OBEDIENCIA Y REBELDÍA

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Una de las cosas que siempre me ha ocasionado rechazo en muchos hombres de Iglesia ha sido su pretensión de tratar a los fieles católicos como un rebaño, como un conjunto de ovejas cuyo principal deber es obedecer, como seres humanos que padecen un determinado grado de ignorancia respecto a los asuntos más importantes de la vida y que sólo vencen esta ignorancia en la medida en que son instruidos por ellos mismos y siguen a pie juntillas lo que ellos enseñan, no obstante que la impresión que ellos mismos dan —salvo contadas excepciones— es de una mediocridad insondable. No sé si tengo esta predisposición por natural propio, o tal vez heredada de mi madre, la cual si bien nunca dudó de su condición de católica, comenzó a preocuparse por mi futuro cuando me vio involucrado con el Sodalitium Christianae Vitae (SCV), temiendo que tanto interés por la religión católica me llevara a terminar de cura, lo cual significaba para ella una vida marcada por la mediocridad. Lo de mi madre no era una conclusión meditada, sino una espontánea reacción ante lo que naturalmente irradiaban tantos pastores de la Iglesia.

Curiosamente, yo mismo siempre he compartido esta reacción. Será tal vez éste uno de los motivos por los que nunca me sentí atraído por la carrera sacerdotal, no obstante reconocer actualmente que se trata de una opción de vida a través de la cual un hombre puede realizarse plenamente, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor que es Jesús, que da su vida por sus ovejas, las trata con amor, respeta su libertad y su dignidad, e incluso aprende con humildad de ellas. Sin embargo, cuando tomé contacto con el Sodalitium me encontraba en una encrucijada de mi vida, en la cual se me abría, como una de tantas posibilidades, la de alejarme de la Iglesia, porque se me presentaba sin sustancia, algo así como un club familiar para personas sin aspiraciones y satisfechas con su propia mediocridad de humanos decentes, borregos que pacen en el redil de una moral burguesa, sin riesgos, sin compromisos, sin aventura, sin nada que los lleve más allá, por caminos incógnitos, en busca del secreto íntimo de la existencia y del sentido de la vida misma.

El Sodalitium me ofreció un espacio de rebeldía, que creaba posibilidades de comprometerse con Cristo y con la Iglesia, pero a la vez no siendo parte de la masa inerte que no ve más allá de sus propias narices. No había eclesiásticos entre nosotros, no le debíamos obediencia a ninguno, y desde esa posición teníamos la libertad y el desparpajo de criticar a los miembros del clero —entre nosotros por supuesto—, juzgando quién se comportaba de acuerdo a su dignidad sacerdotal y quién no. En cierto sentido, considerando que me sentí atraído por la figura de Jesús y por el misterio de la Iglesia sobre la base de un discurso que criticaba al clero, terminé sintiéndome como un anticlerical al servicio de la Iglesia.

Esta distinción entre Iglesia y hombres de Iglesia asumida casi inconscientemente desde un principio me ha acompañado toda mi vida desde entonces y ha sido para mi garantía de libertad, así como también ancla que ha mantenido firme mi fe a lo largo de los embates de mi existencia. «Los hombres de Iglesia no son la Iglesia», le decía Juana de Arco a los jueces eclesiásticos que le decían: «La Iglesia te condena». Esta distinción es esencial para no caer en un clericalismo que sólo tiende a confundir las cosas, y que lleva a una especie de fanatismo en el cual se asume que defender a la Iglesia consiste en defender a las autoridades eclesiales —llámense obispos y sacerdotes— a toda costa y hacerlas inmunes a toda crítica, a no ser que caigan en faltas graves públicas —las ocultas no cuentan—, en cuyo caso se les abandona a su suerte. Pueden ser incluidos entre las autoridades los fundadores y superiores de comunidades religiosas o de vida consagrada. Los laicos comunes y corrientes no entran dentro de la categoría de personas a las que se debe defender, y aun siendo miembros vivos de la Iglesia, no se les toma en cuenta cuando se habla de la Iglesia en el lenguaje coloquial.

Nuestra fidelidad como cristianos tiene como referencia a la Iglesia, un misterio en que se manifiesta la presencia invisible pero real de Dios, y no se fundamenta sobre los hombres concretos que forman parte de ese Pueblo de Dios. La Iglesia es ese misterio de Amor que se expresa en la comunidad viviente de los creyentes, del cual las autoridades son una parte, que deben estar siempre al servicio de los fieles y del bien común. Se puede ciertamente guardar fidelidad a los hombres —como la fidelidad que tiene un amigo con otro amigo, que nunca lo abandona—, pero no a costa de la verdad y la justicia. En ese sentido, he buscado no traicionar nunca la confianza de aquellos con quienes me he comprometido personalmente, independientemente de cuáles sean sus historias personales y sus opciones morales.

Presentándose el Sodalitium Christianae Vitae como una comunidad de amigos al servicio de la Iglesia, me quedó claro en ese entonces con quiénes me debía comprometer. Y también contra quiénes me debía rebelar. Al respecto se puede detallar una larga lista: mi madre, mis compañeros de colegio —a no ser que pudiera convertirlos —, mis amigos mundanos, los adultos de mi entorno cercano, mis profesores de colegio, los católicos mediocres, los marxistas, los partidarios del capitalismo liberal, los partidarios de la teología de la liberación, los curas críticos del Papa, los curas integristas, los curas que celebran mal la liturgia de la Iglesia, los curas que no usan vestimenta clerical, los curas reducidos al estado laical, los curas etcétera etcétera etcétera, los grupos juveniles parroquiales, los carismáticos —que eran incluso objeto de burla—, y más adelante mis profesores de teología que tuvieran ideas liberales o progresistas. Ni siquiera el Opus Dei quedaba libre de sospecha, al cual se le criticaba su resistencia parcial ante las reformas habidas después del Concilio Vaticano II y su falta de transparencia en sus actividades proselitistas, así como su marcado clericalismo… ¡cómo no!

Paradójicamente, como contrapartida a esta rebeldía se exigía en el Sodalitium una obediencia absoluta a sus autoridades. Al principio esta obediencia era entusiasta y de buena voluntad de nuestra parte, pues nos sentíamos deslumbrados por ciertas personalidades, que parecían encarnar un sano espíritu de rebeldía y oposición al mundo que rechazábamos. Sobre todo porque decían y hacían cosas fuera de lo común y parecían penetrarnos con su mirada y llegar a conocer hasta los más íntimos recovecos de nuestro ser. No sé si esto último fuera cierto, pero por lo menos nos lo parecía. De esta manera se cerraba el círculo. Y digo literalmente que se cerraba, porque todo el género humano quedaba separado a partir de entonces en dos ámbitos: los pocos que estábamos dentro del círculo y el resto.

