LA OBEDIENCIA TRAMPOSA DEL SODALICIO A LA IGLESIA

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Mons. Joseph William Tobin entrevistado en una comunidad del Sodalicio de Vida Cristiana (agosto de 2016)

En su comunicado del 10 de enero, el Sodalicio informa haber recibido «la noticia del nombramiento que la Santa Sede ha hecho de Mons. Noel Antonio Londoño Buitrago, C.Ss.R., Obispo de Jericó en el departamento de Antioquia (Colombia), como Comisario Apostólico de nuestra Sociedad».

Sin manifestar ninguna contrariedad y sin hacer alusión a los problemas que habrían motivado la intervención, el comunicado dice: «Como hemos hecho hasta ahora con el Cardenal Joseph Tobin desde su nombramiento como Delegado para el Sodalicio en mayo de 2016, colaboraremos en todo con Mons. Londoño para que pueda ejercer sus funciones según lo dispuesto por la Santa Sede».

Finalmente concluye: «Reafirmamos una vez más nuestra absoluta obediencia al Santo Padre y a la Santa Madre Iglesia».

Cabe preguntarse cómo colaboraron con Tobin. ¿Acaso le contaron toda la historia de la institución, desde la época en que era bien marcada la influencia del fascismo español? ¿Le mostraron las Memorias, opúsculos anuales escritos por Figari entre 1976 y 1986, de lectura y estudio obligatorios para los sodálites hasta que se decidió requisar —sin explicar el motivo— todos los ejemplares e incluso ocultar su existencia a la Santa Sede durante el proceso de aprobación del Sodalicio? ¿Le permitieron asistir a alguna reunión grupal donde se obligara a los participantes a revelar sus intimidades privadas para finalmente “sacarles la mierda” por ser infieles al Señor Jesús? ¿Le hicieron escuchar las palabras soeces con que se humilla a los sodálites en la vida cotidiana?

Tobin parece tener la impresión de haber conocido bien al Sodalicio, como declaró en una entrevista publicada el 4 de agosto de 2016: «He llegado a conocer desde cerca la realidad del Sodalitium en sus obras apostólicas, colegios, trabajo social. He pasado tres días completos con el Consejo Superior y también visité la Casa de Formación. Luego tuve una cantidad de entrevistas con sodálites y ex sodálites». Al final, su evaluación es positiva: «Por una parte los problemas y los desafíos son graves. Yo creo que por otra parte hay voluntad de parte del Consejo Superior de enfrentarlos con sinceridad. Espero que esta actitud siga y venga compartida por los demás sodálites».

Alessandro Moroni, quien según el P. Jean Pierre Teullet desestimó las denuncias contra Figari en el año 2013 y posteriormente negó la gravedad de los abusos sufridos por varias víctimas de abusos psicológicos, integraba como Superior General ese Consejo Superior. También formaba parte de él como Vicario General José Ambrozic, miembro de la primera generación del Sodalicio y testigo de innumerables abusos cometidos dentro de la institución, el cual no ha tenido hasta ahora la valentía de reconocer públicamente la gravedad de los hechos que él presenció. Javier Rodríguez Canales, entonces Asistente de Apostolado, por lo menos ha tenido el decoro de renunciar al Sodalicio. Carlos Neuenschwander, Asistente General de Temporalidades —es decir, de la administración económica del Sodalicio— se habría encargado de que se pagara lo mínimo posible en reparaciones a las víctimas que el Sodalicio selectivamente reconoció.

Así como el Sodalicio habría escenificado ante Tobin su mascarada de una comunidad de gente feliz y contenta —como siempre lo hizo cada vez que venían visitantes importantes—, evidentemente obviando mostrar en todos sus detalles cómo se trata a sus miembros en el día a día, también es probable que haga lo mismo con Mons. Londoño, el comisario de la Santa Sede. Su colaboración con éste consistiría en influenciarlo en lo posible, para que se lleve una buena impresión de las comunidades sodálites. En lo que respecta a estas representaciones escénicas, los sodálites son expertos y fieles discípulos de Figari.

Por otra parte, la obediencia sodálite a la Iglesia implica renunciar a obedecer la propia conciencia. Sólo así se entiende que el Sodalicio haya aceptado sin observaciones ni reparos la inmoral decisión tomada por el Vaticano respecto a Figari.

Además, el Sodalicio —con su proverbial falta de transparencia— siempre ha buscado controlar la información que le llega al Papa, ocultando los aspectos incómodos de su régimen de gobierno, su disciplina y su historia, a fin de que el Sumo Pontífice termine ordenándoles lo que ellos ya han previsto. Sólo espero esta vez que con la intervención vaticana se dé definitivamente un GAME OVER.

(Columna publicada en Altavoz el 22 de enero de 2018)

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FUENTES

Página web oficial del Sodalicio de Vida Cristiana
Entrevista a Mons Joseph William Tobin, delegado vaticano para el caso Sodalicio (04 Ago 2016)
http://sodalicio.org/noticias/entrevista-a-mons-joseph-william-tobin-delegado-vaticano-para-el-caso-sodalicio/
Comunicado sobre nombramiento de Comisario Apostólico para el Sodalicio (10 Ene 2018)
http://sodalicio.org/comunicados/comunicado-sobre-nombramiento-de-comisario-apostolico-para-el-sodalicio/

LOS ARCHIVOS SECRETOS DEL SODALICIO

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«Hay un expediente de cada sodálite en mi archivo, donde se guarda toda su información». Aunque en varias ocasiones le oí decir esto o algo similar a Luis Fernando Figari durante el tiempo que viví en comunidades sodálites, nunca supe ni donde estaba ubicado físicamente el archivo, ni quienes tenían acceso a él, mucho menos los documentos y papeles personales que podían haber sobre cada uno de los miembros del Sodalicio. ¿Estaban allí las pruebas psicológicas que nos habían tomado cuando todavía éramos menores de edad? ¿O el examen psicológico que se me tomó en el año 1993 cuando estaba en San Bartolo atravesando por una grave crisis personal? ¿Había allí informes elaborados por los superiores y consejeros espirituales? ¿Había allí un récord con los avances que se había hecho en el camino a la santidad, que consistía en ir asumiendo cada vez de manera más perfecta el estilo sodálite propuesto por Figari? ¿Estaban allí los resultados del examen médico, incluido palpamiento de testículos, que me había hecho, antes de que yo entrara a formar parte de una comunidad sodálite, Franco Attanasio —ex sodálite, quien era entonces el médico del Sodalicio y ahora es especialista en medicina interna del Grand River Health Center en Detroit (Michigan, Estados Unidos)—?

Lo cierto es que no tengo memoria de que haya habido ningún documento por el cual se formalizara oficialmente mi ingreso al Sodalicio de Vida Cristiana, así como tampoco hay documentos de cuando la gente se separa de la institución. Lo cual a la larga resultaba perjudicial para cualquier miembro y ex miembro del Sodalicio, pues sin acuerdo firmado entre ambas partes, no existe legalmente ninguna obligación formal de parte de la institución hacia sus integrantes. De ahí que quien ingresaba al Sodalicio, entraba a formar parte de una asociación donde las reglas sólo se formulaban oralmente, donde no se ponía por escrito cuáles eran los derechos y obligaciones de uno como miembro ni los deberes y obligaciones que tenía la institución hacia uno.

Si bien el texto de las promesas formales que culminaban en la de profeso —aspirante, probando, cuatro niveles de formando, consagrado temporal, consagrado perpetuo— contenían algunas obligaciones expresadas de manera muy general, uno por lo general ni siquiera recibía una copia de la promesa que había formulado. El texto de los ceremoniales sodálites era un material que se guardaba con celoso secreto y que no debía ser dado a conocer públicamente a nadie, mucho menos correr el riesgo de que llegara a manos extrañas imprimiendo alguno de los rituales de las promesas y entregándoselo a los que las emitían en ceremonias privadas.

