APUNTES SOBRE LA LIBERACIÓN DE MARITZA GARRIDO LECCA

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Maritza Garrido Lecca en 1982 (Foto: El Comercio)

En el año 2010 yo trabajaba en una empresa de logística en Karslruhe, prestando servicios telefónicos de asistencia técnica para un producto de la Siemens, un aparato computarizado de diagnóstico de vehículos motorizados del Grupo Volkswagen.

Cuando alguien me comentó que Odfried Hepp, el simpático y correcto compañero de trabajo con quien compartía el mismo espacio, tenía un pasado turbio, busqué información al respecto en Internet.

Efectivamente, Odfried fue entre 1983 y 1985 el terrorista alemán más buscado por la Interpol. Perteneció al grupo paramilitar del neonazi Karl-Heinz Hoffmann, estuvo en el Líbano para ser entrenado en tácticas guerrilleras por la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), formó junto con Walter Kexel el grupo terrorista Hepp-Kexel —que realizó atentados con coches bomba contra soldados norteamericanos asignados a Alemania—, fue espía de la República Democrática Alemana y como doble agente se unió a las filas del FLP (Frente por la Liberación de Palestina). Fue capturado en 1985 y salió de la cárcel en 1993 gracias a su buena conducta y su colaboración en la investigación de grupos y personajes neonazis.

Si bien Odfried solía mantener silencio sobre su pasado, en algunos momentos llegó a contarnos algunas anécdotas sobre su estadía en el Líbano. De hecho, ya le había contado todos los detalles de su vida al cineasta y escritor Jan Peter, quien publicó un libro (con Yury Winterberg) y realizó un documental, donde —sin glorificar los hechos cuestionables de su biografía— nos proporciona una mirada profunda en las motivaciones y el contexto social que llevaron a Odfried a optar por el camino de la violencia.

Pero no todos los ex-terroristas que han salido de la cárcel están arrepentidos de su vida pasada.

El neonazi Karl-Heinz Hoffmann, preso de 1981 a 1989, no ha renegado de sus actividades paramilitares y, si bien su Wehrsportgruppe Hoffmann fue prohibido como organización terrorista, posteriormente ha seguido defendiendo principios ideológicos de derecha extrema. Tampoco se ha arrepentido la ex-terrorista de la RAF (Fracción del Ejército Rojo) Inge Viett, en prisión de 1990 a 1997, quien sostuvo públicamente en 2011 que el camino hacia el comunismo requería de una praxis combativa, donde la norma no podía ser el ordenamiento jurídico burgués.

Nadie les exigió un arrepentimiento público ni a ellos ni a ninguno de los otros ex-terroristas que viven ahora como ciudadanos legítimos con todos sus derechos en la República Federal Alemana. Y quienes han sacado cuentas con su pasado, lo han hecho voluntariamente y con absoluta libertad de conciencia. Pues ya no estamos en épocas de la Inquisición, donde el arrepentimiento —arrancado frecuentemente por la fuerza— era una condición insoslayable para restituirle todos sus derechos al inculpado.

Nadie les teme ni se les considera un peligro para la sociedad, pues los estudios sobre sus personas han revelado que son tan humanos como cualquiera, y la mayoría han aceptado la ayuda recibida para reincorporarse a la sociedad. Además, las circunstancias que ocasionaron su radicalización ya no existen.

Hoy sale Maritza Garrido Lecca de prisión, y no ha faltado quien haya dicho que «usted nos sigue generando mucho miedo» y «no sé si estamos preparados para vivir con la duda, con ese temor atávico que genera su presencia entre nosotros» (René Gastelumendi). Porque, como se acostumbra en el Perú, a la bailarina ex-terrorista se le sigue etiquetando según clichés y estereotipos sin una aproximación a su realidad humana, independientemente de que no manifieste estar arrepentida. Para muchos, ella es solamente la “terruca” miraflorina, y se muestran incapaces de interpretar su vida fuera del único parámetro del terrorismo. Gran error, pues si no se conocen las razones por las que ella optó por ese camino y se la da voz propia para que ella misma cuente su versión, nunca sabremos las motivaciones ni las circunstancias que llevaron a una persona a optar por la violencia armada ni podremos ofrecerle caminos para reintegrarse a una sociedad democrática.

El Comercio, en su revista Somos, intentó esa aproximación humana, y fue criticado por quienes no entienden nada, se creen moralmente superiores y se sienten muy cómodos en una sociedad racista y discriminatoria, que no ha superado aún las desigualdades e injusticias que constituyen el caldo de cultivo del terrorismo.

(Columna publicada en Altavoz el 11 de septiembre de 2017)