La obediencia sodálite pretendía abarcar todos los aspectos de la persona. No sólo debíamos hacer lo que se nos ordenaba, sino también pensar y querer lo que se nos decía que debíamos pensar y querer. Si queríamos efectivamente cambiar el mundo —«de salvaje en humano, de humano en divino», según frase del Papa Pío XII (Exhortación a los fieles de Roma, 10 de febrero de 1952)—, entonces debíamos actuar como una máquina de combate, donde todos los miembros colaboran en vistas a un único fin y donde la menor disidencia es fatal. «El espíritu de independencia es la muerte de comunidad», se decía en un reglamento que Luis Fernando Figari, Superior General del Sodalitium hasta el año 2010, elaboró para las comunidades sodálites. Por “espíritu de independencia” se entendía algo más que un mero individualismo; se refería a toda iniciativa, todo pensamiento, toda acción que tuviera lugar sin considerar los fines del Sodalitium y sin tener en cuenta lo que el superior dispusiera. Por ejemplo, no había libertad para leer un libro sin que el superior de turno lo autorizara —aunque a veces se aplicaba esto de manera un poco más suelta, especialmente con aquellos que tenían más tiempo en la institución—. No estaba permitido pensar nada que no fuera compatible con el pensamiento único que imperaba en el Sodalitium y que tenía su fuente principal en Luis Fernando Figari. No había lugar para las propias aspiraciones personales. El propio futuro profesional debía ponerse al servicio de los fines del Sodalitium, pues nuestra felicidad se identificaba con ser buenos sodálites, ser santos, y ser sodálite primaba sobre cualquier otra cosa que fuéramos, cualquier cosa que decidiéramos estudiar o aprender, cualquier título académico que obtuviéramos. Y todo ello requería de la aprobación de los superiores y, en última instancia, de Luis Fernando mismo.

El control llegaba hasta el lenguaje —pues es sabido que quien controla el lenguaje, controla el pensamiento—. En el Sodalitium se fue creando un léxico propio, que debía ser vehículo de expresión de la espiritualidad sodálite y al cuál debían ceñirse todos los sodálites. A la vez, había términos que quedaban excluidos o eran reemplazados por otros.

Por ejemplo:

  • “Reconciliación” sustituye a “salvación” o “redención”.
  • “Alma” es excluido del lenguaje, “espíritu” está permitido.
  • “Plan de Dios” se permite, sustituyendo a “voluntad de Dios”, que no se permite.
  • “Dinamismo”, “ámbito” y “concreto” son palabras frecuentes, sin un significado claramente definido y determinado.
  • “Dios Amor” y “el Señor Jesús” son permitidos y muy frecuentes, tendiéndose a evitar expresiones más afectivas y naturales como “mi Dios”, “nuestro Dios”, “nuestro Señor Jesucristo” o “Jesucristo” simplemente.
  • “Ofensa” no era permitido para referirse al pecado (pues a Dios no se le puede ofender).

El resultado era curioso y a veces desconcertante. Para mucha gente la manera de hablar de los miembros del Sodalitium Christianae Vitae y de la Familia Sodálite parecía poco natural y postiza. Se originaba una especie de comunicación verbal ajena al común de los mortales, que requería a veces de traducción. Lo insólito de todo esto es que si aplicáramos a rajatabla estas reglas, habría que corregir incluso partes de la versión actual del Padrenuestro aprobada oficialmente por la Iglesia, a saber:

  • «Padre nuestro»
  • «hágase tu voluntad»
  • «perdona nuestras ofensas»

La obediencia se orientaba a lograr una unidad en varios aspectos, que originalmente se expresó como unidad de pensamiento, unidad de corazón, unidad de acción, unidad de oración, unidad de apostolado1. La “unidad de pensamiento” se reformuló posteriormente como “unidad de ideales”, lo cual, sin embargo, no significó en la práctica una modificación de la disciplina dirigida a lograr que todos los sodálites pensaran de la misma manera, que, en el fondo, no era otra cosa que la manera de pensar de Luis Fernando mismo. No es otro el motivo por el cual los libros publicados por miembros del Sodalitium y organizaciones afines se parecen tanto en los contenidos como en la manera de expresarse, teniendo en cuenta que eran revisados y corregidos por el mismo Luis Fernando antes de su publicación. La creatividad y el desarrollo de ideas propias no halla lugar dentro de estas coordenadas. Esto explica en parte la mediocridad, estrechez de miras y carencia de interés que reflejan las últimas publicaciones sodálites. Y la falta de un continuo desarrollo del pensamiento base, consecuencia ineludible del sofocamiento sistemático del interés intelectual y su reducción a los límites ideológicos preestablecidos.

Para lograr una obediencia férrea de todos sus miembros, los superiores del Sodalitium han aplicado técnicas de control mental, tendientes a socavar la autoestima y eliminar toda voluntad propia. Una de esas técnicas era la obediencia exigida a órdenes absurdas, es decir, órdenes que en sí mismas no tenían un fin en sí mismas, pero que debían ser obedecidas a toda costa, lo cual requería por parte del que obedecía una suspensión del entendimiento y un cumplimiento efectivo de lo ordenado, sin mediar objeciones. Incluso respecto a órdenes que tenían un fin determinado, pero que no era comprendido por el ejecutor de la orden, se exigía un cumplimiento inmediato, sin que se explicaran los motivos y, peor aún, sin que quedara abierta la posibilidad de preguntar por esos motivos. Las faltas contra la obediencia eran consideradas las más graves y eran castigadas en consecuencia. Según el mismo Luis Fernando, debíamos ser como un ejército donde todos cumplieran su función y eso no era posible sin la obediencia incondicional de todos.

De ahí que la obediencia fuera designada en el Sodalitium como la virtud por excelencia, como lo expresa el mismo Figari en su Memoria 1985, que lleva como título Por los caminos de Dios:

«Si bien ningún cristiano puede prescindir de la obediencia, independientemente de su estado, para el sodálite es como una columna vertebral. La obediencia tiene una dimensión interior que debe acompañarnos en todo momento. La actitud de apertura y acogida que ella supone deben ser motivo de cultivo asiduo. Virtud por excelencia de Cristo y Santa María, tiene un dinamismo ejemplar de configuración. El sentido ascético de la obediencia debe ayudarnos a estar plenamente disponibles para el cumplimiento del Plan de Dios, y ciertamente a la propia disciplina espiritual» (Memoria 1985).

No niego que la obediencia a la Palabra de Dios y a las instancias humanas en que ella se manifiesta sean algo fundamental en la vida del cristiano creyente. Pero por encima de la obediencia se sitúan siempre la fe y el amor, fuente de la libertad de los hijos de Dios, la cual permite una participación comprometida en el Pueblo de Dios que es la Iglesia, participación que se sitúa por encima de toda mediación institucional. Claramente se dice en el ritual de renovación de promesas bautismales:

«…recuerda que el día de tu Bautismo renunciaste a las seducciones del Maligno, como son: creerte el mejor; hacerte superior; estar muy seguro de ti mismo; creer que ya estás convertido del todo; quedarte en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos y no ir a Dios».

A los sodálites se les exige un acto de fe adicional: creer que la voz de Dios se manifiesta a través del Sodalitium y en particular a través de la voz del superior, sobre todo la de Luis Fernando Figari. Más aún, consideran que la aprobación pontificia que han recibido en 1997 es una confirmación irrefutable de esa creencia, sin tener en cuenta que existen varios casos de instituciones aprobadas por la Santa Sede en las cuales han ocurrido incidentes escandalosos y tienen incluso aspectos ideológicos y disciplinares cuestionables, como, por ejemplo, los Legionarios de Cristo. Personalmente, los sodálites por lo general no conciben su pertenencia a la Iglesia si no es a través de la mediación del Sodalitium. Esta creencia los lleva no sólo a la convicción errónea de que un cuestionamiento del Sodalitium es un cuestionamiento de la Iglesia, sino también a mantener una obediencia casi ciega a sus superiores, y a sacrificar su razón y su libertad en aras de ello.