Pero hay otro texto guardado con mucho mayor celo y sigilo, en el cual se encuentra la normativa que rige a la institución, a saber, los Estatutos del Sodalicio de Vida Cristiana, que fueron ligeramente modificados y recibieron la denominación de Constituciones en el momento en que el Sodalicio fue elevado al rango de sociedad de vida apostólica laical de derecho pontificio en el año 1997. Un ejemplar de los Estatutos o Constituciones era entregado a los sodálites que hacían por primera vez su profesión temporal, que es el paso previo a la profesión perpetua. Sin embargo, todo los sodálites están obligados a cumplir las normas allí estipuladas, incluso aquéllos de rangos inferiores, aun cuando no les sea permitido acceder al texto. Conocen las normas solamente por intermedio de sus superiores, a los cuales deben prestar una confianza ciega y rendirles obediencia absoluta. Esta situación es propicia a que se cometan abusos y atropellos, pues no hay modo de saber si lo que enuncian los superiores es del todo conforme a las reglas. Más aún, el Sodalicio nunca ha contado con mecanismos internos para denunciar abusos de autoridad.

En principio, Luis Fernando Figari señalaba que un sodálite debía obedecer a sus superiores en todo, aunque lo mandado le pareciera un absurdo y un sinsentido. Más aun, ni siquiera debía preguntar qué sentido tenía la orden, pues ello implicaba ya un acto de desobediencia al ser un cuestionamiento de la autoridad del superior. Sin embargo, admitía una excepción: no se debía obedecer si lo mandado iba contra la moral cristiana. El problema es que a un sodálite se le enseña a desconfiar de sí mismo y de su propio criterio, y a confiar ciegamente en los superiores. Desobedecer debido a una objeción de conciencia resultaba prácticamente imposible bajo estas condiciones, pues quien arguyera que no se sujetaba a la obediencia por razones morales terminaría siendo sometido a disciplina y cuestionado por decidir según su criterio personal qué era moralmente legítimo y qué no.

El mismo Óscar Tokumura fue cuestionado personalmente en San Bartolo debido su ensañamiento con algunas de las personas que estaban a su cargo por uno que otro sodálite, que fueron obligados a callar y a obedecer cuando le enrostraron sus excesos. Recurrir a instancias superiores no sirvió de nada, pues Tokumura contaba con el respaldo pleno del mismo Figari y del P. Jaime Baertl. Y he de suponer que ninguna de estas quejas fueron debidamente documentadas en un informe.

Volviendo al tema de los archivos, caí en la cuenta, habiendo pasado ya tanto tiempo desde que me desvinculé del Sodalicio, de que nunca había oficializado esa separación y no tenía ningún documento que acreditara tanto mi paso por el Sodalicio como el hecho que ya no era miembro de la institución. Además, si el Sodalicio aún mantenía documentación e información sobre mí en sus archivos, ya no tenía ningún derecho a seguir conservándola. Es así que a fines del año pasado le envié el siguiente e-mail a Alessandro Moroni, Superior General del Sodalicio de Vida Cristiana:

Lunes, 14 de diciembre de 2015

Estimado Sandro:

Veo con interés y expectativas los esfuerzos que estás haciendo para llevar adelante un proceso de revisión, renovación y reconciliación del Sodalicio, a fin eliminar de todo aquello que permitió que se cometieran sistemáticamente en la institución abusos psicológicos, físicos y sexuales y, de este modo, prepararse para servir nuevamente a la Iglesia siguiendo tras las huellas de Nuestro Señor Jesucristo.

Aún así, debo admitir que desde hace tiempo no descubro en el estilo y la espiritualidad sodálite mi propio camino como católico creyente en la Iglesia, y dado que nunca formalicé de manera oficial mi renuncia a seguir siendo adherente sodálite, aprovecho estas líneas para manifestarte mi decisión de romper irrevocablemente todo vínculo institucional con el Sodalicio.

Asimismo, solicito que se me devuelva toda la documentación sobre mi persona contenida en los archivos del Sodalicio, incluyendo la autobiografía de puño y letra que escribí, todos los resultados de las pruebas psicológicas que se me tomó en diversas etapas de mi vida, así como también la carta que escribí para ser admitido en comunidad y la carta que redacté para poder emitir mi compromiso de adherente sodálite. Considerando que no está estipulado en ningún reglamento interno cómo se ha de manejar y administrar estos papeles, ni el Sodalicio tiene tampoco autorización legal para guardar documentación personal de ex miembros, no quiero que se conserve ningún documento referente a mi persona en el archivo del Sodalicio, salvo aquellos en que se me mencione por motivos puramente historiográficos o en textos que hayan sido legítimamente publicados.

Un cordial saludo

Martin Scheuch

P.D. Quiero que sepas que no soy el único que sabe que te estoy enviando esta carta. Se trata de personas de confianza que verían con agrado que accedas a lo que te solicito. En aras de la objetividad, yo mismo vería eso como una buena señal e informaría al respecto en mi blog en términos positivos sobre el Sodalicio. Hace tiempo que deseo escribir cosas más positivas del Sodalicio —y algo de esto se puede encontrar desperdigado en mis escritos— pero lamentablemente son demasiadas las metidas de pata que se han cometido en los últimos tiempos como para tener que bajar la guardia. De todos modos, puedes contar con mi buena voluntad.

A los tres días Moroni me envió un acuse de recibo, prometiéndome acceder a lo que solicitaba a la brevedad posible. Recién el 20 de enero de 2016, previo enérgico recordatorio de mi parte enviado el 16 de enero, accedió a enviarme la documentación solicitada.

Semanas después recibí en mi domicilio en Alemania un sobre de manila conteniendo un conjunto de papeles amarillentos avejentados por el tiempo, además de un cuaderno Atlas de formato pequeño y algunas copias fotostáticas. Además de la carta confirmándome el tiempo que había vivido en comunidades sodálites y mi posterior permanencia en el Sodalicio como adherente sodálite (sodálite casado), redactada en términos correctos y cordiales, donde además me confirmaba mi pedido de «romper irrevocablemente todo vínculo institucional con el Sodalicio», había copias de los siguientes documentos:

  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 17 de diciembre de 1981, solicitando entrar a vivir a una comunidad de formación.
  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 13 de agosto de 1988, solicitando realizar la profesión temporal en la institución.
  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 12 de agosto de 1991, solicitando renovar los compromisos temporales de profeso.
  • Carta dirigida al Superior del Sodalitium Christianae Vitae, del 17 de julio de 1993, solicitando licencia de la vida comunitaria por tres meses.

Moroni me había recalcado por e-mail que los «originales permanecerán en los archivos del Sodalicio de Vida Cristiana porque son documentos que fueron remitidos a las autoridades de la misma, tienen un valor histórico, registran los distintos pasos que diste cuando eras parte de la sociedad».

El primero de estos documentos fue redactado con máquina de escribir y los demás están escritos de puño y letra, en un lenguaje y estilo estandarizado conforme al pensamiento único que se implantaba a los sodálites. Comprendo que el Sodalicio quiera guardar los originales, pues en estas cartas aparecen frases como «esta decisión la he tomado libremente y por mi propia voluntad», «este anhelo mío es completamente libre, sin coacción de ningún tipo», «esta decisión la he tomado libre de toda coacción externa e interna», «he llegado con toda libertad a la conclusión de que…» Las cartas debían contener estas formulaciones para poder acceder a lo que allí se pedía. Las tres primeras las redacté estando bajo el código de la obediencia y en un contexto donde la posibilidad de otras opciones distintas ni siquiera se planteaba. En el Sodalicio a uno se le proponía ascender en la jerarquía de compromiso o quedarse en el mismo nivel, pero la posibilidad de retirarse de la vida comunitaria y no seguir el estilo de vida de un consagrado con obligación de obediencia y celibato ni siquiera se mencionaba. Era un tema tabú. Quienes han expresado este deseo lo han hecho después de varios meses de tortura interior, y las consecuencias siempre han sido que se pusiera a la persona en “etapa de discernimiento” —orientada a evitar en la medida de lo posible que el sujeto se aparte del camino señalado, pues ello se interpretaba como una traición al Plan de Dios—, la cual se podía prolongar durante meses, sin que en la mayoría de los casos la persona se sintiera en capacidad de imponerse y de decidir voluntariamente salir por la puerta delantera en el día y a la hora que quisiera. Incluso cuenta el brasileño Josenir Lopes Dettoni en un desgarrador testimonio (ver SODALICIO: UN TESTIMONIO BRASILEÑO) que un día decidió irse de San Bartolo y «al notar que yo me hallaba fuera de la comunidad cargando una maleta, un “hermano” corrió hasta la plaza, donde yo me encontraba, y me detuvo físicamente. Me agarró y no me dejó hasta que se llamara al superior […], momento a partir del cual continué detenido hasta que nuestra conversación me llevó al llanto y a más desequilibrio emocional. Acordamos entonces que yo necesitaba discernir más. Por lo tanto, salir de comunidad no siempre es tan sencillo». Por esa misma razón, muchos de quienes querían evitarse todos estos problemas, se largaban clandestinamente entre gallos y medianoche, sin que por ello dejaran de arrastrar consigo el trauma de sentirse realizando una acción cuasi-delictiva. A partir de entonces se convertían en personas non gratas para el Sodalicio y se les mencionaba con apelativos como “judas”, “traidor” o “innombrable”.

