sea retozando en la playa, desafiando las olas en el mar o practicando deporte con algún amigo.

Crecí en ese mundo, creyendo, dentro de las limitaciones de mi perspectiva infantil, que ese estilo de vida era lo más normal y corriente en el Perú. De manera similar a como mi vida se desarrollaba entre Miraflores —donde vivía mi familia— y San Isidro, y ocasionalmente Monterrico y La Molina, siendo que los distritos que estaban más allá de esos límites constituían un mundo aparte, remoto, lejano y hasta peligroso. Ir al centro de Lima era como visitar otro país.

Pero poco a poco, a medida que iba entrando en la adolescencia, varias sombras se me fueron haciendo evidentes en ese país de las maravillas que era el Regatas. Pues en el club no sólo se admitía socios con determinado perfil —y con una billetera abultada para poder pagar la cuota de ingreso, que actualmente asciende por lo menos a 500 cuotas ordinarias mensuales a ser desembolsadas de golpe—, sino también excluía —por lo menos simbólicamente— a los peruanos con un perfil mayoritario en la población. Desde el muelle de la primera playa del club, que se extendía en el mar como prolongación de un muro que marcaba los límites de su territorio, podíamos ver a los bañistas de la populosa playa vecina Pescadores, a los que considerábamos como parte del pueblo ignorante y mal educado, gente de otro nivel que no conocía las normas de higiene y era proclive a la delincuencia. En nuestro inocente mundo infantil, que no era otra cosa que un reflejo sin culpa del universo de los adultos, cualquier cholo de esa playa que intentara colarse en el club a través del mar constituía un peligro, del cual nos protegían los trabajadores de seguridad, también cholos ellos, pero que eran vistos de distinta manera porque estaban al servicio de la élite que pululaba en las instalaciones del club.

En ese microcosmos del Club Regatas, que no era sino una muestra de una élite mas amplia que habita los distritos residenciales acomodados de Lima y nunca ha sido el reflejo de un Perú multirracial, multicultural, con iguales oportunidades para todos, sin racismo, sin misoginia en las jerarquías de mando —pues el consejo directivo del club estaba integrado exclusivamente por especímenes del género masculino—, lo más importante era mantener a toda costa la imagen institucional de una asociación de gente bien y decente, lo cual se ha plasmado en la renuencia que han mostrado sus autoridades a lo largo del tiempo para actuar decididamente en caso de comisión de un delito dentro del club. Como lo demuestra recientemente la agresión que sufrió Piero Corvetto, jefe de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el 26 de junio pasado, en el local del Regatas en Chorrillos. El personal del club se negó a identificar al agresor y en un comunicado del 27 de junio el consejo directivo ha puesto obstáculos para la entrega de material probatorio, señalando que «el Club, a través de Junta Calificadora y de Disciplina, órgano autónomo, viene llevando a cabo las acciones correspondientes, en observancia de su competencia». Y concluye diciendo que el Club «es una asociación civil, deportiva y cultural que cultiva el respeto mutuo entre sus asociados». Lo cierto es que una de las acciones correspondientes hubiera sido elevar una denuncia penal contra el presunto agresor por cometer un delito dentro del recinto del club. Pero la institución, buscando salvaguardar su imagen, ha preferido en casos como éste actuar sin transparencia, omitiendo denuncia, lo cual también configuraría un delito.

Lo peor es, que si se demuestra la agresión, Corvetto podría denunciar al club por omisión de denuncia, considerando que hubo testigos y videos que probarían el hecho. Pero en ese caso podría ser sancionado con suspensión o expulsión del club, pues en sus Estatutos se enuncia como causal de sanciones «iniciar, mantener o publicitar querella o acción judicial contra el Club, a excepción de las acciones de impugnación establecidas en el Artículo 92º del Código Civil» (Art. 61°, e). En otras palabras, el socio pierde el derecho a denunciar al club si hay responsabilidad de éste por un abuso o delito que haya sufrido dentro de sus instalaciones. Y también el club tendría carta libre para sancionar a los socios aplicando criterios discriminatorios, pues otra de las causales de sanciones es «cometer actos reñidos contra la moral y las buenas costumbres» (Art. 61°, f). Lo cual, planteado bajo esa amplia ambigüedad, puede incluir hechos como presentarse abiertamente como homosexual, el beso de dos lesbianas en un espacio público o simplemente que una mujer ande en topless, cosas que no constituyen ninguna falta o delito en ninguna parte del territorio peruano.