La práctica de la obediencia era apuntalada en el Sodalitium por máximas que se repetían continuamente:

  • La obediencia es la columna vertebral del sodálite.
  • El pecado original fue principalmente un pecado desobediencia.
  • Se debe obedecer al superior en todo, menos en lo que sea pecado.
  • Quien sabe obedecer, sabrá después mandar.
  • El que obedece no se equivoca.

Esta última máxima se complementaba con la explicación de que, si bien el subordinado podía no conocer el sentido de la orden, el superior sí sabía por qué se daba la orden, por lo cual el que obedecía tenía que confiar en que eso era lo mejor y confiar ciegamente en el que daba la orden. Si lo ordenado era errado, la responsabilidad recaía en el superior y no en el que obedecía. Aun cuando el que obedecía pensaba que lo mandado constituía un error, debía obedecer. Una obediencia así planteada terminaba por enajenar la propia responsabilidad, pues ésta se transfería a otro —el superior— y a la larga terminaba produciendo personalidades alienadas que no sabían por qué actuaban y que sólo debían estar convencidas de que lo que hacían era lo mejor. Su única responsabilidad era buscar los medios para poder cumplir más eficazmente la orden, no tratar de entender el porqué de ella.

Esto sólo era posible sobre la base de una estructuración jerárquica y marcadamente vertical de las comunidades, estableciéndose una división entre los que saben y tienen cargos superiores, y los que no saben y están más abajo en la escala de rangos. Y los que saben no siempre estaban dispuestos a compartir la información que tenían, pues cierto grado de secreto garantizaba el dominio sobre los que no saben. Como es bien sabido, la ignorancia es semillero de sumisión. En este esquema, la ascensión en la escala de jerarquías garantizaba el acceso a mayor información.

Asimismo, la doctrina bíblica de que todo ser humano tiene un “hombre viejo” u “hombre de pecado” que se rebela contra el Plan de Dios y debe ser sustituido por el “Hombre Nuevo” que es Jesús, Dios hecho hombre, era instrumentalizada —no sé si a sabiendas o no— a fin de lograr una obediencia incondicional, minando a la vez la autoestima. Cualquier crítica, pregunta incómoda, objeción, por más válidas que fueran, eran acalladas mediante el argumento de que tenían su origen en el “hombre viejo”. Insistir era inútil, pues implicaba el riesgo de ser sometido a un castigo o medida disciplinaria. Sea como sea, las preguntas quedaban sin respuesta.

Este sistema, aplicado sin salvaguardias, termina hiriendo profundamente la psique humana y creando personas dependientes, incapaces de asumir responsabilidades por sí mismas en muchos asuntos. Además relega a un segundo plano lo que debe constituir la piedra angular del actuar responsable: la obediencia a la propia conciencia. ¡Cuántas barbaridades llegamos a cometer sólo porque no consultamos nuestra conciencia y asumimos que lo que hacíamos estaba bien, oleado y sacramentado, sólo porque actuábamos por obediencia! Yo mismo le oí decir a Luis Fernando en San Bartolo, un balneario al sur de Lima donde el Sodalitium mantiene casas de formación para sus miembros, que si él nos ordenaba que estrelláramos nuestras cabezas contra un muro de piedras, sólo éramos buenos sodálites si obedecíamos.

Por obediencia escribí el borrador de una tesis sobre la reconciliación en la teología para que otro sodálite de menor capacidad intelectual pudiera obtener el grado académico de licenciado en teología. Por obediencia yo y otro sodálite le dimos forma a una caótica tesis de tema jurídico-eclesiático que había elaborado un tercer sodálite y que también le serviría para obtener su licenciatura en teología. Por obediencia firmé un documento por el cual cedía a perpetuidad los derechos de algunas canciones compuestas por mí e interpretadas por Takillakkta, el grupo de música vernácula del Sodalitium, al Instituto Cultural Teatral y Social (ICTYS), una asociación de fachada del Sodalitium, sin que tuviera ninguna otra opción y sin ser informado de las consecuencias a futuro. Por obediencia firmé actas de reuniones del directorio de la asociación Vida y Espiritualidad —de la cual yo figuraba como miembro—, actas que eran obligatorias por ley, sin que las reuniones a que se referían se hubieran llevado jamás a cabo y sin que yo tuviera ninguna injerencia en la gestión de la asociación, que era en realidad gestionada por una sola persona, a saber, Germán Doig.

Por obediencia hice sentadillas con un saco de cemento de más de 40 kilos sobre la espalda, lo cual me dejó una semana sin poder inclinarme, obligándome a usar una faja hasta que los músculos dorsales hubieran sanado. Por obediencia he tenido que pasar noches en vela, aun cuando estuviera cansado, sin saber el motivo. Por obediencia he tenido que meterme al mar a las cuatro de la madrugada todos los días durante siete meses.

Por obediencia dejé que me dieran dos correazos sobre la espalda desnuda, estando a cuatro patas como un perro. Fue en 1983 durante una reunión con Luis Fernando en la desaparecida comunidad San Aelred, ubicada entonces en la Av. Brasil 3029 (Magdalena del Mar, Lima), estando presentes el superior Germán Doig y los demás miembros de la comunidad. La orden fue dada directamente por Luis Fernando y ejecutada por otro sodálite, a quien le vi titubear antes de propinar el primer correazo, por lo cual la orden le tuvo que ser repetida. Por lo menos hubo una señal de que la conciencia no había sido anestesiada en él. Poco tiempo después abandonaría el Sodalitium. El primer correazo, además de dejarme una marca, me hizo temblar de pies a cabeza. A continuación, Figari insistió en que se me diera un segundo correazo. El sódalite obedeció esta vez sin protestar. Cuando pensé que iba a venir el tercer correazo, la sola idea me produjo espasmos como si ya lo hubiera recibido. Figari detuvo entonces la prueba. Me preguntó cómo me sentía. Yo entonces dije que bien, pues me sentía orgulloso de haber soportado esa prueba sin ningún gemido. Luis Fernando concluyó entonces que ese tipo de ascesis fomentaba la soberbia y, por lo tanto, la espiritualidad sodálite le daba prioridad a las mortificaciones espirituales, que implicaban asumir con alegría los sufrimientos que de por sí trae la vida. Con esto quería demostrar que las mortificaciones corporales no tenían mucho sentido. Por cierto, esa reflexión no hizo que me desaparecieran de inmediato las marcas y el dolor que me habían dejado los correazos.

Pero no todo se daba sin fricciones, pues yo siempre he sido rebelde por naturaleza, y mi fidelidad a la Iglesia católica se la debo en parte al hecho de que el mundo actual es en gran parte contrario o indiferente a los principios de la fe cristiana y nunca he sentido la tentación de acomodarme a lo establecido. Lo cual no quita que me sienta insurgir el hígado, el páncreas y la vesícula contra la mediocridad y necedad enquistadas en varias áreas del catolicismo actual.