La última carta, donde expreso mi deseo de abandonar la vida comunitaria, está atravesada por un hondo sentimiento de fracaso y tristeza, pues —debido al formateo mental de que había sido objeto durante más de una década— veía la decisión que estaba tomando como una consecuencia de mis propios problemas e inconsistencias personales y no como lo que fue realmente, un primer paso para obtener la libertad y arriesgarme a buscar la felicidad humana en el mundo de los mortales comunes y corrientes. En ese momento no sospechaba que se trataría de un largo camino donde el fantasma del Sodalicio estaría, como una sombra, continuamente acechando mis pasos.

Además de copias de mi partida de nacimiento y de mi certificado de bautismo, había varios textos manuscritos que yo había redactado a pedido de mi consejero espiritual de entonces, Jaime Baertl, algunos de ellos inquietantes, por el hecho de que contenían revelaciones íntimas de mi vida personal puestas por escrito cuando yo todavía no había superado esa etapa crítica y borrascosa que es la adolescencia. Se trata de dos extensas autobiografías, una terminada en septiembre de 1979 y la otra en septiembre de 1980. Además, hay varias hojas de análisis personal, de recuento detallado de lo que yo consideraba mis pecados, de actitudes que debía cambiar y deberes que tenía que cumplir, así como una reflexión sobre el hombre como ser para la comunicación y una descripción de la tormentosa relación con mi madre. En otro texto hago una narración detallada de cosas importantes en mi vida que ocurrieron durante mi viaje de promoción a Huaraz con mi clase de 3° de secundaria del Colegio Alexander von Humboldt —téngase en cuenta que al año siguiente ingresaría a la Escuela Superior de Educación Profesional Ernst Wilhelm Middendorf con un régimen semi-universitario—. También hay un cuento de Navidad escrito a máquina que yo no recordaba haber escrito.

Actualmente me resulta preocupante que esos textos hayan estado en el archivo del Superior General a disposición de Luis Fernando Figari, pues allí se detalla hasta en su más íntimos rincones lo que era la vida personal de un muchacho desorientado en búsqueda de respuestas a las incógnitas de la existencia. Allí está todo lo que yo pensaba y sentía, todos mis anhelos y esperanzas, todos mis problemas adolescentes desde mis ansias de independencia, los conflictos con mi madre hasta las experiencias de autosatisfacción vinculadas al despertar sexual. Viéndolo desde la distancia, tomo conciencia del riesgo que significó para mí que ese material estuviera al alcance de un megalómano manipulador y abusador sexual como Figari.

Entre el material que recibí había también unas cuatro hojitas, una de ellas con el título “Ficha de entrevista espiritual”, escritas de puño y letra por Jaime Baertl. ¿Era lo único que había? Me cuesta creerlo. ¿Durante los once años que pasé en comunidad no se elaboró ningún informe sobre mí? ¿En qué se basaba entonces Luis Fernando para decidir si me quedaba en el mismo nivel de compromiso o pasaba al siguiente? ¿Dónde están mis resultados de la tan temida prueba oral sobre la doctrina sodálite que Luis Fernando junto con otros dos miembros de la cúpula tomaba en una especie de ritual solemne y secreto al final de la etapa de probando, cuya aprobación era requisito indispensable para pasar al nivel de formando? ¿No recibía Luis Fernando informes personales sobre cada sodálite para mover sus fichas en su ajedrez personal al final de cada año, es decir, para decidir qué sodálites iban a vivir en cada una de las comunidades durante el año siguiente? ¿Dónde fueron a parar las pruebas psicológicas que se me aplicó? El examen médico, ¿fue sólo una finta o también se emitió un informe? ¿Existió toda esta documentación? ¿O bien ha sido destruida, si es que no se guarda aún con sabe Dios qué fines? Porque de no haber existido, nos encontraríamos con un alto nivel de informalidad en el Sodalicio con las consecuencias que ello suele acarrear: abusos de autoridad, arbitrariedad, corrupción, ocultamiento de información, encubrimiento de delitos, impunidad.

Por otra parte, Moroni me confirmó que la documentación que me envió se encontraba en el archivo del Superior General, pero que podría haber otros documentos en otros archivos, entiendo que de los demás superiores. De lo cual se infiere no hay un archivo unitario ni una administración centralizada de la documentación. Y que la forma en que en el Sodalicio se han manejado los papeles personales es caótica.

Una de las recomendaciones de la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación es la siguiente (ver http://comisionetica.org/blog/2016/04/16/informe-final/): «El SCV deberá proceder a la devolución inmediata de toda la documentación correspondiente a cada una de las personas que forma o formó parte de la institución, que así lo solicite». Es un paso necesario que hay que dar, pues no es prudente ni recomendable que información sensible como la que he detallado arriba permanezca en manos de una institución que se ha caracterizado por su falta de transparencia y su deslealtad hacia quienes depositaron su confianza en ella.

Reconozco, por lo menos, que constituye un progreso que se me haya devuelto la documentación que ahora tengo en mis manos. En otras épocas eso hubiera sido impensable, pues quien abandonaba la institución era considerado como un renegado al que no se le debía ningún favor. Conozco por lo menos el caso de un muchacho que solicitó que se le devolvieran los originales de sus certificados de estudios para continuar con su formación profesional y el Sodalicio se negó a ello. Pues en la institución se asumió durante mucho tiempo como un dogma que a aquél que la abandonaba le iba a ir necesariamente mal en la vida. Y el Sodalicio se preocupó, en la medida de lo posible, de que así fuera efectivamente.

Quisiera terminar con una frase que pone Alessandro Moroni en la carta que me envió: «Le ruego al Señor que bendiga los nuevos caminos por los que Él te esté llevando. Te ofrezco mis oraciones por ti y tu familia». Agradezco estas intenciones y espero que sean una auténtica señal de que un verdadero cambio se está operando en el Sodalicio. Es lo que muchos esperan, incluyendo tantos que han sufrido daños graves de parte de la institución.

FIGARI, EL ÍDOLO CAÍDO

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Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana

Luis Fernando Figari (nacido el 8 de julio de 1947 en Lima), quien estuvo a la cabeza del Sodalicio de Vida Cristiana desde 1975, renunció el 8 de diciembre de 2010 a su cargo de Superior General, aduciendo motivos de salud. Siendo el único remanente del grupo que dio comienzo al Sodalicio un 8 de diciembre de 1971, del cual inicialmente “declinó ser la cabeza” —como cuenta una de las tres versiones oficiales de su historia que han circulado en las páginas web de la Familia Sodálite—, aunque las cosas cambiaron en 1975 cuando aceptó ser el “responsable de jure” de la nueva asociación, con el tiempo Figari se consideró a sí mismo como el único fundador del Sodalicio. Y como tal, se atribuyó todas las características que cierta teología le atribuye a los fundadores: dotado de inspiración divina gracias a un carisma específico, poseedor de un pensamiento guía para los llamados a una vocación particular dentro de ese carisma, practicante de un estilo de vida que debía servir de modelo para todos sus seguidores, merecedor de una obediencia absoluta por parte de aquellos que habían caído en las redes del proselitismo realizado por la institución —al que se conoce también como “apostolado”—.

