EL NEO-GNOSTICISMO DEL “ILUMINADO” FIGARI

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Luis Fernando Figari creía ser poseedor de un pensamiento único, recibido por inspiración del Espíritu Santo, que lo convertía en un elegido, apto para liderar un grupo cristiano de élite capaz de transformar el mundo.

Han pasado más de 40 años desde que se iniciara esta empresa religiosa, y ese pensamiento ha mostrado no ser más que una colección de lugares comunes agrupados en una síntesis fundamentalista mediocre que más se parece a una ideología que a una espiritualidad viva y en desarrollo.

Por otra parte, es casi nula la influencia que ha tenido el Sodalicio en la configuración del mundo a lo largo de estas cuatro décadas. Lo que la institución sí ha logrado cambiar drásticamente son las vidas de decenas de jóvenes, que han visto truncadas sus esperanzas y han sido gravemente dañados en sus historias personales.

Reproduzco a continuación, con la debida autorización, un texto de Rocío Figueroa, donde analiza el tipo de conocimiento que postulaba Figari y que yo recuerdo como una amalgama de teología tradicional y espiritualidad vetusta con parches de filosofía trasnochada, integrismo fascista, esoterismo hindú, psicología especulativa y ciencia-ficción apocalíptica.

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LOS PROBLEMAS TEOLÓGICOS DEL SODALICIO: EL NEO-GNOSTICISMO DE FIGARI
por Rocío Figueroa

No se puede deslindar la teología de la vida moral de Figari, justamente porque la teología es la reflexión sobre la Revelación y de cómo se vive la fe en la historia. La teología no nace en una biblioteca, sino en el discipulado. Si el fundador fue un pederasta, hay que revisar la reflexión de la fe y su aplicación en la historia que nace del perpetrador. Porque fe y vida, teología y vida, espiritualidad y vida no se pueden separar.

Como bien sabemos, el gnosticismo fue una secta al interior de la Iglesia que confundió a muchos creyentes y buscaba llegar a la salvación a través del “conocimiento” y la “iluminación”. Un elemento típico de un grupo con características sectarias es que el fundador se presenta como el “iluminado”. Figari nos hacía creer que él con la mirada podía analizar el alma de los otros y que su pensamiento era único. Él mismo desarrolló una teoría que siguió vigente al menos hasta el año 2010. A todos sus cercanos nos mandó a leer la novela El hombre demolido de Alfred Bester, que trataba de una sociedad con un grupo de “ésperes”, telépatas iluminados que podían leer la mente de los otros y tener cierto poder sobre los demás. Figari además decidía quienes eran los “ésperes” de la comunidad y a éstos se les rendía un respeto reverencial, porque tenían algo que los demás no teníamos. No sólo eso, un par de consagrados tenía la responsabilidad de darle un fundamento teórico desde la psicología a esta teoría. Y así lo hicieron.

Esta teoría de los “iluminados” es la misma que tenía la secta del gnosticismo en los inicios del cristianismo. Obviamente, esta doctrina de los “ésperes” no llegó al Movimiento de Vida Cristiana —¡gracias a Dios!—, sino que se quedó en el grupo de los “iluminados”, o sea, los consagrados.

Figari se consideraba tan iluminado que no dejaba que nadie escribiera libros. Los que logramos publicar alguno, fue bajo su total revisión y control. Y siempre señalaba: «tienes que ser fiel a mi pensamiento». Es más, recuerdo que la parte más creativa, personal y experiencial de uno de mis artículos me la cortó sin problema, pues no expresaba “su pensamiento”. O sea no expresaba el pensamiento del “iluminado”.

Creo que uno de los aspectos de esta “iluminación” y “gnosis” que influyó a todos fue la desmedida importancia que Figari le dio a la “fe en la mente”, justamente al “conocimiento como medio de salvación”. Una importancia que puede ser muy dañina si no se equilibra con la fe en el corazón y la fe en la acción.