A la élite pituca no le importa convivir con la corrupción con tal de mantener sus privilegios. En consecuencia, ha optado masivamente por apoyar a Keiko Fujimori y le tiene un miedo apocalíptico a un gobierno de Pedro Castillo. No me extrañaría que haya socios del Regatas que hayan estado de acuerdo con la agresión a Corvetto sólo por no haber impedido que el campesino de Chota obtenga más votos que la hija del dictador. Más aun cuando el mismo presidente del club, Jaime Cornejo Bustillo, ha manifestado que la responsabilidad de lo sucedido recaería sobre el jefe de la ONPE: «Yo he estado presente en el tema así que podría decir que casi he sido testigo de los hechos. Y para mí ha sido completamente orquestado por el señor Corvetto». Y es que Corvetto lo único que hizo fue hacer bien su trabajo, garantizando unas elecciones limpias y transparentes. Pero la transparencia y la incorruptibilidad son cosas que pasan a segundo plano cuando se trata de que la realidad se modele según los intereses arbitrarios de la pituquería limeña.

Por eso mismo, cuando en un grupo de WhatsApp de antiguos compañeros de colegio del Colegio Humboldt critiqué la veneración casi fanática que algunos le prestaban a Keiko, alguien me llamó “conflictivo, acomplejado y resentido social”, calificativos que suelen aplicar los de la élite pituca a todos aquellos que hagan legítimas observaciones críticas a su clasismo y racismo inveterados. Por definición, ninguno de quienes forman parte de ese élite puede ser considerado un “resentido social”, pero sí aquellos de otros sectores sociales que no admiten su supremacía social.

El problema no lo he percibido recientemente. Ya desde hace décadas, en aquella época en que decidí unirme al Sodalicio, había una parte de mi ser que había quedado incólume a los rasgos clasistas que también había en el Sodalicio, y cuando alcancé la mayoría de edad rechacé la oportunidad que se me presentó de convertirme en socio del Regatas. No me arrepiento y me siento orgulloso de haber sido siempre un disidente de mi estrato social. O quizás un resentido social por motivos éticos y por respeto a la dignidad de todos los peruanos, sin distinción de clase, color ni condición social.

(Columna publicada en Sudaca el 3 de julio de 2021)

EL VOTO DEL CAMPO

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Kleinfischlingen (estado federado de Renania-Palatinado, Alemania)

Vivo en un pueblito agrícola de Alemania con un poco más de 300 habitantes, en medio del campo. La principal actividad económica es el cultivo de uvas para producir vinos de buena calidad. Pero también se cultiva papas, zanahorias, nabos, lechugas, coles, coliflor, brócoli, espárragos, remolacha azucarera, trigo, maíz y girasoles, además de manzanas, peras, membrillos, ciruelas, cerezas, zarzamoras e higos. Los campos de cultivo empiezan a 50 metros de mi casa y rodean al pueblo por todos sus confines.

En el pueblo mismo no hay muchos negocios: cinco fabricantes de vino —dos de ellos incluidos en los prestigiosos catálogos vinícolas Gault&Millau y VINUM de Alemania—, una casa de huéspedes con un minúsculo restaurante que ofrece gastronomía local, un taller de mecánica automotriz, un anticuario, un experto en jardinería y un corredor de seguros.

La gente es sencilla, amante de sus tradiciones gastronómicas y festivas. Muchos, sobre todo quienes han nacido y crecido en el pueblo, hablan un dialecto de difícil comprensión para quienes sólo manejan el idioma alemán oficial, con un acento peculiar que los identifica como oriundos de esta región, el Palatinado. Incluso hay entre ellos quienes entienden el alemán, pero no lo hablan, como si se tratara de una lengua extranjera.

Además de la calle principal que atraviesa el pueblo, hay sólo ocho calles más, todas asfaltadas. Hay agua corriente, luz, gas e Internet, que ha mejorado desde que yo llegué aquí en 2013 desde 1 Mbps hasta los 1000 Mbps que serán posibles cuando este año se instale conexiones de fibra de vidrio hasta los domicilios, aunque quien desee opciones más económicas puede optar por planes de 200 Mbps o 400 Mbps.

En fin, un pueblito rural del país profundo, pero no olvidado, como suele ocurrir con los pueblos de provincias en el Perú.

Pero no siempre fue así. Por los testimonios de las personas octogenarias en el asilo de ancianos donde trabajo, he sabido que aquellos que habían vivido en pueblos en sus años jóvenes no tenían ni agua, ni luz, ni gas. El agua había que sacarla de pozos. En las noches se prendían velas o lamparines de petróleo. Se cocinaba con leña. Las verduras, cereales y frutas se compraban en el mercado local o se cultivaban en huertas propias. Carne se comía sólo los domingos. La gente tenía sus gallinas y sus cerdos, a veces también gansos y una que otra vaca, y elaboraba los embutidos y jamones de manera casera. Se utilizaban técnicas tradicionales para elaborar conservas de verduras y frutas, que eran almacenadas en el sótano junto con las papas. La letrina era una cabina con un hueco en el suelo, separada de la casa, y los excrementos se utilizaban como abono en el campo. El trasero se lo limpiaban con papel periódico. Sólo podían bañarse una vez a la semana, generalmente el sábado en familia, porque el agua no alcanzaba para más. Y, sobre todo, se trabajaba duro desde el amanecer hasta el atardecer.