Los tiempos han cambiado. Figari ya no es el Superior General del Sodalicio, y las características que lo acompañaban parecen haberse diluido en parte. En teoría, ya no es el portador de un cargo que requiere obediencia. Las fotos en que aparecía con el Papa han ido siendo retiradas de los centros pastorales del Movimiento de Vida Cristiana —la asociación de fieles más numerosa e importante dentro de la Familia Sodálite— y la página web oficial del Sodalicio (http://sodalicio.org/) ha desterrado su figura y su historia a un segundo plano. Incluso varios de sus escritos han quedado como textos de referencia, pero ya no se les da el peso que se les daba antes, sin llegar al extremo de retirarlos de circulación, como sí ha ocurrido con los escritos de Germán Doig, expulsado post mortem de la institución a la cual le dedicó su vida entera, no obstante que sin sus textos no se entiende el desarrollo de la espiritualidad y pensamiento —o ideología, como se prefiera— del Sodalicio de Vida Cristiana.

¿Qué ha sucedido para que de pronto haya cambiado en el Sodalicio el trato hacia la figura del fundador? ¿Se explica todo esto simplemente por su renuncia? La cual, si realmente fue por motivos de salud, no debería haber dado lugar a las medidas que se han aplicado, que se parecen remotamente a las medidas que toma el Sodalicio contra aquellos miembros suyos que caen en desgracia o ex-miembros considerados personas non gratas. ¿Qué ocurrió para que la salud de Figari empeorara repentinamente un mes antes de que se hicieran públicos los abusos sexuales cometidos por Germán Doig —quien fuera el Vicario General del Sodalicio y segundo en la cadena de mando—, a tal punto que le impidieran seguir asumiendo las responsabilidades propias de un Superior General? En todo esto hay gato encerrado, y los miembros de la cúpula sodalite parecen saber algo sobre Figari que no quieren que los demás sepan. Sea como sea, Figari se ha convertido en un ídolo caído, al cual se sigue manteniendo y protegiendo, pues sin él, el Sodalicio no es nada, considerando que a lo largo de su historia Figari concentró sobre sí el monopolio de la verdad, de la toma de decisiones e incluso el poder de decidir el destino personal de cada uno de los sodálites consagrados. Pero a la vez, es un lastre que impide levar anclas como para que el barco pueda zarpar y tomar nuevos rumbos para servir eficazmente al mundo y a la sociedad en comunión auténtica con todos los miembros del Pueblo de Dios que es la Iglesia.

Nunca he pertenecido al círculo íntimo de Figari, ni tampoco he participado en conversaciones donde sólo estuviéramos los dos presentes. No sé si decir “lamentablemente” o “afortunadamente” al respecto. Mis encuentros con Figari se han dado siempre en el marco de conversaciones grupales. Confieso que la persona de Figari sigue siendo para mí en gran parte un misterio. Por eso mismo, voy a escribir antes que nada sobre las impresiones personales que me ha causado el personaje, dentro de un entramado de hechos innegables de los cuales pueden dar testimonio los diversos testigos que estuvieron presentes. No pretendo dar una descripción exhaustiva de lo que considero una personalidad compleja y difícil de catalogar.

Desde que tengo memoria, Figari nunca ha tenido una apariencia exterior atractiva. De contextura física obesa —que buscaba disimular vistiendo guayaberas—, con una calvicie avanzada y un bigote que le daba a su rostro la apariencia de una morsa, llevaba además gafas de montura gruesa cuando le conocí en los 70. Con el paso de los años, Figari se dejó crecer una barba de reminiscencias proféticas. Aún así, siempre ha tenido una presencia segura y dominante entre sus allegados, pues tiene dotes de buen conversador y goza de habilidades retóricas por encima del promedio. Sus preguntas inusuales, que lo sacaban a uno de cuadro, además de sus ideas fuera de lo común y las conclusiones poco habituales a las que llegaba generaban una cierta fascinación entre muchos de los jóvenes a los cuales se les hacía proselitismo.

Figari siempre ha estado convencido de haber sido elegido por Dios para una misión única y especial, por lo cual requería de sus seguidores una total adherencia intelectual a sus planteamientos doctrinales y una obediencia absoluta a su voluntad. Nunca lo he visto en situaciones donde no ocupara una posición de autoridad o donde mantuviera una relación de igual a igual con otro. Los superiores de las comunidades siempre han mantenido en su presencia una actitud sumisa. Lo he visto, por ejemplo, en el caso de Germán Doig, Alfredo Garland, José Ambrozic, José Antonio Eguren, entre otros. Tal vez sea ése uno de los motivos por los cuales nunca se ha expuesto a una entrevista o conversación con alguien que tuviera un pensamiento crítico. Las pocas entrevistas que ha concedido han sido con entrevistadores complacientes, que le hacían preguntas que parecían sacadas de un guion y que servían de excusa para que Figari pudiera exponer didácticamente su ideología religiosa. Por lo mismo, Figari nunca ha salido a hacer declaraciones públicas ni ha dado la cara como representante del Sodalicio. Siempre han sido sus subordinados quienes han tenido que asumir la penosa tarea de responder a los cuestionamientos que se le han hecho a la institución. No se podía correr el riesgo de someter la figura de Figari a una prueba que pudiera evidenciar que tenía pies de barro.

Aun cuando Figari siempre ha manifestado tener una actitud de obediencia hacia el Santo Padre y a determinados obispos, todo ello tiene la apariencia de haber sido una estrategia para sacar adelante el proyecto de su vida, que es el Sodalicio de Vida Cristiana. Figari siempre ha buscado conseguir una foto junto con el Pontífice de turno, que pudiera ser colgada en un lugar visible en las comunidades, los centros pastorales y los hogares de gente vinculada a la Familia Sodálite, queriendo dar así a entender de manera gráfica que contaba con la bendición del Vicario de Cristo en la tierra. Como ejemplo, una antigua fotografía de la cual poseo un ejemplar:

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Juan Pablo II con Luis Fernando Figari

Podemos apreciar el valor que tienen este tipo de fotografías contemplando las siguientes imágenes:

Juan Pablo II con Pinochet

Juan Pablo II con Pinochet

Juan Pablo II con el P. Maciel

Juan Pablo II con el P. Maciel

Juan Pablo II con George W. Bush

Juan Pablo II con George W. Bush

Juan Pablo II con un payaso ¿o aprobando un carisma?

¿Había en Figari un auténtico espíritu de comunión con toda la Iglesia, o la pretendida fidelidad era una pose para apuntar cañones contra todo aquél que tuviera una postura incompatible con su ideología religiosa? Da que pensar, pues Figari siempre ha sido amigo de designar con el calificativo de “herejes” incluso a teólogos que no han sido condenados nunca por la Santa Sede, como por ejemplo Pierre Teilhard de Chardin, Karl Rahner, Johann Baptist Metz y Gustavo Gutiérrez. Y si bien Figari siempre ha buscado apoyarse sobre la autoridad del Papa y de algunos obispos, también es cierto que se refería despectivamente en términos ofensivos y vulgares a aquellos obispos o sacerdotes que no mantuvieran una posición compatible con la suya. Asimismo, también eran objeto de calificativos soeces pensadores considerados por él como defensores de posiciones contrarias a la doctrina de la Iglesia. La costumbre que hay entre muchos sodálites de usar este tipo de expresiones insultantes se veían avaladas por la misma actitud de Figari, quien tachaba de conchesumadres, hijos de puta o pendejos a aquellos con los que discrepaba en cuestiones de fondo. No es de extrañar que este tipo de expresiones fueran carta corriente también al interior de las comunidades sodálites y que en ocasiones fueran dirigidas incluso contra algunos hermanos de comunidad a quienes se buscaba corregir “fraternalmente”.