Es así que cuando Germán Doig me ordenó velar toda la noche en la capilla de la comunidad Nuestra Señora del Pilar (Barranco, Lima) en adoración al Santísimo, sólo por haber cabeceado durante la misa dominical en la iglesia de San José (Miraflores, Lima), cumplí a medias. Efectivamente, pasé la noche en la capilla, pero dormido en el suelo, arropado en una frazada que tomé a hurtadillas cuando todos se hubieron dormido y que devolví a su sitio antes de que todos se despertaran. He de admitir que me sentí humanamente frágil ante Jesús Sacramentado, pero protegido por su cálida misericordia durante el sueño. Pues Él no sólo cabeceó, sino que se quedó dormido en la barca cuando los Apóstoles necesitaban de Él en medio de la tormenta.

Tampoco pude someterme a la prohibición de escuchar todo tipo de música que no sea religiosa en las casas sodálites. Para mí renunciar a la música era como cortarme las venas, mutilarme espiritualmente. Y me resultaba absurdo el argumento aducido por Luis Fernando para prohibir incluso la música clásica profana —como las sinfonías de Beethoven, por ejemplo—: porque supuestamente despertaba sentimientos y pasiones, y los sodálites debían guiarse primordialmente por el entendimiento, sin caer en sentimentalismos de ninguna clase. Es así que apliqué algunas estrategias para evadir la orden. Además de canto gregoriano y piezas barrocas de tema religioso, ponía cantatas profanas y piezas de ópera, que hacía pasar por religiosas, gracias a la ignorancia musical e idiomática de mis congéneres sodálites. También me compré en secreto un walkman, en el cual podía escuchar la música que me viniera en gana durante las noches y cuando salía a la calle, sin que nadie se diera cuenta. En ocasiones, cuando me quedaba solo en una casa sodálite disponía de momentos para escuchar música, siempre atento al sonido de una puerta que se abriera, a fin de cambiar la música que estaba escuchando por la música religiosa permitida. De diciembre de 1992 a julio de 1993, durante mis últimos meses en la comunidad Inmaculada del Rosario en San Bartolo, el superior —a quien sigo admirando por su gran comprensión y sentido de humanidad— me permitió escuchar jazz y cualquier tipo de música clásica sin restricciones, previendo tal vez que yo estaba ya de salida.

Igualmente, cuando se me prohibió leer durante un tiempo cualquier libro que no fuera la Biblia, encontré la oportunidad para leer unos libros de bolsillo en papel biblia de la Editorial Aguilar, que cabían literalmente en la palma de la mano. Pude leer durante mis idas a comprar pan y en los momentos en que me hallaba solo La Ilíada y La Odisea, dos libros verdaderamente fascinantes de la literatura antigua. Lo paradójico es que haya leído estas obras a escondidas, como libros prohibidos, cual si hubiera estado viviendo en una edad oscura de la historia.

Y cuando no tenía esta restricción, tampoco se me pudo controlar lo que leía, pues yo no pedía permiso para leer un libro determinado. Ya era muy tarde. Había comenzado a pensar por cuenta propia y a seguir los dictados de mi propia conciencia.

El Señor de los Anillos de Tolkien fue otra obra que pude leer gracias a una estratagema. Me sentí desde un principio fascinado por la belleza y la profundidad de esta obra maestra. Lamentablemente, entre los sodálites de comunidades campeaba cierta ignorancia respecto a los alcances de la literatura, y dividían los textos entre ensayo (lectura seria) y novelas (lectura de entretenimiento). Según esta división simplista, no era posible encontrar algo intelectualmente sólido y útil para el estudio en la narrativa, mientras que los libros con análisis sistemático de contenidos intelectuales, las colecciones de artículos o las exposiciones de temas objetivos eran categorizados como material de estudio, al cual había que dedicarle mucho más tiempo. Las lecturas “recreativas”, si bien ocupaban un espacio, no merecían tanta atención. Aun teniendo la Biblia como el libro por excelencia —un libro donde la narrativa ocupa la mayor parte—, se mantenía esta concepción distorsionada.

Cuando comencé a leer la obra de Tolkien, mi superior de turno consideró que le estaba dedicando demasiado tiempo y me requisó el libro en cuestión, que no era más que el primer volumen de la obra completa. Cada uno de los tres volúmenes venía con una sobrecubierta propia. La manera que encontré para terminar de leer la obra fue tomar el segundo volumen, quitarle la sobrecubierta y un día en la mañana, cuando todos habían salido, introducirme en la habitación del superior y reemplazar el volumen primero por el segundo, dejando por supuesto la sobrecubierta del volumen primero puesta. Una vez que hube terminado de leer el primer volumen, bastó con devolverlo a la habitación del superior y dejarlo tal como lo había encontrado la primera vez.

Hubo otros casos en que mis actos de desobediencia eran motivados por la obediencia a una instancia superior, expresada en las leyes de la Iglesia. Cuando Luis Fernando dispuso que ningún sodálite de comunidad debía confesarse con un sacerdote que no fuera sodálite, desobedecí en conciencia y con conocimiento de causa. Pues el Código de Derecho Canónico prohíbe expresamente, en la sección correspondiente a institutos de vida consagrada y asociaciones de vida apostólica, que el superior de una casa de formación o comunidad laical determine con quién se deben confesar los miembros que allí viven: «Los Superiores reconozcan a los miembros la debida libertad por lo que se refiere al sacramento de la penitencia y a la dirección espiritual, sin perjuicio de la disciplina del instituto. […] En los monasterios de monjas, casas de formación y comunidades laicales más numerosas, ha de haber confesores ordinarios aprobados por el Ordinario del lugar, después de un intercambio de pareceres con la comunidad, pero sin imponer la obligación de acudir a ellos» (CIC, 630, §1, §3). Estas normas particulares se derivan de la norma general que establece que «todo fiel tiene derecho a confesarse con el confesor legítimamente aprobado que prefiera, aunque sea de otro rito» (CIC, 991). Yo actué con libertad, confesándome con el sacerdote que yo quisiera, pero guardaba silencio por temor a las represalias, pues yo mismo fui testigo de cómo un hermano de comunidad fue amonestado severamente y castigado en consecuencia sólo por haberse confesado con un jesuita y no con un sacerdote sodálite.

Asimismo, cuando en la Liturgia de las Horas se modificaban algunas expresiones o se agregaban palabras o frases a las oraciones oficiales, todo con el fin de que el texto expresara mejor la espiritualidad sodálite, yo tenía mis reparos, y cuando por algún motivo tenía que recitar solo las oraciones de la Liturgia de las Horas, lo hacía sin introducir los cambios mandados por Luis Fernando. Pues «la Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él» (Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 20, 2 de febrero de 1971) Y como dice la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, «nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia» (SC, 22 §3), pues «la reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo» (SC, 22 §1).

Uno de los más graves problemas que se presenta respecto a la obediencia es el relacionado con los Estatutos del Sodalitium. Se supone que todo sodálite se compromete a regirse por esos Estatutos, desde que hace su promesa de aspirante, la primera en la escala de rangos, a la cual le siguen las promesas de probando, formando en cuatro etapas, consagrado temporal, consagrado perpetuo, profeso temporal y profeso perpetuo. Sin embargo, el contenido de los mismos en su totalidad sólo es conocido por quienes han emitido por lo menos una promesa de profeso temporal. Antes de ese momento, sólo se tiene acceso a la parte introductoria —los quince primeros artículos— y sólo a partir de la promesa de probando. Esta parte introductoria sólo contiene definiciones y generalidades sobre el Sodalitium Christianae Vitae y su misión, sin enunciar ninguna norma. Las normas y procedimientos contenidas más adelante sólo son conocidas directamente por quienes están en los niveles superiores. Se origina así una situación absurda y surrealista, que es propicia a que se cometan abusos. Los sodálites en los niveles inferiores están sometidos a unas normas que deben obedecer, pero a cuyos contenidos no tienen acceso directo —y cuya formulación escrita desconocen—. Indirectamente pueden conocer algunas de estas normas, en la medida en que se las comuniquen los superiores y en base a la confianza de que lo que escuchan corresponde exactamente a lo que está escrito y no es una mera interpretación. Esta medida impide que los subordinados sepan si el comportamiento de sus superiores se ajusta o no a las normas, pero permite que los superiores puedan controlar de mejor manera a sus subordinados.

La estructura vertical del Sodalitium hace sumamente difícil, si no imposible, la autocrítica por parte de sus miembros, especialmente si no forman parte de lo que podríamos denominar la “cúpula”. Los que son de la cúpula también salen perjudicados, pues no tienen un feedback acertado de lo que está pasando en la institución. En estas circunstancias, el que quiera emitir una crítica constructiva sólo puede cosechar problemas. Pues la institución tiende a considerar las críticas provenientes de adentro como actos de rebeldía, y las que vienen de afuera como ataques.

La obediencia es presentada en la ideología sodálite como un camino de libertad, en la medida en que libera de todas las ataduras y hace a la persona disponible para el cumplimiento del Plan de Dios. ¿Pero qué Plan de Dios? Aquel que se expresa en el pensamiento de una sola persona, Luis Fernando Figari. ¿Y que ataduras? Todas aquellas que nos vinculan a la normalidad en este mundo, incluidas las de la responsabilidad y la propia conciencia. ¡Y hay que ver los malabares dialécticos que se hacen para justificar este concepto de libertad como renuncia a decidir por sí mismo!

Con el paso del tiempo el Sodalitium Christianae Vitae ha ido perdiendo su impulso inicial y ha ido evolucionando cada vez más hacia un conformismo eclesial y una uniformidad grisácea, perdiendo la fresca rebeldía que tanto me atrajo en sus inicios. Tiene más ex-miembros que miembros —lo cual es uno de los signos de su fracaso— y adolece de mediocridad intelectual y carencia de perspectivas. Su estructura verticalista y autoritaria, sus actitudes y métodos semejantes a los empleados por algunas sectas, su falta de sintonía con la gente normal son quizás algunos de los motivos por los que ha sufrido una considerable “sangría” de miembros. Y, lamentablemente, los intentos de cambio han sido muy tímidos, si no inexistentes. Ciertamente, todavía no es tarde como para darle un giro al timón y enrumbar en la dirección correcta. Eso deseo y espero de todo corazón. Por el bien de los sodálites y de la Iglesia.

NOTAS

1 La unidad sodálite, que yo aprendí originalmente como «unidad de pensamiento, unidad de corazón, unidad de acción, unidad de oración, unidad de apostolado» ha sido objeto de varias formulaciones en los documentos internos del Sodalitium. En la Memoria 1977 de Luis Fernando Figari se formula como «unión de vida, de pensamientos, de solicitud, de sentimientos, de acción» y en las Constituciones del SCV como «unidad de ideales, de vida, de oración, de corazón y de servicio» (Vocación y Espíritu, 6).

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A través de los enlaces correspondientes se puede acceder a los siguientes materiales de referencia:

Por los caminos de Dios (Luis Fernando Figari, 1985)
https://es.scribd.com/document/385846183/Por-Los-Caminos-de-Dios-Luis-Fernando-Figari-1985

Vocación y Espíritu (1989). Contiene los artículos 1 a 15 de los Estatutos del Sodalitium Christianae Vitae.
https://es.scribd.com/document/385846282/Vocacion-y-Espiritu-1989

26 pensamientos en “OBEDIENCIA Y REBELDÍA

  1. En las charlas que daban en colegios en los ’80 los sodálites predicaban con ahínco la lucha contra la «alienación», los gustos, las modas, y patrones de consumo del «mundo» (entendido como el principado del maligno) para no convertirse en un «hombre-masa».
    Al leer este post queda claro que lo que buscaban eran personas sometidas a rígidas reglas y patrones de conducta, vestimenta, lenguaje y sobre todo pensamiento, individuos -o mas bien cosas- no reflexivas, no pensantes, es decir
    un hombre-masa tan o más alieando que aquel contra el que exhortaban luchar….
    ¡Qué ironía y en cierto modo qué hipócritas…!

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  2. «algo así como un club familiar para personas sin aspiraciones y satisfechas con su propia mediocridad de humanos decentes: como decía Oscar Wilde acerca de la comunión anglicana?: «Hemos pasado de ser una Iglesia de pecadores a una Iglesia de gente decente».

    y no recuerdo quien (Castellani talvez) decia que todo buen católico se caracteriza por una sana dosis de anticlericalismo.

    «Más aún, consideran que la aprobación pontificia que han recibido en 1997 es una confirmación irrefutable de esa creencia». Esto es verdad. Me han dicho más de una vez que la aprobación del 97 estuvo rodeada de irregularidades desde que no se les contaba toda la verdad a los obispos visitadores se escondía a algunas personas, no se les contaba que se practicaba yoga o tai-chi, etcx) hasta que se apuró la profesión perpetua de muchos para llegar al número mínimo requerido de miembros de pleno derecho ( he sabido también que varios de esos «apresurados» terminaron saliendo de la institución en medio de muchos problemas)

    Lo de la mediocridad intlectual es una verdad como una catedral.

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  3. Me parece obvio que todo obedece a la fascinación que Luis Fernando ejerció sobre los sodálites, todo es producto de su mentalidad enferma que contagió a todos esos jóvenes que los siguieron con ilusión. Me parece contudente el dato de que hay mas exmiembros que miembros, que muy seguamente justificarán diciendo que: «se fueron los mediocres»., porque como muy bien decía Martín: las críticas de adentro son rebeldías y las críticas de afuera son ataques del mundo y el demonio. En este punto de la historia el SCV está fracasando, y eso no se dbe a que «el demonio hace su trabajo » o «los caminos de Dios no son los nuestros». se debe a su ceguera espiritual, a su autismo dentro de la Iglesia y a creerse superiores,

    El SCV se tiene que intervenr, por su propio bien y por el bien de la Iglesia. El que nada debe, nada teme.

    .

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    • Si me permiten algunos comentarios sobre la afirmación: «Tiene más ex-miembros que miembros –lo cual es uno de los signos de su fracaso– y adolece de mediocridad intelectual y carencia de perspectivas.».
      Primero medir el éxito de una institución en función a los miembros o ex miembros, no es posible. Muchas instituciones de la Iglesia tienen más ex miembros que miembros. La misma Iglesia tiene más ex – miembros (católicos que no se consideran católicos y piensan en contra de la enseñanza de la Iglesia), son la mayoría de las personas, por lo tanto, la Iglesia también ha fracasado o es un signo de su fracaso.

