LA VERGÜENZA PERDIDA

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Cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial, los aliados ingresaron a los campos de exterminio de judíos que habían sido creados y gestionados por el régimen nazi y dieron a conocer al mundo las dimensiones de la masacre genocida, millones de ciudadanos alemanes se avergonzaron de haber prestado su apoyo al gobierno de Hitler y tal vez se habrán preguntado: «¿cómo hemos llegado a esto? ¿cómo nos pudo suceder esto?» Muchos recién se enteraban y tomaban conciencia del calibre moral de los líderes a quienes habían apoyado. No se trataba en su mayoría de personas malintencionadas ni perversas, sino de gente común y corriente como tú y yo que había creído en un seductor de masas que les había devuelto la dignidad y había llevado el país a un relativo bienestar económico y social. Sin embargo, muchos no habían querido ver el lado oscuro de ese régimen, aun cuando indicios no faltaban. Miraron a otro lado e hicieron oídos sordos cuando se encontraron con señales que hablaban de un lado siniestro y tenebroso que les estaba costando la vida a millones de seres humanos. El sistema que tanto bien les había hecho no podía ser cuestionado ni puesto en peligro. Y así fue hasta que terminó la guerra y Alemania se convirtió en una nación vencida bélicamente, a lo cual se sumó una derrota moral de dimensiones incalculables.

Curiosamente, cuando me uní al Sodalicio de Vida Cristiana en la década de los ’70, se nos inculcaba que el holocausto judío no era solamente de responsabilidad del gobierno nazi, sino que los mismos judíos eran en parte culpables de lo que les habían hecho debido a sus malos manejos políticos y económicos que formaban parte de un complot perverso para dominar el mundo y sojuzgar la cristiandad. Asimismo, en base a argumentos de autores fascistas, aprendíamos a relativizar el número de víctimas del holocausto judío, reduciéndolo de 6 millones a menos de 1 millón. La inflación de los números se debía supuestamente a la manipulación histórica que habían realizado los maquiavélicos judíos.

Y el Sodalicio aprendió muy bien este esquema de negación de datos históricos comprobados, aplicándolo a su misma historia. Hasta la publicación del libro Mitad monjes, mitad soldados, la negación de su lado oscuro —reverso de un lado luminoso que encandila a mucha gente de buena voluntad— había sido casi total. El caso de Germán Doig había sido considerado como una anomalía, como una traición a lo que el Sodalicio era en su esencia, y no como parte del sistema mismo. Pero cuando además de los actos execrables de quien fuera el segundo en la cadena de mando de la institución, salió a la luz que el fundador mismo, Luis Fernando Figari, había perpetrado abusos diversos —así como otros miembros de la institución—, la situación se volvió más compleja y se resistía a ser interpretada como un simple cúmulo de “casos aislados”.

Aún así, hay quienes siguen sosteniendo la misma teoría y, asumiendo que el Sodalicio es una obra querida por Dios y es bueno en sí mismo, creen que no puede ser considerado una organización criminal debido a que «nos consta la permanencia en el SCV de muchos miembros que son personas de buena voluntad con una clara vocación y actuar al servicio del prójimo, de la Iglesia y de la sociedad». Así se expresa una carta firmada originalmente por 47 «ex integrantes del Sodalicio de Vida Cristiana» y que recientemente han aumentado a 69. Como ya he señalado en un post anterior (ver LA CORTE DE LOS 47), se trata de una colección de rúbricas algo engañosa, pues la mayoría de los firmantes siguen manteniendo una relación cercana con el Sodalicio o se han integrado al Movimiento de Vida Cristiana, un conjunto de diversas asociaciones que agrupan a personas que se comprometen a vivir la espiritualidad sodálite y colaboran con las obras apostólicas del Sodalicio. La mayoría de los firmantes son demasiado jóvenes como para haber sido testigos de las cosas que ocurrieron en el Sodalicio en los años ’70, ’80 y ’90, décadas en las que se concentra hasta ahora la mayor parte de los casos de abuso. Lo más delirante es cuando se trata de hacer pasar por ex sodálites a por lo menos seis adherentes sodálites (sodálites casados): Rafael Álvarez Calderón, Julián Echandía, Marcos Nieto, Andrés Corrales, Edwin Esquivias y Óscar Álvarez. Agradezco a los adherentes sodálites de las primeras generaciones —como Raúl Guinea, Julio Pacheco, Gonzalo Valderrama, Jorge Scerpella, Javier Pinto y Enrique Lanata— que no se hayan prestado a esta farsa.