Y así fue más o menos hasta los años 50, cuando el milagro económico alemán fue convirtiendo a Alemania en un país desarrollado. Esto fue posible gracias a una auténtica economía social de mercado —no sólo de nombre, como figura en la constitución peruana del 93—, donde el desarrollo económico va íntimamente unido al desarrollo social. Una economía de mercado donde los agentes económicos tienen que garantizar el bienestar de los trabajadores; donde hay sindicatos fuertes que tienen representantes en los directorios de las grandes empresas y le hacen contrapeso al poder de los empresarios; donde las políticas del Estado impiden que se formen monopolios; donde el sustento, la vivienda y la salud deben estar al alcance de quienes reciben un sueldo o salario; donde el Estado interviene con subsidios cuando hay quienes caen por debajo del nivel de subsistencia; donde el Estado interviene regulando el mercado, sin afectar la ley de la oferta y la demanda ni la competitividad, para corregir las tendencias que ocasionan desigualdades extremas que generen conflictos sociales. Y donde hay una preocupación por el desarrollo sostenible hasta del último pueblo de provincia.

Sólo en épocas de crisis ha surgido en Alemania la tentación de los gobiernos extremistas y totalitarios. El hambre y la situación de caos que hubo a fines de la Primera Guerra Mundial, con la consiguiente abdicación y huida del káiser Guillermo II, gatillaron una revolución comunista a ejemplo de la Revolución Rusa, que fue sofocada violentamente por fuerzas de derecha y culminó con los asesinatos de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. El otro momento fue la crisis económica de los años 20 y el fracaso de la República de Weimar, que ocasionaron la subida al poder de Adolf Hitler en 1933.

Pero desde los 50 casi no habido en el campo la tentación de votar por partidos extremistas, sino que el péndulo se ha movido continuamente entre los demócratacristianos y los socialdemócratas. Porque lo básico y esencial también está garantizado en el campo, no sólo en la ciudad. E incluso hay en Alemania quienes prefieren vivir en el campo —por ser más económico— y trabajar en la ciudad. Porque —también hay decirlo— el transporte público está entre los mejores del mundo y las comunicaciones viales son buenas, pudiéndose llegar a cualquier lugar con vehículo propio.

Si en el Perú de las últimas décadas las autoridades —desde el presidente hasta los alcaldes locales— se hubieran preocupado efectivamente por el desarrollo de los pueblos de provincia, sin dilapidar los recursos en la corrupción, no tendríamos al campo dispuesto a elegir una opción política extremista, que conlleva grandes riesgos para el futuro del país. Una opción que ha recogido el clamor del campo y de las zonas empobrecidas de las grandes ciudades, que promete el gran cambio que con justicia anhela la población olvidada y desfavorecida, y que probablemente salga victoriosa en las próximas elecciones ante una opción que garantiza la continuidad de lo mismo de siempre, con sus fuertes dosis de corrupción, impunidad e injusticia.

(Columna publicada en Sudaca el 24 de abril de 2021)

LA SEÑORA K: EL PODER EN LA SOMBRA

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De terror. El 19 de julio la señora K, flanqueada por una bandera peruana y otra bandera blanca con una rotunda K —símbolo de su partido—, dio un mensaje a la Nación difundido a través de redes sociales. Como si se tratara de un acto proveniente de una realidad paralela, pero de la cual penden los hilos del poder en la realidad. Pues la ambientación hacía recordar el escenario de un mensaje presidencial. Y la señora K parecía regodearse en darse por algunos minutos los aires de una función que le ha sido esquiva, incluso atreviéndose a lanzar una amenaza velada contra quien es en la actualidad el mandatario supremo depl Perú: «Presidente Vizcarra, no sólo queremos que cumpla con su mandato hasta el 2021. Los peruanos necesitamos que acabe bien». Y entiéndase aquí por “peruanos” sólo a quienes están dispuestos a prestarle apoyo incondicional a la señora K, además de los congresistas elegidos de su partido —quienes hasta el momento hacen y deshacen como les da la gana en el Congreso, zurrándose incluso en la Constitución—. Y de quienes depende por el momento que Vizcarra pueda terminar su mandato presidencial.

Al igual que Montesinos durante el gobierno de Alberto Fujimori, la señora K no tiene ningún puesto público ni ninguna responsabilidad oficial. Sin embargo, como buena discípula de su tío Vladimiro, ha sabido concentrar una enorme cuota de poder que ejerce desde la sombra, sin tener que darle cuentas a nadie. Y sin posibilidad de fiscalización alguna.

Sin haber sido elegida para ningún cargo en el Congreso, la señora K es de facto quien determina lo que deben pensar y hacer los congresistas de la Fuerza Nº 1 —y, en consecuencia, cómo deben votar—, según el reglamento interno del grupo parlamentario del partido que ella preside, donde se dice explícitamente que el Plenario de la BanKada (sic) —que es «la asamblea integrada por quien preside el Partido Político Fuerza Popular y los Congresistas electos del grupo parlamentario»— «es presidido por quien preside el Partido Fuerza Popular», a saber, la señora K. Así también la Mesa Directiva —«órgano de dirección y coordinación de la BanKada, integrada por la Dirección del Partido Político Fuerza Popular, los congresistas de la BanKada que ocupen cargos en la Mesa Directiva del Congreso de la República y los Voceros del Grupo Parlamentario»— es presidida por la señora K.