      Pues bien, creo que cada persona es libre de entrar o no en una asociación y mantenerse en ella. Es parte de la libertad de las personas, por lo tanto, yo no llamaría fracaso del SCV, finalmente, se quedan los que quieren quedarse.

      Otro punto que considero necesario comentar es lo siguiente: «(…) su falta de sintonía con la gente normal (…)». Surgen algunas preguntas:
      1. Es normal la gente que no se acerca al SCV?
      2. Se vuelve normal la gente que sale del SCV?
      3. Es normal las tres personas que comentaron antes en contra del SCV?
      4. Finalmente, qué es ser normal?
      Puedo aventurar una respuesta. Ser normal es pensar como piensan las personas que han realizado las críticas en este post al SCV, ser normal es pensar como piensa el autor del blog, finalmente, los que están en el SCV y en la familia espiritual del SCV no somos normales.
      Claro, luego Martín critica la falta de perspectivas y mediocridad intelectual del SCV.

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      • Lo que si es claro es que utilizas la misma lógica que queremos denunciar pero de manera contraria. Es claro que en el SCV hay gente anormal que tienen prácticas anormales que van en contra de lo que manda la Iglesia, cosas que se han denunciado acá de manera muy específica.Por ejemplo: es de anormales decir a las personas que tal persona de condenó, porque solo Dios dispone del destino final d las personas, y sabeos que quien está en el cielo (por lo menos tenemos seguridad de los santos yotras certezas más) pero nunca de quien se fue al ifierno o o, eso no es normal decirlo, afirmalo y promoverlo. Luego la gente que sale del SCV efectivamente tiene que hacer un trabajo (muchos de ellos de quince años) para volverse normal, si acaso necesitas nombres, datos y especificaciones te los podemos dar. Si es que los que hemos comentado somos normales o no, pues eso queda a criterio de un buen psicologo,lo cierto es que yo no quiero tener aparte de ms problemas las taras que en el sodlicio sufri y sufrimos muchos. La gente normal que es?? fácil, usca en el diccionario de la real academia GENTE y NORMAL y haz la relación, porque ahora no me vaas a decir que ser normal o no es algo subjetivo porque de esa foma se pueden justificar muchos males. Además, Jorge, creo que estás diciendo algunas impresiciones. Una de ellas es que la Iglesia no tiene más exmiembros que miebros porque solo sale de la Iglesia quien es excomulgado. De igual forma sería serio de tu parte si hicieras una investigación acerca de cuánta gente consagrada, religiosa, monjas, sacerdotes etc salen de las comunidades (mas alla del la etapa de aspirantes, claro esta) y luego nos cuentas esa historia que por mi lado tengo muy clara y con cifras claras, luego me dices si lo que pasa en el SCV es normal o no y si es un fracaso (acaso parcial) o no.

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      • Sobre tu primer ejemplo, es de anormales o de personas que están ene el error doctrinal. Lo que tú expresas es lo correcto en la doctrina. Pero de ahí a tachar a estas personas como anormales, hay un largo trecho. En ese caso todas las personas que tengan errores doctrinales son anormales. Lo que es posible, pero también ilógico. Lo normal para ustedes es darse cuenta de los grandes errores dentro del SCV y salirse a vivir la libertad. Bueno eso es lo que ustedes creen como NORMAL. Buena idea, un psicólogo te puedo decir si eres normal o no. Aunque, … Un psicólogo que se guía por que corriente psicológica? Un psicólogo católico? Un psicólogo ateo? Un psicólogo que pertenece a la familia sodalite? Por cuál te animas? No torees mis preguntas, te repregunto solo una: que es normal para ti? Se requiere de un decreto de ex comunión para apartarte de la comunión de la Iglesia, de manera definitiva y consciente? Te daré un ejemplo de una institución religiosa con más ex miembros que miembros: los maristas. En mi caso no tengo que demostrar si es o no el SCV normal o no, finalmente, lo importante no es tu opinión o la mía, lo importante es la opinión oficial de la Iglesia.

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  4. En su prédica proselitista durante los ’80s los sodálites exhorataban a convertirse, a dejar los caminos del ‘mundo’ y su príncipe el maligno ( como expuse en mi comentario anterior lo que buscaban era otro hombre-masa acorde con sus patrones de pensamiento y conducta, cualquier antropólogo o sociólogo con un mínimo de objetividad se habría dado cuenta de ello).

    Y Sí, el número era importante pues una de las razones que daban para avalar su prédica era que en el Perú y Latinoamérica los católicos eran mayoría abrumadora, que el SCV y su ‘familia’ pronto crecería y aumentaría porque «era todo un mundo el que había que evangelizar desde sus cimientos, de salvaje a humano , de humano a divino» y obviamente ellos eran la mejor opción, la mejor alternativa para seguir a Cristo y lograr la salvación y santidad, que por algo Dios había dispuesto que llegaras aquí en y no a otra organización o cofradía de la Iglesia….

    Si al cabo de 30 años hay más ex-sodálites que miembros activos definitivamente algo en su prédica y sus métodos no ha funcionado.

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  5. Deacuerdo NCPM. Por otro lado Jorge: me pongo a leer que dices y lo que contestas y sincermante no se entiende ni o que dices, ni lo que contestas, ni cual es tu posición.

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  6. Problemas con el teclado, lo copio desde mi PC:
    Sobre el primer ejemplo que das en tu comentario, consideras anormales a quiénes opinan que las personas se condenan. Eso no es ser anormal, esas personas se encuentran en un error doctrinal. Lo que tú expresas es lo correcto en la doctrina. Pero de ahí a tachar a estas personas como anormales, hay un largo trecho. La persona normal para ustedes es aquella que se da cuenta de los grandes errores dentro del SCV y se coloca en su oposición.
    Cómo dices, un psicólogo te puede decir si eres normal o no. Qué psicólogo sería? un psicólogo que se guía por una corriente psicológica en particular? Un psicólogo católico? Un psicólogo ateo? Un psicólogo que pertenece a la familia sodalite? No torees mis preguntas, te repregunto solo una: que es normal para ti?
    ¿Siempre se requiere de un decreto de ex comunión para apartarte de la comunión de la Iglesia, de manera definitiva y consciente?
    Te daré un ejemplo de una institución religiosa con más ex miembros que miembros: los hermanos maristas.
    En mi caso no tengo que demostrar si en el SCV hay gente normal o no, tú has afirmado que no, finalmente, lo importante no es tu opinión o la mía, lo importante es la opinión oficial de la Iglesia, expresada a través del Santo Padre y en este caso se sigue contando con la Aprobación Pontificia.