Óscar Álvarez, uno de los firmantes, no ha tenido ningún reparo en calificar mi anterior escrito de «artículo poco serio (por no decir otra cosa) […], donde juzga nuestro actuar, descalificándonos por pensar distinto a él, donde invalida nuestra libertad de pensamiento por el hecho de ser algunos adherentes, o algunos estar trabajando en obras o empresas de la familia espiritual, o por haber vivido en comunidad un mes».

Héctor Castañeda, uno de los pajes más obsecuentes de esta corte de los milagros, llega a afirmar sin exhibir ningún argumento que «lo que hizo Martin Scheuch es realmente penoso. Lo pinta de cuerpo entero. Pero bueno, solito se quema».

Voy a resumirles algunos datos referentes a hechos ocurridos recientemente, a fin de que reconsideren su evaluación tan desafortunada de lo que he escrito.

El Sodalicio ha sido intervenido por autoridades vaticanas de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y para las Sociedades de Vida Apostólica, designándose un delegado para estos fines, el arzobispo de Indianapolis Mons. Joseph William Tobin, quien tiene la misión de ayudar a la institución a superar las «graves dificultades» que se encontró durante la visita apostólica de Mons. Fortunato Pablo Urcey. Intervenciones de este tipo sólo se dan cuando los problemas que sufre la institución lindan con lo delictivo, como ocurrió con los Legionarios de Cristo, la Unión Lumen Dei y la Comunidad de las Bienaventuranzas.

Cuando los problemas se limitan a un par de miembros de la institución que actuaron pérfidamente sin conocimiento de las autoridades, se procede a separarlos y con ello se da por solucionada una buena parte del problema. Pero cuando nos hallamos ante toda una gavilla de perpetradores de abusos sexuales, psicológicos y físicos que actuaron avalados por el sistema o sin que nadie se diera cuenta, amparados por una indolencia e indiferencia mayoritaria que era permitida e incluso fomentada por la misma disciplina y que llevaba a los miembros de la institución a no querer mirar detrás de tantos indicios que en sí mismos eran preocupantes, entonces se justifica una intervención.

¿Es esto motivo para sentirse orgulloso de pertenecer o haber pertenecido a la institución? No lo creo. ¿Sirve de algo resaltar las «obras de bien realizadas por ella, cuyos frutos han sido a todas luces beneficiosos para nuestra sociedad»? La institución puede tener muchas obras benéficas y sociales. No lo niego. Pero ciertamente los abusos reseñados no forman parte de esas obras, las cuales no deberían ser usadas de contrapeso para negar los delitos que se habrían cometido a su sombra. El libro Mitad monjes, mitad soldados presenta 29 testimonios de abusos. Se trata sólo de la punta del iceberg, pues hay testimonios adicionales que no pudieron ser incluidos en el libro porque los afectados decidieron dar marcha atrás ante las posibles consecuencias jurídicas. Lo cual no invalida sus testimonios. Posteriormente han aparecido otros casos en los medios de comunicación, sin contar con las aproximadamente 100 denuncias que se hicieron llegar a la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación, algunas de las cuales correspondían a testigos que ya habían prestado su colaboración con el libro de Pedro Salinas y Paola Ugaz.

Comparando ese enorme número de víctimas con la cantidad de miembros que tiene actualmente el Sodalicio —39 comunidades con un promedio de 8 miembros por comunidad, es decir, poco más de 300 sodálites consagrados, sin contar los adherentes sodálites—, se puede apreciar la dimensión de los abusos. Es altamente improbable que se haya tratado de “casos aislados” atribuibles a unos pocos sodálites que actuaron por su cuenta. Es la estructura misma del sistema la que estaba mal, permitiendo que unos cuantos cometieran sus fechorías de manera concertada —que es lo que define a una organización criminal— mientras, mediante un autoritarismo vertical basado en la obediencia absoluta, se conseguía que todos aquellos sodálites bienintencionados que participaban de buena fe en la institución permanecieran en la ignorancia de aquellos que se cocinaba más arriba. Y si veían o sospechaban algo, el efectivo lavado de cerebro o control mental logrado a través de una formación psicológicamente intrusiva y manipuladora de conciencias era suficiente para que no categorizaran como abusos aquello que podían haber visto u oído. Por eso mismo, es sumamente recomendable que los 69 firmantes se sometan a un peritaje psicológico independiente. O que acudan a terapia, como lo hemos hechos varios de los que hemos sido víctimas de este sistema, diseñado en sus orígenes por una mente psicópata. Porque el quid del asunto es el sistema.