Constituye una irregularidad que vicia los procesos democráticos el hecho de que alguien que no ejerce ninguna función pública, mucho menos que haya sido elegida para ejercer un cargo en el Congreso, tenga la voz cantante en un grupo parlamentario. Por ejemplo, aquí en Alemania el presidente de un grupo parlamentario en el Bundestag tiene que ser uno de los diputados, elegido por votación de los demás miembros de la bancada. La ley no permite que quien dirija la bancada sea alguien ajeno al parlamento. Lamentablemente, en el Perú se da al respecto un nefasto vacío legal.

Lo peor de todo es que el mencionado reglamento obliga a los congresistas a cumplir con los principios y directivas de Fuerza Popular, así como con los acuerdos tomados por las instancias del partido y la BanKada, bajo pena de sanciones que incluyen multas, suspensiones e incluso la expulsión. De modo que cualquier objeción de conciencia, cualquier comentario crítico, cualquier discrepancia manifestada en el ejercicio de su función parlamentaria, hace que un congresista de Fuerza Popular sea merecedor de una sanción partidaria, aun cuando según la ley peruana el susodicho no se haya hecho acreedor a ninguna sanción.

En la práctica, esto va en contra de lo que dice el artículo 93 de la Constitución Política del Perú: «Los congresistas representan a la Nación. No están sujetos a mandato imperativo ni a interpelación. No son responsables ante autoridad ni órgano jurisdiccional alguno por las opiniones y votos que emiten en el ejercicio de sus funciones». El reglamento interno del partido de la señora K desvirtúa este texto constitucional, convirtiendo a sus congresistas en lacayos de su voluntad y meros peones de su partido, en lugar de servidores soberanos de un poder del Estado, como corresponde a representantes de la Nación.

Lo que tenemos aquí es una estructura informal de poder, paralela a la estructura formal y oficial del Estado, basada sobre el abuso del derecho y síntoma de una descomposición de las auténticas instituciones democráticas.

Por eso mismo, las palabras de la señora K en su discurso emanan pura demagogia al servicio de una megalomanía inconfesable y perjudicial para el fortalecimiento de la democracia, sobre todo cuando dice que «es absurdo proponer que organismos internacionales vengan a tomar decisiones que corresponden sólo a los peruanos. ¿O ahora pretenden hacernos creer que los peruanos no podemos? Por supuesto que sí podemos. Necesitamos defender patrióticamente nuestra soberanía. Por eso es tan importante que nuestras instituciones trabajen comprometidas con un mismo objetivo. Las instituciones van más allá de aquellas personas que las dañaron. Defendamos la institucionalidad de nuestro país».

Si se quiere defender y fortalecer la institucionalidad, se necesita de toda la ayuda externa que se requiera en calidad de asesoramiento y consultoría, sin que ello signifique renunciar a la toma de decisiones por parte de las instancias soberanas correspondientes, entre las cuales no se encuentra ciertamente un grupo parlamentario sometido a los intereses personales de una tal señora K.

Y, por eso mismo, se requiere urgentemente dejar sin efecto el reglamento de la BanKada —por atentar contra derechos constitucionales— y dejar de considerar a la señora K como una interlocutora válida en cuestiones políticas de Estado, como erróneamente hizo Pedro Pablo Kuczynski al aceptar dialogar con ella, cuando el diálogo debió realizarse con algún representante de su partido elegido democráticamente para un cargo público.

Y por favor, señora K, deje de enviar mensajes públicos diciéndole a todos los peruanos lo que usted ha decidido y va ser ejecutado por sus sirvientes parlamentarios, mensajes que no sólo evidencian su incompetencia para asumir la Presidencia de la República, sino que también demuestran que es usted una discípula aventajada de su tutor Vladimiro Montesinos.

(Columna publicada en Altavoz el 23 de julio de 2018)

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FUENTES

Constitución Política del Perúo
http://www4.congreso.gob.pe/ntley/Imagenes/Constitu/Cons1993.pdf

Reglamento del grupo parlamentario Fuerza Popular – La BanKada
https://de.scribd.com/document/353021598/Reglamento-interno-de-la-bancada-Fuerza-Popular

Mensaje de Keiko Fujimori sobre la Reforma Judicial – 19 Julio 2018

LA CACA DEL CARDENAL CIPRIANI

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El sábado 7 de enero en su radioprograma “Diálogo de Fe” el cardenal Cipriani caricaturizó la posición de quienes defienden la igualdad —social, cultural, económica, etc.— de géneros y se refirió a este tema con las siguientes palabras: «Si salimos de este gran engaño, de que todo se puede hacer —no cohíbas a nadie, déjalos tranquilos—, bueno, si el niño puede en lugar de comer un poco de carne, comer caca, déjalo pues».

