CANTOS DE SIRENA

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Pablo Videla y Thibault Vincent, sodálites

“Sobre roca”. Así se llama el último álbum musical del Movimiento de Vida Cristiana (MVC). Producido por dos jóvenes sodálites en formación —el argentino Pablo Videla y el estadounidense Thibault Vincent—, contó con la participación de varios miembros chilenos del MVC y fue grabado en Chile, con apoyo de miembros de la Familia Sodálite del Perú y Argentina.

No pasaría de ser una anécdota más, a no ser porque las siete canciones de apariencia inocua e inofensiva que han sido lanzadas oficialmente el 11 de mayo a través de diversas plataformas digitales constituyen en realidad una perturbadora evidencia de que el Sodalicio no ha cambiado sustancialmente en nada. Pues detrás de un conjunto de melodías pegajosas y letras estándares se sigue percibiendo el pálpito de la ideología religiosa fundamentalista y del sistema de disciplina que han constituido el caldo de cultivo donde han germinado numerosos abusos espirituales y psicológicos, desembocando en algunos casos en serios abusos físicos y sexuales.

A lo largo de toda su historia, el Sodalicio nunca ha tenido la intención de cultivar un arte musical trascendente, que sea expresión del artista y revista un carácter original e innovador, mucho menos transgresor. Precisamente porque se ha concebido el arte como una instancia decorativa, como una expresión subordinada al servicio de otras instancias consideradas más importantes: su doctrina y espiritualidad —que no sobrepasan el nivel de una ideología religiosa— y su disciplina práctica —que incluye preceptos morales, actitudes, costumbres, liturgias, rituales, oraciones, etc.—.

Recuerdo que Luis Fernando Figari siempre insistía en que las letras de las canciones debían incluir la terminología propia de su pensamiento, dando como resultado textos impersonales con un lenguaje rígido y estereotipado. No pocas veces Figari menospreció los textos de algunas canciones que yo mismo había compuesto, pues no se ajustaban a esta norma tácita. Le eran ajenas e incomprensibles las figuras poéticas que yo sembraba en mis mejores canciones, a las que yo llamo “poemas cantados”. Así también le era ajena la semántica del lenguaje musical, que busca expresar vivencias y sentimientos a través de sonidos, melodías, acordes y ritmos. En realidad, Figari concebía la música como una especie de vaselina, gracias a la cual su mensaje doctrinal podía conquistar más fácilmente los corazones, entrando con gusto, deleite y placer en el alma.

Como resultado, la mayoría de las canciones creadas en la Familia Sodálite no sólo son emulaciones musicales de tonadillas y ritmos populares, sino que textualmente están repletas de clichés, lugares comunes, lemas religiosos simplistas, frases hechas que expresan un pensamiento único, algunas de las cuales se erigen en máximas de vida para quienes están vinculados a grupos relacionados con el Sodalicio. Y de este modo abonan un suelo fértil para la aparición de abusos espirituales junto con sus nefastas secuelas psicológicas.

Ilustraré esto con algunos ejemplos.

En la canción “Sobre roca” —que da nombre al álbum— se dice:

En camino alzo la mirada
busco un horizonte a mi existir
una vida que valga la pena
un ideal por el cual morir

Evidentemente, la «vida que valga la pena» es la que se construye sobre Cristo:

Sobre ti, sobre la roca
mi vida entera construiré
sólo Cristo, tú mi ancla firme

Hallamos aquí un menosprecio implícito de las vidas de aquellos que no siguen a Cristo, asumiendo con fanatismo que fuera de Cristo no hay vida que valga la pena de ser vivida. Lo cual no sólo es fuente de discriminación hacia otras personas y otros recorridos biográficos fuera de la órbita cristiana, sino también una bomba de tiempo para quien, perteneciendo al Sodalicio o a algún grupo de la Familia Sodálite, en algún momento descubre que el seguimiento de Cristo tal como se plantea en términos sodálites no le satisface ni le genera felicidad. Pero apartarse de ese camino —por lo menos según la interpretación que le ha sido inculcada— implicaría caer en el vacío y el sinsentido, y condenarse a nunca ser feliz, ni en este vida ni en la otra. Y esto puede generar fácilmente pensamientos suicidas o tentaciones similares. Lo digo por experiencia propia.