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    • Jorge,
      Si quieres una definición escueta de «normal» pues es todo aquello que se ajusta a la «norma», que puede ser del tipo biológica, social y psicológica. Te pongo un ejemplo (espero que no te ofendas): DEFECAR, biológicamente es normal; socialmente es normal si lo haces en un retrete, no es normal si lo haces en medio del parque; psicológicamente es normal si las heces no te causan apetencia, en caso contrario, entonces, no es normal. Lo innato rige la normalidad de lo biológico, y lo impuesto la normalidad de lo social; la normalidad de lo psicológico es combinación entre innato e impuesto.
      El cuestionamiento de la “normalidad” del SCV se mueve bastante dentro de lo social y en otra parte dentro de lo psicológico. Pero antes se debe hacer la aclaración que el SCV tiene sus propios estándares de “normal”, los cuales muchas veces son distintos y hasta contrapuestos con los estándares de los que están fuera de ese círculo, es decir de quienes llaman “el mundo”. ¿Qué es ser normal? Eso va a depender del círculo en el cual se está inmerso. Normal es no eructar enfrente de otras personas durante las comidas, pero lo es en el mundo árabe. Martín menciona lo de “su falta de sintonía con la gente normal” porque sus estándares son tan rígidos que resulta inmoral y/o pecaminoso los estándares fuera de su círculo, es decir, los de la gente “normal” del mundo, y ( hay que reconocerlo) el SCV tiene poca tolerancia hacia lo distinto, hacia el cuestionamiento extremo tanto interno como externo, por ello su falta de sintonía, su falta de tino para el debate.
      Es justamente por ello que el SCV debe abrirse al diálogo, a la confrontación de sus ideas arraigadas. Hace poco fui a la fiesta de cumpleaños de un agrupado (que tiene como 8 años en el MVC), me sorprendí al ver gente a la gente usando la ropa de su edad, a las chicas con vestidos por encima de las rodillas, a la gente bebiendo alcohol (moderadamente) con toda la naturalidad del mundo, es más, unos de los agrupados hacía de barman, y decía a los que recién llegaban “tienes que ponerte al día, tienes tequila, ron, vodka. ¡Elige!”. Jajaja, sin duda me arrancó una sonrisa del rostro saber que el MVC, al menos en la gente joven, están comenzando a tener ese cuestionamiento sobre lo “normal” y darse cuenta que no todo es pecado y prohibición en la vida cristiana, temas bombardeados por el SCV hasta el aburrimiento. Hace 8 años hubiera recibido una puteada bien maleada por mi animador si es que se enteraba de que había tomado alcohol en la fiesta de un agrupado mariano. Solo faltaría que la gente mayor del SCV también se cuestione sobre lo “normal”, ¿no lo crees así, Jorge?
      Por otro lado, Jorge, tener Aprobación Pontificia no es garantía de ser cristiano ejemplar (y de ser “normal” por así decirlo), es como decir que la Licencia de Conducir te hace automáticamente un buen chofer. Quien califica tu cualidades conductor son los que manejan a tu costado y tus pasajeros, no el MTC.

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      • Si el Sr. Jorge que habla sobre normalidad y anormalidad, e invoca la aprobación pontificia como salvaguarda
        es el mismo Jorge que en el 2do comentario a este post escribe:

        “Más aún, consideran que la aprobación pontificia que han recibido en 1997 es una confirmación irrefutable de esa creencia”. Esto es verdad. Me han dicho más de una vez que la aprobación del 97 estuvo rodeada de irregularidades desde que no se les contaba toda la verdad a los obispos visitadores se escondía a algunas personas, no se les contaba que se practicaba yoga o tai-chi, etcx) hasta que se apuró la profesión perpetua de muchos para llegar al número mínimo requerido de miembros de pleno derecho ( he sabido también que varios de esos “apresurados” terminaron saliendo de la institución en medio de muchos problemas)

        Entonces no lee lo que escribe o comete una incoherencia (en caso se trate de la misma persona)
        Como adenda , el mismo Martín Scheuch escribe en su réplica a un comentario sobre el post de los Teólogos Nazis:

        «Por otra parte, la aprobación pontificia fue gestionada por la cúpula sodalite, sin participación del resto de los sodálites. Menos aún de los adherentes sodálites –o personas casadas vinculadas al Sodalicio, entre los cuales me contaba yo en ese entonces–, que a estos efectos –y a efectos de un montón de cosas más– no tienen ni voz ni voto. Los sodálites que no fueron informados de cómo fue el proceso en sus detalles, que son la mayoría, no pueden ser cómplices de algo respecto de lo cual fueron mantenidos en la ignorancia. Ni yo mismo sé cómo fue el proceso, y me gustaría saberlo de fuentes confiables, para verificar si mis sospechas tienen fundamento o no.»
        ———————–
        Me alegra que los jóvenes MVCistas de hoy celebren sus fiestas como todo el mundo (con moderación, respeto y mesura por supuesto).
        A los agrupados de los 80s se les prohibía terminantemente beber alcohol y se les exhortaba encarecidamente no ir a fiestas, algunos siguieron el «consejo» a rajatabla y en 5to de secundaria no fueron al viaje ni fiesta de promoción (no me extrañaría que tiempo después se hayan arrepentido de su decisión).

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    • Estimado Jorge:

      A fin de evitar confusiones y retorcijones mentales, te comento que aquí entendemos por «normal» lo común entre la gente que vive en nuestro mundo actual en un contexto social determinado, sin entrar en consideraciones morales ni juicios éticos. Y yo puedo dar testimonio de que la vida de un sodálite de comunidad se aleja en muchos aspectos, quizás demasiados, de la normalidad imperante, lo cual hace que su presencia cuaje muchas veces como una aceituna sobre una tarta de crema.

      Por otra parte, las enseñanzas del Santo Padre, en la medida en que transmiten el depósito de la fe contenido en la Revelación –es decir, en la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia–, deben ser acatadas y aceptadas de corazón. Pero en lo que ser refiere a asuntos particulares o interpretaciones personales, las opiniones del Papa no tienen más valor que la de cualquier hijo de vecino que piense lo contrario con fundamentos suficientes. Y no te dejes engañar por el adjetivo «pontificia» que se le adjunta a la palabra «aprobación». Eso no refleja necesariamente la opinión del Santo Padre. La aprobación pontificia lo único que hace es otorgarle a un instituto de vida consagrada el rango de derecho pontificio, que es más que el rango de derecho diocesano. Y como dice el Código de Derecho Canónico, «los institutos de derecho pontificio dependen inmediata y exclusivamente de la potestad de la Sede Apostólica, en lo que se refiere al régimén interno y a la disciplina», no como los institutos de derecho diocesano, que dependen del obispo. La aprobación pontificia se obtiene tras un largo trámite en el cual se debe demostrar que se cumplen ciertas condiciones, trámite en el cual el Papa suele no tener arte ni parte. Como todo trámite, está sujeto a errores, y esta aprobación puede revocarse si se descubren irregularidades en el proceso o el instituto ya no cumple con las características con las que fue aprobado. En ese sentido, la aprobación pontificia no blinda al instituto de cometer graves errores ni de situaciones escandalosas, ni es garantía de indemnidad. Institutos con aprobación pontificia en los cuales se han verificado graves problemas de abusos sexuales y manipulación de conciencias son los Legionarios de Cristo (México) y la Comunidad de las Bienaventuranzas (Francia).

      Y sí… para apartarte de la Iglesia se necesita ser excomulgado o hacer acto de apostasía. Mientras esto no se dé, hay que partir de la presunción de que la persona implicada sigue perteneciendo a la Iglesia. No somos nadie para decidir quién pertenece o no pertenece a la Iglesia. A no ser que queramos convertirnos en talibanes de la fe.

      Saludos a la gente de Costa Rica.

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  7. El modo de obrar de algunas personas que desempeñan cargos dentro de alguna institución religiosa (lobos con piel de corderos) deja mucho que desear. Así mismo, es urgente identificar estos patrones; pues; no solo se pueden presentar en determinados sectores de la iglesia; Solo así y con la gracia de Dios se les podrá hacer.