Sería bueno hacer un breve recuento de algunas veces en que el cardenal nos ha querido alimentar con caca en vez de darnos un alimento sustancioso para el intelecto y el corazón:

– Cuando en 2013 se refirió al obispo Gabino Miranda, acusado de pedofilia, diciendo: «No hagamos leña del árbol caído».

– Tras un silencio de una semana una vez conocidos los abusos del Sodalicio, cuando dijo: «¡Jamás y por ningún motivo la Iglesia puede permitir que se ofenda a Dios por personas que deben dar ejemplo de Dios!» Ninguna alusión a las víctimas, con las cuales nunca ha querido hablar. Es el mal ejemplo lo que parecía molestarle.

– Cuando criticó un comunicado de la Conferencia Episcopal Peruana sobre la pena de muerte, poco tiempo después de que la candidata Keiko Fujimori propusiera la pena de muerte para violadores de niños.

– Cuando le echó la culpa a las niñas de salir embarazadas y abortar: «Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas, sino porque muchas veces la mujer se pone como en un escaparate, provocando».

Son sólo algunas perlas del amplio repertorio fecal del cardenal Cipriani.

(Columna publicada en Exitosa el 14 de enero de 2017)

EL CATÓLICO FUJIMORISTA

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Se sabe que una parte significativa de quienes se consideran católicos comprometidos votarán por la hija del ex dictador. Sólo porque se ha manifestado en contra de la despenalización del aborto y de la unión civil entre homosexuales.

Su conciencia moral la reducen a estos dos puntos, y no les importan los vínculos con el narcotráfico, la propagación de mentiras, los signos de corrupción presentes en la campaña, la defensa de la pena de muerte ni la amenaza autoritaria que representa la candidata.

El católico fujimorista mira con buenos ojos el autoritarismo, le agrada la mano dura —pues cree firmemente que a él no le va a afectar—, ve con gusto la imposición de ideas sin necesidad de dialogar ni negociar. Así como obnubila su capacidad crítica ante la ilusa promesa de seguridad unida a la represión que postula Fuerza Popular, de igual manera le rinde pleitesía al cardenal Cipriani y arrodilla servilmente su pensamiento ante sus exabruptos doctrinales —como condenar la pena de muerte cuando la defiende Alan García, pero considerarla un asunto de conciencia cuando la defiende Keiko Fujimori—.

Al católico fujimorista le interesa que las leyes se ajusten a sus convicciones morales aunque el país se caiga en pedazos, se conmueve ante los gestos de asistencialismo social —sin importarle que se usen sólo con fines clientelistas— y nunca se le verá marchando al lado de las mujeres esterilizadas a la fuerza, de los deudos de los asesinados por el Grupo Colina o de los jóvenes amantes de la libertad y la democracia.

Tampoco le importa que puedan haber muertos y desaparecidos. Pues es ciego al sufrimiento y a la injusticia.

(Columna publicada en Exitosa el 4 de junio de 2016)

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Agradezco a Ricardo Sánchez Serra, columnista católico del diario fujimorista La Razón, quien —gracias a sus comentarios en Twitter— me sirvió de inspiración para este escrito. Los artículos que perpetra con cierta regularidad pueden leerse en su blog personal (ver http://rsanchezserra.blogspot.com).

EL PUEBLO VOTANDO POR SUS VERDUGOS

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En el año 1932, el Partido Nacionalsocialista de Hitler se convirtió en la primera fuerza política en el Reichstag (Parlamento Alemán) con 34% de los votos. El presidente Hindenburg fue convencido de nombrar a Hitler canciller en enero de 1933, pues en el sistema democrático alemán sólo se puede gobernar con mayoría, que se obtiene a través de alianzas oficiales entre partidos. En pocos meses, quien llegó al poder mediante mecanismos democráticos, destruiría la democracia y erigiría una dictadura de siniestras consecuencias.

El fantasma del autoritarismo, de gobiernos que acceden al poder democráticamente y luego dinamitan el sistema, sigue recorriendo Europa. En las últimas elecciones austríacas, el extremista de derecha Norbert Hofer no ganó por un pelo las elecciones presidenciales. En Polonia, el partido derechista conservador Ley y Justicia ha obtenido mayoría absoluta en ambas cámaras parlamentarias y la canciller Beata Szydło ha anunciado medidas que recortan libertades democráticas. La Alternativa para Alemania, integrada por populistas de derecha que amenazan derechos democráticos básicos, va poco a poco ganando terreno en los parlamentos regionales.

Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía elegido democráticamente, persigue a periodistas opositores y ha logrado que el parlamento levante la inmunidad de 138 parlamentarios, la mayoría críticos de su gobierno. En los Estados Unidos, Donald Trump, un peligro latente para los derechos humanos de varios grupos de la multifacética sociedad norteamericana, podría ganar las elecciones.

En el Perú, la inminente subida de Keiko Fujimori al sillón presidencial amenaza con regresarnos a estados de emergencia permanentes, donde la violación de derechos humanos y democráticos fundamentales podrían estar a la orden del día.

Y así el pueblo habría votado por sus verdugos.

(Columna publicada en Exitosa el 28 de mayo de 2016)

EL CARDENAL CIPRIANI CONTRA TODO EL MUNDO

CARDENAL JUAN LUIS CIPRIANI

La víspera del 1° de mayo, Día del Trabajo, el cardenal Cipriani criticó a los que pelean por un salario justo, a los que luchan en contra de la desigualdad y se resisten a ser explotados, y se manifestó acríticamente a favor de la inversión, la empresa privada y el Estado como campos donde se deberán resolver los problemas laborales.

«Puro palabreo, pero no generan trabajo, someten a la gente, y como son dueños, nadie se puede meter con ellos». Estas palabras que podrían aplicarse a muchas grandes empresas, Cipriani las aplica a gobiernos socialistas. «El trabajo es mucho más que una pelea ideológica», termina dictaminando el capellán de la empresa privada.

A continuación, califica de «sesgado» y «parcial» el comunicado sobre la pena de muerte del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Peruana, que consiste en citas del Catecismo de la Iglesia Católica y de los Papas Juan Pablo II y Francisco. Contra las palabras de este último, que dice que «hoy en día la pena de muerte es inadmisible» y que todos estamos «obligados a luchar por la abolición de la pena de muerte», Cipriani argumenta con un texto del cardenal Ratzinger para concluir que cada uno puede seguir su conciencia en este tema, sin mencionar que Benedicto XVI también pidió abolir la pena de muerte.

Le irrita que no se mencione el aborto ni la unión civil, pues Cipriani no pierde ocasión para manifestar que no tiene comprensión hacia las mujeres que han abortado ni hacia los homosexuales.

Dando manotazos contra todo el mundo —pueblo, obispos, Papa Francisco— menos contra los dueños del poder, llegó la hora de que se vaya.

(Columna publicada en Exitosa el 7 de mayo de 2016)

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En un país como el Perú donde muchos derechos laborales aún están en pañales, donde es frecuente que los empleadores no paguen un salario justo o busquen la manera de no cumplir con los beneficios sociales que le corresponden al trabajador, donde la gran mayoría trabaja como informales sin protección legal, sin seguro médico, sin ahorros para una jubilación digna, resulta irresponsable por parte de quien se considera representante de la Iglesia católica en el Perú relativizar las luchas por los derechos laborales y, peor aún, presentar como modelo de trabajo digno el de una familia con seis o siete hijos que vende almuerzos en el mercado y vive en la miseria, sin perspectivas de poder salir de la pobreza. Pero ése es el conformismo que pregona Cipriani.

Más aún, después de declarar en su programa radiofónico Diálogos de Fe que «el trabajo es mucho más que una pelea ideológica», el complaciente entrevistador de Radio Programas del Perú (RPP) lo interrumpe, diciendo: «En resumen, no es una contraposición, no es trabajadores contra empleadores y viceversa», a lo cual Cipiani replica: «Esto lo dijo muy claramente Juan Pablo II, me parece que en la Centesimus annus, en un documento. El trabajo no se opone al capital. Van juntos en beneficio de la persona. Pero esto hay que trabajarlo, esto hay que ponerlo en leyes, esto hay que ponerlo en realidades. Entonces yo lo que veo es que muchas veces las dos posiciones, capital y trabajo, se fortifican en sus posiciones y se atacan. Esto no. Yo creo que estamos en un momento en que el país quiere sumar, pero vemos que algunas personas prefieren su participación ideológica. Es su libertad, ¿no?»

He vuelto a revisar la encíclica Centesimus annus de Juan Pablo II y no he encontrado nada que se asemeje a lo que dice Cipriani. Más bien, he encontrado algunos pasajes que avalan la lucha de los trabajadores a favor de un salario digno cuando el sistema o la empresa no se los otorgan. Reproduzco aquí los textos (las negritas son mías).

«El salario debe ser, pues, suficiente para el sustento del obrero y de su familia. Si el trabajador, “obligado por la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor, acepta, aun no queriéndola, una condición más dura, porque se la imponen el patrono o el empresario, esto es ciertamente soportar una violencia, contra la cual clama la justicia” (Rerum novarum, 131)». (Centesimus annus, n. 8)

«En el contexto del Tercer Mundo conservan toda su validez —y en ciertos casos son todavía una meta por alcanzar— los objetivos indicados por la Rerum novarum, para evitar que el trabajo del hombre y el hombre mismo se reduzcan al nivel de simple mercancía: el salario suficiente para la vida de familia, los seguros sociales para la vejez y el desempleo, la adecuada tutela de las condiciones de trabajo.

Se abre aquí un vasto y fecundo campo de acción y de lucha, en nombre de la justicia, para los sindicatos y demás organizaciones de los trabajadores, que defienden sus derechos y tutelan su persona, desempeñando al mismo tiempo una función esencial de carácter cultural, para hacerles participar de manera más plena y digna en la vida de la nación y ayudarles en la vía del desarrollo.

En este sentido se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre.» (Centesimus annus, n. 34-35)

En todo caso, o Cipriani no ha leído estos textos, o si los ha leído, parece que no los ha entendido. No me extrañaría cuando ni siquiera sabe en qué documento del magisterio pontificio se encuentra el sustento de las afirmaciones que evacua en su programa de radio. Al respecto, le podemos prestar generosamente nuestra humilde ayuda.

En la encíclica Laborem exercens de Juan Pablo II se encuentra algo similar a lo que ha dicho el prelado peruano, pero no de manera tan simplista y sesgada. Allí dice el Pontífice polaco que «no se puede separar el “capital” del trabajo, y que de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos aún […] los hombres concretos, que están detrás de estos conceptos, los unos a los otros» (Laborem exercens, n. 13). Sin embargo, la superación de la antinomia entre trabajo y capital sólo puede superarse de raíz en un sistema que se rija por el principio de la sustancial y efectiva prioridad del “trabajo” frente al “capital”: «la jerarquía de valores, el sentido profundo del trabajo mismo exigen que el capital esté en función del trabajo y no el trabajo en función del capital» (Laborem exercens, n. 23).

Si el cardenal Cipriani va a hablar de estos temas de manera incompleta sin dar «una visión de conjunto de lo que son los principios de la doctrina social de la Iglesia» —citando sus propias palabras—, sería mejor que guarde silencio y que delegue esa función en un especialista, pues parece que sus pocas luces no le dan para entender la complejidad de un problema que afecta a millones de peruanos: el de los bajos salarios y las precarias condiciones laborales.

Y considerando que no ha dicho ni jota sobre los sindicatos en el Día del Trabajo, debería ponerse como lectura de meditación diaria el siguiente texto de Juan Pablo II: «la Iglesia defiende y aprueba la creación de los llamados sindicatos, no ciertamente por prejuicios ideológicos, ni tampoco por ceder a una mentalidad de clase, sino porque se trata precisamente de un “derecho natural” del ser humano y, por consiguiente, anterior a su integración en la sociedad política» (Centesimus annus, n.7). ¿Por qué en vez de ponerse del lado de la empresa privada y del Estado no busca apoyar a los sindicatos para que puedan contratar «los mínimos salariales y las condiciones de trabajo» (Centesimus annus, n. 15) y de esta manera contribuir a «acabar con fenómenos vergonzosos de explotación, sobre todo en perjuicio de los trabajadores más débiles, inmigrados o marginales» (Centesimus annus, n. 15)? ¿Sabe Cipriani lo que realmente enseña la Iglesia en materia social o prefiere hacerse el desentendido y pasarlo por alto?

Por otra parte, es lamentable y penoso que pretenda desautorizar una enseñanza inobjetable sobre la pena de muerte emitida por el Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Peruana, cometiendo de paso una falta grave en contra de la colegialidad con sus hermanos en el episcopado. ¿Por qué —según él— los obispos peruanos deberían haberse pronunciado también sobre el tema del aborto, cuando dicen bien claramente al inicio del documento que «la vida humana es un don de Dios, y por tanto se nos exige respetarla y protegerla desde el primer instante de su concepción hasta su término natural», y lo que se busca es mostrar la posición clara y definida sobre la pena de muerte que la Iglesia mantiene actualmente? ¿Por qué Cipriani insiste sobre la base de un texto del cardenal Ratzinger —escrito cuando ni siquiera era Papa— en que la posición de un católico respecto a la pena de muerte es un asunto de conciencia y que, por lo tanto, quien está favor de ella no es reprochable moralmente, cuando el Papa Francisco está enseñando precisamente lo contrario?

Además, ¿por que tanto jaleo, si el mismo Cipriani declaró en agosto de 2006, cuando Alan García propuso la pena de muerte para los violadores de niños que asesinen a sus víctimas, que «la Iglesia no defiende ni autoriza la pena de muerte» y que «muy rara vez se debe acudir a esta alternativa para resolver un problema de la sociedad» (ver https://www.aciprensa.com/noticias/la-iglesia-no-defiende-ni-autoriza-la-pena-de-muerte-recuerda-cardenal-cipriani/)? Dijo sustancialmente lo mismo que están diciendo los obispos de la Conferencia Episcopal Peruana, y tampoco mencionó el aborto en sus declaraciones. Por lo mismo, no entendemos entonces por qué ahora Cipriani califica el documento emitido por la Conferencia Episcopal Peruana como «un comunicado muy sesgado, muy parcial que es fácil de identificar. Yo no menciono nadie, pero no parece que sea una visión de conjunto de lo que son los principios de la doctrina social de la Iglesia».