Así lo describía yo en el texto de la denuncia que envié a la vez a la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación y a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y para las Sociedades de Vida Apostólica en enero de este año: «Mediante el presente escrito quiero denunciar algunos hechos cuestionables de los que fui víctima en el Sodalicio, referentes a abusos psicológicos y manipulación de conciencia a los que fui sometido, incluyendo una incidencia de connotaciones sexuales. No es mi intención mediante la relación de estos hechos desprestigiar a la Iglesia católica, de la cual sigo siendo miembro comprometido y fiel creyente en el Señor Jesús por llamado y por convicción, sino más bien llamar la atención sobre acciones cuestionables realizados por miembros de Sodalicio, acciones que fueron avaladas por la disciplina y el sistema de formación que se aplicaron y que contaron con la aprobación de personas responsables dentro de la institución». Y en un e-mail que envié el día 19 de enero a la Comisión de Ética añadía lo siguiente: «Aclaro que la denuncia no es contra personas individuales sino contra el Sodalicio, pues fue el sistema institucional sodálite plasmado en una doctrina y una disciplina los que permitieron que se cometieran en perjuicio mío los abusos que detallo en el documento, creando el marco necesario para que ello ocurra».

¿Hay razones para estar orgullosos de ser o haber sido sodálites cuando el sistema mismo y las personas que actuaron amparados en él causaron daños graves a por lo menos unas 100 víctimas ? ¿Las buenas obras que tanto se menciona son acaso suficientes como para negar que se cometieron crímenes de manera sistemática y organizada dentro de la institución? ¿No ha habido acaso saqueo psicológico y material de los integrantes del Sodalicio en beneficio de una cúpula de privilegiados —cúpula que no tenemos motivos para identificar con el actual Consejo Superior del Sodalicio—? ¿Se puede defender a capa y espada la “buena reputación” de la institución cuando ésta se halla actualmente intervenida por «dificultades graves»? ¿Por qué los firmantes no le escriben a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y para las Sociedades de Vida Apostólica, solicitándole que de una vez por todas ponga término a la intervención del Sodalicio, pues a esa situación también se le aplicaría que «nos está afectando de manera personal, familiar y laboral al ser víctimas de un señalamiento o juzgamiento por haber sido ex integrantes del Sodalicio de Vida Cristiana»?

Se necesita haber perdido la vergüenza para desestimar tan ligeramente acusaciones fundamentadas que deberían dar lugar a las investigaciones correspondientes. Al declarar su fe en «la acción de Dios en esta Comunidad y en muchas obras de bien realizadas por ella, cuyos frutos han sido a todas luces beneficiosos para nuestra sociedad», los firmantes parecen cerrar los ojos a la pérfida acción humana que también se ha manifestado en obras desviadas en esta Comunidad, cuyos frutos han sido a todas luces perjudiciales para nuestras sociedad y para las víctimas, muchas de las cuales han sido dañadas de por vida, atribuyendo los abusos a voluntades individuales sin considerar que actuaron como miembros de la institución dentro de un sistema que permitía esto e incluso lo avalaba, especialmente en el caso de abusos psicológicos y físicos.

¿Acaso Luis Fernando Figari fundó el Sodalicio para cumplir la voluntad de Dios y hacer santa a la gente, o para satisfacer sus ansias de poder y dar rienda suelta a otros deseos inconfesables? Lo cierto es que no sólo él sino también otros miembros de la generación fundacional y de la cúpula se valieron de las estructuras de la organización para realizar acciones reprochables y delitos que van desde violación de derechos humanos básicos hasta manejos económicos cuestionables. ¿Acaso las buenas intenciones y las experiencias positivas de los que vinieron después sirven para borrar esos hechos? ¿Basta con desvincularlos mentalmente del sistema en que se produjeron, para concluir que el sistema es bueno y que «la gran generalización que se ha hecho por algunos denunciantes y algunos medios de difusión nos está afectando de manera personal, familiar y laboral al ser víctimas de un señalamiento o juzgamiento por haber sido ex integrantes del Sodalicio de Vida Cristiana, esto debido a la poca responsabilidad para diferenciar y separar claramente a los actores acusados de los delitos del resto de los miembros y ex miembros de la comunidad, quienes tienen y tenemos el derecho de poder continuar con nuestras vidas sin vernos afectados por la irresponsable actuación de otros»?

Pero aún no es tarde. Todavía es tiempo para mirar las cosas con perspectiva. En vez de estar preocupándose por las consecuencias que pueda tener en los ámbitos personal, familiar y laboral la imagen de una institución a la que se ha pertenecido —o se sigue perteneciendo emocionalmente—, hay que preocuparse por que la verdad y la justicia se abran paso.

Todavía estamos a tiempo para recuperar la vergüenza perdida.

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FUENTE

Carta de ex sodálites
https://www.facebook.com/Carta-de-ex-sodálites-1106167949422156/

LA CORTE DE LOS 47

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Recientemente ha sido publicada una carta con fecha de 1° de junio de 2016 y firmada por 47 ex sodálites rechazando la denuncia ampliatoria por asociación ilícita para delinquir, secuestro y lesiones graves interpuesta el 10 de mayo de 2016 por cinco ex sodálites (José Enrique Escardó, Martín López de Romaña, Vicente López de Romaña, Óscar Osterling y Pedro Salinas) en contra de siete integrantes y un ex integrante del Sodalicio de Vida Cristiana y presentada el 12 de mayo en una rueda de prensa en el local de Miraflores del estudio de abogados Benites, Forno & Ugaz.

Al revisar la lista de firmantes, he podido constatar que conozco personalmente sólo a siete de los signatarios. Los demás nombres me son desconocidos o corresponden a personas que no he tratado personalmente. Y de entre esos siete, cinco de ellos son adherentes sodálites, es decir, varones que emiten junto con sus respectivas cónyuges un compromiso de adhesión al Sodalicio en vistas a vivir la espiritualidad sodálite en la vida matrimonial. Y de entre esos cinco, sólo dos han vivido un tiempo relativamente largo en comunidades sodálites. Los otros tres habrán vivido en comunidades a lo más un mes, en lo que se conoce como período de prueba.

Para mayor detalle, quienes siguen siendo adherentes sodálites —según la información de que dispongo— y, por lo tanto, aún mantienen una vinculación institucional con el Sodalicio de Vida Cristiana, son: Rafael Álvarez Calderón, Julián Echandía, Marcos Nieto, Edwin Esquivias y Óscar Álvarez. Si en algún momento en época reciente dejaron de ser adherentes, me gustaría saber cuándo y por qué motivos.

Los dos primeros, al igual que muchos de los que estuvimos en comunidades sodálites en los 80, también pasaron por San Bartolo y sufrieron maltratos. A Rafael un día el superior le volcó un plato de ensalada en la cabeza durante el almuerzo. No sé si él seguirá considerando ese incidente como algo normal e inofensivo, algo así como una medida educativa que él aplicaría sin ningún escrúpulo con alguno de sus hijos. Asimismo, él sería la persona que se acercó a mi hermano Erwin y que le habría sugerido que yo podría tener el síndrome de Asperger. Eso explicaría —según algunos— mi supuesta falta de empatía al no considerar el daño que habría hecho a varias personas al exponer a la luz pública —con supuesta falta de ética— lo que ocurría en las comunidades sodálites. Se trataría de un intento de desacreditar al mensajero e incitarlo a guardar silencio. Ahora sabemos dónde se hallaba en realidad la falta de ética y de vergüenza.

Julián Echandía también sufrió maltratos en San Bartolo, de lo cual puede dar mejor testimonio Pedro Salinas, quien vivió junto con él en una de las comunidades sodálites del balneario sureño. Un día, siendo encargado de temporalidades de la comunidad Nuestra Señora de Guadalupe, Julián se olvidó de tener preparada a tiempo la comida para un visitante ilustre, Mons Emilio Vallebuona (entonces obispo de Huaraz), y hubo que improvisar un plan de emergencia para cocinar fideos, del cual me encargué yo. Como castigo, a Julián lo tuvieron toda una noche sin dormir limpiando repetidamente la casa. Asimismo, cuando tiempo después pasó por la crisis personal que terminaría con su salida de comunidad, lo recluyeron en San Bartolo, y estaba prohibido dirigirle la palabra. Si quería salir a pasear por el malecón, a rezar el rosario por ejemplo, dos miembros de la comunidad tenían que seguirlo de cerca y vigilarlo continuamente. Se trataba de un situación similar a la de un secuestro, pues Julián no hubiera podido irse si es que lo hubiera querido.

Los otros firmantes a los que conozco personalmente son José Salazar, un hombre bonachón y de buen corazón, incapaz de matar una mosca, y un joven muchacho que es hijo de un adherente sodálite amigo mío.

Respecto a los demás nombres, se trata en el caso de algunos de personas evidentemente vinculadas con entidades gestionadas desde el Sodalicio de Vida Cristiana.

Alejandro Estenós y Rodolfo Castro mantienen una relación laboral con la Universidad Católica San Pablo de Arequipa —fundada y administrada por el Sodalicio—, el primero como docente investigador y el segundo como docente ordinario, investigador adscrito y director del Instituto para el Matrimonio y la Famila.

Claudio Ávalos es gerente administrativo de la Asociación Cultural Vida y Espiritualidad (VE), que se dedica, entre otras cosas, a la publicación y distribución de los libros y folletos escritos por miembros del Sodalicio y de la Familia Sodálite.

Esteban Pacheco y José Luis Villalobos aparecen como colaboradores del Centro de Estudios Católicos (CEC), una página web dedicada «al estudio, la reflexión y el diálogo sobre diversas realidades humanas iluminadas por la riqueza de la fe» y que es gestionada por sodálites.

Hans Ortiz ha sido hasta no hace mucho (diciembre de 2012) coordinador del Movimiento de Vida Cristiana, entidad integrada por diversas asociaciones de laicos y laicas no consagrados de cualquier sexo y edad que desean vivir de acuerdo a la espiritualidad sodálite.

Juan Andrés Coriat ha sido, entre marzo de 2012 y diciembre de 2013, profesor en los colegios Villa Caritas y San Pedro, ambos de propiedad del Sodalicio. Además, actualmente colabora con la producción audiovisual del Sodalicio de Vida Cristiana.

Ésta es someramente la información que he podido obtener. Por lo tanto, cuando la carta dice que quienes la firman son ex integrantes del Sodalicio, no se debe entender que se trata de personas sin ninguna vinculación actual con el Sodalicio. No me extrañaría que la mayoría de los firmantes que no conozco personalmente sigan comprometidos con el Movimiento de Vida Cristiana —al cual podríamos definir como una versión light del Sodalicio abierta a todo tipo de personas— y que, por lo tanto, no se trate de personas mental y psicológicamente independientes, sino de cortesanos de la institución que todavía se sienten inconscientemente constreñidos a rendirle pleitesía.

Por otra parte, he de suponer que la gran mayoría de los firmantes —salvo seis de los siete que he mencionado— son personas jóvenes que se unieron al Sodalicio después de mi partida del Perú hacia Alemania en noviembre de 2002. Por consiguiente, no pudieron conocer de primera mano lo que ocurrió en las comunidades sodálites entre los ’70 y los ’90, sino que su experiencia se reduciría al Sodalicio de las dos primeras décadas del siglo XXI.

Además, se debe tener en cuenta que quienes sufrieron abusos han tenido que pasar por un largo y doloroso proceso de toma de conciencia que culmina con el reconocimiento de haber sido víctimas de acciones que atentaban contra sus derechos humanos y que les han causado lesiones psicológicas perdurables. Superar el lavado de cerebro —o formateo mental— efectuado en el Sodalicio puede tomar más de una década después de abandonar una comunidad sodálite. En el caso de los firmantes jóvenes, todavía es muy pronto como para que se den cuenta si les han lavado el cerebro o no. Yo, por ejemplo, hasta el año 2007 tuve una posición favorable hacia el Sodalicio y hubiera defendido la institución a capa y espada, aún cuando ya había grietas en mi valoración global de la institución.

Asimismo, se pueden constatar ciertos vacíos en el documento: sólo se repudia las conductas descritas como delitos contra la libertad sexual. ¿Y los abusos psicológicos y físicos? ¿Consideran que no son tan graves como para mencionarlos y repudiarlos explícitamente? ¿O piensan que éstos no se dieron en el Sodalicio y son puras fantasías de quienes supuestamente odian la institución? Pues resulta que más adelante en la carta son mencionados bajo el término general de “abusos”, pero son atribuidos a algunos de los cinco ex sodálites que aparecen como agraviados en la denuncia del 10 de mayo: «Rechazamos a algunas de las personas que presentaron la denuncia arriba indicada y que han salido a enarbolar la bandera de la verdad y la justicia a través de sus denuncias; señalándose ellos mismos como víctimas, pero que en algunos casos no han sido capaces de reconocer sus propios errores y abusos cometidos contra varios integrantes de la Familia Sodálite e incluso contra algunos de los firmantes. Por lo cual, les exigimos en aras a la verdad y justicia, tan exigida por ellos, que pidan perdón por cada uno de los actos y que reparen, de ser el caso, a cada una de las personas que han y hemos sido víctimas de ellos». Resulta evidente que no se están refiriendo a abusos sexuales.