Las conversaciones grupales con Figari han sido siempre una experiencia fuera de lo común. La presencia de Figari nunca me ha inspirado tranquilidad o paz, sino una sensación de incomodidad y tensión continua. Si bien Figari solía expresarse en un tono jovial, dando continuamente la impresión de estar divirtiéndose, todo ello aderezado ocasionalmente con sonoras carcajadas, quienes estábamos ahí sabíamos que en cualquier momento podía meterse con uno de nosotros y comenzar a interrogarlo, acosarlo interiormente hasta llegar a unas llamadas de atención humillantes que a uno le hacían sentirse como una mierda. Y Figari siempre mantenía una mirada fija y penetrante, como queriendo desnudar nuestras almas y querernos hacer sentir que él nos conocía a fondo, mucho mejor que nosotros mismos.

Respecto a los temas que tocaba, podía hablar de asuntos de espiritualidad y formación, o de sus experiencias religiosas —que no dudo que podrían ser auténticas— para pasar luego a temas tan inusuales y extraños, como comentar los dolores que había tenido después de la circuncisión cuando se la hicieron ya de adulto por motivos de salud, o lanzar comentarios misóginos sobre lo susceptibles que son las mujeres en general y del peligro que constituyen para los sodálites de vida consagrada, o bromear sobre anécdotas ocurridas en las comunidades, o hablar entusiastamente sobre el ideal sodálite mezclando lo solemne con un lenguaje vulgar y malsonante cargado de connotaciones sexuales, como “hay que estar arrechos por Cristo”, haciendo alusiones a la masturbación o al acto sexual, o refiriéndose al hecho de tener que abrirse de corazón como “bajarse los pantalones”, o simplemente se reía de algún chiste verde —o colorado— que contaba alguno de los miembros más desvergonzados de la comunidad. Curiosamente, esta manera de conversar generaba una cierta fascinación entre aquellos que estábamos presentes, pues se tenía la impresión de que delante de Figari no habían límites y se podía hablar de todo sin necesidad de guardar las formas ni las buenas maneras. Recuerdo que una vez Figari pretendió dar una justificación de esta manera de hablar, mencionando que en alguno de los evangelios apócrifos Jesús se había referido a aquellos que no estaban dispuestos a seguirle como “hijos de puta”.

Otro era el rostro que presentaba Figari cuando daba una alocución, charla o conferencia en público. Con una manera grandilocuente de exponer contenidos que, mientras duraba el discurso, en su mayor parte generaba aburrimiento debido a que el conferencista solía recurrir a términos crípticos de difícil comprensión (“holístico”, “kénosis”, “scotosis”, “agnosticismo funcional”, por mencionar algunos) y rara vez sus palabras reflejaban las vivencias cotidianas de la gente, sin embargo de vez en cuando rompía esa cadencia elevando la voz y apelando con golpes de efecto y figuras retóricas a la audiencia, la cual en esos momentos solía prestarle la atención que no le había prestado durante el resto de su exposición. Una vez finalizada ésta, eran pocas las personas que admitían haber entendido los contenidos de la conferencia de Figari, pero recordaban muy bien esos momentos donde había dado rienda suelta a sus habilidades retóricas y movido los ánimos con el don de la palabra. He aquí como ejemplo uno de esos momentos, que se asemeja más a la arenga política de un ideólogo que a las directivas de un guía espiritual.

Ni qué decir, las conferencias de Figari eran luego impresas para ser estudiadas a fondo. Y a decir verdad, en muchas de ellas se repetía siempre lo mismo, sin aportar nada nuevo. Pues el supuesto pensamiento de Figari no pasa de ser una ideología religiosa que se basa en unos cuantos principios repetidos hasta la saciedad. Muchas veces Figari disimulaba la falta de profundidad de sus ideas utilizando términos esotéricos o neologismos de cosecha propia, que le conferían a sus planteamientos un aura metafísica que deslumbraba a los neófitos, pero que en el fondo es sólo una mera apariencia que oculta su vacío argumental. Por más que sus allegados crean lo contrario, Figari no tiene la talla de un intelectual católico. El único sitio no vinculado a la Familia Sodálite donde se le menciona como uno de los principales pensadores católicos de América Latina («one of the main Latin America thinkers») es la Wikipedia en inglés, que se limita a reproducir una frase que aparece en las páginas oficiales del Christian Life Movement (Movimiento de Vida Cristiana) en Estados Unidos y Canadá. Vale la pena mencionar que el artículo sobre Figari que aparecía en la Wikipedia en español fue borrado porque no se ajustaba a estándares enciclopédicos y caía bajo la sospecha de ser únicamente propaganda de una institución y su líder.

Este líder, que requería de sus seguidores que dejaran padre y madre para “conformarse con el Señor Jesús bajo la guía de María” —y bajo la guía efectiva de su propia persona, por supuesto—, tenía cosas en común con aquel otro líder, al cual habría seguido en la década de los ’60 hasta el punto de viajar a Brasil para conocerlo personalmente, a saber, Plinio Corrêa de Oliveira, fundador del grupo conservador Tradición, Familia y Propiedad. Al igual que él, Figari le tenía una gran veneración a su propia madre, en cuya casa ubicada en el distrito de San Isidro (Lima) siguió viviendo, no obstante que a sus discípulos con vocación a la vida consagrada les exigía dejar el hogar materno para unirse a la “familia espiritual” que él había fundado. En cierto sentido, se llegó a contraponer la familia espiritual a la familia carnal, teniéndose la primera por más auténtica que la segunda. Una familia donde la Virgen María es la madre, Jesús el hermano que hay que “encarnar” en el propio ser, el Padre eterno aquel que nos acoge como verdaderos hijos de Dios. El problema era la figura de Figari, que terminaba siendo asimilada en la psique de sus seguidores como un padre sustituto de aquellos padres a los cuales se había dejado atrás. Recuerdo cuando en San Bartolo el mismo Figari nos preguntaba si estábamos dispuestos a morir por él. O cuando nos preguntaba si verdaderamente lo amábamos, como suelen preguntar algunos padres a sus hijos, o los amantes a su amada. O cuando nos decía que sólo éramos verdaderos sodálites si él nos ordenaba que estrelláramos nuestras cabezas contra un muro de piedra, y nosotros efectivamente estábamos dispuestos a hacerlo sin dudar. O cuando se realizó una dinámica grupal, según me contó un exsodálite, en que se les planteó a unos muchachos que estaban de formación en San Bartolo una situación ficticia en que se atentaba contra la vida de Figari. Uno de los chicos hacía de Figari, otros hacían de asesinos, y los otros tenían que impedir que éstos últimos cumplieran su cometido, poniéndoseles en medio y recibiendo todos los golpes que iban destinados al supuesto Figari. Al final, los “guardaespaldas” terminaron magullados de veras —pues los golpes no eran fingidos—, pero contentos de haber protegido la vida del ser más venerado por ellos en la tierra.

Figari también solicitaba un trato especial para él. Todos los demás teníamos que cumplir horarios, pero él no cumplía ninguno. Él buscaba controlar a todos, pero nadie lo controlaba a él. Después de trabajar en los años 70 como maestro de escuela dando el curso de religión, no se sabe que haya ejercido ningún oficio. Cualquier deseo particular suyo respecto a comida y bebida tenía que ser cumplido, sin escatimar en gastos. Lo cual contrastaba con los presupuestos ajustados que había en las comunidades, donde las comidas eran austeras y se veía siempre la manera de ahorrar para que el dinero disponible alcanzara hasta fin de mes. Se iba de vacaciones al extranjero y viajaba con relativa frecuencia. Siempre lo acompañaban uno o más miembros de la cúpula sodálite, pero sobre todo Germán Doig, su discípulo predilecto. Mientras tanto, a los miembros de comunidad les eran negadas todo tipo de vacaciones —derecho del que disfruta hasta el Papa—, y los únicos días donde se podía tener auténtico esparcimiento eran los domingos y días festivos.

El poder de Figari era tal, sustentado en una doctrina que predica una obediencia absoluta donde no puede haber defecto por exceso, que él solo decidía quién era admitido al Sodalicio, quién pasaba al siguiente nivel dentro de la escala de rangos de la institución, dónde iba a vivir cada uno, qué iba a estudiar cada uno, quién iba a ser sacerdote y quién iba a ser superior en cada una de las comunidades. Decidía incluso con qué sacerdotes les era permitido confesarse a los miembros de las comunidades y con cuáles no. Me hace recordar un célebre dicho que siempre repetía mi madre, sin saber que era de Lord Acton: «El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente». ¡Cuánta razón tenía!

En estas circunstancias, la dependencia que se generaba hacia Figari llegaba a ser tal, que muchos sodálites hacían lo que tenían que hacer sólo con el fin de obtener su aprobación. Se llegaba al exceso de que sólo se buscaba cumplir la voluntad de Figari, hasta el punto de que sus gustos y preferencias personales eran asumidas por varios sodálites como preceptos a observar. Si a Figari una vianda determinada le gustaba, entonces ésta también debía ser consumida por otros sodálites. El estilo en el vestir y el calzado que a Figari le gustaba constituían la norma según la cual los sodálites de comunidad debían adquirir su propia ropa y sus zapatos. Los libros y películas que a Figari le gustaban eran los libros y películas que también debían gustarle a los sodálites.

Fue precisamente en este punto que comencé a tener discrepancias interiores con Figari, lo cual haría que poco a poco comenzara a resquebrajarse el pedestal que tenía en mi interior. Yo era un ávido lector de literatura y tenía también una afición cinéfila que con el tiempo iría desarrollándose aún más. Los juicios de Figari sobre las obras de algunos escritores me parecían muy superficiales y antojadizos, y contradecían la opinión que yo me había formado sobre esos obras. Por ejemplo, Figari había escrito un artículo sobre César Vallejo, en que lo presentaba como un hombre en busca de Dios a través de una poesía críptica cargada de reminiscencias nostálgicas del Ser Absoluto. Sin embargo, su análisis no tenía en cuenta la evolución en el tiempo de la obra de Vallejo. La conclusión a la que yo llegaba después de haber leído toda su obra poética era que Vallejo partía de una fe desgarrada y dolorosa en su primer poemario, y luego iba evolucionando hacia una actitud vital más comprometida socialmente pero más escéptica hacia los temas religiosos. Una lectura atenta de su prosa confirma a grandes rasgos esta hipótesis. Asimismo, cuando supe que Figari detestaba el cine de Woody Allen, que yo recientemente acababa de descubrir, me quedó claro que en cuestiones opinables se podía mantener divergencias con él, aunque ciertamente eso generaba discusiones con otros miembros de la comunidad, cuyo formateo mental era mucho más profundo. Figari también tenía la última decisión en lo que se refería a grabar y publicar canciones compuestas por miembros de la comunidad sodálite. Cuando rechazó algunas de mis canciones, ya sea porque según él no iban con el estilo sodálite o simplemente porque no llegaba a entenderlas del todo, quedé aún más decepcionado y poco a poco fue creciendo en mí la convicción de que dentro de los muros del Sodalicio no había cabida para la libertad artística.

Como anécdota curiosa, puedo contar lo siguiente. En una de esa reuniones sabatinas con Figari, muy comunes en los inicios de las comunidades sodálites, cuando todavía no se habían implementado los centros de formación en San Bartolo, Figari estaba hablando sobre alguno de los temas esotéricos que a veces le gustaba tocar (yoga, filosofía budista, ascetismo hindú, los chakras o puntos energía del cuerpo, hipnotismo, quiromancia, etc.). Se le ocurrió comparar las líneas de sus manos con las de las mías, y le fastidió que la línea del arte fuera más larga en mi caso que en el suyo. Pues Figari siempre se ha considerado a sí mismo un buen apreciador de arte. Incluso alguna vez intentó componer canciones que fueran himnos que se usaran ad intra del Sodalicio. Tenía un gusto particular por la música marcial, en concreto las marchas, de las cuales tenía algunas grabaciones en cassettes, sobre todo marchas e himnos de la Guerra Civil Española. Pues tengo que confesar que en varias ocasiones tuve que cantar al unísono con otros una canción que había compuesto Figari y que ya entonces me parecía musical y textualmente muy pobre. Como el chirrido de una tiza sobre la pizarra. La canción comenzaba así: «Somos en este mundo / mensajeros del Señor, / vamos por la vida / llamando a todos a Dios». La intención de Figari de intervenir continuamente en la forma cómo se cantaban las canciones religiosas populares en el Sodalicio, buscando acomodarlas a un pretendido estilo sodálite, ha llevado a que en ámbitos de la Familia Sodálite se interpreten esas canciones con variaciones de melodía y de letra que distorsionan el canto original. Ejemplos sobran.

Aun cuando durante mucho tiempo seguí pensando que a Figari se le debía seguir y obedecer en cuestiones de doctrina teológica y disciplina espiritual, pues seguía creyendo en la inspiración divina que tenía como fundador de una institución cuyo carisma había sido aprobado por la Santa Sede, ya había comenzado a poner en duda su autoridad en ciertos campos. Tal vez ésa sea una de las razones por las cuales mi ascenso en la escala de rangos dentro del Sodalicio fue lenta y tomó mas tiempo de lo acostumbrado. Tomo esto como una señal más de que algo no marchaba bien en el Sodalicio. Y de que Dios me estaba conduciendo poco a poco por otros caminos.

Como otra señal premonitoria podría tomarse una anécdota que acaeció durante mi primer año en comunidad. Corría el año 1982 y vivía yo entonces en la comunidad Nuestra Señora del Pilar en Barranco (Lima). A José Antonio Eguren le había sucedido Alfredo Garland en el puesto de superior de la comunidad. Por algún motivo, yo me había quedado en la mañana en la casa y, como era costumbre, tenía que estar atento a cualquier llamada telefónica que entrara. Uno de los miembros de la comunidad, el Galletón, a quien llamábamos también cariñosamente el Gordo F, llamó desde la Facultad de Teología, donde tenía clases. Yo contesté al teléfono, sin saber quién era el que estaba al otro lado de la línea. La conversación fue como sigue:

– ¡Aló!
– Hola, Martin.
– Hola, ¿quién habla?
– (Risas) Yo, pues, Martín.
– ¿Quién?
– Tu superior.
– ¿Alfredo?
– No. (Risas)
– ¡¿Luis Fernando?!
– (Risas) No, soy yo, el Galletón.
– ¡Ya pues, Gordo, no jodas!

Yo efectivamente no había reconocido la voz y caí redondo en la broma. Por esas casualidades de la vida, una vez que colgué el teléfono, a los diez minutos llamó el mismo Luis Fernando Figari, generándose el siguiente diálogo:

– ¡Aló!
– Hola, Martin.
– Hola, ¿quién habla?
– Tu superior.
– ¡Ya pues, Gordo, no jodas!
– ¿Qué te pasa? ¡Soy Luis Fernando!

Sentí en ese momento que el suelo se hundía bajo mis pies. Esta vez había llamado no el Gordo F al que conocíamos como el Galletón, sino el otro Gordo F, al cual algunos sodálites llamaban coloquialmente como “el Hombre”. Le pedí disculpas tartamudeando y le expliqué las circunstancias que habían ocasionado mi respuesta. Se rió y la cosa no tuvo mayores consecuencias. Sin embargo, desde entonces tuve el privilegio clandestino de haber sido la única persona que le había dicho «no jodas» en su cara al mismo Luis Fernando Figari. A no ser que haya algún otro que haya hecho lo mismo, y yo no me haya enterado. Si bien mi réplica se debió a un malentendido, vista desde la distancia cobra un significado simbólico y profético, pues de una u otra manera se convirtió en premonición de una decisión que tarde o temprano habría de tomar.