Asimismo, no existe ideal por el cual valga la pena morir. El mismo Jesucristo no murió por un ideal, sino por personas concretas a las que amaba. Los ideales que exigen una entrega total hasta el extremo de morir constituyen una de las más peligrosas tentaciones autoritarias que pueden sobrevenir sobre los seres humanos, conduciendo al fanatismo e incluso a la violencia. Prueba de ello son el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano, el comunismo soviético, el nacionalcatolicismo de la España franquista y los extremismos religiosos (islámicos, cristianos, budistas, etc.), de derecha, de izquierda, de lo que sea. No hay justicia, grandeza ni dignidad en morir por un ideal. Más bien, una de las tareas más nobles de quienes han sido atrapados por ideologías seductoras es sobrevivir a los grandes ideales que ellas plantean y comprender amorosamente el valor que encierra todo devenir humano. Como bien señalaba el Concilio Vaticano en la Declaración Nostra aetate: «La Iglesia […] reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, “observando en medio de las naciones una conducta ejemplar”, si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos» (n.º 5).

Otro ejemplo. En la canción “Desde las sombras” se dice:

Hágase según tu Plan
no importa qué venga
tú me sostendrás
hágase tu voluntad
que lejos de ti no hay
más seguridad

El Plan de Dios es uno de los conceptos fundamentales que siguen presentes en la ideología sodálite, entendido según la misma interpretación de Figari, es decir, que todo lo que sucede está prefijado en la mente divina y el Sodalicio sabe cuál es el plan concreto aplicable para cada uno de sus miembros. Los que se van se sustraen a ese Plan y deben ser considerados como traidores a lo que Dios había planeado desde toda la eternidad. Este concepto de Plan de Dios es sumamente peligroso y dañino, pues alimenta la autosuficiencia de la institución que se cree no sólo elegida por Dios sino también su auténtico intérprete para determinar el curso de la vida de sus integrantes.

En la canción “Misionero soy” se incluye un breve rap carente de originalidad donde se dice:

Dios nos concedió un espíritu noble y grande
con hambre de justicia y santidad insaciable
hemos de anunciarle por todas partes
puertos, campos, calles y parques
pero antes hay que negarse a sí mismo
adentrarse en la aventura y dejar todo en sus manos
nada nos faltará si el pilar es Cristo
por amor a su misión nuestra vida entregamos
misionero soy decimos a hermanos y enemigos que…

El concepto de “negarse a sí mismo”, tomado de los Evangelios, es interpretado en el Sodalicio no sólo como la renuncia al egoísmo y a la autosuficiencia que exige Jesús para poder seguirlo, sino en un sentido más totalizante y abarcador: como renuncia a los propios gustos, preferencias, aspiraciones, lazos familiares, amistades, por más legítimas que sean. Se exige incluso la renuncia a la propia historia personal antes de conocer al Sodalicio. En fin, se trata de una anulación de la identidad íntima de uno mismo a fin de implantar una nueva identidad que esté en consonancia con los lineamientos “espirituales” de la institución. Todo este saqueo de la propia biografía es justificado en nombre de ideales supremos: el hambre de justicia, la santidad, la entrega amorosa, la confianza en Cristo, etc. El resultado son vidas destruidas, cáscaras vaciadas de contenido, sometidas por obediencia a los fines institucionales, heridas en su libertad de conciencia y, consecuentemente, en su capacidad de amar auténticamente.

«Antes no había nada». Así describía yo en septiembre de 1980 —cuando tenía 17 años— mi vida antes de los 15 años, en una autobiografía manuscrita hecha por encargo de Jaime Baertl. Y efectivamente, un cambio se operó en mí. Un cambio para peor. Dejé de interesarme por las chicas. Dejé de participar en actividades propias de la adolescencia. Dejé de escuchar mi música preferida —el rock progresivo de Pink Floyd, Yes y Rick Wakeman, el glam rock de Queen, el rock pesado de Deep Purple y Led Zeppelin—. Dejé de leer literatura profana y sometí mis preferencias lectoras a lo que se permitía en el Sodalicio. Con apoyo de guías espirituales del Sodalicio, fui socavando mis antiguas amistades y mis relaciones familiares. Mi nueva vida lo era todo, mi anterior vida era una etapa de sinsentido y de pecado. Me costó décadas liberarme de ese condicionamiento mental, recuperar la música y las lecturas que habían formado mi personalidad desde niño y adolescente, recuperar amistades rotas y rehacer los vínculos familiares y, sobre todo, recuperarme a mí mismo.

Y, por supuesto, logré abandonar esa diferenciación que hace la canción entre “hermanos y enemigos”, reflejo de esa división entre “nosotros y ellos” que se hace en el Sodalicio —separación maniquea entre quienes forman parte de alguno de los círculos de la Familia Sodálite y quienes están fuera—, la cual termina convirtiendo en alienígenas terrestres a quienes siguen a pie juntillas la ideología sodálite. Desde que tengo memoria, siempre se ha hecho esa distinción entre los que están a favor de uno —los hermanos— y los otros —a quienes se cataloga automáticamente como enemigos—. Para ser de los otros basta con tener una diferencia de opinión con el pensamiento único que impera en el Sodalicio.

En estas canciones —sobre todo en “Ella es” y “Enséñanos, María”— también se insiste en el estereotipo de la Virgen María como la mujer que guarda silencio y tiene una misión que se resume en ser Madre y educadora de sus hijos “espirituales” —como lo fue de su hijo Jesús— y nada más. Ni qué decir, esto se proyecta en el modelo de mujer que se plantea al interior de los grupos de la Familia Sodálite. Y se justifica de esta manera la restricción de derechos y oportunidades de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad.

En otra canción, “¿Dónde está tu hogar?”, se hace precisamente esta pregunta, y la respuesta es la siguiente:

Donde de la mano de María, la Mujer,
aprendemos a acoger el Santo Espíritu de Dios

Es decir, donde el Sodalicio, que se considera a sí mismo una comunidad de amigos guiados por Santa María que acogen el Espíritu de Dios. Y nada más. Porque a las víctimas de abusos cometidos por miembros de la institución no las acogen sino les dan un portazo en la cara, o si les entreabren la puerta, es para maltratarlas con reparaciones irrisorias que constituyen una ofensa y un insulto.

El texto mencionado no es tan inocuo como parece, porque sienta las bases para dejar de considerar a la familia natural como el verdadero hogar de uno mismo. Previa manipulación psicológica de los implicados, la generación de animadversión hacia los propios progenitores y otros miembros de la familia es la consecuencia lógica de este principio.

Tras escuchar las canciones, no me queda duda de que el sistema Sodalicio, inspirado en las tóxicas y engañosas enseñanzas de Figari, sigue vivo y coleando, atrayendo a jóvenes incautos a su telaraña. Hay que desengañarse definitivamente. No se puede seguir fielmente al Jesús de los Evangelios si se asumen los criterios de la ideología sodálite y sus pautas de comportamiento.

Tampoco me cabe duda de que Pablo Videla y Thibault Vincent cuentan con talento musical, y espero que algún día puedan superar el condicionamiento mental a que están siendo sometidos, para poder desarrollar sus habilidades dentro de un ámbito creativo de libertad y originalidad, al servicio del arte auténtico. Y dejen de producir cantos de sirena, que atraen a muchos jóvenes navegantes hacia rocas que ponen en peligro sus embarcaciones y los llevan al naufragio.

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FUENTE

Sodalicio de Vida Cristiana
Sodálites en formación dirigen grabación del Álbum musical MVC
https://sodalicio.org/noticias/sodalites-en-formacion-dirigen-grabacion-del-album-musical-mvc/

SODALICIO Y VIOLENCIA

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Quienes hemos vivido años en comunidades sodálites, somos conscientes de la violencia casi cotidiana a la que fuimos sometidos, sobre todo en lo verbal y psicológico, pues la disciplina sodálite, bajo la apariencia de una configuración con la persona de Cristo, estaba orientada a la anulación de la voluntad propia y al sometimiento de la libertad personal a los dictados de una ideología cristiana fundamentalista.

Ya lo había señalado en mi post TESTIMONIO COMPLETO:

«…si bien hay casos excepcionales de maltrato extremo, relatados por varios testigos, se trata de hechos ocasionales, pues el maltrato más frecuente son las conversaciones y reuniones para ir metiendo la propia ideología en las cabezas de las personas, donde se recurre con frecuencia a la burla, el insulto, la orden de guardar silencio e incluso a veces a las amenazas de castigos (ayunos obligados, privación de sueño, actividades absurdas sin ninguna finalidad, etc.). Ni qué decir, por lo general la autoestima sale bien perjudicada.»

La violencia ha sido un constitutivo latente de la misma estructura del Sodalicio, y no es de extrañar que haya eclosionado en varias ocasiones de manera feroz y destructiva, dejando un reguero de sobrevivientes con heridas y cicatrices en su psique y hasta en su cuerpo.

He aquí una reflexión de Rocío Figueroa sobre cómo la violencia está en la raíz de los abusos de toda índole que se han destapado en el Sodalicio de Vida Cristiana.

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LA DINÁMICA DE VIOLENCIA EN EL SODALICIO DE VIDA CRISTIANA
por Rocío Figueroa

Me parece importante comprender que lo que está en la base de los abusos sexuales es sobre todo una búsqueda insaciable de poder y violencia por parte de los perpetradores.

El teólogo R. Ruard Ganzevoort en su artículo “Violence within the church” (“La violencia dentro de la Iglesia”, 2003) realiza un análisis muy agudo de las dinámicas de violencia y poder ante el abuso sexual en la Iglesia. Él señala cuatro etapas, de las cuales al menos las tres primeras se han dado tal cual en el escándalo del Sodalicio de Vida Cristiana.

1. Silencio antes de la tormenta:

– La violencia está presente pero no se manifiesta a la comunidad.

– Sólo pocos miembros son conscientes y sufren la violencia por parte de perpetradores, pero no es un conocimiento colectivo.

– Este primer estadio provee la estructura para las dinámicas de poder, de modo tal que los perpetradores generan una autoridad rígida y vertical que lleva al silencio.

2. Explota la bomba:

– Erupción del caos.

– Se dan encuentros violentos, disputas y reproches.

– Las víctimas se convierten en el chivo expiatorio de la comunidad. Son ellas y no el perpetrador el origen del escándalo. (Me sorprende, porque sucedió tal cual, con agravios de toda índole.)

– Muchos quieren regresar al silencio.

3. Ruptura de relaciones:

– Distintas perspectivas en el foro:

  • la perspectiva de las víctimas (en el caso del Sodalicio exigen justicia);
  • la perspectiva de los perpetradores (en el caso del Sodalicio el perpetrador niega toda responsabilidad).

– Los espectadores: algunos neutrales, otros salvadores de las víctimas, otros salvadores de los perpetradores.

4. Restauración:

– No se puede regresar a como era antes.

– Sólo se puede reconstruir si se reconoce el impacto de la violencia.

– No hay posibilidad de restauración si no se reconoce el mal causado.

– Preguntas que una comunidad tiene que hacerse:

  • ¿Qué significa que la violencia haya estado en medio de nosotros?
  • ¿Cómo podemos entender que la violencia de la comunidad nos haya llenado de rabia?
  • ¿Cómo hacer para que nuestra comunidad no tenga tendencias violentas?

Texto original: http://rocio-figueroa.blogspot.de/2015/12/la-dinamica-de-violencia-en-el-scv.html

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FUENTE

R. Ruard Ganzevoort, Violence within the church. Paper for the 2nd International NOSTER Conference, Soesterberg NL 21-01-2003.
http://www.ruardganzevoort.nl/pdf/2003_Violence.pdf

EL NEO-GNOSTICISMO DEL “ILUMINADO” FIGARI

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Luis Fernando Figari creía ser poseedor de un pensamiento único, recibido por inspiración del Espíritu Santo, que lo convertía en un elegido, apto para liderar un grupo cristiano de élite capaz de transformar el mundo.

Han pasado más de 40 años desde que se iniciara esta empresa religiosa, y ese pensamiento ha mostrado no ser más que una colección de lugares comunes agrupados en una síntesis fundamentalista mediocre que más se parece a una ideología que a una espiritualidad viva y en desarrollo.

Por otra parte, es casi nula la influencia que ha tenido el Sodalicio en la configuración del mundo a lo largo de estas cuatro décadas. Lo que la institución sí ha logrado cambiar drásticamente son las vidas de decenas de jóvenes, que han visto truncadas sus esperanzas y han sido gravemente dañados en sus historias personales.

Reproduzco a continuación, con la debida autorización, un texto de Rocío Figueroa, donde analiza el tipo de conocimiento que postulaba Figari y que yo recuerdo como una amalgama de teología tradicional y espiritualidad vetusta con parches de filosofía trasnochada, integrismo fascista, esoterismo hindú, psicología especulativa y ciencia-ficción apocalíptica.

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LOS PROBLEMAS TEOLÓGICOS DEL SODALICIO: EL NEO-GNOSTICISMO DE FIGARI
por Rocío Figueroa

No se puede deslindar la teología de la vida moral de Figari, justamente porque la teología es la reflexión sobre la Revelación y de cómo se vive la fe en la historia. La teología no nace en una biblioteca, sino en el discipulado. Si el fundador fue un pederasta, hay que revisar la reflexión de la fe y su aplicación en la historia que nace del perpetrador. Porque fe y vida, teología y vida, espiritualidad y vida no se pueden separar.

Como bien sabemos, el gnosticismo fue una secta al interior de la Iglesia que confundió a muchos creyentes y buscaba llegar a la salvación a través del “conocimiento” y la “iluminación”. Un elemento típico de un grupo con características sectarias es que el fundador se presenta como el “iluminado”. Figari nos hacía creer que él con la mirada podía analizar el alma de los otros y que su pensamiento era único. Él mismo desarrolló una teoría que siguió vigente al menos hasta el año 2010. A todos sus cercanos nos mandó a leer la novela El hombre demolido de Alfred Bester, que trataba de una sociedad con un grupo de “ésperes”, telépatas iluminados que podían leer la mente de los otros y tener cierto poder sobre los demás. Figari además decidía quienes eran los “ésperes” de la comunidad y a éstos se les rendía un respeto reverencial, porque tenían algo que los demás no teníamos. No sólo eso, un par de consagrados tenía la responsabilidad de darle un fundamento teórico desde la psicología a esta teoría. Y así lo hicieron.

Esta teoría de los “iluminados” es la misma que tenía la secta del gnosticismo en los inicios del cristianismo. Obviamente, esta doctrina de los “ésperes” no llegó al Movimiento de Vida Cristiana —¡gracias a Dios!—, sino que se quedó en el grupo de los “iluminados”, o sea, los consagrados.

Figari se consideraba tan iluminado que no dejaba que nadie escribiera libros. Los que logramos publicar alguno, fue bajo su total revisión y control. Y siempre señalaba: «tienes que ser fiel a mi pensamiento». Es más, recuerdo que la parte más creativa, personal y experiencial de uno de mis artículos me la cortó sin problema, pues no expresaba “su pensamiento”. O sea no expresaba el pensamiento del “iluminado”.

Creo que uno de los aspectos de esta “iluminación” y “gnosis” que influyó a todos fue la desmedida importancia que Figari le dio a la “fe en la mente”, justamente al “conocimiento como medio de salvación”. Una importancia que puede ser muy dañina si no se equilibra con la fe en el corazón y la fe en la acción.

Como bien sabemos, Figari tenía una actitud muy negativa hacia toda la dimensión afectiva de la fe y de las relaciones humanas. En sus estudios sobre perpetradores sexuales (Comprehending and Rehabilitating Roman Catholic Clergy Offenders of Child Sexual Abuse, Journal of Child Sexual Abuse, 24:7, 772-795), Jane Anderson afirma que estos tienen serios problemas afectivos y éstos los manifiestan en medidas represivas hacia los sentimientos de los demás.

Si un sodálite era muy afectivo, Figari lo llamaba públicamente “desordenado” y este calificativo se hizo famoso en el Movimiento. Alguien que fuera muy sensible era llamado susceptible, alguien muy afectivo o emocional era acusado despectivamente de “feeling” o “hembrita”. Por eso incluso las canciones tenían que ser militantes, agresivas y mostrar poca sensibilidad.

Al mismo tiempo la “fe en la acción” de Figari dejaba mucho que desear: nunca lo vimos trabajando con los pobres, ni visitando a los enfermos, ni siendo caritativo. No sabía pedir perdón y si alguien se equivocaba, tenía todo menos caridad. El juicio sobre Figari se lo dejo a Dios, pero sí puedo evaluar sus actos. Entonces al presentar una fe desvinculada de los afectos y del núcleo de la caridad nos quedamos con una ideología, una doctrina vacía.

El cardenal John Henry Newman consideraba un gran peligro sobrevalorar aquello que se puede argumentar explícitamente y olvidar que las “razones reales” comprometen a toda la persona y no sólo la capacidad de articular un argumento. Según él, «una cognición desencarnada era un camino reductivo y falso; sólo una razón existencialmente integrada podría alcanzar la verdad religiosa»1. En este sentido, una persona que creó una espiritualidad y ésta no estaba integrada en su vida, ¿podía acaso alcanzar realmente la verdad religiosa?

Por ello, creo que es importante re-evaluar el equilibrio entre las dimensiones de la fe y la valoración que se da a éstas y sobre todo desterrar toda pretensión de «iluminación». Considero además que la dimensión afectiva y cordial de la fe es un elemento a integrar de manera más sana.

El peligro de darle una sobre-importancia a la “fe en la mente” es que se corre el riesgo del empirismo racionalista del que habla Newman, de creernos nuestras ideas, de pensar que somos buenos porque pensamos cosas buenas, de creernos dueños de la verdad o superiores al resto. En eso Dietrich von Hildebrandt es muy agudo al darle la centralidad al “corazón” como centro de pensamientos, afectos y emociones.

Figari, en cambio, todo el tiempo centraba la importancia en la mente refiriéndose a San Pablo. que invitaba a convertirse a través de la renovación de la mente. Sin embargo, no se puede leer sólo un pasaje de la Biblia para definir la conversión. Hay que leerla toda integralmente y el centro de la conversión Jesús la repetía sin cesar: «ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Éste fue el núcleo del mensaje de Cristo.

En eso creo que es importante la recomendación de Romano Guardini, quien señala que la bondad es el valor por excelencia que incluso valida el criterio de verdad: con frecuencia se olvida de que uno puede «saber mucho, ser un experto, crear, tener poder, disfrutar de la vida en los más diferentes aspectos…, pero si no soy bueno me falta lo verdaderamente definitivo»2.

Verdad sin bondad es ideología. Recordemos que incluso los demonios reconocían que Jesús era Hijo de Dios, estaban muy bien formados, pero no eran buenos. Entonces la validez de la espiritualidad estará no tanto en tener ideas muy “ortodoxas”, sino en la bondad de seguir el Evangelio con sinceridad de corazón y rectitud de conciencia.

1 Romano Guardini, Ética. Lecciones en la Universidad de Munich, BAC, Madrid, 2000, 75.
2 M. P. Gallagher, «Allargare l’intelletto verso l’amore», en: L. Leuzzi ed., La carità intellettuale. Percorsi culturali per un nuovo umanesimo, Città del Vaticano 2007, 20.

Texto original: http://rocio-figueroa.blogspot.de/2015/12/los-problemas-teologicos-del-sodalicio_12.html