Conozco a José Enrique Escardó, el cual vivió algunos años en comunidades sodálites al mismo tiempo que yo, aunque nunca coincidimos en la misma comunidad. Nunca tuvo ningún cargo de responsabilidad y nunca supe de él que hubiera hecho nada que pueda describirse como abuso.

Pedro Salinas ha admitido que durante su pertenencia al Sodalicio cometió abusos piscológicos contra otros miembros, pero nada que se diferenciara sustancialmente de lo que hacían otros sodálites que habían recibido la misma formación y las mismas indicaciones. De hecho, supuestamente él sería uno más de los que practicaron una especie de bullying contra Julián Echandía en una de las comunidades de San Bartolo, según se infiere de lo narrado en su novela Mateo Diez (Jaime Campodónico/Editor, Lima 2002).

De los otros tres denunciantes no puedo decir nada, pues no conozco toda su historia, pero nadie los ha acusado de haber cometido abusos sexuales, y aquellos otros “abusos” a los que hace alusión la misiva de los cortesanos no creo que se refieran a acciones distintas o peores a las que han realizado otros sodálites de comunidad. Pues es moneda común en el Sodalicio que alguien que ha sido víctima de maltratos psicológicos no tenga conciencia de esto debido al formateo mental del cual ha sido objeto y finalmente termine haciéndole a otros cosas similares a las que antes le hicieron a él. Y algo que una persona normal y en sus cabales no haría, termina haciéndolo no en virtud de ser él mismo sino en virtud de ser sodálite. Nos hallamos ante un sistema perverso que transforma a las víctimas en victimarios, aunque tenga toda la apariencia de una espiritualidad profundamente cristiana que lleva a quienes la siguen hacia la santidad. Objetivo que en más de cuatro décadas de existencia no parece haber alcanzado ninguno de los miembros del Sodalicio, mucho menos aquél que fue considerado como «el mejor entre nosotros».

Por otra parte, me extraña la memoria selectiva que tienen los cortesanos en su misiva al exigirles a algunas de las víctimas denunciantes —no se se sabe quiénes en concreto, porque no se especifica— que respondan de sus actos de abuso, pero no se exige lo mismo de otros sodálites que siguen formando parte de la institución y que han realizado cosas similares o peores. Lo curioso es que esto significa que algunos de los signatarios reconocen haber sido víctimas de abusos en el Sodalicio por parte de una persona que entonces también era sodálite y que nunca fue cuestionada en su actuar por la institución misma.

Es necesario reconocer que los abusos psicológicos no partían de iniciativas personales de quienes tenían puestos de responsabilidad, sino que era un modus operandi conforme con la disciplina sodálite. No conozco a ningún superior sodálite que no haya cometido abusos en mayor o menor grado. Por ahí nos acercamos al concepto de que se trata de un sistema organizado que mediante un lavado de cerebro destruía algunas barreras morales en la mente de los sodálites, haciendo que consideraran aceptables y necesarios métodos punitivos y correctivos que atentaban contra derechos fundamentales de la persona. De ahí que muchos sodálites digan que no han visto abusos en las comunidades. En realidad sí los han visto, pero no los han categorizado como tales. Y como ya lo he señalado, la mayoría de los firmantes son demasiado jóvenes como para darse cuenta de si efectivamente les lavaron el cerebro o les formatearon la mente. El modo de actuar del Sodalicio, desde que tengo memoria, ha seguido siempre este esquema delictivo, independientemente de que las personas que hayan formado parte de él sean conscientes o no de ello, o hayan actuado incluso con las mejores intenciones.

Esto pone también en entredicho la frase donde dicen «todos los firmantes hemos ingresado al Sodalicio de Vida Cristiana de manera libre y consensuada». En la carta que dirigí a Luis Fernando Figari, Superior del Sodalicio, el 17 de diciembre de 1981, solicitando entrar a vivir a una comunidad sodálite, escribí lo siguiente: «esta decisión la he tomado libremente y por mi propia voluntad». Sin embargo, la decisión de pertenecer al Sodalicio ya la había tomado previamente a los 15 años de edad gracias al intenso trabajo de proselitismo que se hizo conmigo y que no estuvo exento de manipulación psicológica —según constato ahora con la madurez que dan los años—. En las cartas que escribí en agosto de 1988 solicitando hacer mi profesión temporal, y en agosto de 1991, pidiendo que se me permita renovar por dos años este compromiso, aparecen expresiones similares, dando a entender que mi decisión era libre y consensuada. Sin embargo, el margen de decisión era muy estrecho debido al formateo mental que se me había efectuado. No existía la posibilidad de tomar una decisión libre de toda coacción interna, pues el asunto se planteaba como una elección entre la vocación a la que Dios lo llamaba a uno —único camino para alcanzar la santidad y la felicidad— o el apartarse de ella —lo cual se consideraba una traición y un camino seguro hacia la infelicidad y probablemente hacia la condenación eterna—. No habían otras posibilidades. Salvo la de “descubrir” a través de un tortuoso y largo discernimiento que la vocación de uno era otra. Pero esto era prácticamente la última salida, que se proponía sólo cuando se veía que el sujeto estaba cayendo en una situación desesperada que ponía en riesgo su estabilidad emocional. Y que en algunos casos estuvo acompañada de pensamientos suicidas.

Me gustaría saber a qué edad los firmantes tomaron la decisión interior de formar parte del Sodalicio de Vida Cristiana —independientemente de cuándo la formalizaron— y si recibieron información adecuada sobre otras opciones de vida y otros caminos alternativos. Casi todos los que conozco de la lista fueron captados antes de alcanzar la mayoría de edad, y los demás son demasiado jóvenes como para que no haya ocurrido lo mismo.

Además, en el supuesto de que sus experiencias personales hayan sido globalmente positivas, ¿qué derecho les da eso para negar que algunos miembros del Sodalicio hayan aprovechado la fachada religiosa de la institución para infligir lesiones graves psicológicas a quienes debían proteger; para manipular las mentes de menores de edad e inducirlos a unirse a la institución, sin informar debidamente a sus padres o tutores; para destruir o deteriorar las relaciones familiares de jóvenes adolescentes y hacerlos dependientes de los responsables del Sodalicio; para mantenerlos secuestrados no con los barrotes metálicos de una cárcel sino con las cadenas interiores del miedo a tomar la decisión equivocada y condenarse eternamente; para realizar negocios millonarios violando derechos laborales o incluso apoderándose ilegítimamente de propiedades ajenas y evadiendo impuestos; para violar la correspondencia ajena incluyendo correos electrónicos; y finalmente, para tener carne joven disponible que sirviera para saciar el apetito sexual de unos cuantos jerarcas de la institución?

Además, ¿qué saben estos cortesanos en su mayoría de lo que pasó en las comunidades sodálites en las décadas de los 70, 80 y 90? ¿Acaso han podido enterarse al respecto, si el mismo Sodalicio ha tenido la costumbre de borrar de su historia todo lo que no quiere que se sepa y presentarle a cada nueva generación una versión de cuento de hadas de su pasado? ¿Creen que con decir «durante nuestra pertenencia al SCV nuestra labor no tuvo relación alguna con actividades ilícitas de ningún tipo» queda demostrado que determinadas personas que han sido denunciadas no aprovecharon las estructuras de la organización para cometer delitos?

Que quede claro que yo tampoco realicé actividades ilícitas en el Sodalicio y puedo suscribir lo que dice la carta: «nos consta la permanencia en el SCV de muchos miembros que son personas de buena voluntad con una clara vocación [a] actuar al servicio del prójimo, de la Iglesia y de la sociedad». Lamentablemente, esto no constituye una prueba fehaciente de que las acusaciones sean infundadas, según la explicación que da el ex sodálite Gonzalo Cano en su artículo Demonios y ¿ángeles? – Una reflexión sobre la mentira perversa, publicado hace tres años (ver https://dibanaciones.lamula.pe/2013/08/23/demonios-y-angeles/gonzalocano/):

«Una persona sedienta de poder (consciente o inconscientemente) necesitaba captar voluntades para su propósito. Para esto, necesitaba captar gente sensible, inteligente y, por supuesto, manipulable. Estas personas tenían que ser menores que él y si eran adolescentes idealistas sin padre o con problemas con la figura paterna, mejor. Para someter esas voluntades, se les tenía que “formar” y para formarlos, primero había que “romperlos” psicológicamente hasta que estuvieran listos para obedecer ciegamente. El camino a la obediencia podía ser largo, pero si era minuciosamente preparado, era posible. Se los podía romper con exigencias físicas, con exigencias de trabajo, con insultos, con humillaciones, haciéndolos sentirse “impuros”, con sentimiento de culpa, amenazándolos con repetir los mismos defectos de sus padres, dándoles un sentido a su vida (que sería justamente servir a esta persona “tocada” por Dios) o simplemente manteniéndolos económicamente. Claro, como [en] todo grupo surgirían las pugnas y las purgas en el camino por ser “la mano derecha” y esa mano podría ser cambiada siempre según el capricho del líder, cosa que los tenía a todos permanentemente “en vilo” y listos para todo. Y la coartada era cualquier cosa. En este caso, mi teoría apuntaba a la religión, pero podría ser política, dinero, placer o cualquier otra cosa que haga que una persona sea poderosa. Lo principal era el poder, la ideología lo secundario (aunque para los “fieles” tendría que parecer que no importara el poder y que todo era la ideología). Eso con respecto al grupo central.

Luego habría que buscar posibles “piezas de recambio”. Un número de gente que con el tiempo se podría formar para ampliar las redes de poder. Pero tenía que ser gente especial, similar al primer grupo en potencia. A estos no se les daría toda la información, pero se les seduciría permanentemente para que sueñen con pertenecer al grupo principal y que en la medida de sus ganas (y de sus problemas psicológicos bien manipulados) estuvieran dispuestos a hacer todo o a callar todo lo que vieran por miedo, obediencia, arribismo o estupidez. A este segundo grupo le llamé “menú”.

Y, finalmente, tendrían que conseguir la famosa “cortina de humo”, que son los miles y miles de cojudos que pueden ser convocados bajo un ideal y que sólo sirven para que los perversos iniciales avancen con su plan de poder. Este tercer grupo es siempre gente buena, bien intencionada, realmente sincera y sana, pero que dado que son buenos y no se imaginan cómo procede la perversión, creen a los líderes y depositan en ellos su confianza al punto [de] que a pesar de que sean descubiertos uno por uno, afirmen siempre que son un “caso aislado” según les dicen los que siguen dirigiendo el grupo. Esta gente es inocente hasta cierto punto, pero como me dijo una vez un sacerdote: “Los mongolitos (por la gente Down) se van al cielo; los cojudos, no.”

De este tercer grupo se puede acceder también al segundo y en pocos casos al [primero]. Los del segundo grupo siempre serán buscados específicamente. Las proporciones que calculé serían así: 5% del total del grupo son los perversos/perversos; 10% los futuros perversos o cojudos que observan y no se dan cuenta de lo que está pasando; y el resto, cortina de humo.»

En consecuencia, «los actores acusados de los delitos» no pueden ser separados del resto de los miembros, como si hubieran actuado al margen o en contra del sistema en el cual estaban insertos. Ellos habrían estado interesados en seguir manteniendo el sistema tal como existió desde sus inicios, a fin de cometer sus actos delictivos, no sé si con plena conciencia. No sabemos hasta dónde llega la infección de ese virus del formateo mental que Figari inoculó en la institución desde sus inicios (ver EL PARÁSITO FIGARI).

Ciertamente, hay muchas personas inocentes que han sido manipuladas, a las cuales se les ha ocultado sistemáticamente información y que han participado o siguen participando del Sodalicio de Vida Cristiana de buena voluntad y con las mejores intenciones, buscando tener una vida coherente con la fe cristiana, creyendo que fines sagrados son los únicos fines que tiene y ha tenido la institución. Pero no deben olvidar que eso puede cumplir perfectamente las funciones de una cortina de humo. Así como cortina de humo parece ser esta carta firmada por 47 cortesanos del Sodalicio.

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FUENTES

Denuncia penal ampliatoria contra 7 miembros y 1 ex miembro del Sodalitium Christianae Vitae (interpuesta el 10 de mayo de 2016)
https://de.scribd.com/doc/312903379/Denuncia-Sodalitium-Christianae-Vitae

Carta de 47 ex sodálites rechazando denuncia penal contra el Sodalicio (1° de junio de 2016)
https://de.scribd.com/doc/314749279/Carta-ex-soda-lites