Como bien sabemos, Figari tenía una actitud muy negativa hacia toda la dimensión afectiva de la fe y de las relaciones humanas. En sus estudios sobre perpetradores sexuales (Comprehending and Rehabilitating Roman Catholic Clergy Offenders of Child Sexual Abuse, Journal of Child Sexual Abuse, 24:7, 772-795), Jane Anderson afirma que estos tienen serios problemas afectivos y éstos los manifiestan en medidas represivas hacia los sentimientos de los demás.

Si un sodálite era muy afectivo, Figari lo llamaba públicamente “desordenado” y este calificativo se hizo famoso en el Movimiento. Alguien que fuera muy sensible era llamado susceptible, alguien muy afectivo o emocional era acusado despectivamente de “feeling” o “hembrita”. Por eso incluso las canciones tenían que ser militantes, agresivas y mostrar poca sensibilidad.

Al mismo tiempo la “fe en la acción” de Figari dejaba mucho que desear: nunca lo vimos trabajando con los pobres, ni visitando a los enfermos, ni siendo caritativo. No sabía pedir perdón y si alguien se equivocaba, tenía todo menos caridad. El juicio sobre Figari se lo dejo a Dios, pero sí puedo evaluar sus actos. Entonces al presentar una fe desvinculada de los afectos y del núcleo de la caridad nos quedamos con una ideología, una doctrina vacía.

El cardenal John Henry Newman consideraba un gran peligro sobrevalorar aquello que se puede argumentar explícitamente y olvidar que las “razones reales” comprometen a toda la persona y no sólo la capacidad de articular un argumento. Según él, «una cognición desencarnada era un camino reductivo y falso; sólo una razón existencialmente integrada podría alcanzar la verdad religiosa»1. En este sentido, una persona que creó una espiritualidad y ésta no estaba integrada en su vida, ¿podía acaso alcanzar realmente la verdad religiosa?

Por ello, creo que es importante re-evaluar el equilibrio entre las dimensiones de la fe y la valoración que se da a éstas y sobre todo desterrar toda pretensión de «iluminación». Considero además que la dimensión afectiva y cordial de la fe es un elemento a integrar de manera más sana.

El peligro de darle una sobre-importancia a la “fe en la mente” es que se corre el riesgo del empirismo racionalista del que habla Newman, de creernos nuestras ideas, de pensar que somos buenos porque pensamos cosas buenas, de creernos dueños de la verdad o superiores al resto. En eso Dietrich von Hildebrandt es muy agudo al darle la centralidad al “corazón” como centro de pensamientos, afectos y emociones.

Figari, en cambio, todo el tiempo centraba la importancia en la mente refiriéndose a San Pablo. que invitaba a convertirse a través de la renovación de la mente. Sin embargo, no se puede leer sólo un pasaje de la Biblia para definir la conversión. Hay que leerla toda integralmente y el centro de la conversión Jesús la repetía sin cesar: «ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Éste fue el núcleo del mensaje de Cristo.

En eso creo que es importante la recomendación de Romano Guardini, quien señala que la bondad es el valor por excelencia que incluso valida el criterio de verdad: con frecuencia se olvida de que uno puede «saber mucho, ser un experto, crear, tener poder, disfrutar de la vida en los más diferentes aspectos…, pero si no soy bueno me falta lo verdaderamente definitivo»2.

Verdad sin bondad es ideología. Recordemos que incluso los demonios reconocían que Jesús era Hijo de Dios, estaban muy bien formados, pero no eran buenos. Entonces la validez de la espiritualidad estará no tanto en tener ideas muy “ortodoxas”, sino en la bondad de seguir el Evangelio con sinceridad de corazón y rectitud de conciencia.

1 Romano Guardini, Ética. Lecciones en la Universidad de Munich, BAC, Madrid, 2000, 75.
2 M. P. Gallagher, «Allargare l’intelletto verso l’amore», en: L. Leuzzi ed., La carità intellettuale. Percorsi culturali per un nuovo umanesimo, Città del Vaticano 2007, 20.

Texto original: http://rocio-figueroa.blogspot.de/2015/12/los-problemas-teologicos-del-sodalicio_12.html