¿Cuál es la diferencia entre el año 2006 y el presente? La única diferencia que veo es que la aplicación de la pena de muerte a violadores de niños fue propuesta en el pasado por Alan García, mientra que ahora quien se sube a esa estrategia populista es la candidata Keiko Fujimori. ¿Tiene más valor para Cipriani la candidatura de la hija del sátrapa Alberto Fujimori que la comunión eclesial en la unidad con los otros sucesores de los Apóstoles en el Perú? Lo único que logra Cipriani con sus opiniones personales es sembrar confusión entre los fieles creyentes y crear división en la Iglesia católica presente en tierras peruanas, más aún cuando es la única autoridad eclesiástica que se ha manifestado en contra del comunicado.

Hay que recordar que en setiembre de 2014 la Santa Sede destituyó en Paraguay a Mons. Rogelio Livieres, miembro del Opus Dei y hasta entonces obispo de Ciudad del Este, aduciendo «serias razones pastorales» e indicando que «la ardua decisión de la Santa Sede […] obedece al bien mayor de la unidad de la Iglesia Ciudad del Este y de la comunión episcopal en Paraguay» (ver http://infovaticana.com/2014/09/25/destituido-el-obispo-de-ciudad-del-este-paraguay/). Si bien el comunicado de la Santa Sede no ahondaba en las razones que habían llevado a la defenestración del obispo, se sabe que Mons. Livieres había acusado públicamente de ser «mala persona» y «homosexual» a Mons. Pastor Cuquejo, arzobispo de Asunción, quien había insistido en que se investigara al sacerdote Carlos Urrutigoity por un supuesto caso de acoso sexual cometido en los Estados Unidos, mientra que Mons. Livieres defendía a capa y espada la inocencia del clérigo, que estaba laborando en su diócesis. También se hablaba de una supuesta malversación de fondos y dilapidación del patrimonio inmobiliario de la diócesis por parte del prelado opusdeísta. Y desde hace décadas Mons. Livieres no se cansaba de tachar a sus congéneres episcopales de izquierdistas y simpatizantes de la teología de la liberación —como si esto fuera un pecado o un delito—.

A la vista de este antecedente, ¿no sería conveniente que la Santa Sede envíe a un visitador apostólico a la arquidiócesis de Lima para que examine el proceder de un arzobispo que, ante denuncias de abusos sexuales, no hizo absolutamente nada —ni jurídica ni pastoralmente—; que rehuye sus responsabilidades como juez de primera instancia en el tribunal eclesiástico interdiocesano que está a su cargo; que maneja los asuntos de la arquidiócesis con autoritarismo y arbitrariedad; que continuamente se entromete en la política de un Estado democrático, independiente y autónomo haciendo lobby con políticos que lo adulan y le rinden pleitesía; que no tiene ningún reparo en desautorizar públicamente a otros obispos de la Conferencia Episcopal Peruana; que da mal ejemplo justificando plagios cometidos en artículos que él mismo ha escrito y, finalmente, que pone observaciones infundadas a la enseñanza del Papa Francisco sobre la pena de muerte?

Por el bien mayor de la unidad de la Iglesia y de la comunión episcopal en el Perú, espero que pronto alguien se decida a tomar cartas en el asunto.

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FUENTES

Conferencia Episcopal Peruana
Comunicado sobre la pena de muerte (26 de abril de 2016)
http://www.iglesiacatolica.org.pe/cep_prensa/archivo_documentos/comunicado-pena-muerte_260416.pdf

ACI Prensa
El Papa pide abolir pena de muerte en todo el mundo (30 Nov. 11)
https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-pide-abolir-pena-de-muerte-en-todo-el-mundo/
Tras visita apostólica Papa Francisco retira al Obispo de Ciudad del Este en Paraguay (25 Sep. 14)
https://www.aciprensa.com/noticias/tras-visita-apostolica-papa-francisco-retira-al-obispo-de-ciudad-del-este-en-paraguay-12099/

BBC Mundo
La guerra de obispos que acabó con la destitución de Livieres en Paraguay (25 septiembre 2014)
http://www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/2014/09/140925_ultnot_destitucion_obispo_livieres_vaticano_ch

RPP Noticias
Cardenal Juan Luis Cipriani│»El trabajo es mucho más que una pelea ideológica» (30/04/2016)

Finalmente, algunos medios pro-Cipriani han manipulado la información para desautorizar a los obispos que forman parte del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Peruana. He aquí dos flagrantes muestras.

InfoVaticana
Parte del episcopado peruano hace la campaña del abortista y homosexualista PPK (29 abril, 2016)
http://infovaticana.com/2016/04/29/una-parte-del-episcopado-peruano-toma-partido-keiko/

ACI Prensa
Cardenal Cipriani discrepa con comunicado de un grupo de obispos peruanos (02. May. 16)
https://www.aciprensa.com/noticias/cardenal-cipriani-discrepa-con-comunicado-de-un-grupo-de-obispos-peruanos-29578/