    Acabo de leer el siguiente articulo con respecto a lo acontecido en la Legión de Cristo ( http://caminante-wanderer.blogspot.com/2012/12/caranchos-eclesiales.html ): y con profunda pena aprecio patrones similares.

    Puede haber; a lo largo de los escritos expuestos; expresiones que pueden sonar duras, pero que debemos enfocarlas dentro del entorno de la lectura. Sería bueno recordarle a Jorge que se puede hablar en plural cuando el hecho atañe a más de dos personas, y que según, las salvedades expuestas por el autor de los post, no buscan ser generalidades en cuanto a todos sus miembros. Dando ejemplos de situaciones concretas; con ello lo escrito deja de ser una advertencia o posibilidad para convertirse en hechos reales; a los que aplica criterios empleados dentro del SCV en muchas ocasiones (en concreto el criterio del número de miembros y los más antiguos miembros hemos escuchada en varias ocasiones).

    Por otro lado Jorge; no sin cierta tristeza, tengo que decirte que a lo largo de la historia de la iglesia han existido órdenes y movimientos que contaron con la aprobación pontificia y aún así se realizaron hechos abominables. Solo un detalle para que no navegues demasiado: La Legión de Cristo es una congregación católica de derecho pontificio fundada en 1941; tiene muchos años más que el SCV y ello no impidió lo que ahora se conoce y que gracias al inmenso Amor de Cristo se está corrigiendo; una aprobación pontificia por tanto no convierte en inmaculada a una institución concreta dentro de la iglesia.

    Se busca aprender de los errores; pero para aprender y corregirlos hay que antes aceptarlos.

    Al final la obra de Dios siempre prevalecerá.
    Saludos

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  8. Me parece interesante todo lo que han hablado, de hecho una congregación no es perfecta, tiene sus errores, sí, el problema esta en el modo en que se le juzga… Una vez me dijeron que tal ves podríamos ser la peor congregación, con los peores pecados, pero Dios en su misericordia quiso que sea un medio de salvación para muchos y uno de esos muchos soy yo, y eso me recordó el caso de Pedro, que no era la mejor persona, es mas, hasta negó y abandono a Jesús pero Xto quiso que él se haga cargo de su Iglesia.
    Uds. califican de retrogadas al SCV porque ven al sodalicio como lo conocieron ustedes, y tal ves no haya hecho las cosas del todo bien, pero es una congregación en crecimiento y como tal se va alineando mas!… El SCV está haciendo lo posible para que no sigan ocurriendo casos como éstos, el sentirse encadenados, que solo somos robots obedientes, eso si, yo no soy ni fui sodalite, pero conosco estos casos, se que el solo hacer caso a tu superior sin profundizar te lleva a la doble vida, talves no les haya respondido la espiritualidad sodalite no porque no era como ustedes querian, sino simplemente no era su espiritualidad y con humildad uno buscaba otra que les respondiera, asi de simple.
    Yo soy emevecista, y se que por ahi pusieron » Hace 8 años hubiera recibido una puteada bien maleada por mi animador si es que se enteraba de que había tomado alcohol en la fiesta de un agrupado mariano», conoci a personas que hace 8 años invitaban un cigarro a otra persona para poder acercarse mas y al final hacerles apostolado, muchos aun siguen creiendo que los mvcistas somos marcianos que paramos todo el dia rezando arrodillados, yo lo crei antes de conocer y vincularme, pero se que tambien podemos salir, bailar, tomar(sin llegar a la exageracion) eso lo tuve presente desde el primer dia que fui agrupado. Slds

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  11. Martin hola. Acabo de leer este artículo. Te lo agradezco. Evocaba algunos escenarios y otras ideas. Trataré de ser breve. Te comento pues… Hace unos días una institución; que no tiene nada que ver con la Iglesia pero si con la caridad, es decir, brinda un servicio de ayuda humanitaria pero como tienen que sobrevivir hacen sus cobros mediante una administración, apareció un tipo de la misma institución que brinda el servicio directo haciendo(me) un cobro fuera del camino ordinario administrativo y además desautorizando a la administración. [Todavía no he presentado mi queja pero], a lo que voy: Creo que la cohesión de una empresa, la unidad en cualquier otra institución que no sea un verticalismo que prive de la libertad a sus partes, es sinceramente lo más sano que pudiera existir. Si la parte no sigue al todo deja de ser parte; si un miembro de un cuerpo no sigue a la cabeza ya no es miembro, es un tumor, está cercenado, es un peso. Es fuente de corrupción el hacer cosas a espaldas del resto. Por tanto, es sana y necesaria la unidad y claro, como las personas no somos cosas se debe de respetar la libertad y la consciencia de cada miembro. Y, cada miembro debe tener el valor de presentar su disconformidad, desacuerdo y decir si seguirá siendo parte del todo o ya no. Creo que es un asunto de lealtad no a una institución meramente sino a la propia consciencia. Esta para mi es la verdadera rebeldía. Tener el valor de decir y revelar la propia consciencia. Y, para esto hay que tener coraje; sin perjuicio de esto ¡Felicito tu rebeldía inicial y la actual!

    Pensé que había perdido dentro de mis libritos y antes de ponerme a escribirte lo encontré. Es el librito de las Colaciones de Juan Casiano y había otro del mismo autor, que creo perdí […el que lo tenga me lo devuelva jeje] En ambos encontré cosas muy interesantes sobre espiritualidad. Ambos los compré y lei, a motu proprio, estando en comunidad. Quizá más adelante si me lo permites, te comente algunas cosas bellas sobre la amistad, la penitencia, los padres etc. pero recordé algo, no se en cual de los dos, que escribía Casiano algo así como: «que tu superior sepa cuantos vasos bebes al día cuantos dejas de beber». A lo que voy: Yo no creo que Luis Fernando haya sido inventor de algo, ni de nada que no haya sido antes enseñado correctamente en la fe de la Iglesia y seguramente vivido santa y defectuosamente por quienes somos parte en la larga historia de la Iglesia. Esto frase de Casiano como entenderás no puede tomarse al pie de la letra. Decirle al superior «hoy tomé ocho vasos de agua o yogurt o emoliente» (…jeje) es una ridiculez; como una tontería acotar «deje de tomar ayer, chocolate y emoliente». Entiendo Martin con todo mi cariño lo que pones. No es para mi cosa alejada lo que escribes y por ello te lo agradezco. Por el momento solo esto.

    PS: No se porque no me llegó este artículo de tantas remembranzas en su momento y solo hoy apareció el del cura, sin embargo me hizo, repito, revivir tantas cosas como el tocadiscos de Alfredo y su disco de los Montes Apalaches cuya música transmitía, en boca del mismo Alfredo, una sentido de libertad. [y yo, después de sus comentario torpemente un día de limpieza sacudiendo una alfombra sobre estos] Pido perdón.

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  19. Interesante su blog, tal vez si lo hubiese leído antes de asistir a un retiro de conversión «Siembra de Líderes» , organizado en noviembre de 2014, por gente que ya no esta en el capu pucp, no estaria sumamente medicado. Me bautice en el año 2012 en la Iglesia de Mayorazgo, que aun estaba bajo el sodalicio. Seguiré leyendo su blog.

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