Para quien quiera desvincularse del Sodalicio y del formateo mental que sufren quienes han pasado por la institución, es necesario y saludable mandar a la mierda de manera simbólica a Figari, derrumbar el ídolo que ha sido colocado en el altar del propio recinto interior y al cual durante años se le ha rendido pleitesía, asimilando su pensamiento y sus criterios, buscando agradarle mediante una obediencia complaciente y absoluta, y manteniendo una ceguera obsecuente ante sus debilidades humanas y sus desvaríos intelectuales. Gracias a los métodos de formación y disciplinarios que se han aplicado en el Sodalicio, la figura de Figari ha sustituido en la psique de muchos a la figura paterna, y les da la sensación de pertenecer a una familia con lazos más fuertes que los que nos unen a nuestra familia natural. Por eso mismo, la caída del ídolo se presenta muchas veces como una tragedia, que, en el peor de los casos, puede conducir a trastornos mentales y a amagos de desesperación.

Admito que desprenderse de la figura de Figari no es fácil y sencillo. A mi me costó mucho tiempo y tuve que pagar el precio de pasar por graves conflictos interiores. Como ejemplo, puedo mencionar que el 7 de noviembre de 2003, ya estando en Alemania domiciliado en la ciudad de Wuppertal, le escribí una carta respetuosa que le hice llegar a través de una persona conocida que se iba a entrevistar personalmente con él, pues Figari y compañía estaban realizando uno de sus viajes a Europa. Allí le decía yo a Figari:

«Quiero que sepas que siempre guardo las promesas que he hecho y que mantengo una gratitud inmensa a quienes siempre me tendieron su mano amiga en la comunidad sodálite. Si de algo puedo preciarme es de nunca haber traicionado la confianza de quienes se han fiado de mí. Por eso mismo, reafirmo mi fidelidad al llamado que Dios me hace en su Iglesia a través del Sodalicio y espero poder servir dentro de la misión evangelizadora a la que estamos llamados (para lo cual he tenido a veces que abrirme el camino a “machetazos” y seguir adelante a pesar de las comentarios maliciosos y las zancadillas inesperadas)».

Si bien entonces ya tenía algunas reservas frente a la persona de Figari, todavía no había roto la conexión umbilical que artificialmente me habían implantado en la mente. Eso vendría definitivamente después a través del arte. Componer canciones ha sido para mí más que un hobby, pues en los temas cantados que han ido surgiendo de mi inspiración he plasmado poéticamente mis propias vivencias y de alguna manera me han servido para procesarlas. La composición musical ha constituido siempre para mí un acto de catarsis y de liberación. Quienes me conocen saben que cuando compongo, la cosa va en serio.

La canción que compuse, Usted, si bien se inspira en Figari, tiene un contenido que va más allá de la referencia a una persona y adquiere un alcance universal. Así lo expresé yo en mi blog LA GUITARRA ROTA (ver http://laguitarrarota.blogspot.de/2009/03/ineditas-usted.html):

«La canción surgió en torno a la idea de los absolutismos ideológicos, que no toman en consideración las vivencias del hombre concreto y quieren cortarle alas a la poesía a través de filosofías rígidas y conceptos estereotipados, desconociendo el lenguaje más profundo de las manifestaciones artísticas. Como lo auténtico sólo puede surgir de un amor apasionado, nació de mi inspiración una frase de la cual brotó, no sin esfuerzo adicional, toda la canción: “usted nunca conoció el amor de una mujer”.

Usted es la personificación de la armadura sobre el cuerpo vivo, de la tiranía de la ideología sobre la vida y la sangre, de la filosofía estéril queriendo aprisionar la poesía y el amor en sus rígidos esquemas, de la absolutización del discurso abstracto sobre la libertad humana.

En fin, usted puede ser muchas cosas o personas. La canción invita a ser completada por la experiencia personal de quienes la oigan, a fin de identificar en cada uno al usted de quien hay que despedirse para ser verdaderamente libres».

Hay otra referencia a Figari en aquella que considero la mejor canción que he compuesto hasta ahora, Declaración de principios (ver http://laguitarrarota.blogspot.de/2011/09/ineditas-declaracion-de-principios.html). Esta canción comenzó a gestarse poco después de haber estado en Lima para visitar a mi querida madre en enero de 2010, poco antes de que falleciera. En esa ocasión tuve un conversación personal con un sodálite cercano sobre los problemas que yo veía en el Sodalicio y que han sido señalados en este blog. Lamentablemente, la conversación no llegó a nada, pues es difícil —si no imposible— mantener un diálogo normal con alguien que todavía tiene a Figari metido entre ceja y ceja —como si de un amo de marionetas se tratara— y que era ciego a mis intenciones de ayudar a una institución que forma parte de la Iglesia católica, aunque yo en ese entonces ya había tomado la decisión de desvincularme de ella. Las primeras líneas de esa canción fueron fruto de esa conversación, que para mí resultó una experiencia desconcertante y frustrante.

Terminé de componer la letra de la canción a inicios de julio de 2011. En ese año y medio de gestación, esta composición fue recogiendo mis impresiones sobre la crisis del capitalismo, la protesta de los indignados en España, las masacres en las guerras donde había intervención de los Estados Unidos, los encubrimientos de la jerarquía católica, en fin, de todo un poco, para terminar redondeando un himno a la esperanza, una proclama a favor de una revolución pacífica pero radical. Como cosa curiosa, cabe mencionar que la canción fue terminada poco antes de que el gran Facundo Cabral fuera asesinado el 9 de julio de 2011 en Guatemala, y las siguientes líneas parecen referirse a él:

yo no quiero que repitas
las consignas manuscritas
de los viejos sin perdón
que asesinan al cantor

Las líneas inspiradas en Figari son las siguientes:

yo no quiero que me digas
que más pesa la barriga
de un señor en pedestal
que mis sueños de cristal

yo no quiero que me pidas
que incinere las heridas
del recuerdo en el fanal
de una historia sin final

sólo quiero que me oigas, compañero
que ya es hora de pisar otros senderos
y dejar el vertedero
que lucía su oropel
y arrugaba su pescuezo de papel

yo no quiero que me sigas
cotejando con la hormiga
que abandona su nidal
por afanes de panal

yo no quiero que me impidas
cosechar mi propia espiga
amanecida en el trigal
y ofrecida para el pan

sólo quiero que confíes, compañero
en las manos que resguardan los luceros
y en los melocotoneros
que atesoran la estación
de una primavera a punto de erupción

Figari ya cayó de su pedestal. No hay vuelta atrás. Pero todavía siguen vivas las consecuencias de lo que él ha hecho. Y en muchas personas hay heridas que aún no han cerrado. Incluso hay quien ha vencido el miedo y se ha atrevido a presentar una denuncia ante el arzobispado de Lima por supuestos abusos psicológicos y sexuales cometidos por quien fuera Superior General del Sodalicio de Vida Cristiana (ver https://web.archive.org/web/20160308072219/http://diario16.pe/noticia/8687-denuncian-a-fundador-del-sodalicio-vida-cristiana-por-abuso-sexual). Las condiciones para que ocurrieran los hechos denunciados estaban dadas: una persona con autoridad absoluta que no daba cuenta a nadie de sus actos y generaba en sus subordinados relaciones de dependencia casi total.

