ALFREDO DRAXL POR EL INODORO

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Alfredo Draxl y yo nos conocemos desde los albores del Sodalicio. Fue con ocasión de su cumpleaños de 1978 celebrado en la casona donde vivía en el barrio de San Antonio (Miraflores) que tuve una conversación en solitario con Virgilio Levaggi en el automóvil de éste, donde me hizo preguntas íntimas a las cuales yo respondí a veces con la verdad, a veces con medias verdades. Sin embargo, eso me hizo colocarlo dentro de la lista de diez personas que más habían influido sobre mí en la autobiografía que escribí por encargo de Jaime Baertl. Yo tenía entonces tan sólo quince años de edad, y ya contaba con un consejero espiritual que averiguaba todo sobre mi vida sin que mis padres estuvieran informados al respecto.

En diciembre de 1981 Alfredo Draxl, Eduardo Field y yo fuimos admitidos en la recientemente fundada comunidad sodálite Nuestra Señora del Pilar (Barranco), adonde ya se habían mudado Levaggi, José Ambrozic, Emilio Garreaud, Alberto Gazzo, Alejandro Bermúdez y José Antonio Eguren como superior de la comunidad.

Allí comenzó el maltrato al que Draxl se acostumbraría muy pronto. El primer día, durante la cena, Alfredo —quien había estado leyendo el Ejercicio de perfección y virtudes cristianas de Alonso Rodríguez, un jesuita del siglo XVI— comentó lo recios que eran los jesuitas de antaño. «Recios, ¿no?», le replicó Gazzo, nuestro formador. «Para que veas lo que es ser recio, tú y Eduardo van a comer ahora en el piso». Draxl, quien buscaba ganar puntos en la valoración de sus superiores sodálites, obedeció sin rechistar y puso cara de estar contento con el castigo. No así Eduardo, quien puso cara de maldecir a Draxl por el comentario que había hecho y en virtud del cual él recibía un castigo gratuitamente.

Un día sabado —día de limpieza— en que yo estaba limpiando uno de los dos baños de la planta alta de la casa mientras Draxl limpiaba el otro, escuché un sonido de vidrios rotos e inmediatamente unos pasos presurosos viniendo hacia donde yo estaba. Entró Draxl con gesto angustiado, metió un pie en el inodoro y gritó con desesperación: «¡Jala! ¡Jala!» Sin pensarlo dos veces, jalé imaginándome al susodicho yéndose con toda su humanidad por el desagüe. Lo único que sucedió es que salió un chorro de agua que le mojó el pie y la pantorrilla, y a continuación Draxl respiró aliviado. No por haberse librado de pasar por el inodoro, sino porque durante la limpieza se le había roto una botella con ácido muriático y su contenido corrosivo le había caído en el pie, y no se le ocurrió mejor manera de diluir el ácido para que no le quemara la piel.

Lo cierto es que después de sus declaraciones en el Congreso ante la Comisión de Abusos contra Menores presidida por Alberto de Belaúnde (20 de marzo de 2019), la idea de Draxl yéndose por el inodoro ha asaltado mi fantasía recurrentemente, como si de un acto de catarsis liberadora se tratara.

Recuerdo a Draxl como una persona ingenua y poco avispada, pero de carácter reflexivo, siempre y cuando tuviera un guía que le proporcionara la materia de reflexión. De este modo fue forjando su carácter para convertirse en un sodálite poco expresivo pero fiel al modelo de pensamiento que se le había inculcado, con un servilismo ideológico como pocos y una obediencia a prueba de balas. Nunca fue de aquellos que se atrevieran a cuestionar nada.

Sabiendo que el año pasado se había retirado del Sodalicio, decidí darle el beneficio de la duda en el momento en que me enteré que estaba declarando ante la comisión que preside el congresista Alberto de Belaúnde. Laos prácticas abusivas a que había sometido a José Enrique Escardó no eran distintas a las que otros formadores sodálites —todavía en el anonimato— habían aplicado. Draxl no fue un abusador al cual se le pueda considerar como una excepción, sino un fiel cumplidor del sistema de disciplina sodálite como tantos otros. Y no se sabe que haya continuado aplicando estas medidas una vez que dejó de ser formador en comunidades sodálites y se dedicó a su rol de educador. De hecho, no existe en este sentido ninguna queja o denuncia contra él.