Figari pasa a engrosar la lista de superiores cuestionados que han renunciado por “motivos de salud”, como el Padre Carlos Buela, fundador del Instituto del Verbo Encarnado, quien agradece en la carta respectiva que la Santa Sede se haya abstenido de intervenir su institución gracias a su renuncia (ver http://www.aciprensa.com/noticias/fundador-de-instituto-del-verbo-encarnado-presenta-renuncia-al-papa/); o el P. Álvaro Corcuera, sucesor del P. Marcial Maciel en la dirección de los Legionarios de Cristo (ver http://www.periodistadigital.com/religion/vida-religiosa/2012/10/11/alvaro-corcuera-abandona-la-direccion-de-los-legionarios-de-cristo-religion-iglesia-vaticano-maciel-paolis.shtml). El tiempo dirá si Figari entra también a formar parte de la lista de superiores cuestionados por cometer abusos, como el ya mencionado P. Maciel; o el P. Gino Burresi, místico estigmatizado y fundador de los Siervos del Inmaculado Corazón de María, quien abusó sexualmente de varios seminaristas (ver http://www.unitypublishing.com/Apparitions/GinoDetails.htm); o el P. Alfonso Durán, fundador de Miles Iesu, quien cometió graves abusos de autoridad que causaron heridas psíquicas en los miembros de su instituto y sus familiares (ver http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2010/07/30/fundador-miles-jesu-abusos-autoridad-iglesia-comisario-vaticano-religion.shtml); o el francés Gérard Croissant, fundador de la Communauté des Béatitudes, conocida en español como Comunidad de las Bienaventuranzas o del León de Judá (http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2011/11/18/otro-caso-maciel-en-francia-por-triplicado-iglesia-religion-abusos-vaticano-sexo.shtml); o el P. Fernando Karadima en Chile, quien aprovechó su puesto de autoridad para cometer abusos contra quienes estaban a su cargo. Pues no deja de llamar la atención que sean dos personas pertenecientes al círculo íntimo de Figari —Daniel Murguía y Germán Doig— quienes hayan estado involucradas en escándalos sexuales que son ya de conocimiento público.

Esperamos que el Cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, quien ahora se presenta como defensor de los derechos humanos frente a sus detractores, le dé trámite adecuado a la denuncia que duerme el sueño de los justos en las oficinas del tribunal eclesiástico de su jurisdicción, para ver si también es defensor de los derechos humanos de las víctimas del cuestionado líder de una institución que le ha prestado su apoyo incondicional. En todo caso, se trata de algo necesario ya sea para “limpiar” el nombre de Figari en caso de que las denuncias sean inconsistentes, ya sea para aplicarle las sanciones correspondientes en caso de que resulte culpable, ya sea para que la imagen pública que ahora quiere proyectar Cipriani no sea vea empañada por el epíteto de “encubridor”.

Si algo queda fuera de duda son los “motivos de salud” que ha aducido Figari para justificar su renuncia. No tenemos certeza de que sea su propia salud la que esté en juego, pero ciertamente es beneficioso para la salud de aquellos que todavía permanecen en el Sodalicio y para la salud de toda la Iglesia el hecho de que él haya abandonado la palestra. Le estamos agradecidos de todo corazón.

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Un párrafo de la Memoria 1979 de Luis Fernando Figari, Superior del Sodalitium Christianae Vitae, da cuenta de qué pensaba Figari de los padres que se oponían a que su hijo entrara a formar parte de la institución. No tengo la certeza de que se opusieran realmente a que su hijo tuviera un compromiso cristiano —pues simplemente podrían haber desconfiado de un líder y de una institución que ya entonces presentaban características sectarias—, pero ésa es la interpretación que de antemano, antes de cualquier análisis, asumía Figari. De este modo, el Sodalicio quedaba a priori libre de toda culpa y responsabilidad, y los padres de familia cargaban con toda la culpa de oponerse a una iniciativa “querida” por Dios. No se admitía la posibilidad de que fuera el Sodalicio mismo el que estuviera mal y hubiera dado motivo para esas actitudes de oposición por parte de los padres. Y a decir verdad, en buena lógica cada caso requeriría ser analizado individualmente, algo a lo cual son poco afectos la mayoría de los sodálites, que suelen actuar por principios ideológicos. Veamos pues el texto.

«…quiero sí referirme a un dolor que se clava en lo profundo del alma, y que con el correr del tiempo y nuestra mayor presencia apostólica, se hace más frecuente. Me refiero a la tragedia que constituye que muchos padres que se dicen cristianos pongan todo género de trabas en el crecimiento en la fe de sus hijos. Ya, cuando el Padre Gerald Haby nos acompañaba en el sendero por el que el Señor nos convoca, ya en ese entonces se asombraba él de la manera reacia en que muchos padres, demasiados, reaccionan frente a un compromiso auténticamente cristiano de sus hijos. Ese fenómeno lo vemos crecer en la misma medida que observamos el desarrollo de nuestros trabajos apostólicos. Duele porque no es un ataque que viene de fuera, sino de dentro. Un ataque, que a veces se torna cruel por su refinamiento y su sistematización, que causa daño a miembros de nuestra comunidad que desean entregarse cada vez más plenamente al Señor. Que hace tambalear a jóvenes que ven en Cristo el camino de liberación. Hemos sido testigos de hechos inenarrables que llevan a comprender por qué en nuestro medio se puede hablar de crisis de la familia. Aunque, quizá fuera mejor hablar de crisis de amor. Y, cuando el joven da muestras de acoger un llamado del Señor para entregar toda su vida a la Iglesia a través de Santa María, muchas veces esas agresiones a las que nos venimos refiriendo se tornan en furibundas reacciones en contra de la misma fe y hasta de Dios, sin abandonarse por ellos actitudes increíblemente coercitivas de parte de padres que dicen amar a sus hijos. Por ello digo que más que crisis de familia habría que hablar de crisis de amor. ¿Qué es la familia si no hay amor? ¿Una célula social? ¿Un ente donde se mezclan intereses contrapuestos? Será cualquier cosa pero del todo alejada a ese misterio de amor, a ese sacramento de la presencia amorosa de los cónyuges y los hijos que le dice al mundo que Cristo Jesús es su centro y su vida. El asunto es por lo demás doloroso. Pero es tremendamente real y hasta cotidiano. Siempre me llamó la atención el relato con que un prestigioso autor de obras vocacionales empezba uno de sus más conocidos trabajos. Me refiero a aquella historia del sacerdote que ingresa a la iglesia a su cargo y descubre a una señora rezando incesantemente al Señor, en un tono de voz algo elevado, por que envíe vocaciones a su Iglesia. El sacerdote escuchó el final de la plegaria: “…pero no los escojas de entre mis hijos”. ¡Qué incoherencia la de esa señora! ¡Y qué triste ignorancia del regalo que para cualquier hombre es el gratuito llamado del Señor! Pero, así es la vida. Y así de oscuro suele ser el corazón humano. Aquellos quienes viven y sufren esta realidad dolorosa descrita deben tener confianza en los caminos de Dios, y permanecer siempre leales al llamado que el Señor les ha hecho llegar. Él les fortalecerá. Esta situación deplorable que no es sino un reflejo más del pecado original y de la consecuente crisis en que se debate nuestra sociedad, ha motivado una reflexión constante de aquellos hermanos nuestros invitados por el Señor a dar un testimonio de amor a través de la vida matrimonial».

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Las versiones oficiales de la biografía de Figari han ido cambiando de acuerdo a las circunstancias históricas por las que ha pasado el Sodalicio y según lo que los responsables creyeran en cada momento que era conveniente que se supiera públicamente. He aquí las tres versiones que aún se pueden encontrar en la red.

La versión actual de la vida de Luis Fernando Figari que aparece en la página oficial del Sodalicio de Vida Cristiana:
https://web.archive.org/web/20130615115112/http://sodalicio.org/fundador/

Una versión anterior, que contiene un relato más detallado de los orígenes del Sodalicio, no del todo compatible con la versión actual:
http://www.elenciclopedista.com.ar/sodalicio-de-vida-cristiana/

La versión que aparece en la página oficial del Movimiento de Vida Cristiana, que incluye más datos personales de Figari previos a la fundación del Sodalicio:
https://web.archive.org/web/20120304074905/http://www.m-v-c.org/lff/

Esta última versión contenía algunos párrafos que han sido eliminados —como, por ejemplo, una alusión a Tradición, Familia y Propiedad—, que todavía se pueden leer en esta versión:
http://mvc-sanjuanapostol.blogspot.de/p/nuestro-fundador-luis-fernando.html

Por último, he aquí una entrevista que concedió Figari a la agencia vaticana Fides, que no se diferencia mucho de otras entrevistas que ha concedido a lo largo de su vida:
http://www.zenit.org/es/articles/habla-el-fundador-de-la-familia-sodalite