Esperaba que tuviera una actitud crítica ante el Sodalicio y su propio pasado en la institución. Lamentablemente, eso no ocurrió. Si bien admitió los hechos que denunció quien lo señala como un abusador —aunque relativizándolos al llamarlos “estupideces”—, se dedicó más que nada a justificar esos hechos como medidas de formación legítimas en su momento, realizadas incluso en un contexto lúdico, pero negó su carga de violencia y que fueran abusos. Eso sería pura interpretación subjetiva de Escardó.

Si aceptamos la versión de Draxl, tendríamos que asumir que los déficits psicológicos de Escardó son autogenerados: él mismo se lesionó psicológicamente porque malinterpretó como abusos lo que eran meramente prácticas duras de la formación. Hasta negó que la orden de dormir en escaleras fuera un castigo; más bien, era parte habitual del programa de formación a fin de habituarse a dormir en situaciones incómodas. Yo personalmente debo haber tenido una mala formación en el Sodalicio, pues nunca tuve que dormir sobre una escalera, pero sí fue testigo de varios miembros de la comunidad que tuvieron que hacerlo a manera de castigo y nunca en otra circunstancia. Quizás a Draxl se le olvidó en su momento explicarle a Escardó los beneficios pedagógicos y formativos de esa medida antes de aplicársela.

Negó también que menores de edad hubieran hecho promesas de pertenencia al Sodalicio. Es el caso de la promesa de aspirante que yo emití en diciembre de 1980 a los 17 años de edad en una ceremonia sólo para sodálites y agrupados marianos en la capilla del Colegio Santa Úrsula (San Isidro), tras el rezo comunitario del Santo Rosario. Draxl alegó que no se trataba de una promesa vinculante, que sólo implicaba vivir las promesas del Bautismo, que no era un compromiso de vida religiosa, que era un compromiso general. Y lo comparó con la consagración a María que se realiza en algunos colegios de monjas.

Y entonces, ¿por qué se seleccionaba sólo a algunos agrupados marianos para que hicieran este compromiso y no a otros? ¿Por qué te felicitaban todos como nuevo miembro del Sodalicio de Vida Cristiana? ¿Por qué se te pedía que no les contaras a tus padres que habías hecho esta promesa? ¿Por qué se le exigía a uno a partir de entonces la asistencia obligatoria a un grupo de aspirantes, además de la obediencia a quienes tenían autoridad en el Sodalicio? ¿Por qué se consideraba a los aspirantes que se largaban como “traidores” a la vocación sodálite?

Lo que ha quedado claro después de estas declaraciones es que la deserción de Draxl del Sodalicio no ha sido ni ideológica ni mental, sino debida a motivos personales tras un proceso de “discernimiento”, término que en el Sodalicio significa una reflexión profunda sobre el propio estado de vida. Traducido en sencillo: tras unas cuatro décadas de pertenencia al Sodalicio con vocación a la vida consagrada, Draxl habría descubierto que ésa no era su vocación. Lo que no creo probable es que alguien tan servil hacia la institución haya tenido problemas con la obediencia, sino más bien con el celibato. Y quién sabe, tal vez ya haya una mujer en su vida.

Según las Constituciones del Sodalicio, a un profeso perpetuo que deja de serlo no se le permite seguir siendo miembro del Sodalicio, ni siquiera como adherente (sodálite casado). Eso explicaría la insólita separación de Draxl de la institución que lo apadrinó durante décadas y de la cual él sería cómplice con su silencio culpable.

Draxl ha perdido la oportunidad de hacer un deslinde, asumiendo una actitud crítica respecto al bullying al que sometió a Escardó y pidiéndole perdón personalmente. Se ha puesto del lado de la institución victimaria. Si bien su prestigio profesional como educador podría quedar en pie, su autoridad moral se ha ido definitivamente a pique y ha quedado deslegitimado como responsable de niños y jóvenes en proceso de formación, pues se muestra incapaz de identificar y reconocer prácticas abusivas como tales.

En ese sentido, es él mismo el que ha accionado la palanca y pasado todo su prestigio por el inodoro. Ahora está solo. En el Sodalicio la institución prima sobre las amistades. Ningún sodálite ha salido a defenderlo y tampoco es probable que ninguno lo haga.

Todavía está a tiempo de reaccionar como para que todo lo queda de su vida no termine yéndose por el desagüe.

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FUENTE

Congreso de la República del Perú
Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones